Capítulo 12

Logan le tomó la mano y la condujo al suave sofá negro de piel. La sentó a su lado.

– Para empezar, ir en serio involucra muchos restaurantes de comida rápida -metió las manos debajo de la camisa hasta apoyarlas sobre su piel.

– ¿Qué más? -se humedeció los labios resecos.

– Aparcar en un camino desierto -las manos subieron despacio hasta quedar justo debajo de sus pechos.

La piel de Catherine hormigueó al sentir su contacto y el estómago se le contrajo por el deseo.

– Otra vez no llevas sujetador, Cat -Logan chasqueó la lengua.

– No esperaba… -con los dedos le rozó el pezón y ella contuvo el aliento. Unos dardos de fuego la atravesaron-. Compañía -logró concluir-. Pensaba que no íbamos a hacer esto -no es que quisiera desanimarlo. Todo lo contrario. Se echó hacia atrás, acomodándose entre sus piernas para darle mejor acceso a sus pechos.

Él le besó el cuello. Su aliento cálido y húmedo le electrizó la piel sensible al tiempo que le coronaba los senos con las manos.

– Veo que tengo mucho que enseñarte -murmuró en su oído. Cat sintió cómo el peso de sus pechos plenos se apoyaba en sus manos-. Aparcar involucra un deseo prohibido. Te deseo, tú me deseas… pero sabemos que es demasiado pronto -continuó él, sin dejar de provocar el caos en sus sentidos mientras con los pulgares convertía los pezones en cumbres compactas y los labios abrían un surco húmedo en el cuello. Ella suspiró en voz alta, con la esperanza de que entendiera qué necesitaba-. Cuando aparcas, puedes hacer cualquier cosa que te apetezca -le mordisqueó el lóbulo de la oreja y tiró. La sensación abrasadora bajó por el cuerpo de Catherine, lo que hizo que contrajera las caderas. Pero la sensación de vacío y añoranza permaneció.

– ¿Cualquier cosa? -preguntó. El deseo que la dominaba era tan grande que haría lo que fuera para aliviar esa palpitación.

– Casi cualquier cosa -repuso Logan. Sin advertencia previa, le dio la vuelta y la puso debajo de él en el sofá. Con los brazos la aprisionó y bajó hasta quedar encima, los torsos pegados. Su erección la presionaba con fuerza.

– Creo que me gusta lo de aparcar -logró decir Cat con respiración entrecortada.

– Si es como esto, coincido -rió-. Es mucho más cómodo en un sofá grande y en un apartamento con aire acondicionado. Pero sería feliz en cualquier parte, siempre que tú estuvieras conmigo -movió las caderas.

El deseo inflamado de él empujó con insistencia sobre ella. Echó la cabeza atrás y gimió de placer.

Logan inició un movimiento de fricción que la aplastó contra el sofá y clavó su dura erección en su cuerpo.

– A esto se ciñe lo del aparcamiento -le susurró.

Las olas rompieron deprisa y con furia, acercándola más y más al borde del abismo.

– Logan…

– Déjate llevar, cariño.

– Pero tú no… nosotros no…

– Sí, Cat, estamos -gimió y la embistió.

Minutos más tarde, aún en sus brazos, Catherine pegó la mejilla a la suya. La vida era casi perfecta. Si se encontraba en el cielo, no quería despertar.

Y si el exterior los olvidaba, jamás despertaría.


«Santo cielo», pensó Cat mientras depositaba el centro en la última mesa. Dio un paso atrás para admirar su obra. Luego miró una vez más en torno al salón para cerciorarse de que todo se hallaba listo antes de marcharse. El restaurante se ocupaba del catering. Habían contratado a Pot Luck sólo para la decoración. El trabajo estaba hecho.

En la semana transcurrida después de la fiesta de los Montgomery, había recibido muchas llamadas y establecido compromisos con bastantes residentes de Hampshire asistentes a la Gala del Jardín. Aunque Pot Luck había organizado una fiesta con clase, Catherine sabía que tenía que agradecerle a Emma las referencias posteriores. Pero eso había sido antes de su enfrentamiento con el juez. No podía imaginar cuál iba a ser el resultado de aquello.

Pero tampoco le importaba. Kayla y ella habían levantado un buen negocio en menos de un año. Antes de conocer el apellido Montgomery les había ido bien y seguiría yéndoles bien después. En lo profesional, estaba feliz con su vida y si era necesario sobreviviría sin referencias.

Pero no sobreviviría sin Logan. Tanto su corazón como su mente lo sabían. La cuestión seguía siendo qué haría al respecto.

Al llegar extenuada a la barra del restaurante el camarero le ofreció un refresco mientras encendía el televisor. Agradecida, bebió un trago y lo siguiente que supo fue que la cabaña de Logan aparecía en la pantalla. Se vio dominada por la aprensión.

– ¿Puede subir el volumen, por favor? -pidió.

Se concentró en el televisor. La voz de la presentadora hizo poco para disipar el nudo que tenía en el estómago. Había evitado comprar el periódico por temor a lo que pudiera llegar a ver. Aunque sabía que no lograría esquivar los titulares para siempre, quería disfrutar de los recuerdos de la noche anterior el mayor tiempo posible. Tampoco había esperado que la televisión diera cobertura al acontecimiento preparado por el juez Montgomery.

– «El chico listo de Hampshire, Logan Montgomery, desterró con firmeza los rumores de su inminente presentación como candidato a la alcaldía. A pesar de las afirmaciones en sentido contrario del juez Montgomery, el hijo insiste en que no se presentará al cargo público».

Catherine sonrió. Al menos Logan había conseguido que la prensa viera las cosas a su manera. La pantalla pasó de la hermosa presentadora a él, de pie con unos vaqueros y un jersey, con la cabaña de fondo. La voz interrumpió sus pensamientos.

– … Y así como agradezco la confianza del juez y de otros partidarios, presentarme a alcalde no figura en mis planes.

– ¿Y cuáles son esos planes, señor Montgomery? -sonó la voz de una reportera.

– Después de mi permanencia en la oficina del defensor público, pretendo abrir mi propio bufete, donde los clientes recibirán una representación legal accesible.

Catherine no pudo evitar notar su clase y porte. De haber elegido presentarse para alcalde, habría sido un oponente formidable. Sereno y seguro de sí mismo, habría hecho falta un adversario increíble para superar su carismático encanto.

– Cada generación de Montgomery haya sido juez o funcionario público, ha conquistado el mundo. ¿No le molesta romper con la tradición? -inquirió la reportera.

– En absoluto -miró directamente a la cámara-. Prefiero conquistar el mundo de una persona por vez.

Catherine sintió un nudo delicioso en el estómago. Era como si se lo estuviera diciendo a ella. Lo mismo se habían reafirmado la noche anterior con los cuerpos. Las palabras no pronunciadas poco importaban cuando las sustituían los actos. Por primera vez se dio cuenta de que había conseguido convencerla de que un entorno diferente no significaba tanto como ella creía.

Sin advertencia previa, la cámara retrocedió y la cara seria de la presentadora ocupó el espacio que antes había tenido la sonrisa de Logan.

– La retirada del señor Montgomery de una candidatura con la que se había especulado no podría haber surgido en un momento más conveniente. Minutos antes de la programada conferencia de prensa, se tomó esta foto del señor Montgomery en una postura comprometida.

La pesadilla de Catherine apareció en la pantalla para que todo el mundo la viera. Allí estaba, con la camisa de Logan subida hasta el nacimiento de los muslos, con los brazos en torno a su cintura.

– Eh, ¿esa no es…? -preguntó el camarero.

– Soy yo -cortó ella, luego centró su atención otra vez en la pantalla.

– La acompañante de Logan Montgomery es Catherine Luck, copropietaria, con su hermana, Kayla Luck, de una empresa local de catering llamada Pot Luck.

– Ninguna publicidad es mala publicidad -musitó ella. Apoyó la cabeza en las manos y contempló cómo su vida quedaba a merced de los rumores, la especulación y el ridículo.

No era inmune al bochorno. Y sospechaba que tampoco lo era su hermana, embarazada y emocionalmente vulnerable.

– Las hermanas Luck son más conocidas por el escándalo de un negocio que heredaron, una escuela de protocolo para hombres que resultó ser una tapadera para un entramado de prostitución con vínculos con el crimen organizado…

«Santo cielo, ¿qué iban a sacar a continuación?»

– … Y, con su pasado de clase trabajadora, Catherine Luck no es la mujer que una esperaría ver con Logan Montgomery. Aunque una aventura en la playa es muy distinto de un compromiso de por vida…

– Apáguela, por favor -no era capaz de soportar más.

El camarero la miró y obedeció.

Catherine intentó respirar, pero el corazón le latía tan deprisa que creyó que el pecho le iba a estallar. Pensar era casi imposible, pero se obligó a concentrarse y su primer pensamiento coherente fue para Kayla. Reposo en cama y un embarazo de alto riesgo. Debía comprobar cómo estaba su hermana.

Si había visto las noticias, tenía que minimizar el daño. Si no era así, entonces quería ser ella quien le contara el último escándalo. Y también a Kane.

Recogió el bolso y salió al exterior. Hasta que no se hubiera cerciorado de que Kayla se hallaba bien, no pensaría en las ramificaciones para su propia persona. Aunque, mientras jugueteaba con el anillo de plástico, llegó a la conclusión de que debería hacerlo pronto.

Por no mencionar las ramificaciones para su relación con Logan.


– No contesta al teléfono, pero apuesto que está -Logan soltó un juramento frustrado.

– No me gusta esto -Emma iba de un lado a otro sobre el linóleo de su despacho.

Había llegado poco después que él, compartido un café y comentado las noticias. Con las burlas de sus amigos y colegas, agradeció su apoyo.

– A mí tampoco me gusta -convino.

– Llámala de nuevo.

– Llevo llamándola cada hora desde anoche.

Catherine no había contestado ni devuelto las llamadas. Y no creía que estuviera ocupada.

La vida otrora solitaria de Logan se había convertido en un desastre. Catherine, la única mujer de la que se había enamorado, era la única mujer que debía ser sometida a las indignidades de la prensa. La foto había pasado de un diario a otro y de un noticiero a otro en un tiempo récord.

Alzó el auricular y volvió a marcar.

– ¿Ya ha empezado el parto? -para sorpresa de él, la voz preocupada de Catherine había respondido a la primera llamada.

– ¿Cat?

– Logan.

– Esperabas que fuera Kane -no le costó adivinarlo.

– Sí -tras una breve pausa, continuó-: Para serte sincera, no es un buen momento.

– Los chismes apestan, Cat, pero no tienen nada que ver con nosotros -oyó un pitido y supo que ella tenía otra llamada. Soltó una maldición.

– ¿Qué ha dicho? -inquirió Emma, acercándose demasiado al auricular.

La apartó con un gesto y la anciana fue a sentarse obediente. Una cosa positiva que había surgido de ese fiasco era la dignidad y el respeto que su abuela había empezado a dispensarle a su vida privada.

– He de colgar -indicó Catherine.

– Atiende la llamada y vuelve a conectar conmigo. Esperaré -sabía lo importante que era su hermana en la vida de Catherine.

– No puedo pensar en mí misma ahora.

La cuestión era si pensaría en ellos más adelante o aprovecharía el tiempo para alejarse más. Respiró hondo. No le quedaba otra alternativa que aprovechar la oportunidad cuando se le presentaba.

– Entonces piensa en esto. Te amo.

El jadeo que emitió ella se vio cortado por la insistencia de la otra llamada.

– No puedo ahora. Lo siento. Adiós, Logan.

– Piensa en ello, Cat.

– No puedo -la llamada volvió a interferir-. Voy a colgar -anunció antes de interrumpir la conexión.

Bufó lleno de frustración ante el uso que le había dado a la táctica de Emma y colgó con un nudo en el estómago.

– Irás tras ella, ¿verdad? Porque se me ocurre una idea. Podemos…

– Olvídalo, abuela. Yo me ocuparé del asunto.

– Perfecto, deja a una anciana fuera de la diversión. Niégame el júbilo de mi vida -soltó un suspiro dolido.

– Sobrevivirás -puso los ojos en blanco.

– Bueno. Tengo un coche que me espera.

– Te acompañaré al ascensor -dijo Logan.

– No hace falta. Primero quiero beber un poco de agua.

– Te quiero, abuela -sonrió.

– Yo también te quiero. Y lo mismo le sucede a Catherine -la abuela le dio un beso en la mejilla-. Aunque no te lo diga.

– Eres demasiado perceptiva, inteligente y entrometida para mi propio bien -sacudió la cabeza.

– Ah, pero condimento tu vida.

– Eso es verdad.

Observó su marcha elegante y oyó su voz mientras se mezclaba con el personal de la oficina. Saber que ya no se iba a meter en su vida le dio tiempo para pensar en Cat.

«Entonces piensa en esto. Te amo», le había dicho. No le importaba brindarle su corazón, pero si ella quería aceptarlo, tendría que ir a buscarlo.


Kayla y Kane habían tenido un niño. Catherine estiró las piernas en el sillón de plástico de la sala de espera del hospital.

Echó la cabeza hacia atrás y respiró hondo por primera vez en lo que parecían horas.

Su hermana ya tenía una familia propia, una en la que ella no estaba incluida. Desde luego que jamás la excluirían, y pensaba ser la mejor tía del mundo, pero no formaba parte de su familia inmediata.

¿Por qué eso la molestaba tanto? ¿Desde cuándo anhelaba más de una vida que había considerado que la hacía feliz?

Desde que conoció a Logan. Él le había hecho creer que podía tenerlo todo en la vida, incluso a un hombre de una familia rica.

Se irguió, comprendiendo que pensaba aceptar el desafío. Una vida nueva significaba posibilidades nuevas. Catherine podía aprender de eso. No estaba definida por su pasado. Sí, procedía de un entorno pobre, pero lo había superado. El juez también tendría que hacerlo, porque ella no iba a desaparecer.

Quería todas las cosas de la vida que su hermana había encontrado, y estaba decidida a obtenerlas. El corazón le aleteó al recordar sus palabras inesperadas.

«Te amo».

Bueno, también ella lo amaba y se lo iba a demostrar.


– … Los cargos contra el acusado se levantan. Se cierra el caso -el juez hizo sonar el mazo y salió del tribunal.

Después de estrechar la mano de su feliz cliente, Logan suspiró de alivio. Ese caso infernal se había terminado.

Guardó los papeles en el maletín. Sus pensamientos volvieron a centrarse en Catherine, de quien no había oído palabra alguna.

Logan era comprensivo como cualquiera, pero había descubierto algo sobre sí mismo. El deseo de ser su perrito faldero tenía un límite. Había sido flexible hasta donde se lo permitía su integridad.

«Te amo» no eran palabras que dijera por casualidad o a cada mujer con la que salía. De hecho, nunca antes las había dicho. Y no las repetiría a menos que ella decidiera ponerse en contacto con él.

Pero eso no había frenado su preocupación; el día anterior había llamado a Kane para saber cómo estaba Kayla y había enviado unos globos para celebrar el nacimiento de su bebé.

– ¿Señor Montgomery?

Logan se volvió y se encontró al alguacil del tribunal.

– ¿Cómo va todo, Stan?

– Bien. Tengo un mensaje para usted -el hombre robusto le entregó un sobre blanco cerrado.

– ¿Quién lo ha entregado? -se aflojó la corbata.

– Una dama bonita. Rubia. Un metro sesenta, más o menos… Olía a Opium -nombró una popular fragancia femenina.

– ¿Has pensado alguna vez en hacerte detective? -sonrió-. Tienes una gran memoria.

– No. Lo que pasa es que era demasiado guapa para olvidarla. He de ir a casa o mi mujer me matará. Que tenga un buen día, Montgomery.

– Tú también, Stan.

Curioso, abrió el sobre. Extrajo la hoja doblada del interior. La extendió y leyó: Vuelve a Casa.

El corazón de Logan se desbocó. Miró hacia la puerta, pero el tribunal estaba vacío.

Recogió el maletín y se dirigió a su jeep.

Unos veinte minutos más tarde, se detenía ante la cabaña. Vio aparcada la furgoneta de Pot Luck.

Giró el pomo y no le sorprendió descubrir que la puerta estaba abierta. Después de días de incertidumbre, la descarga de adrenalina le dio vida. Saber que ella se hallaba dentro lo llenó de expectación.

– ¿Cat? -llamó, pero no obtuvo respuesta, de modo que continuó la marcha y se detuvo ante la cocina. Aunque no estaba allí, su presencia se notaba. La vieja mesa se veía transformada.

Un mantel de color crema escondía las cicatrices de la madera. Había unas velas encendidas y un ramo de flores adornaba el centro. Un olor celestial invadió sus fosas nasales y se dio cuenta de que Catherine había estado cocinando.

Salió de la cocina iluminada con una luz tenue y fue hacia el dormitorio. Aunque no necesitaba un mapa que lo guiara hasta allí, ella había sido considerada, dejándole un rastro para seguir.

Se agachó para recoger la primera señal al final del pasillo. De sus dedos colgaron unas sandalias imitación de leopardo. Experimentó una necesidad intensa y poderosa.

Dio otro paso y alzó una falda negra. Otro paso y llegó a la puerta del dormitorio. Del picaporte colgaba una combinación verde y negra. Sintió que el cuerpo se le contraía en respuesta a la seductora prenda.

La entrepierna le palpitaba con un deseo encendido. Giró el picaporte y entró. Aunque estaba seguro de que la encontraría esperándolo, de que regresaría a su lado, se negó a sucumbir a su seducción hasta que dejara claro que se había comprometido.

La habitación en la que entró era una fantasía. Lámparas tenues, velas e incienso se veían diseminados por doquier, estableciendo una atmósfera innegablemente sensual.

Contempló la gasa que colgaba de los doseles de la cama. Catherine lo esperaba echada, tapada con una sábana, su piel pálida brillaba bajo la luz de las velas. Ella era una fantasía. Y lo único que tenía que hacer él era atravesar la alfombra con motivos de leopardo…

Catherine lo miró. La determinación de explicar las cosas luchó con la necesidad de precipitarse en sus brazos.

Antes de que pudiera decidirse, Logan se acercó a su lado y se sentó en la cama.

– Te dije que esa alfombra quedaría bien aquí -le sonrió sin dejar de mirarla a los ojos, llenos con las más asombrosas emociones. Honestidad, sinceridad y amor-. Cuando decides aparecer, lo haces con estilo -soltó el aire-. Pensaba que había fracasado, Cat. Supuse que no había nada que pudiera convencerte de que lo nuestro no sería un desastre.

Ella le acarició la mejilla.

– Crecí sola, Logan. Siempre esperé que mi padre regresara, y dependí de una madre que no estaba presente, al menos no emocionalmente y luego ni siquiera físicamente. Siempre estuve preparada para lo peor.

– Y siempre sucedió -ella asintió-. Incluso con nosotros -continuó-. La conferencia de prensa, los medios de comunicación…

– Sucedió para mejor. Me mostró lo que podía manejar y me obligó a perseguir lo que quiero -lo miró a los ojos-. Y te quiero a ti.

Logan se echó sobre la cama y la abrazó. Una mezcla de tranquilidad y encendida necesidad sexual recorrió su cuerpo.

– Sabes que yo también te quiero. Pero eso no es suficiente. No entre nosotros.

– Lo sé -apoyó la cabeza en su pecho. Las palpitaciones de su corazón le indicaron que no se encontraba tan relajado como aparentaba-. Al principio el escándalo me proporcionó una excusa para huir. El bochorno fue una excusa. Y luego, cuando ya no te tuve, eso hizo que reflexionara y comprendiera que estoy a la altura de cualquier cosa o de cualquiera, incluyendo a Logan Montgomery.

– Lo he sabido en todo momento -le acarició el pelo-. Y el modo en que te encaraste al juez… te aseguro que también él lo sabe. Dedicaré el resto de mi vida a cerciorarme de que no lo olvides.

– Te amo -murmuró Catherine y fue al encuentro de sus labios para un beso abrasador. Para su asombro, los ojos se le llenaron de lágrimas. Porque al final había conseguido todo lo que buscaba de la vida y que nunca se había atrevido a soñar. El anillo de plástico se lo recordaría, por si alguna vez lo olvidaba.

Una lágrima salada se deslizó entre sus labios. Logan alzó la cabeza.

– ¿Lloras? -le secó la mejilla.

Catherine se encogió de hombros, luego soltó una carcajada.

– ¿Qué puedo decir? Me encantan los finales felices.

– Pensé que no creías en ellos.

– Y así era… hasta que apareciste tú.

– Puede que te sorprenda, pero yo tampoco creía.

– ¿Y qué te hizo cambiar de idea? -quiso saber ella.

– Tú. Tú eres mi felicidad eterna, Cat.

Ella se tumbó en la cama y alargó los brazos hacia él, susurrándole con su voz más seductora:

– Entonces ven a casa.

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