Capítulo 5

CASEY despertó al día siguiente, debido al ruido en la puerta principal. Se quedó recostada un momento, disfrutando. Se preocupó por levantarse temprano después de aquella mañana en que Gil la había dejado dormir más, pero no se apresuraría, ya que él se había ido. Giró sobre sí, y cuando abrió los ojos descubrió que Gil estaba parado junto a ella.

– Buenos días, Casey. Siento haberte despertado, pero ya está listo el desayuno -ella hizo un esfuerzo por incorporarse, tirando de las sábanas para cubrirse.

– ¿El desayuno? -él colocó una charola en sus rodillas.

– Pensé que debíamos festejar de alguna manera nuestra primera semana juntos. Feliz aniversario -se inclinó y la besó en la mejilla antes de sentarse en el borde de la cama.

La charola contenía jugo de naranja, café, croissants frescos y una rosa roja. Casey la agarró y olió su aroma, mientras su larga cabellera cobriza le cubría la cara. Levantó la vista y sus ojos brillaban como zafiros.

– Es preciosa, Gil. Muchas gracias.

– No tan preciosa como tu, Casey -ella no supo qué responder a un halago tan directo y después de un momento incómodo Gil intentó levantarse.

– No te vayas, Gil. Ayúdame a comer esto.

– ¿No te gustan?

– Me encantan, ¡pero engordan!

– ¿Y eso es un problema? -bromeó él, pero aceptó la oferta-.. No querías que viéramos muebles de baño hoy? -preguntó Gil.

– ¿No vas a ir a trabajar?

– Tengo que ir, pero estaré listo a las once -Casey se recostó.

– Yo estaré ocupada con Brownies hasta las once y media. Podremos ir entonces.

– ¿Brownies?-él frunció el ceño-. Se supone que estás de luna de miel. ¿Y si te hubiera raptado a las Bahamas por un mes?

– Pero no lo hiciste -señaló ella.

– Es cierto, no lo hice -dijo él y se puso de pie-. Da lo mismo, en nuestras circunstancias. Hubiera sido un desperdicio de dinero, ¿no crees? -ella no respondió-. ¿Dónde quieres que te espere?

– En el vestíbulo junto a la Capilla Metodista.

El asintió.

– Ya sé dónde queda.

Una hora después, vestida con traje de lana azul marino y el cabello recogido, jugaba con las niñas que gritaban con entusiasmo participando en el juego del escondite.

– No sé qué haría sin ti, Casey -comentó Matty James más tarde cuando ya las niñas se habían despedido esa mañana asoleada de mayo-. No tengo paciencia para los juegos ruidosos como tú la tienes.

– Son muy divertidos. ¿Necesitas que te lleve?

– No, gracias. Me recogerá Brian.

– ¿Alguien mencionó mi nombre? -Brian James y Matty hubieran podido ser hermanos. Ambos eran canosos, de mejillas sonrosadas y amplias proporciones.

– Hola, Brian ¿Cómo estás?

– Muy bien, querida, como siempre-luego movió la cabeza y frunció los labios-. Y estaría mejor si usaras el uniforme apropiado como Matty.

– Este es mi nuevo uniforme, y es más cómodo. Mucho más práctico para los juegos.

Brian contempló a Matty con amor, fijándose en su falda azul marino algo ajustada y su camisa azul con su pequeño moñito en cuello.

– Lo mejor de la semana, Matty en uniforme -le guiñó el ojo a su esposa y ella se ruborizó-. Deberías probarlo con tu nuevo esposo Casey. Te dirá que no hay nada como un uniforme para volverse locos. Creo que son las medias azul marino.

– Brian, te pido que guardes silencio en este momento -lo regañó Matty-. Estás haciendo que Casey se ruborice.

Casey movió la cabeza. No se había ruborizado por Brian, sino porque Gil estaba parado en la puerta escuchando toda la conversación.

– Gil -exclamó ella, antes de que siguieran hablando-. Te quiero presentar a Matty y Brian -los presentó y luego dejó que Matty cerrara.

– ¿No te importa que me haya vestido así? -le preguntó a Gil limpiándose el polvo de los pantalones cuando él abrió la portezuela del auto.

– Para nada. Nunca me gustaron las mujeres con uniforme.

– No quise decir… ¡Oh!

– Pero soy parcial con las medias -continuó él como si ella no lo hubiera interrumpido-. Me gustan negras y con liguero. Por si te interesa.

– En lo más mínimo -respondió Casey acalorada.

– Creo que es una verdadera lástima -declaró él, y ella sintió alivio de que terminara la conversación, pues llegaron al sitio de la exhibición.

El no intervino en seleccionar los muebles del baño; estaba recargado en una columna observándola tomar las decisiones.

– Son una verdadera ganga, Gil -le aseguró Casey ansiosa mientras él extendía el cheque en silencio para entregárselo.

– ¿De veras? -dijo él con enfado-. A mí me gustan las cosas como están.

– Tú puedes seguirlas usando -reclamó ella levantando la voz-. Yo en lo personal prefiero tener una puerta en el baño.

– Te mandaré un plomero el lunes para que comience a trabajan en la tubería -ofreció él encogiéndose de hombros.

– Qué amable. ¿Crees que podré pagar algo tan caro? -preguntó ella.

– Trataré de llegar a un arreglo -respondió él mientras la guiaba afuera del salón-. De hecho, creo que voy a tomar un anticipo ahora mismo -y en vez de abrir la portezuela del auto como ella esperaba, la estrechó presionándola con su cuerpo.

– ¡Gil! -protestó la chica, pero él pareció no escuchar. Por un momento ella se quedó hipnotizada al ver que la boca de Gil se aproximaba a sus labios hasta que el silbido burlón de un travieso que pasaba cerca, la hizo retornar a la realidad. Gil se enderezó y abrió la puerta.

– Puedo esperar -bromeó Gil-. Pero te advierto que cobro altos intereses -sonrojada, ella se acomodó en el asiento y miró al frente mientras Gil entraba, consciente de que su respiración estaba algo acelerada. Estuvieron cerca; él de besarla y ella de permitirlo.

– Pensaba de una vez escoger algo para la cocina -protestó débilmente cuando él arrancó el motor.

– Olvídalo, Casey. Ya tuviste mucha suerte para un día -declaró él con rostro inexpresivo-. Además, es hora de almorzar.

– Sí, mi amo. Claro, mi amo -bromeó ella-. ¿Y qué desearía su señoría para el almuerzo el día de hoy? ¿Lomo de venado… liebre en salsa… un asado de cisne?

– Un emparedado será suficiente, Casey. Saldremos a cenar esta noche.

– ¿Sí? ¿Adonde?

– Primero pensé en el Oíd Bell. Después de todo, allí fue donde te propuse matrimonio; me pareció lo más lógico.

– ¡No! -exclamó ella con tal énfasis que él se volvió para mirarla y luego sonrió con ironía.

– ¿No?; ¿no lo disfrutaste?

– No tengo la menor intención de recordar esa ocasión.

– Precisamente por eso pensé en algo muy diferente. Y mucho más divertido -con eso ella sintió un gran alivio.

Después del almuerzo, Gil sugirió que terminaran de limpiar la pequeña habitación. Casey estuvo de acuerdo.

– ¿No tienes otra cosa que hacer? ¿Ninguna cita? -le preguntó y él la contempló divertido.

– No es lo que más me gusta hacer, Catherine Mary Blake, puedes estar segura. Pero hasta que no descubras para qué están hechos los sábados en la tarde, ayudará mantenerme ocupado-Casey sonrió.

– No sabía que querías ir al fútbol, Gil. ¿Está el equipo de Manchester jugando aquí esta semana? -preguntó ella fingiendo inocencia-. Si quieres te acompaño con mucho gusto -él observó su reloj.

– Ya no llegaríamos a tiempo. Lo siento. Quizá la semana entrante…

– Me encantaría -replicó ella y miró sus manos-. Bueno, de nuevo a trabajar en el papel tapiz. Qué lástima -levantó la vista a tiempo para ver que él se acercaba de un modo que le indicó que lo mejor era salir de ahí. Subió corriendo por la escalera y cuando él la alcanzó ya estaba raspando el tapiz de la pared con tal determinación que no pudo interrumpirla.

– Si no piensas decirme adonde me vas a llevar -declaró Casey parada con solo medias y fondo, y las manos en las caderas-, al menos deberías sugerirme cómo debo ir vestida.

– No muy elegante -respondió él encogiéndose de hombros.

– Oh, gracias. Eres una gran ayuda -exclamó ella abriendo la puerta del closet. El, todavía en bata, se recostó en la cama. Ella le dio la espalda tratando de concentrarse en escoger un vestido, consciente del deseo de entrelazar sus dedos entre los rizos en la nuca de él, quitar el cinturón de su bata y acostarse encima.

– ¿Qué tal ese pequeño numerito que usaste en el Bell? -le preguntó Gil-. Quedaría bien.

– Eso quiere decir que voy a ser parte de la función -señaló ella sin despegar la vista de la ropa-.Cada vez me gusta menos tu invitación.

– No me contestaste.

– Lo regalé para una subasta -respondió ella levantando la voz.

– Qué lástima -él se incorporó y repasó el guardarropa, luego sacó un fino vestido de jersey de lana rojo, de corte sencillo, pero favorecedor- Este te quedará muy bien.

– Si querías que usara éste, ¿por qué no me lo dijiste y ya? -preguntó ella quitándole el gancho.

– Es más divertido así. Me gusta verte enfadada. Aparece el rubor en tus mejillas. Aquí. Y aquí -le rozó con cuidado las mejillas con el pulgar.

– Harán juego con el vestido, ¿no crees? -dijo ella poniéndoselo y luego dándole la espalda para que él subiera el cierre. El lo hizo muy despacio, cosquilleándole la espina dorsal con los dedos. Luego hizo a un lado los mechones de cabello que cayeron en su nuca al hacerse un moño.

– ¿Todavía no acabaste? -preguntó la joven con impaciencia.

– No -murmuró él con las manos en el cierre, manteniéndola cautiva; lentamente se inclinó y le besó la nuca. Antes de que ella intentara moverse la tomó por la cintura y la apretó contra él, haciéndole sentir la pasión que le brotaba en ese momento.

– ¿Qué se siente, Casey, saber que me haces esto? -le susurró con voz ronca.

La atemorizaba. Estaba atemorizada por la urgente necesidad que sentía en él. Y atemorizada por la falta de decisión para responder, dejando que su cuerpo reaccionara con naturalidad. Gil deslizó sus manos hasta encontrar, tras la fina tela del vestido, sus pechos sensitivos, orgullosos y deseosos de la caricia. El acercó los labios a su oído y le susurró:

– ¿Por qué no me pides que te haga el amor, Casey? Sabes que eso es lo que quieres.

– ¡ No! -ella se liberó y se volvió hacia él, viendo el reflejo del deseo en la sombra de sus ojos grises y el rubor en sus mejillas. Durante un largo momento se miraron,-luego Gil se encogió de hombros.

– Será mejor que me esperes abajo. No me tardo -la empujó y le dio la espalda. Ella se quedó parada, sin saber si quería huir o quedarse y entregarse a él, como lo pedía. Luego salió y bajó por la es-calende prisa.

Unos minutos después él la siguió, pero al alcanzarla, ella ya tenía puesto un chal negro sobre los hombros y estaba lista para salir.

– ¿No vas a tener frío? -le preguntó Gil con voz dura mientras se acercaba a la puerta-. Vamos a caminar.

– ¿Lejos? -preguntó ella preocupada más por sus tacones altos que por la temperatura.

– No. No es lejos.

– Estoy bien -era una hermosa tarde de primavera. En casa de sus padres, Casey sabía que los árboles estaban cargados de flores. Incluso en el apartamento que había compartido con Charlotte, el aire estaría preñado del aroma de las flores en las enredaderas. Mas ahora, en el estrecho callejón en el que se encontraba, no había árboles, ni flores, sólo el duro pavimento y autos estacionados.

Escucharon el ruido que provenía del Carpenter's Arms en la siguiente acera. Gil la tomó del brazo en la puerta y le dijo:

– Es aquí -parecía esperar a que ella protestara, pero Casey no tenía intenciones de darle esa satisfacción.

– Encantador -murmuró y no esperó que él le abriera la puerta, sino que la empujó y entró delante de él.

Estaba lleno de gente y de humo, sabía que lo iba a odiar, pero por nada del mundo se lo iba a revelar. Se abrieron camino hasta la barra y Gil ordenó dos bebidas diciéndole a la camarera que los anotara para cenar.

– ¿Qué platillos tienen hoy? -preguntó él.

– Asado de res y zanahorias con bolas de masa hervidas, Gil -respondió ella tomando su dinero-. ¿Está bien?

El sonrió con aprobación y guió a Casey hasta un grupo de personas que estaban de pie junto al piano; Gil saludó cordialmente.

– ¿Dónde está Dolly? -preguntó él señalando el silencioso instrumento. Uno de los hombres dejó de mirar a Casey sólo un instante para responder:

– De vacaciones. Esta noche no tendremos música. ¿No vas a presentarnos?

– Claro. Casey, quiero presentarte a unos viejos amigos -y mencionó una lista de nombres que ella jamás podría recordar. Titubeó al llegar a la última del grupo. Era morena y baja de estatura y llevaba un vestido que Casey y Gil reconocieron al instante. Gil terminó de presentarlos, cuidándose de no mirarla a los ojos.

– Lástima del piano. Esta es la primera vez que viene Casey al Carpenter's.

– Estará aquí la semana entrante -Casey estaba consciente de un incómodo silencio como si no comprendieran qué hacía ella allí.

– Quizá yo podría tocar algo -ofreció Casey aclarándose la garganta-. ¿Qué tipo de música… toca Dolly?

– No, Casey. No creo…

Pero ya le habían acercado el banquito, abierto la tapa del piano y Casey miró el teclado sin música. Pensó en la posibilidad de interpretar algo de Chopin, pero rechazó la idea y mejor decidió por una elección de éxitos de los Beatles.

Después, todo mundo le empezó a pedir canciones. Muchas no se conocía, pero había tocado el piano en un viejo salón musical en ' I ciub y conocía algunas de las tonadas.

Gil parecía haber desaparecido, pero cuando el grupo se movió ella lo vio conversando de cerca con la chica del vestido negro. Le coqueteaba descaradamente y la joven le seguía la corriente. La chica se recargó en su solapa cuando Casey los observaba, mientras sus dedos continuaban encontrando automáticamente las notas, sin aparente ayuda de su cerebro. Gil pareció sentir que lo miraba y levantó la vista. Con toda intención pasó el brazo por los hombros de la joven, la acercó y se inclinó a susurrarle algo en el oído que la hizo reír.

– Aquí tienes una bebida Casey -la camarera colocó el vaso sobré el piano-. Es un obsequio de Dave, el que está allí.

Casey se volvió para mirar a Dave, quién la saludó con la mano e hizo una serie de complicados gestos señalando la bebida y la de ella. Asombrada sonrió, saludó con la mano y tomó la bebida, ya que tenía la garganta seca por el humo de los cigarrillos. La gente se volvió a amontonar y ya no pudo ver a Gil con la joven. Siguieron mandándole jugo de naranja y después de un rato dejó de percibir el extraño y molesto dolor que sentía en su corazón. El sonido de un gong anunció la cena, y ella se puso de pie para unirse a la fila sintiendo sus piernas como de hule. Recogió sus cubiertos y notó que la chica de negro estaba formada detrás de ella.

– Me encanta tu vestido -le dijo con solemnidad, y luego para su propio asombro, se rió.

– Gracias -la chica lo alisó con las manos sobre sus caderas-. Resultó muy caro, pero vale la pena pagar cuando la ropa es de calidad, ¿no crees? -dijo la joven con desparpajo.

– Definitivamente. Estoy segura de que tomado del mostrador de ropa casi nueva, pero usada en el bazar de las Brownies, lo hizo uno de los vestidos más caros -Casey acercó su cara a la de la chica que tenía de repente una expresión rígida-.Y si no dejas en paz a mi marido te juro que me aseguraré de que todos los presentes sepan exactamente dónde lo compraste -le silbó en el oído.

– ¡No te atreverías! -pero con sólo verle la cara a Casey se con venció. Avergonzada, huyó de ahí.

– Tu amiguita te dejó plantado -le dijo a Gil cuando se sentó en la silla vacía junto a él.

– ¿Por qué sería? -murmuró él, divertido.

– No tengo la menor idea -ella equilibró su plato en las rodillas y empezó a comer-. Pero me intriga Gil, que gustándote tanto las mujeres morenas y curvilíneas te hayas fijado en mí -él hizo una pausa sosteniendo el tenedor lleno de comida.

– ¿Las mujeres? ¿En plural?

– Es la segunda morena despampanante con la que te veo abrazado esta semana -declaró ella y lo miró a los ojos.

– ¿De veras? ¿Sólo dos? He de estar perdiendo mi encanto -le brillaron los ojos y luego se encogió de hombros-. Debe ser una debilidad mía. Estoy seguro que eso no te preocupa, ¿verdad? -y la miró con gesto retador.

– Maldito seas, Gil Blake -ella se puso de pie, olvidando por completo el plato, que se deslizó de sus piernas y vació su contenido en la alfombra. Ella contempló el plato por un momento como si no estuviera segura de donde había venido-. Lo siento -levantó la vista, azorada, mientras la camarera se acercaba para limpiar.

– No te preocupes, querida -dijo la mujer y miró el rostro pálido de Gil-. Creo que será mejor que la lleves a su casa. Le ha tocado más de aquello a lo que no debe estar acostumbrada -Gil la observó de cerca.

– Pero si sólo ha bebido jugo de naranja.

– Dave le añadió vodka. Le gustó mucho como toca el piano. Creí que estabas enterado.

– ¡Vodka! ¡Válgame Dios!-él la miró-. Es culpa mía. Debí estarla cuidando. Siento mucho lo de la alfombra.

– No tengas cuidado. Gracias por tocar el piano, Casey. Espero verlos pronto por aquí -Casey se despidió con un movimiento de la mano al momento que una docena de voces le aplaudían; Gil la tomó firmemente del brazo para guiarla a la salida.

El aire fresco le pegó como un martillazo, y se le doblaron las rodillas cuando llegaron a la esquina. Gil lanzó una maldición y la levantó para cargarla por el resto del camino. La recargó en la puerta mientras buscaba la llave, y ella se deslizó hacia el suelo, riéndose.

– Se lo dije, ¿sabes? -comentó honestamente-. Le dije que sabía donde había comprado ese vestido -tenía hipo-. Le dije que i reVelaría ante iodos si no se largaba.

– No me digas.

– Todos fueron muy amables. Me ofrecieron bebidas. Menos tú, Gil, porque estabas muy ocupado. Pero yo se lo dije a ella -Gil abrió la puerta.

– Anda entra, mujercita tonta… -se detuvo porque ella no podía escucharlo. La levantó y la contempló por un largo momento, sonriendo con satisfacción-. Con que eres una gatita celosa. ¿Le mostraste tus garras? -le besó la frente y la cargó llevándola adentro.

Casey sentía que alguien martillaba dentro de su cabeza.

Gimió, abrió los ojos y los volvió a cerrar rápidamente al sentir que le molestaba la luz.

– Casey -ella escuchó, la voz y de mala gana abrió de nuevo los ojos. Gil estaba parado a su lado con un vaso en la mano-. Bebe esto -le ordenó.

Ella volvió a gemir, colocó la mano en su cabeza y él observó, inexpresivo, cómo ella hacía un gran esfuerzo para incorporarse. Ella miró el vaso que le ofrecía y con desconfianza, olió el contenido.

– ¿Qué es?-preguntó retrocediendo.

– No importa. Bebe. Te ayudará.

– Nada me ayudará -sollozó ella-. Me estoy muriendo.

– No es cierto -dijo él sin simpatía-. Tienes malestar. Anda, bebe -él sostuvo el vaso mientras ella bebía el líquido, y lo inclinaba para que no dejara ni una gota.

– ¡Oh! -ella se estremeció-. Es horrible.

– No cabe duda, pero te hará sentirte mejor -ella se recargó en la cabecera y se tapó los ojos.

– ¿Crees que puedo tomar agua y algo para el dolor de cabeza?

– Puede ser -se dirigió a la puerta, hizo una pausa y la miró sonriendo con sorna-. ¿Algo más que quieras que te traiga? ¿Tocino? ¿Huevos estrellados? ¿Un par de salchichas? -le ofreció.

– ¡Ohhh! -ella se deslizó bajo las sábanas y cubrió su cabeza. ¿Una cruda? ¿Cómo es que ella tenía una cruda? Trató de razonar.

Recordaba haber ido al club donde tocó el piano. Eso si lo recordaba. Bebió jugo de naranja. Alguien se lo llevaba dejándolo sobre el piano para ella. Habían cenado algo… no, mejor no quería pensar en la comida. ¿Y luego? ¿Qué pasó? -lanzó un gemido. Seguro que se comportó como una verdadera tonta.

– Aquí tienes -escuchó a Gil hablarle debajo de la sábana.

– ¿Qué es? -preguntó ella.

– Si no sales de ahí, Casey, entro a sacarte -la amenazó.

– ¿Estás muy enfadado conmigo? -preguntó ella con humildad asomándose.

– Mira Casey -él se sentó en la cama, le ofreció un vaso y dos tabletas-, tengo que decirte que después de que vaciaste tu cena en la alfombra…

– ¡No es cierto! -pero lo miró y comprendió que decía la verdad-. Dios mío, sí lo hice.

– … y yo te cargué hasta la casa… -ella abrió la boca para protestar-, no me sentía muy caritativo hacia ti, pero -sonrió-… luego te desvestí y te metí en la cama; ¡eso sí que lo disfruté!

Ella bajó la vista, para no ver la desconcertante expresión en su rostro.

– Te faltó un botón -señaló ella.

– Sí. Me temblaban un poco las manos -se inclinó y lo abotonó.

También a ella le temblaban las manos y necesitó de ambas para sostener el vaso. Volvió a mirarlo a la cara.

– ¿Y luego? -preguntó con suavidad.

– ¿Y luego? -él sonrió de repente-. Y luego, amor mío, tu sufrimiento de esta mañana mejoró mucho mi humor.

– Me alegro que te divierta -exclamó ella levantando la voz, y se estremeció al oírse-. Jamás tuve una cruda -terminó murmurando.

– A todo mundo le sucede alguna vez. El truco consiste en no repetirlo.

– Te aseguro que no quiero beber jugo de naranja en mucho tiempo -exclamó ella frotándose los ojos.

– Lástima que Dave consideró que tu concierto merecía algo más fuerte. Fue el vodka que añadieron al jugo lo que te hizo daño.

– Así que, ¡eso era lo que me quería decir! -exclamó la chica recordando los gestos que Dave le hizo -él recogió el vaso de su manos.

– Creo que ya te estás sintiendo mejor. Ya no suenas tan humilde.

Ella consideró que tenía razón. No mejoró mucho, pero la sensación ya no era tan espantosa. Deslizó suavemente los pies al suelo y se puso de pie. Se balanceó un momento y luego mantuvo el equilibrio.

– Necesito ir al baño -dijo con voz débil. Gil le ayudó a ponerse el camisón y la acompañó para bajar por la escalera.

– No cierres la puerta. Si te desmayas no podré ayudarte -le advirtió él.

Ella obedeció y media hora después, bañada, vestida y con una taza de café adentro, comenzó a sentirse mejor. Gil levantó la vista del periódico.

– ¿Se te ocurre algo que quieras hacer hoy? Pensé en almorzar fuera, pero…

– No es buena idea -replicó ella de inmediato.

– No -él sonrió con maldad-. Aunque creo que te haría bien tomar aire fresco. ¿No quieres pasear a la orilla del río?

– Es… posible.

– Anda, vamos -la levantó de la silla-. Voy por tu chaqueta.

Diez minutos más tarde Gil se estacionó en el muelle, y caminaron lentamente por ahí, disfrutando la vista de los yates y de los jóvenes del club que navegaban a lo largo y ancho para sus lecciones del domingo. La brisa del río devolvió el color a sus mejillas y pronto, como Gil predijo, Casey comenzó a sentirse mejor. Iban del brazo paseando por el sendero cuando él le preguntó:

– Hace mucho tiempo paseamos igual, Casey. ¿Te acuerdas?

– Jamás lo olvidaré.

– Son ya casi seis años.

– Cinco años, ocho meses, y tres semanas -murmuró ella -Gil la miró con una expresión muy rara.

– ¿Y no cuentas los días? -preguntó; ella apuró el paso. Contaba cada día, cada hora, cada segundo.

– Sería un poco melodramático, ¿no crees? -respondió ella furiosa por haberse traicionado con tanto descuido.

– Sobre todo, cuando tenías a Michael para distraerte.

– Exactamente -ella trató de separarse, pero él la mantuvo cerca y ella no quiso hacer una escena en público-. Estoy segura de que tú también tenías quién te consolara -musitó enfadada.

– Bueno -él sonrió-, como tú bien señalaste, tengo una debilidad por las morenas bien proporcionadas-. El levanté la vista-. ¿No es esa Annisgarth?

– Sabes muy bien que sí.

– No he tenido oportunidad de verificar cómo quedaron las composturas. ¿Te importaría que fuéramos a ver? -le preguntó él.

Sí le importaba. Y mucho, Annisgarth era el último lugar en el mundo donde quería ir con Gil; pero no tenía la energía suficiente para discutir, y notó tal determinación en el rostro de él que comprendió que sería en vano. Se encogió de hombros y respondió:

– Tengo la llave por si quieres entrar.

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