Capítulo 9

Ese miércoles que Grant se fue, Devon aprovechó que se había levantado temprano para ir a la oficina de correos a enviar la carta para su padre, antes de la llegada de la señora Podmore. Esta ya había llegado a su regreso y cuando le dijo que el señor Harrington había salido de viaje, le contestó:

– Lo hace con frecuencia, aunque es una lástima que haya tenido que salir mientras está usted aquí. Me imagino que se sentirá sola en esta casa tan grande.

No se sintió sola, se dijo Devon esa noche cuando se acostó, aunque pensó que a él no le habría costado ningún trabajo hacerle una rápida llamada… incluso sabiendo que ella no contestaría el teléfono. ¡No se dio cuenta de que esa forma de pensar era realmente ilógica!

El jueves parecía no terminar nunca; no sonó el teléfono, la casa estaba tranquila y por lo tanto no era de extrañar que se sintiera aburrida. Se dijo, recordando su comentario antes de partir, que no era posible que lo estuviera extrañando.

La noche anterior no había dormido bien, pero esa noche, cuando intentó hacerlo, fueron tantas las cosas en que pensó que apenas pudo dormir.

Comprendía muy bien por qué Grant no tenía tiempo para llamarla, pero le molestaba pensar que fuera por la compañía de alguna mujer atractiva y experimentada. Después de todo, ¿qué le importaba a ella con quién estuviera? ¿Qué le importaba quién fuera la que lo tuviera tan ocupado, que se había olvidado por completo de la mujer menos experimentada que estaba en su casa? Una mujer a quien le había dicho con dureza antes de irse: "procura estar aquí cuando regrese".

¡Al demonio, no estaré aquí cuando regrese! se dijo furiosa… pero, después, una avalancha de pensamientos le impidió dormir. ¿Cómo podría irse? ¡Tenía que pensar en su padre! ¡Oh, cielos, su cita con el doctor McAllen era para el próximo lunes… y si su padre decidía venir para acompañarla!…

Poco después de quedarse dormida, o al menos así le pareció, Devon abrió los ojos, comprendiendo que ya era hora de levantarse. Podía haberse quedado acostada unas cuantas horas más para reponerse del sueño que le había faltado esa noche, pero, al pensar en la señora Podmore, se levantó con trabajo. Con toda seguridad pensaría que estaba enferma si no estaba levantada a su llegada.

Sin embargo, mientras se bañó, se vistió y bajó la escalera, siguieron dándole vuelta en la mente aquellos pensamientos que la habían mantenido despierta toda la noche.

– Buenos días, señora Podmore -la saludó alegremente a su llegada a las nueve.

– Buenos días señorita Johnston -le contestó la señora Podmore, mirándola con fijeza-. Parece un poco cansada esta mañana. ¿Se siente bien?

Pensando que con toda seguridad tenía unas ojeras enormes, Devon le sonrió.

– Estoy bien, muy bien -antes de que la señora Podmore le sugiriera que se sentara a descansar, mientras le preparaba una taza de té, añadió-: El señor Harrington regresa hoy.

La señora Podmore le sonrió.

– Me imagino que ya lo está deseando, aunque pienso que el señor Harrington la habrá llamado todas las noches, para asegurarse de que sigue bien.

Devon le sonrió, como indicándole que Grant había llamado continuamente, aunque para la señora Podmore eso le pareció lo más normal. ¡Bueno, si no se había molestado en llamarla, se podía ir al diablo! Por el simple hecho que le había quitado las llaves de su casa comprendió que no quería que fuera allá. Mala suerte para él, pensó, pues si a su padre se le ocurría regresar no iba a permitir que, cuando llegara a la casa, se diera cuenta de que había estado abandonada durante tanto tiempo.

– El doctor me dijo que me ayudaría a hacer un poco de ejercicio, así que voy a dar un paseo esta mañana -viendo la preocupación en el rostro de la señora Podmore, añadió-: Por supuesto que si me fatigo tomaré un taxi, aunque lo más seguro es que me quede a comer en la ciudad.

A las diez y media llegó al cobertizo del jardín de su casa y, con satisfacción, sacó la llave que tenía escondida.

Burlándose en su mente de Grant Harrington, entró en la casa y abrió todas las ventanas antes de comenzar a trabajar. Primero hizo un pastel de frutas, pastas y, por último, limpió la cocina antes de reunir los objetos de bronce de todas las habitaciones y pulirlos a conciencia.

Quedaban pocos comestibles en la despensa por lo que, confiando en que su padre no vendría ese fin de semana, decidió que, por si acaso, lo mejor era comprar algunos.

Las compras le tomaron más tiempo del que había pensado y ya eran las cuatro de la tarde cuando logró guardar todo y se sentó a comer.

Otra vez Devon limpió la cocina y poniendo a enfriar el pastel decidió dar una rápida sacudida a todos los muebles para quitarles el polvo. Una vez que terminó en el piso superior cerró todas las ventanas y bajó, pero al llegar a la sala se sentó un momento en el sofá ya que se sentía muy cansada. Pero había algo que la hacía sentirse feliz, algo que no había sentido desde aquel día de su llegada a Suecia; había recorrido las tiendas, había subido y bajado muchas veces las escaleras y ¡oh, maravilla… a pesar de lo cansada que estaba, no había sentido la menor molestia en la cadera!

Se recostó en el sofá y, sonriente, se acomodó… cerrando los ojos.

En el momento en que se despertó y abrió los ojos recordó que cuando se había recostado era pleno día, y precisamente la luz eléctrica era lo que la había despertado. Parpadeando, dejó escapar una exclamación al ver, más furioso que nunca, a Grant Harrington de pie junto a la puerta, con la mano aún sobre el interruptor de la luz.

En ese instante comprendió que había estado dormida durante horas e hizo un esfuerzo para no parecer asustada al verlo acercarse y le preguntó:

– ¿Qué… qué hora es?

– ¡Hora de que tengas un poco de sentido común! -fue su respuesta no muy agradable.

Sus largos brazos la tomaron y la hicieron levantarse y sin esperar a que ella lo hiciera, le desabotonó y le quitó la bata que se había puesto encima de la ropa, comprendiendo de inmediato qué era lo que había estado haciendo.

– Ponte los zapatos -le ordenó.

Devon obedeció las instrucciones que le daba entre gruñidos, comprendiendo, cada vez con más claridad, lo que había sucedido. Era evidente que acababa de llegar a la casa cansado y se puso furioso al ver que tenía que salir de nuevo a buscarla.

– ¡Estuvieron bien los negocios? -se atrevió a preguntarle… y, sintiendo que de nuevo aumentaba el enfado que sentía hacia él por no haberla llamado por teléfono, añadió-: «¡O llegas tarde debido a otra clase de negocios?

Durante un momento pensó que iba a callarla con una de sus respuestas breves y secas, pero en vez de ello vio un brillo en sus ojos que no pudo comprender y le dijo:

– No estoy de humor para hacer caso de tus pequeños comentarios celosos. Son casi las once, así que vámonos.

– ¡Celosa yo! -ante su acusación se negó a moverse-. ¡Dios mío, debes haber trabajado en exceso!

Al decirle eso observó que había terminado de agotar su paciencia.

– ¡Vamos -replicó él-, o puedes estar segura de que te cargaré!

Ante el tono de su voz, Devon se movió con rapidez, pero en ese momento recordó algo y regresó a la cocina.

– Hice un pastel.

Mientras lo guardaba, Grant se enfureció aún más y escuchó que le decía con violencia:

– No me extraña que estuvieras dormida cuando llegué. ¡Has estado de pie todo el día!

– No soy una inválida -le replicó.

Apenas le dio tiempo a cubrir el pastel y dejarlo sobre la mesa de la cocina, pues en ese momento Grant Harrington explotó.

Como si no pesara nada, la alzó en sus brazos y, apagando las luces a su paso, salió con ella al exterior. No la bajó cuando llegaron al coche, sino que abrió la puerta de su lado y, sin decir una sola palabra, la dejó en el asiento… de inmediato Devon se sintió asustada.

El regreso a la casa fue en medio de un silencio total y Devon pensó que cuanto más pronto se acostara, sería mejor para ella. Quizá por la mañana, cuando él hubiera recuperado la calma, podría decirle que no había trabajado tanto ese día. Tal vez después de una noche de descanso, se le calmaría la tensión nerviosa.

Cuando llegaron a la casa, él continuó con la misma calma amenazadora. Devon no esperó a que diera la vuelta para ayudarla a bajar, pensando que si no lo hacía con rapidez era capaz de cargarla de nuevo y lanzarla hacia el interior de la casa.

Antes de que la alcanzara ya había abierto la puerta y estaba entrando en el vestíbulo. Él encendió la luz y pensando que lo mejor sería no hacer comentario alguno y acostarse, miró hacia la escalera. Ya había avanzado un par de pasos hacia ella cuando escuchó la voz de Grant a sus espaldas.

– ¿Comiste?

Comprendió que, a pesar de lo furioso que estaba, se preocupaba por su bienestar.

– Sí, gracias -contestó con sequedad-. Buenas noches, me voy a acostar.

Había llegado justo al pie de la escalera cuando su voz, desde el mismo lugar exacto de la vez anterior, le indicó que no se había movido.

– Devon.

¡No le gustó la amenaza en su voz! Sin embargo, se detuvo y, comprendiendo que tenía algo más que decirle, se dio vuelta para mirarlo.

Vio en su rostro todavía esa expresión tranquila, pero algo en su mirada le hizo sentir que era capaz de cobrarse una deuda sin necesidad de dinero y se sintió atemorizada.

Tenía razón al asustarse, y la causa la descubrió muy pronto. Su voz fría la dejó paralizada al escuchar que le decía.

– El hecho de que no seas una inválida hace que ya puedas dormir… en la cama grande.

¡La sonrisa que le dirigió en respuesta a su mirada atónita, le dijo todo lo que necesitaba saber! En ese momento comprendió que debería sentirse feliz de que al fin algo sucedería, para liberar a su padre de la suerte que le esperaba.

Se lavó y se puso la ropa de dormir en la habitación que había usado siempre, menos aquella noche. Ahora comprendía por qué Grant estaba tan furioso con ella; no era sólo porque lo hubiera desobedecido y no se encontraba en la casa a su regreso. En ese momento comprendió, con toda claridad, mientras dejaba su habitación y entraba en el dormitorio de la gran cama, que la había hecho descansar, que no la había tomado durante esas semanas que él consideró como un período de convalecencia, preparándola para que estuviera lista para pagar la deuda de su padre.

Grant no había querido correr el riesgo de que lo desilusionara de nuevo con algún gemido de dolor, pero era evidente que esa noche ningún gemido o cualquier otro contratiempo le importaría. Estaba tan furioso con ella por haberse cansado haciendo el trabajo de la casa y cocinando… sin saber que en realidad se había quedado dormida en el sofá porque apenas pudo dormir la noche anterior… esta noche estaba tan furioso con ella, que la haría suya sin importarle la operación.

El decirse que debería sentirse contenta, porque al fin había llegado el momento, no la ayudó a tranquilizar el nerviosismo que sentía, mientras se quitaba la bata y se acostaba en la gran cama. Al igual que la vez anterior, apagó la lámpara junto a la cama dejando oscura la habitación. Comenzó a rezar, pero con poca esperanza de que, a pesar de lo enfadado que estaba, no la tratara con brusquedad. Y, al igual que la vez anterior, esperó con paciencia y resignación.

Pasaron lo que a ella le parecieron siglos, antes de que el ruido de la puerta del dormitorio, abriéndose, hiciera presurosos los latidos del corazón. De nuevo Grant no encendió la luz, se movió con rapidez en la oscuridad y pronto estaba junto a la gran cama, acostándose, pero sin tocarla.

Esperando que en cualquier momento él la tomaría en sus brazos, Devon permaneció tensa. Más tarde lo escuchó preguntarle con voz en la que no se reflejaba enfado alguno.

– ¿Estás despierta?

Durante un instante se preguntó si al no contestarle, la dejaría tranquila pensando que estaba dormida. Apartó de su mente ese pensamiento loco; ¿qué otra alternativa tenía más que contestarle? Su padre podía regresar en cualquier momento.

– Sí… sí -le contestó con voz ronca y comenzando a temblar, pensando que en cualquier momento la tomaría en sus brazos.

Sintió agitarse las sábanas mientras se movía, pero, atontada, oyó que le decía.

– Entonces, duérmete.

Sin poder creerlo, se dio cuenta de que ¡se había vuelto de espaldas a ella!

¡Estaba jugando con ella! ¡No había pensado hacerlo! ¿Qué hacía en esta cama si no?… ¿Habría cambiado de idea? ¿Habría desechado por completo su propósito? Su padre…

El ruido de su respiración tranquila le indicó que Grant no había estado jugando con ella. ¡Con toda seguridad había trabajado en exceso y se encontraba agotado! De inmediato, le vino a la mente otro pensamiento: se había agotado, pero no de trabajar. El que hubiera saciado sus deseos con otra mujer la hizo sentirse enfadada. ¿Cómo se atrevía a hacer esto? pensó, furiosa contra él y recordando con un estremecimiento, su comentario de que estaba celosa.

Tonterías, se dijo, sabiendo perfectamente bien que no estaba nada celosa. Era sólo por la amenaza que aún pendía sobre su padre el que se sentía tan enfadada.

Sus pensamientos comenzaron a desvanecerse y se le cerraron los ojos. La cama estaba cálida y cómoda y en unos pocos minutos más se olvidó de que la compartía con Grant.

Con las primeras luces del amanecer entrando por la ventana, Devon se movió, dormida, y chocó contra el pecho desnudo de un hombre. No acostumbrada a encontrarse algo en su cama, se despertó al instante, retirando la mano con rapidez.

Pero le resultó extraño no sentirse ni sorprendida ni preocupada de que Grant ya no estaba de espaldas a ella sino que se había movido durante la noche y ahora estaba dormido con un brazo alrededor de sus hombros y que sus cabezas estaban casi juntas.

Despierta por completo, se preguntó por qué ese brazo le resultaba tan cómodo y al mismo tiempo se preguntó si Grant también estaría despierto. Su respiración era tranquila, así que con seguridad aún dormía, pensó, alzando la cabeza para contemplarlo.

Se sintió sorprendida al ver la expresión de su rostro dormido. Con los ojos cerrados, parecía extrañamente feliz de tenerla en sus brazos… eso era ridículo, pues al no haber sentido cuando él la tomó en sus brazos, tuvo que ser hecho de forma inconsciente, pero lo que la sorprendió y le hizo dar un pequeño brinco sobresaltada, como si de forma inesperada hubiera recibido una descarga eléctrica, fue la súbita comprensión de que… ¡estaba enamorada de él!

Apartó la vista de su rostro, sin poder creerlo. ¡No podía ser cierto! ¡Si la noche anterior casi lo había odiado! Lo miró de nuevo y sintió una sensación tan intensa de ternura hacia él, que comprendió que era cierto, que ella, Devon Jonhston, estaba enamorada de Grant Harrington.

Ese sentimiento de abrumadora ternura se apoderó de ella y, sin poder contenerse, sin hacer ruido, le dio un suave beso en el hombro.

Lo amo, pensó y sin importarle que Grant no la amara se sintió llena de tranquilidad. Se sintió segura en sus brazos… y lo amaba. Amándolo y dándose cuenta de que se sentía agotado y que quizá no se despenaría en unas cuantas horas más, no pudo resistir el deseo de besarlo de nuevo.

Sólo que esta vez, cuando le besaba el hombro, se movió. Con rapidez retrocedió, pero, al hacerlo, sintió que el brazo que la rodeaba la apretaba con más fuerza. Al mirarlo al rostro sabía que esos ojos grises estaban abiertos y fijos en ella, que había sido la sensación de sus labios lo que lo había despertado.

– No… no quise… despertarte.

– Me gustaría que me despertaran así todas las mañanas -le contestó con suavidad, sonriéndole.

El amor que sentía hacia él, hizo que le devolviera la sonrisa, sin pensar en apartarse. Lo amaba y nunca se había sentido tan unida a él.

Le pareció natural que él alzara la cabeza de la almohada para besarla y, de igual manera, le pareció natural que lentamente, la hizo volver para después acostarse sobre ella, besándola con ternura.

Había una sonrisa en sus ojos cuando se apartó de ella.

– Eres hermosa -susurró, besándole los ojos-. Tus ojos son lindos, todo en ti es bello.

Cuando la besó de nuevo, Devon alzó los brazos y lo abrazó, y mientras su beso se hacía más profundo y largo, desapareció todo pensamiento de su cabeza, olvidándolo todo. Amaba a Grant.

No sabía ni le preocupaba lo que mostraba en su mirada, pero cuando Grant la miró, besándola de nuevo, escuchó cómo le decía en un susurro:

– Mi amor.

Lo abrazó con fuerza y de nuevo se miraron a los ojos, mientras él observaba su piel sonrosada y la ternura con la cual lo miraba.

– Te deseo -le dijo con voz ronca-. ¿Me deseas, Devon?

Su respuesta fue acariciarle el cabello, tomándole la cabeza con la mano y acercarla, besándolo con los labios entreabiertos.

Aumentó el sonrojo de su piel ante las caricias de sus manos, ante sus besos. Le devolvió beso por beso, mientras le acariciaba y besaba lo senos. Sintió cómo aumentaba la necesidad que sentía de él, mientras Grant, sin apresurarse, la excitaba cada vez más.

De repente, todo terminó… de forma tan brusca que de nuevo la dejó confundida. Había lanzado un quejido de felicidad ante lo que sentía por el contacto de sus manos y fue ese gemido de placer lo que hizo que, a pesar del fiero deseo que sentía de ella, la soltara, apartándose.

Sorprendida al ver que, como si le hubieran echado agua hirviendo, Grant salió con rapidez de la cama, lo escuchó maldecir con voz baja y aún con las mejillas encendidas por sus caricias, lo vio, sin poder creerlo, que sin volverse a mirarla, se había puesto una bata y con la misma velocidad y fuerza de un huracán, había salido de la habitación.

Atontada, se quedó sentada en la cama, mirando hacia la puerta por la que había desaparecido con tanta rapidez Grant. Sin embargo, se le estaba aclarando la mente y se dijo que tenía que comprender por qué se había ido en esa forma. Pensó que su gemido de felicidad le había hecho recordar aquel otro de dolor… haciéndole volver a la memoria la idea de que aún no había sido dada de alta por completo por el médico. O quizá comprendió que al tratar de entregarse en la forma en que lo había hecho ¡significaba que lo amaba!

La vergüenza que sintió, hizo que se le encendieran las mejillas. Se sintió dolorida al darse cuenta de que, como una tonta, se había enamorado de él, de que él no quería su amor y que no tenía intención de dejarse atrapar por una mujer que, evidentemente, no querría dejarlo después de que se cansara de ella.

Fue entonces cuando recordó de nuevo a su padre, sintiéndose abrumada por la preocupación. ¿Qué le pasaría a su padre ahora que Grant había decidido no hacerle el amor a ella?

Una hora más tarde, bañada, vestida y confiando en que pudiera aparentar más tranquilidad de la que sentía en realidad, Devon pensó que ya había reunido el suficiente valor para bajar y enfrentarse a Grant Harrington.

Al entrar en la sala en donde él se encontraba, vio que ya se había afeitado y vestido, pero la expresión de su rostro era inescrutable.

– Yo… -comenzó a decirle con frialdad, sólo para ser interrumpida de inmediato.

– Recoge tus maletas -le ordenó con sequedad.

– ¿Recoger las maletas? -exclamó, sintiendo que en su interior se mezclaban el temor, la preocupación por su padre, junto con un profundo dolor porque Grant no quisiera su amor.

– Te voy a llevar de regreso a tu casa -le aclaró.

– Pero… -no podía soportar el dolor, pues tenía que permanecer aquí y por el bienestar de su padre tuvo que reprimir el deseo de decirle: "No te preocupes por llevarme, puedo ir sola"-. Pero yo… nosotros… -¡Oh, Dios, esto era terrible!-. Aún no hemos… -no pudo encontrar las palabras para seguir, pero, con terquedad, se quedó inmóvil allí-. ¿Y qué sucederá con mi padre?

– ¿Vas a recoger tus maletas o lo tendré que hacer yo por ti? -le preguntó con brusquedad.

Nunca había pensado que pudiera ser tan terca, pero al ver que no le contestaba la pregunta tan importante que le había hecho, decidió quedarse allí todo el día, si era necesario.

– No puedes acusarlo -lo retó-. Vine aquí decidida a… hacer todo lo que me pedías… aún lo estoy.

Con indiferencia, Grant se encogió de hombros, mientras se volvía de espaldas hacia ella, replicándole con palabras secas y amargas que la lastimaron:

– Si tuvieras más experiencia -se sintió segura de que había un tono desdeñoso en su voz-, te habrías dado cuenta de que la forma más segura de matar el deseo de un hombre es que una mujer se le lance a los brazos.

Se alegró de que estuviera de espaldas a ella para que no pudiera ver el intenso rubor que le cubrió las mejillas. A pesar del amor que sentía por él, pensó: ¡eres un canalla! Sin embargo, cuando le habló, su voz sonó tranquila y fría.

– Cuando vine aquí estaba dispuesta a cumplir con la parte que me correspondía de lo que convenimos. Ahora no puedes arrepentirte de tu promesa de no llevarlo a los tribunales.

A él le molestaba que le dijera lo que podía o no hacer y fue evidente en la forma en que se volvió hacia ella con violencia, exclamando con voz ronca:

– ¡Haré lo que me plazca!

Sintió la garganta seca ante la amenaza escondida en sus palabras, pero no estaba dispuesta a ceder.

– ¿A escondidas de él? Mientras está en Escocia…

– Ya le hablé por teléfono -le replicó con desdén y furioso-. Ya se han hecho todos los arreglos necesarios para que regrese por avión hoy.

Completamente aturdida, exclamó:

– ¿Que tú has… que él?… -tartamudeó, dominada por el temor. Ahora más que nunca deseó golpearlo, al ver que había desaparecido por completo su enfado, al darse cuenta de que la dejó por completo anonadada, diciéndole con toda tranquilidad:

– Ahora, ¿quieres ir a recoger tus maletas?

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