Capítulo 8

El lunes al mediodía Logan se hallaba ante una cabina telefónica en el tribunal. Desde el momento en que entró en su despacho a primera hora había estado reunido con su jefe para estudiar un caso importante de un colega hospitalizado, ya que el juez se había negado a posponerlo.

Introdujo una moneda, marcó el número de Catherine y escuchó las incesantes llamadas hasta que se activó el contestador automático. En su único descanso del día no la encontraba en casa.

– Montgomery, el juez te quiere en su despacho. Parece que tu cliente vuelve a causar problemas -indicó el alguacil desde el pasillo.

Logan gimió, colgó y, con mirada de pesar, se marchó.

Pensó que a veces las prioridades fastidiaban.


Esconderse no era inteligente. No hablaba muy a favor de su capacidad de hacer frente a las situaciones. Pero no era eso lo que deseaba Catherine. Quería olvidar. Que se había acostado con Logan y que no la había llamado.

Había llegado a la casa de Kayla el domingo y ya era martes. ¿Y qué si no le había revelado dónde encontrarla? Era un abogado. Un tipo listo. De haber querido dar con ella, podría haberlo hecho. Con facilidad.

A pesar de lo mucho que se había insistido en no esperar gran cosa, en que no buscaba nada, el silencio de él le dolía. Porque a pesar de todo, su corazón quería creer que Logan era diferente, especial. No una aventura.

Quería olvidar, y cuidar de su hermana embarazada la ayudaría. Además, le permitiría a Kane irse de la casa sin preocuparse de que dejaba sola a Kayla. Era lo menos que podía hacer por invadir su espacio y su intimidad. Llevó una bandeja con comida a la primera planta y llamó a la puerta del dormitorio.

– Si son más bollos, ya estoy llena.

– Es una tostada -empujó la puerta con el pie. Kayla se incorporó en la cama-. Te la he preparado tal como te gusta. Con un poco de sirope bajo en calorías…

– Cat, siéntate.

Después de dejar la bandeja sobre la cómoda, se reunió con su hermana.

– Estoy sentada. ¿Qué pasa? ¿Es el bebé? -vio un movimiento bajo el edredón-. Es bastante activo.

– Escúchame. Quiero hablarte de toda esta… comida.

– Te juro que he limpiado la cocina. Y estoy congelando raciones. Kane y tú dispondréis de suficiente comida para pasar…

– La primera década de vida del bebé. Catherine, relájate. Te conozco mejor que nadie. Sólo cocinas como una diablesa cuando estás inquieta. Han transcurrido dos días y no has mencionado su nombre, aunque apenas has salido de la cocina.

– ¿El nombre de quién? -preguntó, evitando la mirada de su hermana.

– Sabes que el estrés no es bueno para el bebé -Kayla puso los ojos en blanco-. Y preocuparme por ti me estresa. Deja de hacerte la tonta y cuéntame qué pasa.

– ¿Recuerdas cuando éramos niñas y llegaba la Navidad? Todos los chicos del barrio recibían montones de regalos. Aunque fuera una bicicleta usada o una muñeca vieja, tenían regalos bajo el árbol y Papá Noel iba a verlos.

– Pero a nosotras no -musitó Kayla.

– Exacto. ¿Cuántos deseos de cumpleaños y listas de Navidad desperdicié pidiendo que papá viniera a casa?

– No estoy segura. Nunca me lo contaste. Juraste que jamás te molestó tanto como a mí. Y debí darme cuenta de que no era así.

– Ya empiezas otra vez -Catherine meneó la cabeza-. Asumes la responsabilidad por las cosas que no puedes controlar. Si no lo reconocí, es porque no quería que lo supieras -la miró y Kayla le indicó que continuara-. Tardé un tiempo, pero después del primer par de años, me enteré. No iba a volver… y dejé de creer.

– En algo más que en Papá Noel.

– Y entonces conocí a Logan. Sabía que éramos de mundos distintos, que yo era una distracción interesante. Y, sin embargo… -para su horror, los ojos se le llenaron de lágrimas y se las secó con el dorso de la mano.

– Creíste en él -Catherine asintió-. Entonces, ¿no crees que deberías darle la dirección de tu casa? ¿Tu número de teléfono?

– Sé que suena terrible, pero creo… Pensaba que si tenía que esforzarse, sabría que era sincero. No era tan difícil. Su abuela sabe dónde localizarme.

– ¿Has controlado tu contestador automático?

– Sí -cada hora del día-. Nada. Además, él me trajo hasta aquí. Como mínimo sabe dónde encontrarte a ti -sacudió la cabeza y descartó el tema con un gesto de la mano-. Olvídalo.

– Podría estar ocupado en el trabajo.

– No hace falta mucho para llamar por teléfono -averiguar dónde ir a recogerla el viernes para la cita que no se iba a producir. El timbre la sacó de su línea de pensamientos-. ¿Esperas a alguien? -le preguntó a su hermana.

– Podría ser la mujer del jefe de Kane. Me refiero de su antiguo jefe. Se jubiló el año pasado. Pasa cada semana con… más comida -gimió.

– Iré a abrir. Pero recuerda que nadie cocina como yo -se obligó a mostrarse jocosa al salir de la habitación. Si iba a quedarse allí, necesitaba apoyar a su hermana y no estregarla. Ninguna de las dos sabía cómo desconectar su instinto maternal con la otra.

Al otro lado de la puerta había un mensajero.

– Entrega para Catherine Luck.

– Qué extraño.

– ¿Es usted? -el hombre se encogió de hombros-. Necesito su firma.

Aceptó la caja pequeña envuelta con un sencillo papel marrón. Le dio la vuelta y leyó el remite, escrito con una caligrafía desconocida.

De pronto se dio cuenta de que nunca había visto su letra. ¿Cuántas cosas más desconocía de Logan Montgomery? Demasiadas. Pero la pequeña caja que tenía en la mano llenó ese vacío hasta que pareció no importar. Arrancó el papel y con todo su ser esperó que no fuera una ilusión.


Logan dejó las llaves sobre el escritorio de metal, apartó con el pie la papelera y depositó un montón de carpetas en el suelo. Tenía la mesa atestada como para mantenerlo ocupado un año entero. Soltó un juramento. Si sumaba a eso la guardia del martes por la noche el resultado era que no había dispuesto de tiempo para él.

Ni para dormir… ni para ponerse en contacto con Cat, aunque había seguido intentándolo. Cuando consiguió su número por medio de Emma, la llamó durante los descansos en el tribunal, pero en todo momento había saltado el contestador. Después de la intimidad que habían compartido, lo que tenía que decirle no se podía resumir en sesenta segundos, y sólo disponía de ese tiempo.

El deseo ardiente de verla otra vez lo dominaba. Había prometido llamarla «pronto». Eso fue el sábado. Y ya estaban a martes. Se frotó los ojos y levantó el auricular del teléfono. Marcó, sonó y de nuevo se activó el contestador.

– Maldito hijo de…-colgó.

Y recibió un golpe en la cabeza.

– ¿No te eduqué para que no maldijeras de esa manera? -inquirió su abuela.

Él observó la puerta abierta por la que había entrado sin llamar.

– ¿Y Emily Post no te enseñó a llamar?

– ¿Y por qué debería hacerlo? La puerta estaba abierta.

Se levantó y rodeó el escritorio.

– Me alegro de verte, abuela. Siempre eres bienvenida. Lo sabes -le dio un beso en la marchita mejilla, preguntándose por qué se había presentado en su despacho a esa hora de la noche.

– Claro que sí. Pero tampoco importaría lo contrario. Tenemos que hablar.

– ¿Cómo has llegado? -preguntó, pensando que ya tramaba otra cosa.

– Dejé que Ralph me trajera -soltó un suspiro sufrido-. Aunque aún sostengo que el juez se equivocó y no soy un peligro para nadie en la carretera.

Jamás le dejaría saber que él había influido para que le revisaran la vista y no le renovaran el carné de conducir. Quería que viviera todo el tiempo que fuera posible.

– Bueno, de todos modos me alegra que fueras prudente.

– Como si tuviera alguna elección. Tu padre me delataría a la policía. A su propia madre. ¿Puedes creértelo?

– Primero debo llamar a Cat, y luego podremos hablar.

– Hablaremos primero y llamarás después -indicó con voz asustada-. No he comido. Vayamos a ese lugar tan bonito que hay abajo.

– Ese lugar tan bonito es un bar.

– Estupendo. Vamos -tiró de su brazo. Para una mujer de aspecto frágil, poseía una fuerza casi sobrehumana.

Mejor era darle de comer y luego mandarla a casa. Luego llamaría a Catherine y, si era necesario, le dejaría un mensaje.

Logró recoger las carpetas y meterlas en el maletín antes de que lo empujara por la puerta. Cinco minutos más tarde, se hallaban sentados en el bar del mismo edificio donde estaba su despacho.

– ¿Quieres ver el menú? -le preguntó al tiempo que llamaba a la camarera con la mano.

– Lo que pidas tú será perfecto -meneó la cabeza.

– Yo voy a pedir cerveza, pero pensé que me habías dicho que no habías comido.

– He perdido el apetito -se movió inquieta en el asiento.

– Dos cervezas -le indicó a la camarera.

– En seguida.

Logan se reclinó en el respaldo y contempló el local.

– De acuerdo, ya me tienes en un sitio público, donde no podré montar una escena. ¿Qué sucede?

– Eres bueno.

La camarera regresó y depositó dos botellas con sus respectivas copas en la mesa.

– Tomaré la mía directamente de la botella -indicó Emma. El contuvo una carcajada-. Puede que tú desees hacer lo mismo.

La alegría se desvaneció al digerir la advertencia. Le pasó una botella, asió la otra y dio un trago largo, negándose a realizar comentario alguno cuando ella lo imitó. La visión era absurda pero sin duda ésa era la intención de Emma. Llevarlo a un lugar público, sorprenderlo con la guardia baja y soltar su bomba, fuera la que fuere.

– Y ahora cuéntame qué pasa.

– ¿Qué? ¿Es que no puedo pasar a visitar a mi nieto preferido?

– Soy tu único nieto. Habla.

– ¿Tienes mucho trabajo? -preguntó con un suspiro.

– Ha sido una semana ajetreada.

– Y sólo ha empezado. ¿No dispones de tiempo para jugar?

– ¿Me controlas, abuela?

– He tenido que ir a buscarte a tu despacho a las diez… eso habla por sí solo -ladeó la cabeza-. Las mujeres de tu vida quizá no sean tan comprensivas si te mantienes fuera de contacto.

Estuvo a punto de indicar que no había mujeres en su vida. Era su respuesta habitual a la intromisión directa de Emma. Pero se contuvo ya que ambos sabían, al menos en ese momento, que se trataba de una mentira.

A pesar de lo mucho que cuidaba su intimidad, no le importaría desahogarse con Emma. Lo entendía mejor que nadie y ya sabía que estaba interesado en Cat. Más importante aún, también le caía bien Catherine.

– No estoy muy seguro de lo que siente por mí en este momento. No he podido hablar con ella.

– Quieres decir que no has tenido tiempo -reprendió con un chasquido de la lengua-. Ya sabes lo que dicen sobre trabajar y no jugar. Deberías encontrar a Catherine y pasar un buen rato con ella. Alivia parte de la tensión que te embarga.

No tenía paciencia para su curiosidad o el modo en que hablaba de Cat, como si no representara más que un buen rato en la cama.

– Corta eso -le advirtió.

– Gracias al cielo -junto las manos arrugadas.

– ¿Gracias al cielo qué? ¿Que aparte del juez haya alguien más que censure tu lenguaje?

– Logan, yo te crié, te quiero, pero a veces puedes ser más espeso que un batido de chocolate. Gracias al cielo que te interesa Catherine. Si no me dejas hablar así de ella, he elegido bien y al fin ha sucedido.

– Tu lógica me desconcierta -musitó-. Pero morderé el anzuelo. ¿Qué es lo que ha sucedido al fin?

– Te has enamorado. Sabía que lo harías. Éste es el plan -habló deprisa, probablemente antes de que la pudiera interrumpir-. Cuando me di cuenta de que ibas a estar ocupado dos días, me tomé algunas libertades.

Él sacudió la cabeza. Emma era un remolino y en ese instante su vida se hallaba atrapada en su centro.

– Lo cual me recuerda que no hemos hablado del incidente del cuarto de los abrigos.

– Oh, creía que Catherine y tú ya me habíais enseñado una lección -murmuró.

– Ahora escúchame y entiende bien lo que voy a decirte. A pesar de lo mucho que agradezco tus intenciones, tu… intromisión no puede continuar. Tengo treinta y un años, abuela. ¿Te lo tomarías como algo personal si te dijera que me dejaras en paz?

– Claro que no. Pero ya es demasiado tarde para eso. Necesitas la primicia y he venido a dártela.

– Te escucho.

– En la fiesta comentaste que querías convertir en realidad los sueños de Catherine. Y antes de que preguntes cómo lo sé, por casualidad dejé encendido el intercomunicador de la piscina donde estaba situado el bar -reconoció, incapaz de mirarlo.

– ¿Me estás diciendo que te quedaste en casa escuchándonos? -preguntó, dándose tiempo para tragarse la furia que lo dominó.

– Sí -reconoció con voz avergonzada.

Emma no era malvada y jamás había pretendido hacer daño alguno. Pero eso no ayudó en ese momento. Cerró los ojos y contó hasta diez, tratando de controlar su frustración. El castigo por asesinato en ese estado no era agradable, y aunque se pudiera considerar como homicidio justificado, el jurado podría volcarse en su contra al enterarse de que había estrangulado a su abuela de ochenta y dos años.

– Sólo necesitaba saber si había elegido bien -explicó ella-. Si habíais congeniado. El cielo sabe que tú no me contarías la verdad.

– Únicamente porque reaccionas… de esta manera -cerró las manos-. Puede que tengas buenas intenciones, pero esta vez has sobrepasado los límites de la decencia básica.

– En realidad, lo sé y lo siento -inclinó la cabeza-. Pero ese ataque al corazón me dio un susto de muerte. Lo que quiero decir es que tenía que verte con la cabeza sentada y feliz antes de ir al más allá.

Logan lo entendía. El infarto le había quitado años de vida. Y el motivo por el que dejaba que se saliera con la suya era porque la quería y estaba agradecido de que aún pudiera interferir en su vida.

Pero no podía permitir esos extremos, no cuando se hallaba involucrada Catherine.

– Ya te he dicho que no usaría a Cat en ningún plan para detener al juez. Deberías estar avergonzada. Afirmas que esta mujer te cae bien y le pones zancadillas, planeas utilizarla…

– No he hecho nada semejante -Emma se incorporó indignada.

– Siéntate, abuela.

Volvió a sentarse.

– Bueno, le preparé una trampa contigo, si te refieres a eso. Pero deberías estar agradecido. En cuanto a utilizarla, ¿es culpa mía que su pasado enfurezca a tu padre y frustre sus planes para tu alcaldía? Pero eso no tiene nada que ver con el motivo por el que te invité a la fiesta. Quería que la conocieras. Punto.

– ¿Y si no hubiéramos congeniado?

– Me habría retirado -manifestó con la máxima sinceridad.

Logan se pasó la mano por el pelo.

– Entonces hazlo. Ahora -trasladó toda la autoridad que pudo a su voz sin mostrarse irrespetuoso con la mujer a la que quería.

Ella le palmeó la mano, tal como había hecho siendo niño. A lo largo de los años, ese gesto había resultado extrañamente consolador. Pero en ese instante lo volvió suspicaz.

– Sólo queda una pequeña cosita.


– Es romántico, Cat -comentó Kayla con felicidad.

Catherine sabía que su hermana estaba entusiasmada con los regalos diarios que le enviaba Logan. Igual que ella. Contempló los tres obsequios alineados en la cama y por una vez no supo qué decir.

– Me he quedado muda -meneó la cabeza.

– Querías sinceridad. Parece que te la ha dado.

Catherine asintió. Cada día había llegado una caja distinta. La del martes contenía polvo mágico. La tarjeta ponía: Para que tus sueños se conviertan en realidad.

El miércoles una bola con un paisaje nevado. Para un observador exterior, el regalo tenía poco sentido. Pero la escena interior retrataba una canoa en el Bao Charles… y si la agitabas mostraba la canoa bajo la nieve. Nieve en verano. Y recordaba las palabras de la tarjeta: Los milagros suceden.

Él era su milagro y se hallaba dominada por la palpitante necesidad de sentir sus brazos alrededor de ella. Era bueno. Los regalos adecuados y las palabras adecuadas. Una seducción sutil y mental. ¿Un hombre se tomaba tantas molestias por una noche más de sexo?

«Hacer el amor», corrigió su corazón. Y eso era lo que los esperaba si salía con él esa noche. El tercer regalo que llegó aquella mañana era buena prueba de ello. Un CD. La música de jazz que oyeron la noche que pasaron en brazos del otro y otra nota: Hasta que podamos volver a estar juntos.

Con el CD en la mano experimentó el deseo de que su música le llenara los oídos mientras él llenaba su cuerpo. Tuvo que cruzar los brazos sobre el estómago para frenar la sacudida que agitó su cuerpo.

– ¿Cat? ¿Cat? ¿Te encuentras bien?

– ¿Qué? -se concentró en su hermana-. Oh, sí, estoy bien.

– ¿Adonde te habías ido?

– Lo siento. No sé qué pensar. Estos regalos son…

– ¿Dulces? ¿Considerados? Deja de intentar describirlos y haz caso a lo que sientes.

– Recuerdo que te dije lo mismo antes de tu primera cita con Kane -rió.

– Y mira adonde me ha traído -Kayla sonrió y extendió las manos sobre su gran vientre.

– Si intentas asustarme, lo estás consiguiendo -pero no podía negar que la idea de ser la mujer de Logan, de tener sus hijos, albergaba un atractivo extraño si consideraba el poco tiempo que hacía que se conocían.

No debería precipitar las cosas. Él quería otra noche. En ningún momento había mencionado un futuro a largo plazo.

– Oh, vamos -dijo su hermana-. Dime que no quieres esto -abrió los brazos-. El marido, el amor, la seguridad… la casa, los niños…

– ¿El perro y la valla blanca? Sé realista, Kayla. Estamos hablando de mí, no de ti. Yo no inspiro pensamientos de permanencia en un hombre -desde luego, nunca había considerado un futuro con los hombres que había conocido hasta ese momento.

– ¿Y crees que yo lo hacía? Antes de Kane, ¿qué conseguí de un chico salvo diversión y verlo de vez en cuando? ¿Por qué no crees que exista una persona destinada a ti? ¿Alguien a quien merezcas? -preguntó su hermana con frustración.

– Porque no soy una romántica incurable como tú. Y aunque lo fuera, hablamos de Logan Montgomery. Su cuarto de los abrigos era más grande que el salón en el que crecimos.

– ¿Y? Dijiste que su casa era la cabaña de tus sueños. Y antes de que empieces, tengo una respuesta para cada argumento que puedas plantear.

– Salvo éste. ¿Me ves como la esposa del alcalde? -Catherine se levantó y se señaló la ropa que había recogido de su apartamento el otro día. Con una camiseta negra, vaqueros blancos y sandalias imitación de leopardo, no era exactamente el tipo de mujer recatada.

– Sí, puedo verte como la mujer del alcalde. También puedo verte adaptándote. Pero, si no recuerdo mal, Logan negó los rumores. Cat, va detrás de ti. Es obvio que esas otras cosas no le preocupan. El pasado está a nuestra espalda. Vales para él… a menos que busques una excusa para alejarte -adivinó Kayla con absoluta precisión.

– Por favor, ¿quieres tener ese bebé de una vez para que dispongas de otra cosa en qué preocuparte aparte de mí? -musitó ella.

– Podría tener diez hijos y seguiría preocupándome por ti.

– Lo sé -los ojos se le llenaron de lágrimas. Sin Kayla estaría sola.

Se dijo que no era lo bastante tonta como para creer que Logan buscara un compromiso a largo plazo. Contempló sus regalos considerados y sentimentales y de poco importó la oposición de su corazón.

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