Capítulo 8

– ¡Acaramelados! -se estremeció cuando Gil golpeó el filete de nuevo. El casto beso de Michael en su mejilla no podía describirse de esa manera. Luego, cuando se percató de lo que lo puso tan furioso, soltó una carcajada. Estaba celoso. En verdad, bastante celoso. Le dirigió una mirada de nuevo, contemplándola como si se hubiera vuelto loca.

– ¿De qué te ríes? -preguntó.

– De nada -respondió ella tomando aire-. Será mejor que me pases los hongos si quieres que sobrevivan.

– ¿Hongos? -rugió él sacudiéndola por los hombros-. ¡Qué me importan a mí los hongos! -la besó en la boca con ira y por un momento ella se quedó inmovilizada de asombro. Uiego entreabrió los labios y respondió a la caricia. Su bolso cayó al suelo cuando lo abrazó por la nuca y acarició los rizos de su cabello.

Pero él no hizo intentos de seducirla, ignoró todas sus señales de rendición, dejando que la ira se apoderara de todo su ser hasta que al final, sin poder respirar, lo golpeó en el pecho desesperada por tomar aire. Al fin la soltó y cuando ella retrocedió balanceándose, vio el triunfo reflejado en sus ojos.

– Eres mía, Casey. Te compré y pagué por ti. Nadie más podrá tenerte. ¿Me oyes? -la vena en su frente latía con fuerza cuando se acercó de nuevo a ella, que retrocedió, congelada hasta los huesos por el rechazo de su entrega voluntaria y en control de sí misma.

– Pídemelo, Gil -exigió, respirando con dificultad-. Pídemelo de buena manera -él se detuvo con la expresión ensombrecida por el esfuerzo que hizo por controlarse, y apretó los puños.

– Maldición, Casey. Creí que ya estábamos de acuerdo; ibas a ser tú la que deberías pedirlo.

– También yo -exclamó Casey-. Creí por un momento que lo olvidaste.

– Quizá verte en brazos de Michael me hizo olvidarlo -tenía la mirada fría y ella se estremeció.

– ¿Tu crees, Gil? -Casey quiso explicarle. Pero él no creyó necesario aclararle a ella por qué subió al ascensor en el Hotel Melchester con el brazo sobre el hombro de Darlene diciéndole que había sido "un infierno sin ella". Bueno, pues al "infierno" con las explicaciones- Quizá debiste mantener la vista en la carretera -le gritó, y sus ojos azules centellearon peligrosamente. El se acercó y clavó las manos en sus brazos hasta que ella gritó:

– ¡Gil! ¡Me estás lastimando! y por un momento se quedaron así, dominados por la ira. Luego. Gil se estremeció y aflojó las manos.

– ¿Mantener la vista en la carretera?

– Es más seguro. Para todos. ¿No crees?

– No cabe duda alguna -su tono de voz era hiriente-. Trataré de recordarlo en el futuro -miró el filete con disgusto y le preguntó-: ¿Cómo lo quieres?

Casey lanzó un profundo suspiro al notar que estaba disminuyendo la tensión entre ellos y frotó con cuidado sus brazos. Contempló un momento la carne y respondió:

– Casi crudo, creo. Sí, casi crudo -repitió consciente de que su voz temblaba.

– ¿Sangrante? -Gil esbozó una sonrisa irónica-. Pero definitivamente no subyugado.

– Pásame los hongos, Gil -dijo ella-. Ha sido un largo día y estoy exhausta.

– ¿Que tal está quedando la casa? -Gil levantó por fin la vista de la carta que hasta ese momento captó toda su atención en el desayuno. Casey, también distraída por una larga carta de su madre, levantó la vista.

– ¿Qué? Ah, ya escogí el papel tapiz para la recámara, pero no sé cuándo podré empezar. He aceptado otros dos contratos esta semana -comentó-. Mi mamá y mi papá parece que se divierten en grande. Mi padre está mucho mejor.

– Cuando menos, eso es una buena noticia. Pero no me refería a esa casa, Casey. Puedo ver lo que estás haciendo aquí. Es más, tengo que vivir con lo que le haces a esta casa. Por favor, ¿podrías dejar nuestra recámara como está? -ella lo miró y respondió:

– Como gustes.

– Así me gusta -declaró él con sentimiento-. Estaba hablando de Annisgarth. ¿Cuánto tiempo tomará terminarla.

– ¿Annisgarth?

– ¿Crees que podrías prestarme atención un minuto? -Gil suspiró-. ¿O es tu madre tan apasionante en sus cartas,

Casey se sonrojó. La primera era ciertamente más interesante de lo que Gil imaginaba y por el momento no estaba segura de cómo manejar lo que su madre le contó. Guardó la carta, dejando el resto para después, y prestó atención a Gil.

– Lo siento. En un par de semanas habremos terminado Annisgarth. ¿Por qué tanto interés de pronto?

– Siempre estoy interesado en todo lo que te concierne, Casey -declaró con ojos inexpresivos-. Y quiero decir todo. Tú has sido lo más importante para mí desde la primera vez que te besé -sacudió su cabeza como para aclarar sus pensamientos-. Quería saber cuándo terminas porque pienso que debemos salir de viaje por algunos días.

– ¿Una luna de miel pospuesta? -Casey abrió los ojos y levantó las cejas, cuidando de no revelar el acelerado ritmo de su corazón-. ¿Han mejorado tanto tus negocios que puedes darte el lujo de tomar vacaciones?

– No te sienta bien el sarcasmo, Casey -Gil bajó su carta y la miró de frente-. He contratado a las personas indicadas para que administren Construcciones O'Connor. Nunca tuve intenciones de dirigirla personalmente, pero nuestro matrimonio es otra cosa. Creo que ha llegado el momento en que ambos consideremos si tiene algún sentido seguir con nuestra situación actual.

Casey sintió que palidecía.

– La casa estará terminada en un par de semanas. Y luego tenemos el baile. Podrías… -tuvo que aclararse la garganta- ¿podrías esperar hasta entonces?

– Tendré que hacerlo, por lo visto -respondió él sin revelar emoción alguna; sin embargo, Casey estaba segura de que había aumentado la tensión en su rostro-. Pero no más. Todo hombre tiene sus límites y parece que yo sobrestimé mi capacidad de resistencia.

– ¿De resistencia, Gil? -preguntó ella en voz baja.

– Estoy seguro que no tengo que explicarte lo que es para mí pasar todas las noches a tu lado y esperar a que recapacites -Casey ahogó el sentimiento de compasión que surgió en su garganta.

– Podrías pedir…

– De buena manera. Ya lo sé -la interrumpió él con tristeza-. No, gracias -hizo una pausa como esperando algo de ella. Luego se encogió de hombros-. Entonces, hasta el famoso baile.

– Sí. He aceptado otro trabajo, pero lo puedo posponer una semana -esperó, deseando que él continuara el tema, pero sólo asintió con la cabeza.

Ella lo observó mientras leía el resto de su correspondencia con la cabeza inclinada. Parecía tenso y fatigado y el espejo le revelaba que ella no se veía mejor. Gil tenía razón. Ya había llegado el momento de aclarar las cosas entre ellos.

Pasó demasiadas noches en veía por la cercanía de su cuerpo. Anhelaba acariciarlo, pero no encontraba el momento adecuado, las palabras correctas. Si tan sólo le dijera alguna frase de amor, se atrevería. El no era el único que estaba pasando una prueba de resistencia.

En vez de eso, él insistía en que ella era de su propiedad; que la compró junto con el negocio y su orgullo herido exigía que él fuera quien diera el primer paso que ofreciera algún símbolo de que la necesitaba.

Pero tenía miedo, mucho miedo de que, a menos que ella lo presionara hasta que perdiera el control, él no reaccionaría como ella quisiera. Y quizás era mucha ambición si esperaba que le dijera que la amaba. Después de todo, él nunca se lo había dicho cuando se conocieron, y ella estaba más que dispuesta a ser su amante. Quizá su amor sería suficiente para los dos.

Tuvo que pasar un mes antes de que pudieran irse de viaje, y la idea de pasar todo un mes como el anterior era insoportable. Después de la discusión que tuvieron cuando Gil vio como la besaba Michael, él se encerró en una concha. Ya no se burlaba de su debilidad, ni bromeaba cuando estaban solos. En público representaba el papel de marido devoto, pero en privado actuaba con intensa y dolo-rosa cortesía.

Acarició la hermosa rosa roja que estaba en la mesa del desayuno, testigo de que pasó una semana más desde la boda. Pero desde aquel primer sábado cuando subió el desayuno y lo tomaron mientras él estaba sentado en el borde de la cama, era más un signo de admiración que un símbolo de amor. Un recordatorio de que estaban viviendo con una bomba de tiempo a punto de explotar. Y ambos eran conscientes de que debían andar con cuidado, porque un paso en falso volaría en pedazos sus vidas separándolos para siempre. El levantó la vista y la sorprendió mirándolo.

– ¿En qué estás pensando? -le preguntó con curiosidad.

– En nada -respondió ella y sonrió-. Nada-él entrecerró los ojos.

– ¿De veras? -insistió él -como ella no respondió se puso de pie y miró el reloj-. ¿No vas a llegar tarde con las Brownies?

– ¿Brownies? -ella despertó de su ensueño y se puso de pie-. ¡Válgame Dios! La junta es hoy aquí. Lo siento, debí prevenirte, pero… como siempre te vas inmediatamente después de desayunar, no creí que estarías en casa y que te iban a molestar.

– ¿Quién dijo que molestan? -la retó él con enfado-. ¿O crees qué les estorbaría?

– No -ella movió la cabeza sorprendida por la vehemencia de su reacción. A menos que tú quieras irte. Las niñas vienen a conocer a los gatitos. Así podrán ganarse sus distintivos por querer a los animales -sonrió y añadió-: Y si de paso puedo encontrar hogar para algunos…

– ¡Oh, tramposa! -él respondió con otra sonrisa y ella se rió.

– Definitivamente. Pero primero lo discutiré con las mamas antes de aceptar ningún pedido -Casey se sobresaltó al oír que llamaban a la puerta-. Debe ser Matty.

– Ve a abrirle -ella titubeó, anhelando poder abrazarlo y besarlo El le dio un ligero empujón en dirección a la puerta principal

"Anda. Creerá que no estás en casa -volvieron a llamar y ella salió de mala gana, consciente de que él la miraba con una pequeña y amarga sonrisa.

– ¿Llegué demasiado temprano? -preguntó Matty sin aliento, dejando caer una bolsa en la silla más cercana-. Te voy a ser sincera, creí que ya era tarde y vine corriendo.

– Llegaste en punto. Las niñas tardarán por lo menos otros quince minutos.

– Hola Matty -Gil la saludó con afecto-. Tenemos café, ¿gustas tomar una taza? -Matty levantó una ceja y bromeó;

– ¿Eso quiere decir que él lo preparó, Casey?

– ¡Ni Dios lo quiera! -exclamó Casey, con mayor entusiasmo del que hubiera querido y vio que Matty levantaba la ceja.

– Si no te importa, me encantaría tomar café, Gil.

– Claro que no importa, es un placer tratándose de ti Matty -respondió Gil con naturalidad y Matty soltó una carcajada.

– Guarda tus gentilezas para las secretarias en tu oficina, Gil. Son lo bastante jóvenes y quizá lo bastante tontas como para creerte.

– Me creen -dijo él-. Y lo son -lanzó una mirada a Casey-. Y Casey puede servirme otra a mí cuando te traiga la tuya.

Matty movió la cabeza y riendo aún acompañó a Casey a la cocina.

– A mí no me engaña -declaró-. Gil es definitivamente hombre de una sola mujer.

– ¿Existe tal animal?

– Cada vez menos, querida. Pero, sí existen -la miró de frente-. ¿Lo dudas?

– No, claro que no -y cuando Gil se asomó en la puerta para pedir su café, trató con ganas de que su sonrisa mostrara cariño. A Matty nadie podía engañarla. El la contempló sorprendido cuando tomó su taza.

– Gracias, cariño -murmuró, y luego sonrió con malicia-.Y cuando les estés preparando a tus pequeños monstruos chocolate con galletas, no te vas a olvidar de mí tampoco, ¿verdad?

– ¡Chocolate y galletas! -exclamó Casey.

– Oh, te van a adorar -declaró Matty riéndose mientras Gil y Casey se miraban.

– A mí me gustaría -comentó él y antes de que ella pudiera responder tocaron a la puerta para avisar que llegaban las niñas. De inmediato ocuparon toda la casa, agrupándose para escribir sobre sus propias mascotas antes de conocer de dos en dos a la gata y a sus gatitos.

Gil sacó su cámara Polaroid y se ganó el corazón de las niñas tomando muchas fotografías de ellas con los gatitos, y luego le hicieron prometerles que podían verlos.de nuevo cuando quisieran. Casey suspiró aliviada cuando la última niña se despidió con timidez.

– Adiós señor Blake. Muchas gracias, señor Blake.

– Ya te arrepentirás de todo esto -le advirtió Casey cuando cerraba la puerta.

– No, te lo aseguro -Gil sacudió la cabeza-. Gocé cada instante -y era cierto, pensó ella. Trató a las niñas con cortesía y respetuosa paciencia y ellas respondieron con adoración total. Podía ser un perfecto padre-. De todas maneras será a ti a quién molestarán. Estás más en casa que yo -Casey soltó una carcajada.

– No las conoces Gil, estás equivocado. Te estarán acechando.

– No estaría mal, para variar, ¿no crees? -se quedaron mudos por un instante.

– ¿No irás a trabajar hoy? -preguntó al fin Casey.

– No, no pienso ir hoy a trabajar. Quiero pasar el día tranquilo en casa con mi mujer, si no te molesta. ¿O estoy interfiriendo con tus planes? ¿Qué pensabas hacer, Casey? Ir a almorzar en algún tranquilo restaurante con Michael, y luego pasar la tarde en cama…

Ella lo abofeteó tan fuerte en plena cara, que resonó en toda la habitación. Se quedó inmóvil viendo las huellas de su mano aparecer en la mejilla donde lo había golpeado, ignorando con ira las lágrimas que amenazaban ahogarla.

– ¿Ya te sientes mejor después de esto? -le brillaban los ojos a Gil cuando la retó.

– ¡Sí! -levantó de nuevo la mano, pero esta vez él estaba preparado, y detuvo su brazo a medio camino. Furiosa, ella levantó el otro brazo, pero él lo tomó con su mano libre y lo dominó a pesar del esfuerzo que ella hacía por librarse.

– No, Casey-le dijo él en tono amenazante-. Con una vez basta -la acercó bruscamente apresándola contra su pecho e inclinó el rostro poniendo su boca muy cerca de sus labios- Ahora mi turno.

La besó con fuerza y ella suspiró estremecida, apoyada en él levantó los brazos y entrelazó los dedos sobre los cabellos en su nuca, lo acercó más y abrió los labios. Cayeron al suelo, tirando la mesita y su lámpara mientras empezaban a desvestirse, enviaron la sudadera azul marino1 de ella al otro extremo de la sala, mientras ella desabotonaba la camisa con dedos temblorosos por la necesidad de acariciarlo, de abrazarlo, de sentir su piel cálida sobre ella. -Casey -gimió él.

– No hables… -luego ella empezó a gemir más y más ante las caricias en sus pechos. El le besó el cuello y fue bajando lentamente hasta sus senos, haciéndola contener el aliento por la intensidad del impulso sexual que la invadía, y desesperadamente con las piernas, se libró del pantalón. Gil levantó la cabeza, despojó a Casey del resto de la ropa, y la contempló mientras acariciaba sus piernas que lentamente ella abrió para invitar a sus caricias.

Gil terminó de desvestirse sin mayor ceremonia y por un instante ella pudo gozar de la gloria de contemplar su vigoroso y bronceado cuerpo. Luego él la inmovilizó en el suelo y ya no tenía escape posible, aunque ella quisiera.

Pero escapar era lo último que ella tenía en mente; estaba exactamente como quería, con Gil, bajo su cuerpo pulsante y duro, escuchando los suspiros de amor que tanto había anhelado en su oído, y sintiendo el ardor de la pasión al inundarla cuando se entregaba a él. Se abrazó febrilmente a Gil abriendo las caderas cuando la necesidad era ya casi dolorosa. Y cuando pensó que ya no podía soportarlo más, él la poseyó haciéndola gritar de profundo dolor y placer.

Durante un instante, Gil titubeó y ella notó la sorpresa en sus ojos; luego, con un feroz y agudo gemido, continuó aumentando la llama de pasión que encendió en ella hasta que se consumió a medida que el deseo explotaba en oleadas interminables de placer. Luego, Gil lanzó una exclamación salvaje mientras ella sentía su propia descarga, y después rodó cuidadosamente hasta quedar exhausto a su lado. Durante un breve momento quedaron ahí, luego él suspiró profundamente y se incorporó.

– Cuánto lo siento, Casey -dijo él y pasó los dedos entre sus cabellos-. Debiste advertírmelo.

– ¿Que era virgen? -sin el cuerpo de Gil que la cubriera se sentía de pronto muy desnuda. Se incorporó y colocó el mentón en las rodillas-. Supuse que lo averiguarías tú mismo -trató de sonreír… Tarde o temprano.

– Tarde, más bien, ¿no crees? -le brillaban los ojos mientras besaba con ternura los dedos de su mano.

– Ahora ya qué importa.

– Hubiera sido más considerado… -él levantó la vista y contempló la mano de Casey. Ella se ruborizó de alegría.

– Podrías ser más considerado… ahora.

– ¿Te duele? -él despejó de su rostro los cabellos húmedos y le besó la frente.

– No. Sólo la espalda… -Gil arrugó la frente preocupado mientras ella reparaba en algo que hizo-. Estaba acostada en una galleta a medio comer -Gil estalló en carcajadas.

– En ese caso, cariño mío, será conveniente que tratemos de llegar a la recámara antes de volver a hacer el amor -y sin esperar respuesta la levantó en sus brazos, subió con ella por la escalera y la depositó en el lecho-. Ahora, nos vamos a ir muy despacio -le murmuró cuando se recostaba también, se recargó en un codo para después acariciar con la punta de los dedos su pecho

– Ya que me lo pediste de buena manera -ella aceptó la broma y lo abrazó.

– ¿Quieres que te lo pida por favor?

– Sólo si quieres, señora Blake -respondió con los ojos sombreados por el deseo.

– Por favor, Gil, hazme el amor -antes de que pudiera terminar él buscó sus labios, encendiendo de nuevo la llama de la pasión en su cuerpo, acariciándola con sus dedos sensitivos para encender la hoguera que estuvo apagada tanto tiempo.

Tentativamente, ella empezó a acariciarle el cuello y todo el pecho. Se maravilló de la sensación de sus músculos contrayéndose al tocarlos con los dedos. Tímida, tocó su piel con la punta de la lengua y cuando el gimió levantó la vista, asombrada.

– Continúa-le suplicó él y ella sonrió con más confianza.

– ¿Eso te gusta? -le preguntó ella.

– ¡Bruja! ¡Sabes muy bien que sí!

– ¿Y esto? -ella deslizó la mano por su vientre.

– Más -rogó él sin aliento y ella titubeó.

Entusiasmada por el efecto que surtían sus caricias, eliminó todo rastro de timidez y continuo acariciándolo más abajo El perdió todo control. La recostó de frente y se ubicó sobre su cuerpo que estaba listo para él. Con un feroz grito de placer la penetró y no se movió hasta que ella le suplicó:

– ¡Por favor, Gil! -y ambos llegaron al éxtasis para después quedar dormidos uno en brazos del otro. Casey despertó para descubrir que Gil la contemplaba.

– Hola, señora Blake. ¿Cómo te sientes?

– Casada -respondió ella con una amplia sonrisa de satisfacción.

– Ya lo creo -él arrugó la frente preocupado-. ¿Y crees que te gustaría ser una esposa "de verdad"?

– Por lo que he experimentado hasta ahora, te aseguro que es mucho mejor que ser una "de mentira".

– Sí, tuve la impresión de que lo estabas disfrutando -él sonrió con satisfacción.

– ¿Y tú? ¿Lo disfrutaste, Gil?

– No tenías ni que preguntar. Claro que sí -le brillaron los ojos-. Te puedo decir que lo disfruté enormemente -se incorporó y ella se quejó cuando se alejó-. No debes ser tan ambiciosa, querida. Voy a llenar la tina para ti.

– Me parece maravilloso -declaró ella desperezándose-. Y me muero de hambre.

– Claro. Ya son las tres de la tarde, nos perdimos la hora del almuerzo.

Media hora después Casey alejó su plato y se recargó en la silla.

– Preparas una omelette exquisita, Gil -apoyó la cara en sus manos y lo contempló-. Todo lo haces tan bien.

– ¿De veras? -él hizo un gesto-. Casi arruiné nuestro matrimonio. Llegué al extremo de pensar que tendría que dejarte ir.

– ¿Irme? -ella palideció.

– Parecías tan infeliz, que me estabas rompiendo el corazón. Yo creía que mantenerte alejada de Michael sería una forma de venganza por haberme tratado tan mal hace años.

– No, Gil… -él pareció no escucharla.

– Tonterías. Descubrí que te amaba demasiado. Cuando lo vi besarte comprendí que tenía que dejarte ir con él si eso era lo que querías. No tenía sentido que ambos fuéramos infelices.

Ella acarició la idea de que la amaba, en su interior, manteniéndola ahí para pensar y atesorarla cuando tuviera tiempo de disfrutarla. Ahora tenía asuntos más importantes.

– Gil, escúchame -él levantó la vista ante su tono ansioso de voz-. Le envié un telex a mi madre.

– ¿Para qué demonios? -él levantó las cejas azorado.

– Fue por aquella carta en la que te avisaban que estabas despedido. Tan pronto la leí supe que no la escribió mi papá -él trató de interrumpir, pero ella sacudió la cabeza con impaciencia-. Mi papá no estudió mucho. Jamás escribiría una carta si puede arreglarlo con una llamada telefónica o una junta.

– No entiendo, Casey. ¿Qué me quieres decir?

– Mi padre se hubiera parado frente a ti y te hubiera dicho lo que pensaba cara a cara. Y dudo que te hubiera despedido. Era más seguro que exigiera te casaras conmigo -se puso a pensar-. Si hubiera acudido a él nos hubiéramos ahorrado tantas desdichas -agitó la cabeza. Se habrían terminado los sinsabores. Mi madre lo sabía, por eso supongo que nunca le pidió que hablara contigo. Verás, cuando ella presenció mi precipitada huida del bosque, tuvo el ingenio de esperar a ver quién me seguía. Luego se sentó a escribir esa correcta misiva de despido. Reconocí el tipo de letra de su máquina portátil. El cheque era para aliviar su conciencia.

– Pero la carta me estaba esperando en la oficina -señaló Gil.

– Mi madre es una mujer de muchos recursos. Tenía las llaves de la oficina. Pero no tienes que creerme. De eso trata la carta que recibí de ella. Es su confesión.- Tomo la misiva que estaba sobre la chimenea y se la entregó a él-.Léela tú mismo.

– ¿Pero, por qué, Casey? -preguntó él tomando la carta, sin intención de leerla.

– Mamá proviene de una familia "aristocrática de provincia", Gil. El Pony Club, el Colegio de Cheltenham para mujeres y todo eso. Conoció a papá, y su familia no lo aprobó -ella rió-. No podía hacer otra cosa, ¿comprendes? Lo único que tenía como recomendación eran unas anchas espaldas, una sonrisa que podía conquistar al mundo y una inclinación por los negocios. De modo que huyó con él.

– ¿Quieres decirme que se arrepintió? -preguntó Gil entrecerrando los ojos.

– No. No es eso. Adora a mi papá tanto como entonces, creo. Sin embargo, sabia cuanto se perdió.

– ¿Y no iba a permitir que tú cometieras el mismo sacrificio'?

– Lee la carta, Gil -ella se puso de pie-. Es una mescolanza extraña. Mitad disculpa y mitad justificación. Después de todo, no te hubieras ido a Australia a ganar una fortuna que nos salvó, si ella no te hubiera corrido -se limpió una lágrima que resbalaba por su mejilla.

Gil puso atención a la carta, mientras Casey le dio de comer a la gata; luego subió a arreglarse. La casa estaba tranquila, como esperando que Gil pasara lentamente hoja por hoja de la carta de su suegra. Ella preparó el té y después de servir dos tazas, las colocó en la mesa; se sentó frente a él, sintiendo una extraña sensación ante su callada y quieta concentración en la lectura.

Finalmente levantó la vista. Casey sintió un impacto al mirarlo a los ojos. No había ahí ninguna ternura; por el contrario, el hombre que acababa de hacerle el amor como si se acercara el fin del mundo, la miraba con inmenso y total desagrado.

– Muy interesante, Casey. Tú y tu padre merecen todas mis disculpas por haberlos juzgado, al menos entonces. Es una lástima que se te olvidara decirme que leyera el resto de la misiva.

– No sé de qué estás hablando -angustiada, la joven miraba a Gil y a la carta repetidamente.

– ¿No?

– Gil. Por favor. Sólo leí las primeras hojas. ¿Qué dice que te ha disgustado tanto?

– No te culpo por hacer la lucha, Casey -esbozó una mueca de burla-. Y tengo que admitir que me habías convencido -una vena brincaba en su frente-. De verdad, fui como arcilla en tus manos también, ¿no es cierto? Admitiendo lo mucho que te deseaba.

– ¡Gil! ¡Esto es una locura!

– ¿De veras? -él se puso de pie y pareció llenar la cocina-. ¿No te costó mucho trabajo representar esa escenita, ¿eh, Casey? Estaba yo preparado, listo para reaccionar en el momento en que me tocaras. Y no perdiste ni un instante. ¡Una palabra de tu madre avisándote que Gil Blake tiene una fortuna y te entregaste tan rápido como pudiste!

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