Unas horas después de la conversación de Alissa y Alexa, Sergei alcanzó una toalla y salió del cuarto de baño, donde había estado enfriando sus pasiones bajo una ducha helada.
Eran las cuatro de la madrugada y apenas había dormido. Había dado vueltas y más vueltas, tan excitado con el recuerdo de Alissa como un adolescente ávido de relaciones sexuales. Pero eso no le hacía ninguna gracia; de hecho, le desesperaba y le extrañaba a la vez que Alissa Barlett le provocara una reacción física tan intensa.
Encendió el ordenador, frunció el ceño y buscó la fotografía de la que iba a ser su esposa. Curiosamente, la mujer de la imagen era igual que Alissa y, sin embargo, no se parecía nada a ella: en persona, sus rasgos eran más dulces y más redondeados; sus ojos, más brillantes; y su sonrisa, más atractiva. Sólo encontró una explicación: que fuera una fotografía vieja, de una época en la que estaba más delgada. E incluso así, no le hacía justicia.
En cualquier caso, el deseo no cegaba a Sergei Antonovich. Había planeado el matrimonio con detenimiento, para reducir la posibilidad de error al mínimo, pero Alissa Barlett había resultado ser un territorio tan peligroso como desconocido. Se había enfrentado a él en varias ocasiones e incluso se había atrevido a bailar con otro hombre en el club. Ya no estaba seguro de que casarse con ella fuera lo más adecuado. Su relación podía terminar de manera desastrosa.
Consideró la posibilidad de romper el acuerdo, pero la encontraba enormemente atractiva y sabía que encontrar a otra candidata con esa característica, y al mismo tiempo aceptable para su abuela, resultaría complicado. Pensó en todas las mujeres con las que había compartido su cama y le pareció extraño que Alissa hubiera despertado en él un deseo tan intenso, un deseo que no había sentido durante más de una década.
La perspectiva de tenerla era demasiado tentadora para dejarla escapar. Aunque fuera peligroso, se arriesgaría.
Se la imaginó con su vestido negro, recordó sus senos y sus piernas y se excitó al instante. El vestido le quedaba muy bien y le gustaba mucho: pero era muy provocativo y no tuvo ninguna duda de que Yelena no lo habría aprobado. Tendría que llevarla de compras para que llevara ropa más adecuada. Y en poco tiempo, cuando por fin estuvieran juntos y a solas, le pediría que se pusiera el vestido negro y disfrutaría de las delicias que ocultaba.
Definitivamente, se casaría con ella. Un deseo tan potente merecía y exigía satisfacción. Además, estaba dispuesto a sacrificar su libertad para darle el gusto a su abuela, pero no había ningún motivo para que su matrimonio no fuera una experiencia placentera.
Alissa despertó con un sobresalto. El teléfono estaba sonando, así que se sentó en el sofá, donde había pasado una noche francamente incómoda, y miró a su hermana con expresión somnolienta.
– ¡Contesta de una vez, por Dios! -le instó Alexa-. Yo no puedo contestar por ti… Seguro que es él, y es mejor que no sepa que existo.
Alissa contestó la llamada.
– ¿Dígame?
– Quiero llevarte de compras -declaró Sergei sin preliminares-. Pasaré a recogerte a las diez de la mañana.
Eso fue todo. Ni lo pidió ni lo preguntó; se lo ordenó y, acto seguido, cortó la comunicación.
Naturalmente, Alissa le dijo a su hermana lo que opinaba de él.
– ¡Por supuesto que es un mandón! -se burló Alexa-. No ha ganado todo el dinero que tiene siendo un blandengue. Es rico y poderoso. Sabe lo que quiere y cuándo lo quiere.
– Sea como sea, no tengo mucho tiempo. Será mejor que me vista.
Alexa suspiró, irritada.
– Sí, será mejor. Pero tienes tan poco estilo que tendré que acompañarte y echarte una mano.
Mientras Alexa le elegía el vestuario, Alissa notó que su hermana estaba extrañamente tensa.
– ¿Te ocurre algo? -preguntó.
– Me siento como si me estuvieras robando mi vida -contestó Alexa-. Un multimillonario te va a llevar de compras… Esto es increíble. Yo soy quien debería ir con él. No tú.
– Vamos, Alexa, te vas a casar muy pronto con Harry. Él te ama, tú lo amas y vais a tener un hijo maravilloso -le recordó-. Lo de Sergei y yo es una farsa; durará muy poco tiempo.
– Lo sé, pero cuando veo una fotografía de Sergei Antonovich, me siento celosa. Y no estoy acostumbrada a sentir celos de ti… ¿Cuántos hombres te han mirado a lo largo de tu vida cuando yo estaba cerca? Ninguno. Yo siempre he sido la gemela guapa, la más popular.
El timbre sonó. Alissa estaba tensa, dolida y desconcertada por la declaración de su hermana: estuvo a punto de responder mal y decirle que podía ocupar su lugar cuando quisiera, pero no podía. Además, era cierto que Alexa siempre había sido la más atractiva de las dos; la más delgada, la más avispada, la elegante, la que atraía a los hombres como la miel a las moscas. Y era tan cierto ahora, en el presente, como lo había sido en el pasado, durante su adolescencia.
Abrió la puerta y Borya la acompañó al coche. Alissa seguía pensando en las palabras de Alexa y en su propia vida sentimental. Sólo se había enamorado una vez, de Peter, el novio de su hermana; pero naturalmente, él no le hizo caso nunca; y por su parte, Alissa se sentía avergonzada y desleal por haberse encaprichado del novio de Alexa.
Más tarde, cuando Alexa empezó a traicionar a Peter con otros hombres, Alissa se lo calló. Podría habérselo dicho y haber aprovechado la circunstancia para conseguir lo que quería, pero el sentimiento de culpa por haberse enamorado precisamente de él le impidió actuar.
Cuando entró en la limusina, Sergei estaba sentado en el asiento de atrás. Parecía más guapo y más grande que nunca. En cuanto lo miró, sintió un revoloteo en el estómago y la boca se le hizo agua.
– Alissa…
Sergei la observó con detenimiento. Parecía irritada y algo deprimida. Se había puesto una faldita corta que le causó algún problema cuando quiso sentarse y unas botas de tacón alto. Estaba impresionante, aunque él volvió a pensar que su forma de vestir era excesivamente atrevida.
– ¿Por qué quieres que vayamos de compras? -preguntó ella.
– Bueno, tienes que probarte el vestido de novia… y he pensado que podríamos aprovechar la ocasión para comprarte un vestuario nuevo.
El comentario de Sergei la sorprendió.
– ¿Un vestuario nuevo? ¿Crees que necesito más ropa?
– Sueles llevar cosas demasiado… reveladoras.
Alissa se ruborizó y se enfadó con Sergei al mismo tiempo, aunque no podía estar más de acuerdo con él. La ropa de Alexa, que ya era bastante atrevida, resultaba mucho más provocativa en ella: al fin y al cabo, tenía más caderas y más pecho. Pero no podía decirle la verdad; no podía confesarle que esa forma de vestir era cosa de su hermana.
– No me mal interpretes -continuó el-. Estás muy sexy, pero preferiría que mi esposa tenga un aspecto algo más comedido cuando estemos en público.
Treinta minutos después, Alissa tuvo que pasar por una de las experiencias más mortificantes de su vida cuando una diseñadora de ropa y sus ayudantes intentaron ajustarle el vestido de novia. Lo habían hecho con las medidas de Alexa.
– Puede que haya engordado un poco -intentó excusarse.
La diseñadora y sus ayudantes la miraron y se quedaron en silencio. Hasta que la primera reaccionó y descargó la tensión.
– No se preocupe. Volveré a tomarle las medidas -dijo.
Roja como un tomate y sintiéndose poco menos que una vaca, Alissa permitió que le tomara las medidas. La diseñadora intentó disimular su sorpresa, pero Alissa notó su cara de estupefacción y angustia cuando vio las cifras de la cinta métrica.
– Descuide, el vestido estará antes de la boda.
Sergei, que estaba leyendo el Financial Times en un sillón, dejó el periódico a un lado y suspiró.
– Está tardando mucho tiempo -comentó él,
– Me temo que habrá que rehacerlo -explicó la modista.
Sergei frunció el ceño, sorprendido.
– ¿Es que has adelgazado?
Alissa se mordió el labio.
– No, he engordado un poco -mintió-. Tendré que ponerme a dieta…
– De ninguna manera, milaya moya -protestó Sergei- No permitiré que estropees ese cuerpo que tienes.
Alissa notó su mirada de deseo, profundamente masculina, cuando él clavó la vista en su escote. Y se puso tan colorada que casi se sorprendió por no empezar a arder como una tea.
Nerviosa y excitada, intentó romper la tensión sexual del ambiente con un comentario jocoso:
– Es que la comida me gusta mucho. Sobre todo el chocolate.
Sergei se llevó una buena sorpresa. Las mujeres no solían confesar en público que la comida les gustaba demasiado.
De vuelta en la limusina, Alissa se preguntó por qué se sentiría tan atraída por Sergei. No encontró la respuesta, pero la atracción era tan intensa que no la podía negar.
Se dirigieron a otra boutique, donde les sirvieron champán y les hicieron un pase de modelos para que ella pudiera elegir. Alissa se probó un vestido rojo y una chaqueta. Le quedaban muy bien y desde luego eran menos atrevidos que la ropa de su hermana.
Contenta con la elección, salió del probador para que Sergei la viera.
– Me encanta -dijo él con humor-. Si le añades algo con pelo, serás una versión femenina y extraordinariamente bella de Santa Claus.
– ¿En Rusia también hay Santa Claus?
– Lo llamamos Ded Moroz, que vendría a significar algo así como Abuelo Escarcha. Llega el día de Año Nuevo, acompañado por una mujer a la que llamamos la Doncella de la Nieve -explicó-. Pero mientras estés conmigo, puedes celebrar las Navidades como quieras. Yo ni siquiera conocía lo de Ded Moroz hasta que me mudé a vivir con mi abuela.
Mientras estés conmigo. Cuando Alissa oyó esa frase, pensó que Sergei lo había dicho para recordarle de un modo sutil que su relación iba a ser breve. Automáticamente, se sintió vulnerable: pero él la miró de los pies a la cabeza con tanta intensidad, que ella sintió un ardor creciente en la zona de la pelvis.
Se probó todo tipo de ropa. La mitad del tiempo, Sergei estaba hablando por teléfono con algún subalterno o socio: pero a pesar de eso, no le quitaba los ojos de encima. Era una sensación maravillosa. Alissa tuvo que resistirse al impulso, cada vez más irresistible, de posar para él y de pavonearse. Él ya no era el hombre con el que se iba a casar por dinero. Empezaba a ser algo muy diferente y mucho más peligroso.
Una hora después, el chófer de la limusina llevó un paquete a Sergei. Alissa salió del probador en ese momento, con un vestido de noche, largo y de color turquesa, que le quedaba maravillosamente.
Sergei la miró y se excitó sin poder evitarlo. La seda que le cubría los pechos era demasiado fina para ocultar sus pezones, que se habían endurecido y parecían dos fresas maduras.
Suspiró y le hizo un gesto para que se acercara a él. Alissa se acercó, pero se detuvo a unos metros.
– Acércate más -le dijo.
Cuando se detuvo ante el sillón, Sergei se levantó, sacó un pañuelo, lo llevó a sus labios y le quitó el carmín.
– Menos es más -murmuró él.
Alissa lo miró con ojos muy abiertos y esperó, completamente excitada, el inevitable beso posterior.
Sergei tomó su boca con la fuerza de un huracán. Su deseo estalló en el interior de Alissa de tal forma que casi se sintió mareada. Pero era insuficiente. Quería más. Hasta la última fibra de su cuerpo ansiaba apretarse contra él.
– Un momento perfecto y en un lugar equivocado, milaya -comentó Sergei, adivinando sus pensamientos.
Alissa sintió una frustración insoportable.
– Anda, abre la boca -continuó él.
– ¿Que abra la boca? -preguntó, sorprendida.
– Sí. No puedes tenerme aquí y ahora, pero puedes tener esto…
Sergei alzó una mano y le llevó un bombón de chocolate a los labios.
Alissa lo saboreó. Estaba tan bueno, que sintió la tentación de cerrar los ojos para saborearlo mejor.
– Qué rico está… -murmuró.
Sergei se excitó más sólo con mirarla. Alissa era una mujer terriblemente sensual y despertaba su deseo con una facilidad extraordinaria. Quiso tomarla entre sus brazos y llevarla a algún lugar tranquilo donde pudiera penetrarla y hacerle el amor una y otra vez, hasta satisfacer toda la necesidad que hasta entonces había logrado controlar con grandes dificultades.
Un teléfono sonó en alguna parte. Alissa rompió el hechizo al decir:
– Es el mío.
Uno de los ayudantes de la modista salió del probador y le dio el móvil. Era su hermana.
– Hola, Alexa.
– Escucha con atención. Mamá se ha enterado de que te vas a casar con Sergei. Una de sus amigas le ha llevado una revista en la que han publicado una fotografía vuestra. Se ha quedado atónita…
– Oh, Dios mío -declaró, consternada-. ¿Y qué le has dicho?
– Que conociste a Sergei cuando estabas en Londres, pero que las cosas no salieron bien entonces y que por eso no se lo habías comentado -respondió-. ¿Qué podía decir? Naturalmente, he añadido que os encontrasteis hace poco y que empezasteis a salir otra vez.
– Esto se está complicando por momentos -se lamentó.
– ¿Qué ocurre? -preguntó Sergei al notar su tensión.
– Nada. Mi madre ha visto una fotografía nuestra en una revista y se ha llevado una buena sorpresa-contestó ella.
– ¿Estás hablando con tu madre? Pásamela, por favor -dijo él-. Me encantaría hablar con ella.
Alissa lo sacó de su error, aunque obviamente no le dijo que se trataba de su hermana gemela. Sin embargo, no pudo evitar que Sergei insistiera en el asunto. Cuando por fin cortó la comunicación, tuvo que marcar el número de teléfono de su madre y pasarle el móvil.
Jenny respondió enseguida. Y Alissa se quedó atónita cuando Sergei empezó a hablar con naturalidad absoluta, con un control total de la situación, y se presentó prácticamente como un yerno perfecto que ardía en deseos de conocer en persona a su futura suegra.
Fue tan convincente, que quedaron en que le enviaría un coche de inmediato para que pasara por su casa a recogerla y la llevara a Londres, donde cenarían aquella misma noche.
A continuación, Sergei pasó el teléfono a Alissa.
– Ahora comprendo que lo hayas mantenido en secreto -dijo Jenny Barlett-. Parece que tu prometido es un hombre acostumbrado a salirse siempre con la suya, ¿verdad? Estoy deseando conocerlo.
Poco después, cuando ya había cortado la comunicación, Sergei dijo:
– Creo recordar que tus padres se estaban divorciando.
– Sí -dijo ella, sin más.
No quiso dar más explicaciones; pero la pregunta de Sergei la llevó a preguntarse cuántos años tenía él cuando se marchó a vivir con su abuela y por qué motivo lo habría hecho. Sin embargo, decidió que no era asunto suyo. Sería mejor que mantuviera las distancias con él.
Aquella tarde no volvió al piso de Alexa. Sergei la llevó a su ático, maravillosamente elegante, y la dejó allí porque él tenía que asistir a una reunión en la oficina. Alissa se dedicó a deambular por la casa y admirar las obras de arte antes de cambiarse de ropa y ponerse uno de los vestidos que habían comprado, de color verde. La perspectiva de cenar con su madre y tener que comportarse como si estuviera locamente enamorada de él le disgustaba mucho.
Pero, la situación resultó mucho menos problemática de lo que había imaginado. Sergei tomó el control desde el primer momento y dejó impresionada a Jenny con su seguridad y su aplomo. Sólo surgió un problema, cuando Jenny comentó que Alexa se iba a casar el mismo día que ellos. Al saberlo, Alissa dio por sentado que su hermana había elegido esa fecha para que Sergei no tuviera ocasión de asistir a la boda y conocerla en persona.
– Vaya, qué coincidencia… -dijo Sergei.
– Es un verdadero desastre, porque no podemos estar en dos sitios al mismo tiempo -comentó Jenny-. Además, ya me había comprometido a organizar la boca de Alexa. Y como está embarazada, no la puedo dejar sola…
– Por supuesto que no -se apresuró a decir Alissa-. Pero no te preocupes, mamá. No nos importa que…
– Sé que no te importa -la interrumpió su madre-, pero me gustaría asistir a la boda de mis dos hijas.
– Me temo que los preparativos de la nuestra ya están demasiado avanzados para cambiar de fecha -se disculpó Sergei.
– Se me acaba de ocurrir una solución… -dijo Jenny-. ¿Os importaría casaros juntos, aquí, en Gran Bretaña?
Alissa se quedó sin habla. Si Sergei conocía a Alexa, había muchas posibilidades de que empezara a sospechar.
– Lamentablemente, no es posible -dijo él.
Sergei explicó que se iban a casar en San Petersburgo porque a su abuela, una mujer de edad muy avanzada, le hacía ilusión. Y la pobre mujer, que no había salido de Rusia en toda su vida, tampoco estaba en condiciones físicas de hacer un viaje tan largo.
Alissa pensó que Sergei se lo había inventado sobre la marcha y agradeció que fuera un hombre tan imaginativo. Además, la tristeza de Jenny desapareció enseguida cuando él añadió que podían viajar a Londres al mes siguiente y organizar algún tipo de ceremonia para celebrar su boda con la familia y los amigos de Alissa. La idea le gustó casi tanto como el hombre que la había propuesto. Era evidente que Sergei se había ganado su admiración y su confianza.
Cuando terminaron de cenar, ella optó por volver a casa con su madre. Sergei la miró fijamente, para hacerle saber que su decisión no le había gustado; pero Alissa no tenía intención de quedarse a solas con él en su ático.
Se suponía que su matrimonio era un acuerdo legal y un trabajo, nada más; y si quería que Sergei se mantuviera en esos límites, tendría que marcarle claramente las distancias. Además, no sentía el menor deseo de ir al piso de Alexa, donde la estarían esperando un montón de cajas llenas de ropa cara que sólo contribuirían a aumentar su malhumor.
Jenny ya había entrado en el coche cuando Sergei se acercó a Alissa y dijo:
– Espero volver a verte antes de la boda,
– Lo siento… me gustaría pasar unos días sola antes de viajar a Rusia -declaró ella.
Alissa se encontró con la mirada de aquellos ojos dorados y oscuros y sintió un vacío en la boca del estómago. Eran los ojos más bonitos que había visto nunca. Pero apretó los puños y se apartó de él, muy consciente de los guardaespaldas que los rodeaban.
Sergei alzó un brazo y le apartó un mechón de la frente.
– Lo dices de tal modo que parece muy razonable, milaya -observó-. Pero sabes que no es lo que quiero.
Ella parpadeó con nerviosismo. Podía oír los latidos de su propio corazón y se sentía irremediablemente atraída hacia él. Hasta el sonido de su voz la excitaba y la estremecía.
Pero justo por eso, por la intensidad de su respuesta física, se aferró al orgullo y se resistió a su encanto.
– Sergei, tengo derecho a descansar.
– ¿A descansar?
– Se supone que esto es un trabajo, ¿verdad? Entonces, no puedo estar veinticuatro horas al día a tu disposición -respondió.
Sergei se quedó helado. El comentario de Alissa lo había ofendido y le había recordado que, en efecto, aquello sólo era un trabajo; pero como siempre, su valentía le fascinó. Tendría que ser más convincente y más generoso con ella si quería ganarse su favor
– Creo que no has leído la letra pequeña de nuestro contrato. Desde el momento en que te pongas el anillo de casada, estarás a mi disposición las veinticuatro horas del día -dijo con frialdad.
Sergei se alejó, dejando a Alissa estupefacta, nerviosa, aliviada y arrepentida a la vez. Por una parte, se alegraba por haber sido capaz de resistirse a Sergei, por haber demostrado que no era un juguete y que no se parecía a las mujeres que lo asaltaban en los clubes nocturnos; pero por otra, sentía la necesidad y el deseo de correr hacia él y reclamarle otro beso apasionado.
Por desgracia para ella, el orgullo era una compañía mucho más fría y solitaria que el amor.