Capítulo 11

Se estremeció al ver a Grant tan furioso como nunca lo había visto antes. Era evidente que se sentía muy molesto por su descaro al venir a su casa y haber entrado. Igualmente obvio era el hecho de que, aunque en un momento la había deseado, ahora no le interesaba.

– Me… marchaba ahora mismo -le respondió, apartándose de él, pero la forma en que le apretó el brazo le indicó que no la dejaría ir.

– ¡Un demonio, si crees que te vas!

Y por si no lo había entendido la empujó con violencia haciéndola entrar de nuevo en la casa. No le dijo una sola palabra hasta que estuvieron adentro y le hizo dar vuelta, quedando frente a frente, en la sala.

Trató de recuperar el control de sí misma, diciéndose que no le temía, a pesar del brillo peligroso que vio en sus ojos. Pero no le dio tiempo, pues de repente le gritó:

– ¿En dónde demonios has estado? -sin darle tiempo a contestar añadió-: ¡Deberías haber llegado a tu casa por lo menos hace una hora! -después, bastante enfadado para darse cuenta del asombro con el cual ella lo miraba, le volvió a gritar-: ¡Y no me mires con esos ojos inocentes! Al no regresar directamente a la casa nos has tenido a los dos muertos de miedo.

– ¿Miedo? -le preguntó, haciendo un esfuerzo para entender lo que le había dicho-. ¿Los dos?

– A tu padre y a mí -le replicó con tono cortante.

– ¿Estabas… en casa? -le preguntó casi sin voz, deseando sentarse, pero temerosa de que si lo hacía sin pedirle permiso, la levantara con violencia.

– Allá estaba, cuando al fin tuviste a bien llamar por teléfono.

– Lo siento.

– ¡Claro que debes sentirlo! -le replicó-. ¡Nos tenías muy preocupados!

– ¿Preocupados? -se atrevió a preguntarle.

– Pensamos que te habían dado malas noticias sobre la cadera -le dijo mirándola con fijeza.

¿Estaba diciéndole Grant que él, así como su padre, se habían preocupado por ella? Casi sin aliento, pudo decirle:

– Yo… lo siento si… si se han preocupado, pero no había necesidad alguna… estoy… bien. El doctor McAllen…

– Ya lo sabemos -le recriminó él-. Llamé al consultorio, al ver que no regresabas.

– ¿Que tú… llamaste por teléfono?

– Iba a salir a buscarte, pero tu padre pensó que podías llegar en cualquier momento.

– ¿Que ibas a buscarme? -exclamó sorprendida.

– Te habría llevado a la cita -le replicó irritado-, si no me hubieras dicho que tu padre pensaba acompañarte.

– Oh -recordó que le había parecido que su ofrecimiento era sólo si no tenía trabajo en la oficina, pero, tratando de defenderse, se sintió obligada a explicarle-: Él hubiera venido conmigo sólo que… bueno, como el trabajo que está haciendo para ti es tan importante para él…

– Nada es más importante para él que tú -le dijo Grant-. ¿Crees que cualquier trabajo habría evitado que te acompañara… si no fuera porque tu felicidad significa para él?

Desesperada, Devon trató de comprender lo que le decía, pero fracasó.

– Pero no lo comprendo -tuvo que confesar-. Él no insistió cuando, al ver lo interesado que estaba en el trabajo que estaba haciendo para ti, le dije que deseaba ir sola.

– Claro que no insistió -le dijo Grant con tono cortante. Después se detuvo y la miró con expresión cansada-. Siéntate por favor.

Devon se sentó en el sofá y Grant, a su vez, lo hizo a su lado, diciéndole con voz más calmada.

– Tu padre no insistió porque… -se detuvo, como buscando las palabras correctas, añadiendo-: Por lo que… él y yo hablamos anoche… tu padre pensó que si yo no te acompañaba a la cita te iría a buscar al consultorio.

Al instante se sintió dominada por el pánico.

– ¿No le habrás dicho lo que acordamos?

– ¡Oh, por todos los cielos! -le pareció que ya no estaba furioso-. ¡Al demonio con cualquier convenio que hayamos hecho! -replicó, haciéndola dar un brinco.

– ¡No es necesario gritarme! -le recriminó furiosa, recordando su orgullo lastimado-. Te oí muy bien cuando me dijiste que ya no me deseabas.

– ¡Por supuesto que te deseo! -le gritó-, ¡el desearte me ha estado volviendo loco! -le pareció que el corazón quería saltarle del pecho al escucharlo-. Pero no le dije a tu padre del pacto que habíamos hecho, sólo porque…

– Porque pensaste que él preferiría ir a la cárcel antes de que yo me entregara…

– Porque sabía que tú no deseabas que lo supiera.

Esas palabras la dejaron aturdida durante un momento. Recordó la expresión sorprendida de su rostro la noche anterior, cuando ella le había dicho que se callara, temerosa de que su padre pudiera escuchar lo que él decía respecto a vivir juntos. Comprendía muy bien que podía decírselo todo a su padre y el que no lo hubiera hecho hizo que lo amara aún más.

– Gracias, Grant -le dijo con voz ronca-. Quería darte las gracias personalmente por… iba… a escribirte… para darte las gracias por… -de nuevo se calló sin poder hablar, sonrojándose de repente-, por… brindar el dinero para mi operación; por no denunciar a mi padre.

– Al diablo con el dinero -le contestó, hablando de los miles de libras como si se tratara de nada. Después, mirándola con fijeza, añadió-: Quizá sea mejor que te diga que tu padre nunca estuvo en peligro de ser acusado.

– ¿Que nunca estuvo?… -exclamó, sin poder creerlo-. Pero tú… cuando fui a tu oficina…

– Cuando fuiste a mi oficina me sentí sorprendido de que, después de los años de lealtad que tu padre nos había brindado tanto a mí como a mi padre, alguien pudiera pensar, a pesar de lo enfadado que yo pudiera estar, que fuera capaz de hacer semejante acción.

– Pero…

– Pero -continuó él-, sorprendido, amargamente desilusionado y furioso como estaba, nunca pude creer que hubiera tomado el dinero para sí mismo. Tengo… una cierta experiencia, así que pensé que el dinero que había robado fue para gastarlo jugando, o con alguna mujer.

– Tú… pensaste lo último.

– No tuve otro remedio -le contestó con el rostro serio-. Fui a verlo y cuando llegué me encontré una pequeña casa de acuerdo con el sueldo de tu padre. Observé un automóvil que no era de lujo y en ese momento llegué a la conclusión de que era problema de juego. Eso fue hasta que vi las maletas en el vestíbulo, hasta que te vi, hermosa, luciendo como si nunca te hubieran negado nada en la vida, con una mirada de alegría en los ojos, acomodada en el sofá, bastante perezosa para levantarte, a pesar del aspecto de tu padre, que parecía a punto de desmayarse.

– Me… odiaste de inmediato, ¿no es cierto? -le preguntó temblorosa.

– En ese momento, sí -reconoció él-. Todo lo que pude ver en aquel momento era que, a pesar de ver lo deprimido que estaba tu padre al haber robado por ti, en lo único que podías pensar era en lo mucho que te ibas a divertir en Suecia. No pude soportar permanecer en el mismo sitio contigo.

– ¿Ese es el motivo por el que te negaste a verme cuando fui a tu oficina?

– No tenía por qué perder el tiempo contigo -le replicó.

Pensando que, después de haberle dado las gracias, debería retirarse, alzó la vista hacia él y algo que vio en su mirada hizo que se le debilitaran las piernas.

Grant la miraba con fijeza… ¿con expresión nerviosa? ¡No podía ser! Sin embargo, tenía el aspecto de un hombre que tenía mucho que decirle… de un hombre que, ¡parecía imposible en el caso de Grant, no se sentía totalmente seguro de los resultados!

Esto tiene que ser una locura, se dijo, pues Grant siempre ha estado por completo seguro de todo. Tenía que ser producto de su imaginación.

– Creo que mejor me voy -le declaró, haciendo un gesto para levantarse del sofá.

– ¡No! -le contestó él con tono cortante. La tomó con firmeza del brazo, obligándola a sentar de nuevo-. Regresando a aquel viernes… te vi en mi oficina, ¿no es cierto, Devon? Y como consecuencia de ello me pasé todo el fin de semana siguiente tratando de olvidarte.

– ¡Oh! -exclamó sin poder evitarlo-. Porque… porque querías que te pagara -le dijo-. Pensabas en mí porque estabas viendo cómo podías…

Eso fue lo que me dije a mí mismo, cuando en ese fin de semana, en cualquier lugar en donde me encontraba me sentía atormentado por un par de ojos inocentes, azules, suplicantes, en los cuales no creía.

– ¿Te dijiste… a ti mismo?

– No quise reconocer que me sentía atraído hacia ti -intentó contener los latidos de su corazón, diciéndose que siempre se había dado cuenta de que se sentía atraído hacia ella en lo físico, y lo escuchó añadir-: Es ese el motivo por el cual te hablé por teléfono pidiéndote que vinieras a verme -se encogió de hombros, antes de continuar-. Por supuesto que cuando te vi de nuevo tuve que reconocer que te deseaba… pero sólo, al menos eso pensé en ese momento, de un modo sexual.

Se sonrojó intensamente, pero comprendió que más que por haber hablado de sexo, era por la expresión que había dicho de que: "al menos eso pensé".

– Espero que me perdones, Devon -le dijo, sonriendo con ligereza al observar el sonrojo en su piel-, pero he vivido lo suficiente para saber que existen mujeres como sospeché que eras tú al principio. Pensé que podía matar dos pájaros de un tiro… obligarte a vivir conmigo a pesar de tu negativa y de esa forma hacerte pagar lo que sospechaba que habías hecho y, por otra parte, pensaba que al poseerte, confirmaría lo que suponía, que no eras tan inocente como fingías. Trataba de convencerme de que en breve dejaría de admirarte.

Al escuchar lo que le decía se le humedecieron las manos de nerviosismo… ¿estaba diciendo en realidad Grant, que la había admirado? No pudo evitar decirle.

– Pero… pero no me… tomaste -lo dijo con voz ronca.

– ¿Cómo podía hacerlo? En primer lugar estaba desconcertado. De acuerdo a lo que pensaba, tú eras una joven a quien sólo le interesaba divertirse. Por otra parte, tenías una cicatriz grande y reciente que no podía ser una mentira… En ese momento me di cuenta de que me habías dicho la verdad. Era la prueba de que en vez de haberte divertido, habías estado sufriendo. En ese instante pensé que si no me controlaba volverías a sentir dolor.

– Recuerdo que saliste presuroso de la habitación -murmuró ella.

– Tenía que irme así -le dijo con una leve sonrisa que desapareció con rapidez al recordar-. Claro que, por la mañana, a pesar de lo que había visto, volví a pensar que sólo fingías.

– ¿Es ese el motivo por el que, en algunas ocasiones, me trataste tan mal?

– "Algunas veces" no es correcto -le dijo-. Aún deseaba poseerte, pero la realidad es que eras tú quien había empezado a tomar posesión de mí.

– ¿Que yo… tomé posesión de ti? -lo miró con los ojos muy abiertos, hasta que él le aclaró:

– Comenzaste a controlar mis pensamientos. Estabas conmigo a donde quiera que iba, en casa, en la oficina, en todo lo que hacía. Fue tanta la obsesión que un día tomé el teléfono y llamé a éste número, sólo porque quería hablar contigo… sólo Dios sabe lo que te habría dicho si me hubieras contestado.

– Yo… no sabía que… eras tú.

– También recuerdo con claridad otro día, cuando no podía pensar en otra cosa más que en ti, recostada en el jardín, tomando el sol, por lo que me di prisa para terminar el trabajo y regresar más temprano, para encontrar que no estabas aquí.

– Fue el día que fui a casa…

– Y estaba tan furioso contigo, conmigo mismo, que te exigí que me dieras la llave de tu casa -de nuevo pudo ver dolor en sus ojos al continuar-, sin saber que tenías otra llave escondida en algún sitio. Dios, debo de haber sido insoportable, pero no quería que estuvieras en otro lugar que no fuera aquí.

– ¿Porque querías… tenerme disponible en cualquier momento que decidieras… este… hacerme cumplir las condiciones de nuestro convenio? -le preguntó, deseando que fuera algo más que eso, pero sin poder esperarlo.

– Seguía preguntándome eso -le contestó con voz baja; se le acercó y le dio un beso en el rostro antes de continuar-. A pesar de que para entonces, y para mi sorpresa, ya me había dado cuenta de que no era sólo el deseo de tu cuerpo lo que sentía.

Devon se acordó con dolor, de ese momento.

– Lo recuerdo -le dijo, conteniendo las lágrimas-. Me acuerdo que me dijiste… que preferías… en ocasiones una mujer más experimentada, ¿no es así?

Le pasó un brazo por los hombros y le dijo con tono lleno de sinceridad.

– Querida, no he mirado a otra mujer desde aquel día en que llegaste con las maletas de la parada del autobús.

– Pero tú me dijiste… -comenzó a decirle, temblorosa al escuchar lo que le había dicho: "querida".

– Te dije que no siempre te deseaba y eso es cierto -la interrumpió-. Fueron muchas las ocasiones en que en lo único en que podía pensar era que deseaba con desesperación proteger ese cuerpo que había conocido el dolor y que todavía estaba convaleciente de la operación. Pero… hubo otros momentos, momentos en los cuales… perdóname que te lo diga… me estabas evitando a que te tomara. Eran esos los momentos en que tenía que salir de la casa, no para ir con otra mujer, como te hice creer, sino porque te deseaba con tanta desesperación, que me sentía seguro de que si me quedaba en casa perdería el control y te haría mía.

Devon pensó en lo que le acababa de decir. Tenía que quererla un poco, ¿no era cierto? le dijo su corazón. Tonterías, contestó la razón… No deseaba escuchar a la razón pero no era fácil de lograrlo.

– Dices que no miraste a ninguna mujer, pero, sin embargo… -¡Oh, Dios, estaba hablando como una mujer celosa! decidió callar.

– ¿Y sin embargo? -le preguntó Grant-. Sigue, Devon.

– Bien -le dijo, escogiendo con cuidado cada palabra-, aquella noche, aquella última noche, cuando me dijiste que me acostara en tu cama… bueno -casi no podía continuar-, te… te quedaste dormido. Pen… pensé -tartamudeó-, que era debido a que… habías… utilizado… tus energías en otro lugar.

El brazo que la rodeaba la apretó con más fuerza y vio una expresión de agrado en sus ojos.

– Estaba enfadado contigo porque no estabas aquí. Estaba muy furioso cuando llegué a tu casa y te encontré, agotada, en el sofá, por trabajar en la casa de tu padre, con una bata, con la cocina llena de comida que acababas de hacer… estaba tan furioso que sentí deseos de golpearte.

– Pero… eso aún no explica por qué… te quedaste dormido.

– No me quedé dormido -le dijo con voz muy baja-. Te hice creer que lo estaba; cuando me acosté ya me había calmado. Antes de entrar en el dormitorio estuve un rato sin decidirme, sabiendo que debería acostarme en el otro cuarto, pero no pude hacerlo. Entré y, al ver que estabas dormida, me acosté con cuidado para no despertarte, te tomé en mis brazos y me sentí feliz. Entonces me quedé dormido y no me desperté hasta que te moviste.

– Estabas despierto antes de que yo… -exclamó, sonrojándose.

– Antes de que comenzaras a besarme ya yo me había dado cuenta de que me iba a resultar difícil -le contestó, añadiendo que se había despertado cuando su mano le había tocado el pecho desnudo y sonrió al verla sonrojarse, al recordar cómo lo había besado no una vez, sino dos-. Pero, a pesar de ello, aún pensaba que era lo suficientemente fuerte para no hacerte el amor… no era mi intención… sólo quería tocarte. Tus besos me excitaron, Devon.

– Pero no me… no me hiciste el amor -le dijo con voz ronca de nuevo-. Me dijiste que ya no tenías interés en mí, porque me había lanzado a tus brazos.

La breve carcajada que lanzó le demostró que no lo había comprendido bien aquel día.

– Eso demuestra que soy mejor mentiroso de lo que dicen -le contestó, sin que en apariencia estuviera avergonzado-. El único motivo por el que te dije eso, Devon Johnston, fue debido a que, después de lo que ocurrió en aquel dormitorio, de nuevo te deseaba con pasión, pero al mismo tiempo no tenía la menor idea del diagnóstico de tu médico, pues tal vez el te diría que fuese necesario dar otras dos semanas de descanso a la cadera. Tú me habías demostrado que me deseabas tanto como yo a ti, y en aquel instante me sentí convencido de que habíamos llegado bastante lejos. Me sentía desesperado, mandé a buscar a tu padre y en ese momento bajaste la escalera y comenzaste a discutir conmigo. Otros minutos más de discusión sobre aquel tema y no estoy seguro de que no te hubiera llevado a mi cama.

Sentía la garganta totalmente seca, pero cuando él terminó de hablar Devon le dijo:

– Así que… lastimaste mi orgullo diciéndome que… que ya no te interesaba.

– Lo cual dio resultado -le contestó, añadiendo con una sonrisa encantadora-. Aunque pronto podrás demostrar que soy un mentiroso.

Pero Devon no se sintió conquistada por su sonrisa. Tuvo que reconocer que se sentía confundida, pues hasta ese momento había pensado que Grant sentía cierto cariño hacia ella, pero lo que acababa de decir le demostraba lo equivocada que había estado.

– Tú… -empezó sin aliento y la mirada sorprendida en sus ojos hizo que se endureciera la expresión de Grant-. Aún quieres que yo… ahora que sabes que la cadera está… por completo sana, estás diciéndome que quieres que… cumpla con lo prometido… -se detuvo al ver la ira que había provocado en él.

– ¡Oh, por todos los…! -comenzó a decir furioso, pero de inmediato se controló y le preguntó-: ¿Es que no has escuchado una sola palabra de lo que dije? ¿No me oíste decir que te olvidaras del dinero? ¿No comprendiste que te dije que ya no me debes nada?

Insistió con terquedad; había dejado que su corazón le hiciera pensar que le interesaba, pero ya no debería escuchar más a su corazón, sólo quería ubicarse en la realidad.

– ¿Quieres que regrese a tu casa contigo? -le preguntó con tono de reto.

– Sí, lo deseo -reconoció-. Yo…

– Lo cual es lo mismo. Lo mismo -repitió-; que decir que la deuda aún está en pie…

– ¡Cállate! -Devon parpadeó ante la violencia con la cual le replicó-. ¡Cállate y escucha! -continuó algo más tranquilo y esperó sólo un momento para asegurarse de que ella no iba a hablar y que estaba lista para escucharlo; entonces la sorprendió por completo al decirle-: Eres la primera mujer a quien alguna vez le haya dicho "te amo"… así que quizá no he sabido hacerlo bien. Te amo más de lo que nunca pensé que se pudiera amar a alguien, Devon Johnston. El pensar en ti me consume día y noche; tanto que en ocasiones he pensado que estaba a punto de volverme loco.

– ¡Que tú… me amas! -exclamó, olvidándose en su sorpresa de que él había dicho que se callara.

– ¡Cielos! -exclamó desesperado-, ¿qué demonios piensas que he estado diciéndote en esta última media hora?

– Yo… este… -se pasó la lengua por los labios secos-. Estaba… confiando… que lo que habías dicho… significaba que tú… sentías algo por mí.

– ¿Confiando? -le preguntó él y de repente la expresión dura en el rostro desapareció dando lugar a una amplia sonrisa, mientras le preguntaba-: ¿Estaba en lo cierto cuando creí ver una mirada de amor en tus ojos? ¿Estaba en lo cierto cuando pensé que había escuchado un tono celoso en tu voz?

Le duró muy poco la sonrisa, mirándola tenso al ver que Devon no le contestaba, dominada por una inesperada timidez. Pero, al fin, al observar que había desaparecido la sonrisa de su rostro y que la expresión era tensa, como la de un hombre preparado para escuchar lo peor, pudo contestarle.

– No, Grant, no estabas equivocado.

De inmediato la abrazó.

– ¿Y me amas? -le preguntó-. ¿Aun cuando sólo te he dado motivo para odiarme?

Le hablaba con voz tan baja que casi no pudo escucharle.

– Te amo, Grant -le dijo sin aliento.

Su nombre fue la última palabra que se escuchó en la habitación durante largo rato, mientras Grant la atraía hacia él. Después, la miró a los ojos llenos de amor, observándola como si no pudiera creerlo y, por último, la besó.

Juntos se reclinaron en el sofá intercambiando besos y caricias.

– Mi querida y dulce Devon -murmuró al fin, mientras su mano la acariciaba desde el cuello hasta el rostro-. No es de extrañar que te ame, eres todo lo dulce e inocente que nunca creí que fueras.

Sus caricias habían sido ardientes, sentía tantos deseos como él de apretarse contra su cuerpo; tenía el vestido desabotonado, al igual que la camisa de él.

– Cada momento que pasa me siento menos y menos inocente -le dijo con voz muy baja y escuchó cómo reía encantado.

– Aún nos falta mucho -le contestó, mientras con la otra mano recorría la curva desnuda del seno.

– Oh, Grant -dejó escapar un suspiro tembloroso-. Cuando me tocas así dejo de pensar.

– Por lo cual tengo que hacerlo yo -le respondió él, obligándose a retirar la mano de su seno, tomándole el rostro entre las dos manos-. Tengo que pensar por los dos. Por lo tanto, creo que será mejor que nos sentemos para que pueda pensar con calma.

Con su ayuda, Devon se sentó a su lado y, a su pesar, Grant le arregló el vestido y después su propia ropa.

– Ahora -le dijo él, incapaz de soportar otro beso más de sus labios tentadores-, ¿qué te estaba diciendo?

– Este… creo que me dijiste que ibas a pensar con calma. Él le sonrió y Devon sintió que la sangre le corría agitada por las venas, sonriéndole a su vez y alzando hacia él los labios entreabiertos.

– Basta -replicó él, pero se veía tan feliz que Devon se rió a carcajadas. Apartó la vista de ella para poder recuperar la calma, pero no le quitó el brazo que tenía sobre sus hombros-. Aunque preferiría mucho más que pasaras la noche en mi casa, creo que tenemos que ir a tu casa para que le acuestes temprano.

– Sí, Grant -le contestó, enamorada de él, segura de que él también la amaba, para protestar de cualquier cosa que dijera o hiciera. Sin embargo, como el médico acababa de darla de alta, le preguntó-: ¿Por qué acostarme temprano esta noche en particular? Sé que no es lo normal que a una joven se le concedan en un día los dos deseos que tiene su corazón… uno de ellos: estar tan sana como cualquier otra joven y el otro que el hombre que ama la ame a ella -le dijo mirándolo con timidez-, pero…

– Tampoco es normal para una joven comprometerse un día y casarse al siguiente.

– ¿Casarme?

– Espero que no tengas objeción alguna en casarte conmigo mañana.

Enseguida ella hizo un ademán negativo con la cabeza.

– No, pero… pero… ¿no se necesitan tres días para obtener… un permiso matrimonial?

– Hace ya mucho que yo tengo el permiso -le dijo, observando cómo abría enormemente los ojos por la sorpresa-. Pero al verte tan terca y decidida a no casarte hasta que te dieran de alta por completo y amándote como te amo, decidí esperar hasta este día para hacerte saber lo mucho que te amo.

– Oh, Grant -susurró y se inclinó hacia él para besarlo.

El beso se alargó y amenazó con dejarlos fuera de control, hasta que de repente Grant se apartó de ella, diciéndole con tono de burla, intentando recuperar parte del control perdido.

– Bésame así mañana y verás las consecuencias -le dijo haciéndola levantar y dirigiéndola hacia la puerta.

– Vámonos, querida -le dijo-, vámonos de aquí, de regreso a dónde nos espera tu padre.

– ¿Mi padre? -exclamó Devon sintiéndose de repente culpable por haberse olvidado de él durante tanto tiempo-. No tengo la menor idea de lo que me dirá…

– Nos dirá -la interrumpió Grant sonriéndole-. No creo que lo encuentres muy sorprendido, pues anoche le dije que hoy te iba a pedir que te casaras conmigo.

Él había bajado los escalones, pero regresó de nuevo a su lado al ver que se había quedado inmóvil, mirándolo.

– ¡No lo hiciste! -exclamó.

– ¿Por qué crees que no te acompañó hoy? -le preguntó. Se rió divertido al ver la expresión de aturdimiento en su rostro y la besó. Él estaba seguro de que yo iría a esperarte a la salida del consultorio y que en ese mismo momento me declararía -al ver que ella seguía inmóvil y mirándolo con los ojos muy abiertos, la tomó del brazo diciéndole-: ¿Vamos a darle las buenas noticias, querida?

– ¿Buenas noticias? -repitió aún aturdida.

– Te casarás conmigo mañana, ¿no es cierto?

¿Qué podía contestarle? Sólo lo que el corazón le decía.

– Oh, sí exclamó con el rostro resplandeciente de amor, alegría y felicidad-. Oh, Grant -suspiró-, ¡te amo tanto que deseo que ese mañana llegue pronto!

Al subir el último escalón frente a su casa, Grant la tomó en sus brazos y la apretó contra él. La besó con ternura en la frente y le dijo con voz ronca:

– Todas tus mañanas van a ser muy felices, mi amor, te lo prometo -le juró.

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