Ella despertó antes de la madrugada, después de haber soñado una y otra vez con los profundos besos de Zoltán. ¿Había pasado en realidad o sería sólo un sueño? Sobre todo, se sentía asombrada de cómo había respondido a sus besos. Era claro que dentro de ella, existían enormes abismos de pasión que nunca habían sido explorados y que jamás se imaginó poseer, pero que Zoltán de alguna manera, había despertado.
Entonces la joven decidió que ya era suficiente y se levantó dispuesta a olvidarse de todas esas tonterías. Era un nuevo día. Tomaría una ducha, se vestiría e iría a ayudar a la pobre Frida.
Cuando bajó de su habitación, él ya estaba sentado en el desayunador. Y aunque ella había planeado actuar como si nada hubiera pasado. Al llegar junto a él, se sintió confundida, no sólo por encontrarse con una sirvienta a la que nunca había visto, sino porque cuando su mirada se encontró con la de él, inesperado torrente de emociones, se agitó en su interior.
– Buenos días -balbuceó ella, tomando asiento a la mesa.
– Buenos días, Arabella -respondió Zoltán, con voz suave-. ¿Dormiste bien?
– Muy bien -contestó ella, recordando sus sueños nocturnos-. ¿No se siente mejor Frida esta mañana?
– Ella es Nadja -dijo Zoltán, presentándole a la nueva muchacha, quien después de intercambiar sonrisas con Ella, se retiró a la cocina-. Nadja estaba de vacaciones, pero ya ha trabajado aquí por algún tiempo -añadió él.
– Gracias -dijo ella, aceptando la taza de café que él, le había servido-. Cuando termine el desayuno -prosiguió después-, iré a la cocina a darle una mano a Frida.
Zoltán la observó con detenimiento.
– Eso no será necesario -aseguró luego de un rato.
– Pero ella debe descansar y no estar…
– Gracias por tu preocupación -interrumpió él-. Frida se siente mejor esta mañana y se ofendería si trataras de apropiarte de su trabajo.
– ¡No es eso lo que intento hacer! -exclamó Ella, mirándolo furiosa-. ¿En qué se supone que debo ocuparme todo el día, si no me permites ayudarla?
Zoltán le dirigió una de esas miradas frías y arrogantes que la chica ya conocía.
– ¿Debo creer que siempre tienes algo que hacer? -inquirió aquel hombre, que bien sabía que ella no tenía trabajo.
En ese momento, apareció Nadja con su desayuno y ambos guardaron silencio. Entonces se le ocurrió que lo que había dicho, podría ser interpretado como si estuviera sugiriendo que él la llevara a pasear por la ciudad una vez más.
– Köszönöm, Nadja -dijo ella con una sonrisa, tratando de ocultar su ansiedad por aclarar la situación y decirle que prefería morir, antes de caminar nuevamente con él por las calles de Budapest.
Pero como no encontró las palabras apropiadas, se conformó con mirarlo furiosa y comenzar a desayunar. Mas sin darse cuenta, sus ojos se deslizaron hasta los bien delineados labios de él. Y recordando sus besos, su rabia se desvaneció. En ese momento, Ella se dio cuenta de que él con seguridad, ni siquiera se acordaba. O si lo hacía, sería sólo para arrepentirse.
– ¿Comenzarás hoy a pintar mi retrato? -preguntó Ella de repente.
– He decidido que nos vayamos a mi otra casa -respondió él, con frialdad.
– ¿Otra casa? -exclamó la joven sorprendida-. ¿Dónde?
– En las orillas del Lago Balaton. A un par de horas en automóvil.
– ¿Iremos todos? -balbuceó ella, sin comprender la inesperada situación.
– Nadja se quedará aquí -contestó él, poniéndose de pie para continuar con voz de mando-: Prepárate para partir en una hora.
– Sí, mi coronel -replicó Ella sin tener oportunidad de decir algo más, pues Zoltán ya se encontraba cruzando la puerta. Aunque a ella le pareció ver una leve sonrisa en los masculinos labios cuando él salió de la habitación.
Una hora y cuarto después, el pintor no parecía muy divertido, al observar las maletas que ella había bajado de su habitación.
– ¿No dejaste nada en casa? -preguntó él, con sarcasmo, lo cual le pareció a Ella de mal gusto.
En ese momento apareció Oszvald para ayudarla a llevar las maletas hasta el auto.
– ¿No vendrán con nosotros Frida y Oszvald? -inquirió ella una vez sentada junto al pintor, mientras éste encendía el motor.
– Vendrán después -contestó él y ahí se acabó la conversación.
Molesta, Ella decidió que nunca entendería a ese misterioso individuo. Pero después de viajar por más de una hora en silencio, ella no pudo evitar el posar su vista una y otra vez en aquellas largas y sensitivas manos del pintor.
Era irónico pensar que alguien con manos tan artísticas como las de él pudiera ser un hombre tan insensible, al mismo tiempo.
– Hemos llegado -anunció Zoltán de improviso, en apariencia, las hostilidades aún no desaparecían.
Ella no contestó, sólo bajó del auto para caminar por un empedrado sendero que llevaba hasta la casa. Cuando entraron en el recibidor, una mujer vistiendo pantalones de mezclilla y de aproximadamente treinta años, apareció ante ellos.
– Hola, Lenke -exclamó Zoltán y después de intercambiar algunas frases en húngaro, se volvió a Ella-. Lenke te mostrará tu habitación.
– Gracias -murmuró ella y siguió a la mujer en dirección contraria a donde se dirigía él.
El dormitorio era acogedor y también tenía su propio cuarto de baño. Ella le dio las gracias a Lenke en húngaro y la mujer se retiró.
Entonces, la chica se dirigió hacia una de las dos amplias ventanas de la alcoba para admirar la magnífica vista del enorme Lago Balaton que se extendía en el horizonte. Al igual que el frente de la casa, la parte de atrás estaba poblada de varios y frondosos árboles y hermosa vegetación, aunque nada interfería con el bello panorama del lago.
En esos momentos, alguien llamó a la puerta.
– Oh, gracias -exclamó ella al ver a Zoltán, quien subió las maletas hasta la habitación.
– La comida se sirve a las dos -exclamó él, sin decir nada más y se retiró.
Después de refrescarse un poco y cambiarse de ropa por algo más ligero, Ella descendió por la escalera para descubrir que Frida acababa de llegar.
– Jó napot -saludó ella a la ama de llaves, contenta de verla de nuevo, mientras Frida contestaba a su vez con una sonrisa y le indicaba que la comida estaba lista en el comedor.
Media hora después, Ella acababa de comer, sin que Zoltán hubiera hecho acto de presencia.
– El señor Fazekas… -balbuceó ella sin decidirse a terminar la frase. Frida respondió en húngaro, pero Ella pudo distinguir la palabra “estudio” y comprendió que él debía estar trabajando en algún cuadro.
– Köszönöm, Frida -agregó con una sonrisa.
Ella pasó el resto de la tarde desempacando y arreglando su ropa en el armario. Cuando colgó la última prenda, se dio cuenta de que la noche estaba cerca. Fazekas no había aparecido en todo ese tiempo, lo cual le molestaba, no porque deseara verlo, pensó ella, pero una persona más educada le hubiera hecho saber que estaría ocupado.
Poco antes de las ocho, Ella bajó a cenar. La joven llevaba puesto un atractivo vestido de color verde pálido y había decidido que a pesar de todo, conservaría la calma, sería amigable y trataría de no alterarse.
– Buenas noches, Arabella -dijo él, al verla descender por la escalera. Ella sintió una ligera aceleración de su pulso.
– Buenas noches, Zoltán.
– ¿Qué tal una Copa? -preguntó él, en forma casual.
– Buena idea -dijo ella con una sonrisa, mientras él sostenía la puerta abierta para que ella pasara a lo que resultó ser la estancia-. Has estado muy ocupado toda la tarde, ¿verdad?
– ¿Qué has hecho tú? -replicó él, cambiando por completo la conversación.
– Desempacando, yo… -Ella intentó preguntar sobre su cuadro, pero al ver la sonrisa en los labios de él, olvidó por completo lo que iba a decir.
– Espero que no hayas estado planchando -bromeó el pintor.
– No, mi ropa tuvo un viaje más placentero, esta vez.
Él la miró al rostro. “Debe ser su sensibilidad de artista lo que lo hace verme de este modo”, pensó ella, mientras su corazón latía más fuerte.
– Frida debe haber servido la cena, ¿quieres acompañarme al comedor?
Ella asintió con un movimiento y lo siguió hasta la mesa.
– Me pregunto -dijo ella una vez instalada frente a su cena-, si tienes alguna idea de cuándo empezarás mi retrato.
– No seas impaciente, Arabella -contestó él con una sonrisa, mientras la estudiaba con detenimiento-. Debes darme tiempo.
– ¿Tiempo? ¿Para qué?
– Un artista debe conocer su objeto de estudio más a fondo -le explicó él. Ella no estaba muy segura de sus palabras. Pero se percataba de que parte de lo maravilloso de sus cuadros se debía al íntimo conocimiento que tenía el pintor, del tema a desarrollar. Por algo Zoltán Fazekas era reconocido en todo el mundo. Pero el hecho de que quisiera investigar a fondo y conocerla íntimamente para poder plasmar a la “real” Ella en el cuadro, la hacía sentirse indefensa.
– ¿Te refieres a mí?
– ¿A quién más? -contestó él con una sonrisa.
– ¿Cuánto tiempo te llevará hacerlo?
– Toda una vida, supongo -replicó él de manera tan encantadora, que Ella se olvidó de todo lo demás y se sintió mejor.
– No creo que pueda quedarme tanto tiempo -comentó ella con expresión seria, pero mirada divertida.
– Entonces, tendré que darme prisa -contestó él en forma cordial, mirándola a los ojos-. Sé que tu hermano se ha metido en problemas y he hablado con tu padre, así que… -él hizo una pausa sin dejar de mirarla-. Cuéntame acerca de tu madre, Arabella.
– ¿Mi madre? -exclamó ella, sorprendida.
– Estoy seguro de que tú no heredaste de tu padre ese hermoso color de piel.
– En realidad mi mamá tiene un color de piel diferente al mío -contestó ella, después de un momento. Creo que yo soy el bicho raro de la familia, pues no hay ninguna otra pelirroja en los cuadros de la escalera.
– ¿La escalera?
– Los cuadros de todas las señoritas de veintiún años de la familia Thorneloe, están colgados en la pared de una de las escaleras de la casa.
– ¿Y no hay ninguna otra pelirroja?
– Ninguna -contestó ella-. Pero me habías preguntado sobre mi mamá. Es una mujer extraordinaria… -Ella se sentía feliz de hablar de su madre, así que lo hizo con entusiasmo, comentándole al pintor cómo Constance formaba parte de uno y otro comité. También le explicó que era la persona en jefe de muchos grupos de caridad, así como la directora de una escuela. Ella se complació en decirle cómo su madre siempre estaba dispuesta a ayudar a los necesitados. Finalmente, comentó-: Así que ya vez que no exageré al decir que era una mujer extraordinaria.
– Y supongo que tú eres igual a ella -dijo él, sorprendiéndola.
– ¿Yo? ¿Por qué?
– Estabas tan entusiasmada contándome cómo tu madre organizó una comida para un grupo de ancianos, que no te percataste de cuántas veces dijiste: “nosotros”. Así que supongo, mi querida Arabella, que estás por completo involucrada, no sólo en una actividad sino en varias de las obras de caridad que hace tu madre.
– Mmm… sí, así es -balbuceó-. De cualquier manera mi madre se encuentra de vacaciones, disfrutando de un merecido descanso en… -de repente ella se detuvo.
– ¿Acaso es un secreto?
– No exactamente -contestó-. Pero como mi padre está tan enfadado con mi hermano, pues… pensé que era mejor que ella disfrutara sus vacaciones, sin que, bueno tú sabes…
– Sin que tu padre sepa dónde está, ¿no es así?
– Él sólo sabe que está en Sudamérica -se apresuró a responder-. Aunque tal vez ya lo sepa. Mamá debe haber llamado por teléfono uno de estos días.
– Supongo que sí -agregó él, con voz suave y desvió la conversación de todo asunto relacionado con Ella y su familia en Inglaterra.
Por la noche, cuando la joven se metió al fin entre las sábanas, se preguntó qué era lo que tenía ese hombre para hacerla revelar tantas cosas sobre su familia, que normalmente no hubiera dicho a nadie, mucho menos a un tipo como él. Era evidente que alguien con tal perspicacia como Zoltán Fazekas, quien podía ver a través del corazón de las personas, había llegado a la conclusión de que las relaciones familiares de los Thorneloe no eran precisamente armoniosas.
Ella apagó la luz y se recostó, preguntándose cuándo iba a comenzar Zoltán, su retrato.