4

April Robillard cerró su correo electrónico. ¿Qué diría Dean si conociera la verdadera identidad de su ama de llaves? Ni siquiera quería pensar en ello.

– Quieres que conectemos el horno, ¿no, Susan?

«No, tío, quiero que conectes los geranios y freír el jardín.»

– Sí, conéctalo tan pronto como puedas.

Pasó por encima de los restos del empapelado que los pintores habían quitado de las paredes de la cocina. Cody, que era más joven que su hijo, no era el único de los trabajadores que inventaba excusas para hablar con ella. Puede que tuviera cincuenta y dos años, pero los chicos no lo sabían y revoloteaban a su alrededor como si ella fuera un potente generador de vibraciones sexuales. Pobres chicos. ella ya no se entregaba con tanta facilidad.

Cogió su iPod para ahogar el ruido de las obras con rock, pero antes de poder ponerse los auriculares, Sam, el carpintero, asomó la cabeza por la puerta de la cocina.

– Susan, ven a revisar los cuartos de baño de la primera planta. Dime si te parece bien cómo quedan los extractores de aire.

Ya había revisado los extractores de aire esa misma mañana con él, pero aun así lo siguió por el vestíbulo, sorteando un compresor y un montón de telas. La casa se había edificado a principios del siglo XIX y la habían rehabilitado en los años setenta, época en la que habían hecho las instalaciones de fontanería, electricidad y aire acondicionado. Por desgracia esa modernización había incluido también un cuarto de baño con los azulejos en color verde aguacate y la pobre decoración de la cocina: parquet barato y suelos de vinilo en color dorado que ahora estaban sucios y agrietados por el uso. Durante los últimos dos meses, se había dedicado a modificar esos errores y a restaurar el lugar tal como debería ser, una granja tradicional lujosamente modernizada.

El brillante sol de primera hora de la tarde se filtraba a través de las nuevas vidrieras, iluminando las partículas de polvo que flotaban en el aire, pero lo peor de la reforma ya había terminado. Sus sandalias de tacón con pedrería repicaron en el suelo de madera del vestíbulo. Sus brazaletes tintinearon. Incluso en medio de toda esa suciedad y desorden, le gustaba vestir con elegancia.

A la derecha había un comedor que una vez había sido una sala, y a la izquierda había una sala recientemente añadida. El porche y la casa de piedra estaban construidos en estilo federal, pero los añadidos posteriores en otros estilos habían dado como resultado una mezcolanza. Y ella había mandado tirar algunas paredes para que la casa resultara más espaciosa.

– Para largas duchas, se necesita un buen extractor que elimine el vapor -dijo Sam.

A Dean le gustaba tomar largas duchas calientes. O por lo menos eso recordaba de su adolescencia, aunque por lo poco que sabía de él, muy bien podría haberse convertido en uno de esos hombres que se daban duchas cortas y se vestían en cinco minutos. Era doloroso no conocer apenas nada de su único hijo, pero a esas alturas ya debería estar acostumbrada.

Varias horas más tarde April logró escabullirse lejos del ruido. Cuando salió por la puerta lateral, aspiró el aroma de esa tarde de finales de mayo. La brisa traía el olor a abono de una granja cercana junto con la fragancia de la madreselva que crecía al borde del camino que conducía a la granja. Se abrió paso entre las azucenas crecidas, los descuidados arbustos de peonías y los enmarañados rosales que seguramente habían sido plantados por las abnegadas campesinas demasiado ocupadas con el cultivo de las judías y el maíz que mantendrían a su familia hasta el final del invierno, como para encima tener que preocuparse por las plantas decorativas.

Se detuvo un momento para examinar el huerto donde ahora crecían las malas hierbas y que años antes estaba distribuido en cuadrados sin sentido comunes en las casas rurales. Más allá, en la parte trasera de la casa, se había despejado una amplia zona donde los carpinteros pronto comenzarían a levantar un porche cerrado. En una de las esquinas, había escrito las iniciales A R en letra pequeña, como una prueba fehaciente de que ella había estado allí. Uno de los pintores de la planta superior la miró desde la ventana. Ella se apartó el pelo rubio de la cara y se apresuró a atravesar la vieja verja de hierro antes de que alguien intentase detenerla con más preguntas innecesarias.

La granja, que se conocía con el nombre de granja Callaway, se asentaba en un suave valle rodeado de colinas. En otros tiempos había sido una próspera granja de caballos, pero ahora los únicos animales que vagaban por los setenta y cinco acres de la propiedad eran venados, ardillas, mapaches y coyotes. La finca, que contaba con pastos y bosques, también poseía un granero, una casita de invitados y un estanque que se nutría de las lluvias primaverales. Una vieja parra, crecida y abandonada como todo lo demás, marcaba el final del camino adoquinado. Había un banco de madera que había sido utilizado por Wilma Callaway, la última ocupante de la granja, para sentarse a descansar al acabar la larga jornada. Wilma había muerto el año anterior con noventa y un años. Dean le había comprado la granja a un pariente lejano.

April conocía detalles de la vida de su hijo a través de una complicada red de contactos. Así era como se había enterado de que él tenía intención de contratar a alguien para que supervisara la restauración de la casa. Casi al instante había sabido lo que tenía que hacer. Después de tantos años por fin podría crear un hogar para su hijo. Dejar sus obligaciones en Los Ángeles había sido complicado, pero trasladar su trabajo había sido sorprendentemente fácil. Elaboró un currículo con referencias falsas. Se compró una falda y un suéter en Talbots y se hizo con una diadema para recogerse su largo pelo rubio. Luego inventó una historia que explicara su presencia en el este de Tennessee. La administradora de Dean la contrató a los diez minutos.

April mantenía una relación de amor odio con la conservadora mujer que había creado para ocultar su identidad. Susan O'Hara era una viuda que no necesitaba la ayuda de nadie. Era una mujer pobre, pero valiente, sin más habilidades que las de sacar adelante una familia, llevar las cuentas de la casa, enseñar en la escuela dominical o ayudar a su difunto marido a rehabilitar casas.

Sin embargo, las ropas conservadoras de Susan eran otro tema. El primer día de Apríl en Garrison, había decidido que la viuda sería una mujer nueva y vibrante, y había renovado todo su vestuario. A April le encantaba mezclar todo tipo de ropa, la última moda con la de otras temporadas y ropa de diseño con modelos de tiendas más económicas. La semana anterior había ido al pueblo con un top de Gaultier y unos chinos de Banana Republic. Ese mismo día, se había puesto una camiseta marrón oscuro de Janis Joplin, unos pantalones agujereados de color jengibre y unas sandalias de tacón con pedrería.

Tomó el camino que llevaba al bosque. Comenzaban a florecer las violetas blancas y las alegrías. Poco después vio el reflejo del sol en la ondulada superficie del estanque a través de las azaleas y los laureles. Llegó a su lugar favorito junto a la orilla y se quitó las sandalias. Al otro lado del estanque, al alcance de la vista, estaba la vieja casita de invitados donde se había instalado.

Se sentó en el césped y se rodeó las rodillas con los brazos. Tarde o temprano, Dean descubriría su engaño y en ese momento acabaría todo. No le gritaría. Gritar no era su estilo. Pero su evidente desprecio sería peor que cualquier grito o palabra. Ojala pudiera terminar la casa antes de que él descubriera su charada. Puede que cuando él llegara a su nueva casa notara al menos un poco de lo que ella quería dejar tras de sí… amor y pena.

Por desgracia, Dean no creía demasiado en la redención. Ella llevaba limpia diez años, pero las cicatrices eran demasiado profundas para que la perdonara. Cicatrices que ella misma había causado. April Robillard, la reina de las groupies, la chica que sabía cómo divertirse, pero no cómo ser madre.

«Deja de hablar así de ti misma -le decía su amiga Charli cada vez que se acordaban de los viejos tiempos-. No has sido nunca una groupie, April. Tú has sido una musa.»

Es lo que se decían a ellas mismas. Tal vez para algunas había sido cierto. Tantas mujeres fabulosas: Anita Pallenberg, Marianne Faithfull, Angie Bowie, Bebe Buell, Lori Maddoxy… April Robillard. Anita y Marianne habían sido las novias de Keith y Mick: Angie estuvo casada con David Bowie; Bebe se lió con Steven Tyler; Lori con Jimmy Page. Y durante más de un año, April había sido la amante de Jack Patriot. Todas eran hermosas y más que capaces de labrarse un lugar en el mundo. Pero habían amado a esos hombres más de lo debido. A los hombres y a la música que hacían. Esas mujeres ofrecían consejo y amistad. Adulaban sus egos, acariciaban sus frentes, pasaban por alto sus infidelidades, y les ofrecían sexo. Más rock, por favor.

«No eras una groupie, April. Fíjate a cuántos rechazaste.»

April había rechazado a muchos hombres, a los que no le gustaban, no importaba su fama ni su lugar en las listas. Pero había acosado a los que sí deseaba, había estado dispuesta a compartir sus drogas, sus ataques de furia; a compartirlos con otras mujeres.

«Eras su musa y…»

Pero una musa tenía poder. Una musa no desperdiciaba los años de su vida entre alcohol, marihuana, peyote, mescalina y, finalmente, cocaína. Pero sobre todo, una musa no tenía que preocuparse por corromper a un niño al que prácticamente había abandonado.

Era demasiado tarde para arreglar lo que le había hecho a Dean, poro por lo menos podía hacer esto. Restaurar su casa y luego desaparecer otra vez de su vida.

April descansó la frente en las rodillas y dejó que la música la inundara.

¿Recuerdas cuando éramos jóvenes

y vivíamos cada sueño como si fuera el primero?

Cariño, ¿por qué no sonreír?


La granja era parte del valle. Dean y Blue llegaron al atardecer, cuando los últimos rayos de sol teñían las nubes de un tono entre naranja y amarillo y las colinas circundantes se llenaban de sombras como si fueran los volantes de la falda de una bailarina de cancán. Un camino curvo y lleno de baches conducía a la casa. Cuando Blue la tuvo ante sus ojos, todas las preocupaciones desaparecieron de su mente.

La casa grande y deteriorada por el tiempo hablaba de las raíces de América; de sembrar y cosechar, del pavo del Día de Acción de Gracias y de la limonada del Cuatro de Julio, de campesinas desgranando guisantes en cacerolas blancas, y de hombres sacudiéndose las botas llenas de barro en la puerta trasera antes de entrar. La parte más antigua y extensa de la casa estaba construida en piedra con un amplio porche delantero y ventanas de guillotina. Había un añadido posterior de madera a la derecha. El tejado bajo tenía aleros, chimeneas y tejas. No había sido una granja pobre, sino una muy próspera.

Blue dirigió la mirada a los enormes árboles y al patio con la hierba crecida, al granero, a los campos y los pastos. No podía imaginar a una estrella de la gran ciudad como Dean viviendo allí. Lo observó dirigirse al granero con largas zancadas, con la gracia de un hombre a gusto con su cuerpo, luego volvió a centrar la atención en la casa.

Le hubiera gustado llegar allí en unas circunstancias diferentes para poder disfrutar de ese lugar, pero el aislamiento de la granja hacía la situación más difícil. Quizá podría encontrar trabajo en una de las cuadrillas de la casa. O buscar algo en el pueblo cercano, aunque aquel lugar no era más que un punto en el mapa. Bueno, sólo necesitaba unos cientos de dólares. En cuanto los tuviera, se dirigiría a Nashville, buscaría una habitación barata, imprimiría unos cuantos folletos y empezaría una vez más. Pero lo primero y más importante era conseguir que Dean la dejara quedarse allí mientras volvía a reconstruir su vida.

No se hacía ilusiones sobre por qué la había llevado a la granja. Suponía que al no lograr quitarle la ropa la primera noche, ella se había convertido en un reto para él…, un reto que olvidaría en cuanto una de las bellezas locales llamara su atención. En definitiva, tenía que encontrar la manera de ser útil para él.

Justo en ese momento, se abrió la puerta principal y salió una de las más asombrosas criaturas que Blue hubiera visto nunca. Una amazona alta y delgada, con una cara llamativa, cuadrada y alargada, y una larga melena rubia con un corte en capas. A Blue le recordó las fotos de las grandes modelos del pasado, mujeres que estaban de moda en los años sesenta y setenta como Verushka, Jean Shrimpton o Fleur Savagar. Esta mujer tenía una presencia similar. Los ojos azules humo llamaban la atención en esa cara con la mandíbula cuadrada, casi masculina. Cuando la mujer llegó al escalón superior, Blue vio las débiles líneas que rodeaban esa boca ancha y sensual, y se dio cuenta de que no era tan joven como había pensado al principio, aparentaba algo más de cuarenta años.

Los ceñidos vaqueros dejaban a la vista los huesos de las caderas, afilados como cuchillas. Los estratégicos rasgones de los muslos y las rodillas no eran fruto del desgaste, sino del ojo calculador de un diseñador. Unos hilos plateados ribeteaban los tirantes de ante de un suéter de ganchillo en color melón. Las sandalias de cuero tenían adornos de flores. Su apariencia era a la vez descuidada y elegante. ¿Sería modelo?, ¿actriz? Era probable que fuera una de las novias de Dean. Con esa espectacular belleza, la diferencia de edad era poco significativa. Aunque a Blue no le intereresaba la moda, en ese momento fue muy consciente de sus abolsados vaqueros y su enorme camiseta, y de su cabello despeinado que necesitaba con urgencia un buen corte.

La mujer miró al Vanquish y curvó su amplia boca pintada de carmín en una sonrisa.

– ¿Está perdida?

Blue intentó ganar tiempo.

– Bueno, sé donde me encuentro desde el punto de vista geográfico, pero, francamente, mi vida ahora mismo es un desastre.

La mujer se rió, fue un sonido bajo y ronco. Había algo familiar en ella.

– Sé lo que quiere decir. -Bajó las escaleras y la sensación de familiaridad se incrementó-. Soy Susan O'Hara.

¿Esa criatura sexy y exótica era la misteriosa ama de llaves de Dean? No se lo podía creer.

– Soy Blue.

– Caramba. Espero que sea algo pasajero.

Blue lo supo en ese mismo momento. Mierda. Esa mandíbula cuadrada, esos ojos gris azulado, esa mente rápida y esa… mierda, mierda.

– Mi nombre es Blue Bailey -acertó a decir-. Tenían un… ah… mal día en Angola el día que nací.

La mujer la miró con interés.

Blue hizo un gesto ambiguo con la mano.

– Y en Sudáfrica.

Se oyó los pasos de unas botas en la grava.

Cuando la mujer se giró, la luz del atardecer hizo brillar los mechones dorados de su cabello. Abrió los labios rojos, y aparecieron unas arruguitas alrededor de los ojos. Los pasos se detuvieron bruscamente, y la silueta de Dean se recortó contra el granero, con las piernas abiertas y los brazos en jarras. La mujer podría haber sido su hermana. Pero no lo era. Ni siquiera era su novia si iba a eso. La mujer que poseía esos afligidos ojos azules como el océano era la madre de la que él había hablado con tanta brusquedad esa misma mañana, cuando Blue le había preguntado por su familia.

Él se detuvo sólo un instante, y luego sus botas perforaron la tierra. Ignorando el camino de adoquines desparejos como dientes rotos, cruzó por la hierba demasiado crecida.

– La jodida señora O'Hara.

Blue se quedó pasmada. No podía imaginarse a sí misma llamando a su madre con esa fea palabra, no importaba lo enfadada que estuviera con ella. Aunque su madre era inmune a los ataques verbales.

Esa mujer no lo era. Se llevó la mano a la garganta y la luz se reflejó en los brazaletes de sus muñecas y en los tres delicados anillos de plata de sus dedos. Pasaron unos segundos. Se dio la vuelta y entró en la casa sin decir nada.

El deslumbrante encanto que Dean desplegaba tan hábilmente había desaparecido. Parecía duro y distante. Sabía que necesitaba privacidad, pero ahora no era momento de eso.

– Si fuera lesbiana -dijo Blue para romper la tensión-, intentaría ligármela.

La mirada atormentada de Dean fue sustituida por el enfado.

– Gracias por nada.

– Sólo estoy siendo sincera. Y yo que creía que mi madre llamaba mucho la atención.

– ¿Cómo sabes que es mi madre? ¿Te lo ha dicho ella?

– No, pero el parecido es tan evidente que es difícil equivocarse, aunque debía de tener unos doce años cuando te tuvo.

– El parecido es sólo superficial, te lo aseguro. -Subió las escaleras y se dirigió a la puerta principal.

– Dean…

Pero ya había desaparecido.

Blue no compartía la intolerancia de su madre contra la violencia -no había más que acordarse del reciente contratiempo con Monty-, pero la idea de que esa exótica criatura de ojos heridos fuera una víctima le molestaba, y lo siguió al interior de la casa.

Las pruebas de la restauración estaban por todas partes. Había una escalera con el pasamanos sin terminar a la derecha, justo al lado de una gran abertura cubierta de plástico que debía de conducir a la sala de la casa. A la izquierda, detrás de unos caballetes, estaba el comedor. El olor a pintura y a madera nueva lo invadía todo, pero Dean estaba demasiado concentrado en encontrar a su madre para notar los cambios.

– Créeme -dijo Blue-, comprendo mejor que nadie lo que significa tener problemas graves con tu madre, pero ahora no creo que sea el mejor momento para tratar el tema. ¿Podríamos hablarlo antes?


– Ni hablar. -Apartando el plástico a un lado, miró con atención la sala al tiempo que se oían unos pasos en el piso de arriba. Se dirigió hacia las escaleras.

Blue sabía que aquello no era asunto suyo, pero en vez de hacerse a un lado y dejar que él resolviera sus problemas a su manera, lo siguió.

– Sólo digo que creo que necesitas calmarte un poco antes de hablar con ella.

– Lárgate.

Dean ya había alcanzado el piso superior con Blue pisándole los talones. El olor a pintura era todavía más fuerte arriba. Ella se asomó por un lado de su ancha espalda para poder ver el pasillo de forma irregular. No había ni una puerta, pero, a diferencia del primer piso, esta zona ya había sido pintada, habían colocados las nuevas lomas de corriente para los apliques de pared y habían pulido los viejos tablones del suelo. Por encima del hombro de Dean, Blue vislumbró un baño que había sido restaurado con azulejos blancos, un friso de madera, y un lavabo antiguo con grifería de cobre.

La madre de Dean apareció por el recodo del pasillo llevando en la mano un bolso plateado lleno de papeles.

– No lo lamento -lo miró a los ojos con actitud desafiante-. He trabajado más que cualquier ama de llaves corriente.

– Te quiero fuera de aquí -dijo él con una voz fría y acerada que provocó en Blue una mueca de desagrado. -En cuanto lo deje todo arreglado. -Ahora. -Avanzó un paso más por el pasillo-. Esto es una chorrada incluso para ti.

– He hecho un buen trabajo.

– Recoge tus cosas.

– No puedo irme ahora. Mañana vendrán los carpinteros a rematar la cocina. Y los electricistas y los pintores. No harán nada si no estoy aquí.

– Ese es problema mío -le espetó.

– Dean, no seas estúpido. Me hospedo en la casita de invitados. Ni siquiera sabrás que estoy aquí.

– No podrías pasar desapercibida ni aunque lo intentaras. Ahora recoge tus cosas y vete de aquí. -Pasó junto a Blue y se dirigió a las escaleras.

La mujer lo siguió con la mirada. Mantenía la cabeza alta y los hombros rectos, pero de repente la situación pareció superarla. El bolso se le cayó de las manos. Se inclinó para recogerlo y al momento estaba sentada en el suelo con la espalda apoyada en la pared. No hizo nada dramático como llorar, pero parecía tan triste que a Blue se le partió el corazón.

La mujer se rodeó las rodillas con los brazos, los anillos de plata brillaron en los delgados dedos.

– Quería crear un hogar para él. Aunque sólo fuera una vez.

La madre de Blue nunca habría pensado en nada así. Virginia Bailey dominaba a la perfección los tratados de desarme nuclear y los acuerdos económicos internacionales, pero no sabía nada sobre crear hogares.

– ¿No te parece que ya es mayorcito para hacerlo él sólo? -le dijo Blue con suavidad.

– Sí. Ya es todo un hombrecito. -Las puntas desfiladas de su pelo caían sobre el encaje de ganchillo del suéter-. Pero no soy una persona horrible. Ya no.

– No me pareces horrible.

– Supongo que piensas que no debería haber hecho esto, pero, como puedes ver, no tenía nada que perder.

– Bueno, ocultar tu identidad no es precisamente la mejor manera de lograr una reconciliación. Si es eso lo que andas buscando.

La mujer acercó más las rodillas al pecho.

– Es demasiado tarde para eso. Sólo quería que tuviera un buen hogar en este lugar, luego me marcharía antes de que él descubriera quién era realmente la señora O'Hara. -Con una risita avergonzada, levantó la cabeza-. Soy April Robillard. Aún no me había presentado. Esto debe ser muy embarazoso para ti.

– No tanto como debiera. Siento una malsana curiosidad por la vida de otras personas. -Observó que las pálidas mejillas de April recuperaban algo de color, así que siguió hablando-. Lo cierto es que aunque no compre las revistas del corazón, si entro en una lavandería y veo una, me abalanzo sobre ella.

April soltó una risa temblorosa.

– A todos nos gusta cotillear sobre la vida de otras personas, ¿verdad?

Blue sonrió.

– ¿Quieres que te traiga algo de beber? ¿Una taza de té? ¿Un refresco?

– Preferiría que te quedaras aquí conmigo y me hicieras compañía un rato? Echo de menos hablar con mujeres. Los hombres que trabajan aquí son buena gente, pero no dejan de ser hombres.

Blue tuvo la impresión de que April no pedía nada con facilidad. La entendía. El olor de la madera recién cortada subía por las escaleras cuando se sentó en el suelo enfrente de April y buscó un tema neutral.

– Me encanta lo que has hecho aquí.

– Intenté rescatar la esencia de la casa sin que por ello dejara de ser cómoda. Dean es muy inquieto. Quería que aquí pudiera relajarse. -Soltó una risita ahogada-. Supongo que lo único que he conseguido es todo lo contrario.

– Dean es muy exigente.

– Lo heredó de mí.

Blue pasó las manos por las viejas tablas del suelo, ahora pulidas. Bajo la luz del sol, brillaban como la miel.

– Has hecho un buen trabajo.

– Me he divertido haciéndolo. Deberías haber visto cómo estaba todo cuando llegué.

– Cuéntamelo -dijo Blue.

April le describió lo que se había encontrado al llegar y qué cambios había hecho. Cuando hablaba, el amor que sentía por la casa rezumaba por todos sus poros.

– Casi hemos terminado aquí arriba, aunque abajo aún quedan bastantes cosas por arreglar. Hemos colocado las camas, y poco más. Pensaba asistir a las subastas que se celebran en las granjas de los alrededores para completar el mobiliario que ya ha comprado Dean.

– ¿Dónde están las puertas?

– Las están puliendo y pintando. No podía permitir que se pusieran unas nuevas.

Escaleras abajo se abrió la puerta principal. La mirada de April se ensombreció y se puso de pie con rapidez. Blue tenía que dejarlos a solas, así que también se levantó.

– Tengo que llamar al contratista -dijo April mientras Dean subía las escaleras.

– No te molestes. Ya me ocuparé yo.

April apretó los dientes.

– Está hablando alguien que nunca ha restaurado una casa.

– Creo que lo podré manejar -dijo él con firmeza-. Si tengo alguna pregunta no dudaré en mandarte un correo electrónico.

– Necesito una semana para dejarlo todo organizado antes de irme.

– Olvídalo. Quiero que mañana por la mañana estés fuera de aquí. -Apoyó el pie en el escalón superior bloqueando la salida de Blue. Miró fríamente a los ojos de su madre-. Te he reservado habitación en el Hermitage de Nashville. Si quieres quedarte unos días más, puedes cargarlo a mi cuenta.

– No puedo irme tan pronto. Hay demasiado en juego.

– Tienes toda la noche para organizarte.

Con toda deliberación le dio la espalda para inspeccionar el cuarto de baño.

Por primera vez la súplica asomó a la voz de April.

– No puedo abandonar el trabajo, Dean. No cuando he invertido tanto tiempo en él.

– Mira, eres toda una experta en eso de abandonarlo todo sin pensártelo dos veces. ¿No te acuerdas de cómo era? Que llegaban los Stone. Tú te largabas. Que Van Halen tocaba en el Madison Square Garden. Allá voy, Gran Manzana. Quiero verte fuera de aquí mañana por la noche.

Blue observó cómo April alzaba la barbilla. Era una mujer alta, pero aun así tuvo que levantar la vista para mirarlo.

– No me gusta conducir de noche.

– Solías decirme que la noche era el mejor momento para viajar por la carretera.

– Sí, pero estaba drogada.

Fue una respuesta tan sincera que Blue no pudo más que sentir un poco de admiración.

– Los buenos tiempos pasados. -Dean esbozó una mueca de desagrado y se giró para bajar las escaleras.

April le siguió, clavando la mirada en su nuca, mientras se desvanecían sus ganas de discutir.

– Una semana, Dean. Sólo eso. ¿Es mucho pedir?

– Nunca nos pedimos nada el uno al otro, ¿recuerdas? Caramba, claro que te acuerdas. Si fuiste tú quien me lo enseñó.

– Deja que finalice el trabajo.

Blue observó desde lo alto de las escaleras cómo April trataba de agarrarle el brazo, solo para dejar caer la mano sin haberlo tocado. El hecho de que no se atreviese a tocar a su propio hijo entristeció a Blue de una manera imposible de explicar.

– La casita está fuera de la vista de la casa. -April se puso delante de él, obligándolo a mirarla-. Estaré con los hombres durante el día. Me mantendré fuera de tu camino. Por favor. -Alzó la barbilla otra vez-. Esto significa mucho para mí.

Dean se mantuvo impertérrito a sus súplicas.

– Si necesitas dinero, te enviaré un cheque.

Las fosas nasales de April se ensancharon.

– Sabes de sobra que no necesito dinero.

– Entonces supongo que no tenemos nada más que decirnos.

April comprendió que estaba derrotada y se metió las temblorosas manos en los bolsillos de los vaqueros.

– Claro. Disfruta del lugar.

A Blue se le partía el corazón ver de qué manera se aferraba April a su dignidad. A la vez que se decía a sí misma que esto no era asunto suyo, unas palabras, imprevistas e imprudentes, escaparon de su boca.

– Dean, tu madre se está muriendo.

Загрузка...