Capítulo 6

Una semana después, Ella se encontraba en su habitación, cepillándose el cabello y preguntándose cuando empezarían con el cuadro. La vida en la casa de campo había caído en una especie de rutina y aunque veía a su anfitrión cada mañana para desayunar, había ocasiones en las que él no aparecía hasta la noche. A pesar de qué la joven tuvo la oportunidad de preguntarle de nuevo, pensó que ya lo había hecho lo suficiente.

La chica colocó el cepillo sobre el tocador. Entonces reflexionó en cuanto a que siempre terminaba hablando con él, entusiasmada; aunque el jueves anterior había decidido no charlar con el pintor con la esperanza de que el hombre se aburriera de su compañía y tal vez empezara a trabajar en el retrato. Ella se preguntaba si sería el encanto particular del artista lo que la obligaba a olvidar sus propósitos o tal vez sólo sería la buena educación que ella había recibido desde la niñez lo que le hacía recordar que a pesar de todo, era una invitada.

Pero ya era suficiente, pensó Ella con furia al bajar por la escalera. Después de una semana más de espera, debía cambiar sus tácticas.

Cuando Ella abrió la puerta del comedor, el pintor ya estaba a la mesa.

– Hola, Zoltán -lo saludó ella con una sonrisa.

Szervusz, Arabella -contestó él, amablemente.

Frida llegó en ese momento con la sopa. A esas alturas, la joven se había acostumbrado a servirse a ella y a su anfitrión, así que se concentró en hacerlo, mientras él la observaba con detenimiento.

– ¿Sabes esquiar, Arabella?-preguntó de repente, una vez que Frida se había retirado.

– ¿Esquiar?-inquirió ella, sorprendida.

– En diciembre el lago Balaton se congela.

– ¿Lo suficiente como para esquiar? -preguntó ella, mientras él le servía el guiso.

– Es un deporte muy popular aquí en esa época del año -contestó él y ella sintió el deseo de estar ahí en diciembre, aunque sabía que para entonces, volvería a Inglaterra.

– ¿Qué nombre tiene ese guiso? -inquirió ella, desviando la conversación.

Töltött paprika -contestó él, sin apartar la vista de Ella-. ¿Te agrada?

– Es delicioso -dijo la joven, levantando la mirada hasta aquellos ojos grises que la hicieron abandonar todo lo que había planeado para obligarlo a empezar el retrato, cuanto antes.

Frida acababa de llevar unos deliciosos pastelillos y se había retirado cuando Ella decidió que puesto que aún no acababan de cenar, todavía tenía oportunidad de hablar con él.

– Creo que me estoy aburriendo -comentó ella de improviso.

“Aquí vamos otra vez”, pensó la joven al ver la expresión en el rostro de Zoltán. Su mirada se tornó fría y su semblante perdió toda apariencia amigable.

– En ese caso, te sugiero que busques algo en que ocuparte.

– ¿Qué te parece posar para el cuadro? -contestó ella, irritada-. Después de todo, a eso vine. A como van las cosas, cumpliré los veintidós años para cuando te decidas a comenzar a… -Ella no terminó la frase, pues entonces vio la furia en los ojos grises del pintor, quien se puso de pie y salió de la habitación.

“Cerdo”, pensó furiosa y se levantó para dirigirse hacia la puerta. “Qué tipo tan pesado y tan arrogante, ¿quién se creerá que es?”, se dijo, al subir por la escalera hacia su dormitorio. No lo soportaría más. Debía volver a Inglaterra de inmediato.

Mas cuando llegó a su habitación y pese a su furia, Ella se dio cuenta de dos grandes razones por las cuales no podría hacer el equipaje e irse. La primera, porque su padre se pondría como un energúmeno con ella. La segunda, porque a pesar de todo, no quería irse. ¿Pero por qué no deseaba hacerlo?

Diez minutos más tarde, Ella aún no había encontrado la respuesta. Así que se puso un suéter, unos pantalones de mezclilla y decidió salir a dar un paseo.

¿Acaso se debía al hecho de que la casa de campo del pintor estaba en un lugar tan encantador?, se preguntó al salir de la habitación. Durante varias charlas con Zoltán, Ella había aprendido que el Lago Balaton es el más grande de Europa Central y Oriental. Y que éste tenía más de ciento veinte millas de costa. Había unas hermosas playas al sur, pero la casa del pintor estaba en el norte, entre Badacsony y una aldea llamada Szigliget. La primera era un área de volcanes fuera de actividad y una región que producía algunos vinos de prestigio. La segunda por otra parte, era una vieja y pintoresca aldea que tenía unos románticos castillos en ruinas, construidos en el siglo trece.

¿A dónde se dirigiría?, pensó al salir de la casa. Ambos lugares estaban algo retirados, tanto Szigliget como Badacsony, aunque los paisajes hacia el último eran encantadores.

Aún sin decidirse, pensó en ir a la parte trasera de la casa y contemplar él lago. Ella ya había estado ahí y sabía que el camino la llevaría hacia un pequeño puerto donde se encontraba un par de botes para remar.

Estaba a mitad del sendero, cuando vio una bicicleta recargada sobre un árbol. Debía ser de Oszvald, se dijo a sí misma. Él seguramente había salido a alguna parte y acababa de regresar. En ese momento, recordó las palabras de Zoltán con referencia a que encontrara algo en qué ocuparse. Pues bien, un paseo en bicicleta era lo ideal.

De repente, Oszvald salió por la puerta de la cocina y se dirigió a la bicicleta.

Szervusz, Oszvald -lo saludó ella con una sonrisa, mientras ponía las manos sobre la bicicleta-. Ké… Kérek egy… -ahí terminó su húngaro, así que decidió tratar en inglés-: ¿Podría usar tu bicicleta?

Oszvald pareció entender, y tomando la bicicleta, se la entregó a la joven.

Köszönöm, Oszvald -le dio las gracias.

Ella subió en la bicicleta y se retiró, mientras el hombre la observaba.

Quince minutos después, pedaleaba sin preocupación alguna y sin pensar en que dirección iba. Le era suficiente observar el hermoso bosque, la vegetación, las montañas y el lago. De repente, llegó a un área donde había unas casas de campo y un pequeño hotel. Una bebida para refrescarse, no le caería mal.

La joven aún se encontraba pensando en cuántas millas debía haber recorrido, cuando el único cliente en el pequeño restaurante del hotel salió y se dirigió a la mesa de ella.

– ¿Me puedo sentar aquí? -dijo el extraño-. Escuché que hablaba inglés y me gustaría poder platicar con usted un poco.

Ella observó al muchacho de aproximadamente veintitrés o veinticuatro años de edad. Entonces concluyó que el chico de cabello rubio no representaba ningún peligro. Y si había entendido bien, todo lo que él deseaba, era practicar un poco su inglés.

– Por supuesto -dijo ella, invitándolo a sentarse.

Cinco minutos más tarde, se había enterado que su nombre era Timót, que era un músico y que los lunes, por lo general los tenía libres. La joven por su parte, le dijo que su nombre era Ella y que estaba pasando una temporada con unos amigos.

– ¿Te gusta mi país? -preguntó el chico, haciéndola recordar la confusión de no saber por qué deseaba quedarse ahí.

– Mucho -contestó, para luego tratar de desviar la conversación hacia algo que no la hiciera sentir mal-. ¿Qué es lo que estás tomando?

– Barack pálinkát -contestó él y al ver que la joven observaba el líquido, añadió-: Es una bebida hecha a base de brandy y frutas. Pediré uno para ti -pero antes de que ella pudiera decir algo, el muchacho se había levantado e ido hacia el interior.

– Permíteme pagar -dijo Ella, cuando Timót regresó.

– De ninguna manera, tú eres mi invitada -replicó él, así que ella decidió no insistir y probar la bebida esperando que su contenido de alcohol no fuera demasiado alto. Zoltán estaría complacido si la policía la arrestara por conducir la bicicleta en estado de ebriedad, pensó-. ¿Qué haces cuando no estás de vacaciones? -inquirió Timót.

– Trabajo en una tienda -contestó ella sin añadir que sólo lo hacía dos días a la semana.

Durante los siguientes quince minutos, él estuvo preguntándole a la chica, como se decían algunas palabras y expresiones en inglés; mientras que Timót le informó que el pequeño hotel, se llamaba csárda, en húngaro.

Entonces Ella decidió que era tiempo de regresar.

– Ha sido un placer conocerte, Timót -dijo la joven-. Pero tengo que irme.

– Si aún estás aquí el próximo lunes, ¿podría verte? -preguntó él con una sonrisa. Y como no se sentía presionada y el muchacho era muy agradable. Ella también sonrió.

– Tal vez -contestó, pensando que si no había empezado con el cuadro, para el próximo lunes tomaría la bicicleta de Oszvald sin preocupación alguna. Ella estaba a punto de agregar un último adiós al muchacho, cuando el brusco sonido de un portazo, llamó su atención.

Ella se volvió casualmente hacia la puerta y de repente las palabras se ahogaron en su garganta. ¡Ahí estaba la amenazadora figura de Zoltán Fazekas!

“¡Dios mío!”, pensó la joven, consciente de que se encontraba en problemas. Ella no tenía idea de por qué estaría tan furioso, pero por la manera en que fruncía los labios y la forma en que veía el vaso vacío de barack pálinkát, la chica pensó que él se imaginaría que se había tomado varios de ellos.

– ¿Estás lista para volver a casa, Arabella? -exclamó Fazekas, ignorando por completo a su acompañante. Entonces ella supo que el precio a pagar sería muy alto, si se atreviera a contestar que no.

– Él es… -la buena educación de Ella la llevó a tratar de presentar a Timót, pero era obvio que el pintor no estaba de humor para presentaciones.

– Bien -interrumpió Zoltán con rudeza-. ¡Apresúrate! -entonces la tomó de un brazo y la ayudó a levantarse.

En ese momento la joven sintió que la furia se apoderaba de ella. No entendía que había hecho de malo, pero ¿quién demonios se creería que era? ¿Por qué lo dejaba salirse con la suya? No lo sabía. Tal vez, como su invitada, ella le debía más lealtad a él que a su nuevo amigo.

– Adiós, Timót -dijo ella mientras Zoltán casi la arrastraba hacia el auto-. ¡La bicicleta de Oszvald! -protestó ella, cuando Zoltán abrió la puerta del automóvil-. Iré a casa en la bicicleta, ¡gracias de todos modos!

– ¡No irás a ningún lado! ¡Te llevaré en mi coche! -exclamó Zoltán, con la suficiente rabia, como para maltratarla si ella se atrevía a oponerse.

– No estoy borracha -protestó ella-. Y no pienso dejar aquí la bicicleta.

– Yo me encargaré de ella…

– Eso no es lo que…

– ¿Subirás al auto? -dijo él, con voz amenazante.

Por unos segundos Ella se quedó parada en forma de desafío. Sus hermosos ojos azules parecían lanzar chispas de furia. Entonces recordó que Timót debía estar observando la penosa situación. Murmuró una maldición y entró en el automóvil.

Zoltán se sentó al volante y puso el vehículo en marcha, con violencia.

– ¿Tenías que ser tan rudo? -inquirió Ella furiosa, sin poder contenerse.

– ¿Contigo?

– Con Timót, el chico con quien me encontraba -lo corrigió, molesta-. Estaba presentándote…

– ¿Crees que me interesa conocer a los hombres a quienes abordas en las cantinas?

– ¡Que abordo en las cantinas! -exclamó ella, casi gritando. Entonces se volvió a él con tanta rabia que casi lo golpea-. ¿Cómo te atreves?

– Me atrevo porque mientras estés en mi país y en mi casa como mi invitada, ¡soy responsable de ti! -contestó él con una mirada de desprecio en sus ojos.

– ¡Responsable! -gritó ella con rabia-. ¡Tengo casi veintidós años!

– ¿Quedaste de verlo de nuevo? -preguntó Zoltán de improviso.

– ¡Tal vez! -replicó ella-. Timót es un muchacho muy agradable y…

– ¡No me interesa! -interrumpió él, con un ademán brusco y dirigió el automóvil por la carretera hacia la casa. Minutos después, Ella también daba portazos.

Responsable de ella, ¿no es así?, pensó la joven con infinita furia al cruzar la estancia y subir por la escalera. ¡No por mucho tiempo! Su invitada, ¿verdad? Pues bien, él podría hacer con su hospitalidad, lo que quisiera, porque ella partiría de inmediato para la Gran Bretaña.

Ella irrumpió en su habitación con ímpetu, sacó sus maletas, lanzó una en la cama y la abrió para empezar a hacer el equipaje. Luego se dirigió al guardarropa, donde se detuvo de improviso. No podía marcharse así nada más. De repente, toda su rabia parecía desaparecer, pues no deseaba irse.

Entonces se dio cuenta de la razón: su corazón dio un vuelco y Ella se dirigió al sofá, donde se desplomó como mareada.

“¡No puede ser!”, pensó ella en protesta, pero todo era inútil. Ahora lo sabía, no podía engañarse más. El enojo de su padre no tenía nada que ver con eso. Tampoco el hermoso paisaje a su alrededor. La realidad era que a pesar de todo, ¡Ella se había enamorado de Zoltán, como una tonta!

Eran cerca de las ocho de la noche cuando habiendo guardado las maletas, la joven se miró en el espejo, preguntándose si su amor por él se notaba. La chica sentía, como si hubiera madurado mucho en las últimas horas, pero reconocía que Zoltán no la amaría nunca. De hecho, recordaba como la había mirado en el automóvil, como si en verdad le desagradara su presencia. Pero el pintor sabía que ella se quedaría con él, el tiempo que pudiera.

Cuando ella bajó, Zoltán se encontraba en la estancia. En ese momento recordó que la última vez habían quedado como enemigos.

– ¿Ginebra con soda, Arabella? -inquirió él, al verla. La fría mirada en sus ojos se había vuelto cálida.

– Sólo un poco, gracias.

Ella observó su sonrisa, con alivio.

– ¿Ya te habían dicho alguna vez que te vez magnífica cuando te enfureces? -preguntó él, ofreciéndole una copa.

– Mi padre dice que es por lo rojo de mi cabello.

En ese instante, Frida apareció para anunciar que la cena estaba lista.

Ella no puso atención en la cena, pues se encontraba demasiado ocupada tratando de ocultar la verdad de su amor por él, como para fijarse en lo que comía.

– ¿Podrías excusarme con Oszvald? No le regresé su bicicleta -dijo ella.

– ¿Acaso deseas hacerte responsable, cuando en realidad la culpa es mía? -inquirió Zoltán, mientras ella trataba por todos los medios de parecer tranquila ante la intensa mirada de aquellos enloquecedores ojos grises.

Y mientras su corazón y todo su ser deseaba gritar. “Oh, Zoltán, ¡te amo!”, sus labios simplemente dijeron:

– Fui yo quien le pidió prestada la bicicleta.

– Debes pensar que soy un monstruo -exclamó él, con voz suave.

– ¿Te lo pongo por escrito? -inquirió ella con una sonrisa y sintió que su amor crecía al ver cómo reía aquel hombre impredecible de quien se había enamorado.

– He decidido empezar tu cuadro mañana -dijo él de improviso.

– ¿Mañana? -balbuceó ella.

– ¿Alguna objeción?

– ¡Ninguna! -se apresuró a contestar-. Podrías comenzar ahora, si así lo deseas. Sólo…

– Es mejor que descanses bien esta noche -la interrumpió él-. No quiero pintarte con ojeras en tu rostro.

– Entonces me iré a acostar ahora mismo. ¿Quieres que me ponga algo en especial?

– Después de desayunar, puedes ponerte aquel hermoso vestido de terciopelo de color verde, que llevabas cuando salimos a cenar.

– ¡El artista manda! -exclamó ella, poniéndose de pie para irse a su habitación antes de que sus sentimientos la delataran.

Para que Zoltán se hubiera acordado del vestido, ella debía haberse visto bien. Eso también quería decir, que no le mintió cuando le dijo que era muy hermosa.

Ella subió por la escalera con mejores ánimos que con los que había bajado.

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