– ¿Dónde coño te has metido? -Dean llevaba un Stetson y unas gafas de sol de alta tecnología con los cristales amarillos y la montura metálica. Varias horas antes, él había sido su amante, pero ahora se había convertido en un obstáculo en su camino. Desde el principio, le había entregado pequeños retazos de sí misma, pero la noche anterior le había entregado una parte importante, y ahora tenía intención de recuperarla.
Dean cerró la puerta de la camioneta con un portazo.
– Si querías montar en bicicleta esta mañana, deberías haberme despertado. Pensaba salir a dar una vuelta de todas maneras.
– ¿Esta camioneta es tuya?
– No puedes tener una granja sin tener una camioneta. -La gente comenzó a asomar la cabeza por los escaparates de las tiendas. La agarró del brazo y la apoyó contra el lateral de la camioneta-. ¿Qué estás haciendo aquí, Blue? Ni siquiera me has dejado una nota. Estaba preocupado.
Ella se puso de puntillas y le plantó un beso rápido en esa mandíbula beligerante.
– Tenía que venir al pueblo para mi nuevo trabajo, y no tenía ningún medio de transporte, así que tomé prestada la bici. Te la devolveré.
Él se arrancó las gafas de sol.
– ¿Qué nuevo trabajo? -Entrecerró los ojos-. No me lo digas.
Ella señaló con el vaso de café al deportivo Corvette descapotable de la acera de enfrente.
– No es un mal trato. Tiene un coche genial.
– No vas a pintar el perro de esa vieja.
– No tengo dinero suficiente ni para cubrir una de tus propinas en el MacDonald.
– Nunca he conocido a nadie tan obsesionado con el dinero como tú. -Se volvió a poner las gafas de sol-. Admítelo, Blue. Le das demasiada importancia al dinero.
– Bueno, vale, en cuanto me convierta en una deportista millonaria dejaré de hacerlo.
Él sacó bruscamente la cartera, cogió un fajo de billetes y se los metió en los bolsillos de los vaqueros.
– Tu fortuna acaba de dar un giro inesperado. Ahora, ¿dónde está la bicicleta? Tenemos cosas que hacer.
Ella sacó el dinero. Un montón de billetes de cincuenta. Su mirada resentida se reflejó en las lentes amarillas de Dean.
– ¿Para qué es esto exactamente?
– ¿Cómo que para qué es? Es para ti.
– Eso ya lo tenía claro, pero ¿qué he hecho para merecerlo?
Dean sabía con exactitud a dónde quería ir a parar, pero él era experto en hacer pases de touchdown a contrapié para despistar, así que lanzó uno.
– Te has pasado el fin de semana en Knoxville eligiendo muebles para mí.
– Acompañé a April a elegir tu mobiliario. Y me compensaron adecuadamente con grandes raciones de comida, un hotel de primera y un masaje. A propósito, gracias. Fue genial.
– Ahora eres mi cocinera.
– ¿Cocinera? Si sólo te has comido tres tortitas y algunas sobras.
– ¡Me has pintado la cocina!
– Pinté parte de la cocina y el techo del comedor.
– Ahí lo tienes.
– Y tú a cambio me has dado, comida, casa y transporte durante una semana -dijo ella-. Eso nos deja a la par.
– ¿Llevas la cuenta? ¿Y que hay del mural que vas a pintar en el comedor? Murales. Quiero cuatro, uno en cada pared. Voy a hacer que Heath redacte hoy un jodido contrato.
Ella le metió los billetes en el bolsillo.
– Deja de intentar manipularme. No te importan nada esos murales. Eso fue idea de April.
– Sí que me importan. Me gustó la idea desde el principio, y me gusta cada vez más. Y es la solución perfecta. Pero por alguna razón, te da miedo pintarlos. Explícamelo. Explícame por qué te asusta tanto la idea de pintar unos murales para un hombre con el que estás en deuda.
– Porque no quiero hacerlo.
– Te estoy ofreciendo un trabajo digno. Tiene que ser mejor que trabajar para ese viejo murciélago loco.
– Ahórrate la saliva, ¿vale? Hasta ahora, el único servicio de verdad que te he proporcionado ocurrió anoche, e incluso un asno estúpido como tú tiene que darse cuenta de que no puedo aceptar tu dinero después de eso.
Él tuvo la desfachatez de burlarse.
– ¿Estábamos en la misma cama? Porque tal y como yo lo recuerdo, yo fui el único que proporcionó un jodido servicio. ¿Quieres reducirlo todo a dinero? Maravilloso. Entonces deberías pagarme. De hecho, te voy a enviar la factura. ¡Mil dólares! Eso es. Me debes un montón de pasta por los servicios prestados.
– ¿Mil dólares? Sí, ya. Cuando he tenido que fantasear con mis antiguos novios para poder excitarme.
No fue el golpe contundente que ella había esperado dar porque él se rió. No era una risa pesarosa, que le habría levantado el ánimo, sino una risa absolutamente divertida.
– ¡Chica!
Blue se sobresaltó cuando Nita escogió ese momento para salir de la Peluquería-Spa de Barb con las garras recién pintadas en color carmín aferradas al bastón.
– ¡Chica! Ven a ayudarme a cruzar la calle.
Dean le dirigió a Nita una sonrisa odiosamente alegre.
– Buenos días, señora Garrison.
– Buenos días, Señor Farsante.
– No soy farsante, señora. Soy Dean.
– No lo creo. -Le pasó el bolso a Blue-. Chica, llévame esto, es muy pesado. Y mira mis uñas. Será mejor que no hayas malgastado la gasolina mientras estaba ahí dentro.
Dean enganchó el pulgar en el bolsillo de los vaqueros.
– Me siento mucho mejor ahora que veo lo bien que os lleváis las dos.
Blue agarró a Nita por el codo y la ayudó a cruzar.
– Su coche está aquí.
– Ya lo veo.
– Pasaré por su casa para recoger la bicicleta cuando vuelva a la granja -gritó Dean-. Que tengan un buen día.
Blue fingió no escucharlo.
– Llévame a casa -dijo Nita mientras se volvía a sentar en el asiento del acompañante.
– ¿Y el banco?
– Estoy cansada. Te haré un cheque.
«Sólo serán tres días», se dijo Blue a sí misma, mientras echaba un último vistazo a la camioneta.
Dean había apoyado un pie en la boca de incendio y una de las bellezas locales se le había colgado del brazo.
Cuando regresaron a la casa de Nita, la anciana insistió en que Blue llevara a Tango a dar un paseo para que se fueran conociendo. Como Tango debía tener unos mil años y no estaba por la labor, Blue lo dejó dormitar bajo un seto de hortensias mientras ella se sentaba a su lado fuera de la vista de la casa e intentaba no pensar en el futuro.
Nita la manipuló para que le hiciera el almuerzo, pero primero, Blue tuvo que limpiar la cocina. Mientras secaba la última cacerola, una camioneta plateada aparcó detrás de la casa. Observó cómo Dean salía y recogía la bici que había dejado en la puerta trasera. La tiró sobre la parte posterior de la camioneta y luego se volvió hacia la ventana donde ella permanecía de pie y la saludó con el Stetson.
Jack oyó primero la música y luego vio a April. Era de noche, pasaban de las diez, y ella estaba sentada en el porche delantero de la casita de invitados encorvada sobre una lámpara metálica, pintándose las uñas de los pies. Los años se evaporaron. Con el top negro y los pantalones cortos rosas se parecía tanto a la veinteañera que él recordaba que se olvidó por dónde iba y tropezó con la raíz de un árbol que sobresalía de la cerca de madera.
April levantó la vista. De inmediato volvió a bajarla. Se había pasado de rosca con ella la noche anterior, y a ella no se le había olvidado.
Durante todo el día había sido testigo de su implacable eficiencia mientras dirigía a los pintores que, al fin, habían aparecido, había discutido con el fontanero, había supervisado la descarga de un camión lleno de muebles y lo había evitado con total deliberación. Sólo las miradas que le dirigían los hombres le eran familiares.
Se detuvo al pie de las escaleras de madera y señaló con la cabeza la música estridente. Ella estaba sentada en una vieja silla Adirondack y apoyaba el pie en el asiento.
– ¿Qué estás escuchando? -preguntó Jack.
– Skullhead Julie -April mantuvo la atención fija en los dedos de sus pies.
– ¿Quiénes son?
– Un grupo alternativo de las afueras de Los Ángeles. -El pelo largo cortado en capas le cubrió la cara cuando se estiró para bajar el volumen. La mayoría de las mujeres de su edad se habían cortado el pelo, pero ella no seguía la moda. Cuando todas las demás imitaban a Farrah, April había optado por un corte geométrico que hacía resaltar esos asombrosos ojos azules, y la había convertido en el centro de atención.
– Siempre has sido única en descubrir nuevos talentos -dijo él.
– Ya no lo hago.
– Lo dudo.
Ella sopló para secarse los dedos, otra excusa para no mirarle.
– Si vienes a buscar a Riley, llegas tarde. Se cansó y se quedó dormida en uno de los dormitorios de invitados.
Jack apenas había visto a Riley a lo largo del día. Durante toda la mañana, ella había seguido a April, y por la tarde se había ido con Dean en una bicicleta púrpura que él había sacado de la camioneta nueva. Cuando regresaron, tenía el rostro encendido y sudoroso, pero estaba feliz. Debería haber sido él el que le comprara una bicicleta, pero no se le había ocurrido.
April metió el pincel en el bote de esmalte.
– Me sorprende que hayas tardado tanto. Podría haberle echado alcohol en su vaso de leche, incluso podía haberle llenado la cabeza con historias de tu sórdido pasado.
– Ahora estás siendo presuntuosa. -Apoyó un pie en el escalón inferior-. Anoche me pasé de rosca. He venido a disculparme.
– Adelante.
– Creía que acababa de hacerlo.
– Vuelve a intentarlo.
Él merecía eso y más, pero no pudo contener una sonrisa cuando subió los escalones del porche.
– ¿Quieres que me humille?
– Para empezar no estaría mal.
– Lo haría, pero no sé cómo. Hace años que la gente no hace más que besarme el culo.
– Inténtalo.
– Empezaré por admitir que tú tenías razón -dijo él-. No sé qué hacer con Riley. Lo que me hace sentir estúpido y culpable, y como tampoco sé cómo resolver eso, me desquité contigo.
– Prometedor. Continúa.
– Dame alguna pista.
– Estás muerto de miedo y necesitas mi ayuda esta semana.
– Bueno, eso, también. -A pesar de su aire agresivo, él sabía que la había lastimado. Últimamente parecía lastimar a todo el mundo. Miró hacia el bosque donde las luciérnagas comenzaban a revolotear. La pintura descascarillada le arañó el codo cuando se apoyó contra uno de los pilares del porche-. Daría algo por un cigarrillo.
April bajó el pie del asiento y subió el otro.
– Yo no me muero por fumar. Ni por las drogas, si te digo la verdad. Para mí lo difícil es el alcohol. Me aterra pensar que voy a vivir el resto de mi vida sin una copa de vino o un margarita.
– Pero quizás ahora puedas controlarlo.
– Soy alcohólica -le dijo con una honestidad que lo sorprendió-. No puedo volver a beber nada, ni una gota.
En el interior de la casita de invitados, sonó el móvil de April. Con rapidez, cerró el bote de esmalte y salió disparada para contestar. Cuando la puerta mosquitera se cerró de golpe detrás de ella, él metió las manos en los bolsillos. Había encontrado un par de planos para el porche cubierto. Su padre había sido carpintero, y Jack había crecido entre planos y herramientas, pero no podía recordar la última vez que había sostenido un martillo entre las manos.
Él miró a través de la mosquitera la sala vacía y oyó la voz apagada de April. Al diablo con todo. Entró. Ella estaba de espaldas y pegaba la frente en el brazo que apoyaba contra uno de los muebles de la cocina.
– Sabes cuánto me importas -dijo ella en voz tan baja que Jack apenas entendió las palabras-. Llámame mañana, ¿vale?
Habían pasado demasiadas décadas para volver a sentir la vieja puñalada de los celos, así que centró la atención en el folleto que había sobre la encimera. Cuando lo cogió, ella cerró el móvil y le señaló el folleto.
– Es de un grupo en el que participo de voluntaria.
– ¿Galería de corazones? No lo conozco.
– Son fotógrafos profesionales que se ofrecen voluntarios para hacer retratos asombrosos de niños que esperan ser adoptados. Los exhibimos en galerías locales. Son más personales que las fotografías identificativas que toman los de Servicios Sociales, y muchos de esos niños han encontrado una familia que los adopte por medio de las exposiciones.
– ¿Cuánto tiempo llevas haciéndolo?
– Unos cinco años. -Regresó lentamente hasta el porche-. Comencé llevando la campaña de un fotógrafo que conozco, buscando ropa que reflejara la personalidad de los niños, ayudándolos a sentirse cómodos. Ahora soy yo la que hago las fotos. O por lo menos las hacía hasta que vine aquí. Te sorprendería cuánto me gusta.
Él se metió el folleto en el bolsillo y la siguió hasta el porche. Quería preguntarle por el tío que la había llamado, pero no lo hizo.
– Me sorprende que no te casaras nunca.
April cogió el esmalte de uñas y volvió a sentarse en la silla Adirondack.
– Para cuando maduré, había perdido interés en el matrimonio.
– Me cuesta imaginarte sin un hombre.
– Deja de sonsacarme.
– No estoy sonsacándote nada. Sólo digo que me cuesta conciliar a la April de antes con la de ahora.
– Quieres encasillarme -dijo ella con sequedad.
– Supongo.
– Quieres saber si sigo siendo la chica mala responsable de la caída de tantos hombres buenos demasiado débiles para mantener cerrada la cremallera.
– Algo así…
Ella se sopló el dedo gordo del pie.
– ¿Quién era la morena que vino la semana pasada con tu séquito? ¿Tu ayuda de cámara?
– Una ayudante muy eficiente a la que nunca he visto desnuda. ¿Mantienes ahora una relación seria con alguien?
– Una muy seria conmigo misma.
– Eso está bien.
April siguió pintándose las uñas.
– Háblame sobre Marli y tú. ¿Estuvisteis casados cuánto… cinco minutos?
– Año y medio. La vieja historia de siempre. Yo tenía cuarenta y dos y pensé que ya era hora de sentar cabeza. Ella era joven, bella y dulce… o por lo menos eso creía en ese momento. Me encantaba su voz. Todavía me gusta. El infierno no se desató hasta que estuvimos casados, fue cuando descubrimos lo mucho que nos odiábamos mutuamente. Añadiré que esa mujer no captaba los sarcasmos. Pero no todo fue malo. Tuvimos a Riley.
Después de Marli, Jack había mantenido dos largas relaciones bien aireadas por la prensa. Aunque a él le habían gustado mucho ambas mujeres, siempre faltaba algo, y con un matrimonio fallido a las espaldas, no deseaba volver a cometer el mismo error.
April terminó de pintarse las uñas, cerró el bote de esmalte y extendió esas piernas interminables.
– No te deshagas de Riley, Jack. No la mandes a ningún campamento, ni con la hermana de Marli, y, sobre todo, no la envíes a un internado. Deja que viva contigo.
– No puedo hacerlo. Tengo una gira. ¿Qué se supone que haría con ella? ¿Llevarla de hotel en hotel?
– Ya se te ocurrirá algo.
– Tienes demasiada fe en mí. -Él se quedó mirando fijamente la desvencijada cerca-. ¿Te contó Riley lo que sucedió anoche con Dean?
April levantó la cabeza con rapidez, como una leona olfateando el peligro que acechaba a su cachorro.
– ¿Qué pasó?
Jack se sentó en el escalón superior y le contó lo que había ocurrido con exactitud.
– No estoy tratando de disculparme -dijo al final-, pero Riley estaba gritando y él la perseguía.
April se levantó de la silla.
– Dean jamás le haría daño. No puedo creer que lo atacases. Tienes suerte de que no rompiera ese estúpido cuello tuyo.
Tenía razón. Aunque se mantenía en forma para dar lo mejor de sí en esos conciertos que llevaban su marca personal, no era digno rival para un deportista de élite de treinta y un años.
– Más tarde Dean y yo mantuvimos una pequeña charla, o al menos la mantuve yo. Aireé todos mis pecados con total franqueza. Sobra decir cómo se lo tomó Dean.
– Déjalo en paz, Jack -le dijo ella con aire cansado-. Ya ha tenido suficiente mierda de nosotros dos.
– Sí. -Jack miró la puerta-. No quiero despertar a Riley. ¿Te importa si se queda a dormir aquí esta noche?
– No. -April se dio la vuelta para entrar, y él empezó a bajar las escaleras, pero se detuvo a la mitad.
– ¿No sientes curiosidad? -dijo Jack, dándose la vuelta para mirarla-. ¿No te gustaría saber cómo serían ahora las cosas entre nosotros?
April detuvo la mano en el pomo de la puerta. Por un momento no dijo nada, pero cuando habló, su voz era tan fría como el acero.
– Ni lo más mínimo.
Riley no podía oír lo que hablaban su padre y April, pero las voces la habían despertado. Era una sensación agradable estar en la acogedora cama de la casita de invitados mientras ellos hablaban. Habían tenido a Dean, así que debían haberse querido en algún momento.
Se frotó la pantorrilla con el otro pie. Ese día se lo había pasado tan bien que se había olvidado de estar triste. April le había encargado cosas fáciles, como recoger flores para ponerlas en un jarrón o llevar agua a los pintores. Esa tarde había salido a montar en bicicleta con Dean. Pedalear sobre los caminos de tierra había sido duro, pero él no la había llamado gorda ni nada por el estilo, y le había dicho que tenía que lanzarle el balón por la mañana para poder practicar. Sólo de pensarlo se ponía nerviosa, y alborozada también. Blue se había ido, pero cuando le había preguntado a Dean por ella, él había cambiado de tema. Riley esperaba que Blue y Dean no rompieran. Su madre siempre estaba rompiendo con algún tío.
Oyó que April se acercaba, así que se cubrió con la sábana hasta la barbilla y cerró los ojos por si se decidía a entrar para ver cómo estaba. Riley ya había notado que April hacía ese tipo de cosas.
Durante los días siguientes, Blue se dijo a sí misma que era bueno que Dean se mantuviera alejado porque ella necesitaba todo su ingenio para tratar con Nita. Aun así, lo echaba muchísimo de menos. Quería creer que él también la estaba echando de menos, pero, ¿por qué iba a hacerlo? Ya había conseguido lo que quería.
Una familiar sensación de soledad la invadió. Nita había decidido que también quería salir en el retrato de Tango, pero quería que Blue la pintara como había sido en su juventud, no como era ahora. Eso había implicado rebuscar en un montón de álbums de fotos antiguos, con Nita pasando página tras página y señalando con una uña color carmín los defectos de todos los que se habían fotografiado con ella: un compañero en la escuela de baile, una compañera de piso con pinta de furcia o la larga serie de hombres que la habían agraviado.
– Pero, ¿a usted le gusta alguien? -dijo Blue con frustración la mañana del sábado sentada en un sofá de terciopelo blanco de la sala, rodeada de álbums descartados.
Nita señaló una página con un dedo nudoso.
– Me gustaron en su momento. Pero por aquel entonces era demasiado ingenua con respecto a la naturaleza humana.
A pesar de la frustración de Blue por no poder comenzar el cuadro, sentía cierta fascinación por la vida que Nita había llevado mientras crecía en el Brooklyn de la guerra y durante los años cincuenta y sesenta cuando daba clases de baile de salón. Había tenido un breve matrimonio con un actor de cine que según ella se pasaba la vida borracho, había vendido cosméticos, había trabajado como modelo en ferias de muestras y había sido azafata en algunos restaurantes de lujo de Nueva York.
Al principio de los años setenta, había conocido a Marshall Garrison y se había casado con él. En la foto de boda aparecía vestida de blanco; una voluptuosa rubia de larga melena platino, ojos muy maquillados y labios pintados de carmín que miraba con adoración a un distinguido hombre de mediana edad. Tenía caderas delgadas, piernas interminables y la piel de porcelana, el tipo de mujer que hacía volver la cabeza a los hombres.
– Creía que yo tenía treinta y dos años -dijo Nita-. El tenía cincuenta y me preocupaba lo que pensaría cuando descubriera que en realidad tenía cuarenta. Pero estaba loco por mí, y ni siquiera le importó.
– Señora Garrison, en esa foto parece muy feliz. ¿ Qué sucedió?
– Que vine a Garrison.
Al seguir mirando el álbum, Blue observó que, con el paso del tiempo, la sonrisa complaciente de Nita se había vuelto gradualmente amarga.
– ¿De cuándo es ésta?
– Es la fiesta de Navidad de nuestro segundo año de casados. Cuando ya había perdido la esperanza de gustarle a la gente del pueblo.
Las expresiones resentidas de las mujeres mostraban con exactitud cómo les había sentado que la descarada mujer de Brooklyn con enormes pendientes y faldas demasiado cortas les hubiera birlado al soltero más cotizado del pueblo. En otra página, Blue estudió una foto de Nita en la fiesta de unos vecinos; mostraba una sonrisa tensa en la cara. Blue miró luego una foto de Marshall.
– Su marido era muy guapo.
– Eso pensaba él.
– ¿A usted no le gustaba?
– Creía que era un hombre de carácter cuando me casé con él.
– Lo más probable es que se lo absorbiera mientras le chupaba la sangre.
Nita curvó los labios mostrando los dientes; era su manera favorita de mostrar desaprobación. Blue había oído el chasquido que lo acompañaba más veces de las que podía contar.
– Pásame la lupa -exigió Nita-. Quiero ver si la comadreja de Bertie Johnson aparece en esta foto. Es la mujer más fea que he conocido, pero tuvo el valor de criticar mi manera de vestir. Le dijo a todos los que la querían escuchar que yo era ostentosa. Por supuesto, me vengué de ella.
– ¿Con pistola o con cuchillo?
Nita volvió a chasquear la lengua.
– Cuando su marido perdió el empleo, la contraté para que me limpiara la casa. A la señora Altiva y Poderosa no le gustó nada, sobre todo cuando la hacía limpiar los baños dos veces.
Blue no tuvo problema para imaginar a Nita sometiendo a la desafortunada Bertie Johnson. Era lo que Nita había estado haciendo con ella los últimos cuatro días. Le exigía que le hiciera galletas caseras, le ordenaba limpiar lo que Tango ensuciaba, e incluso le había encargado contratar una nueva mujer de la limpieza; algo imposible porque nadie quería trabajar para ella. Blue cerró el álbum.
– He visto fotos más que de sobra para empezar a trabajar. Tengo los bocetos previos acabados, y si me deja tranquila por un rato esta tarde puede que avance un poco.
Nita no sólo había decidido que quería aparecer en el cuadro, sino que también quería que el retrato fuera de gran formato para poder colgarlo en el vestíbulo. Blue le había informado que necesitaba una tela más grande y que le costaría más caro. De esa manera ganaría suficiente dinero para comenzar de nuevo en otra ciudad si es que alguna vez lograba salir de Garrison, algo que Nita se esmeraba en impedir.
– ¿Cómo vas a pintar algo decente cuando te pasas el día soñando con ese jugador de fútbol americano?
– No sueño con él. -Blue no le había visto el pelo desde el martes, y cuando había ido a la granja para recoger sus cosas, él no estaba.
Nita cogió su bastón.
– Acéptalo, señorita fanfarrona. Tu compromiso se ha terminado. Un hombre así busca algo más en una mujer de lo que tú le puedes dar.
– Algo que usted no deja de recordarme.
Nita la miró con aire satisfecho.
– Sólo tienes que mirarte al espejo.
– ¿Ha pensado alguna vez lo cerca que está de la muerte?
Nita curvó los labios y mostró los dientes.
– Te ha roto el corazón, pero no quieres admitirlo.
– No me ha roto el corazón. Para su información soy yo quien utilizo a los hombres, no ellos a mí.
– Ah, es cierto, se me olvidaba. Eres una auténtica Mata-Hari.
Blue cogió dos de los álbums.
– Me voy a mi habitación para ver si me pongo manos a la obra. No me interrumpa.
– No irás a ningún sitio hasta que me hagas el almuerzo. Quiero un sándwich de queso. Y de Velveeta, no esa porquería que compraste.
– Esa porquería es queso Cheddar.
– No me gusta.
Blue suspiró y se dirigió a la cocina. Mientras abría la nevera, oyó un golpe en la puerta de atrás. El corazón le brincó en el pecho. Se apresuró a abrir y vio que eran April y Riley. A pesar de cuánto se alegraba verlas, no pudo evitar sentir una pizca de desilusión.
– Entrad. Os he echado de menos.
– También nosotras te hemos echado de menos. -April le palmeó la mejilla-. En especial tu comida. Habríamos venido ayer a visitarte, pero me retrasé con cosas de la granja.
Blue abrazó a Riley.
– Estás muy guapa. -Desde que Blue no la veía, hacía cinco días, el cabello largo y sin forma de Riley había sido sustituido por un corte de pelo que le enmarcaba el óvalo de la cara. En lugar de esas ropas tan apretadas y de mal gusto, vestía unos pantalones cortos color beis que le quedaban como un guante, y una camiseta verde que resaltaba el color de sus ojos y su piel aceitunada que ya no estaba pálida.
– ¿Quién anda por ahí? -La anciana se materializó en la puerta de la cocina y le dirigió a April una mirada despectiva-. ¿Y tú quién eres?
Blue frunció el ceño.
– ¿Soy yo la única que oye un caldero hirviendo?
April contuvo una sonrisa.
– Soy el ama de llaves de Dean Robillard.
– Blue aún sueña con tu jefe -dijo Nita con mofa-. No ha venido a verla ni una sola vez, pero Blue no admite que se ha acabado del todo.
– Yo no sueño con él. Yo…
– La pobre vive en un cuento de hadas, creyendo que el Príncipe Azul vendrá a rescatarla de su patética vida. -Nita jugueteó con uno de sus collares y señaló a la niña-. ¿Cuál era tu nombre? Era algo raro.
– Riley.
– Parece el nombre de un niño.
Antes de que Blue pusiera a Nita en su lugar, Riley dijo:
– Quizá. Pero es mejor que Trinity.
– Si tú lo dices. Si hubiera tenido una niña la hubiera llamado Jennifer. -Señaló la puerta con el bastón-. Ven a la sala conmigo. Necesito unos jóvenes ojos que me lean el horóscopo. Cierta persona que yo me sé no se digna a hacerlo. -Fulminó a Blue con la mirada.
– Riley vino a verme a mí -dijo Blue-, y va a quedarse aquí.
– La estás mimando de nuevo. -Miró a Riley con desaprobación-. Ella te trata como a un bebé.
Riley se miró las sandalias.
– No es cierto.
– ¿Bien? -dijo Nita con impaciencia-. ¿Vienes o no?
Riley se mordisqueó el labio.
– Supongo que sí.
– Ni se te ocurra. -Blue pasó el brazo por los hombros de Riley-. Te quedas aquí conmigo.
Para su sorpresa, Riley se retiró poco a poco tras un momento de vacilación.
– Ella no me da miedo.
Nita ensanchó las fosas nasales.
– ¿Por qué debería darte miedo? A mí me gustan los niños.
– De cena -replicó Blue.
Nita le mostró los dientes, luego le dijo a Riley:
– Venga, muévete.
– Quédate donde estás -le dijo Blue a Riley que ya comenzaba a seguir a Nita a la sala-. Eres mi invitada, no la de ella.
– Lo sé, pero supongo que tengo que ir con ella -dijo Riley con tono de resignación.
Blue intercambió una mirada con April, que asintió imperceptiblemente con la cabeza. Blue se plantó una mano en la cadera y señaló a Nita con el dedo.
– Se lo juro, si le dice algo desagradable, le prenderé fuego a su cama después de que se quede dormida. Lo digo en serio. Riley, luego me cuentas todo lo que te ha dicho.
Riley se frotó el brazo con nerviosismo.
– Eh…, vale.
Nita frunció la boca y se dirigió a April.
– ¿La has oído? Eres testigo. Si me pasa algo, llama a la policía. -Miró a Riley-. Espero que no escupas al leer. Es algo que no soporto.
– No, señora.
– Habla más fuerte. Y yergue esos hombros. Tienes que aprender a caminar derecha.
Blue esperaba que Riley mostrara una mirada de derrota, pero la niña aspiró profundamente, enderezó los hombros y la siguió a la sala.
– No des importancia a nada de lo que te diga -gritó Blue-. Es una mujer muy mezquina.
Cuando desaparecieron, Blue clavó la mirada en April.
– ¿Por qué va con ella?
– Está probándose a sí misma. Anoche sacó a Puffy después de anochecer cuando no era necesario, y esta mañana, cuando vio una serpiente en el estanque, se obligó a acercarse para mirarla, aunque estaba blanca como el papel. -Le señaló a Blue una silla-. Es demasiado frustrante. Tuvo valor para escapar de Nashville, algo que me pone los pelos de punta, y se enfrentó a su padre, pero parece que le da miedo todo lo demás.
– Es una gran chica. -Blue se asomó a la sala para asegurarse de que Riley aún seguía con vida, luego sacó la caja de galletas de la alacena y la puso en la mesa de la cocina.
– ¿Cómo puedes vivir con esa mujer? -April cogió una de las galletas que le ofrecía Blue.
– Me adapto a cualquier cosa. -Blue cogió otra galleta y se sentó en una de las sillas doradas de la cocina, enfrente de April-. Riley es una niña asombrosa.
– Sospecho que Dean es la razón de todas esas pruebas de valor que se hace Riley. Le oí sin querer decirle a la niña que tenía que ser fuerte de mente.
El tigre dorado había hecho irrupción en la cocina.
– ¿Al final la ha aceptado como su hermana?
April asintió y le contó a Blue lo que había pasado el martes por la noche, la misma noche que Dean había asaltado su caravana y habían acabado haciendo el amor. Blue había sabido en su momento que él estaba dolido, y ahora entendía la causa. Mordisqueó la galleta y cambió de tema.
– ¿Cómo van las cosas en la granja?
April se estiró como un gato.
– Los pintores ya han acabado, y han comenzado a llegar los muebles. Pero los carpinteros que iban a hacer el porche cubierto aceptaron otro encargo durante el boicot y no pueden volver hasta dentro de dos semanas. Aunque parezca mentira, Jack se ha puesto con él. Comenzó el miércoles.
– ¿Jack?
– Cada vez que necesita que le echen una mano, le ladra a Dean para que le ayude. Hoy trabajaron juntos toda la tarde sin apenas dirigirse la palabra. -Cogió otra galleta y lanzó un suspiro de satisfacción.
– Dios mío, están buenísimas. No sé por qué os peleasteis Dean y tú, pero me encantaría que os reconciliarais para que volvieras y cocinaras. Riley y yo estamos cansadas de sandwiches y cereales.
Ojala las cosas fueran tan sencillas.
– En cuanto acabe este retrato, me voy de Garrison.
April pareció decepcionada, lo que resultaba muy agradable.
– Entonces, ¿se supone que habéis roto oficialmente?
– Nunca hemos estado comprometidos. Dean me recogió hace dos semanas en la carretera de Denver. -Blue le contó todo sobre Monty y el traje de castora.
April no pareció demasiado sorprendida.
– Tienes una vida muy interesante.
En la sala, Riley terminó de leer el horóscopo que le auguraba a la señora Garrison un nuevo romance, lo que hizo que Riley sintiera tal vergüenza que deseó estar haciendo cualquier otra cosa. Como estar en la cocina con April y Blue. Pero Dean le había dicho que tenía que dejar de mostrar a la gente lo asustada que estaba. Le había dicho que observara cómo Blue se cuidaba de sí misma e hiciera lo mismo, pero sin tener que utilizar la fuerza a menos, claro está, que fuera absolutamente necesario.
La señora Garrison le arrebató el periódico como si pensara que Riley pudiera hurtarlo.
– Esa mujer de la cocina. Creí que se llamaba Susan. Es lo que decían en el pueblo.
Nadie salvo Blue sabía que April era la madre de Dean.
– Creo que April es su segundo nombre.
– ¿Qué relación tienes con ella? ¿Qué pintas tú en la granja?
Riley pasó el dedo por el brazo del sofá. Deseaba poder decirle a la señora Garrison que Dean Robillard era su hermano.
– April es amiga de mi familia. Es algo así como mi madrina
– Bah. -La señora Garrison clavó los ojos en ella-. Tienes mejor aspecto que la semana pasada.
Debía de ser por el pelo. April la había llevado a la peluquería, y también le había comprado ropa nueva. Aunque sólo hacía una semana, a Riley le parecía que se le notaba menos la barriga, seguramente porque no tenía tiempo de aburrirse y comer. Cada vez que quería ir a la casita de invitados tenía que caminar, y tenía que pasear a Puffy. Montar en bicicleta por las colinas era duro, y Dean quería que le lanzara el balón. Algunas veces deseaba poder sentarse con él y hablar, pero a él le gustaba estar en movimiento todo el rato. Había comenzado a pensar que era hiperactivo como Benny Phaler, pero tal vez fuera porque en el fondo era un chico y le gustaba jugar al fútbol.
– Me he cortado el pelo -dijo-. Además, no estoy comiendo tanto y he estado montando muchísimo en bici.
La señora Garrison hizo un mohín, y Riley observó que el lápiz de labios se le había corrido.
– Blue se puso hecha un basilisco en Josie's sólo porque dije que estabas gorda.
Ella se retorció las manos en el regazo y se recordó lo que Dean le había dicho sobre defenderse ella sola.
– Sé que lo estoy. Pero lo que me dijo me hizo daño.
– Entonces tienes que dejar de ser tan sensible cuando es obvio que alguien tiene un mal día. Además, ahora no pareces tan gorda. Es bueno que estés haciendo algo al respecto.
– No lo hago a propósito.
– Da lo mismo. Deberías estudiar baile para poder moverte con gracia. Yo daba clases de baile de salón.
– Fui a clases de ballet un tiempo, pero no se me daba bien, así que lo dejé.
– Deberías haber continuado. El ballet imprime carácter.
– La profesora le dijo a mi au-pair que yo la volvía loca.
– ¿Y dejaste que se saliera con la suya? ¿Dónde está tu orgullo?
– No creo que tenga demasiado.
– Pues ya es hora de que hagas algo al respecto. Coge ese libro de ahí, póntelo en la cabeza y camina.
Riley no quería, pero cruzó la estancia hacia la mesa dorada donde estaba el libro y se lo puso encima de la cabeza. Se le cayó de inmediato. Lo recogió y volvió a intentarlo con más éxito.
– Extiende las manos hacia los lados para mantener el equilibrio -le ordenó la señora Garrison-. Expande el pecho y cuadra los hombros.
Riley probó y decidió que se sentía más alta y más mayor.
– Así. Ahora pareces alguien que tiene una buena opinión sobre sí misma. Quiero que de ahora en adelante, camines de esa manera, ¿entendido?
– Sí, señora.
April asomó la cabeza por la puerta.
– Riley es hora de irnos.
A Riley se le cayó el libro de la cabeza y se inclinó para recogerlo. La señora Garrison entrecerró los ojos como si estuviera a punto de decir que Riley era torpe y gorda, pero no lo hizo.
– ¿Quieres trabajo, chica?
– ¿Trabajo?
– A ver si te quitas la cera de los oídos. Vuelve la semana que viene y podrás sacar a Tango a pasear. Blue no sirve para eso. Ella dice que sí, pero en realidad lo único que hace es sacarlo ahí cerca y dejarlo dormir.
– Porque es demasiado viejo para caminar -gritó Blue desde la cocina.
La señora Garrison frunció el ceño como si estuviera pensando que ella también era demasiado vieja para caminar. Por alguna razón, Riley tenía menos miedo de ella. Le había gustado lo que le había dicho la señora Garrison de que al fin parecía alguien más segura de sí misma. April, Dean y su padre siempre le decían cosas bonitas, pero estaban tratando de que adquiriera autoestima, y Riley no se creía todo lo que decían. La señora Garrison no se preocupaba de cosas como la autoestima, así que si le decía algo bueno, debía ser verdad. Riley decidió practicar más con el libro cuando regresara a la granja.
– ¡Blue, tráeme el bolso!
– ¿Tiene un arma allí dentro? -preguntó Blue.
Riley no podía creer la manera en que Blue hablaba a la señora Garrison. La señora Garrison debía necesitarla de verdad o ya habría despedido a Blue. Se preguntó si Blue ya lo sabría.
Cuando la señora Garrison tuvo el bolso, sacó un billete de cinco dólares y se lo tendió a Riley.
– No te compres ni caramelos ni nada que engorde.
El padre de Riley siempre le daba billetes de veinte y no necesitaba más dinero, pero no podía rechazarlo.
– Gracias, señora Garrison.
– Recuerda lo que te enseñé sobre la postura. -Cerró el bolso-. Blue irá a buscarte en coche a la granja para traerte la semana que viene.
– No sési todavía estaré por aquí -dijo Riley. Su padre no le había dicho qué día se irían, y le daba miedo preguntarle, más que nada, porque quería quedarse en esa granja durante el resto de su vida.
De camino a la granja, April palmeó la pierna de Riley. No dijo nada. Sólo le palmeó la pierna. También le daba un montón de abrazos y le acariciaba el pelo, y Riley había bailado con ella. A veces, April actuaba como una madre, pero ella no hablaba de calorías y novios. Además, la madre de Riley jamás habría dicho las palabrotas que April decía. A Riley le gustaba cómo olía April, a madera y flores, y a bloc de notas. Nunca lo reconocería abiertamente, pero algunas veces estar con April era todavía mejor que estar con Dean, porque Riley no tenía que correr de un lado para otro detrás del balón todo el rato.
Sonrió, aunque tenía un montón de preocupaciones. No podía esperar para decirle a Dean que había estado sola con la señora Garríson y que apenas se había asustado.