CAPÍTULO 20

Emma había anticipado que el día siguiente desafiaría la suma total de su conocimiento de las relaciones sociales. Sin embargo no había anticipado que Adrian la abandonaría antes del desayuno. Podría haber coronado, dichosa, al diablo.

Se había ido a cabalgar con su hermano para evaluar el estado de la finca. Eso significaba que tenía que sentarse con el duque en el salón de invierno, un lugar de un diseño tan opulento que le hubiese quedado bien a un emperador romano.

El trabajo del cielo raso le atrajo la vista a un fresco de escenas mitológicas desplegadas sobre estuco dorado. Los pies se le hundían en un jardín con peonías y pavos reales aumentados de la alfombra Aubusson. Evaluó el aparador lateral con un suspiro de aprobación. Platos Wedgwood de diseño clásico y teteras de té de plata brillaban bajo la vigilancia de seis lacayos atentos.

Calentadores cuidaban un pavo asado dorado y tres pasteles de carne picada así como bistecs jugosos de carne sabrosa. Suspiró feliz al ver una sopera de gachas de avena bien caliente y humeante, instalada entre las cafeteras altas, la crema fresca y el chocolate.

Cielos, pensó. Había expirado en los brazos de su amado esposo y había despertado para encontrarse en un paraíso de vida elegante.

El duque se levantó de su silla observándola con la intensidad de un águila arriba en su nido. Si esperaba que su nuera se intimidase por su finca o la grandeza de su presencia, se iba a decepcionar.

Pues Emma súbitamente se lanzó a su elemento. El lugar entre las estrellas reservado para ella. En realidad estaría cómoda en cualquier corte real del mundo. Los rituales de la aristocracia le eran tan fáciles como respirar. Cuando su madre murió, ella se había hecho cargo de los detalles de la vida privada de su padre. La joven Emma había respondido las tarjetas de condolencia, recordado los cumpleaños, llamado la atención a sus hermanos en relación a las buenas maneras. Había trabajado duro para merecer la fe puesta en ella por sus padres.

Se agachó en una reverencia perfecta ante al duque.

Él exhaló satisfecho y levantó los brazos para darle la bienvenida. -Gracias a Dios -susurró-. Oh, Gracias, gracias, Dios.

Y Emma que había vivido con cinco hermanos revoltosos, entendió exactamente lo que quiso decir. Adrian no se había casado con una mujer maleducada. A pesar de la fundación cuestionable del romance con su hijo, ella no iba a traer desgracia al nombre de Scarfield.

Se abrazaron como almas perdidas desde hacía mucho, pero sin un exceso de despliegue de emoción. Que el duque hubiese dudado alguna vez que Adrian era su hijo natural, desconcertó a Emma. El parecido entre ellos era asombroso. Ambos tenían la misma cara angulosa, y los huesos largos que les daba la elegancia flexible a cada movimiento.

Pero en Adrian había un calor y espontaneidad traviesa, que Emma dedujo venía de su madre. Tal vez el duque estaba apagado debido a una enfermedad inescrutable. Cuando un hombre delgado y medio calvo se despegó de la pared para asistirlo, el padre de Adrian pareció encogerse, tanto en tamaño como en personalidad.

– Este es mi niñero, Bridgewater -dijo irónico.

Emma se sentó en la silla que un lacayo le presentó. -¿Quiere decir Su secretario y administrador, su gracia?

El duque tosió. -Sí. Vete, Bridgewater. Anda a molestar a mis hijos. Quiero estar a solas con la dama encantadora que mi hijo trajo a casa. -Miró a Emma a los ojos-. Me imagino que vino porque tú lo animaste.

Emma hizo el show de observar el mango de marfil del cuchillo. -Solo sé que volvió a casa. Y que tiene su propia voluntad.

Tal vez el desayuno privado era un test para su valor interior. Cuando los lacayos trajeron un surtido de melocotones, piñas y fresas tempranas del invernadero de la casa, ella y su suegro discutían los asuntos prácticos de la finca con tanta informalidad como si estuviesen discutiendo el tiempo en el campo.

– La madre de Adrian tenía un talento para cuadrar mis cuentas -explicó el duque con nostalgia-. En esa época no aprecié su inteligencia. Pero balanceaba los libros hasta el último centavo.

– Una dama práctica -dijo Emma, aprobando.

Se rió. -Pilló al herrero engañándonos, cuando se le pasó a Bridgewater. Por supuesto que me llamaba la atención cuando no le pagaba a un trabajador, por descuido.

– Y usted, siendo un hombre de…

Emma quedó en medio de la frase mientras la puerta lateral se abría para abrir paso al secretario atento del duque. Bridgewater le dio una sola mirada a su jefe, y se le adelgazaron los labios de preocupación. -Está fatigado, su gracia.

Emma bajó la vista a su plato. Por una parte sentía que Bridgewater actuaba de una forma muy personal. Por otra, tenía que darse cuenta que el duque estaba más pálido y cansado que cuando la había saludado. La preocupación por su bienestar, dejaba de lado todas las otras observaciones. Y se paró decididamente.

– Le he cansado mucho, su gracia.

– Tonterías. Bridgewater es tan molestoso como una vieja.

Bridgewater miró a Emma como para pedirle su apoyo. Ella dijo, -Tengo que admitir que todavía estoy alterada con la experiencia de ayer en el puente.

El duque se levantó. Su mirada acerada le hizo saber que no lo engañaba.

– Mi hijo ha sobrepasado mis expectativas al elegirte como su esposa. No podría haber soñado una dama más apropiada que tú, para que fuese la próxima Duquesa de Scarfield.

Emma fue a su lado. Bridgewater lo ayudaba a ir hacia la puerta. Tal vez era orgullo por parte de ella disfrutar el elogio.

Pero lo hizo.

Solo por un momento.

– Me siento honrada siendo la esposa de tu hijo -dijo con su mano en el brazo-. Lo amo.

Movió la cabeza, perplejo. -Cómo hizo para persuadirte que te casaras con él. Ah, bueno. Heredó los encantos de su madre y pronto heredará mi finca. Es un alivio para mí saber que lo aconsejarás cuando me vaya.

Caminaron del brazo, con Bridgewater atrás. -¿Y donde planea irse, su señoría? -preguntó ligeramente.

– Lo más probable a Hades.

– No es verdad -dijo Bridgewater-. Su gracia se va arriba a descansar.

– No, no voy -dijo el duque irritado-. Voy a jugar a las cartas con Hermia y Odham. Ambos tenemos una pasión por esa mujer.

– No deje que tus pasiones saquen lo mejor de usted, su gracia -Bridgewater dijo con gentileza.

– Tonterías, viejo entrometido.

Emma se mordió el labio mientras ambos, obviamente olvidados de ella, reñían de allá para acá. Estaba segura que el duque no hubiese permitido tal familiaridad si no confiara en Bridgewater como uno confiaba en un primo o amigo cercano.

Cuando los tres llegaron al pasillo oscuro abovedado, notó que en realidad el duque estaba luchando por respirar. Se acordó en su propio padre, y como lo había creído invulnerable antes de su muerte.

– Volvió justo a tiempo, ¿verdad? -una voz suave le preguntó. Florence, la hermana de Adrian subía la escalera atrás de Emma-. Creo que ahora todos estaremos en paz.


Adrian no volvió de su paseo a caballo con Cedric hasta el atardecer. Con el pelo desordenado por el viento, manejando con elegancia a su caballo, galopó por el parque hacia donde Emma y Florence caminaban. Ambas mujeres se pararon y volvieron la cabeza para verlo desmontar y correr hacia ellas. Era tan grandioso como la finca que heredaría. Antes que pudiese saludarlo de una manera a la moda, la tomó en sus brazos y le dio vuelta en el aire. -Te echaba de menos.

Florence tosió suavemente. -¿Fueron seis horas?

– Nueve -respondió, dejando a Emma en sus pies-. Y ambas se sentirán aliviadas al saber que ya no hay bandidos en el área.

– ¿Eso es lo que has estado haciendo? ¿Persiguiendo bandidos? -Emma preguntó afligida-. Realmente amas el peligro, ¿verdad?

Él se rió. -Te amo a ti.

Su cara se encendió. Si hubiesen estado solos, le hubiese sido difícil mantener las manos alejadas de su marido. Se veía irresistiblemente guapo con su camisa blanca de muselina ondeando al viento, pantalones de montar ajustados de cuero, y… -Tienes barro en las botas.

– Así es.

– Tenemos una cena formal esta noche con la familia -dijo ella mordiéndose el labio inferior.

Sus ojos bailaban con travesura. -¿Estás sugiriendo que no estoy decente para cenar?

Indecente. Eso es lo que eres. Y está bien conmigo.

Ella miró lejos. -Un baño no estaría mal.

– Oh, qué bueno. -Puso su mano con un guante negro, sobre la de ella-. Tomaremos uno juntos. Mi padre hizo construir un gran baño romano.

– Adrian -susurró-, tu hermana.

Le hizo un guiño a Florence. -Ella se puede bañar más tarde.

– No has cambiado nada -Florence exclamó con una gran sonrisa encantada.

Un mozo de la cuadra corrió a recibir el caballo sudoroso de Adrian. Cedric los pasó al trote camino al establo, saludando con un leve movimiento de cabeza a las damas. Un lacayo recibió a Adrian en el pórtico con una reverencia exagerada.

– ¿Le preparo el baño, milord? -preguntó con una voz joven inestable.

Adrian miró sus botas embarradas con una sonrisa de qué-le-importa-al diablo. -¿Estáis todos vosotros en el complot de mi esposa para hacerme un caballero presentable?

El lacayo dio una gran sonrisa. -Mientras estaba afuera, le llegó un mensaje, milord.

– ¿Para mí? -preguntó Adrian sorprendido-. ¿Qué hice ahora?

– ¿Qué no has hecho? -susurró Emma, disimuladamente empujándolo con la barbilla.

– No sé -dijo en voz baja-. Si he dejado pasar algo, háganmelo saber. Mi esposa siempre está deseosa de mejorar mi educación.

Ella tosió delicadamente. -En privado, milord.

Suspiró. -¿Qué era este mensaje?

– Lady Serene dice que estará encantada de venir a la cena de esta noche.

Adrian miró con inquietud a Emma. -Te juro que no tuve nada que ver con esto. ¿Quieres que le diga que no podremos recibirla esta noche?

– No -Emma respondió con firmeza-. Si es una antigua amiga, sería imperdonable hacerle un desaire.

Adrian la miró dudoso. -No estoy seguro si te expliqué la naturaleza de mi relación con ella. Pero nunca estuvo entre las mejores amigas.

No importa, Emma estaba decidida a comportarse decentemente con la ex novia de su marido. Como esposa de Adrian, una mujer de origen noble, sería compasiva, como buena ganadora que era. También, de la manera más educada posible, dejaría bien en claro que Adrian estaba tomado de por vida.

Al menos eso fue lo que se repitió horas después al encontrarse con Hermia, fuera de su pieza, camino a la cena.

Hermia se había vestido totalmente de gala nocturna, con un turbante de crepé ornamentado con un grupo de plumas de pavo real, y un vestido dorado con capas de encaje color crema. Sobre uno de sus robustos hombros, colgaba un chal de gasa muy delicado. -¿Cómo me veo? -preguntó-. Y se sincera.

– Todos los ojos de la mesa estarán sobre usted -contestó Emma.

– Mmm. Acabo de oír de la ama de llaves que Serena es, en realidad, una belleza extraordinaria. Por supuesto que no lo creo, pues las amas de llave raramente dicen la verdad.

Emma hizo una pausa. Como siempre estaba vestida discretamente con un vestido de mangas largas de raso con un borde de seda floreado. -Belleza extraordinaria o no, sería un insulto de nuestra parte llegar tarde a conocerla.

Hermia disminuyó el paso mientras se acercaban al comedor. -Ella ha esperado casi una década.

– Lo sé -murmuró Emma.

– Tal vez porque nadie más la quería -agregó Hermia más por defender a Emma que por crueldad.

Emma suprimió una sonrisa. -En realidad eres una dama de corazón fuerte, Hermia.

– Una mujer de cierta edad adquiere un entendimiento de las acciones humanas -explicó Hermia con una sonrisa indiferente-. E incluso iré más lejos, y predigo que Serena tiene una naturaleza maliciosa.

Emma se rió incrédula. Las predicciones de Hermia eran tan fidedignas como una niña gitana en una feria. -Oh, ¿verdad?

– Aquellos de nosotros con belleza obvia, debemos esforzarnos para desarrollar fuerza de carácter.

– ¿Oí que me nombraban? -preguntó Odham atrás de ellas, ofreciendo un brazo a cada dama-. Esfuerzo de…

– Superficial -continuó Hermia-. Insípido. Y muy probable, egoísta.

Odham parpadeó. -Bien, evidentemente, no era yo de quién estabais discutiendo.

Adrian salió del estudio de su padre, sombrío, delgado y atractivo con su traje de noche negro. -¿Están listos para ir a cenar? Tengo mucha hambre.

Emma examinó a su esposo con placer evidente. -¿No estamos esperando a nuestra invitada?

Le rozó la mejilla con un beso. -¿Serena? Creo que mandó a avisar que llegará tarde.

– Te lo dije. -Hermia movió la cabeza con el turbante, satisfecha-. Ese es un signo de menosprecio.


La cena de sopa de cola de buey, faisán asado, y pierna de carnero, una vez más fue servida a la perfección sobre un mantel blanco impecable. Emma pudiese haber comido pedacitos de tiza con todo lo que disfrutó de los platos meticulosamente preparados. Se dio cuenta que era demasiado mezquino de ella, permitir que las predicciones de Hermia la perturbaran.

Lady Serena se atrasó casi una hora.

Y cuando finalmente llegó, todos en el comedor, incluyendo los seis lacayos atentos, miraron con expectación a la puerta.

– Una entrada dramática -Hermia murmuró con suficiencia-. Planeada hasta el último minuto.

Una entrada dramática. Logró eso y más, cuando entró. Era alta y majestuosa, comparada con Emma que era pequeña, una morena de ojos oscuros que sabía que era hermosa. Cautivó la atención de todos en el salón.

– ¡Gollumpus! -ella chilló con deleite mientras Adrian se levantaba educadamente para reconocerla.

Y entonces, afortunadamente antes que Emma fuese provocada a decir algo desagradable, como “Qué bueno que pudiste venir para los postres,” Serena más bien galopó a través de la pieza y le dio un puñetazo en la espalda a Adrian con tal fuerza, que hubiese mandado a un hombre normal bajo la mesa.

Él tosió y levantó las cejas. -Supongo que me lo merezco.

– Y como diez más -dijo con júbilo, antes de mirar alrededor de la mesa-. Siento mucho llegar tarde. Lady Hellfire necesitaba que la abrigaran bien, y entonces el cura tuvo que cambiarse la camisa. -Se quedó mirando más allá de Adrian, a Emma, sorprendida-. No me digas que esa es tu esposa.

Adrian rió. -No lo haré. Pero es ella.

Hermia casi dejó caer su copa de vino.

Emma consiguió dejar su vaso al lado de su plato. ¿Dónde aparecía esta especie de cosa en su manual de etiqueta? -Sí, soy su esposa, y encantada de…

– Bueno, vuélame con una pluma -dijo Serena con una risotada-. Puedo ver directamente que es demasiado buena para ti. Una cosa, es delicada como una gota de rocío, y tiene buenas maneras. ¿La cogiste cautiva en uno de tus harenes?

Él cruzó los brazos en el pecho. -¿Cómo adivinaste? También traje unos cuantos piratas para que jueguen contigo.

Serena le dio un empujón en el brazo. -No necesito un pirata. Tengo el vicario ahora.

– ¿Quién es el vicario? -preguntó con una sonrisa sarcástica-. ¿Otro caballito?

– Es mi novio -contestó-. De hecho, si a tu esposa no le importa que le roben la fiesta, los dos pensamos que deberíamos anunciar nuestro compromiso aquí esta noche. Y hacer planes de caridad con la asamblea reunida para recolectar fondos para la escuela del pueblo. -E hizo una reverencia atrasada en dirección a Emma-. Dejando las bromas a un lado, Lady Wolverton, te doy la bienvenida en nombre de la parroquia. Espero que seamos amigas y trabajemos para el bien de Scarfield.

Los ojos de Emma se le humedecieron con una respuesta emocional lacrimosa aunque inapropiada. Ser amada por un hombre de buen corazón, ser útil con los desalentados, era todo lo que ella podía pedirle a la vida. Y no tenía ninguna rival por el afecto de Adrian.

Todavía podía cumplir su obligación con la academia, y el traslado al campo, los beneficiaría a todos. Ella nunca dejaría de preocuparse de su infame familia Boscastle en Londres.

Y siguió una alegre velada de mordisquear compota de peras con queso blanco, y vinos Mosela y Burdeos, bebidos en el espíritu de celebración. El vicario llegó poco después que Serena y se disculpó con Lady Hellfire que lo había retrasado. Odham expresó su profunda preocupación por la salud de la dama, hasta que Hermia le dio un codazo suave, y le explicó que Lady Hellfire era un caballo, no una persona.

Y aunque el duque se sintió cansado mucho antes que el resto de sus invitados, parecía contento cuando se excusó para retirase.

Emma fue con él hasta la escalera.

– No merezco esta alegría, lo sé -dijo sonriéndole.

– Si los regalos que nos dan nos llegaran solo por nuestro mérito, creo que todos seríamos mendigos, su gracia.


– Fraude -Emma dijo en el momento que quedó sola con Adrian en el dormitorio.

– Perdón.

– Tus maneras en la mesa son impecables.

– ¿Te estás quejando? -preguntó con asombro fingido.

– No de tus maneras, solo de tu naturaleza retorcida. Me suplicaste que te instruyera. Y eras la elegancia personificada desde el aguamanil al pudin de avellanas.

Se desató la corbata sonriéndole. -¿Qué tal si te dijera que solo estaba observando lo que hacías?

– No te creería. Entre paréntesis, Adrian, Serena es una de las mujeres más bellas que he conocido.

Hizo una mueca. -Y una de las más bulliciosas. Te dije que no quería casarse conmigo. Me conoce demasiado bien.

– O no lo suficiente.

Le desabrochó el vestido con la mano libre. En segundos el vestido de raso color rosa tostado, calló a sus pies. La ropa interior lo siguió.

– A propósito, Emma, eres la mujer más hermosa que he visto. -Le besó la curva vulnerable entre el cuello y la clavícula-. ¿Te aclaré bien ese punto?


Adrian despertó antes del amanecer y fue al promontorio que dominaba la finca. Años atrás había escapado aquí durante las diatribas de su padre. Pretendiendo ser un conquistador al mando de un ejército invencible, conspiraba que asaltaba la casa y derrocaba al duque. Estúpidamente, había esperado liberar no solamente a sí mismo, sino también al fantasma de su madre.

Un viento poderoso se levantó del sur-este, luchando contra su postura. Él peleó más duro. Siempre lo había hecho. Y ahora, ahora quería paz. Todavía podía marcharse. Emma haría ruido e insistiría que cumpliera con su deber, pero al final apoyaría su decisión.

Había jurado que no se quedaría. Había jurado que no le importaría lo que pensaran de él. Había vuelto en parte para probarle a su padre que había sobrevivido sin el beneficio de la familia o su origen aristocrático.

Pero súbitamente se preguntó si Emma habría tenido razón todo el tiempo. Era hijo de un duque, heredero no solo de la riqueza y posición de su padre, sino también de sus obligaciones.

Ya no era más un niño jugando a ser un conquistador. Se quedó mirando fijo a través de la finca, al lago envuelto en neblina, al ganado pastando en los cerros, y más allá el pueblo. La mansión de piedras doradas dominaba las tierras como siempre lo había hecho. Pero también mostraba signos de envejecimiento y descuido.

Hogar.

No era hogar.

Hogar era el ángel guerrero subiendo el cerro a encontrarlo, agitando su chaqueta en las manos y gritándole que agarraría la muerte parado ahí en mangas de camisa, ¿y no sentía el viento?

Tomó la chaqueta y la usó para arroparla. Todavía ella estaba haciendo ruido por algo, cuando la tomó en sus brazos y la atrajo.

Scarfield necesitaba un guardián. El guardián necesitaba a Emma Boscastle.

– ¿Pasa algo malo? -le preguntó apoyando la barbilla en la cabeza de ella.

Se escurrió de sus brazos. -Lo diré. Acabo de recibir una carta de Londres.

– ¿De?

– Charlotte y Heath. Me aseguran que no es ‘Nada de qué preocuparse’.

– Que por supuesto significa…

– Que hay algo para preocuparse.

La guió bajando el cerro, protegiéndola contra el viento. -No sé por qué asumes eso.

– Bueno, Adrian, la señorita Peppertree ha amenazado con renunciar.

– ¿Pero no lo ha hecho?

– ¿Quién sabe? He sido advertida a no creer nada que lea en los diarios acerca de la academia y de la casa de Audrey Watson.

– ¿Quién es Audrey Watson? -le preguntó con curiosidad-. Creo haber escuchado ese nombre antes.

– Bien, créeme que es un punto a tu favor que no estés familiarizado con su establecimiento. Oh, Adrian, es una Escuela de Venus.

Él explotó en una risa incontrolada.

– Escúchenlo -dijo con voz despreciativa-. Ni siquiera es todo.

Se puso serio. -¿Hay más?

– Sí, y es muy inquietante. Charlotte ha expresado el deseo de ser escritora.

– Eso suena bastante inofensivo. -Esperó un momento-. ¿Verdad?

– No cuando quiere hacer una crónica de la historia social de la familia Boscastle -dijo Emma como si estuviese supuesto que le leyera la mente. Y la carta de Charlotte.

Silbó, y entonces dijo, con prudencia, o eso pensó. -No sé qué pensar.

– Te lo diré -dijo Emma ruborizándose-. Hay ciertas historias sociales que debiesen permanecer secretas. No habrá un solo capítulo, ninguna página, párrafo, que no detalle algún escándalo.

Miró cauteloso el cielo y después a ella. Sus delicadas orejas y nariz sonrosadas por el viento. Se le habían escapado unos mechones rubios. Se veía un poco salvaje. Cómo la amaba. Que contento estaba de haber acabado con una vida de peleas y fiebres y vagabundeos. Su futuro sería criar una familia, quizá caballos, y cada invierno se hartaría con budín de navidad, con una mujer que lo hacía usar una chaqueta para mantenerlo abrigado.

– Vamos a darle un vistazo a la cabaña -le dijo en un impulso tomándole la mano-. Cedric mencionó que necesita reparaciones urgentemente y está siendo usada como granero.

Arrugó la nariz. -¿Un granero? Oh, no.

– Va a llover, Emma -insistió él-. ¿No lo sientes en el aire?

– No -dijo levantando la frente-. Tampoco veo una sola nube en el cielo.

– Porque eres demasiado pequeña y no puedes percibir lo que veo desde mi altura.

Se rió indignada. -Indulgente, ¿verdad, su futura gracia?

Indulgente y un Lord de la tentación.

Unos minutos después estaban en la cabaña que dominaba el lago. Mientras llevaba la cuenta de los cerrojos y vigas que había que cambiar, él llegó por atrás y suavemente la arrojó a una cama de paja. No era una lucha justa. La mujer tenía la mitad de su tamaño y sus motivos eran indiscutiblemente impuros.

– ¿Qué estás haciendo? -dijo consternada-. No puedo volver a la casa con heno en el pelo.

– Soy el Señor de la mansión -dijo con una voz brusca-, y debes hacer lo que yo diga.

– ¿Y si no quiero? -respondió sin aliento, extendida bajo su sombra.

Frunció el ceño. -Entonces tendré que azotar tus suaves nalgas blancas.

– Como si te fuese a dejar -dijo riendo.

La dejó inmóvil bajo él. -Como si pudieses detenerme.

Se acostó y la besó, su mano se deslizó bajo la falda. -¿Eres una sirviente obediente o desobediente? Hay una enorme diferencia.

– Eso depende a quién tengo que desobedecer.

– Obedéceme.

Ella enlazó los brazos alrededor de su cuello, sonriendo maliciosamente. -Solo si prometes no decirle esto al amo.

Agarró una nalga tentadora. -Será nuestro secreto, amorcito. Pero tampoco se lo puedes decir a tu esposo. -Cerró los ojos tragándose un gemido-. Dios mío, Emma.

Se quedó muy quieta, susurrando. -No es mi esposo de quién tenemos que preocuparnos, Adrian. Hay un hombre parado en la entrada. Nos han pillado.

– Un… ¿quién es?

– No sé. ¿Importa? No nos pueden encontrar tirados en un granero.

Se separaron. Adrian se insultaba a sí mismo, Emma se veía avergonzada mientras el intruso iba hacia ellos con una herramienta en las manos.

– Perdón -dijo el recién llegado de más edad, con voz irónica-. Soy Robin Turner, el cuidador de la cabaña. ¿Los puedo ayudar en algo?

Adrian levantó a Emma. -De hecho esta es mi esposa y…

– ¿El nuevo ayudante? -el cuidador de pelo cano adivinó. Los ojos se le ablandaron-. Bien, es una manera infernal de empezar el servicio, pero me imagino que no pasará nada si estás presentable cuando te reúnas con el duque. Su heredero llegó y todos debemos portarnos lo mejor posible.

– Tienes el alma generosa, señor. -Adrian se paró frente a Emma para taparla y se pudiese enderezar la falda y remover la paja que se le había pegado-. Trataré de devolverte el favor.

El cuidador le dio la mano. -Continúen ambos. Solo dedícate al trabajo para el que te contrataron. No soy tan anciano que no recuerde, oh, diablos, váyanse de aquí. No le diré nada de esto al amo.

Y no lo hizo.

Ni siquiera cuando, dos horas más tarde, se reunieron con el duque a discutir las reparaciones necesarias en les edificios externos de la finca, y fueron presentados como Lord y Lady Wolverton.

Adrian pensó que con su nuevo aliado Turner, hicieron un trabajo convincente al pretender no conocerse entre ellos, a pesar que Emma le hizo un guiño descarado sobre el hombro cuando el cuidador se volvió mientras iba saliendo al pasillo. A Adrian se le abrió la boca. Turner casi chocó con la pared.

El duque se rio intrigado. -¿Me perdí algo?

– Emma y yo hicimos una inspección de la cabaña más temprano -dijo Adrian evasivo, con la vista puesta en su esposa-. ¿No era eso lo que querías que hiciésemos?

– ¿Sabéis lo que deseo antes de morir? -preguntó el duque con un resplandor astuto en los ojos-. Ven conmigo un minuto. Compartiré mi última petición contigo, Adrian.


Más tarde, esa misma noche, Adrian yacía preocupado en cama con su esposa, ella se daba vueltas una y otra vez, hasta que finalmente la miró y preguntó, -¿Tienes algo en la mente?

Salió a la superficie de la cama Reina Anna y preguntó, -¿Y tú?

Se metió bajo las cobijas y se acomodaron, la mano de él en su cadera. Disfrutaba durmiendo así, protegiéndola con su cuerpo. -Explica.

– El deseo de tu padre antes de morir. ¿Es algo a lo que estás sujeto por honor a no decirlo?

– En realidad, no.

Puso su barbilla en la mejilla de ella. Su cuerpo lo tentaba. Su espalda se arqueaba bajo su mano, su piel suave como la crema. Ella esperó. Él también. Una sonrisa que no pudo suprimir, salió a la superficie con la pregunta de ella.

Parecía que había peleado por este momento desde que se había escapado de Scarfield.

Era más fuerte ahora. Su única necesidad, su única debilidad, la mujer que tenía en sus brazos.

Y finalmente esa mujer lo atrajo y exigió. -¿Te vas a quedar toda la noche sonriéndome, o me vas a responder?

– Quiere que le demos un nieto antes de morir. Es bastante testarudo para conseguir lo que pide.

– Ya veo -dijo Emma pensativa-. ¿Y qué le dijiste?

Se limpió la garganta. -Le aseguré que estábamos poniendo todo de nuestra parte para cumplir con ese deber ducal.

– No -respondió Emma con la voz llena de risa.

– Sí, pero no le di detalles.

Ella le pasó le pasó las manos por los flancos delgados. -Un duque siempre cumple sus promesas.

Le capturó la boca con la suya. -Solo soy el hijo de un duque. ¿Sugieres alguna forma interina de etiqueta para satisfacer la situación?

Ella cerró las manos alrededor de su gruesa virilidad, subiéndose encima de él que yacía de espaldas en la cama, mirándola fijo, con la respiración súbitamente irregular.

– Práctica -dijo con una sonrisa burlona-. Horas y horas. No, días y noches de práctica acuciosa.

Puso sus manos en los muslos de ella, su virilidad hinchándose en sus dedos de huesos finos. Con un suave gemido de placer, ella se balanceó en las rodillas y guió el pene distendido en su apertura húmeda.

Bajó lentamente, hundiéndose hasta el fondo. -Mi esposa acuciosa -murmuró elevando las caderas, de modo que ella dio un grito ahogado y se hubiese ido hacia atrás si no la hubiese afirmado de las nalgas para equilibrarla.

Ella gimió del placer que aumentaba lentamente. -Adrian.

– Tendrás que perdonarme -dijo moviendo las caderas cada vez más-, pero en realidad no hay una forma educada para hacer esto.

Así el duque y la duquesa de Scarfield se aplicaron para llevar a cabo la obligación ducal más importante. Según la estimación maliciosa de Adrian, la satisfacción no podría cansarlos demasiado. Y como su esposa había dicho, en los detalles estaba todo, y había que practicar para hacer un trabajo decente.

El pequeño heredero del duque iba a necesitar hermanos y hermanas para que lo acompañasen. Después de todo, Emma gozaba cuidando a los demás. Había crecido con seis hermanos. Aunque Adrian los había engañado para ganarla, y esto podría haberse vuelto contra él fácilmente, estaba agradecido que sus demonios guardianes habían mantenido alejados a los depredadores hasta que él la había descubierto. O ella lo había descubierto.

Inclinándose hacia adelante, con los pezones sonrosados rozándole el pecho, le tomó la boca con un beso dulce y sensual. Él impactó más aun su cuerpo. Ella se elevaba con cada embestida y lo cabalgó hasta exhalar una agonía de placer.

– Si esto es deber -cerró los ojos gimiendo mientras las nalgas de ellas le azotaban las ingles. Una humedad perlada se filtrada y le humedecía el escroto-, puedo morir realizándolo.

Ella enderezó la espalda, con su cuerpo ondulándose, tan hermosa y desinhibida que él no pudo contener su clímax por otro instante. -Te amo -dijo ella-. Y amaré a nuestros hijos.

– Te amo, Emma -susurró mientras cerraba las manos en sus nalgas y la inundaba con su semilla. Un hijo. Una hija. Deber o deseo. No le importaba mientras tuviese a su dictadora delicada para que los mantuviera a todos en línea.

Después de un minuto o más, se apartaron. Desenredando miembros y ropa de cama, se besaron una o dos veces antes de instalarse otra vez en la cama.

– Al final -susurró, envuelta apretadamente en sus brazos-, todo termina en la familia. Y por cierto te has casado con una de las más…

– ¿… leales y amantes familias de Londres? -terminó por ella.

Sonrió. -En realidad iba a decir infame.

La miró con ojos desbordados de amor. -En ese caso diría que hay pocas razones para esperar decoro en la próxima generación.

– Creo que nos arreglaremos -dijo sonriendo contenta.

Él se rió. -Puedo manejar cualquier cosa mientras te tenga a ti.

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