Capítulo 3

Por la mañana, todo parecía diferente. Estando acostumbrada a despertarse temprano, Ella se levantó y se dio cuenta de que en realidad no le importaba en lo más mínimo el que Zoltán Fazekas hubiera tenido un largo “compromiso” por la noche. Él podía muy bien tener cien citas con cien mujeres y eso no la afectaría en lo absoluto. “¡Por amor de Dios!”, pensó, “¡apenas ayer lo conocí!” Y si ella no le agradaba a él, mucho mejor.

Lo que en realidad la molestaba, reflexionó al tomar una ducha, era que él la considerara una hembra perezosa y frivola que pasaba el tiempo en el más completo hedonismo. ¿Qué sabía él de los interminables días y noches que pasaba ayudando a su madre en sus actividades de asistencia social? Pensando que si Zoltán Fazekas era como su hermano David después de una noche de fiesta, no se levantaría sino hasta dos horas más tarde. Bajó por la escalera, inconsciente del hecho de que el pintor llenaba su mente tanto como la noche anterior.

Se disponía a abrir la puerta de la estancia, cuando Frida apareció con una bandeja sobre la cual llevaba una cafetera en dirección a la cocina.

Jó reggelt -la saludó el ama de llaves.

Jó reggelt -repitió Ella con una sonrisa, como si comprendiera el saludo y se quedó observándola mientras la mujer dejaba escapar una larga retahíla de palabras en húngaro. El problema terminó cuando el ama de llaves señalaba la cafetera-. Gracias… quiero decir… Köszönöm -corrigió Ella al mismo tiempo que entraba en una habitación donde no había estado antes y que Frida había abierto.

Una vez adentro, se dio cuenta de que era una especie de desayunador y, para su sorpresa, Zoltán Fazekas se encontraba ahí, disfrutando de un apetecible desayuno.

– Buenos días, Arabella -saludó él, poniéndose de pie e indicándole que tomara asiento.

– Buenos días -respondió ella, mientras Fazekas y la mujer intercambiaban algunas palabras.

– Frida desea saber qué quieres desayunar -tradujo el artista.

– Por lo general sólo tomo café y pan tostado con mermelada -contestó ella.

Tószt -repitió Frida. Y, después de intercambiar una sonrisa con el pintor, se retiró a la cocina.

– ¿Dormiste bien?

– Demasiado bien -contestó ella, tratando de discernir los efectos de la desvelada en el rostro del pintor. El pareció sonreír un poco ante su curiosidad y sirvió una taza de café para ella.

– Gracias -murmuró Ella-. Señor Fazekas -agregó después de un momento-, podría usted…

– Zoltán, por favor -interrumpió él-. Evitemos la ridícula formalidad del “usted” que no hace más que poner barreras artificiales entre las personas.

– Zoltán -repitió la joven como paladeando el nombre, el cual, extrañamente, le fascinaba. Pero lo más raro era que parecía haber olvidado lo que intentaba decir.

Lo acababa de recordar cuando Frida entró en la habitación con el desayuno, por lo cual decidió esperar a que el ama de casa se retirara. Aunque no deseaba regresar a Inglaterra por el momento, Ella necesitaba ocuparse en algo pues no estaba acostumbrada a tanto ocio.

– ¿Qué clase de ropa me pongo para posar? -preguntó ella, mientras tomaba una rebanada de pan tostado.

El silencio del artista la obligó a levantar la vista. Él la miraba con interés, estudiando con detenimiento lo que podía observar bajo la blanca blusa que ella se había puesto esa mañana.

– Luces muy bien así, Arabella -comentó, después de unos instantes.

– Todas las otras muchachas de la familia fueron pintadas vistiendo trajes de noche -le informó ella, con voz suave-. Creo que es lo que desea mi padre -continuó, sonriendo al pensar en la cara que éste último pondría si Zoltán Fazekas, apelando a su libertad artística, decidiera pintarla en blusa y pantalones de mezclilla.

– ¿Trajiste algún vestido de noche? -inquirió él de improviso. El entusiasmo que despertó en Ella la idea de incluir su retrato en ropa casual entre las demás pinturas de mujeres llenas de joyas y caros atuendos, se desvaneció.

– No lo compré en especial para ser pintada con él -replicó la chica con voz seria-. Pensaba ir a una fiesta en la noche.

– ¿Y la fiesta se canceló?

– No. Decidí venir aquí -contestó ella.

– ¿Estás tratando de escapar de algo? -preguntó él, sin dejar de mirarla.

– ¡Por supuesto que no! -exclamó ella con vehemencia.

– Pero no deseas que pinte tu retrato.

¡Vaya si era listo el tipo! Nada de lo que había dicho ella podía haberlo llevado a esa conclusión. Sin embargo, él lo sabía. ¡De alguna manera lo sabía!

Ella irguió la cabeza, lista para inventar alguna explicación, pero al mirar aquellos ojos grises que parecían no perder detalle, se dio cuenta de que no podía mentirle.

– Es lo que desea mi padre -admitió con sinceridad.

Zoltán Fazekas continuó escudriñándola durante algunos segundos.

– Olvídate del vestido. No empezaré hoy tu retrato.

– No comprendo… -balbuceó ella, molesta. Aunque no deseaba regresar con su padre, tampoco estaba dispuesta a estar de ociosa en Hungría, esperando a ver cuándo se le daba la gana al pintor de comenzar a trabajar-. No tengo tiempo de… -su voz se esfumó al ver la expresión de Fazekas.

– ¿Qué es eso tan urgente que tienes que hacer? -inquirió él, tensando su masculina mandíbula en actitud agresiva-. Por lo que me has dicho, no tienes ni trabajo ni una vida amorosa apasionada que te obligue a regresar a casa de inmediato.

– Tengo mucho que… -Ella parecía furiosa y no estaba de humor para soportar a ese otro tirano que la llamaba Arabella, aunque no pudo decir nada más pues él no había terminado.

– Tú, con tu vida ociosa y superficial, no sabes nada de las obligaciones que otras personas tienen -continuó él, agresivo.

– No estoy dispuesta a soportar esto -exclamó ella, poniéndose de pie. Sus brillantes ojos azules parecían lanzar chispas.

– ¿Volverás a Inglaterra? -inquirió él, levantándose de su silla.

– Yo… -Ella trató de decir que lo haría, pero las palabras no salían de su boca.

– Tu familia -dijo él, dándose cuenta de su indecisión-. Sobre todo tu padre, estará encantado de verte -¿acaso estaba tratando de burlarse de ella? ¿se atrevería a hacer tal cosa?-. Encantado -continuó Zoltán- de que abandones algo que significa tanto para él.

– ¿Qué quieres decir? -indagó ella.

– ¿Qué crees tú? -inquirió él, encogiéndose de hombros-. Que muy pronto cumplirás veintidós años, ¿no es así?

– Puedo regresar en otra ocasión -replicó ella, encogiéndose de hombros.

– Por supuesto. Si yo estoy dispuesto a que lo hagas.

– ¿Quieres decir que si me voy ahora, mi padre puede olvidarse del trato?

– Yo tenía razón -murmuró él, divertido-. En verdad eres una mujer muy inteligente.

– ¡Dios me libre de artistas temperamentales! -exclamó ella y salió del desayunador sin decir más. La risa de Fazekas resonó en sus oídos.

Media hora después, Ella se puso un suéter ligero y salió a dar un paseo para disipar su furia. Era evidente que no quería regresar a casa, pero tampoco deseaba continuar con esa situación en la residencia de Fazekas.

Así que, como no parecía haber otra solución, decidió ir a visitar otras áreas de la ciudad. Al ver un taxi aproximarse, le hizo una señal, consciente de que si no tenía cuidado, se perdería.

– ¿Podría llevarme… al centro? -le preguntó al chofer lentamente, pidiéndole al cielo que el hombre entendiera tan sólo un poco de inglés.

– ¿Querer ver tiendas? -inquirió él, en un inglés cortado, pero al fin, inglés.

– No… quiero ver algunos monumentos.

– Bien -agregó el chofer y oprimió el acelerador hasta el fondo. Ella tuvo que asirse de donde pudo y en unos cuantos minutos, se encontraban en una espaciosa área donde el taxi se detuvo frente a una plaza-. Hösök tere, la Plaza del Héroe. ¿Quiere que yo esperar? -preguntó el hombre.

– No, gracias -contestó Ella y con un cortés “Köszönöm”, le pagó y se dirigió a admirar la plaza hasta detenerse frente a un imponente monumento que consistía en una gran columna de piedra sobre la cual se erguía una estatua del Arcángel Gabriel.

Absorta en su contemplación, Ella observó las siete magníficas estatuas ecuestres en la base del monumento. Un turista mencionó en inglés a su compañero: “Ese debe de ser el Arpad con los otros seis jefes Magyar” y las palabras de Zoltán Fazekas volvieron a su mente. Esos debían ser los siete jefes que él mencionó la noche anterior en la cena.

Después de eso, mientras subía y bajaba de taxis, le parecía que de alguna manera, Zoltán Fazekas estaba constantemente en su mente. En una librería, decidió que una que otra frase en húngaro le sería útil, así que compró un libro para turistas con frases en ese idioma.

Cuando al fin el hambre la obligó a entrar en un restaurante, deseó que Zoltán estuviera ahí, para ayudarla con el menú. La comida no la impresionó mucho, pero le quitó el apetito. Con seguridad, el pintor, le hubiera mostrado otro lugar para disfrutar de la cocina típica de su país.

El que no deseara ser pintada, no quería decir que no le interesara el arte. Así que se subió a otro taxi y se dirigió a la Galería Nacional de Hungría, la cual era parte del otrora Palacio Royal. Una vez ahí, se tomó su tiempo, admirando bellos cuadros de paisajes y diversos personajes pintados por famosos artistas, excepto por el que ella había esperado encontrar.

Después se dio cuenta de que el período en que los cuadros habían sido pintados no iba más allá de mil novecientos cuarenta y cinco, por lo cual el trabajo de Zoltán Fazekas no podía estar ahí.

Eran ya las cinco de la tarde cuando Ella abordó el taxi de regreso a la casa del artista. Frida abrió la puerta mientras la joven buscaba en su nuevo libro de frases húngaras alguna que le permitiera disculparse por no haber regresado a comer.

Bocsánat, Frida -balbuceó y, al mirar la perpleja cara del ama de llaves, agregó-: Bocsánat, ebéd -añadiendo la palabra “comida” al final.

– ¡Oh! -exclamó Frida y luego dijo una serie de palabras en húngaro, las cuales Ella interpretó algo así como “no se preocupe por eso”.

A las siete y media, habiendo tomado una refrescante ducha y después de haberse puesto un agradable vestido de color verde, Ella estaba lista para bajar a cenar. Era probable que, siendo sábado, Zoltán Fazekas tuviera otros planes, en especial después de la escena de la mañana. Pero no era posible que todos los días encontrara a alguien que no deseara ser pintada por él.

Cinco minutos más tarde, la joven compartía una copa con Zoltán, antes de la cena. Por su perfecto y afable comportamiento, parecía haber olvidado el enfrentamiento del desayuno. Y otra vez ella se sintió arrobada por la recia presencia de aquel alto húngaro de ojos grises.

– Me dicen que pasaste el día visitando la ciudad -comentó él.

– Eran las dos cuando recordé que tal vez Frida me esperaría para la comida -dijo ella, dándose cuenta dé que tal vez él también habría esperado verla en la mesa esa tarde-. Lo siento. Debí…

– Frida dice que te disculpaste con ella en forma encantadora -comentó él con su placentera voz-. ¿Tuviste un buen día, Arabella?

– ¡Mucho! -exclamó ella. Sus ojos brillaban-. Primero fui a la Plaza del Héroe, donde vi, entre otras cosas, las estatuas de los siete jefes Magyar que mencionaste la noche anterior. Después fui a…

Ella estaba aún dándole a Fazekas el informe de todas sus actividades del día, cuando Frida apareció para avisarles que la cena estaba lista. Entonces pasaron al comedor, donde el artista se dedicó a observarla con detenimiento durante toda la cena.

– ¿La sopa no está demasiado condimentada para ti? -inquirió.

– No, está deliciosa, gracias -contestó ella, para luego añadir-: Creo que mañana visitaré Austria -él la observó en silencio, pero con desaprobación-. Podría tomar un avión -continuó ella, incómoda-. O ir en tren.

– O tomar el bote en el Danubio hasta Viena -comentó él, en forma ruda-. Es obvio que piensas que ya has visto en un solo día todo lo que Budapest tiene que ofrecer.

Por supuesto, Ella no pensaba tal cosa. Aunque por la actitud hostil de Zoltán, se percató de que sin querer había estropeado lo que empezó como una agradable charla.

– Bueno, tal vez visite otras partes de la ciudad en lugar de ir a Austria. A menos que -añadió con rapidez- tú quieras comenzar a pintar mi retrato.

– Mañana… -agregó él- es domingo.

– Sorprendente -musitó ella entre dientes-. ¿Nunca trabajas en domingo? -le preguntó, segura de que cuando el artista se concentraba en algún proyecto, todos los días de la semana serían iguales.

– ¡Simplemente mañana no quiero empezar tu retrato! -replicó él, con voz cortante, como retándola a protestar.

Pero Ella decidió que no sería sensato discutir. Y continuó su cena en silencio.

– ¡Buenas noches! -exclamó, en cuanto acabó. Entonces se retiró a su habitación. Él no contestó ni se dignó mirarla.

“Cerdo”, pensó ella, tratando de descubrir qué había trastornado su estabilidad emocional desde que llegó a ese país. No se había sentido tan torpe y fuera de lugar desde que era una adolescente.

Él tenía la culpa, decidió, después de un rato. Aunque no muy convencida. Entonces se puso su ropa de dormir y se sentó en una silla con un libro en su regazo, el cual nunca leyó. Se sentía de alguna manera atrapada. Por un lado, no le importaba cuánto pudiera gritar su padre si regresaba a casa sin que Zoltán Fazekas hubiera pintado su retrato. Pero al mismo tiempo y por alguna extraña razón, se sentía reacia a partir.

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