Capítulo 1

– Objetivo a la una en punto.

Logan Montgomery escuchó a su abuela de ochenta años y gimió.

– Has estado viendo otra vez películas de James Bond, abuela.

– Sólo las de Sean Connery. Ese Pierce Brosnan es demasiado nuevo y el otro es un afeminado. No sabría cómo complacer a una mujer de verdad aunque lo mordiera en el…

– ¡Abuela! -sobresaltado, la miró. Un brillo travieso iluminaba sus ojos. Había aprendido a utilizar la sorpresa a su favor-. Creo que ya es suficiente.

– Nunca habías sido un puritano.

Contuvo una carcajada y decidió darle una advertencia a la anciana.

– Y tú nunca habías ido tan lejos. Será mejor que tengas cuidado.

La mujer de pelo blanco soltó un bufido poco refinado y femenino.

– Si no te andas con cuidado, terminarás por ser un remilgado como tu padre.

– ¿Con tu influencia? Imposible -bebió la copa del champán de cien dólares, probando burbujas y poco más. Qué desperdicio de dinero. Una cerveza fría sabría mucho mejor, en particular esa inusual tarde calurosa de mayo-. Bien, ¿dime por qué me has convocado a la Gala del Jardín?

Había esperado poder soslayar la invitación formal, entregada en persona en su casa. Aunque la Gala del Jardín formaba parte de la tradición de los Montgomery como el béisbol de la primavera, Logan no sentía la misma expectación. Pero su abuela Emma era otra cosa. La adoraba.

– Por ella -su abuela agitó un dedo arrugado delante de su cara-. Allí, junto al cerezo. Ella es la que ha organizado toda la velada. Es el talento personificado.

Logan entrecerró los ojos. No podía ver mucho aparte del abrumador mar de telas floreadas de las invitadas y de los trajes negros y blancos del servicio.

– Solo veo un grupo de pingüinos -musitó.

– Creo que camarero y camarera es el término políticamente correcto -indicó Emma.

– ¿No podrías conseguir que el juez relajara el uniforme, por el amor de Dios? Esa pobre gente parece que asiste a una boda en vez de servir cócteles un día de primavera.

– Tu padre tiene sus patrones -comentó Emma imitando el tono más altivo de su hijo, el juez Montgomery-. Cree que el servicio debe vestir así. Ridículo -murmuró-. Ya tendría que haber entrado en el siglo veintiuno. Bueno, basta de Edgar por el momento. Mira a tu alrededor. ¿Qué más ves?

Logan dio dos pasos a la derecha para ver más allá de un parasol ridículo sostenido por una de las amigas de su madre, con el fin de protegerse la piel del sol inexistente.

– ¿Y bien? -un codo huesudo se clavó en las costillas de Logan.

Miró una vez más y obtuvo la recompensa al percibir a una mujer que irradiaba rayos de sol delante del elaborado bar. Ni siquiera el uniforme estirado de camarera parecía ordinario en sus extraordinarias curvas.

Retiró de la barra las copas usadas y Logan disfrutó de una visión de su espalda, que resultaba igual de tentadora que lo demás. Zapatillas negras para estar cómoda y medias negras con costura vertical en sus bien torneadas piernas. Al estirarse para secar la barra, el bajo de su minifalda subió más. Dio un paso al frente a tiempo de captar un reborde de encaje. La temperatura exterior subió unos grados, igual que algunas partes de su cuerpo. Se metió un dedo en el cuello de la camisa blanca para respirar mejor.

Entonces ella se irguió en toda su estatura, que no era demasiada. Pequeña, con el pelo rubio recogido en un moño, no mediría más de un metro sesenta. Pensando que tenía una hermana que había zarandeado a más amigos varones que los que él mismo podía contar, se consideraba un experto en cosas femeninas.

Y esa mujer lo fascinaba. Con la vista recorrió la blusa blanca ceñida, abotonada hasta el cuello pero que no podía ocultar unos pechos bien redondeados, se demoró en su cintura estrecha y se detuvo en los calcetines blancos enfundados sobre las medias. Bajo ningún concepto era una típica camarera.

No importaba desde dónde mirara, lo que veía le gustaba. Esbozó una leve sonrisa.

– Deja de babear y dime qué ves.

– A una pingüino tremendamente sexy -repuso.

– Llámala como quieras -dijo Emma, resignada-. Es la solución a tus problemas.

– No sabía que tuviera alguno -otro vistazo cuando ella giró en el bar y sonrió abiertamente. Si tuviera alguno, no le importaría que esa mujer se lo solucionara.

– ¿Quieres poner fin a las expectativas de los Montgomery o deseas que tus padres y sus amigos ricos sigan incordiándote para que te presentes a un puesto público? Nada de paz ni tranquilidad. Y adiós al trabajo discreto en la oficina de los abogados de oficio. En cuanto llegue el sábado próximo, tu vida se te escapará de las manos.

– No tienes que dar la impresión de que disfrutas con esto -musitó Logan. Pero el instinto le advirtió que su abuela no intentaba sorprenderlo en ese momento. Emma vivía en ese mausoleo junto con sus padres. Tenía acceso a detalles que a él se le escapaban y los compartía con generosidad. Concentró su atención en la anciana.

– Puedes seguir contestándoles que no, gracias -se tocó el moño perfecto mientras hablaba. Ni siquiera la humedad afectaba al peinado de Emma-. Pero tu padre es obstinado como una mula y está acostumbrado a salirse con la suya desde que llevaba pañales sucios.

– De verdad que debes cuidar esa lengua -contuvo el deseo de reír.

– Tonterías. La edad me da el derecho de decir y hacer lo que me impidió la juventud. El dicho es joven y estúpido, no viejo y estúpido.

– Ya sé por qué papá te quiere ver en una residencia -sonrió y contempló a esa mujer directa que les había dado a su hermana y a él la única fuente de amor y afecto mientras crecían. En defensa de sus intereses, había socavado los mejores esfuerzos de sus padres de convertir a sus hijos en clones perfectos de su vocación pública. El objetivo lo cumplió con su hermana.

Pero con Logan, el único hijo varón, las cosas habían sido más difíciles. Aunque había seguido su propio camino, muchas de sus elecciones, facultad de Derecho y su paso como fiscal del distrito, habían reflejado las de su padre.

Nadie creía que quisiera labrarse su propio destino. Ni siquiera los últimos dos años trabajando en el otro bando, en la oficina de los abogados de oficio, quebraron las convicciones de su familia. Para todos los Montgomery, Logan era la siguiente generación, destinada a seguir los pasos ya marcados.

Salvo para su querida abuela. Para Emma, Logan era el nieto que ella había criado, un hombre con sus propias creencias. Volvió a centrarse en lo que había dicho antes.

– Muy bien, cuéntamelo. ¿Qué va a pasar el sábado?

– Pensé que nunca lo ibas a preguntar -lo instó a caminar con ella. Luego señaló el otro extremo del patio, donde estaba su padre-. Dentro de una semana, sus conservadores amigos y él piensan anunciar tu candidatura para alcalde de nuestra ciudad. Hampshire necesita algo de savia nueva y te han elegido a ti. El hijo perfecto de la respetada familia Montgomery en su primer peldaño hacia un cargo más elevado.

– Nunca sucederá.

– Así es, y te diré por qué. Vamos a hundirte públicamente. Te liberaremos para que puedas vivir fuera del reino.

– No necesito un escándalo para liberarme de la familia -respiró hondo-. Pueden hacer planes hasta el día del juicio final, pero sin un candidato dispuesto, no tienen nada -y él no estaba dispuesto.

– Has venido hasta Hampshire, así que al menos escúchame.

Como de costumbre, la anciana tenía razón. Además, la vista desde ese ángulo era buena.

– Has mencionado un plan -cruzó los brazos-. Bien, ¿cómo puede salvarme ella? -señaló a la rubia.

– Necesitas una sacudida pública -Emma asintió-, y, ¿quién mejor para arruinar tu reputación que una mujer nacida pobre con una historia de prostitución en la familia?

– Exageras -se atragantó con el champán sin dejar de observar el blanco de Emma.

Había abandonado la protección del bar y se movía con paso ligero entre los invitados, hablando en voz baja con el personal que servía los canapés. Su aire de autoridad la apartaba de los demás empleados.

– Es la propietaria de Pot Luck, el servicio de catering. No asiste a todos los acontecimientos de los que se encarga su empresa, pero yo insistí en que se ocupara de éste.

– No me cabe la menor duda.

– Es una mujer que me gusta. ¿Recuerdas la escuela de protocolo que la policía cerró el año pasado?

– Vagamente. Me encontraba fuera del estado -se había graduado en la facultad de derecho de Columbia y aceptado un puesto en la oficina del fiscal del distrito de Manhattan, donde trabajó hasta que el leve ataque al corazón que sufrió Emma el año anterior hizo que regresara a casa. Quería pasar más tiempo con su familia. Aparte de su hermana, Grace, con quien había vivido en Manhattan, Emma era la única familia que contaba.

– Bueno, su hermana y ella -señaló a la rubia- heredaron el negocio. Parece ser que el antiguo propietario, su tío, dirigía un servicio clandestino de chicas de acompañamiento.

– Pero ella no se vio involucrada.

– Bueno, no, pero es un escándalo familiar. Y para mejorar las cosas, solía trabajar para él mientras iba a la universidad -la abuela juntó las manos entusiasmada.

– ¿Era una prostituta?

– Muérdete la lengua. Daba clases a los deficientes en testosterona. Todos ricos. Pero piensa en la reacción de tus padres si trajeras a casa a una mujer cuya familia ha jugado con la prostitución. Una mujer que instruía a los hombres solteros en el arte de la seducción.

Convencido de que no había hecho nada parecido, Logan se negó a tocar ese comentario ridículo.

– Yo no traigo mujeres a casa -explicó.

¿Para qué iba a hacerlo? Sus padres lo tomarían como una señal de que el hijo pródigo estaba listo para sentar la cabeza. Anhelaba una compañía constante y alguien a quien encontrar al llegar después de un agotador día de trabajo, pero aún no había conocido a la mujer que le interesara lo suficiente como para olvidar a las demás, menos a una con quien deseara pasar el resto de su vida.

– Lo harías si conocieras a la apropiada -afirmó la abuela con un destello en los ojos que lo alarmó.

La anciana tenía una agenda. Logan lamentó no saber más. El hecho de que Emma aceptara en voz alta que tenía un plan no significaba que lo revelara todo.

– Mi vida social está bastante completa, abuela -por el momento, decidió complacerla-. Demasiado para ceñirme a una sola mujer.

Así como salía y apreciaba a las mujeres como el que más, no veía ninguna relación a largo plazo en su futuro. A las mujeres a las que había conocido en la oficina del fiscal del distrito y las abogadas defensoras a las que se había enfrentado en el tribunal les importaba más lo que el apellido Montgomery podía hacer por ellas que él. Lo mismo se aplicaba a las mujeres del ilustre círculo social de sus padres. Sólo buscaban casarse y mantener un buen flujo de ingresos. Todas quedaban decepcionadas al enterarse de que vivía de su sueldo y que estaba aislado del legado de su familia.

Un matrimonio de conveniencia, como el que tenían sus padres, no le interesaba. Nadie se beneficiaba de una unión sin amor, en especial los niños nacidos de cara a la galería, criados por sirvientes y soslayados por sus padres.

– Abre los ojos, hijo. Nunca reconoces lo que tienes delante. Bien, como iba diciendo sobre tu padre y sus ideas para la alcaldía, si dejarle bien clara tu postura en privado no funciona, siempre podemos recurrir a los titulares. El hijo del juez Montgomery sale con una ex prostituta. No es que me guste ese tipo de enfoque, desde luego… Catherine merece algo mejor -señaló a la mujer que había en un rincón-. Ya sabes cómo exageran los periódicos con el sexo -añadió Emma-. Serás el candidato perdedor antes de que te des cuenta.

Logan emitió un gemido. Complacerla empezaba a tornarse más difícil.

– Lamento decírtelo, abuela, pero los escándalos sexuales ya no afectan a la intención de voto.

– Puede que no -se encogió de hombros-, pero veo que estás interesado. Déjate atrapar por Cat. Apuesto todo mi dinero a que el bochorno será suficiente. Tu padre cancelará la campaña.

– Posees una imaginación encendida -movió la cabeza-. No hay motivo para llegar tan lejos. Una conferencia de prensa sin el candidato hará que desaparezcan las expectativas.

– ¿Y cómo afectará eso a tu trabajo en la defensa pública? Da la casualidad de que sé que es un primer paso para abrir tu bufete.

– Ambos son asuntos míos, y a pesar de lo mucho que agradezco tu preocupación, puedo llevar mi vida sin ayuda.

Como si ésa hubiera sido la señal que esperaba, una mano grande palmeó el hombro de Logan.

– Me alegro de verte, hijo. Sabía que no desperdiciarías la oportunidad de mezclarte con tus partidarios.

La abuela enarcó una ceja y asintió, como diciendo: «Te lo avisé».

– Claro que no -miró a su padre-. Estas personas son muy importantes -«para Emma», añadió en silencio, única razón por la que había decidido asistir.

Su padre mostró una expresión radiante, confundiendo el significado del comentario. Logan no se molestó en aclarárselo. El juez jamás escucharía.

– Me complace que estemos de acuerdo. Ahora debes aprender el arte de ganarte al público -indicó Edgar.

– ¿Qué público? -adrede se hizo el tonto-. Pensé que se trataba de una fiesta al aire libre, no de una gala política para recaudar fondos.

– Sí, pero sabes tan bien como yo que detrás de cada acontecimiento hay un objetivo -manifestó el hombre mayor-. El hecho de que asistieras resulta revelador -se ajustó las solapas de la chaqueta.

Logan aguardó un segundo antes de rodearlo y pasar un brazo por los hombros de su abuela.

– Lo único que debería revelarte mi asistencia es que jamás me perdería una de las extravagancias de la abuela Emma. Aparte de eso, no tengo ningún objetivo ni plan secreto.

– Le prometí que se divertiría, algo que tú jamás aprendiste a hacer -un brillo irreverente centelleó en los ojos de la anciana.

El juez le lanzó a su madre una mirada de advertencia y luego se concentró otra vez en su hijo.

– Debemos hablar.

Logan estudió a su padre. Con su traje oscuro cruzado y su aire de autoridad, el juez Montgomery parecía estar al control de todo su dominio. Era una pena para él que Logan ya no viviera dentro de ese reino, ni que pudiera ser manipulado.

– No hay nada que discutir.

– Quiero lo mejor para ti, hijo -el juez meneó la cabeza-, y eso significa situarte en un cargo público.

– Eso sería lo mejor para ti. Quieres que continúe la tradición política. Pero yo deseo vivir mi propia vida.

– Eres joven -le dio otra palmada en el hombro-. Abrirás los ojos.

– Probablemente tienes razón -Logan enarcó una ceja-. Después de todo, compré mi casa incluso después de que tú dieras un anticipo para un ático en Boston. Acepté el trabajo en la oficina del defensor público aun después de que tiraras de algunos hilos en Fitch y Fitzwater, el principal bufete de la ciudad -se encogió de hombros-. Supongo que si contienes el aliento el tiempo suficiente, puede que abra los ojos después de todo.

– Esta es tu influencia -le dijo Edgar a su madre con los ojos entrecerrados.

– Si es así, estoy orgullosa de él. Y tú también deberías estarlo -afirmó Emma-. Es una vergüenza, Edgar. Yo te eduqué mejor.

– Logan, ocúpate de que tu abuela descanse un poco. Se la ve algo malhumorada. Hablaremos más tarde -soltó sus órdenes y, sin esperar una respuesta, dio media vuelta y regresó junto a los invitados.

– Está decidido -musitó Emma.

– Y yo más -pero Logan también se hallaba cansado de la batalla. Una parte de él deseaba no tener que luchar contra su padre por cada paso que daba en su vida.

– ¿Sigues pensando que no necesitas mi ayuda? -preguntó la anciana.

– Te quiero por la preocupación que muestras, pero puedo manejar solo a mi padre.

– Pero el tipo de ayuda que te puede ofrecer ella será mucho más divertido.

Logan miró a la mujer que arreglaba una silla y estuvo de acuerdo. No obstante, y sin importar lo tentador que fuera, no utilizaría a una mujer inocente como peón en el juego de su familia.

Pero eso no significaba que no pudiera promover la atracción y llegar a conocerla por sus propios motivos. Como Emma probablemente había predicho, lo fascinaba de un modo que pocas mujeres conseguían y quería averiguar por qué. Dejó la copa de champán en la bandeja de un camarero que pasó por allí.

– Estaré aquí por si necesitas respaldo -dijo Emma.

Dio un beso en la mejilla de la anciana.

– Seguro que podré arreglármelas -comentó con ironía, sin dejar de observar a la joven. Una de las camareras se detuvo junto a ella y le susurró algo al oído. Catherine salió disparada de detrás del bar y se dirigió hacia la casa. Logan suspiró y vio la oportunidad de desaparecer al menos por el momento.

Su trasero bien torneado y su cintura estrecha fueron una visión maravillosa antes de salir por la puerta doble.

– Desde tu perspectiva -Emma carraspeó-, diría que no le falta nada -rió.

– Diría que tienes razón -Logan rió entre dientes.


Un hombre sexy había estado observándola los últimos quince minutos. Tenía el pelo oscuro, un aspecto de modelo y una mirada penetrante que le aflojaba los músculos. No podía imaginar qué había despertado su interés cuando había docenas de otras mujeres en la fiesta. Mujeres hermosas con vestidos de seda, uñas perfectamente arregladas y recién salidas de los salones de belleza.

Sus zapatillas crujieron sobre el suelo de mármol. Hacía años que no se sentía tan fuera de lugar. Bajó la vista a su uniforme de trabajo, el mismo que se ponía en todas las fiestas de las que se ocupaba. En vez de sentirse cómoda consigo misma, se sentía transportada al pasado, cuando su hermana y ella eran las chicas Luck, que venían de los arrabales.

Sacudió la cabeza y levantó un poco el mentón. No tenía sentido negarlo. Los ricos eran diferentes. Pero había trabajado con ahínco y llegado demasiado lejos como para permitir que la dominaran sus inseguridades. Mientras la lluvia no cayera… y su cocinero no se marchara, sobreviviría a esa fiesta.

Ni ella ni su empresa, Pot Luck, podían permitirse el desastre. Con Kayla, su socia y hermana, embarazada y con órdenes de permanecer en cama, era ella quien tenía que ocuparse de todo. No podía quejarse de estar ocupada. Algún día, cuando su fama se hallara consolidada y la cuenta corriente tuviera superávit, podría ser más selectiva y aprovechar más sus conocimientos culinarios. Y después de esa fiesta, quizá ese día se acelerara.

La fiesta de los Montgomery había sido un regalo del cielo y no le costó ajustar su agenda para incorporar la gala de Emma Montgomery. El éxito significaría recomendaciones con la gente más rica y las empresas más prestigiosas de Hampshire. No permitiría que nada estropeara esa oportunidad, y mucho menos un cocinero temperamental que era su mejor amigo.

Entró en la cocina impecable donde el acero inoxidable y el cromo brillaban en todos los rincones.

– ¡Nick, estás siendo un éxito! -rodeó una gran isla central y depositó un beso en la mejilla bien afeitada.

– El pato no está frío -negó él, golpeando un trozo de carne con un cuchillo para trinchar.

– Jamás dije que lo estuviera. A los invitados les encantan los canapés. Van a difundir tu nombre desde aquí hasta Boston.

El golpe seco se repitió sobre la tabla de cortar.

– Ya soy famoso en Boston. No es justo que me critiquen porque tu gente no sea capaz de llegar hasta aquí con la suficiente rapidez para servir la comida.

Debajo de su ira y frustración, ella reconoció la preocupación y la advertencia. Alguien se había quejado sobre la temperatura de la comida. Se encogió por dentro. Ya se ocuparía de sus perezosos empleados, pero primero debía calmar al chef.

Contempló su mohín exagerado. Había crecido con Nick. Sabía cuándo tomarse las cosas en serio o cuándo una o dos palabras bastaban para suavizar una situación. Se agachó para mirar el horno e inhaló el tentador aroma.

– Esto huele deliciosamente. No conozco a ningún otro chef con tus dotes creativas -regresó a su lado-. La comida es casi tan atractiva como tú.

El cuchillo volvió a sonar sobre la tabla de cortar y él alzó la vista con los ojos entrecerrados.

– No intentes halagarme, Cat. No funcionará -la miró por primera vez y le tocó la mejilla con una mano-. Estás colorada.

– El día es tan bochornoso que olvidé la protección solar -se encogió de hombros-. Además, no todos podemos broncearnos como tú.

– Tu piel es blanca. Debes de tener más cuidado.

Catherine no pudo evitar poner los ojos en blanco. Hasta donde era capaz de recordar, Nick había cuidado de ella. Tenía unos rasgos mediterráneos clásicos y la mayoría de las mujeres lo habría cazado a la primera oportunidad. Ella no. Los amantes iban y venían; los buenos amigos eran para toda la vida.

– Si tanto te preocupo yo, deja de gritarles a los empleados.

– Son incompetentes.

– Hablaré con ellos. Lo prometo.

– Es un comienzo. ¿Qué sucede ahí afuera? ¿El señor Perfecto se encuentra entre los invitados?

– Para, Nick. Que tú estés prometido no significa que todos deseen lo mismo -no tenía ganas de mantener otra vez esa conversación con él-. Mira, el barman no apareció. Ya me estoy ocupando de dos puestos y no puedo permitirme que las camareras se marchen llorando. ¿Vas a dejar tranquilas a las chicas?

– Si prometes usar esta fiesta como una oportunidad -enarcó una ceja-. Ahí afuera hay hombres, Cat. Todo tipo de hombres. Altos y delgados, gordos y calvos, ricos y más ricos. Elige.

Su mente la llenaba un desconocido sexy de pelo oscuro y ojos magnéticos.

Desterró el pensamiento. Antes de entrar en esa casa enorme llena de elegantes mujeres, había considerado superados los recuerdos dolorosos asociados con su infancia de clase baja. Pero llevar esa fiesta, estar rodeada de perfección, avivó esos recuerdos.

La atracción sexual en un lugar atestado no significaba nada cuando era evidente que el desconocido y ella pertenecían a mundos distintos.

– Sabes que estos invitados no forman parte de mi ambiente -le dijo a su amigo.

– Solo porque tú lo crees, no porque sea verdad. Pasas demasiado tiempo sola.

– Al menos la compañía es buena -se encogió de hombros. Nick gimió-. ¿Es culpa mía que todos los chicos con los que he salido no fueran él? -Catherine aún tenía que conocer al hombre por el que valiera la pena arriesgar el corazón. A pesar de lo que creía Nick, no lo iba a encontrar allí.

– Te marchas antes de que ninguno tenga tiempo de demostrártelo. Fíjate en mí, por ejemplo.

– Te rechacé cuando teníamos dieciséis años y sobreviviste -miró el reloj-. Prometo ocuparme de que todo salga bien de esta cocina. ¿Dejaras en paz a las chicas?

– Piensa en mantener los ojos abiertos ahí afuera -contrarrestó él.

– Lo pensaré -mintió-. Eres un príncipe -dijo por encima del hombro, ajustándose la pajarita mientras salía de la cocina.

Regresó al exterior y quedó consternada al ver que las nubes estaban más oscuras y pesadas que antes. La tormenta se acercaba más deprisa de lo previsto. Apoyó las manos en la barra y cerró los ojos. Respiró hondo y soltó el aire despacio, tratando de calmarse. Demasiadas cosas dependían de que el resto de la tarde pasara sin otro contratiempo.

Una profunda voz masculina captó su atención.

– Dime qué ha provocado ese ceño en una cara tan hermosa.

Catherine nunca había oído esa voz, pero su cuerpo reaccionó al instante. Sabía a quién pertenecía. Lo que no sabía era cómo manejarlo.

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