Capítulo 9

Un sonido proveniente de la parte baja de la casa, le recordó a Ella que alguien la esperaba en otro lugar. Su pulso se aceleró pues no deseaba bajar sólo para que le dijeran que hiciera su equipaje y se marchara. Pero ya había pasado más de media hora desde que Zoltán le había ordenado estar ahí en treinta minutos. Y nada de lo que ella hiciera o sintiera, cambiaría las cosas. Zoltán estaba enfurecido y cuanto más lo hiciera esperar, sería peor.

Ella se dispuso a bajar, sin dejar de pensar en que lo peor que podría pasarle, era ser corrida por el hombre a quien amaba. Llevaba puesto un vestido de color azul, que hacía resaltar sus ojos. En ese momento, la chica comprendió que lo único que le quedaba era su orgullo. Y no era tanto.

Cuando estuvo frente a la puerta, sintió que los nervios la traicionaban. Pero entendía que había muchas cosas que era necesario discutir, así que se armó de valor y abrió la puerta.

Zoltán se encontraba esperándola, tan alto como una torre. Ella sintió que perdía el control y desviando su mirada hacia otro lado, se disculpó:

– Siento haberte hecho esperar -agregó titubeando y observando que él también se había cambiado de ropa. Sin embargo, la expresión de su rostro parecía la misma- y… también lamento mucho lo dé la embarcación -ella se atrevió a tartamudear-, quiero decir…

– ¡Pensé que eras mucho más inteligente! -la interrumpió él, haciéndola enmudecer-. ¿Acaso no te diste cuenta del clima que prevalecía en el lago? -demandó furioso, completando la frase con algunas palabras húngaras que ella comprendió, tenían que ser majaderías-. Es que acaso no…

En ese momento, el inconsciente de ella trató de defenderse.

– ¡No, no me di cuenta de la situación! -gritó-, muchas veces antes había observado el lago y nunca, nunca…

– ¡Entonces permítame informarle, señorita Thorneloe! -exclamó él, sin dejarla terminar-. ¡Qué el lago Balaton tiene una reputación de poseer las peores tormentas, acompañadas de olas hasta de tres metros de altura!

“Cielos”, pensó Ella, dándose cuenta del peligro en el que había estado. La joven se preguntaba cómo había sido posible para Zoltán, rescatarla de la tormenta. Pero su espíritu flaqueaba, cada vez que lo miraba. Además de estar agradecida con él por haberla salvado, se percataba de que no podía exteriorizarlo demasiado… o él se daría cuenta de lo mucho que significaba para ella.

– Yo… -balbuceó Ella, en un desesperado intento por aparentar estar calmada-. ¡Debiste decirlo antes! ¡Debiste advertírmelo…!

La mirada de Zoltán pareció oscurecerse al decir:

– ¡Nunca me imaginé que se te ocurriría hacer algo tan tonto! -explotó él, completando lo que afirmó con algunas palabras en su propia lengua.

– Bueno… yo… tienes razón… Lo siento -repitió ella su disculpa, recordando en ese momento la aterradora experiencia por la que había pasado y el riesgo tan grande que Zoltán afrontó, para salvarla. Ella sabía que por lo menos, le debía una explicación-. Yo… yo no deseaba usar el velero -dijo con sinceridad-. En ese momento mis pensamientos estaban a kilómetros de distancia…

– ¿Y no era tu intención llevarte la embarcación? -inquirió él, con ironía.

– ¡Es lo que ocurrió!-exclamó ella con más energía pues le parecía que él la había llamado mentirosa.

– ¡Así que te subiste en el bote y las ataduras se soltaron con el viento!

– ¡No! -exclamó ella-. ¡Yo lo hice! Estaba jugando con las cuerdas, cuando de pronto… yo -Ella sentía que era ridículo lo que estaba tratando de decir, pero decidió terminar-, bueno, de repente, el bote se empezó a mover.

– ¿Y pensaste que sería una buena idea ir de paseo?

– ¡No! -negó ella otra vez-, ¡ya te lo dije, en ese momento mi mente estaba en otro lugar! ¡Yo…!

– ¡Ya me lo imagino! -él interrumpió, cortante-. ¿Dónde? -preguntó mirándola con frialdad.

– ¿Dónde qué? -inquirió confundida pues se preguntaba si acaso se había dado cuenta del interés tan grande que él despertaba en ella.

– Dices que tu mente se encontraba en otro lugar, ¿dónde? -él le preguntó, mirándola con fijeza. Ella sintió que se ruborizaba por completo.

La joven necesitaba una buena coartada, que no despertara duda alguna pues no podía permitir que Zoltán se percatara de lo mucho que lo amaba y que se había distraído sólo por estar pensando en una buena excusa para permanecer a lado de él y no tener que irse, Sí, necesitaba pensar en un muy buen pretexto porque no podía confesarle que la verdadera razón por la que se acercó a la embarcación era por los celos que la amistad con su amiga Szénia Halász habían despertado en ella. ¡Sí, ese fue, el motivo por el que desató las cuerdas que sujetaban a la embarcación. Cuando ésta se empezó a mover, ya era demasiado tarde, pera poder hacer cualquier otra cosa.

De repente, como si hubiera caído del cielo, Ella creyó tener el argumento perfecto y empezó a decir:

– Si en realidad deseas saberlo, estaba aturdida, pensando en mi retrato.

– ¿Tu retrato? -repitió él con lentitud y permaneció pensativo por algunos minutos. Zoltán parecía recordar que ese fue el primer día que la dejaba sola en su estudio.

– Así es -murmuró ella, recobrando la seguridad en sí misma y preparándose para responder, en caso de que su pintor le reclamara el hecho de que se haya atrevido a entrar en su estudio mientras él no se encontraba allí, aun cuando se tratara de su propio cuadro…

– ¿Cómo hubiera podido evitar no pensar en eso? -continuó ella triunfante, al ver que Zoltán se había quedado sin habla y la miraba con fijeza-, he estado posando por semanas enteras para ver mí retrato, sólo para descubrir, cuando fuiste a tomar tu llamada, que no has ni siquiera empezado.

La chica prefirió callarse, al darse cuenta de que casi había tartamudeado durante los últimos cinco minutos.

La joven se atrevió a, mirar a Zoltán de soslayo. Estaba prevenida en caso de que él quisiera comentar algo acerca de su vanidad, pero en lugar de eso, dio unos pasos y se volvió, mirándola con frialdad. Ahora era su turno para distraer su atención, con un comentario tonto.

– ¡Debes estar exhausta después de luchar bajo la tormenta! -exclamó muy molesto, señalándole un sillón. Entonces agregó-: Siéntate.

A Ella no le agradaba que le hablaran en ese tono. Pero sabía que ese hombre había arriesgado su propia vida por salvarla y que no era conveniente contrariarlo. Por otro lado, aunque ella gozaba de una condición bastante buena, Zoltán la hacía temblar desde lo más íntimo de su ser, así que decidió obedecer y sentarse.

No conocía la razón por la cual, él no la había corrido antes, pero casi estaba segura de que lo que deseaba era decirle un par de cosas, antes de hacerlo. La joven esperó con paciencia.

Ella sabía que no había nada que la hiriera tanto, como alejarse de él. Lo siguió, con la vista. Zoltán se dirigió hacia la ventana y miró a través de ella. La joven pensaba que el pintor tan sólo estaba eligiendo las palabras adecuadas para lastimarla lo más posible. De repente, Ella se dio cuenta de que Zoltán también se encontraba muy tenso y que no parecía ser capaz de pensar con claridad.

– ¡Tú también debes estar agotado! -exclamó ella sin poder contenerse-, ¡mucho más cansado que yo! -añadió, recordando el esfuerzo casi sobrehumano que Zoltán había hecho para salvarla.

Su respuesta fue un gruñido, era como decirle que no necesitaba que ella ni nadie más le recomendaran lo que debía hacer. Su lenguaje corporal así lo indicaba. El pintor permaneció inmóvil y después de volverse hacia ella por unos segundos, desvió su mirada hacia la ventana.

¡Cuánto lo amaba!, pensó Ella. Y mientras cada centímetro de su ser deseaba ponerse de rodillas frente a él y rogarle que le permitiera quedarse sólo un poco más a su lado, la otra parte de ella, que aún conservaba un poco de orgullo, la hizo ponerse de pie y decir con timidez:

– Me voy claro está -dijo, admirando la ancha espalda de Zoltán.

Pero para su sorpresa, el pintor se volvió con rapidez y dirigiéndose a ella, casi gritó:

– ¡Marcharte!

– Yo… -ella tartamudeó y trató de finalizar con rapidez-. Bueno, comprendo que es natural que desees que me vaya.

– ¡Puedes apostarlo! -gritó él y se dirigió hacia donde ella estaba sentada-. ¿Se puede saber cuándo te indiqué tal cosa? -demandó.

Desconcertada por completo, la joven lo miró boquiabierta pues siempre estuvo segura de que Zoltán quena que se fuera. Su adolorido corazón empezó a latir con rapidez al pensar que él anhelaba que ella permaneciera allí por más tiempo, pero algo la hizo desanimarse. Entonces se atrevió a decir con timidez:

– Oh, mi retrato -dijo la chica, al recordar que a pesar de los desagradables comentarios de Zoltán, él era un hombre responsable y la sola idea de no cumplir con su palabra, lo haría sentirse muy mal. Reconsiderando eso, Ella agregó-: Después de la forma en que arriesgaste tu vida para salvarme hoy, no creo que mi padre tenga la menor duda de que eres, un hombre de honor.

La única respuesta que recibió fue otro gruñido. Eso le indicaba que él no sabía a lo que ella se refería. Entonces se percató de que otra vez se empezaba a sentir confundida. Él era desconcertante.

– ¡Así que quieres irte! -exclamó, atacándola con sus palabras-. No puedes esperar más para volver con el tal Jeremy Craven, ¿verdad?

Atónita ante su acusación, Ella se preguntaba como podría conservar la calma. ¡Era inaudito que él hubiera recordado el nombre de Jeremy!

– ¡Sólo pensé que deseabas que me fuera! -exclamó ella de repente.

– ¿Que te fueras? -repitió él. Aspiró profundo y sorprendentemente, añadió-: ¿Cómo voy a desear que te vayas si me he estado quebrando la cabeza para idear la forma de mantenerte a mi lado?

A Ella casi se le cae la mandíbula al escuchar esas palabras. Abrió los ojos al máximo y sintió que la sangre se agolpaba en sus mejillas por la emoción. ¡Zoltán deseaba tenerla a su lado!

– Yo… tú… -balbuceó ella incoherente, mas nada de lo que había escuchado le parecía lógico-. ¿Por qué? -añadió.

Zoltán reaccionó avanzando con grandes pasos hacia una de las sillas y con un movimiento impaciente, la colocó junto al estrecho sillón donde ella estaba. Pero cuando la chica pensó nerviosa, que Zoltán se sentaría junto a ella, él se alejó de inmediato, unos cuantos pasos.

– No creo que sea nada nuevo para ti, el hecho de que te encuentre atractiva -gruñó él, como si hubiera dicho todo lo contrario, pensó ella. Una de dos, o mentía o su corazón se aceleró. Lo cierto es que el pintor estaba tan nervioso como ella…

– ¿M… me encuentras a… atractiva? -balbuceó la joven.

– Atractiva, excitante y bella -dijo él. Su voz había perdido su dureza. Entonces caminó hacia la silla y se sentó-. He pensado eso desde el día en que vi tu fotografía… y no he cambiado de opinión.

¡Dios mío! pensó la chica, sin poder creer lo que oía.

– Pero… creí que te era antipática -exclamó ella, mientras hacía todo lo posible por mantener los pies en el suelo.

Entonces se dio cuenta de que los ojos de Zoltán la miraban con intensidad. Su corazón se aceleró aún más y las ideas se arremolinaban en su mente.

– Todo lo contrario -continuó él, de improviso-. Es un hecho Arabella, que he llegado a apreciarte más y más con cada nueva faceta tuya que conozco.

– Oh -murmuró la joven. Y mientras su corazón latía con fuerza, dijo-: Si has llegado a apreciarme más y más, por tu actitud de los últimos días, yo diría que al principio me odiabas.

– ¿Acaso debo sentirme alegre de que hayas notado que no he estado en mis cabales estos últimos días? -dijo él. Su mirada era cálida.

Ella no supo qué contestar pues se había quedado sin habla.

– Perdóname si nunca te dije que te quería y si nunca te expliqué el porqué de mi extraño e irracional comportamiento.

El orgullo le decía que debía pedirle que continuara explicándole: ¿Por qué se había comportado como tigre enjaulado cada vez que ella estaba cerca? Pero su corazón sabía que no había necesidad de aclarar nada. Simplemente lo amaba.

– Tu padre me envió una fotografía tuya y pensé que eras la mujer más bella que yo había visto en mi vida -Ella se sintió en las nubes sólo para caer de, inmediato al escucharlo decir-: Lo que hace más irracional el hecho de que me haya propuesto despreciarte y pensar todo eso sobre ti.

– ¡Vaya! -murmuró ella y añadió con sarcasmo-: ¡Que amable en decírmelo!

– Tal vez me lo merezco -replicó él-. Cuando empecé a pintar retratos, tuve muchas modelos hermosas, pero con frecuencia descubrí que la belleza era superficial.

En ese momento, Ella recordó que Zoltán le había pedido más tiempo para conocer el objeto de pintar. Entonces se preguntó si él habría logrado penetrar tanto, como para descubrir su secreto.

– Tú… eh… ¿trajiste a tus… esas otras modelos a vivir aquí?

– ¡Ni una sola! -exclamó él sin pensar dos veces. Su mirada profunda y cálida se volvió hacia ella-. Tú, Arabella -dijo-, siempre fuiste diferente.

– ¿Lo fui?-balbuceó Ella, como hipnotizada.

– Por supuesto -contestó él como si no hubiera duda alguna. Aunque, puesto que era obvio que Ella no tema idea en qué consistía la diferencia, él se inclinó hacia ella y con su mirada fija en la de la chica, trató de explicarse-: Dejé de pintar retratos. Pero después de contemplar tu rostro, me dije a mí mismo que tenía que pintar tu cuadro.

Ella decidió no mencionar el hecho de que ni siquiera lo había comenzado, a pesar de todas esas horas en que posó para él.

– Entonces… tú persuadiste a mi padre de que me enviara a tú casa -murmuró ella.

– Y mientras te esperaba con impaciencia, hacía todo lo posible por convencerme de que tu hermosura era sólo superficial y que carecías de belleza interior.

– ¡Entonces no podías haber estado tan ansioso por mi llegada! -protestó-. Yo te llamé desde el hotel cuando llegué y ¡no mostraste mucho interés por conocerme!

– Estaba confundido.

– ¡Confundido!

– Sí deseaba verte, pero al mismo tiempo tenía miedo de que fueras como te imaginaba; sin belleza interior. Yo me había convencido también de que tendrías una voz horrible… y ¿qué es lo que escuchó…? -hizo una breve pausa para sonreír-. Una hermosa voz a través del auricular.

– ¿Por qué decidiste que te sería antipática? Sé que no quería que pintaras mi retrato y que fue desagradable para mí tener que viajar hasta Hungría, pero no había hecho nada para provocar tu hostilidad.

– ¿No, querida? -inquirió él-. Fue suficiente que provocaras emociones tan fuertes dentro de mí.

Ella abrió aún más los ojos.

– Eh… ¿en verdad? -preguntó la joven con voz débil-. ¿Qué fue lo que hice?

– Para empezar, no tuviste que hacer nada -contestó él-. Apenas vi tu fotografía… y ya no pude sacarte de mi mente.

– ¡No!-exclamó, suspicaz.

– Claro que sí -la contradijo él-. Tengo treinta y seis años. Es ridículo que a mi edad me provoque desvelo una cara bonita y que me dé por checar los vuelos desde Londres en esas horas de insomnio.

– ¡Dios mío! -murmuró incrédula, mientras su corazón palpitaba sin control-. Así que como te di insomnio, decidiste que yo debía serte antipática.

– Traté de convencerme de eso -corrigió él-. Es extraño para un hombre de mi edad enamorarse de alguien sólo por una fotografía. Dispuse que la cura era conocerte. De esa manera me daría cuenta de que sólo tu belleza era lo que me había impactado, que serías superficial y vana. Luego podría volver a dormir con tranquilidad.

– Por lo cual resolviste aceptar hacer el cuadro.

– Así es. Entonces llegaste y fue ahí donde mis problemas comenzaron.

– Al otro día me hablaste y me ordenaste que fuera a tu casa.

– ¡Y tú me mostraste lo que pensabas acerca de mis órdenes, tomándote tu tiempo! -exclamó él.

– Dijiste que ahí empezaron tus problemas.

– Lo dije -confirmó él-. Ahí estaba yo, pensando que después de unos días de estar contigo, no soportaría tu presencia y te mandaría con mucho gusto de regreso a Inglaterra. Pero cuando te conocí descubrí que mientras más te veía, más deseaba que te quedaras. Por eso decidí demorar lo más posible el cuadro, para que no tuvieras que irte.

¿Qué estaba diciendo? La joven parecía atrofiada para pensar con claridad. No era viable que Zoltán estuviera tan interesado en ella.

– Me parece que… argumentaste necesitar tiempo para… familiarizarte con el objeto a pintar.

– ¡Y vaya que me hizo bien llegar a conocerte mejor! -exclamó él con emoción-. Mi teoría se desmoronó.

– ¿Qué teoría?

– Para arrancarte de mi mente, me propuse comprobar que eras arrogante y superficial. Excepto que lejos de descubrir que eras una horrible mujer sin nada en la cabeza, me encontré con la chica más encantadora que había conocido. Eso no me llevó mucho tiempo -continuó-. De hecho, la primera noche durante la cena -su mirada fija en los ojos de ella, le impedían mirar hacia otro lado-. Quedé prendado de ti. Tu orgullo y tus buenas maneras para con la servidumbre; la lista, hermosa -dijo él con voz suave-. Es interminable.

– ¡Zoltán! -Ella trató de respirar pues no sabía con exactitud qué cosa pasaba, tal vez algo en sus ojos, su rostro, su temor o su esperanza, es lo que Zoltán había visto en ella. En ese momento, él estrechó sus manos.

Después, el pintor se ladeó hacia ella y como si necesitara un poco de aliciente, dijo con mucha suavidad:

– Mi amor -y suspiró-, bésame, bésame si deseas que continúe.

Fue entonces su turno de apretar las manos de Zoltán con mayor firmeza. Inclinándose, acercó sus labios a los de él y los besó.

– ¡Arabella! -exclamó febril cuando ella se apartó. Y en un instante se sentó junto a la joven en el sillón.

– Perdona mi impaciencia -murmuró él, después de besarla con ternura-. Sé que debí de haber esperado, decírtelo todo y explicártelo. Pero… mi querida y amada Arabella, mis emociones son demasiado fuertes. Verte en medio de aquella tormenta y en ese pequeño velero a punto de hundirse, fue la experiencia más espantosa de mi vida… -Zoltán hizo una pausa para aspirar profundo-. Aún no me recupero.

– Lo siento, lo siento mucho -Ella se apresuró a decir, percibiendo el calor de sus manos en las de ella.

– Yo también lo lamento -replicó él-, por esas veces en que fui grosero, desagradable… y enloquecido por los celos.

– ¡Celos! -exclamó ella-. ¿Estabas celoso?

– Desde la primera noche que pasaste bajo mi techo -contestó él, mientras ella lo miraba incrédula-. Estábamos cenando y todo iba viento en popa. De improviso, hablaste de tener que empezar a trabajar. Yo estaba convencido de que había alguien en Inglaterra. Algún hombre, con quien querías regresar.

– ¡Oh, Zoltán! -suspiró ella-. No hay ningún hombre en Inglaterra con quien quiera estar.

Por su honestidad, el pintor la premió con unas dulces palabras en húngaro, las cuales, acompañadas del beso más hermoso de su vida, con seguridad hablaban de amor.

– Arabella -dijo en inglés-. Esa primera noche que pasaste en mi casa, me sentí asediado por los celos y decidí alejarme de ahí para analizar mejor las cosas.

– Y te saliste de la casa -murmuró ella, evocando el episodio.

– Fui a una fiesta a la que me habían invitado -le confesó-. Pero no pude apartarte de mi mente. Y cuando después de haber pasado la noche pensando en verte en el desayuno, me hiciste enojar al tratar de hacerme iniciar el cuadro…

– Nunca traté de… -comenzó a protestar, pero al ver la sonrisa en los labios de Zoltán, se abstuvo de continuar.

– Como sea, me hiciste rabiar -prosiguió él- y me fascinó ver tus hermosos ojos azules cuando te enfureciste. Me llamaste artista temperamental -le recordó-, y añadiste a la larga lista de cosas que me agradan de ti, el haberme hecho cambiar de humor en cuestión de minutos.

Ella lo miró por largos y amorosos momentos.

– Pensé que me despreciabas por no tener un empleo.

– ¡No tener empleo! -exclamó asombrado-. Por lo que me has dicho, lo cual es tan sólo una pequeña parte de todo, no tienes ni tiempo de buscar un trabajo donde te paguen.

– Mi padre se opone. Ese es uno de nuestros problemas.

– Estoy seguro de que le has dicho al señor Rolf todo cuanto piensas acerca de eso -dijo él con una maravillosa sonrisa.

– Se podría decir que sí -agregó ella riendo y lanzando la cabeza hacia atrás. Entonces vio que Zoltán la miraba fijamente y su risa había desaparecido.

– Arabella, mi amor, ¡te amo!

Ella no supo qué decir. Sólo se quedó inmóvil observando la tierna expresión de los ojos de Zoltán.

– Me… -balbuceó ella-,… ¿me amas?

– ¿No es eso lo que te he estado diciendo todo este tiempo?

– Oh…

– ¿Acaso no me entendiste cuando te pregunté si deseabas que continuara?

– ¡No! -dijo apresurada-. Quiero decir, deseaba que me amaras, pero… no pensé que lo hicieras.

– ¿Deseabas que te amara?

– Sí -dijo ella, después de un momento de mirar con pasión los ojos de Zoltán-. Lo anhelaba.

– ¿Porqué?

– ¿Por qué?!-repitió Ella sin entender-. Porque… yo siento lo mismo.

– ¿Me amas como yo a ti?

– Oh, Zoltán -exclamó la joven. Su mirada, su amor y todo en él, le imploraba continuar-: Sí, sí, sí -le dijo-. Te amo tanto.

Por un segundo, Zoltán continuó mirándola con fijeza. Entonces una sonrisa se formó en sus labios y él la tomó en sus brazos.

– Mi amor -suspiró el pintor antes de besarla larga y profundamente.

Momentos después, él se apartó un poco para contemplar su rostro, volver a besarla y estrecharla con fuerza. Ella puso los brazos alrededor de su cuello, apenas atreviéndose a respirar por temor a que el sueño se desvaneciera.

Pero no era ningún sueño, Zoltán se encontraba de nuevo deleitándose en sus brillantes ojos de infinito azul que lo observaban a su vez, extasiados.

– ¿Acaso no es de extrañar que mi corazón se agitara con rapidez cuando entré y te vi por primera vez? ¿Y que además, mientras te esperaba para cenar esa noche, haya sido tan impaciente que me atreví a subir por ti con la excusa de haber olvidado decirte que la cena era a las ocho?

– ¡Tú sabías que Frida me informó!

– Sí, lo supe -admitió él-. Me había enamorado de ti y me era muy difícil tratar de no sentir nada.

– ¡Me amabas desde entonces! -exclamó ella-. ¡Y yo pensando que me aborrecías! ¿Te enamoraste de mi fotografía?

– Yo mismo no lo podía creer -dijo él, sonriendo-. Por eso luché contra eso, pues pensaba que era ridículo. Y sin embargo, no me tomó mucho tiempo descubrir que no sólo eras hermosa físicamente, sino que tu alma y tu mente, también eran bellos. Que en realidad eras una criatura adorable.

– Nunca me imaginé…

– No se suponía que lo hicieras.

– ¿Porque tú estabas todavía tratando de librarte de tus sentimientos?

– Liberarme, hacerlos a un lado o negarlos -continuó él-. Llegaste a mi casa un viernes y el domingo, aun negando lo que mi corazón decía, yo, quien siempre apreció la verdad por sobre todas las cosas, mentí como todo un profesional al inventar la historia de que Frida sufría de reumatismo.

– ¿Entonces no estaba enferma?

– Ni un poquito.

– Pero… ¿por qué mentir con semejante cosa, si…?

– Mi amor, ¿no te das cuenta aún de como soy yo? Quería estar solo contigo, pero en esos días en que trataba de aprender a controlar mis sentimientos y esconder mis emociones, las cuales no quería reconocer ni confiar, pensé que era mejor estar solos pero no en mi estudio.

– ¿Sólo conmigo, pero entre la multitud?

– Fue horrible para mi también, créeme -dijo él-. Estaba incrédulo de que pudiera enamorarme de una imagen. Yo deseaba conocerte en persona y darme cuenta por el modo en que te enfurecías contra mi de que estabas más dispuesta a odiarme que a amarme; pero también quería estar a tu lado. Así que le pedí a Frida que nos dejara desayunar a solas ese domingo por la mañana.

– Después inventaste la historia de su reumatismo, ¿verdad? -dijo ella, sonriendo.

– Y cuando me encontraba aún tratando de negar que yo pudiera estar en semejante situación, descubrí para mi asombro que eras y eres, una adorable persona que se interesa por los demás y que estaba más que dispuesta a sustituir a mi ama de llaves hasta que se recuperara.

– Cualquiera haría eso -agregó ella. Zoltán la miró escéptico-. Pero si Frida no sufría de reumatismo, ¡debe de haberle parecido excéntrico que yo haya tratado de preparar la comida y la cena ese día!

– Tal vez, si yo no le hubiera dicho nada.

Ella lo miró sorprendida y Zoltán no pudo resistir el besarla con pasión y estrecharla en sus brazos con fuerza y con tanto ardor, que la joven se olvidó de todo.

– Pero… -dijo ella tratando de tomar aire-, me besaste esa noche -murmuró como entre sueños. Entonces recordó cómo Zoltán le había dicho que Oszvald era un magnífico cocinero-. ¿Es verdad eso?-inquirió.

– No tengo ni la menor idea -dijo él, con cierto brillo en la mirada que por fortuna, vibraba a la misma frecuencia que ella-. Sí. Te besé esa noche. Estabas bellísima con tu vestido color verde de suave terciopelo y con tu hermoso cabello color de fuego deslizándose por tus hombros. La velada había sido encantadora. ¿Es raro que perdiera el control de mí mismo? ¿Que en el instante de tocarte deseara tomarte entre mis brazos y besarte con todo mi amor?

– Yo… eh… nunca había sido besada de ese modo -dijo ella, tímida.

Con ternura, él depositó un dulce beso en su frente. Entonces la miró con amor.

– Tú dijiste algo parecido en ese momento -murmuró él-. Supe entonces que eras virgen y que debía protegerte. Lo cual -añadió de inmediato-, hizo necesario que me controlara rápidamente. Tú, mi amor -entonces suspiró profundo y añadió-: habías respondido de maravilla, pero yo tuve miedo de volver a tomarte entre mis brazos. En ese momento me parecía que debía protegerte… ¡contra mí!

– ¡Oh, Zoltán! -musitó ella con voz cálida. Él la volvió a besar con cariño.

– Ese domingo fue prodigioso para mí -dijo él, momentos después-. La comida fue increíble y me encantó ver el interés con que me hacías preguntas y lo alegre y llena de vida que parecías en mi compañía. Y la velada fue cerrada de manera espectacular contigo en mis brazos. No es de extrañar entonces que el lunes hubiera reconocido que te amaba con todo mi ser. Pero mi mente estaba aún confundida. La situación era nueva para mí. Y tuve que ocultar mi amor cuando, en el desayuno, me di cuenta de que te arrepentías de todo.

– No era que me estuviera lamentando -Ella se apresuró a decir-: Ni tampoco que deseara molestarte. Sólo eran, nervios, creo yo.

– Mi amor -dijo él-. Pude haber hecho todo más fácil, ¿verdad? Pero en ese momento me encontraba apesarado de haber aceptado pintar tu retrato. Las cosas -declaró-, no habían salido como yo pensaba. De acuerdo a mi teoría, debías ser por completo egocéntrica y perezosa. Pero no, tú eres una persona sensible y encantadora y ya ni sé en qué situación me encuentro ahora.

– Cariño… -murmuró ella con suave voz.

– ¿Te extraña ahora que necesitara provocar tu agresión? Esa impertinente mujer que me quería obligar a empezar su retrato, me haría como a un hilacho… si yo se lo permitía.

– ¿Eso pensaste? -exclamó ella asombrada, sintiéndose más confiada en sí misma. Zoltán, el hombre de sus sueños, la amaba y ninguna otra cosa le importaba ya-. Dime más -dijo sonriendo.

– Entonces decidí que viniéramos aquí, al lago -continuó él-. También pensé que, puesto que el sólo mirar tus sensuales labios hacía que casi perdiera el control de mí mismo, era mejor que me pusiera a trabajar en algo, alejado de ti.

– Estuviste muy ocupado toda la semana -recordó Ella.

– A pesar de todo, estuve a punto de ceder, pues siempre estaba junto a ti. Una semana después de que llegamos aquí, un día en mi estudio, pensé que había sido demasiado duro contigo. No pude concentrarme en mi trabajo, imaginándome que había herido tus sentimientos. Entonces fui a buscarte…

– Ese fue el día que salí a pasear en la bicicleta de Oszvald…

– Fue lo que descubrí.

– ¿Te enojaste conmigo?

– Al principio, no -dijo él-. Me pareció divertido que hubieras pedido a Oszvald su bicicleta para salir a pasear. Recuerdo haber pensado, qué linda, mientras sacaba el auto para ir por ti.

– ¡No me digas! -exclamó ella, a pesar de ver en el rostro de él, que estaba diciendo la verdad-. Tu buen humor cambió cuando por fin me encontraste.

– Estabas bebiendo con un extraño, divirtiéndote con otro hombre. ¡No me pareció en absoluto grato, mi amor! -añadió cual niño malcriado.

– Me acusaste de “coquetear” con los hombres en los bares -recordó ella.

– Discúlpame.

– Está bien -agregó ella radiante.

– Por la manera en que azotaste la puerta del automóvil, pensé que harías el equipaje de inmediato para irte.

– Lo hice.

– ¿De veras?

– Saqué las maletas, pero…

– ¿Qué? ¿Por qué no te fuiste? -Zoltán insistió-. Habla, mi amor, quiero sentir que confías en mí y que puedes decírmelo todo, ya que entre nosotros no hay secretos.

– Es el secreto más grande que he tenido -murmuró ella-. Estaba tan furiosa que no me importaba que mi padre hiciera un infierno de mi vida por regresar a casa sin el cuadro. De improviso me di cuenta de que no podía irme.

– ¿No podías?

– No podía porque… porque estaba enamorada de ti.

– Estabas ena… ¡lo supiste entonces!

– Fue un terrible impacto -confesó ella y después de pensar por un rato añadió-: Aunque supongo que debí haberme percatado antes.

– No estarás pensando alejarte de mí, ahora, ¿verdad?

– Ni soñarlo -dijo ella con una sonrisa. Entonces, se besaron.

– ¿Cómo podrías haberlo sabido antes?

– En principio, ningún hombre me había hecho sentir tantas emociones como tú. Aún antes de verte, estaba enfurecida contigo después de tu llamada al hotel. Tienes más facilidad de hacerme rabiar que ninguna otra persona. Sé que no suena muy romántico, pero lo que quiero decir es que tienes la posibilidad de alterar mis sensaciones.

– ¡Cuéntame más! -dijo él riendo.

– Un día -continuó ella-, me aseguraste que el lago se congeló en diciembre. Entonces me asombró el hecho de que me quisieras tener aquí, hasta esa fecha.

– ¿De verdad? -inquirió él, con expresión seria-. Y yo tenía tanto miedo de que te fueras, especialmente al verte tan furiosa ese día. Luego me prometí a mí mismo controlarme más y tratar de que me perdonaras -confesó mientras ella lo miraba con amor-. Pero esa misma tarde, aun cuando me divertía lo que habías dicho, de improviso sentí un escalofrío y pensé que estaba en peligro de revelar mi secreto. Si te enterabas sería lá ruina. Temí que salieras corriendo para Inglaterra.

– ¡Zoltán! -dijo ella con infinita ternura, mientras llevaba una mano hasta la mejilla del pintor, misma que él atrapó entre sus manos y llevó hasta sus labios-. Después me dijiste que empezarías a trabajar en el cuadro a la mañana siguiente.

– Y a pesar de adorar cada minuto que pasamos en el estudio debí haberme dado cuenta de ello, antes de decidir darte un masaje para aflojar la tensión de tus músculos, lo cual, fue un error.

– Entonces, las cosas empeoraron…

– ¡Empeoraron! -exclamó él-. Querida, con sólo sentir tu piel, me alteraba. Tenía que besarte. Y cuando me encontraba luchando con todas mis fuerzas contra ese sentimiento, me ofreciste tus labios y yo olvidé todo… hasta que tu timidez te venció. Mi amada Arabella -murmuró-. ¿Es de extrañarse que con mi autocontrol a punto de derrumbarse, tuviera miedo siquiera de tocarte? Tú, mi amor, tienes el poder de estremecerme al instante.

– Yo… eh, me alegra oír eso -dijo ella con una sonrisa-. ¿Es por eso que no te presentaste a la comida ese día?

– Tenía que mantenerme alejado de ti -admitió él-. Después mientras comía solo en mi estudio, me preguntaba cómo podrías haber respondido con tanta espontaneidad de no sentirte atraída por mí.

– ¿Qué fue lo que decidiste?

– Mi mente en ese entonces y aún ahora, era un torbellino de ideas encontradas. Así que determiné buscarte.

– Me encontraste a orillas del lago y resolviste llevarme a dar un paseo.

– ¿Te importaría olvidarte del lago en este momento? -inquirió él, tranquilo.

– Está bien -dijo ella al instante-. Así que regresamos de un hermoso paseo y tú tuviste que comportarte como una bestia y arruinarlo todo.

– La culpa fue tuya por recordarme lo de tu amiguito del bar al preguntarme por la bicicleta de Oszvald -dijo Zoltán, casi gruñendo.

– Oh, te amo -murmuró ella con voz tímida, deleitada cuando Zoltán la acercó a su cuerpo y comenzó a besarla.

Muchos minutos más tarde, aunque parecían segundos, él se separó un poco de ella.

– Para evitar que me vuelva loco, sin mencionar la confianza que depositó en mí, tu padre, creo que es mejor hablar un poco más.

– ¡Qué pena! -dijo ella con malicia y ambos comenzaron a reír.

– ¡Eres terrible! -dijo él y después de unos minutos de silencio-: A propósito de tu amigo del bar, espero que no tengas ningún plan de verlo de nuevo.

– ¡Por supuesto que no! -replicó ella con firmeza.

– ¿Y el tal… Jeremy Craven?

– Jeremy sólo es un buen amigo. Eso es todo.

– ¿Vas a montar seguido con él?

– Su familia tiene caballos y yo les hago el favor de correrlos un poco como ejercicio.

– ¡Pero también vas a bailar con él!

– Es cierto, pero siempre con otros amigos y amigas. Somos varios los que nos reunimos de vez en cuando.

– ¿Y David? ¿El hombre quien te llamó la otra vez? -antes de que ella pudiera contestar agregó-: Me pareció que no podías esperar más para irte a Inglaterra.

– David -contestó ella-, es mi hermano.

– ¿Tu hermano? -por unos momentos Zoltán la miró estupefacto. ¿Tienes alguna idea de lo que ha pasado, mujer? -demandó, aunque con una sonrisa en los labios-. Si no me atormentaba pensando en Jeremy, me afligía pensando en tu amigo del bar y después me encuentro con que un tal David te emociona lo suficiente como para desear regresar a Inglaterra. No es de extrañar que nuestro paseo el viernes, haya sido un desastre.

– Lo siento -se disculpó ella dulcemente-. No me había dado cuenta de que no sabías que el nombre de mi hermano es David. Me llamó para avisarme que se casa el próximo mes y quiere que vaya a su boda.

– ¿Aún no quieres decirme cuál es su problema?

– Está bien.

– Dijiste que era asunto de familia.

– Lo lamento.

– Me sentí ofendido, como que querías mantenerme a distancia.

– Sólo estaba tratando de ocultar mis sentimientos, no de hacerte sentir mal.

– ¿Por qué?

– Ayer estaba yo en el sofá del estudio, deprimida por pensar que nunca te interesarías en mí, cuando de improviso, me preguntaste qué me pasaba. No podía decírtelo todo de repente, ¿verdad?

– Ojalá me lo hubieras dicho, mi amor -la interrumpió y la besó con ternura.

– De cualquier modo -continuó ella después de algunos momentos-. Inventé que no sabía si el problema en casa se había resuelto, tan sólo porque deseaba seguir a tu lado.

– Eso me agrada.

– Mi padre se enfureció cuando el señor Edmonds llamó ala casa para decirle que deseaba verlo al instante. Entonces David confesó que la hija del señor Edmonds estaba esperando un hijo suyo.

– ¡Oh! -exclamó Zoltán-. Así que todo se resolvió y David se casará con esa muchacha. Me alegra mucho, mi amor, que tu padre se haya enojado de tal manera.

– ¿De verdad?

– ¿No fue eso lo que te trajo a mí, en primera instancia?

Ella quiso abrazarlo y besarlo. Y mientras él aumentaba la presión de su brazo en su cintura, ella olvidó todo al sentir la boca de Zoltán sobre sus labios. Entonces, él comenzó a decirle palabras de amor en su idioma y a comentarle cómo le mostraría todo su país.

– ¿Me enseñarás de nuevo Tihany? -preguntó ella.

– Será un placer llevarte ahí otra vez -dijo él con ternura-. Aunque nuestra primera visita fue sólo un intento desesperado por estar en tu compañía.

– ¿Lo fue?

– En verdad -contestó él-. Pero no fue esa la primera vez que deseé estrecharte entre mis brazos y casi pierdo el control. Ese fue el tiempo cuando sabía que debía apartarme de ti y de evitar tu compañía; el tiempo cuando me convencí de que todo estaba saliendo mal y por ello tuve que alejarme de la casa por completo y comer en otra parte.

– ¡Oh, Zoltán! -susurró ella, sabiendo en ese momento que era cierto y que él la amaba, después de todo.

– Puedo ver en tu rostro que deseas preguntarme algo -dijo él, mirándola a los ojos.

– En realidad, sí…

– Adelante -agregó él-. Sin secretos, ¿recuerdas?

– Esas noches… eh… cuando cenaste fuera…

– ¿Sí? -murmuró él, sonriendo.

– ¿Lo hiciste solo?

– ¿Pensaste que estaba con alguna dama? -preguntó él-. ¿También has estado celosa?

La joven pensó que era justo que la alegraran sus celos, después de todo, a ella también le agradaba su reacción.

– Szénia Halász -tan sólo espetó.

– ¡Funcionó! -exclamó él-. No creí que lo hiciera, pero… -el hizo una pausa-. Perdóname, querida, pero con tantas emociones que tengo en cuanto a ti, me alarmaba el pensar que no te importaba el oír ese nombre.

– Sinceramente -dijo Ella-, he estado celosa desde que lo oí por primera vez.

– ¿De verdad? -inquirió él, con alegría.

– Por supuesto. ¿Aún la ves?

– Sí -confesó él-. Aún la veo -pero al percatarse de que ella se ponía tensa-¿Te molesta el hecho de que a pesar de todo mi amor y adoración por ti, me alegre hablar con mi tía cuando me llama?

– Tu tía… ¡Malvado! -explotó Ella mientras sentía un inmenso alivio-. ¡Tú, lindo perverso!

– Te amo -susurró él, besándola ligeramente en los labios-. Perdóname, mi amor, pero también ha sido muy duro para mí.

– ¿Cómo es eso?

– Es horrible pasar lo que he pasado; por un momento pensaba que había visto amor en tus ojos y al siguiente, la agonía de la duda. Tener el temor de que descubrieras mi secreto y no te importara, de que me hirieras y me abandonaras. Y aun cuando pudiera estar seguro de que no te interesaba, no estaba dispuesto a perderte -él se tocó los labios y luego los de ella-. Te amo tanto, Arabella, que cuando mi tía me llamó para anunciar que al fin iba a ser hospitalizada, empecé a hacer planes para llevarte conmigo a Budapest, con la esperanza de retrasar tu viaje unas semanas más.

– Tú… -dijo ella sorprendida-. Tu tía, ¿está bien?

– Las radiografías revelaron que sólo se había roto la cadera y que aunque requiere una operación, ésta es sencilla.

– ¿La irás a ver ahora?

– Esta tarde -dijo él-. Estará en la sala de operaciones en una hora, así que no tiene objeto ir en este momento. No pensaba decírtelo.

– ¿Estabas planeando llevarme a Budapest para retrasar después mi viaje por unas semanas?

– Pensaba demorar tu salida de Budapest por cuanto tiempo fuera posible -admitió él-. Vine a buscarte -continuó después, Y al sentir su mano aumentar la presión sobre la suya, ella se dio cuenta de que Zoltán estaba volviendo a vivir la terrible experiencia en el lago-. No sé ni cómo es que llegué a la orilla, pero cuando no te encontré en tu habitación y Oszvald me dijo que no le pediste prestada su bicicleta, que estuvo trabajando en el bote, pero lo había abandonado al darse cuenta de la tormenta que se acercaba, fui a la orilla como por instinto. ¡Gracias a Dios que lo hice!-¡exclamó él con alivio-. Cuando pusiste el pie en la orilla, supe que no podía soportarlo más.

Ella recordó entonces el ¡No lo soporto más!, que él había exclamado en esa ocasión.

– Me ordenaste tomar un baño caliente y bajar aquí en media hora.

– Yo mismo subí a mi habitación y al cambiarme de ropa, lo supe todo.

– ¿Qué fue eso?

– Estaba evocando la pesadilla de la tormenta, el velero y cómo, cuando te encontraste a salvo, me abrazaste.

– ¿Entonces adivinaste que sentía algo por ti?

– No es eso -dijo él-. Estabas muy asustada. Pensé que en ese estado habrías abrazado a cualquier otro hombre que te hubiera salvado. Pero entonces recordé que también me dijiste que temías no volver a verme nunca. Y mientras que todo lo demás podía deberse a tu nerviosismo, de pronto me di cuenta de que tú estabas consciente y de que yo no era cualquier hombre a quien pudieras estar abrazando, sino a mí. Tú pronunciaste mi nombre y me abrazaste a mí, como si en verdad pensaras que jamás volverías a verme.

– Descubriste mi secreto.

– Casi sufro un paro cardíaco. ¿Acaso quería decir eso, lo que me imaginaba? Pensé que tenía que averiguarlo. Todo o nada, esa era la interrogante. Y si me tocaba nada, de alguna manera tendría que encontrar el valor para mandarte de vuelta a Inglaterra.

– ¡Mi amor! -exclamó ella mientras él se deleitaba con el sonido de esas dulces palabras en labios de la joven-. Entonces, la estrechó entre sus brazos-. No te he dado las gracias por salvar mi vida -dijo ella abrazándolo a su vez.

– No hay por qué -murmuró él-, se trataba de mi propia vida. ¿No sabes acaso que no hay vida para mí, sin ti?

– Mi querido Zoltán -suspiró ella, abrazándolo por unos minutos más-. ¿Me hubieras enviado de regreso a Inglaterra sin terminar mi cuadro?

– ¿Sin terminar? -preguntó él con una deliciosa sonrisa-. Mi amor, ya está hecho.

– ¿Cómo?

– Está terminado desde hace mucho tiempo.

– ¡Pero nunca me lo has mostrado! ¡Muchas veces tuve que controlar mi curiosidad para no tener que pedirte que me dejaras verlo!

– ¡Y yo que pensé que no te importaba!

– No quise ser como las otras modelos… -no terminó la frase, pues algo llegó a su mente-. ¿A todas tus modelos les das masaje en los hombros?

– Sólo a ti, mi amor -contestó él con una amplia sonrisa. Entonces se puso de pie, levantándola consigo-. Para cuando llegaste a Hungría, había hecho tantos estudios de ti y de tu fotografía, que pude haberte pintado de memoria -confesó él, mirándola con amor-. Lo que explica un poco por qué terminé tu cuadro mucho antes de lo que yo deseaba hacerlo.

– ¡Tú trabajabas en un paisaje mientras me mirabas posar para ti, todos los días!

– ¿Acaso es pecado el que me guste deleitarme con tu presencia por el puro gusto de hacerlo?

– Te amo -fue lo único que Ella pudo decir.

– Mi amor -murmuró él, besándola para encaminarse con ella hacia la estancia-. Arabella, cuando pensé que debía dejarte ir, traje tu cuadro para entregártelo… Aquí está, esperándole -le dijo y se dirigió hacia la parte posterior del pequeño sofá, donde se inclinó para recoger algo.

Ella dejó escapar un leve grito de asombro al ver el hermoso cuadro que él le mostraba. Su piel se veía hermosa, blanca y suave, con sus grandes ojos color de mar y su cabello rojizo mirándola. El retrato era impecable. Parecía tener vida propia.

– Es hermoso -exclamó ella-. ¿De verdad soy yo?

– De verdad -dijo él-. ¿No te reconoces?

– No estoy segura -contestó.

– Permíteme, mi querida Arabella -dijo él-, mostrarte entonces el cuadro de mi futura esposa.

– ¡Tu futura esposa! -exclamó ella, sintiendo que todo le daba vueltas.

– ¿Te casarás conmigo pronto? -inquirió él con la voz más dulce y decidida, que ella había oído en su vida.

– Claro. Claro que sí -susurró ella, embriagada de felicidad.

El la besó con dulzura, mientras colocaba el retrato en el suelo. Fue entonces que descubrió por qué el cuadro tenía otra dimensión. Aunque era ella misma, pero vista por los ojos de un artista enamorado de su objeto de arte, de su modelo y de la dama del vestido color verde de terciopelo.

– ¿En verdad me amas? -musitó ella a su oído, volviendo la vista hacia los ojos de él.

– Inmensamente -confirmó Zoltán mientras su mirada parecía fundirse con la de ella-. Tu padre me envió la fotografía y aunque creí que era ridículo enamorarme de una imagen, después pensé que era más ridículo perderte o sacarte de mi corazón, teniéndote tan cerca.

– ¡Oh, Zoltán! -suspiró ella.

– ¡Mi amor! -murmuró él febril, mientras la estrechaba contra su cuerpo: nunca la dejaría partir.

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