Capítulo 4

Cuando Alissa volvió del paseo y entró en la casa de su hermana. Alexa la miró con disgusto y preguntó:

– ¿Dónde has estado?

– Estabas dormida cuando me he despertado -respondió-. Todavía tengo que comprar unas cuantas cosas, así que he salido a dar un paseo y…

– ¿A dar un paseo? -dijo con incredulidad-. ¿Vuelas a Rusia esta tarde y todo lo que se te ocurre es salir a dar un estúpido paseo?

Alissa apretó los labios.

– No sé cuánto tiempo estaré afuera -declaró-, pero sé que echaré de menos este lugar.

– Mamá se ha presentado a la hora de comer. ¿Y sabes una cosa? ¡Sabe de dónde has sacado el dinero!

Alissa la miró con horror.

– ¿Cómo se ha enterado?

– Lo ha deducido por su cuenta. Y aunque todo ha sido cosa mía, ahora está convencida de que tiene el dinero gracias a ti. Menos mal que sólo sabe eso: no imagina que tu boda con él es una especie de trabajo.

Alissa gimió.

– Dios mío, ¿qué voy a hacer ahora?

– Yo no me preocuparía mucho. Jenny está encantada con tu futuro marido; además, le he dicho que el dinero te lo dio Sergei por su cuenta, para que hicieras lo que te pareciera oportuno con él.

– Comprendo…

– Como ves, he vuelto a salvarte el pescuezo -ironizó.

Alissa apretó los dientes. A pesar de que su hermana se iba a casar con Harry al día siguiente, se comportaba como si su matrimonio con Sergei fuera una ofensa inadmisible para ella.

– No, querida hermana, no eres tú quien me ha salvado el pescuezo a mí, sino yo quien te lo ha salvado a ti -le recordó-. Fuiste tú quien firmaste ese contrato con mí nombre, sin que yo lo supiera. Fuiste tú quien se metió en un lío. Y ahora soy yo quien me tengo que casar con Sergei.

– ¡Oh, qué gran sacrificio! -se burló Alexa-. ¡Casarse con un hombre absolutamente fascinante, fantásticamente rico e increíblemente generoso con el dinero! ¿Es que te has vuelto loca? No ha dejado de enviarte regalos y ramos de flores todos los días… Muchas mujeres estarían más que encantadas de casarse con él. Pero tú no, claro.

Alissa no quería discutir con su hermana, así que desapareció escaleras arriba. Al parecer, a Alexa le seguía importando más el dinero y la riqueza que su supuesto amor por Harry y el hijo que esperaba.

Sin embargo, en lo de los regalos y las flores tenía razón. Sergei había sido muy generoso con ella, mucho más de lo que su contrato exigía. Ahora era propietaria de un reloj de diamantes, de todo un juego de maletas de diseño y de un anillo con un diamante enorme que volvió loca de celos a Alexa.

Por si eso fuera poco, Sergei la había llamado por teléfono todos los días. Sin embargo, él se limitaba a hablar de sus negocios o de su equipo de fútbol. No hizo el menor comentario, ni una sola vez, sobre la atracción que sentían. Y cuando pasaban a otros asuntos, era para hacerle preguntas que, en lugar de animarla, la aterrorizaban.

– ¿Con cuántos hombres has salido? -le preguntó un día.

– Con uno o dos -acertó a responder-. ¿Y tú? ¿Te has enamorado alguna vez?

– ¿A qué te refieres con lo de enamorarse? ¿A estar obsesionado por una mujer? Si es así… no, nunca me he enamorado -le confesó.

– Entonces, ¿por qué te casaste con tu primera mujer?

– Porque era la mujer más bella que había conocido hasta entonces -respondió él sin dudarlo.

Sus conversaciones telefónicas no sirvieron para que lo conociera mejor. Como mucho, aumentaron la curiosidad de Alissa y convirtieron a Sergei en un personaje mucho más enigmático para ella, en un libro absolutamente cerrado, en un hombre imprevisible.

Necesitaba saber qué le gustaba, qué le enfadaba, qué cosas le hacían feliz. Y sus evasivas la irritaban cada día más.

Cuando llegó la hora de marcharse, se despidió de Alexa y de su madre. Sergei le envió un coche con dos guardaespaldas que la recogió en la puerta de la casa.

Su teléfono móvil sonó durante el trayecto al aeropuerto. Sorprendentemente, era su padre.

– Tu madre me ha dicho que te marchabas esta tarde -le informó-. Estoy en el aeropuerto y necesito hablar contigo.

– ¿En el aeropuerto?

– Sí. Tómate un café conmigo, te lo ruego -respondió Maurice Barlett-. He venido sólo para verle a ti. Hace tanto tiempo que no hablamos…

Unos minutos después, Alissa entró en la cafetería del aeropuerto con un abrigo negro y unas botas nuevas.

Maurice se levantó y se acercó a ella para saludarla, pero los dos guardaespaldas se interpusieron en su camino.

– No os preocupéis -dijo Alissa-. Lo conozco. Os podéis tomar un descanso.

Los guardaespaldas cruzaron una mirada, se encogieron de hombros y se apartaron. Maurice Barlett, un hombre rubio y atractivo que aparentaba mucha menos edad de la que tenía abrazó a su hija con fuerza y desesperación, como si tuviera miedo de perderla.

– Gracias por venir, Alissa. Sabía que tú no podías ser tan dura e inflexible como tu hermana.

– Si pretendes que te perdone por lo que has hecho, olvídalo. No puedo, papá. Es demasiado pronto para eso -le confesó-. Pero a pesar de todo, sigues siendo mi padre.

– Ha pasado tanto tiempo desde la última vez que nos vimos…

Alissa tuvo que contenerse para mantener la calma. El encuentro con su padre la había emocionado tanto, que estaba a punto de romper a llorar.

– Eso no es culpa mía, papá. Nos abandonaste.

– No, eso no es verdad. Yo no os he abandonado. Me separé de tu madre, que es bien distinto -afirmó, sin dejar de abrazarla-. ¿Cómo puedes pensar que os abandonaría? Alexa y tú sois lo que más quiero en este mundo. Los últimos meses han sido un infierno para mí.

Se sentaron a una mesa y pidieron un café, que ella se tomó a toda prisa, haciendo esfuerzos para no llorar.

Su padre la tomó de la mano y le confesó:

– Si te sirve de algo, mi relación con Maggie no va bien.

A Alissa no le sirvió de nada. De hecho, la confesión de su padre sólo sirvió para que se sintiera un poco peor. Le pareció triste que se hubiera separado de su madre para marcharse con otra mujer y que al final acabara solo.

– Sólo tengo unos minutos -le advirtió.

– Y dime… ¿cómo es que te has enamorado de un multimillonario? Si hubiera sido tu hermana, no me extrañaría. Pero tú…

Alissa se alegró de que cambiara de conversación.

– Cosas que pasan -respondió-. Supongo que también sabes que Alexa se va a casar… Harry es un hombre encantador La adora.

– Por su propio bien, espero que además de adorarla, tenga las fuerzas necesarias para soportarla -ironizó-. Alexa es muy obstinada. Me cuesta creer que quiera sentar cabeza y convertirse en esposa y madre.

Alissa miró a su padre con intensidad y dijo, de repente:

– Éramos una familia tan feliz…

En cuanto las palabras salieron de su boca, los ojos se le llenaron de lágrimas. Jamás habría imaginado que la separación de sus padres fuera a resultarle tan dolorosa.

Se levantó de la silla y se despidió.

– Tengo que marcharme, papá.

Su padre la abrazó de nuevo y le dio un beso en la frente.

– Lo siento, lo siento mucho -dijo-. Lo siento con toda mi alma. A veces, no aprecias lo que tienes hasta que lo pierdes.

Alissa se alejó entonces, con los dos guardaespaldas como escolta. Unos meses antes, su padre le había dicho que estaba profundamente enamorado de Maggie Lines y que no podía hacer otra cosa que marcharse con ella: ahora, en cambio, lamentaba su decisión. Pero eso no significaba necesariamente que tuviera intención de volver con Jenny.

El primer viaje de Alissa en un jet privado sirvió para animarla un poco. El avión era muy cómodo y la tripulación se desvivió por atender sus necesidades. Vio una película y leyó unas cuantas revistas antes de que le sirvieran una comida y un postre de bombones belgas, que dejó a un lado, decidida a resistir la tentación, hasta que el deseo pudo más.

Sergei llamó al cabo de un rato.

– Gracias por los bombones -murmuró ella-, aunque no debería darte las gracias por eso… debería protestar. Ya me he comido la mitad.

– Bueno, es que quiero que engordes un poco -bromeó.

– No tiene gracia, Sergei. Cuando se trata del chocolate, ser cruel es la única forma de ser verdaderamente amable -le advirtió-. No tengo fuerza de voluntad para resistirme a él.

Sergei cambió de conversación.

– Esta noche tengo una reunión, así que no podré verte antes de la ceremonia -le dijo.

Alissa se sintió muy decepcionada y ni siquiera supo por qué. Estaba engañando a su propia familia al hacerles creer que se había enamorado de Sergei. Aquello sólo era un trabajo, un simple acuerdo, y ella misma había tomado la decisión de mantener las distancias con él.

Sin embargo, por mucho que lo internara, no podía dejar de pensar en Sergei Antonovich. Por mucho que se esforzara, no lograba resistirse al deseo. En lugar de una mujer adulta, parecía una adolescente.

El avión aterrizó a primera hora de la noche en el aeropuerto de Pulkovo, en San Petersburgo. Hacía mucho más frío que en Londres.

La limusina que la recogió avanzó lentamente por las calles de la ciudad. Alissa nunca había visto tantos edificios bonitos en un mismo lugar así que tampoco se sorprendió mucho cuando el coche se detuvo frente a una mansión espléndida y el chófer le informó de que ya habían llegado a su destino.

Subió por la escalinata, entre las nubes de vaho de su respiración, y entró en un vestíbulo magnífico cuyo entarimado estaba reluciente. Las paredes de color amarillo, los detalles arquitectónicos de escayola y los muebles antiguos le parecieron tan bellos como inesperados a la vez; tras conocer el ático de Sergei en Londres, había supuesto que su residencia de San Petersburgo también sería moderna y funcional.

La acompañaron a un dormitorio de invitados, tan elegante como el resto de la casa, donde dejaron su equipaje. Poco después, le ofrecieron algo de comer: pero ella desestimó la oferta. El viaje había sido muy largo y estaba agotada.

Cuando aparecieron dos doncellas y se dedicaron a guardar sus cosas, Alissa se retiró al enorme cuarto de baño, donde se quitó la ropa y sumergió en agua caliente.

Fue tan placentero, que estuvo en el agua mucho más tiempo del que pretendía. Y habría seguido allí si no hubieran llamado a la puerta.

– ¿Sí?

Alissa salió de la bañera, sobresaltada, y alcanzó una toalla.

– Soy Sergei. Quiero hablar contigo.

Sorprendida, Alissa alcanzó el albornoz que estaba colgado detrás de la puerta y se lo puso. No era la indumentaria más adecuada para recibir a Sergei, pero taparía más que una simple toalla.

Cuando abrió y salió del cuarto de baño, se sentía desnuda. No había tenido ocasión de maquillarse ni de cepillarse el pelo.

En cuanto miró a Sergei, tan alto y amedrentador, se quedó sin aliento. Llevaba un traje gris y estaba espectacular, pero su expresión de ira la paralizó al instante.

Sergei arrojó dos fotografías sobre la cama y dijo:

– ¡Explícate ahora mismo!

Asombrada, Alissa frunció el ceño y se acercó a la cama para mirar las fotografías. Se las habían sacado en la cafetería del aeropuerto de Londres, y aparecían su padre y ella.

– ¿Qué tengo que explicar?

Sergei palideció.

– ¿Y encima te atreves a preguntarlo? -bramó.

Alexa se sintió profundamente indignada.

– ¡No me vuelvas a alzar la voz!

Sergei la miró con incredulidad.

– ¿Eso es todo lo que tienes que decir?

Ella se encogió de hombros.

– Es todo lo que mereces que le diga -respondió-. Cómo te atreves a entrar en mi habitación de esa manera y gritarme como si…

– ¿De qué manera he entrado? Pero si hasta he llamado a la puerta del cuarto de baño -se defendió él.

– Sí, para gritarme después.

– ¿Y qué esperabas que hiciera después de ver esas fotografías? ¡Estás abrazando a otro hombre!

Sergei avanzó hacia ella. Alissa retrocedió y alcanzó un jarrón, con intención de tirárselo si la situación se complicaba.

– ¡Da un paso más y te lo estampo en la cabeza! -lo amenazó.

– ¿Es que te has vuelto loca?

Sergei no salía de su asombro.

– No, no estoy loca. Pero sé cuidar de mí misma.

– Pues si no estás loca, ya me dirás a qué viene esa amenaza. ¿Crees que soy capaz de agredirte, de usar la fuerza contigo? -preguntó.

Ella lo miró con perplejidad.

– ¿No es así?

Sergei la miró con mucha seriedad y contestó:

– Por supuesto que no. Nunca, en toda mi vida, le he hecho daño a una mujer.

Con una rapidez inaudita, se acercó a ella y le quitó el jarrón de la mano.

– Te asustas con facilidad, Alissa -añadió.

– ¿Y te extraña que me asuste? -preguntó ella-. Entras aquí como una exhalación y empiezas a…

Sergei la interrumpió con una expresión en ruso que Alissa no entendió. Después, alcanzó una de las fotografías y la sacudió en el aire.

– Deja de responder con evasivas. ¿Quién es este hombre?

Alissa se cerró el albornoz con fuerza.

– Mi padre.

– ¡Oh, por Dios! ¡No me vengas con esas estupideces! -rugió, perdiendo la paciencia-. Este hombre no parece mayor que yo…

– Estoy segura de que mi padre encontraría halagador tu comentario, pero ya me he cansado de tus acusaciones. Deberías comprobar las cosas antes de empezar a atacar a la gente sin fundamento.

– Yo no ataco a la gente. Además, si este hombre es verdaderamente tu padre, ¿por qué estás llorando en la fotografía?

– Porque era un momento muy emotivo para mí, Sergei. No nos habíamos visto en mucho tiempo -contestó ella-. Pero ahora que lo pienso, supongo que no debería sorprenderme de tu reacción… si has desconfiado de mí, es porque estarás acostumbrado a que las mujeres te traicionen.

– No, eso no es verdad -mintió él.

– ¿En serio? Bueno, si tú lo dices… Pero por otro lado, ni siquiera sé por qué habría de molestarte. No soy tu novia.

– Pero mañana seré tu marido.

– Espero que me perdones por decir que, en este momento, la idea de convertirme en tu esposa no me agrada demasiado.

– Ni yo pretendo que te agrade -declaró él, enfadado-. Soy lo que soy y no voy a cambiar.

– Vaya, gracias por la información -se burló Alissa-. Ahora sé que ni siquiera tienes la inteligencia necesaria para aprender de tus errores.

Sergei la miró con incredulidad y se quedó en silencio. Era obvio que su comentario le había hecho daño.

Alissa se sintió muy culpable.

– Lo siento, Sergei, discúlpame. Ese comentario ha sido muy injusto. No he debido de…

– ¿Y desde cuándo es justa una mujer? -preguntó Sergei, dolido.

– Está bien… ¿quieres una respuesta? Te la daré.

Sergei esperó a que hablara.

– Ese hombre es mi padre. Te he dicho la verdad, aunque jamás habría imaginado que alguien nos pudiera tomar por una pareja… Digamos que mi relación con él se enfrió bastante cuando se separó de mi madre. Y como te puedes imaginar, el reencuentro ha sido muy emotivo para mí.

– ¿Por qué?

– ¿Cómo que por qué?

– No entiendo que el divorcio de tus padres te haya afectado tanto. Eres una mujer adulta. Lo que tus padres hagan es problema suyo, no tuyo.

– Sí, sé que tienes razón; pero mi familia estuvo siempre tan unida… Además, todo pasó de repente -respondió, intentando mantener el aplomo-. Un día, mi padre nos dijo que se había enamorado de otra mujer y que se iba a divorciar de mi madre. Poco después se marchó a vivir con ella y…

Al ver que los ojos de Alissa se llenaban de lágrimas, Sergei se acercó y la abrazó con cariño.

– ¿Qué estás haciendo? -preguntó ella.

– Supongo que darte un poco de afecto, de calor humano. La verdad es que no estoy muy acostumbrado a estas cosas… me temo que no es un campo en el que tenga demasiada experiencia -le confesó, inseguro.

– Mi madre es tan infeliz, Sergei… y yo no puedo ayudarla -murmuró.

– Bueno, conocerá a otro hombre y volverá a ser la que era -dijo él, intentando animarla.

Al bajar la mirada, vio la parte superior de sus senos por el cuello del albornoz y se excitó sin poder evitarlo.

– Pero está enamorada de mi padre. No es tan sencillo…

– No es tan sencillo porque te empeñas en verlo complicado -alegó, mientras le acariciaba el cuello con delicadeza-. Ti takaya nezhnaya… Eres tan suave, milaya moya

Alissa sabía que debía apartarse de él si quería mantener una distancia emocional, pero el deseo que sentía por Sergei era demasiado fuerte. Sus pezones se endurecieron de inmediato y enviaron un mensaje eléctrico a la zona que estaba entre sus muslos, ya húmeda.

Era una sensación desesperante y exquisita a la vez.

Sergei la besó con toda la pasión de la que era capaz. Alissa llevó las manos a su cabello y soltó un gemido de satisfacción. Nunca se cansaba de sus besos. Lo necesitaba tanto como respirar. La intensidad de sus labios y de su lengua era devastadoramente erótica.

Sergei introdujo una mano bajo el albornoz y la cerró sobre uno de los senos de Alissa. Después, le acarició el pezón y la besó nuevamente. Ella sintió un placer intenso, profundo, que la empujó a abrazarse a él con más fuerza.

El sonido de un teléfono móvil rompió el hechizo. Alissa se apartó inmediatamente de Sergei y se cerró el albornoz.

El contestó la llamada. Cuando terminó de hablar, ella preguntó:

– ¿Qué ha pasado con la reunión que tenías esta noche?

– El director de un periódico sensacionalista de Londres me ha enviado esas fotografías. Es obvio que quería que te las arrojara a la cara, suspendiera la boda y le diera un buen escándalo para publicarlo -contestó él-. Naturalmente, he suspendido la reunión y he venido a verte.

Alissa se sentía frustrada. Su cuerpo era un remolino de sensaciones irrefrenables. Lo deseaba tanto, que casi le dolía.

En cuanto a Sergei le pasaba lo mismo que a ella. Pero nunca había seducido a una mujer por la fuerza y no iba a empezar entonces. Si Alissa no quería tenerle cerca, así sería.

– Supongo que quieres que me marche -murmuró.

Alissa lo miró a los ojos. No quería que se marchara; quería que se quedara con ella para siempre. Además, el deseo de Sergei hacía que se sintiera especial, única. Jamás habría imaginado que podía gustarle tanto a un hombre acostumbrado al favor de las mujeres más bellas del mundo.

– ¿Alissa?

– ¿Sí?

Sergei se acercó y le acarició el cuello otra vez.

– Mañana a estas horas serás mía. Sólo faltan veinticuatro horas más, milaya moya… Estoy deseando que llegue ese momento.

Sergei se marchó, pero ella permaneció donde estaba, inmóvil, sin fuerza para reaccionar.

Al cabo de unos minutos, se metió en la cama e intentó conciliar el sueño.

No lo consiguió. Por alguna razón, su mente se empeñaba en recordarle sus caricias una y otra vez; en invocar la imagen de la mano de Sergei en su cuerpo.

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