Capítulo 7

CASEY trabajó todo el lunes pendiente del teléfono, esperando que Gil la llamara, y furiosa consigo misma por esperar que lo hiciera. En la sexta falsa alarma, después de levantar el auricular para responder a vendedores ofreciéndole mercancía, o a gente pidiendo trabajo, decidió salir y olvidar el teléfono.

Después de revisar el armario de Gil comprobó que sólo se había llevado un cambio de ropa y un maletín. Decía en su nota que regresaría para la fiesta; tenía que aceptarlo y seguir adelante como pudiera. Pero el lecho donde añoraba dormir sola resultó frío y tan vacío sin él, que no pudo conciliar el sueño.

Pasó la mañana del martes reacomodando la sala para darle cabida a la mesa de la cocina. La cubrió con una tela gruesa para disimular su estado deplorable; acomodó los platos y cubiertos, y la adornó con flores en el centro. En ese momento llegó el plomero con los muebles de baño. Ella contempló azorada el camión y los trabajadores esperando para descargarlo.

– ¡No, ahora no se puede!

– Ordenes del señor Blake, señora -su compañero asintió con la cabeza-. Dejó dicho ayer que debían estar instalados para esta noche.

Para cuando regresó los plomeros habían terminado y el baño quedó instalado. A pesar del desorden, Casey quedó complacida, pasó la mano por la reluciente superficie blanca, imaginándose el placer de sumergirse allí en burbujas calientes que no necesitaban vaciarse en el patio. Pulió los paneles de caoba con cuidado y prometió darse un buen baño cuando regresara de ordenar de nuevo la sala.

A las seis y media acabó con el quehacer. Casey puso el tapón en la tina y abrió las llaves, observando con satisfacción cómo salía el agua caliente. Añadió sales de baño y después de mirar su reloj decidió que podía tomarse quince minutos de lujo total. Pasaron dos minutos después de que entró en la tina cuando sonó el teléfono, que se encontraba en la planta baja.

Estaba segura de que era Gil. Era tan inoportuno que no podía ser otra persona. Medio enfadada y medio divertida, salió envuelta en una toalla y bajó corriendo por la escalera.

– ¿Gil? -contestó.

– ¿Señora Blake? Soy Darlene Forster. Casey se puso nerviosa al escuchar el pesado acento australiano.

– ¿Darlene Forster?

– La asistente personal de Gil. Me telefoneó para pedirme que le preguntara si quedo instalado el baño, y que le recordara que no debía usarlo durante veinticuatro horas. No tengo idea por qué.

– ¿Darlene? -murmuró Casey-. Es un nombre muy poco común.

– No en Australia, señora Blake -respondió la mujer y se rió-.

¿Quedó bien el baño? -le preguntó después de una pausa.

– Sí. Muchas gracias. Quedó perfecto, me estaba yo… -Casey miró el auricular con horror-. ¿Que no debo usarlo en veinticuatro horas?

– Así es. Tiene algo que ver con el material que usaron los plomeros.

– Bueno, gracias por avisarme.

– Llámeme Darlene, por favor. Ah, y Gil me pidió que le avisara que llegará un poco tarde, pero llegará.

– Está bien. Bueno, gracias de nuevo -colgó el auricular y regresó despacio a la escalera. ¿Darlene? ¿Darling? ¿Pude oír mal? ¿Dos veces? Por un buen rato contempló la tina. Luego, furiosa, quitó el tapón.

– La moderna plomería -exclamó amargada y fue a vestirse para lacena.

Había pensado ponerse un pantalón de pinzas color turquesa, una blusa que hacía juego en turquesa y amatista, y unos zarcillos de amatista y oro. Colocó el brillante que Gil le había dado en su dedo, para parecer ante todos como la pareja perfecta dé recién casados.

Ya abajo encendió la chimenea y las luces y fue a la cocina a verificar los platillos. A las siete y media tocaron a la puerta los primeros invitados.

– ¡Casey! ¡Esto están raro! -Casey se molestó, pero sonrió dándoles la bienvenida.

– Me alegro que te guste, Alison. Hola Mike. Pasen, les voy a preparar una bebida.

La pareja miró alrededor y Casey notó cómo intercambiaban miradas. Decidió invitarlos con toda intención, segura de que no pasarían por alto ningún detalle para después comentarlo. De esta forma todos se enterarían del chisme y luego lo olvidarían. Eso esperaba. Sirvió unas bebidas y llamaron nuevamente a la puerta. Era Charlotte, para alivio suyo; le llevó bastante correo y un abrazo cariñoso.

– ¡Una verdadera chimenea! ¡Qué encantador! -exclamó la chica estirando las manos sobre ella. Tomó una copa y de inmediato comenzó a charlar con Alison y Mike con mucha seguridad, sobre negocios. Los últimos tres invitados llegaron al fin, y no mostraron sorpresa ante la casa, por su buena educación.

– Temo que Gil se atrasó un poco -explicó Casey-. Cuestión de negocios.

Se decidió por no esperar más la comida y estaba en la cocina con Charlotte, cuando escucharon la llave de Gil en la cerradura.

– Deja que yo me encargue -insistió Charlotte y la empujó afuera de la cocina.

Casey no sabía cómo recibir a su marido frente a los invitados. Se separaron disgustados, pero con todas esas personas observándolos debía portarse a la altura. Se preguntó ansiosa si esperarían que le echara los brazos al cuello. Su indecisión desapareció en el momento de mirarlo.

– ¡Gilliam Blake! -explotó.

El se detuvo para quitarse un par de botas enlodadas. Llevaba unos jeans manchados con concreto y su cabello negro estaba blanqueado con la misma sustancia.

– Lo siento. ¿Debí entrar por la puerta de atrás? -le brillaron los ojos al contemplar la elegancia de sus invitados, y la mesa servida con cubiertos de plata, sobre un mantel blanco, impecable.

Ella contuvo un agrio comentario y esbozó una forzada sonrisa.

– No digas tonterías -caminó hacia él, planeando abrazarlo, pero una mirada a su camisa la hizo cambiar de opinión.

– Tuve un problema con una mezcladora de cemento -explicó él a sus alegres invitados-. Y no puede uno dejarlo. Si él concreto cae en el tambor es una pesadilla -con las botas en una mano, entró a la sala y, con una sonrisa que arrugaba sus ojos, se inclinó y besó a Casey en plena boca-. Olvida la cena, prefiero comerte a ti.

– Vestido así, ¡olvídalo!

– Aguafiestas. ¿Vinieron los del baño?

– ¡Estoy segura que Darlene te informó! -exclamó ella entre dientes, consciente de que él estaba haciendo un espectáculo de los dos frente a sus amigos.

– En seguida bajo -Gil sonrió y le besó la nariz antes de desaparecer por la escalera.

Ella ofreció más bebidas, mientras esperaban, y se ruborizó al percatarse de que todos tenían la vista puesta en ella.

– El amor de la juventud es algo extraordinario -comentó Alison con alegre tolerancia, al aceptar una copa de vino.

Gil reapareció en menos de quince minutos, inmaculado, con un pantalón gris que hacía juego con la camisa más oscura, con rayas color vino y una corbata lisa. Ella hizo las presentaciones formales, pero Gil se detuvo cuando llegaron frente a Charlotte.

– Ya nos conocemos, ¿no es cierto?

– Fui dama de honor de Casey. Charlotte Spearing.

– Ciertamente. ¿Charlotte? Ustedes dos compartían un apartamento, ¿verdad?

– Sí. Por favor llámame Charlie. Así me llaman todos.

– ¿Esta es Charlie? -Gil levantó la vista hacia Casey.

– ¿No te lo había dicho? -Casey sonrió con inocencia y siguió presentándolos. Gil estrechó las manos de los hombres y coqueteó descaradamente con las mujeres, besándoles la mano. Casey lo observaba impotente mientras él se ganaba la simpatía del grupo en unos minutos.

– ¿Oí decir que acaban de acondicionar un nuevo baño? -Casey escuchó que alguien hacía la pregunta.

– Sí -respondió Gil, mirándola desde lejos-. No le parecía bien la tina de hojalata frente a la chimenea, lástima -luego notando la expresión en blanco de su interlocutor, añadió-: La casa no tenía baño cuando nos mudamos..

– ¡Válgame Dios!

– ¿No los ha llevado Casey a recorrer la casa? -preguntó sorprendido.

– Todavía no -interrumpió Casey pasando un platón.

– Maravilloso. Espárragos -él pasó la salsa a Charlotte-. Claro que apenas comenzó a remodelar la casa. Es que sólo han pasado once días y hemos estado… muy ocupados -se inclinó para besarle la punta de los dedos de la mano. Ella la hubiera retirado, pero él la sostenía con firmeza-. ¿Verdad, amorcito? -preguntó haciendo énfasis en el piropo.

– Muy ocupados.

– ¿Tanto como para que no puedas cooperar para el baile de las rosas? -interrumpió Alison.

– ¿El baile de las rosas?-preguntó Gil, mirando a las dos.

– Un baile de caridad que organiza el club de junio. Casey y su madre siempre se encargan de las decoraciones.

– No estoy segura de que pueda hacerlo este año. Mi madre está de viaje…

– Ah sí -interrumpió Gil-. Ya recuerdo. Mi madre siempre cooperaba también -sonrió ante los rostros intrigados y cordiales-. En la cocina.

– Y lo preside la señora Hetherington -se apresuró a señalar Casey en medio del súbito silencio, con el propósito decidido de acabar con el asunto.

– No pueden evitarlo para siempre, Casey -declaró Alison al recuperar la voz-. Menos ahora que Gil es miembro. Será mejor que resuelvan el asunto de una vez por todas.

– Creo que Casey está sugiriendo que la señora Hetherington no va a aceptar su intervención -intercaló Charlotte, al notar que Casey estaba muda y boquiabierta ante la inusitada noticia. La lista de espera para ingresar como miembro al Golf y Country Club de Melchester era de años. La conversación continuó alrededor.

– ¿Crees que cuenta con tantas personas talentosas que puedan cooperar con ella como para darse el lujo de rechazar a quien quiera? Deseará que sus años como presidenta sean los mejores, y para eso necesita a Casey. Lo quiera o no.

– Di que aceptarás-insistió Alison.

– Creo que deberías hacerlo, querida -murmuró Gil al volverse ella a verlo-. Debes seguir con las tradiciones familiares.

– Si la señora Hetherington me lo pide, aceptaré con mucho gusto -declaró ella pasando saliva. Charlotte la ayudo a recoger los platos y entró a la cocina.

– ¡Casey! -Casey entró para encontrarla mirando arriba hacia el conducto de luz por donde un goteo constante estaba haciendo un charco de agua en el suelo.

– ¡Maldición!

– ¿Qué hacemos? -susurró Charlotte.

– ¿Qué tal si desaparecemos de puntillas por la puerta de atrás? -sugirió Casey.

– ¡No es momento para bromas! -Charlotte rió suavemente escuchando una carcajada que venía de la sala.

– ¿Quién está bromeando? -dijo Casey amargada-. No podemos hacer nada. Vamos a sacar la comida de aquí mientras tengamos luz -apenas acababa de decirlo cuando se fundió el fusible y la cocina quedó a oscuras.

Gil apareció en la puerta, con una de las velas de la mesa, que apenas iluminaba la cocina. La levantó para revisar la instalación eléctrica.

– ¿Puede esperar la cena hasta que repare el fusible, o seguimos a la luz de las velas? -preguntó incidentalmente.

– Deja la vela y nos las arreglaremos -respondió Casey de inmediato, dándose cuenta de que su tono de voz era engañoso. Gil sabía muy bien qué había pasado y se lo iba a reclamar en cuanto estuvieran solos-. Al menos, la estufa es de gas -añadió.

– Puede ser -fue su único comentario, pero dejó la vela y regresó con los invitados.

Era ya muy tarde cuando cerraron la puerta detrás de los últimos invitados y Casey se recargó en ella, revisando el desorden de la fiesta a la luz de las velas.

– Voy a reparar el fusible -dijo Gil.

– No hace falta. Tenemos suficientes velas. Yo lo haré en la mañana.

– ¿Y el congelador?

– Está funcionando. Es diferente circuito. Sólo se apagaron las luces.

– Entonces puede esperar -hizo una pausa-. ¿No te avisó Darlene que no deberías usar el baño?

– Cuando telefoneó ya era demasiado tarde -lo miró y descubrió que se reía de ella-. Lo siento.

– No importa. Necesitamos revisar toda la instalación eléctrica. Aprovecharemos la ocasión. ¿Qué te parece un brandy antes de dormir?

– ¿Piensas quedarte aquí? -preguntó ella sorprendida.

– ¿Quedarme? Claro que pienso quedarme. ¿Adonde quieres que vaya a estas horas?

– ¿Por qué no me lo dices? ¿Quizás al mismo sitio donde dormiste ayer por la noche?

– Tuve que asistir a varias citas en Londres y sabía que acabarían tarde, de modo que me quedé en la ciudad -sirvió dos copas de brandy y le ofreció una-. Pudiste haber llamado a la oficina si me necesitabas. Darlene Forster siempre sabe dónde estoy.

– ¡No tengo la menor duda! -a él le causó gracia su irritación.

– Yo mismo te lo hubiera dicho, pero estabas dormida cuando subí al desván y no quise despertarte -la contempló-. Tuviste una noche bastante agitada entre una cosa y otra. ¿Y, cómo están los gatitos?

– Muy bien.

– Tengo nuestra sábana en el auto. Darlene la llevó a la tintorería.

– Es un tesoro esa mujer. Trabaja tantas horas; debe valer su peso en oro -comentó ella con ironía.

– Definitivamente. Es guapa además, morena y curvilínea. Ya sabes, del tipo que me gustan -Casey sintió sus dedos transformarse en garras cuando recordó a Gil entrando al ascensor en el Hotel Melchester. De modo que esa era Darlene. Gil le sonrió-. Salud -dijo y se desperezó frente a las llamas de la chimenea-. Fue todo un éxito la cena, ¿no te parece?

– Imagínate. Para mañana a mediodía todo el pueblo conocerá los detalles de nuestra "joya" de residencia -sorbió un trago y contempló a la luz de la chimenea al hombre con quien se había casado. Se veía fatigado. Lo que fuera que tuvo que hacer en Londres fue pesado y Casey comprendió que sabía muy poco acerca de él. Sólo lo que le contó de cómo empezó a construir sus negocios de la nada.

Sin embargo, cuando su padre fue dueño de la compañía, nunca tuvo necesidad de citas nocturnas en Londres. El la miró a su vez.

– ¿Qué? -preguntó como si percibiera las dudas en su mente.

– Estaba curiosa acerca del aspecto de albañil que tenías cuando llegaste -reclamó ella. El soltó una carcajada y de pronto ya no parecía tan cansado.

– ¿No fue divertido? Debiste ver tu expresión. Aunque fue verdad que tuvimos un problema con la mezcladora y estábamos por hacer un vaciado grande de concreto. Uno de los trabajadores me prestó ropa y logramos que funcionara.

– ¡Qué heroico! -bromeó ella, pero le daba satisfacción la imagen del Gil sudando y haciendo esfuerzos. Se parecía más al hombre de quien se enamoró.

– Iba a ducharme y a ponerme un traje, pero no pude resistir hacer la actuación. ¿Crees que se impresionaron?

– Se emocionaron. Menos mal que ya te aceptaron como miembro del Club o tu actuación te hubiera costado bastante.

– ¿Crees? ¿Después de que tu padre me recomendó tanto?

– Mi padre esperó cuatro años antes de ser miembro, si mal no recuerdo, e incluso fueron las obras de caridad de mi madre lo que logró que finalmente lo admitieran -señaló Casey, enferma de repente por el juego que estaban jugando-. No sé cómo te las arreglaste, Gil, pero estoy segura de que necesitabas algo más que una palabra de recomendación de mi padre para pasar por encima de la lista de espera -se puso de pie-. No se te olvide llevar la sábana cuando subas. La extraño.

, E^se incorporó un poco y ella se quedó parada desafiándolo, esperando que la cargara y la subiera por la escalera, como lo hizo aquel primer día, y la convirtiera en su verdadera esposa. Por un breve instante que congeló su corazón, creyó que lo iba a hacer.

– Pídemelo, Casey -murmuró él-. Pídemelo de buena manera -los dos sabían que no hablaba de la sábana. No tenía nada que ver con el ambiente que existía entre ellos. Casey se quedó hipnotizada, incapaz de retroceder ni avanzar-. ¡Pídemelo! -exigió él, con voz dura y enérgica.

– ¡No! -en el mismo instante de pronunciar la palabra, se arrepintió, pero era demasiado tarde, y Gil se desplomó en el sillón, concentrado en el fuego de la chimenea.

– Buenas noches, Casey -era una despedida. Reacia, Casey subió por la escalera, pero a pesar de que estuvo mucho tiempo despierta él no la siguió.

– Casey Blake.

– Casey. Querida -la voz de la señora Hetherington se oyó condescendiente desde el otro extremo de la línea telefónica-. ¿Cómo estás? -Casey sintió una gran desilusión. Pasaron varios días desde la cena y tenía la esperanza de que la madre de Michael hubiera vetado su intervención en el baile de las rosas.

– Muy bien, gracias. ¿Y usted?

– Muy bien.

Se hizo un incómodo silencio mientras Casey dudaba si debería preguntar cómo estaba Michael, pero antes de decidirlo la señora Hetherington habló sobre la solicitud de su cooperación.

– Me doy cuenta que será un poco incómodo para ambas, pero ya somos personas adultas y sería ridículo permitir que este desafortunado acontecimiento destruyera una amistad tan larga entre nuestras familias. Michael ha reaccionado bastante bien después de todo: Fue un shock, claro. Pero yo le expliqué que cualquier chica puede perder la cabeza…

– ¿Perder la cabeza? -repitió la joven pasmada, pero la señora continuó.

…y qué bueno que fue antes de que cometieras el error de casarte con él. Ya ha aceptado la situación.

Casey tragó el veneno en las palabras de la señora y comprendió que, aunque se merecía el reproche, nadie soportaría a esa detestable mujer de suegra.

– La ayudaré con mucho gusto, señora Hetherington. Es lo que mi madre quisiera, estoy segura.

– Tenemos junta hoy en la tarde. Comprendo que no es hora para avisarte.

– No hay problema -la interrumpió ella. Era como ir al dentista; mientras menos se piense, mejor. Anotó la hora y colgó.

– ¿Perdí la cabeza? -se preguntó-. ¿Por qué? -luego empezó a sonar de nuevo el teléfono y por algún tiempo el trabajo distrajo todos sus pensamientos.

A pesar de haber dicho que no tendría problema para llegar a tiempo a la cita, Casey estuvo ocupada contestando y haciendo llamadas por teléfono, de modo que salió un poco atrasada. Al salir rápidamente de su casa, se encontró con que su auto tenía un neumático averiado y no había tiempo para cambiarlo.

– ¡Maldición! -sacó el teléfono de su bolsa y marcó el número de la compañía de taxis. Llegó tarde, murmuró sus disculpas y tomó asiento, puesto que la junta ya había comenzado.

La señora Hetherington creía en juntas formales de los comités. Pasaron dos horas antes de que llegaran a un acuerdo sobre un tema, repartieron responsabilidades y por fin pudieron dar término a la sesión.

– Creo que nos merecemos una copa de jerez -ofreció satisfecha la señora Hetherington.

– ¿Me permitiría llamar para pedir un taxi? -le pidió Casey mirando el reloj.

– Con mucho gusto. Puedes llamar. Ya sabes dónde está el teléfono.

Casey pudo usar su propio teléfono, pero ansiaba la oportunidad de escapar de la abrumadora cortesía de su anfitriona, aunque fuera por unos minutos. En el pasillo descolgó el auricular y trató de recordar el número de los taxis. Mientras lo lograba, se abrió la puerta principal y apareció Michael, boquiabierto, en el umbral.

– ¡Casey!

– Hola Michael.

– ¿Qué diantres…?

– Baile de la rosa -ella no pudo contener la risa por la conversación taquigráfica de dos personas que habían sido amigas durante tanto tiempo.

– Me da gusto verte, Casey. ¿Cómo has estado? -tomó su mano y la miró con ansiedad-. Has perdido peso.

– He estado ocupada -señaló el teléfono-. Estoy pidiendo un taxi. Se averió mi neumático.

– No te molestes. Yo te llevaré a tu casa.

– No creo…

– Por favor, Casey -lo dijo con insistencia-. Ahora que estás aquí, quiero pedirte un favor -movió la cabeza en dirección a la sala de juntas y no fue necesaria más explicación. No quería que su madre lo oyera-. Te espero en el auto.

Cinco minutos después se estacionaron en un recodo del camino que conducía a Melchester.

– ¿Qué sucede, Michael?

– Quiero que invites a alguien a que te ayude en el subcomité de decoraciones.

– Bueno…

– No tengo idea si te pueda ayudar, pero no se me ocurre otra manera de poder llevarla al baile.

– ¿No puedes invitarla y ya? -sugirió cortésmente.

– No es tan fácil.

– Ah, entiendo -Casey sonrió-. ¿Tu mamá no lo aprueba?

– Mi mamá no sabe -declaró él con súbito vigor-. Y no lo sabrá hasta que sea demasiado tarde para meterse con nosotros. Jennie es secretaria en la oficina.

– Caramba -dijo ella ocultando una sonrisa al pensar en la esperada reacción de la madre.

– Oh, Casey -él dio la vuelta impulsivamente para mirarla-. No concebía que me abandonaras. Estaba tan furioso. Pero, ahora, veo todo tan claro. Cuando es amor verdadero, no puedes hacer nada ¿no es asi?

– Sí, Michael, así es -ella rió y tomó su mano-. No sabes cuánto me alegro de saber que has encontrado a alguien. Dame su número telefónico. Me acabo de dar cuenta de que necesito a alguien que anote todo para mi subcomité. Y con mucho gusto te invito a compartir nuestra mesa, si quieres. Después de todo, Jennie necesita un acompañante. -¿No le importará a tu esposo?

– No tendría motivo.

– No -él sonrió-. Yo debería saberlo. Toma. Ya lo anoté -le entregó un pedazo de papel, se inclinó y besó su mejilla-. Eres una joya.

– Esa soy yo. La señorita joya, la hija del constructor -dijo y se rió.

– Ya no, Casey. Ahora eres la señora Joya, la esposa del constructor.

– Sí, claro -asintió ella y bajó la vista-. Qué tonta.

– Bueno, será mejor que te lleve a tu casa. Antes de que el señor Joya venga a buscarte. Estás viviendo en Ladysmith Terrace mientras la casa está lista, ¿verdad?

– Sí -ella pasó saliva. No iba a revelarle que Aiinisgarth ya había sido vendida. Descubrió que incluso pudo sonreír. El teléfono indiscreto en Melchester estaba vivito y funcionando.

Cuando entró encontró a Gil en la cocina. Estaba golpeando un filete con todas sus fuerzas y no se movió cuando ella entró.

– Ya cambié tu llanta -había algo amenazador en su voz que indicaba tormenta y ella contempló su espalda tensa con angustia.

– Gracias. No me dio tiempo -trató de bromear-.La señora Hetherington me citó a una junta y tuve que llamar a un taxi. De todos modos llegué tarde. Imperdonable. La vi poner un cero junto a mi nombre.

– ¿De veras? -él la miró de una forma en que ella se percató de su furia-. ¿Entonces sólo te trajeron de regreso?

– ¿Perdón?

– Puedes empezar a hacer eso, Casey Blake. Puedes y deberías pedirme perdón. ¿Cuántas otras personas crees que los vieron acaramelados a ti y a tu novio a plena luz del día en el periférico?

Загрузка...