20

Junio, con todo su calor y humedad, llegó al este de Tennessee. Todas las noches, Blue recibía a Dean en el balcón para sus citas secretas; algunas veces aparecía sólo unos minutos después de haberse despedido de ella formalmente en la puerta principal tras haber cenado en el Barn Grill. Resistirse a él había resultado imposible, aunque sabía que jugaba con fuego. Pero ahora que ya no dependía de él para trabajar, tener dinero o un techo sobre la cabeza, había decidido que podía correr el riesgo. Después de todo, ella se iría en unas semanas. Se recreó la vista en él, desnudo contra las almohadas apiladas.

– No irás a ponerte a hablar, ¿verdad?

– Sólo iba a decir…

– Nada de conversaciones, ¿recuerdas? Todo lo que quiero de ti es sexo. -Ella comenzó a rodar hacia un lado, llevándose la sábana con ella-. Soy la mujer con la que sueñan todos los hombres.

– Más bien eres una pesadilla de proporciones bíblicas. -Con un rápido movimiento, le arrancó la sábana y la atrajo hasta su regazo para darle un cachete en el trasero-. Te has olvidado de que yo soy más grande y fuerte que tú. -Otro cachete, seguido por una suave caricia-. Y de que siempre desayuno niñitas como tú.

Lo miró por encima del hombro.

– Aún faltan ocho horas para el desayuno.

La tendió de espaldas.

– ¿Qué te parece un tentempié nocturno?

– Deberías pensártelo dos veces antes de contrariarme, señorita Blue Bailey -decía Nita unos días más tarde cuando Blue le anunció que tenía intención de terminar el retrato en vez de hacer el pastel de chocolate que su patrona exigía-. ¿Recuerdas ese carpintero? Te crees que soy estúpida, pero supe quién era nada más verlo. Es Jack Patriot. Y en lo que respecta al ama de llaves de Dean, cualquier tonto puede darse cuenta de que es su madre. Si no quieres que llame a mis amigos de la prensa, te sugiero que entres en la cocina y te pongas con el pastel de chocolate.

– Usted no tiene amigos en la prensa -dijo Blue-, ni en ninguna otra parte si a eso vamos, excepto Riley, y sólo Dios sabe por qué ella la aprecia tanto. El chantaje es algo que puede volverse contra uno. Si no mantiene la boca cerrada, le contaré a todo el mundo lo de esos recibos que encontré cuando quiso que le limpiara el escritorio.

– ¿De qué recibos hablas?

– De los recibos del dinero anónimo que le envió a la familia Olson después de que perdieran todas sus pertenencias en el incendio, o los del coche nuevo que apareció misteriosamente delante de la casa de esa mujer cuando murió su marido y ella tenía que mantener a todos esos niños, o lo de las medicinas gratis que reciben al menos una docena de familias necesitadas y que están siendo pagadas por cierta alma caritativa de la que nadie sabe nada. Podría seguir con la lista, pero no lo haré. ¿De veras quiere que todo el mundo sepa que la bruja malvada de Garrison, Tennessee, tiene el corazón más blando que un malvavisco quemado?

– No sé de qué hablas. -Nita salió de la habitación castigando el suelo a cada paso con el bastón.

Blue había ganado otra batalla contra el viejo murciélago, pero le hizo el pastel de todas maneras. De todas las mujeres con las que Blue había vivido a lo largo de los años, Nita era la primera que no quería deshacerse de ella.


Esa noche, Dean estaba sentado con las piernas cruzadas a los pies de la cama, con la pantorrilla de Blue apoyada sobre el muslo desnudo. Mientras se recuperaban de una maratón de sexo particularmente intenso, él le masajeaba el pie que asomaba por debajo de la sábana con la que ella se había cubierto. Blue gimió mientras le frotaba el empeine.

Dean se detuvo.

– ¿No irás a vomitar otra vez?

– No vomito desde hace tres días. -Ella meneó el pie, animándolo a que continuara con el masaje-. Sabía que a los camarones de Josie's les pasaba algo, pero Nita insistía en que estaban buenos.

Dean le presionó el pulgar con fuerza en el empeine.

– Y te pasaste toda la noche alternando entre meter la cabeza en el inodoro y arrastrarte por el pasillo para ocuparte de esa vieja bruja. Aunque sólo fuera por una vez, me gustaría verte coger el teléfono para pedirme ayuda.

Ella no reconoció el tono mordaz que ocultaban sus palabras.

– Lo tenía todo bajo control. No había ninguna necesidad de molestarte.

– ¿Has probado alguna vez a soltar las riendas y pedir ayuda? -Le apretó la planta del pie-. La vida no es un deporte individual, Blue. Algunas veces tienes que jugar en equipo y confiar en los demás.

Eso no ocurría así en su vida. Siempre había jugado en solitario. Desde el principio al final. Un mal presentimiento la invadió y luchó contra una oleada de pánico y desesperación. Había pasado casi un mes desde que Dean y ella se conocían, y era el momento de seguir adelante. El retrato de Nita estaba casi acabado, y aunque Blue se marchara tampoco iba a dejarla desamparada. Unos cuantos días antes, le había contratado a una estupenda ama de llaves, una mujer que había criado seis hijos y era inmune a toda clase de insultos. Blue no tenía motivos para quedarse en Garrison más tiempo, pero tampoco estaba preparada para dejar a Dean. Él era el amante de sus sueños: imaginativo, generoso, lujurioso. Nunca tenía bastante de él, y al menos por esa noche, pensaba aprovechar el momento y olvidarse de todo lo demás.

Le echó un vistazo a los ajustados boxers cortos de Zona de Anotación.

– ¿Por qué te has puesto eso? Me gusta verte desnudo.

– Ya me he dado cuenta. -Su masaje se hizo más suave cuando descubrió un lugar sensible en la parte de atrás de la rodilla de Blue-. Eres una mujer insaciable. Ésta es la única manera de conseguir algo de tiempo para recuperarme.

Ella bajó la mirada a la verdadera zona de anotación.

– Es obvio que Thor, el Dios del Trueno, está absolutamente recuperado.

– Definitivamente, el descanso ha terminado. -Le arrancó la sábana de un tirón-. Vamos a por el segundo tiempo.


Jack sacó la bolsa del maletero del coche que había aparcado en el granero. Hacía mucho tiempo que no tenía que acarrear su propio equipaje, pero llevaba dos semanas haciéndolo; cada vez que abandonaba la granja para un rápido viaje a Nueva York u otro más largo a la costa Oeste. La gira estaba tomando forma. El día anterior había aprobado los presupuestos, y hoy había estado haciendo algunos anuncios promocionales del nuevo álbum. Por fortuna, el aeropuerto del condado era lo suficiente grande para alojar un jet privado, así podía ir y venir a su antojo. Con el piloto encargándose de los preparativos, él había logrado ir de un lado a otro sin ser reconocido.

Dean había estado de acuerdo en permitir que Riley se quedara en la granja hasta que llegara el momento de entrenar con los Stars, lo que sería dentro de un mes. De igual manera, April había pospuesto su regreso a Los Ángeles, algo que él sabía que no hacía demasiado feliz a Dean. Parecía que todos estaban haciendo algún tipo de sacrificio por su hija.

Eran casi las siete, y los trabajadores ya se habían marchado. Dejó la bolsa en la puerta lateral y se dio una vuelta para ver si el electricista había terminado de colocar la instalación eléctrica del porche cubierto. Las paredes y el techo estaban terminadas, y el olor a madera recién cortada le dio la bienvenida. Desde algún lugar le llegó una débil voz femenina, tan inocente, tan dulce, con una entonación tan perfecta que, por un momento, creyó que la estaba imaginando.

¿Recuerdas cuando éramos jóvenes

y vivíamos cada sueño como si fuera el primero?

Cariño, ¿por qué no sonreír?

El se olvidó de respirar.

Sé que la vida es cruel. Y tú lo sabes mejor que yo.


Era la voz de un ángel caído; dulce e inocente, pero con un matiz de desencanto. En su imaginación podía ver las prístinas alas blancas rotas en las puntas y un halo de santidad ligeramente torcido. La voz improvisó en la estrofa final, subiendo una octava, poniendo el corazón en cada nota, algo que él no podía hacer con su áspera voz de barítono. Siguió la música hasta el porche trasero.

Ella estaba sentada contra la columna del porche con las piernas cruzadas y la vieja Martin de Jack acunada en el regazo. La perra estaba echada a su lado. La grasa infantil de Riley estaba desapareciendo, y un brillante rizo castaño le rozaba la mejilla. Al igual que él, ella se ponía morena con facilidad, y a pesar de la protección solar que April le obligaba a usar, la piel de Riley estaba casi tan morena como la suya. Estaba concentrada en tocar los acordes correctos para conseguir que la canción pareciera casi etérea.

Los acordes finales de «¿Por qué no sonreír?» se fueron desvaneciendo. Sin que se percatara de su presencia, Riley le habló a la perra:

– Ya está, ¿qué quieres que toque ahora?

Puffy bostezó.

– ¡Me encanta esa canción! -Rasgó los acordes iniciales de «Sucio y rastrero», uno de los grandes éxitos de las Moffatts. Pero en las manos de Riley, la melodía country tenía más gancho. Percibió un deje de la voz melancólica de Marli y su propia voz arrastrada, pero la voz de Riley era única. Había heredado las mejores cualidades de cada uno y las había hecho propias. Puffy le dio la bienvenida con sus habituales ladridos agudos. Riley se detuvo en mitad de una estrofa, y Jack pudo ver su consternación. Su instinto le advirtió de que fuera cauteloso.

– Parece que toda esa práctica está dando su fruto. -Jack sorteó una pila de restos de madera que nadie se había molestado en retirar.

Riley apretó la guitarra contra el pecho, como si temiese que se la fuera a quitar.

– Creí que vendrías más tarde.

– Te echaba de menos, así que volví antes.

Ella no se lo creyó, pero era cierto. También había echado de menos a April; más de lo que creía. Y de alguna retorcida manera, incluso había extrañado la punzada de dolor que sentía al observar a Dean jugando con Riley, riéndose con Blue o incluso discutiendo con la anciana. Se sentó en el suelo al lado del único hijo que en realidad tenía, la niña que de alguna manera le había llegado al corazón.

– ¿Cómo va ese acorde de Fa?

– Bien.

Recogió la púa que había caído sobre la hierba.

– Tienes una voz única. Lo sabes, ¿no? -Ella se encogió de hombros.

De pronto, recordó las palabras que Marli había pronunciado en una breve conversación telefónica el año anterior.

«Su profesor dice que tiene una voz maravillosa, pero nunca la he oído. Ya sabes cómo te besa el culo todo el mundo cuando eres una celebridad. Incluso utilizan a tus hijos para llegar hasta ti.»

Sí, aquél era un error más que añadir al equipaje. Había asumido sin cuestionarlo que Riley estaría mejor con su ex esposa que con él, aunque sabía con exactitud lo egocéntrica que era Marli. Jugó con la púa entre los dedos.

– Riley, cuéntame algo.

– ¿Sobre qué?

– Sobre tu voz.

– No tengo nada que decir.

– No me vengas con ésas. Tienes una voz increíble, pero cuando te pedí que cantaras conmigo me dijiste que no podías. ¿Pensabas que no me gustaría?

– Sigo siendo yo -masculló ella.

– ¿Qué quieres decir?

– Que sepa cantar no me convierte en una persona diferente.

– No comprendo lo que quieres decir. -Lanzó la púa hacia los restos de madera-. Riley, explícamelo. Dime lo que piensas.

– Nada.

– Soy tu padre. Te quiero. Puedes contármelo.

La incredulidad asomó a esos ojos tan parecidos a los suyos. Las palabras no la convencerían de lo que él sentía. Con la guitarra entre los brazos, se levantó de un salto. Los pantalones que April le había comprado le cayeron hasta las caderas.

– Tengo que darle de comer a Puffy-

Cuando se alejó corriendo, él se apoyó contra una de las columnas del porche. Riley no creía que la quería. ¿Y por qué debería hacerlo?

Unos minutos más tarde, April emergió del bosque haciendo footing con un ceñido top deportivo color carmesí y unos pantalones cortos ajustados de color negro. April sólo se sentía segura con él si había otras personas cerca, y sus pasos vacilaron. Él pensó que pasaría de largo, pero ella aminoró el ritmo y se dirigió hacia él. Ese cuerpo firme, con el estómago desnudo brillante de sudor, le hizo hervir la sangre.

– Pensaba que llegarías más tarde -dijo ella, intentando recobrar el aliento.

A Jack le crujió una de las rodillas cuando se puso de pie.

– Solías decir que el ejercicio era para perdedores que no tenían otras maneras más creativas de perder el tiempo.

– Solía decir un montón de tonterías.

Jack clavó los ojos en la gotita de sudor que se deslizaba por el valle entre sus pechos.

– No te detengas por mí.

– Estaba bajando el ritmo.

– Te acompaño.

Jack se colocó a su lado. Ella se interesó por su viaje. En otra época, le hubiera preguntado por las mujeres que viajarían con la banda y dónde se alojarían. Ahora hacía las típicas preguntas de una mujer de negocios sobre la venta anticipada de entradas y gastos generales. Se dirigieron hacia la cerca de madera recién pintada de blanco que rodeaba el pasto recién segado.

– Oí cómo Dean le decía a Riley que iba a comprar unos caballos en primavera.

– Siempre le han gustado -dijo ella.

Jack apoyó el pie en el travesaño inferior.

– ¿Sabías que Riley canta estupendamente?

– Acabas de enterarte, ¿no?

Jack ya estaba harto de que todo el mundo le señalara sus errores cuando él era el primero en percatarse de ellos.

– ¿ Qué opinas?

April se tomó un momento antes de ir directa al grano.

– La oí la semana pasada por primera vez. -Apoyó los brazos en la cerca-. Riley estaba escondida detrás de las parras. Me quedé impresionada.

– ¿Has hablado con ella sobre eso?

– No me dio oportunidad. En cuanto me vio, dejó de cantar y me pidió que no te lo dijera. Es difícil imaginar una voz así en alguien tan joven.

Jack no lo dudaba.

– ¿Por qué está tratando de ocultármelo?

– No lo sé. Puede que haya hablado del asunto con Dean.

– ¿Podrías preguntarle?

– Eres tú el que tiene que dar la cara.

– Sabes que Dean no hablará conmigo -dijo él-. Caramba, hemos levantado ese jodido porche sin intercambiar más de veinte frases.

– Tengo la BlackBerry en la cocina. Mándale un correo electrónico cuando entres.

Bajó el pie de la cerca.

– ¿No te parece patético?

– Lo estás intentando, Jack. Eso es lo que importa.

Jack quería más. Quería más de Dean. Más de Riley. Más de April. Quería lo que ella solía darle libremente, y le rozó la mejilla suave con los nudillos.

– April, yo…

Ella sacudió la cabeza y se alejó.


Dean no vio el correo electrónico sobre las aptitudes de canto de Riley hasta bastante más tarde, y le llevó un momento darse cuenta de que provenía de Jack y no de April. Lo leyó rápidamente y luego escupió la respuesta.

«Averígualo por ti mismo.»

Mientras salía, pensó en Blue, algo que llevaba haciendo con cierta frecuencia. Muchas mujeres pensaban que tenían que actuar como actrices porno para excitarlo y volverlo loco, pero en realidad todo se volvía muy artificial. Blue, por el contrario, parecía no haber visto nunca una película porno. Era torpe, espontánea, impulsiva, estimulante y siempre ella misma… tan imprevisible en la cama como en todo lo demás. Pero no confiaba en ella, y no le cabía, duda de que no podía depender de ella.

Apoyó la escalera de mano contra un lateral del porche para subir y comprobar el tejado. En esta ocasión no le dolió el hombro. A un mes de comenzar los entrenamientos, nunca había tenido en mente más que una relación a corto plazo. Y era lo mejor, ya que Blue era, fundamentalmente, una chica solitaria. Quería llevarla a montar a caballo la semana siguiente, pero ¿quién sabía si ella aún estaría por allí para entonces? Una noche treparía por el balcón y ya se habría ido.

Mientras se abrochaba el cinturón de herramientas para subir por la escalera de mano, tuvo clara una cosa. Puede que Blue le estuviera ofreciendo su cuerpo, pero se guardaba todo lo demás para ella, y eso no le gustaba nada.


Dos noches más tarde, Jack encontró a April bailando descalza al borde del estanque con el pelo recogido. Sólo la acompañaban el chirriar de los grillos y el susurro de los juncos. Agitaba los brazos en el aire y su pelo ondeaba como filamentos de oro alrededor de su cabeza, y sus caderas, esas caderas seductoras, enviaban un telegrama sexual: ven, nene…, dámelo todo, nene.

Toda la sangre se le concentró en la ingle. La ausencia de música la hacía parecer un hada: misteriosa, bella y algo chalada. April, con esa mirada de diosa y ese coqueto mohín…, era la chica que se había pasado los setenta sirviendo a los dioses del rock'n'roll. Él conocía ese baile mejor que nadie. Sus excesos, sus exigencias alocadas, sus desmanes sexuales habían sido un polvorín para un chico de veintitrés años. Un chico que él había dejado atrás hacía mucho tiempo. Ahora no podía imaginarla doblegando su voluntad a nadie que no fuera ella misma.

Mientas se mecía con ese ritmo imaginario, la luz que provenía de la puerta trasera de la casita de invitados iluminó brevemente el cable de los auriculares. No estaba imaginando la música después de todo. Estaba bailando al son de una canción de su iPod. No era más que una mujer de mediana edad echando una cana al aire. Pero saberlo no rompió el hechizo.

Sus caderas se contonearon una última vez. Su pelo brilló tenuemente antes de bajar los brazos y quitarse los auriculares. Él se volvió sigilosamente de vuelta al bosque.

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