Al principio Blue pintó una serie de carromatos gitanos, unos estaban escondidos en rincones secretos, otros rodaban por caminos vecinales hacia torreones imponentes con cúpulas doradas. Luego siguió dibujando pueblos mágicos con caminos sinuosos, caballos blancos y corcoveantes, y alguna que otra hada posada en la boca de una chimenea. Pintó como una loca, apenas terminaba un cuadro, empezaba otro. No dormía y apenas comía. En cuanto completaba un lienzo, lo guardaba.
– Te infravaloras igual que lo hacía Riley -declaró Nita por encima de los ruidos del Barn Grill una mañana de domingo a mediados de septiembre, dos meses después de que Dean hubiera vuelto a Chicago-. Hasta que reúnas el suficiente valor para dejar que la gente vea tu trabajo, no tendrás mi respeto.
– Vaya. Ahora ya no podré pegar ojo -replicó Blue-. Y no actúe como si no los hubiera visto nadie. Sé que le envió a Dean una copia de esas fotos digitales que me obligó a sacar.
– Aún me cuesta creer que sus padres y él hayan vendido la exclusiva de su vida secreta a esa asquerosa revista sensacionalista. Casi me dio un ataque cuando vi ese titular: «Estrella del fútbol americano es hijo natural de Jack Patriot.» Pensaba que tendrían un poco más de dignidad. -Esa asquerosa revista fue la que más pagó -señaló Blue-. Y usted lleva años suscrita a ella.
– Eso no tiene importancia -replicó Nita.
El reportaje había visto la luz la segunda semana de agosto, y Dean, Jack y April aparecieron en una entrevista exclusiva para una cadena de televisión no mucho después. April le dijo a Blue que Dean había decidido hacer público el secreto el día de la fiesta del cumpleaños de Nita. Jack se había sentido tan emocionado que apenas había podido hablar. Habían decidido vender la exclusiva al mejor postor con la intención de crear con el dinero recibido una fundación para ayudar a los niños sin hogar. Sólo Riley había protestado. Ella había querido que el dinero fuese destinado a los perritos abandonados.
Blue hablaba con todos ellos por teléfono… con todos menos con Dean. April no hablaba mucho de él, y Blue no podía preguntar.
Nita se tironeó de un pendiente color rubí.
– Si me preguntaras, te diría que el mundo se ha vuelto loco. Ayer, cuatro RVs se peleaban por las plazas de aparcamiento que hay enfrente de esa librería nueva. Lo siguiente que veremos es un McDonald en cada esquina. Y jamás entenderé la razón de por qué le has dicho al club de mujeres de Garrison que de ahora en adelante pueden reunirse en mi casa.
– Y yo jamás entenderé por qué usted y esa horrible Gladis Prader, una mujer a la que odiaba a muerte, se han hecho tan amigas. Algunos piensan que han formado un aquelarre.
Nita chasqueó la lengua con tal fuerza que Blue temió que se tragase un diente.
Tim Taylor apareció de pronto a su lado.
– Va a empezar el partido. A ver si los Stars se espabilan por fin. -Señaló la pantalla instalada en el Barn Grill para que todos pudieran seguir los partidos de los Chicago Stars las tardes de los domingos-. Esta vez intenta no cerrar los ojos cada vez que placan a Dean, Blue. Pareces una cobardica.
– Métete en tus asuntos -le espetó Nita.
Blue suspiró y dejó caer la cabeza sobre el hombro de Nita. Permaneció así un buen rato. Al final, dijo algo que sólo Nita pudo escuchar:
– No voy a poder aguantar mucho más.
Nita le palmeó la mano, le acarició la mejilla con un nudillo nudoso y luego se lo hincó en las costillas.
– Ponte derecha o te va a salir joroba.
En octubre, el juego de Dean había mejorado, pero no su estado de ánimo. La poca información que le sonsacaba a Nita no le bastaba. Blue estaba todavía en Garrison, pero nadie sabía por cuánto tiempo, y esos cuadros brillantes y mágicos de carromatos gitanos y lugares lejanos que había visto en las fotos que Nita le enviaban no lo animaban demasiado. El revuelo mediático que había suscitado el parentesco entre Jack y Dean comenzaba a desvanecerse poco a poco. A veces algún miembro de su familia acudía a un partido, siempre que se lo permitía el trabajo o las vacaciones escolares. Pero a pesar de lo mucho que Dean quería a su familia, el vacío que sentía en su interior aumentaba día a día, y le parecía que Blue se alejaba más de él. Al menos había descolgado el teléfono una docena de veces para llamarla, pero siempre se arrepentía en el último momento. Blue tenía su número, y era ella la que tenía algo que probar, no él. Tenía que hacer eso por ella misma.
Y luego, una lluviosa mañana de un lunes a finales de octubre, abrió el Chicago Sun Times, y sintió cómo la sangre le huía del rostro. Una gran foto a color le mostraba en Waterworks, uno de sus clubs favoritos, con una modelo con la que había salido un par de veces el año anterior. Él tenía una botella de cerveza en una mano y con la otra le rodeaba la cintura a la chica mientras se daban un beso muy íntimo.
«A Dean Robillard y a su antigua novia Ally Tree-Bow se les vio juntos la semana pasada en Waterworks. Ahora que han vuelto a salir, ¿ estará dispuesto el quarterback de los Stars a renunciar al título de soltero más cotizado de Chicago?»
Dean oyó el rugido de la sangre en los oídos. Esto era exactamente lo que estaba esperando Blue. Tiró el café al suelo en su prisa por coger el teléfono. Le dejó varios mensajes, pero no obtuvo respuesta. Llamó a Nita. Ella estaba suscrita a todos los periódicos de Chicago, así que Blue vería la foto tarde o temprano, pero Nita tampoco contestó. Tenía que estar en el campo de entrenamiento de los Stars en una hora para la reunión de los lunes. Pero en lugar de ir allí, saltó al coche y enfiló hacia O'Hare, el aeropuerto de Chicago. De camino, tuvo que enfrentarse por fin a la verdad sobre sí mismo.
Blue no era la única que tenía que implicarse personalmente en esa relación. Mientras ella utilizaba su agresividad para mantener a la gente apartada, él usaba su encanto con la misma eficacia. Le había dicho que no confiaba en ella, pero ahora, eso le parecía una tontería. Podía ser muy valiente en un campo de fútbol, pero actuaba como un cobarde cuando se trataba de la vida real. Siempre se contenía, tan asustado de perder, que voluntariamente se sentaba en el banquillo en lugar de jugar el partido hasta el final. Debería haberla llevado con él a Chicago. Hubiera sido mejor arriesgarse a que lo dejara de esa manera. Había llegado el momento de madurar.
Una tormenta de hielo y nieve en Tennessee provocó la cancelación de su vuelo, y para cuando llegó a Nashville ya era media tarde. Hacía frío y llovía. Alquiló un coche y salió disparado hacia Garrison. De camino, vio árboles caídos y varias camionetas del servicio eléctrico reparando los cables de alta tensión que había derribado la tormenta. Al fin, tomó el camino enlodado que conducía a la granja. A pesar de los árboles sin hojas, el pasto mojado, y el estómago revuelto, sintió que había llegado a casa. Cuando vio luz brillando por la ventana de la sala, respiró por primera vez desde que había abierto el periódico por la mañana.
Dejó el coche cerca del granero y corrió bajo la lluvia hacia la puerta lateral. Estaba cerrada y tuvo que abrirla con su propia llave.
– ¿Blue? -Se quitó los zapatos mojados, pero se dejó el abrigo puesto mientras recorría la casa fría.
No había platos sucios en el fregadero, ni cajas de galletas saladas abiertas en las estanterías de la cocina. Todo estaba inmaculado. Un escalofrío lo atravesó. La casa parecía un mausoleo.
– ¡Blue! -Se dirigió hacia la sala, pero la luz que había visto por la ventana provenía de la lámpara de un reloj-. ¡Blue! -Subió las escaleras de dos en dos, pero incluso antes de llegar al dormitorio, supo que lo encontraría vacío.
Blue se había ido. Sus ropas no estaban en el armario. Los cajones del tocador, donde ella había guardado su ropa interior y sus camisetas, estaban vacíos. Había una pastilla de jabón, todavía sin abrir, en la repisa de la ducha sin usar, y los únicos artículos que había allí le pertenecían a él. Sintió las piernas pesadas cuando entró en el dormitorio de Jack. Nita había mencionado que Blue trabajaba allí para aprovechar la luz que entraba por las ventanas de la esquina, pero allí no había ni un tubo de pintura.
Bajó las escaleras. En su prisa, ella se había olvidado una sudadera, y había dejado un libro en la sala, pero incluso los yogures de ciruela que siempre guardaba en la nevera habían desaparecido. Volvió a entrar en la sala, se dejó caer en el sofá, clavando los ojos en la luz parpadeante de la televisión, pero sin ver nada. Había lanzado los dados y había perdido.
Sonó su teléfono. Ni siquiera se había quitado el abrigo, y sacó el móvil del bolsillo. Era April, para preguntarle qué tal le había ido, y cuando él oyó la preocupación en la voz de su madre, apoyó la frente en la mano.
– No está aquí, mamá -dijo entrecortadamente-. Blue se ha ido.
Al final, se quedó dormido en el sofá con un programa de televenta de fondo. Se despertó avanzada la mañana siguiente con el cuello tieso y el estómago revuelto. La casa todavía estaba fría, y la lluvia repiqueteaba en el tejado. Fue a la cocina para hacer café y se le quemó.
No sabía lo que haría el resto de su vida. Temía el viaje de regreso al aeropuerto. Todos esos kilómetros para pensar en los pasos en falso que había dado. Los Stars jugaban contra los Steelers el domingo. Tenía que ver películas de partidos y planear una estrategia, pero ahora todo eso le importaba una mierda.
Se obligó a tomar una ducha, aunque no fue capaz de afeitarse. Sus ojos sin vida le devolvieron la mirada desde el espejo. El verano pasado había encontrado a su familia, pero acababa de perder a su alma gemela. Se envolvió la toalla alrededor de la cintura y se dirigió a ciegas al dormitorio.
Blue estaba sentada con las piernas cruzadas en medio de la cama.
Dean vaciló.
– Hola -dijo ella con suavidad.
Le flaquearon las rodillas. Hacía tanto tiempo que no la veía que al parecer se había olvidado de lo hermosa que era. Algunos rizos negros le caían sobre la frente, rozándole las comisuras de esos ojos violetas. Llevaba puesto un jersey verde ajustado y unos pulcros vaqueros que le ceñían las delgadas caderas. Había un par de mocasines color verde oscuro sobre la alfombra al lado de la cama. En lugar de parecer desolada, parecía alegrarse de verle, y su sonrisa era casi tímida. Fue como si le cayera un rayo encima. ¡Después de toda la agonía por la que le había hecho pasar, ella no había visto la foto! Tal vez la tormenta de nieve había impedido el reparto de los periódicos. Pero entonces, ¿dónde había estado metida todo ese tiempo?
– ¿Por qué no me dijiste que venías? -dijo ella.
– Yo… esto… te dejé un par de mensajes. -Cerca de una docena en realidad.
– Me olvidé el móvil. -Le dirigió una mirada inquisitiva.
Dean quería besarla hasta que los dos se quedaran sin aliento, pero no podía hacerlo. Todavía no. Quizá nunca.
– ¿Dónde están tus cosas?
Ella ladeó la cabeza.
– ¿Qué cosas?
– ¿ Dónde están tus ropas? ¿Tus pinturas? -Alzó la voz sin poder evitarlo-. ¿Dónde está esa crema que usas? ¿Y tus jodidos yogures? ¿Dónde está todo eso?
Ella lo miró como si hubiera perdido la cabeza.
– Pues por todos lados.
– ¡No, no están!
Ella estiró las piernas, como si se sintiera incómoda.
– He estado pintando en la casita de invitados. Ahora estoy trabajando con óleos en vez de acrílicos. Si pinto allí, no tengo que dormir con todos esos olores.
– ¿Y por qué no me lo has dicho? -«Oh, Dios mío», estaba gritando. Intentó tranquilizarse-. ¡Aquí ni siquiera hay comida!
– Como en la casita de invitados, así no tengo que venir hasta aquí cada vez que me entra hambre.
Dean respiró profundamente para intentar controlar el torrente de adrenalina que corría por sus venas.
– ¿Y tu ropa? No está aquí.
– No, no está -contestó ella, pareciendo bastante confusa-. Llevé mis cosas a la habitación de Riley. Odiaba dormir aquí sin ti. Adelante, ríete.
El apoyó las manos en las caderas.
– Créeme. Ahora mismo no tengo ningunas ganas de reírme. -Tenía que asegurarse bien-. ¿También has dejado de utilizar este baño? No has usado la ducha.
Ella pasó las piernas por encima del borde de la cama, frunciendo el ceño.
– El otro baño me queda más cerca. ¿Te sientes bien? Empiezas a asustarme.
No se le había ocurrido mirar en los otros cuartos de baño ni acercarse a la casita de invitados. Había visto sólo lo que había esperado encontrar, una mujer en la que no podía confiar. Pero había sido él quien no merecía esa confianza, no había estado dispuesto a entregar su corazón sin condiciones. Intentó rehacerse.
– ¿Dónde te has metido?
– Fui a Atlanta. Nita no hacía más que darme la lata sobre mis cuadros, y allí hay un buen representante que… -Se interrumpió-. Ya te lo contaré después. ¿Te han mandado al banquillo? Es eso, ¿no? -Una llamarada de indignación brilló en sus ojos-. ¿Cómo han podido? ¿Y qué más da si no estabas en tu mejor momento en septiembre? Has jugado genial desde entonces.
– No me han mandado al banquillo. -Se pasó la mano por el pelo húmedo. El dormitorio estaba condenadamente frío, tenía la piel de gallina, y no había resuelto nada-. Tengo que contarte algo, y tienes que prometerme que me dejarás acabar antes de perder la calma.
Ella dio un grito ahogado.
– ¡Oh, Dios mío! ¡Tienes un tumor cerebral! Y todo este tiempo, yo he estado aquí perdiendo el tiempo…
– ¡No tengo un tumor! -Fue directo al grano-. Ayer salió una foto mía en el periódico. Una que tomaron en una cena benéfica a favor de la lucha contra el cáncer a la que fui la semana pasada.
Ella asintió.
– Nita me la enseñó cuando fui a verla.
– ¿Ya la has visto?
– Sí. -Blue seguía mirándolo como si estuviera chiflado.
Dean se acercó más.
– ¿Has visto la foto que publicó ayer el Sun Times? ¿Esa donde aparezco besando a otra mujer?
La expresión de Blue cambió al fin.
– Sí, ¿y qué? Debería darle una patada en el trasero.
Tal vez Dean había sufrido una conmoción cerebral porque comenzaba a marearse y tuvo que sentarse en el borde de la cama.
– Nita estaba que echaba fuego, créeme. -Blue agitó la mano y comenzó a pasear de arriba abajo por la habitación-. A pesar de lo bien que le caes, todavía cree que todos los hombres son escoria.
– ¿Y tú no?
– No todos los hombres, pero no me hables de Monty, el perdedor. ¿Sabes que tuvo el descaro de llamarme y…?
– ¡Monty me importa una mierda! -Se levantó de golpe-. ¡Quiero hablar de esa foto!
Ella se sintió algo molesta. -Pues adelante. Continúa.
Dean no entendía nada. ¿No era Blue la mujer que se despertaba todas las mañanas pensando que todos la habían abandonado? Se apretó el nudo de la toalla que estaba a punto de caérsele.
– Estaba de pie en la barra cuando esa chica se acercó a mí. Salimos un par de veces el año pasado, pero no llegamos a nada. Estaba borracha como una cuba y se me echó encima. Literalmente. La sujeté para que no se cayera.
– Deberías haberla dejado caer. Hay gente que no siente respeto por nadie.
Ahora la actitud de Blue comenzaba a molestarle.
– Dejé que me besara. No la aparté.
– Lo entiendo. No querías que ella se sintiera avergonzada. Había gente por todos lados y…
– Exacto. Sus amigos, mis amigos, un montón de desconocidos y ese jodido fotógrafo. Pero tan pronto como me liberé de sus labios, la aparté a un lado. Estuvimos charlando un rato de nuestras relaciones o la falta de ellas. No volví a pensar en eso hasta que vi el periódico de ayer. Intenté llamarte, pero…
Ella lo miró con suspicacia, y luego su expresión se volvió fría.
– No habrás volado hasta aquí sólo porque pensaste que había huido o algo parecido, ¿verdad?
– ¡Besé a otra mujer!
– ¡Pensaste que había huido! ¡Lo hiciste! Por una estúpida foto. ¡Después de todo lo que he hecho para probarte que puedes confiar en mí! -Sus ojos lanzaron chispas de color violeta-. ¡Eres idiota! -Salió del dormitorio dando un portazo.
Dean no se lo podía creer. Si él hubiera visto una foto de Blue besando a otro hombre, se le habría caído el mundo encima. Se apresuró por el pasillo tras ella, con la toalla húmeda y resbaladiza que se enfriaba por momentos.
– ¿Me estás diciendo que no pensaste, ni por un instante, que yo podría haberte abandonado?
– ¡No! -Blue empezó a bajar las escaleras, y luego se volvió de golpe-. ¿Esperas que me dé un ataque cada vez que otra mujer se te echa encima? Porque, si así fuera, acabaría con una crisis nerviosa antes de finalizar la luna de miel. Ahora bien, si esas tías se atreven hacerlo delante de mí…
Dean sintió un atisbo de esperanza.
– ¿Te estás declarando?
Ella se envaró.
– ¿Tienes algún problema con eso?
El marcador se iluminó, y le mostró al mundo un pleno.
– Dios mío, te quiero.
– ¿Y crees que eso me impresiona? -Blue se dio la vuelta y siguió bajando las escaleras-. Yo confié ciegamente en ti, pero… después de todo lo que he hecho… de haber cambiado toda mi vida por ti… ¡Ni siquiera confiaste en mí!
La prudencia le indicó que ése no era el mejor momento para sacar a colación el pasado de Blue. Además, ella tenía razón. Mucha razón, y él tenía que confesarle todo eso que había averiguado sobre sí mismo, aunque no en ese momento. Salió disparado tras ella.
– Es que… soy un imbécil insensible demasiado guapo para su bien.
– Exacto. -Ella se detuvo junto al perchero-. Te he dado demasiado poder en esta relación. Es obvio que ha llegado el momento de que yo tome el control.
– ¿Podrías empezar por desnudarte? -Blue arqueó las cejas con rapidez. Ella no se lo iba a poner fácil, y Dean cambió rápidamente de tema-. ¿De dónde has sacado esa ropa?
– April me la ha enviado. Sabe que no puedo perder el tiempo en tonterías. -Sus rizos se balancearon-. ¡Y estoy demasiado disgustada y furiosa para desnudarme!
– Entiendo. Estás cabreada conmigo. -Una sensación de paz absoluta lo atravesó, tan sólo rota por la enorme erección que ni siquiera la toalla fría había podido refrenar-.
– Hablame de Atlanta, cariño.
Una sabia maniobra por su parte porque ella se olvidó por el momento de que él se había comportado como un imbécil inseguro y enamorado.
– Oh, Dean, fue maravilloso. Es el representante de arte más prestigioso del Sur. Nita no cerraba la boca sobre mis cuadros, y me dio tanto la lata que al final le envié unas fotos. Me llamó al día siguiente. Quería verlo todo.
– ¿Y no podías llamarme al móvil y contarme algo así de importante?
– Tienes demasiadas cosas en qué pensar ahora mismo. Con sinceridad, Dean, si ese desagradable línea ofensiva tuyo no te protege mejor, yo…
– Blue… -Dean ya había llegado al límite de su paciencia.
– El caso es que… ¡le encantó todo! -añadió-. Me va a montar una exposición. Y no te vas a creer lo que quiere cobrar por los cuadros.
Ya era suficiente.
– Pagaremos la boda con eso. -Acortó la distancia entre ellos en dos zancadas, la tomó en brazos, y la besó como había soñado hacer durante esos dos meses. Ella le devolvió el beso. ¡Caramba si lo hizo!-. Definitivamente nos vamos a casar, Blue. En cuanto se acabe la temporada.
– De acuerdo.
– ¿Así como así?
Blue sonrió y le acarició la mandíbula.
– Tú eres mi hombre, Dean Robillard. Cuanto más pintaba, más evidente se hacía para mí. ¿Y sabes qué más se me hizo evidente? -Le pasó el dedo por el labio inferior-. Yo soy tu mujer. Puedes confiar en mí, y soy tan fuerte como parezco. -Él la apretó contra sí. Ella descansó la mejilla contra su pecho-. Me dijiste que tenía que echar raíces, y tenías razón. Era fácil ser feliz cuando estábamos juntos. Y tenía que probarme a mí misma. Saber que tengo una familia me ayudó bastante. Eso, y que dejé de tener miedo.
– Me alegro. April es…
– Oh, no April -ella levantó la boca hacia él-. April es una de mis más queridas amigas, pero, no te equivoques, tú siempre estarás antes que ella. -Blue puso cara de disculpa-. Lo cierto es que Nita me quiere para bien o para mal. Y, créeme, seguirá formando parte de nuestras vidas hasta que alguien le clave una estaca en el corazón. -Sonrió cuando le preguntó-: ¿Te parece bien que le pidamos a April que nos organice la boda? Yo soy un desastre para esas cosas, y francamente, prefiero aprovechar el tiempo pintando.
– ¿No quieres planear tu propia boda?
– Pues no demasiado. Las bodas no me interesan. -Lo miró con la mirada más tierna y soñadora que él jamás le había visto-. Por otro lado, casarme con el hombre que amo me interesa muchísimo.
El la besó con ferocidad hasta dejarla sin aliento y Blue lo apartó con fuerza.
– No resisto más. Espera aquí un momento.
Blue subió, y a pesar de que Dean estaba próximo a sufrir una hipotermia, se sentía más que dispuesto a esperarla. Dio unas vueltas para calentarse y vio que habían aparecido más criaturas mágicas en las paredes del comedor, incluyendo un dragón con pinta de bueno. También se percató de que en la puerta de la caravana había pintado una ventana abierta con dos diminutas siluetas.
Oyó un ruido de pasos a sus espaldas y se volvió. A parte de las botas militares negras, Blue sólo llevaba puesto un sujetador rosa de encaje y unas bragas diminutas a juego. Su Blue con ropa interior rosa. Apenas se lo podía creer. Había encontrado valor para ponerse ropa femenina y pintar cuadros mágicos.
– ¡Tonto el último! -Con una sonrisa de desafío, ella tomó ventaja con rapidez mientras atravesaba la cocina y salía por la puerta lateral; sus pequeñas nalgas asomaban por debajo de las bragas como si fuera un melocotón partido en dos. El perdió unos segundos recreándose en la vista, pero incluso así logró alcanzarla a mitad de camino. Comenzaba a caer aguanieve otra vez, y había perdido la toalla, lo que lo convertía en un machote desnudo y descalzo, y muerto de frío. Ella corrió por delante de él y llegó primero a la caravana. Se rió, tan traviesa como cualquiera de los duendecillos que pintaba. Los copos de nieve centelleaban en su pelo, y las sombras de los pezones se revelaban a través de la seda mojada de su sujetador. La siguió al interior.
En la caravana hacía mucho frío. Ella se quitó las botas militares. El le quitó las bragas húmedas. Mientras se abrazaban, cayeron en la litera fría. Él cogió la manta para cubrir sus cuerpos mojados y temblorosos, y la subió hasta quedar ocultos bajo ella. En esa oscura caverna, se calentaron el uno al otro con caricias, con besos apasionados, con el calor de sus cuerpos, y con promesas de amor.
La cellisca golpeaba en el tejado de la caravana, en las pequeñas ventanas y en la puerta azul. Pero ellos yacieron juntos perfectamente protegidos.