Capítulo 11

A Catherine le dolía la cabeza y sabía que era por el estrés. Junto con sus ayudantes, había pasado la tarde creando centros de mesa para la fiesta del día siguiente. El pequeño estudio que Kayla y ella habían alquilado como sede de Pot Luck había quedado lleno a rebosar.

El cuerpo aún le hormigueaba en aquellos sitios que Logan había tocado. Tembló al recordarlo, luego decidió que no se hallaba lo bastante cansada si aún era capaz de pensar, y reaccionar, al pensamiento de hacer el amor con él.

Convencida de olvidar, sacó la harina del armario y luego la leche y los huevos del frigorífico. A continuación el azúcar y el agua. Después de la pesadilla de aquella mañana con la prensa, se encontraba tan tensa que probablemente terminaría con suficiente comida para alimentar a todo el edificio. Se conformaría con Nick y su novia, que vivían del otro lado del pasillo.

Comenzó a batir los ingredientes con más fuerza de la necesaria. No importaba que las tortitas de Nick fueran muy superiores a las suyas, en entusiasmo y energía no la superaba.

El sonido del teléfono no la sobresaltó. Hasta el momento Logan había llamado cinco veces, según el contestador. Sólo una vez escuchó su mensaje. Después había quitado el sonido. No quería hablar con él y no estaba lista para oír su voz.

No hasta que no se desvaneciera la preocupación. No hasta poder comprender cómo una familia podía tenderse trampas y despreocuparse del resultado. Logan y ella en ningún momento habían hablado en serio sobre el futuro, pero aunque lo hubieran hecho, Catherine desconocía si era capaz de vivir en una pecera, sin saber jamás cuándo iba a surgir el siguiente incidente que la humillaría. Lo único positivo de aquel día era su enfrentamiento con el juez Montgomery.

Siguió mezclando la masa y despacio añadió más leche. Ya tenía lista la salsa de arándanos en un cuenco en el mostrador. Se limpió la nariz con el dorso de la mano y se preguntó qué diría su madre si supiera que se había alejado por propia voluntad del hombre al que amaba. «Serías una tonta en perder a ese hombre, Catherine».

El sonido del timbre surgió como un alivio para sus pensamientos. Abrió la puerta.

– Estás muerto de hambre, Nick. Dije que llamaría cuando las tortitas… -calló al ver a su visitante-. Logan.

– Es evidente que esperabas a otra persona. Lamento decepcionarte.

Jamás podría decepcionarla. Incluso con barba de dos días y los ojos cansados como nunca antes le había visto, todavía era la respuesta a todos sus sueños. Era una pena que la realidad hubiera chocado con ella, de lo contrario sería más receptiva a la fantasía.

– ¿Qué puedo hacer por ti? -preguntó.

– Para empezar, invítame a pasar -apoyó el codo en el marco. Ella respiró hondo, sin saber si lo deseaba en su casa-. Tienes mi coche, por lo que me vi obligado a venir en taxi. No echarías a un pobre trabajador, ¿verdad? -exhibió una sonrisa encantadora pero cauta.

Nick se lo iba a llevar al día siguiente, pero dudó que en ese momento Logan quisiera oír el nombre de su amigo. También que aceptara las llaves y se marchara. Lo mejor que podía hacer era mantener la serenidad y la distancia. Que entrara y saliera, tanto de su apartamento como de su vida, sin importar lo mucho que eso doliera.

– Pasa.

Él se dirigió al pequeño salón y observó los muebles. Vestido con un polo negro y vaqueros, parecía como en casa en su acogedor apartamento. Y eso era lo último que pretendía Catherine.

Logan se concentró en la alfombra, una de las piezas preferidas de ella. Enarcó una ceja ante el dibujo de leopardo. Era imposible que comprendiera cuánto le gustaban los accesorios con motivos animales.

– Iría bien en la cabaña.

El corazón de Cat estuvo a punto de pararse.

– ¿Qué quieres de mí? ¿No crees que el día de hoy demostró lo imposible que es? -señaló a ambos, manteniendo la distancia física.

Él la redujo y la envolvió con su presencia. Alargó la mano y le tocó la nariz.

– ¿Harina? -quiso saber.

Ella asintió, sin desear revelarle lo mucho que la afectaba ese gesto sencillo. Con timidez, se frotó la nariz con el dorso de la mano.

– Estoy preparando tortitas.

– Suena delicioso -le crujió el estómago y ella rió.

– Suena que tienes hambre.

– Entonces, dame de comer -sonrió.

– Espero que no tengas un apetito voraz porque hay poco -advirtió, dirigiéndose hacia la cocina.

– Lo que haya me bastará -se sentó en uno de los taburetes.

Catherine suspiró, abrió el armario, sacó una caja de galletas y se la tiró.

– Toma.

– Me encantan -se encogió de hombros-. ¿Quieres una?

– No, gracias.

– Entonces no permitas que te distraiga -señaló los ingredientes que había estado preparando-. Me encanta mirar -ella suspiró y contempló la masa, que aún había que batir un poco más-. No tendrías que haber pasado por lo que sucedió esta mañana -indicó él. El súbito cambio de tema la pilló desprevenida. Observó su expresión seria, sin saber qué responder-. No sé si la foto se publicará -añadió ante el silencio de Catherine.

– Lo que no se puede controlar, hay que soslayarlo. ¿Alguna posibilidad de que la pongan en alguna sección secundaria?

– Lo dudo Y me gustaría que jamás hubiera pasado.

– Es posible -lo miró-, pero, ¿te ayudó a conseguir tu objetivo?

– ¿Es que crees que tuve algo que ver con la conferencia de prensa? -enarcó una ceja.

– Claro que no -negó con la cabeza. Si de algo estaba segura en la vida, era de la integridad de Logan-. Pero no podrás negar que el que te descubrieran medio desnudo con la mujer del momento ayudará a frenar la campaña de tu padre -contuvo el aliento a la espera de su respuesta.

– Ojalá pudiera.

Y ella deseó que hubiera negado que era su mujer del momento, y se sintió desilusionada. Se había convertido en un manojo de contradicciones. Por un lado anhelaba apartarlo, y por el otro que regresara. Nunca en su vida había tenido unos sentimientos tan confusos.

«No, eso no es verdad», se corrigió. Estaba muy segura de sus sentimientos. Amaba a un hombre al que no podía tener.

– ¿Y cómo se tomó tu padre la noticia de que no habría ninguna candidatura para alcalde?

– No muy bien -repuso, sin ganas de repetir las palabras de su padre. Tomó otra galletita-. Como de costumbre, lo decepcioné -y como de costumbre, él se sintió decepcionado al no poder encontrar algo en común con el juez.

– Lo siento -apoyó las manos en el mostrador y lo estudió-. ¿Lo superará?

– No podría decírtelo -se encogió de hombros.

– Pero tú deseas que lo supere, ¿verdad? Te gustaría tener una especie de familia, ¿no?

– No si el juez va a comportarse como un pomposo y arrogante…

– Nada de palabras altisonantes en mi cocina -cortó antes de que pudiera continuar.

– Me conoces demasiado bien -rió-. Pero, sí, si hubiera algún modo de alcanzar un entendimiento sin tener que alterar mi vida, lo aceptaría.

– Entonces prueba con tu madre. Nunca se sabe.

Logan asintió despacio. Mientras Catherine se ocupaba con la masa y no le prestaba atención, hurgó en busca de otra galletita, pero lo que encontró fue el premio que venía en la caja, un anillo verde de plástico. Conociendo lo que podía simbolizar, se mostró sorprendido. A veces el destino les sonreía.

Hasta que le dijo a su padre que pensaba casarse con Catherine, no se había dado cuenta de que eso era exactamente lo que planeaba. En sus entrañas lo había sabido en todo momento. No era que ella pensara aceptar la idea. Todavía no. Necesitaba tiempo, lo cual era perfecto si eso le brindaba tiempo a él para llegar a conocerla mejor.

Sin advertencia previa, Catherine alargó la mano y le tocó el brazo. Su mirada suave se posó en él.

– La familia es la familia. ¿No crees que tu madre querrá ayudar a que tu padre y tú alcancéis un compromiso?

Después del modo en que la había tratado el juez, le sorprendía que aún rompiera una lanza a su favor. Con discreción se guardó el anillo en el bolsillo del pantalón.

– Meditaré en todo lo que has dicho. Pero a menos que deje de interferir en mi vida, no podrá haber ningún entendimiento. ¿Y ahora podemos dejar de hablar de una candidatura a la alcaldía que no existe?

– Pensaba que hablábamos de tu necesidad de una familia.

– Supongo que sí -la miró y esbozó una sonrisa. Apoyó los codos en el mostrador-. Pero hablemos de nosotros.

– Jamás te rindes, ¿eh? -la sonrisa reacia que exhibió ella le gustó.

– No -no pensaba hacerlo hasta que esos ojos verdes lo miraran con amor y confianza.

Había puesto a su padre en su sitio. Recuperar la confianza de Catherine no podía ser tan duro… siempre y cuando ninguna fuerza del exterior volviera a interferir.

Catherine miró a Logan y sacudió la cabeza. No era justo el carisma y el encanto que poseía. Movió el utensilio para batir entre las manos.

– Cuéntame por qué tienes tanto miedo de dejarte llevar, Cat.

– Porque no puedo -se puso a batir la masa sin mirarlo-. ¿Te he contado que mi padre abandonó a mi madre? -preguntó, sin saber si debía revelar una información tan personal. Nunca había hablado de su infancia con nadie que no fuera Kayla. Pero con Logan parecía apropiado.

– Lo diste a entender.

– Bueno, pues la dejó con dos niñas.

– ¿Y piensas que cualquier hombre con el que te relaciones hará lo mismo?

– No es eso. Pero la vida te pone obstáculos. No importa que seas pobre y te cueste pagar las facturas. O que tengas la pareja más feliz -se encogió de hombros-. Y si para empezar ya sois distintos, o tenéis problemas en el horizonte, la partida está en tu contra -soltó un suspiro-. Y eso es lo que nos pasa a nosotros.

En la superficie, Logan supuso que su explicación tenía sentido. Al menos para ella.

Pero él no estaba de acuerdo. Tenían más en común de lo que Catherine quería reconocer, y pocos problemas en el horizonte que pudiera ver. De hecho, ya se había ocupado del más grande. Si su padre debía elegir entre sus creencias y él, se decantaría por sus pomposos ideales. Dolía, pero ya había aceptado esa realidad en el pasado.

De modo que en ese momento su familia ya no se interponía entre ellos. Nada lo hacía salvo la propia Catherine. Había distorsionado su razonamiento para creer que la lógica estaba de su parte. Pero el núcleo de su miedo radicaba en que la abandonaran. Y debido a sus diferencias, probablemente pensaba que el riesgo de que él la dejara era demasiado alto para asumir.

– La partida está en contra solo si tú eliges creerlo -aseveró.

– ¿Volvemos a los sueños?

– Volvemos a la realidad. Al hecho de que, sí, la vida puede irrumpir negativamente en la mayoría de las parejas. Pero si se esfuerzan, si resisten juntos, lo superan -se puso de pie. Había dicho lo que había ido a decir. La dejaría sola con sus pensamientos y confiaría en que tuviera fe en él.

– ¿Te vas? -la voz de ella rompió el silencio.

– Es lo mejor. Mañana tienes una fiesta.

Cat asintió, luego salió de la cocina. Recogió las llaves de él de una mesa lateral y lo acompañó hasta la puerta.

– Logan, has sido…

– No lo digas.

– ¿Por qué no? -ladeó la cabeza-. No sabes qué pensaba decir.

– Es cierto. Y me gustaría que siguiera igual -antes de que ella pudiera despedirse, comentar que algún día se verían o alguna otra cosa por el estilo. Metió las manos en los bolsillos de los vaqueros-. Pero antes de irme quiero darte algo.

– No puedo aceptar nada de ti -movió la cabeza.

– Claro que sí -sonrió. Sacó una mano y la abrió con la palma hacia arriba para revelar el anillo de plástico. Ni adrede hubiera podido planearlo mejor. Las joyas y el dinero enfriarían a Catherine. Tuvo el palpito de que ese pequeño gesto significaría mucho más para ella.

– ¿Qué es eso? -preguntó con una sonrisa que hizo que a él le costara contenerse para comérsela a besos.

– Mi anillo.

Si el corazón de Catherine no hubiera pertenecido ya a Logan Montgomery, lo habría sido en ese momento. Contempló el anillo de plástico que sostenía en la mano. Un símbolo tan insignificante… sacado nada menos que de una caja de galletitas. ¿Cómo podía significar tanto?

Alzó la baratija. No era oro, ni diamantes ni nada caro para conquistarla. Era un regalo del corazón.

¿Cómo no aceptarlo? Se puso el anillo en el dedo anular de la mano derecha. La mirada de él siguió el movimiento.

– Te llamaré -musitó Logan con voz ronca-. Esta noche.

– ¿Y si te pidiera que no te fueras? -sintió un nudo en el estómago; alargó la mano para enlazarla con la suya. Su contacto era ardiente, su mirada más.

– Entonces te preguntaría si estabas segura.

¿Segura de si quería estar con él? No cabía duda. ¿Segura de que hacía lo correcto? Bueno, quizá era hora de hacer un acto de fe.

– Estoy segura.

Él le enmarcó las mejillas y bajó la cabeza para ir al encuentro de sus labios. La calidez y ternura de su tacto provocaron una oleada de calor por el cuerpo de ella. El deseo y la necesidad de tenerlo dentro se incrementaron a medida que las dudas se disipaban.

Cuando alargó la mano hacia el botón de sus vaqueros, Logan liberó una mano y la detuvo.

– No vine para esto.

Si la respiración de él no hubiera sido entrecortada y su mirada torturada, si ella no hubiera sentido la dura y pesada presión de su erección allí donde los cuerpos se unían, quizá se habría sentido avergonzada o vulnerable. Pero era evidente que Logan no decía que no la deseaba.

– ¿Temes aprovecharte de mí? Sé qué es lo que deseo -explicó ella en voz baja-. Te deseo a ti.

– No más de lo que yo te deseo a ti.

– Entonces no hay problema.

– El deseo jamás ha sido un problema entre nosotros -gimió y pegó la frente a la suya-. El sexo jamás ha sido cuestionado.

Catherine suspiró, sabiendo adonde conducía aquello. Apenas podía ocultarle algo ya, ni aunque quisiera. Aguardó que continuara.

– Ahora podríamos hacer el amor y por la mañana aún tendrías que enfrentarte a tus miedos. Tú misma lo reconociste anoche.

– ¿Es eso lo que hacemos? ¿El amor? -odió el tono descarnado de su voz.

– Nunca hemos hecho otra cosa que el amor, Cat -le acarició la mejilla con el pulgar.

Ella contuvo el aliento mientras la emoción pugnaba con la necesidad sexual. El corazón estaba a punto de estallarle. Igual que el cuerpo, ya que un deseo palpitante y doloroso se había apoderado de él.

– Pero no vamos a hacerlo esta noche -añadió él.

– Eres un caballero, Logan Montgomery -a pesar de las protestas de su cuerpo, sonrió.

– Uno que está incómodo -musitó y Catherine soltó una carcajada-. ¿Qué puedo decir? Mi abuela me educó bien.

– Así es -le dio vueltas al anillo de plástico en el dedo.

– ¿Saliste alguna vez en serio con alguien?

– No desde el instituto -y tampoco muy a menudo, ya que por entonces no había querido que nadie alcanzara esa intimidad con ella, que viera dónde y cómo vivía su familia.

– ¿Qué es lo que más recuerdas? Y no hablo de estar en el asiento de atrás del coche de algún chico.

– ¿Logan Montgomery amenazado por un jugador del equipo de fútbol que probablemente ya empieza a quedarse calvo y tiene barriga por la cerveza que bebe? -enarcó una ceja.

– No me gusta la idea de que alguien te ponga las manos encima… -calló un segundo-… salvo yo.

Le gustó su voz posesiva, pero otra vez se interponía esa maldita sinceridad.

– En realidad no recuerdo gran cosa -reconoció-. Mis citas nunca duraron más de uno o dos días -siendo adolescente, no había estado preparada para tener un chico fijo. Y al cumplir los veinte, había desarrollado la habilidad de salir con alguien y mantenerse distanciada. Había tenido un par de relaciones íntimas, pero ninguna que tocara su corazón. Él le apretó la mano.

– Entonces permite que sea el primero que te acostumbre a la idea -la diversión que bailaba en sus ojos oscuros era contagiosa.

– Te escucho.

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