Capítulo 6

– Si ésta es la forma en que usted cumple sus promesas -añadió Grant Harrington furioso-, entonces, ¡valen tan poco como usted!

Eso le dolió y te contestó con vehemencia.

– No tengo una bola de cristal… usted no me dijo a qué hora regresaría, por lo que me imaginé que…

En ese instante pensó que al no estar allí a su llegada como le había ordenado, Grant podía considerarlo como una cancelación de lo convenido y también él podía hacerlo, a su vez.

– Lo siento -se disculpó-. Perdí un autobús y tuve que esperar…

– ¡Autobús! -de nuevo apareció el sarcasmo en su voz-. Hubiera pensado que era más apropiado para usted un taxi -oh, cómo lo odiaba, cómo lo odiaba por obligarla a tomar una posición a la defensiva-. ¡Quiere decir que en realidad caminó un cuarto de kilómetro desde la parada del autobús! -hizo un esfuerzo para contenerse y pensó en la forma de calmarlo, pero no le dio la oportunidad-. ¿En dónde está su equipaje? Le dije que viniera preparada para permanecer aquí durante un tiempo.

Bueno, al menos había hecho algo bien.

– Estuve aquí más temprano y dejé mis prendas arriba, espero que eso no le moleste.

Le dirigió una mirada fría y le ordenó:

– Sírvame un whisky… voy a subir a cambiarme.

Nunca antes había servido whisky, por lo que se dirigió hacia el armario de las bebidas, de donde le había visto sacar una botella antes, y sirvió la misma cantidad que pensó le había visto servirse.

Grant Harrington no permaneció en el piso superior durante mucho rato y, cuando regresó, había una expresión tan sombría en sus ojos que la hizo temblar de nuevo. No tenía la menor idea de lo que habría pensado mientras se cambiaba y decidió que lo mejor era tratar de ser amable con él.

Le entregó el vaso con el whisky, diciéndole:

– Espero que esté bien, no estaba segura de la medida, en casa sólo tenemos jerez.

Sin decir palabra tomó el vaso y vació la mitad de él en la jarra del agua, bebiéndose el resto de un solo trago. Dejó el vaso vacío sobre la bandeja y le dijo:

– Venga conmigo.

Lo miró a los ojos, sintiéndose en peligro.

– ¿A dónde? -le preguntó con voz ronca.

– Arriba.

Esa palabra fue suficiente para que no pudiera moverse. ¿Por qué? quiso preguntarle, pero en el fondo creía saber la respuesta. ¡Oh, Dios, había pensado lo que sucedería por la noche pero, por lo visto, no estaba dispuesto a esperar tanto! Al ver que no se movía, vino a su lado, la tomó con fuerza de la muñeca y la obligó a seguirlo. Sintió un intenso dolor que la hizo cojear, pero no se atrevió a decirle nada, pues sabía que no la creería.

Se sintió dominada por el pánico al pensar que la trataría con rudeza, pero al llegar a la parte superior de la escalera el pánico se mezcló con la confusión al ver que no la llevaba al dormitorio en donde se encontraba la cama enorme, sino que la hacía entrar en la habitación que había seleccionado para ella.

– ¿Qué quiere decir esto? -le preguntó con tono cortante y soltándole la muñeca.

Perdió el equilibrio durante un momento y caminó unos pasos tratando de apartarse de él, pero, debido al dolor, lo hizo cojeando.

– Pensé que podría tomar esta habitación -después, haciendo un esfuerzo para no enfadarlo, añadió-: Es decir, si no le molesta.

No le dejó la menor duda de que sí le molestaba. Se dirigió con rapidez hacia el armario y abrió las puertas, diciéndole con ironía:

– Estoy seguro de que revisó todas las habitaciones de la casa -le señaló la ropa que había colgado, añadiendo-: Ahora tome todas esas prendas y llévelas al armario de mi habitación.

– ¿Es necesario que tenga que cambiar mis prendas? -le preguntó, tratando de que la comprendiera-. Quiero decir -añadió al ver que sólo recibió como respuesta una de sus miradas irónicas-. No es que… es decir… bueno, pensé que no habría problema si tuviera una habitación para mí. Tiene muchas vacías. Además… no creo que… quiera que me quede con usted toda la noche, ¿no es cierto?

– ¿Quién dice que no lo quiero?

– Prefiero dormir sola -le replicó, comprendiendo que no podría controlarse durante mucho más tiempo.

Nunca había sentido un odio tan intenso hacia nadie, cuando él le contestó con ironía:

– Apuesto cualquier cosa a que le dice eso a todos los jóvenes -de nuevo el tono de su voz fue duro, al darle la orden-. Cambie todas sus prendas.

Al parecer no le obedeció con bastante rapidez, pues sus largos brazos tomaron del interior del armario los pantalones, vestidos y faldas, lanzándoselos y recriminándole que en el pasado ya había realizado todos sus caprichos y ahora era el momento de que obedeciera lo que se le ordenaba.

Con los brazos llenos de ropa, se alejó de él y mientras caminaba cojeando ligeramente por el dolor que sentía, escuchó que él replicaba.

– ¡Mire lo que ocasiona el querer pasarse de lista!

Decidida a no cojear de nuevo, a pesar de comprender que eso tal vez le resultaría más doloroso, entró en la habitación que sabía era la de él no agradándole la forma en que se quedó parado, observando cómo colgaba su ropa.

– Parece que dejó todos sus vestidos de alta costura en su casa.

Sabía muy bien que algunos de sus vestidos se habían desteñido de tanto lavarlos, pero no era necesario su comentario; el hecho era que parecía determinado a molestarla. Eso era algo que no podía comprender, a menos que también a él le desagradara esta situación tanto como a ella… odiándose a sí mismo, pero determinado a llevarlo a cabo.

– ¿Por qué trajo sólo ese tipo de ropa… trata de que le compre algún vestido para que no me avergüence de que me vean con usted?

¡Se dijo que si le compraba siquiera un par de medias, se las enrollaría alrededor del cuello y tiraría de ellas… con fuerza!

– En ningún momento pensé que fuéramos a salir -le replicó y le costó trabajo no darle una bofetada cuando le dijo:

– ¡En realidad sus compañeros de cama han sido muy extraños! -fingió no darse cuenta de la mirada furiosa que ella le dirigió ante su implicación de que todo lo que ella había hecho con sus otros "compañeros de cama" era permanecer en ella y, después, sus ojos le recorrieron el resto del cuerpo añadiendo-: Tiene una grata apariencia para no avergonzarme de que me vean con usted -mientras aumentaba su enfado, añadió-: Puesto que yo no me avergüenzo con facilidad, la llevaré con lo que tiene puesto.

¡Canalla orgulloso!, pensó mientras salía de la habitación.

Tuvo que hacer varios recorridos hasta el dormitorio que hubiera preferido, pero que había sido rechazado por su majestad. Revisó un armario de cajones y pudo ver que él vació dos de ellos para que los usara.

Sin ninguna prisa de reunirse con él en el primer piso, pensando que ya que iban tal vez a salir a cenar, el bajar a las ocho sería suficiente. Después, revisó que el cuarto de baño tuviera seguro.

El baño le calmó el dolor de la cadera, cuya continua molestia la tenía con frecuencia asustada. Al sentir que iba desapareciendo pudo pensar con más claridad, presintiendo que mañana podría descansar ya que seguramente Grant Harrington no querría que estuviera con él todo el día y fue cediendo el enfado.

En ese instante golpearon la puerta del baño y escuchó que te gritaba.

– ¡Tengo hambre, apresúrese!

Se extrañó de que no intentara abrir la puerta para entrar y darle las órdenes. Sin embargo, por si acaso, se dio prisa y se puso la ropa que había traído con ella al cuarto de baño. Era un vestido que se había hecho ella misma, pero confiaba en que él no se percatara.

Se detuvo junto a la puerta y al no escuchar sonido alguno salió y se dio cuenta de que tenía el dormitorio para ella sola. Había otros cuartos de baño en la casa, así que seguramente Grant Harrington se habría ido a dar una ducha a alguno de ellos.

Se arregló y maquilló con rapidez, se cepilló el cabello y salió del dormitorio, temerosa de que si no se presentaba pronto, aquello que le había dicho de "tengo hambre" pudiera tornarse en otro sentido.

Cuando se reunió con él en la sala, se quedó mirando su vestido azul, cuyo color hacía resaltar el brillo de sus ojos.

– ¿Siempre tarda tanto para vestirse? -le preguntó con tono seco, aunque la admiración que vio en sus ojos la puso nerviosa.

– ¿No sucede así con todas las jóvenes? -le preguntó con voz ronca, alegrándose de que no se dignara contestarle, mientras abría la puerta de la calle y se dirigían hacia donde estaba el coche.

Al llegar al restaurante, se percató de las miradas que la seguían, mientras el jefe de camareros los llevaba a su mesa.

Leyó el menú sin en realidad fijarse en él y cuando le dijo a Grant que no sabía lo que pediría, el brillo en sus ojos le indicó que pensaba que lo hacía para molestarlo.

– Cualquier platillo estará bien -le dijo, pensando que de todas formas no podría comer.

– ¿Está a dieta? -le preguntó con tono cortante, al ver que casi no había probado el primer plato y ahora hacía lo mismo con el pollo al vino que tenía enfrente.

– Nunca hago dieta -le replicó con sequedad.

– Entonces, coma -le ordenó con tono cortante, enfadándola y provocando que le contestara.

– No tengo apetito.

Tomando al pie de la letra lo que le había dicho, que nunca hacía dieta, él le pidió un postre de chocolate y nueces, de aspecto delicioso, pero que, después de probar la primera cucharada, tuvo que dejarlo, dándose cuenta de que se sentiría mal si comía más.

Dejó la cuchara sobre el plato y para distraerse se puso a mirar a la gente que bailaba. Quizá, pensó, cuando todo esto terminara, algún hombre agradable la invitaría a bailar. Se movió en su asiento para poder ver mejor a los que bailaban y, al hacerlo, sintió una punzada en la cadera.

Cuando pensaba que definitivamente mañana tendría que tratar de descansar, sus pensamientos fueron interrumpidos por Grant, quien en apariencia se había dado cuenta de la forma en que miraba a las parejas en la pista de baile.

– Vamos a bailar -exclamó él… ¡ni siquiera le preguntó si deseaba hacerlo!

– No… -le contestó, pero vio que ya él se había levantado-. No bailo.

Aunque se sentó de nuevo, pudo ver en el brillo de sus ojos que pensaba que estaba mintiendo.

– Ya estoy cansado de usted, Devon Johnston -le dijo haciendo un esfuerzo para controlar la ira-. Tal vez me odie porque estoy logrando que por primera vez en su vida no obtenga algo gratis. Pero recuerde esto -continuó inclinándose hacia ella y hablándole con tono desdeñoso-, no le pedí a su padre que me robara. Usted misma reconoció que lo hizo por usted, así que es mejor que cambie esa actitud o ¡verá que no me toma más de dos minutos el enviar un telegrama a Escocia!

Aunque lo intentó, no pudo hablar. Quería decirle que estaba dispuesta a cambiar de actitud, pero comprendió que, aunque se lo explicara de nuevo, él nunca creería que no podía bailar. Sin embargo antes de que pudiera recobrar el habla para intentar convencerlo, sin saber de dónde, apareció junto a su mesa la pelirroja más llamativa que jamás sus ojos habían visto.

– ¡Grant… querido! -exclamó, haciendo que Devon se sintiera agradecida por su interrupción, ya que hizo que Grant apartara la vista de ella, levantándose, mientras la pelirroja continuaba-: Traté de hablarte a la oficina, pero me dijeron que estabas en Francia.

– Sólo durante unos días -le contestó, intentando sonreír, pero en sus ojos se mantuvo la misma mirada de enfado.

– Te llamaba para invitarte a la fiesta de cumpleaños de Noel esta noche -la pelirroja miró a Devon y añadió-: ¿Quieres venir a nuestra fiesta… con tu amiga, desde luego?

Sin sentirse segura de si deseaba que él dijera que sí o que no, se sintió de pronto consciente de que se notaba que su vestido era hecho en casa, sobre todo por el contraste que ofrecía con la elegancia del vestuario de la pelirroja.

– Salúdame a Noel, pero tendrás que disculparnos, Vivien -le dijo con tono cortés-. La señorita Johnston me dijo que deseaba acostarse temprano.

Devon pensó que seguramente estaba furioso, pues no le había presentado a su amiga pelirroja; sin embargo, con un encanto que nunca pensó que tuviera, insistió con firmeza en que tendría que llevar a su casa a la señorita Johnston.

No le habló una sola palabra mientras regresaban en el automóvil a la casa, ni tampoco habló cuando abrió la puerta y entraron en el vestíbulo.

Él encendió las luces del vestíbulo, que iluminaban la escalera pero, temerosa de que en cualquier momento Grant Harrington la tomara en sus brazos, Devon se quedó paralizada, sin saber hacia dónde ir, comprendiendo que no podría poner ninguna objeción a lo que él quisiera hacer, ante la amenaza de enviar el telegrama a Escocia.

En vez de tocarla, Grant la miró cínicamente de la cabeza a los pies y le ordenó:

– Sabe en dónde está mi dormitorio -gruñó y la dejó allí parada dirigiéndose a la sala, cerrando la puerta después de entrar. A pesar de lo que él le había dicho, las piernas se negaron a obedecerla y se quedó allí quieta, mirando la puerta y después la escalera.

Su padre… tenía que pensar en él, se dijo, cuando al ver la puerta de la calle sintió deseos de abrirla y salir corriendo. Llegó hasta el pie de la escalera, sujetándose del pasamanos, deteniéndose un instante para recuperar las fuerzas y controlar el deseo de huir. Con toda seguridad Grant Harrington la escucharía salir, pero estaba segura de que no la buscaría para obligarla a regresar… no necesitaba hacerlo, pues tenía todos los triunfos en su mano. Despacio, comenzó a subir la escalera.

Pensando en el rostro de su padre antes y después de la visita de Grant Harrington aso casa el martes, pudo apartar de su mente la idea de huir. Entró en el cuarto de baño, se lavó y se puso el camisón de dormir corto de algodón.

Cuando se acostó, la cama le pareció enorme. Se había sentido agotada hasta unos momentos antes, aún estaba cansada, pero aunque el sueño le hubiera representado un alivio de los pensamientos que la atormentaban, la preocupación que sentía era demasiado intensa para dormir.

Apagó la luz de la lámpara y se quedó acostada, tensa, dando un brinco sobresaltada cada vez que oía algún ruido. Más tarde escuchó pasos y ¡se abrió la puerta de la habitación!

Oh, Dios, rogó al escuchar cómo Grant cerraba la puerta sin hacer ruido, por favor no permitas que me arrepienta. Él no encendió la luz, pero, por sus movimientos lentos, comprendió que aún seguía furioso con ella… no necesitaba verle el rostro para saberlo.

Rezando con todas sus fuerzas para que el instinto no le hiciera luchar contra él cuando se acercara, segura de que si lo hacía se sentiría engañado por segunda vez y la violaría o la dejaría, haciendo que regresara su padre para comenzar a la mañana siguiente los procedimientos legales.

Tuvo que hacer un gran esfuerzo para no salir corriendo de la cama, pues por el movimiento de las sábanas, comprendió que estaba a punto de tener compañía.

Él aún no la había tocado y le temblaba todo el cuerpo, pero cuando lo sintió a su lado, el temblor fue tan evidente que él tenía que darse cuenta.

Pensó que sabía con toda seguridad que todavía estaba despierta, intentando sin éxito controlar el temblor que la agitaba. Él no perdió tiempo alguno y sin decir palabra extendió un brazo largo y musculoso y la atrajo hacia él.

– ¿Además de otras cosas también eres buena actriz, Devon? -le preguntó mientras acercaba aún más contra su cuerpo la figura temblorosa-. Olvídalo, vas a ser mía, con o sin todo este teatro.

A continuación se incorporó hasta que su pecho desnudo quedó sobre el de ella. Llena de pánico comprendió que se encontraba en la cama con un hombre que, por el contacto de sus piernas desnudas tocando las de ella, no tenía ropa alguna puesta, mientras sus labios buscaban los suyos.

– ¡No! -protestó, apartando el rostro.

– ¿No? -sintió cómo se ponía tenso, dominado por la furia.

Devon comprendió que esa era su última oportunidad. Una palabra o un movimiento equivocado de su parte y todo terminaría para ella o para su padre.

Al pensar en su padre tartamudeó:

– Quiero… quiero decir… que no me… trates con brusquedad.

Su seca carcajada le demostró que aún pensaba que estaba actuando.

– Eso depende de ti -replicó. Enseguida la besó de nuevo.

Sin responderle, controlándose para no huir, Devon se quedó tranquila mientras él la besaba de nuevo, y sus labios le recorrían el cuello. Se puso tensa cuando sintió sus manos acariciándole los hombros y aspiró con fuerza cuando, al mismo tiempo que la besaba, sintió sus manos cálidas en la cintura y después comenzaban a ascender acariciándola.

Hasta ahora sus manos no lo habían tocado, pero al sentir las de él sobre senos sintió necesidad de sujetarse de algo. La dominó el pánico como nunca antes, cuando sus manos le acariciaban los senos.

Durante un momento, cuando él la besó de nuevo, sus manos lo sujetaron con fuerza, pero al darse cuenta de que estaba tocando la piel desnuda de su espalda, las apartó de nuevo.

Comenzó a temblar con más fuerza, incluso cuando sus labios bajaron hasta el pecho y comprendió que él se había sentido frustrado cuando el cuello del camisón de dormir evitó un contacto más íntimo con sus senos. Antes de que pudiera darse cuenta de lo que hacía, le quitó el camisón, diciéndole:

– No necesitas esto -en ese instante comprendió que estaba desnuda.

El instinto hizo que, sin darse cuenta de que se había movido se fuera apartando de él, como intentando escapar. Pero ya no le dejó la oportunidad de decidir, la atrajo de nuevo hacia él.

Sintió el pecho lleno de vellos sobre ella y aunque algo en su interior le decía que sería mucho mejor si le respondía, se sintió demasiado aturdida para poder reaccionar.

Los besos de Grant se estaban volviendo más apasionados y sus manos la asustaban tremendamente, mientras le acariciaba el estómago antes de seguir a la cintura. Pronto, tanto las manos como los labios le acariciaban los pechos desnudos, con fiereza, como si se sintiera despechado por su falta de respuesta.

De pronto se separó y le dijo enfadado:

– ¡Respóndeme, maldita sea! ¡Quiero hacer el amor a una mujer no a un pedazo de madera!

– Lo… siento -le contestó casi llorando y llena de temor añadió-, estoy… intentándolo.

La besó de nuevo, pero ahora sus besos eran más largos y había algo en ellos que hicieron que desapareciera el temblor de su cuerpo.

Más tarde, cuando la besó con suavidad de nuevo, descubrió que una de sus manos le estaba acariciando el rostro.

Su boca aún estaba sobre la de ella cuando, despacio, con mucha ternura, sus manos se movieron para acariciarle las caderas.

– Tu piel es como la seda -murmuró con voz baja. Aunque le pareció extraño, se sintió contenta de que él pensara que su piel parecía seda, mientras las caricias se volvían más íntimas y con las manos le cubría los pechos.

Otra vez sus labios la besaron y, confundida, Devon se dio cuenta de que ahora el temblor ya no era a causa del miedo.

En ese momento, Grant la hizo dar vuelta, quedando sobre un costado y de nuevo se sintió dominada por los nervios al sentir que la acercaba contra él; por primera vez en su vida se encontraba desnuda ante un hombre cálido y lleno de vida.

Su reacción fue rápida y asustada.

– ¡Oh! -gritó, separándose de él.

Sintió su respiración agitada y cómo sus manos rudas la tomaban con fuerza, comprendiendo que lo había echado todo a perder. Si hubiera seguido respondiéndole en la forma en que lo había hecho, Grant la habría tomado con suavidad. Sin embargo ahora su agresión masculina era violenta y pareció como si pensara que hasta lo había hecho de forma deliberada, para excitarlo… y se había terminado su paciencia.

Ya no había ternura ni suavidad ni ninguna de la consideración que le había mostrado. Ahora todo era violencia y con fuerza la apretó contra él.

Su cadera aún no estaba en condiciones de sufrir ese movimiento tan violento y dejó escapar un grito de dolor.

– ¿Por qué fue ese grito?

– Yo te… yo te pedí… que no me trataras con rudeza -le dijo con voz apagada, mientras su mano le acariciaba la cadera en donde, si no se encontrara tan excitado, se habría dado cuenta de que la piel no era tan suave. Devon sintió como se acercaba otra vez su rostro y comprendió que pronto la estaría besando de nuevo. Pero, de repente, echó hacia atrás la cabeza, deteniendo la mano en el momento en que los dedos de su mano izquierda encontraron la cicatriz. Devon lo sintió tenso y después, con lentitud, como si no pudiera creer lo que estaba tocando, recorrió de arriba a abajo la larga cicatriz.

Cuando terminó murmuró.

– ¿Qué demonios?…

De inmediato se incorporó y encendió la luz. A pesar de que ella trató de cubrir su cuerpo totalmente desnudo, Grant contempló con fijeza las tres cicatrices que descendían desde la cadera derecha hasta un punto en el muslo.

– ¡Dios mío! -lo escuchó murmurar, mientras seguía mirándola como si no pudiera creer lo que veía.

Pero no pasaron muchos segundos antes de que se recuperara. Escuchó su voz dura y seca mientras le decía.

– ¡Siéntate y comienza a explicármelo todo!

Загрузка...