Adrian estaba tramando la forma de encontrarse a solas con Emma al día siguiente, cuando aceptó una invitación para practicar esgrima en Angelo’s con Dominic Breckland. Dominic no sólo era su mejor amigo, él también estaba casado con la hermana menor de Emma, Chloe; lo que significaba que podría ser capaz de servir como parte neutral, así como un potencial intermediario entre Adrian y Emma.
Adrian pensaba que durante una sesión amistosa de esgrima podría casualmente dejar caer algunas pistas sobre su posición. Es de suponer que Dominic, un hombre inteligente enamorado de una mujer Boscastle, podría ofrecerse para actuar como Cupido.
Desafortunadamente, Dominic frustró este plan invitando a Heath Boscastle a unirse a ellos en el último minuto. En cualquier otro momento Adrian no habría protestado por practicar con otro compañero capaz. Pero Heath dio unos golpes rápidos que podrían haber sido considerados menos deportivos. Adrian, que fácilmente podría haber contrarrestado con la misma habilidad, decidió permitir a Heath la ventaja.
Incluso Dominic comentó la agresividad inusual de Heath cuando cayeron ante él, mientras los tres se dirigían a su casa de la ciudad. -Creo que Adrian y yo deberíamos alegrarnos de contar contigo como nuestro amigo -dijo, bromeando mientras el coche se detenía-. Temía que por un momento olvidaras quien era tu oponente. -Se hizo un silencio embarazoso.
Adrian simplemente se encogió de hombros como si el asunto fuera de poca importancia. Sólo un tonto podría pelear con alguien que lo había tratado como Heath lo hizo.
Sin embargo, se puso de manifiesto que Adrian tendría que usar artimañas si quería unos momentos privados con Emma para declararle sus intenciones. No le gustaba la perspectiva de planear un ardid contra la familia que le había ofrecido su amistad. Si él no le hubiera prometido anonimato, habría ido directamente a sus hermanos y desnudado su alma.
¿Debería escribirle una carta? No. Podría fácilmente caer en las manos equivocadas y deshonrarla.
¿Debería enviarla un mensaje para expresar sus sentimientos más profundos a través de un intermediario? ¿Su ayuda de cámara, tal vez? Incluso Adrian se dio cuenta que enviando a un sirviente podría ofender su sensibilidad. Y no podía imaginar a Bones siendo capaz de mantener una cara seria ante la situación.
Pero Heath Boscastle era un hombre honorable sin importar que tuviera sus sospechas personales acerca de Adrian. Miraba fijamente a Adrian cuando él bajo del carruaje al bordillo.
De alguna manera Heath sabía que Adrian estaba persiguiendo a Emma. Por supuesto que Adrian no se había conducido de la manera más discreta. Pero tampoco había revelado su secreto.
– Te importaría entrar para tomar un refrigerio, Adrian -dijo en una voz cautelosa-. Sólo para asegurar a Dominic que no he perdido mis modales.
Adrian se hundió anímicamente. Él y Heath sabían lo que había instigado el despliegue físico de Heath en Angelo’s. Lo más apropiado que debería hacer sería aceptar la disculpa de Heath, restarle importancia a eso, y seguir su camino alegremente. Pero hacer eso sería perder la oportunidad de ver a Emma. Y, que Dios le ayudase, estaba desesperado por una mirada suya.
– Un brandy sería agradable -dijo, encontrándose con la mirada atenta de Heath.
El rostro de Heath no delató ninguna emoción. Él asintió con la cabeza amablemente. -¿Dominic?
Adrian escuchó a su amigo quejarse acerca de un compromiso anterior. En verdad, no estaba prestando atención… sus pensamientos se habían desviado con antelación a la espera de ver a Emma. Sabía que era poco probable que se le permitiera cualquier conversación con ella, sin supervisión. A esta hora del día era más seguro que estuviera dando lecciones.
– Adelante, Adrian -Heath se detuvo en la puerta que su mayordomo acababa de abrir para dejarlos entrar-. No queremos que ninguna de las damas nos vea con un aspecto tan desaliñado. Mi querida hermana ama la lectura.
Adrian se dio cuenta de lo que Heath quería decir con esa afirmación cuando lo siguió a la sala y alcanzó a ver su reflejo en el espejo por encima de su capa.
Él hizo una mueca. Cabello alborotado, la capa torcida, la camisa de muselina húmeda. -Querido Dios -murmuró-. No es de extrañar que el vendedor de lavanda casi dejara caer su canasta cuando me vio fuera de Angelo’s.
Heath se echó a reír. -Es posible que desees desdoblar los puños de tu camisa. No me veo mucho mejor que tú, me temo. De hecho, voy a dejarte por un momento para cambiarme. Hay brandy en el gabinete. Yo prefiero un café. Llamaré a Hamm.
Adrian se quedó de pie en el centro de la habitación durante unos instantes. No podía creer en realidad que Heath lo hubiera dejado solo. Por supuesto el tipo era muy listo, sabía que Adrian apenas podía acercarse a Emma luciendo como si acabara de sobrevivir a una pelea callejera.
Se quedó mirando la puerta cerrada, alisando lentamente sus puños, poco a poco perdiendo la batalla contra el sentido común. Se preguntó si podía verla sin que ella lo viera. Sólo un atisbo de ella. Después de todo, ella lo cuidó cuando él se había visto mucho peor, ¿no lo había hecho?
La puerta se abrió. Hamm, el sirviente gigantesco quien había servido en la guerra bajo la autoridad de Heath, apareció. -¿Puedo traerle algo, milord?
Adrian vaciló. -Café, por favor, para Lord Heath.
– ¿Nada más?
– No. A menos que… a menos que las damas se unan a nosotros.
Las cejas desaliñadas de Hamm se levantaron. -¿Las damas, mi lord?
– Sí. -Adrian se encogió de hombros con indiferencia-. La esposa del Lord Heath. Y su hermana. Es posible que ellas quieran tomar el té.
– Ah. -Hamm asintió con la cabeza comprendiendo-. Creo que las damas han ido de compras.
– Ya veo. -Y, al parecer, también lo hizo el lacayo. Adrian se sintió de pronto como el mayor idiota de toda Inglaterra. ¿Por qué alguna vez le prometió a Emma no pretenderla abiertamente?
Hamm se inclinó. -Voy a traer el café, milord.
Adrian se quitó la capa cuando la puerta se cerró y se había dado cuenta de que aún llevaba la espada cuando escucho un grito apagado de la parte trasera de la casa. No se le ocurrió hacer caso omiso, a pesar de que ni Emma ni Julia estaban en la casa.
Pero el grito, que tenía una nota de alarma real, había sido definitivamente emitido por una mujer.
Salió de la sala, esperando completamente que pudiera descubrir nada más peligroso que una de las estudiantes de Emma de pie sobre una silla, porque un ratón se había tropezado con su zapatilla.
Y probablemente alcanzaría el infierno si Emma lo atrapaba haciendo otra aparición indecorosa en su academia.
Emma casi dejó caer su manual de etiqueta ante el grito efímero que surgió de la biblioteca detrás de ella. Harriet otra vez, pensó exasperada. ¿Qué desastre habría hecho esta vez para hacer tanto alboroto?
Ella no podía confiar en esa chica Gardner durante una hora. Fue una suerte que hubiese decidido en el último momento no acompañar a Julia de compras hoy, aunque Emma no podía decir con honestidad que lo había hecho por un motivo noble.
Le gustaba comprar un sombrero nuevo tanto como a cualquier otra mujer; Charlotte y la señorita Peppertree podrían manejar la academia durante unas horas. El hecho, sin embargo, era que se había quedado en casa con la secreta esperanza de que Adrian podría hacer una visita a su hermano.
Echaba de menos a su duque de mala reputación más de lo que había anticipado cuando ella prácticamente lo había desterrado de su vida. Echaba de menos a Adrian más en estos últimos días que cuando ella había perdido a su difunto marido en el año siguiente a su muerte.
Levantó los hombros mientras se acercaba a la puerta de la biblioteca para investigar la causa del último percance de Harriet. Casi nunca se lamentaba de haber empezado la academia. Ya que se llenaron sus horas de soledad y eso le dio una gran satisfacción.
Que gratificante sería guiar a Harriet en las maneras elegantes de la feminidad. Al menos la desconcertante chica no había emitido otro de esos gritos espeluznantes.
Apoyo su amado manual en la cadera y abrió la puerta de la biblioteca. Por un intervalo incalculable de tiempo se sorprendió demasiado ante la escena que encontró para dar siquiera una respuesta. De hecho, no había ningún precedente en su vida que la preparara para manejar el cuadro impactante que vio, y como una Boscastle, Emma había sufrido una buena cantidad de conmociones.
Dos de los rufianes jóvenes más desaliñados que había tenido el disgusto de encontrar estaban intentado sacar a Harriet a través de la ventana del jardín. Una corbata, sucia, por supuesto, había sido atada en la boca de la chica para hacerla callar.
Al parecer esta humillación no desanimó la ardua lucha de Harriet por su libertad. Aunque cada uno de sus secuestradores le sujetaba un brazo y una pierna, Harriet luchó contra ellos con las asombrosas contorsiones corporales de un mono y una serie de sordas maldiciones que dio a Emma un momento de gratitud culpable por la corbata que amordazaba a la infortunada chica.
– ¡Cómo se atreven! -dijo en un gruñido suave que no sólo sorprendió a los secuestradores si no a sí misma.
De hecho, ahora que la sorpresa inicial había pasado, se sintió poseída por una ira ardiente. No solamente la casa de su hermano, si no su propia academia, santuario para las personas con influencias sociales, estaba siendo violada por lo que sólo podría describirse como la escoria de los bajos fondos de Londres.
Una multitud de razones volaron por su mente. Heath había ido a Angelo’s temprano para encontrarse con Dominic. Era de suponer que comerían después o se detendrían en el club. Sus cuñadas, Julia y Eloise, se encontraban en ese momento probablemente admirando las láminas de moda con la modista.
Charlotte y las otras chicas deberían estar estudiando latín a esta hora en el ala este. Hamm, el gigantesco sirviente de Heath, estaba en algún lugar de la casa.
Midió la distancia hasta el cordón del timbre. Tomando ventaja evidente de la inesperada llegada de Emma, la joven Harriet acababa de dar una patada en el pecho de uno de sus captores. El rufián emitió un grito bajo de dolor y cruzó las manos sobre sus partes magulladas. Su compañero se echó a reír en un tosco divertimiento hasta que Harriet levantó su hombro para propinarle el mismo ataque.
Libre de sus ineptos secuestradores, Harriet arrancó la sucia corbata de su boca y la arrojó al suelo. -¡Eso es todo por ahora, apestosos hijos de perra! ¡Ayúdeme, Señora Lyon! ¡Estoy siendo secuestrada por un par de asesinos llenos de piojos!
El más alto de los dos jóvenes lanzó una pierna sobre el alfeizar de la ventana mientras evaluaba a la defensora de Harriet. -Esta es nuestra hermana, y considero que tenemos el derecho a traerla de vuelta. Nuestro padre está enfermo, y él quiere a su hija a su lado.
– ¿Es eso cierto Harriet? -Emma preguntó-. ¿Estas dos personas son familiares tuyos?
Harriet resopló. -Me parten en dos, Lucas y Rob.
Ella cayó brevemente en el montón de cristales rotos en el suelo, solamente para saltar volviendo enseguida a sus pies. -El viejo cabrón no está más enfermo que yo.
Emma la miró con horror. -Tu codo esta sangrado, Harriet.
– Su piel va ser un filete crudo si ella no viene con nosotros -anunció el otro hombre, agarrando Harriet por su brazo lesionado-. No tiene sentido fingir que perteneces aquí. Todos sabemos que nunca serás un bolso de seda refinado.
Emma se dirigió hacia la ventana. Su garganta se había cerrado, y, sin embargo su voz resonaba en el aire, en sus oídos. -Mientras las autoridades no se pongan de acuerdo. La Srta. Gardner se queda bajo mi supervisión.
Su mano sucia se deslizó a la funda de cuero que sobresalía por debajo de su chaqueta de piel gastada. -Ella tiene trabajo que hacer en casa. -Bajó la cabeza con la agresividad de un toro.
– ¿Qué clase de trabajo? -preguntó Emma, Harriet estaba dispuesta a usar su ingenio y mantener la calma.
– Un trabajo aquí en Mayfair -el otro hombre respondió desde su lugar oscilante en el alfeizar de la ventana-. Un trabajo decente como criada de la condesa, ni más ni menos. No se puede mejorar eso, ¿verdad?
Emma tomó nota de que la mano de su hermano había desaparecido por completo en el interior de su chaqueta. -Creo que puedo. Tal vez yo podría hablar con su patrón y explicarle la situación.
Harriet dio una risa amarga ante eso. -Adelante. Usted, señora Lyons, vaya caminando hasta la puerta para explicar que su nueva empleada está siendo instalada por los cerdos de sus hermanos para robarla a ciegas durante una fiesta.
Fue en este punto que el criminal llamado Rob sacó de su chaqueta una navaja en forma siniestra conocida como balisong [4] o mariposa. Emma nunca habría reconocido el aparato horroroso que tenía su hermano Grayson ya que lo había montado, sobre la pared en el cuarto de armas en su casa campestre. -¡Fuera de mi camino -gritó Rob a Emma-, o te cortaré tu pequeña nariz entrometida!
Harriet se liberó y colocó su delgado cuerpo frente a Emma mientras levantaba los puños en dirección a la cara de Rob. -Gritas tanto que voy a coser tus bolas juntas cuando estés borracho. Lo juro sobre la tumba de la zorra de nuestra madre.
– Guarda el cuchillo -murmuró Lucas desde la ventana-. No tengo todo el día. Harriet siempre lo estropea, de todos modos. Vamos a buscar a alguien más.
Rob asintió con la cabeza aparentemente de acuerdo. Luego lanzó su brazo sin previo aviso y atrapó a Harriet por la cintura. -En este momento. Yo soy el que da las órdenes. -Apretó el cuchillo de mariposa contra la parte posterior de la oreja mientras fulminó con la mirada a Emma-. Y tú mantén tu pequeña y bonita boca cerrada hasta que nos marchemos o voy a rebanar esta oreja de cerda aquí mismo.
– Alguien viene -murmuró Lucas y abrió las piernas sobre la repisa de la ventana-. Alcánzala y corre.
Emma fue detrás de ellos. Aun sabiendo que deploraba la violencia de cualquier manera, pero se había criado en una familia de cinco hermanos corpulentos y una hermana menor con una naturaleza exuberante. Más de una vez Emma se había destrozado en una ronda de puñetazos, así como también rescató a un hermano atado a una silla en la despensa del mayordomo, durante una fiesta de tortura familiar. Por lo tanto, sin dudarlo, ella levantó su biblia personal de buena conducta en una mano y, tomando sólo una fracción de segundo para apuntar, la envió a toda velocidad a la cabeza del secuestrador de Harriet.
Lo golpeó en la cuadrada sien, su precioso manual de modales refinados, todo ese asesoramiento desperdiciado sobre una frente primitiva. El golpe lo dejó momentáneamente sin sentido. Empujó a Harriet hacia abajo sobre sus manos y rodillas. Cuando él se enderezó, estaba señalando el balisong en dirección a Emma y avanzando hacia ella.
Emma giró en movimiento. Le lanzó un cojín a la cara, seguido de las obras completas encuadernadas en cuero de Shakespeare. Él maldijo, con los brazos cubriéndose la cara así que no vio a Harriet que entraba por detrás y lo empujaba contra la ventana.
Mientras se tambaleaba, perdiendo el equilibrio, Emma corrió hacia a la campanilla y tiró fuerte presa del pánico. Había perdido la noción del tiempo, pero estaba segura que solo habían pasado dos segundos antes de que la puerta se abriera.
– ¡Adrian!
Con un alivio que la estremeció a través las costuras de sus medias, reconoció la alta figura de largos huesos que entró en la habitación. Su mirada inquietante la interrogó, el libro en el suelo, la ventana rota. En dos zancadas cruzó la habitación y se quedó como si fuera su escudo.
Una transformación temible parecía haber ocurrido sobre su hermoso rostro. Ante sus ojos se transformó de un caballero apuesto en un vengador oscuro. Su gran sonrisa llena de aprensión.
Este no era Adrian Ruxley, heredero de un ducado. El hombre que entró en la habitación podría lanzarse de un salto a un barco pirata en una batalla en alguna playa extranjera. La imagen solo se agudizo en su mente cuando él lanzo su capa y sacó la espada de su vaina.
Su camisa de lino blanca humedecida se aferró a su pecho. Un suspiro compuesto tanto por admiración como de protesta emergió de su garganta. En cualquier otro momento podría haberse ofendido por la visión del pecho sudoroso de un hombre tan atractivo, como al fin admitió para sí misma, si no hubiera sido tan agradable verlo.
– Dime que estás bien, Emma -dijo sin mirarla.
Ella asintió con la cabeza, escuchó a su hermano llamar desde la parte superior de la escalera. Luego los estrepitosos pasos de Hamm en el pasillo. Pero toda su atención se centró de pronto en Adrian, hermoso, heroico, y por suerte aquí.
– Estoy bien, pero Harriet…
De repente la atención de Adrian cambió. Uno de los hermanos de Harriet ya estaba corriendo por el jardín, objetos de plata y cajas de rapé se derramaban fuera de los bolsillos. Rob había avanzado pausadamente hacia la ventana con su cuchillo en un esfuerzo por mantener a Adrian a distancia.
– No duerman demasiado, ninguno de ustedes -dijo toscamente-. Volveremos.
Adrian desenvainó su espada. -¿Qué has dicho?
Emma parpadeó. Estaba demasiado fascinada por Adrian para reconocer incluso a las otras tres personas abarrotadas en la puerta. Su estómago se agitó ante la sonrisa dura que curvó su boca. Su amenaza oscura hipnotizo a todos quienes lo miraban mientras se movía hacia delante.
Harriet se retiró detrás de una mesa de madera satinada de la biblioteca.
Rob lanzó una mirada salvaje alrededor de la habitación. -¿Es que nadie va a detenerlo? ¿Harriet?
Adrian le rodeó con desconcertante concentración, levantando su sable hasta el pulso palpitante de la garganta de Rob con tanta rapidez que incluso Emma no lo había visto venir. -Quiero matarte -dijo, meneando la cabeza como si la confesión le divirtiera-. No estoy del todo seguro de que pueda detenerme.
Emma agarró el cordón del timbre. Por el rabillo del ojo vio a Heath y su lacayo de pie en la puerta, su presencia bloqueando la vista de Julia y su tía. Estaba profundamente agradecida de que Charlotte y la señorita Peppertree al parecer habían mantenido a las muchachas ocupadas en la otra ala.
De ninguna manera las chicas deberían saber lo que había ocurrido hoy aquí. Tendrían pesadillas durante meses.
La frente de Rob brillaba de sudor. Su hermano había desaparecido. El hombre alto y rubio con la espada tenía un brillo asesino en sus ojos que incluso un tonto respetaría. -Mire. No ha habido daño.
Adrian camino en sentido contrario a él hacia la ventana. -¿Quién lo dice?
– Pregúntele a mi hermana -dijo Rob, su voz gruesa-. Pregúntele a la señora con el tirador.
Los labios de Adrian se atenuaron. -¿Qué dices tú, Harriet?
Ella se apartó el pelo de sus ojos. -Rájelo de arriba abajo como un salmón. Plaga de la tierra, eso es lo que es.
Adrian miró a Emma. -La decisión es tuya.
Emma no lograba pensar con claridad. Sólo deseaba que esta prueba terminara. -Que se marche -susurró.
Adrian se quedó mirando el techo. Su expresión dura decía que no le molestaría enviar a Rob al otro mundo. -¿Estás segura? -preguntó ligeramente.
– Por favor…
Apretó la punta de su espada en la garganta de Rob. La cara de Rob era de un blanco macilento. -La señora quiere que yo tenga misericordia. Te libero de mala gana.
Rob se levantó con duda, mirando enigmáticamente de Adrian a Emma.
– Vete, gran estúpido -dijo Harriet con desdén-. ¡Fuera antes de que cambie de opinión!
Un momento después, Rob giró sobre el cristal roto y a continuación se lanzó por la ventana hacia los rosales. Echó a correr antes de que incluso se enderezara, espinas y hojas pegadas a sus ropas. Adrian sacudió la cabeza con disgusto y envainó la espada.
Harriet dio unas palmadas de alegría. -¡Formidable! He esperado toda mi vida para ver como obtenía lo que se merecía. Es un héroe, Señor Wolf, eso es lo que es. Espere a que les cuente a las chicas…
– Harriet Gardner. -Emma levantó su voz-. No vas a hablar de este asunto otra vez. Con nadie. ¿Entendiste?
– ¿Por qué no, señora? Lord Wolf no ha hecho nada malo. Es mi familia la mala.
– Por favor ve con Hamm a la cocina y dile a Cook que ponga ungüento en tu codo.
– Yo la llevo -Julia se ofreció desde la puerta-. Heath quiere asegurarse de que ninguno de sus tesoros haya sido robado de su estudio. Hamm vaya a buscar a un cristalero para reparar la ventana. Supongo que sería una buena idea asignar a uno de los lacayos para que salga a la calle y recupere los objetos de valor que perdió Lucas durante su cobarde huida.
Adrian miró a su alrededor. -¿Puedo hacer algo para ayudar?
Emma suspiró. -Creo que ha sido más que útil.
Se agachó para recoger su manual. -Supongo que es una forma de machacar modales dentro de la cabeza de una persona.
Ella sonrió un poco insegura. -Yo no lo recomiendo.
De pronto, se encontraban solos en la biblioteca. Adrian la miró fijamente, sabiendo que parecía descuidado y siniestro. -Podría haberlos matado a los dos cuando te vi allí de pie, con todos los cristales rotos.
– Pero te contuviste admirablemente. Sin embargo… -no podía ocultar un oscuro sentido del humor-. Tengo la sensación de que los hermanos de Harriet no volverán tan pronto, si acaso alguna vez, después de su aparición.
– Sólo me contuve porque no te habían dañado -bajó la voz. Podía oír a Heath hablar con uno de los agentes en el pasillo-. Me volveré loco si no podemos reunirnos en privado. Me estoy comportando como un caballero…
– Voy a estar en el parque mañana -dijo con una sonrisa cautelosa.
– ¿Tú sola? -le preguntó, estudiando su rostro.
– Por supuesto que no irá ella sola -dijo Heath cuando volvió a entrar en la habitación-. Mira lo que le ha ocurrido hoy. Un hermano no puede ser demasiado cuidadoso cuando se trata del bienestar de su hermana. -Miró a Adrian-. Estoy seguro de que estarás de acuerdo.
– ¿Cómo se podría argumentar lo contrario? -Adrian respondió con gracia.
Heath se encogió de hombros. Se había cambiado la ropa por una camisa limpia y un pantalón beige. -¿Te quedas a cenar? Es lo menos que nuestro héroe del día merece.
– No -Negó con la cabeza. No podía confiar en sí mismo para sentarse en la mesa de Emma y no revelar sus sentimientos. Era, en realidad, la muerte dejarla ahora sin nada resuelto-. Me he entrometido lo suficiente. Además de traer escándalo a tu casa. -Hizo una mueca-. Por no mencionar mi aspecto de pirata en este momento.
Heath rio, su buen carácter aparentemente restaurado. -El escándalo no es nada nuevo para la Boscastles. De hecho, no creo que nosotros mismos supiéramos qué hacer si pasara una semana sin alguna desgracia.
Emma había puesto su manual sobre la mesa de la biblioteca para examinar los daños. Podía sentir, a su vez, como su hermano la examinaba de forma sutil y desconcertante. Se preguntaba que era exactamente lo que veía Heath.
– Me gusta Wolf -dijo mientras se volvía hacia la ventana-. Es un defensor por naturaleza. Sin embargo…
Siguió pasando las páginas de su amado libro. Uno tenía que estar en guardia contra los "sin embargos" de Heath y sus miradas inescrutables. No indago. Por otra parte, él siempre parecía saber lo que una persona estaba más desesperada en ocultar. Él entendía la naturaleza humana. Debería haber sido un espía excelente.
Ella levantó la vista. -¿Estabas diciendo?
– Te dije que me gustaba Wolf, -respondió después de un profundo silencio-. Es un hombre valiente. Sin embargo…
Emma siguió examinando las páginas de su manual por las arrugas. -¿Sin embargo?
– Bueno, él ha vivido una vida muy dura, batallas que algunos consideran brutales.
– ¿Lo ha hecho? -murmuró.
Él arqueó las cejas. -Lo que quise decir es que frecuentemente, cuando un hombre se ve obligado a defender su vida, y la vida de otros, sacrifica una parte de su alma.
Cerró el libro y lo miró. -¿Tú hiciste lo mismo, Heath?
Parecía tan sorprendido que casi se rió.
– Una vez.
– ¿Y ahora? -preguntó ella con suavidad, sintiéndose culpable por provocarlo cuando sabía que él había intervenido sólo por su profunda preocupación por ella.
– Tengo suficiente con mi esposa y mi familia que no siento la ausencia -respondió.
– Querido Heath -dijo con una sonrisa triste-, ¿Qué habríamos hecho sin ti?
Suspiró. -¿Hay algo que desearías confiarme? Yo nunca traicionaría tu confianza.
– Sólo hay una cosa -respondió ella, con la mirada abatida.
– ¿Sí?
– Quiero que sepas que reconozco los sacrificios que has realizado, no importa lo que sientas que has perdido durante la guerra, lo has ganado de nuevo en sabiduría y bondad.
– ¿Eso es todo? -preguntó con patente decepción.
Miró de nuevo, sus ojos azules juguetones. -La Inquisición Boscastle ha terminado. Nosotros ya no somos niños, y tengo edad suficiente para elegir mi propio camino.
– Esa no es la respuesta que yo esperaba oír. -Sonrió sin poder hacer nada-. De hecho, no es una respuesta después de todo, mujer inteligente.
Sé feliz, Emma.
Aquellas habían sido las últimas palabras de su difunto esposo, su bendición.
Pero él no le había dicho cómo.
Sé feliz.
Y entonces él había fallecido, dejándola desolada pero no sola, porque tan pronto el ataúd había bajado dentro de la tierra, sus hermanos se habían abalanzado sobre ella para convencerla de que debía abandonar la academia de sus jóvenes damas en Escocia y mudarse a Londres, donde se podrían ver más y protegerla de todos los males del mundo infligidos a las viudas jóvenes y vulnerables, como ella misma.
Como había ocurrido, Emma no lo lamentaba exactamente, ella había sido la única en velar por los Boscastles y advertirles de los peligros constantes que buscaban y de los que salían milagrosamente ilesos, con la trágica excepción de su hermano menor Brandon.
Pero Emma no estaba a punto de quejarse. Cuidar a sus a sus hermanos había llenado el vacío en su vida, y ahora con todos ellos casados, ella podía a su vez seguir sus instintos y volver a nutrir a las señoritas de Londres, que tan desesperadamente necesitan la guía de una dama con experiencia.
Pero de pronto las tornas habían cambiado.
Los granujas estaban pagándole la deuda de igual manera.
Siempre la habían acusado de entrometerse en sus asuntos. Ahora eran ellos los entrometidos.
Fue durante los próximos dos días, sin embargo, que se dio cuenta de cómo los fuertes brazos de su familia habían empezado a apretarse sobre ella como grilletes. Apenas podía tomar una taza de té sin que uno de sus hermanos revoloteara a su alrededor. Uno u otro de los demonios parecían empeñados en acompañarla a todas partes.
¿Desde cuándo Devon había tomado tal interés en merodear en la biblioteca a la hora exacta en que lo hizo? ¿Y cuando sobre la tierra había Heath disfrutado alguna vez de compras de encaje y el regateo sobre el precio de un pañuelo?
Sin embargo, no fue hasta su siguiente encuentro no planificado con el Señor Wolverton en el museo que se percató que una conspiración de buena fe había sido tramada para impedir que estuviera a solas con Adrian.
Ella y Charlotte estaban guiando a las chicas en una lección de historia, cuando Drake apareció por detrás de un sarcófago egipcio y vagó junto a ella hasta una colección de cerámica antigua. ¿Drake y el arte antiguo?
Es evidente que sus malvados hermanos habían decidido que tenían motivos para entrometerse.
– ¿Cómo sabía que estaría aquí? -le susurró a Adrian mientras él la siguió a la galería romana por delante de las chicas.
– Tengo un espía en tu casa que me informa de su paradero.
– No -dijo en voz baja-. Es Harriet, ¿no es cierto? ¿Cómo has podido, Adrian? ¿No les has dicho nada a mis hermanos? -preguntó en voz baja. Ella tragó saliva-. Ellos saben. No hay otra explicación.
Adrian la arrastró a una distancia respetable. -Bueno, ellos no lo oyeron de mí. Preferiría morir antes que traicionarte.
Se dio cuenta de que Harriet se escapó del grupo. De repente, parecía haber perdido el control sobre toda su vida. -Harriet, no coloques tu mano en esa urna. No sabes lo que podría estar ahí.
El aire era frío en el interior del museo. La lluvia había disminuido de manera constante durante todo el día. Sin embargo, con el calor de Adrian, la figura a su espalda envuelta en lana, Emma se sintió casi sobre acalorada. Con una voz apenas audible, le preguntó, -¿Por qué exactamente me estás siguiendo, Adrian?
– Porque quiero, porque yo, oh, diablos, Emma, ¿Podemos caminar solos en la sala por un momento?
Ella miró a su alrededor. -Solamente un momento.
Miró hacia atrás, observando la figura de Drake tan sólo unos metros de distancia. -No es más que entre tú y yo -dijo en voz baja-. No puede ser. He pasado cada hora desde…
Se interrumpió cuando al doblar una esquina juntos descubrieron a su hermano menor Devon sentado en una silla examinando detenidamente una colección de papeles de Estado. -Bueno, no es esto una sorpresa -murmuró Adrian-. Toda la familia está aquí. Ahí está tu hermano.
Emma miró hacia atrás a través de la puerta con consternación. -No puede ser mi hermano. Lo veo de pie justo allí con Charlotte.
– El otro hermano. Devon.
– ¿Devon? ¿En un museo? Ahora lo he visto todo.
Devon bajó la capa de documentos, fingiendo estar asombrado al verlos, y les dio un pequeño saludo amistoso.
– Esto ha ido demasiado lejos. -Emma se detuvo. Las muchachas se apiñaron en la puerta de arco detrás de Adrian-. Voy a poner fin a esto tan pronto como regrese a casa.
Adrian miró a Devon, cuya expresión amistosa se había desalentado ligeramente de repente. -Todo lo que quiero hacer es hablar contigo, Emma. Sin una dotación completa de guardias.
Ella miró hacia atrás de manera significativa a su hermano. -Parece como si tuviera que hacerlo de esta manera por el comité.
Se cruzó de brazos. -A menos que podemos arreglar una reunión privada.
– No podemos -susurró-. Al menos no hasta que dejen de molestarme de esta manera.
Su mirada se oscureció. -Bueno, yo no me rindo. Y quiero que sepas con lo que estás tratando, nunca he fallado en ninguna misión antes. -La miró con su arrogancia masculina que subyacía con una vulnerabilidad muy atractiva-. Y no tengo intención de empezar ahora.
– Ya veremos -murmuró.
Para sorpresa de Adrian, su declaración de guerra amorosa exigiría una estrategia mucho más que la conquista militar directa que había librado en el pasado. Se había ganado su reputación como un luchador duro.
No tenía, sin embargo, el ingenio para una campaña contra los hermanos Boscastle. Tuvo que admirar su ingenio y determinación a la hora de proteger a uno de los suyos.
Su admiración no le impidió su propósito. De hecho, sólo lo hizo más decidido a ganar.
Él no estaba muy seguro de cómo hacerlo.
Eran cuatro hermanos Boscastle contra él. Es evidente que necesitaba un aliado poderoso. Y un plan de acción más audaz.
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