Capítulo nueve

La tarde en que esperaba a Casey era cálida y brillante. El ama de llaves había tomado libre el fin de semana del día en que se celebra a los caídos en la guerra, así que Tess tenía la casa para ella sola. Había escogido la alcoba azul claro para Casey. Los muebles eran de madera de pino, y la cama tenía una enorme y mullida colcha a cuadros azules y blancos. Tess revisó la habitación. Luego encendió el sistema de sonido y dos luces en el cuarto, sólo para darle esa sensación de bienvenida.

A las dos y media, un Ford Bronco rojo se detuvo en la entrada y Casey bajó. Tess abrió de un tirón la puerta del frente.

– ¡Querida! ¡Ya estás aquí!

Casey se lanzó a los brazos acogedores, y después de unos minutos, Tess le preguntó:

– ¿De dónde sacaste el Bronco?

– Papá me lo compró como regalo de graduación. ¿Puedes tú creer semejante cosa?

– Es muy hermoso. Vamos, te mostraré el lugar; luego bajaremos tus cosas y las llevaremos a tu habitación.

En cuanto vio la sala, Casey se detuvo y exclamó arrastrando las palabras con su mejor acento de Missouri:

– ¡Oh, Dios! Nunca había visto nada tan hermoso en toda mi vida. ¿Vives aquí?

– Así es.

Casey siguió a Tess hasta el comedor, cuyo techo formaba el balcón del segundo piso que quedaba sobre la sala. Enseguida fueron a la cocina y salieron por las puertas francesas hasta el porche cubierto, desde donde podían ver el área de la piscina, que estaba abajo. Luego Tess le mostró su estudio, regresaron al frente de la casa y subieron por la escalera curva a la planta alta.

Ante la puerta abierta de su propia alcoba, Casey se detuvo y le preguntó:

– ¿Quieres decir que me quedaré aquí?

– Es tu habitación. Y ése es tu baño.

– ¿Mí propio baño? -Casey entró como si se tratara de un santuario y se detuvo en la puerta, atisbando en dirección a la bañera de mármol y el largo tocador-. Quisiera que papá pudiera ver esto -dijo-. No lo creería -regresó a la habitación y se puso a revisar los controles que estaban en la pared, a un lado de la cama-. ¿Qué es todo esto?

– Un sistema de sonido -la voz de Trisha Yearwood flotaba suavemente desde la bocina.

– ¿Por qué no toca tu última grabación?

– Puedo ponerla cuando quiera.

– Bueno, hazlo -mientras bajaban la escalera, Casey dijo-: Oye, me encantó tu nuevo álbum. Y a papá también. Muchas gracias por enviármelo.

Tess colocó la cinta y Casey ordenó:

– Sube el volumen.

Cantaron juntas al descargar el Bronco, cuando llevaron las cosas de Casey a la planta alta y mientras colgaban la ropa en el clóset. La cinta se acabó y Casey gritó:

– ¡Ponla de nuevo! ¡Me encanta!

Tess estaba en la cocina, sacando unas enchiladas de pollo que María le había dejado en el refrigerador. Casey entró y dijo:

– ¿En qué te ayudo?

– Prepara un poco de agua.

El sistema de sonido llegaba también a la cocina, así que cantaron juntas mientras preparaban la comida y se sentaban a comer.

La gran idea se le ocurrió a Tess cuando todavía le faltaba terminar de comerse media enchilada: Casey se sabía, palabra por palabra, cada una de las canciones de la cinta. Se olvidó de la enchilada y fijó la vista en Casey.

– Te sabes cada palabra, ¿no es cierto?

– Sí, supongo que sí.

Una idea extraña, fortuita y emocionante había asaltado a Tess, pero era demasiado pronto para hablar de ella. "¡Vaya!", se dijo. "Debes esperar. Todavía no la escuchas en el estudio", pensó. Pero sin Carla, Tess necesitaba una reemplazante para la gira que comenzaría a finales de junio.

Casey frunció el entrecejo.

– ¿Qué sucede? -preguntó.

Tess se relajó y respondió:

– Nada. Es sólo que eres sorprendente; ¡memorizaste esas canciones tan de prisa!

– ¡Pues claro que sí! Me sé la letra de todas tus canciones. He escuchado tus álbumes desde antes de que los hicieran en disco compacto.

Tess decidió dejar el tema por el momento.

– Vamos -la invitó, y se levantó-. Es probable que quieras un poco de tiempo para descansar, tal vez te agrade nadar un poco.

– ¿Nadar? ¡Vaya, será estupendo! Pero primero tengo que llamar a papá. Le prometí que lo llamaría en cuanto llegara.

Casey usó el teléfono portátil de la cocina y Tess la oyó mientras limpiaba la mesa. Casey informó a su padre que había llegado bien, pero después añadió:

– Oye, papá, deberías ver este lugar. Es como un palacio. Tengo mi propio baño e incluso hay una piscina. ¡Es verdaderamente grandioso papá!

La animada conversación continuó durante un par de minutos; luego Casey dijo:

– Sí, aquí está. Oye, Mac, papá quiere hablar contigo.

Tess tomó el teléfono que le ofrecía Casey.

– Hola Kenny -dijo, y trató de parecer tranquila. Esa era la primera vez que hablaban desde que habían tenido aquella pequeña discusión en el teléfono.

– Hola, querida -comenzó él, y el corazón de Tess se desbordó de alivio-. ¿Sigues enojada conmigo?

– No.

– Bueno, así está mucho mejor. A mi hija le gusta tu casa. Parece que es de las que aparecen en la conocida revista de Estilos de vida de ricos y famosos.

– Supongo que así es. Por cierto, es muy lindo el Bronco que le compraste a esta muchacha.

– Lo llenó hasta el techo. Ya sabes cómo son las adolescentes. Casey se había marchado a la sala, así que Tess preguntó:

– ¿Cómo estás, Kenny? Ahora que ella no está contigo, ¿cómo te sientes?

El esperó un instante antes de responder.

– Es el peor día de mi vida.

Ella sintió una oleada de comprensión.

– Puedo imaginarlo. ¿Está Faith contigo?

– No, esta noche no. Estaba pensando en ir a visitar a Mary. Quizá quiera jugar una mano de cribbage o algo así.

– A mamá le encantará. Bueno, escucha, tengo que irme. Tal vez Casey y yo nademos un rato. Estoy segura de que te llamará de nuevo mañana, después de la sesión de grabación, para contártelo todo. Te la voy a pasar para que te despidas.

– Tess, espera -la detuvo Kenny. Casey estaba al lado de Tess, esperando tomar el teléfono, cuando él dijo de pronto-: Te amo.

Tess se quedó inmóvil, mirando a Casey mientras las palabras de Kenny hacían que casi se detuviera el corazón de ella. Así nada más, cuando menos lo esperaba… te amo. Permaneció quieta, sujetando el teléfono, incapaz de contestar con las mismas palabras. Trató de encontrar una respuesta adecuada.

– Creo que lo dices nada más porque te sientes solo, Kenny.

– ¿Está oyendo Casey?

– Sí. Está aquí mismo.

– Muy bien. Entonces espero que la próxima vez puedas decirlo tú también.

Casey frunció el entrecejo y susurró a Tess:

– ¿Qué pasa?

– Nada -respondió ella, y le entregó el teléfono.

Era desgarrador tratar de ocultar sus exaltadas emociones frente a Casey. Nadaron y conversaron acerca del día siguiente, y Tess respondió a las preguntas de Casey sobre cómo era trabajar en un estudio de grabación. Se acostaron casi a las once, y sólo entonces, cuando Tess estaba tendida en la cama, bien despierta, pensó en lo que Kenny le dijo. Sacó de su memoria aquellas palabras, como piedras preciosas, y se preguntó si en realidad sería amor el terrible vacío que marcaba cada uno de los días que pasaba sin él, la sensación de júbilo que la embargaba al oír su voz al otro extremo del teléfono.

Oye, Kenny, tal vez también yo te amo.


LA TARDE SIGUIENTE, eran las dos menos cuarto cuando llegaron a Sixteenth Avenue Sound, un bungaló remodelado cerca del Musie Row. Tess guió a Casey por el vestíbulo hasta una habitación con sofás y mesas, pero sin ventanas. Se oía música country en unas bocinas que no se veían.

– Vamos. Te presentaré con Jack -dijo Tess.

Jack Greaves se hallaba en la consola, en el cuarto de control. A su lado, el ingeniero de sonido decidía cuál de las cincuenta y seis pistas iba a usar, mientras que su ayudante estaba sentado cerca, colocando una cinta en la grabadora. A través de un ventanal inmenso podía verse el estudio de grabación, donde algunos músicos estaban afinando y tocando escalas. Un par de ellos notó que Tess había llegado y la saludaron con un gesto.

Ella se inclinó, presionó el botón del intercomunicador y dijo:

– ¡Hola, chicos!

Jack, un hombre delgado, de estatura regular, se volvió en la silla giratoria. Aunque sonrió, le dio un beso a Tess en la mejilla y le estrechó la mano a Casey cuando se la presentaron, era claro que su mente estaba puesta en el negocio. Como productor de discos, controlaba la sesión, que le estaba costando mucho dinero a Tess. Él ganaba más de treinta mil dólares por proyecto; el alquiler del estudio era de casi dos mil dólares diarios; el ingeniero de sonido ganaba ochenta dólares la hora, y su asistente veinticinco, los músicos del estudio, quinientos dólares cada uno por cada tres horas de sesión. Si ese día trabajaban durante seis horas, el costo de la sesión ascendería a más de diez mil dólares.

Jack no quería perder el tiempo.

– ¿Quieres una caja o dos, Tess?

– Yo creo que será mejor una. Tal vez sea más sencillo para Casey la primera vez.

– ¿Qué es una caja? -susurró Casey.

– La cabina de grabación, ¿ves? -ella señaló a través de la ventana un par de puertas que llevaban a dos diminutas habitaciones de paredes negras-. Son cabinas aisladas para evitar que las pistas se mezclen. Podemos usar una o dos, pero hasta que nos acostumbremos a cantar juntas creo que es mejor que usemos sólo una. A veces se obtiene una mejor sinergia manteniendo un contacto ocular cercano.

Los músicos siguieron afinando y, ocasionalmente, tocaban partes de melodías para calentar, entre dieciséis y veinte compases que luego terminaban en risas.

– ¿Qué dices, Tess? ¿Examinamos las gráficas y escuchamos la cinta de muestra? -preguntó Jack.

Entonces, los músicos salieron del estudio y se acomodaron en el cuarto de control; Casey se veía radiante cuando la presentaron con cada uno de ellos.

El pianista repartió copias de las "gráficas": un sistema que se usa en Nashville para transcribir los acordes al papel, y que sirve como guía para los músicos de la sesión, que algunas veces no saben leer las notas musicales. Casey estuvo atenta a la rápida explicación de Tess. Se mencionaron las claves. Se indicó con números cuántas líneas se tocarían en esa clave. Una V indicaba verso, la C significaba coro y la P era puente. Era como observar el armazón de una casa antes de que se añadieran los muros: toda la estructura de la canción estaba ahí, esperando a que los músicos le dieran su toque muy personal, con todas las improvisaciones que quisieran. El asistente del ingeniero puso la cinta de muestra, y Casey requirió menos de media canción para comprender la gráfica.

La grabación terminó y los músicos la aprobaron.

– Linda canción. ¿La escribieron juntas? Esta sí va a pegar.

– ¿En qué clave la tocaremos, Tess?

– En fa -respondió ella.

Todos escribieron "fa" en la parte superior de su gráfica, y los músicos regresaron al estudio, donde se sentaron a oír la muestra varias veces mientras ensayaban con sus instrumentos, buscando su manera propia de interpretar la canción.

– Vamos -dijo Tess por fin-. Entremos -condujo a Casey a través del estudio hasta una de las cabinas de grabación. Tenía dos micrófonos y dos atriles. Sobre cada atril pendía un pequeño par de audífonos.

– Hagamos una revisión de sonido -dijo el ingeniero, y las dos se colocaron los audífonos.

Después de varios minutos de ruidos y agitación, Jack Greaves dijo por el intercomunicador:

– Muy bien, escúchenme todos. ¿Qué les parece si lo intentamos una vez?

El percusionista dio la señal de costumbre y comenzó la introducción. Tess vio cómo se iluminaba el rostro de Casey al oír la mezcla de instrumentos que salía por los audífonos. Sus dos diferentes tesituras de voz se mezclaban como chocolate terso y áspera nuez: era una combinación dulce al oído, y Tess supo, sin la menor duda, que ella y Casey harían muchas, muchas canciones juntas. La muchacha era buena. Tenía un instinto natural para elegir las palabras que debía cantar y cuáles no, qué armonía sonaba mejor, cuándo hacer un crescendo y cuando rezagarse.

Terminaron la primera interpretación y Jack dijo por el intercomunicador:

– Se oye bien, señoritas. ¿Qué les parece si repetimos la última nota del segundo verso sobre el solo de Mick un par de compases, y luego lo desvanecemos?

Y así continuaron. La calidad del talento en el estudio hacía que el trabajo fuera inventivo y vivaz, conforme la canción comenzaba a tomar forma. Después de la segunda interpretación, que sonó mucho mejor que la primera, Jack dijo:

– De acuerdo, muchachos, ¿qué les parece si grabamos una?

Una vez que terminaron y grabaron la canción, todos se apiñaron en el cuarto de control para escucharla. Cada uno en la habitación llevaba el ritmo, ya fuera con el pie, la cabeza, una mano o la pierna.

La melodía terminó y empezaron los comentarios.

– Es buena.

– Aquí tenemos una balada fresca y con corazón.

– Es la manera perfecta de comenzar una carrera, Casey.

– Es hora de tomar algo -dijo Greaves-. Continuaremos a las siete en punto.

Mientras grababan, había llegado un proveedor de alimentos que ya tenía dispuesta la comida sobre una mesa larga que estaba en el salón: camarones a la parrilla, pilaf de arroz y una ensalada. Los músicos se sirvieron y se sentaron en los sofás; las animadas conversaciones giraban, en su mayoría, en torno a la canción que estaba en proceso.

Casey estaba tan emocionada que le resultaba difícil permanecer tranquila en el sofá.

– Esto es realmente increíble, Mac. Nunca me había divertido tanto en mi vida.

Tess sonrió y le aconsejó:

– Es mejor que comas algo, Casey. Todavía tenemos tres horas más de trabajo por delante.

Jack casi no comió. Se quedó en el cuarto de control trabajando en las pistas que ya tenían grabadas.

Tess dejó que Casey charlara con los músicos y se dirigió al cuarto de control.

– ¿Puedo hablar un momento contigo, Jack?

– Claro -respondió él, y le dio la espalda a la consola.

– Me gustaría saber tu opinión -dijo Tess-. Es acerca de la gira. El problema de garganta de Carla no se solucionará pronto. Quiero pedirle a Casey que vaya a la gira para cantar los acompañamientos.

El lo consideró por un momento y luego dijo:

– Es muy joven.

– Pero tiene talento. Y conoce mi música, Jack. Ayer estábamos oyendo mis álbumes viejos y ella los conoce al derecho y al revés. Además, me agrada y nos llevamos de maravilla. ¿Qué opinas?

– Confío en tu intuición, Tess. Me gusta la voz de la muchacha.

Tess volvió al salón y se reunió con los demás. Luego todos regresaron al estudio para la sesión de la noche. Siguieron trabajando dos horas y media más, yendo y viniendo entre el estudio y el cuarto de control. La grababan; la escuchaban; grababan y escuchaban una y otra vez. Por fin, una interpretación pareció encender una chispa especial en todos. La tenían: podían sentirlo, y la atmósfera excitante era palpable cuando la grabación terminó. Se terminaron los últimos arreglos después de las diez de la noche, y Jack consideró que el trabajo había terminado por ese día.


CUANDO LLEGARON a casa, la adrenalina aún corría por las venas de Casey. Llamó a su padre de inmediato, desde el teléfono de la cocina, mientras Tess revisaba la correspondencia.

– Papá, ¡fue maravilloso! Me refiero a que cuando oí el sonido a través de los audífonos ¡fue fantástico! ¡Me emocionó muchísimo, tú sabes! -Casey habló durante un largo rato, mientras Tess dejaba la cocina y se dirigía a su estudio. Casi diez minutos más tarde oyó que Casey la llamaba:

– Oye, Mac, papá quiere hablar contigo.

Tess estaba en su oficina, así que tomó ahí la llamada.

– Me habría gustado que hubieras estado aquí. Lo hizo estupendamente. Nuestras voces se oyen muy bien juntas.

Él rió.

– Lo sé. Ella me lo dijo… y me lo repitió una y otra vez.

Fue el turno de Tess para reír. Luego inclinó la silla hacia el frente y apoyó los codos en el escritorio.

– Kenny, quisiera intentar algo. Una de mis cantantes del coro se enfermó de la garganta y no podrá trabajar durante algún tiempo. Me gustaría que Casey fuera a la gira de conciertos conmigo a finales de junio.

Se hizo el silencio en la línea.

– Vas demasiado rápido con ella, ¿no lo crees?

– Sí -reconoció Tess con sinceridad-, pero se sabe palabra por palabra cada canción que he grabado, y no sólo eso, sino que conoce los coros a la perfección.

Volvió el silencio. Después de un largo rato, él dejó escapar un suspiro y, luego, permaneció callado.

– Comenzaremos la gira de conciertos en Anaheim, el veintiocho de junio. ¿Puedes imaginar a tu hija cantando para dieciocho mil personas? Tengo esta fantasía, Kenny -continuó ella-. Quisiera verte sentado en primera fila en la primera representación en público de Casey, y que luego vayas a felicitarla tras bambalinas y bebas champaña con nosotras. ¿Qué opinas?

– Me tomaste por sorpresa.

– Piénsalo. Tal vez también pudieras llevar a mamá. Quizá asistiría si puede viajar contigo y Faith.

– ¿También Faith? ¿Quieres que Faith asista?

– Bueno, no, no en particular; pero, ¿cómo podría enviarte boletos a ti y a ella no?

– Tess, escúchame… es sólo que… no sé qué decir.

– Di que sí, Kenny, para que pueda pedírselo a Casey con tu bendición.

– Muy bien, estoy de acuerdo, claro. Dios mío, pero, ¿qué estoy diciendo?

Tess sonrió.

– Entonces de acuerdo -dijo con voz notablemente emocionada-. No hagas compromiso para el veintiocho de junio y te veré en Anaheim. No te preocupes. No dejaré que nada le suceda a Casey. Amo a esa niña.

– ¡Ah! A ella la amas, pero a mí no.

– Yo no dije tal cosa. Buenas noches, Kenny.

– Buenas noches, Tess.

Ella sonreía cuando colgó el auricular. Y, en realidad, estaba segura de que lo amaba.


LA SEGUNDA sesión transcurrió tal y como Tess lo esperaba. La voz de Casey se mezclaba tan bien con las de las otras dos cantantes del coro que no hubo duda alguna respecto a que era la elección correcta. Cuando Jack y el productor de la gira, Ralph Thornleaf, la aprobaron, Tess le preguntó a Casey, a la mañana siguiente, si le gustaría salir de gira a finales de junio. Fue divertido ver cómo se le llenaba de sorpresa el rostro.

– Estás bromeando -dijo, al tiempo que se dejaba caer pesadamente en una silla-. ¿Yo?

– Sí, tú.

Y así comenzó uno de los meses más atareados en la vida de Tess. Junio, por tradición, era un mes muy ocupado en Nashville, que comenzaba con el festival de las Luces del verano: una fiesta callejera de tres días cerca del capitolio. Seguía la Feria de los admiradores: una semana de trabajo intenso durante la cual veinticuatro mil admiradores pagaban por entrar en los terrenos de la Feria estatal de Tennessee para rendir homenaje, de cerca, a sus ídolos, estrecharles la mano y tomarse fotografías con ellos.

Había veces, durante la Feria de los admiradores, en las que Tess daba hasta diez entrevistas en un día. También tenía que dar autógrafos en las tiendas de discos, reunirse con los presidentes de los clubes de admiradores de todo el país, cenar con disc jockeys y, además, sostener reuniones especiales con los directivos de las tiendas de discos.

Era una semana terrible; sin embargo, para Casey era algo nuevo y emocionante. Estaba viendo muy de cerca el duro trabajo que implicaba ser una estrella de la música country y decidió que era, definitivamente, lo que quería ser.

Cuando terminó la Feria de los admiradores, comenzaron los ensayos para el concierto.

El espectáculo de Mac en escena era una extravagancia de luces, vestuarios y equipo, que requería de una docena de minitráilers para transportarse, además de cincuenta empleados. Todos trabajaban duro a fin de preparar la gira, y Casey no era la excepción. Como no tenían mucho tiempo y las jornadas de trabajo eran largas, la joven seguía viviendo con Tess.

Casey llamaba a su padre todas las noches y, al final de cada conversación, él le pedía que lo comunicara con Tess.

Ella le dijo a Kenny que había ordenado a su administrador que le reservara tres boletos en el círculo dorado del concierto de Anaheim para él, Faith y su madre, aunque Mary aún no se había comprometido a asistir. Luego ella le preguntó:

– Asistirás, ¿no es así?

Por un revelador instante, él no dijo nada.

– Iré.

– ¿Y Faith?

– No se lo he pedido.

– ¿Por qué?

– Creo que lo sabes, Tess -respondió Kenny.

– Me alegra -admitió ella-. Reservaré sus habitaciones en el Beverly Wilshire, donde nos hospedaremos Casey y yo. ¡Kenny, estoy tan contenta!

– También yo -aseguró él.

Los días pasaron volando entre ese momento y el concierto de Anaheim. Tess hablaba con su madre casi todos los días para tratar de convencerla de que fuera con Kenny, pero ella insistía:

– Bueno, veré cómo se comporta mi cadera. Es un vuelo muy largo, ¿sabes?

Seguía con la misma respuesta el día en que Tess salió para Los Ángeles en su jet Hawker Siddeley privado, acompañada por Casey.


LA NOCHE ANTES de que Kenny volara a Los Ángeles, él y Faith se reunieron para jugar a las cartas. El grupo de bridge se reunía en la casa de Faith y, a las diez, ella sirvió tarta caliente de durazno à la mode. A las once menos cinco todos se habían marchado menos Kenny. Él la ayudó a limpiar la cocina y a guardar la mesa de juego. Metió las cuatro sillas metálicas plegadizas detrás de los abrigos en el clóset de la entrada y regresó a la cocina, donde la encontró guardando los tenedores y las cucharas de lujo en la alacena.

– Kenny -dijo ella, examinando cada utensilio antes de colocarlo en el interior de una caja forrada con terciopelo rojo-, tal vez debamos hablar acerca del error que estás cometiendo.

– ¿Error?

– No nací ayer, Kenny. Sé bien por qué no me pediste que te acompañe a Los Ángeles -cerró la caja y permaneció de pie, mirándolo-. Me di cuenta en el momento en que comenzaste a enamorarte de ella; pero, Kenny, piénsalo. ¿Qué hará contigo una vez que todo termine?

El reflexionó un momento y luego respondió con sinceridad.

– No lo sé.

El hecho de que admitiera su culpa tan pronto, sorprendió mucho a Faith. Ella más bien esperaba que negara cualquier relación con Tess.

– ¿Estás dispuesto a dejar todo lo que tenemos para continuar esa relación sin esperanza? -preguntó.

– ¿Todo lo que tenemos? ¿Qué tenemos Faith?

– Tenemos ocho años de fidelidad -replicó con cierto temor en la voz-. Al menos yo te he sido fiel.

– ¿Y cuántas veces hemos hablado de casarnos y hemos decidido que es mejor no hacerlo?

– Pensé que te gustaba nuestra situación tal como está -ella dio un paso para acercarse a él-. No quiero perderte Kenny. Y es lo que sucederá si vas a Los Ángeles.

Él mostró la primera señal de que estaba molesto.

– Faith, nos hemos convertido en algo conveniente el uno para el otro. Nos hemos estado encaminando hacia este día desde hace ocho años. No quiero ser un anciano de setenta que haya estado saliendo contigo durante la mitad de su vida.

Ella se irguió.

– Bueno, me doy cuenta de que no cambiarás de opinión.

– No -respondió él en voz baja-. Creo que la amo, Faith.

– ¡Oh, no seas ridículo! -replicó ella en el tono más despreciable que hubiera empleado con él.

– ¿Crees que soy ridículo?

– ¿Piensas que una mujer como ésa se enamoraría de un hombre como tú? ¿No te parece un poco ridículo, Kenny? ¿Y te has detenido a pensar por qué de pronto se ha interesado tanto por Casey? ¿No crees que tal vez la esté usando para atraparte? -se detuvo un momento para darle dramatismo a sus palabras-. Así que cuando termine contigo, también habrá terminado con Casey.

Kenny mantuvo su furia bajo un rígido control.

– ¿Sabes, Faith? Tú y yo casi nunca hemos discutido, pero en este momento en verdad me estás enfureciendo. Así que antes de que diga algo que luego lamente, me marcho de aquí -se dirigió a la puerta y le dijo por encima del hombro-: Me iré a Los Ángeles mañana. Estaré allá tres días. Tal vez mientras estoy fuera debas ir a buscar tu ropa, sacarla de mi casa y dejarme la llave en la mesa de la cocina.

Ella miró estupefacta cómo él empujaba la protección de la puerta con las manos y la dejaba cerrarse de golpe a las espaldas.

– Kenny -lo llamó al tiempo que corría tras él-. ¡Kenny, espera! ¡No te vayas!

– Tengo que hacerlo, Faith -respondió él sin volverse.

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