Capítulo 8

– ¿A qué viene tanta insistencia? -preguntó Alexa al otro lado de la línea. Tras una espera de casi treinta y seis horas, Alexa se había dignado a responder a sus múltiples mensajes y llamadas telefónicas. Cuando oyó su voz, Alissa se sintió tan aliviada, que se mareó y tuvo que sentarse en la cama del dormitorio.

– ¡Por Dios! ¿Es que no has oído mis mensajes? ¡Sergei ha descubierto la verdad! -exclamó.

– Sabía que serías incapaz de cerrar la boca.

– ¡Eso no tiene nada que ver! ¿Cómo es posible que no me dijeras que estaba obligada a darle un hijo? -preguntó, profundamente enfadada con su hermana-. Te lo callaste porque sabías que no aceptaría nunca.

– Dijiste que estabas dispuesta a hacer cualquier cosa por mamá. Pero no veo por qué te preocupa tanto; toma la píldora y así no te quedarás embarazada -declaró.

Alissa suspiró, exasperada.

– ¿Que tome la píldora? ¿Crees que eso servirá para salir de este lío? ¡Me has engañado, Alexa! ¡Lo planeaste todo para que me casara con Sergei sin saber a lo que me exponía! ¡Has sido terriblemente injusta conmigo! ¡Y con él!

– ¿Desde cuándo te preocupa que alguien sea injusto con Sergei? -se burló su hermana.

– Ya veo que no te lo tomas muy en serio… Pues será mejor que cambies de actitud, porque Sergei está dispuesto a acudir a la policía y denunciarnos por fraude. Has hecho algo ilegal, Alexa.

Alexa soltó una risita.

– ¡Jamás permitiría que este asunto se haga público! ¿No comprendes que sería demasiado embarazoso para él?

– No conoces a Sergei, Alexa. Lo hará.

– Sólo pretende asustarte, Alissa. No nos denunciará.

Alissa comprendió en ese momento que su hermana lo había calculado todo hasta el último detalle. Siempre había estado convencida de que Sergei no se atrevería a denunciarla si descubría la verdad.

– Te equivocas. Su amenaza es seria. Quiere que le devolvamos el dinero.

– ¡Pues no pienso devolverlo!

– Alexa, sé que recibiste mucho dinero por firmar ese contrato. Me metiste en este lío y ahora me tienes que sacar de él. Vende el coche que te compraste, ponte en contacto con los abogados de Sergei en Londres y devuelve todo lo que te quede -le ordenó.

– ¿O qué? -la desafió su hermana.

– Le has engañado a él y me has engañado a mí. ¿Es que no te da vergüenza? Sergei mantuvo su parte del contrato, pero tú la incumpliste y yo no puedo cumplir la mía. ¡Quedarte ese dinero es lo mismo que robar! ¡Me asombra que no le des cuenta! -exclamó Alissa-, Además, Sergei cree que yo estaba al tanto de tu plan y me responsabiliza… ¿Qué demonios te ha pasado, Alexa?

– ¿A mí? ¿Qué te ha pasado a ti? Se supone que eres hermana mía. ¿Dónde está tu sentido de la lealtad? -la acusó.

– ¡No metas la lealtad en esto! -bramó-. ¡Tienes que devolver el dinero!

– ¡Eres una estúpida! ¡No puedo devolver el dinero que ya me he gastado! Ah, y hazme el favor de no volver a llamarme… ¡Estoy de luna de miel y no voy a permitir que hundas mi matrimonio o mi cuenta bancaria con tus amenazas y tus acusaciones!

Alexa cortó la comunicación y Alissa se maldijo por no haberle dicho ni la mitad de las cosas que pensaba sobre ella. Pero no podía ser demasiado severa y pretender al mismo tiempo que entrara en razón y devolviera el dinero: si la presionaba demasiado, se negaría en redondo y aprovecharía la distancia física para no volver a hablar con ella.

Bajó al salón, desayunó y recibió la visita del chef, quien le pidió que eligiera las comidas del resto de la semana. En seguida apareció el ama de llaves, con todo tipo de asuntos de los que quería hablar.

Aunque uno de los ayudantes de Sergei le sirvió de intérprete, Alexa comprendió que, si iba a quedarse mucho tiempo en San Petersburgo, debía aprender algo de ruso para hacerse entender. Eligió las comidas sin saber muy bien lo que había elegido y, tras una inspección de la casa en compañía del ama de llaves, tomó decisiones sobre la redecoración de una habitación que por lo visto se había quemado porque un invitado se durmió con el cigarrillo encendido.

Como no tenía nada más que hacer, decidió aprovechar su estancia en Rusia para disfrutar de la ciudad, una de las más bellas del mundo. Alissa le contó sus intenciones a Borya, que de repente decidió acompañarla a todas partes. Ahora entendía que el jefe de seguridad de Sergei no hubiera acompañado a su jefe a Londres. Obviamente, se había quedado allí para vigilarla.

Salieron de la casa y visitaron el Palacio de Invierno y el Hermitage, en cuyas salas había una colección impresionante de obras de arte. Alissa caminó de sala en sala, asombrada con la belleza que la rodeaba, y casi se olvidó de sus problemas. Al cabo de un rato salió a los jardines, pero empezó a nevar enseguida y pensó que hacía demasiado frío para pasear.

Estaban regresando a la limusina cuando alguien la llamó por su nombre, lo cual la sorprendió. Cuando se dio la vuelta, vio a un paparazi que le sacó una fotografía, Borya reaccionó de inmediato y dos de sus hombres salieron en persecución del periodista. Fue una situación tan desagradable, que Alissa se alegró mucho de volverá la casa.

Al día siguiente se marchó a Peterhof, un conjunto palaciego situado en las afueras de la ciudad. Los jardines, con estatuas doradas y fuentes preciosas, estaban cubiertos de nieve. Hacía un frío terrible, pero los guardaespaldas habían sido más previsores que ella y se habían puesto sombreros y abrigos anchos. Aquella noche, cuando se acostó, Alissa soñó que una manada de lobos la perseguía por los jardines del complejo,

A la tarde del día siguiente la llevaron a un avión y viajó hasta Antibes, en Francia, donde estaba amarrado el yate de Sergei; por suerte, el clima era considerablemente más agradable que en Rusia. El largo y elegante navío, tan grande que tenía una piscina y camarotes dignos de un rey, se llamaba Platinum, y casi toda la tripulación era inglesa.

El barco zarpó poco después de que subiera a bordo, en dirección a las islas del Egeo. Tras cenar en cubierta con una vista preciosa del mar, Alissa se sentó en un sofá del camarote principal y vio las noticias en el televisor. Al reconocer el nombre de Sergei, se puso tensa y subió el volumen de inmediato.

Alissa se llevó una buena sorpresa al descubrir que estaban hablando de su boda. De repente, se vio a sí misma en San Petersburgo, entre la nieve, y supo que era la foto que le había sacado el paparazi.

A continuación pasaron una entrevista con Sergei, que habló con voz muy seria cuando le enseñaron la imagen. Al parecer no le había gustado que su esposa aprovechara la primera ocasión para marcharse por ahí y divertirse sin él.


Sergei apareció en el yate más tarde de lo que había planeado. En sus ojos todavía resonaba la voz de Yelena, con quien había hablado una hora antes. Su abuela había visto a Alissa en televisión, sola, y estaba enfadada con él por haberse marchado a Londres inmediatamente después de la boda, Sergei pensó que su esposa le había causado una impresión más que buena, porque, de lo contrario, Yelena no se habría atrevido a meterse en su vida sentimental.

EL yate había anclado en una de las islas griegas, en el puerto de una pequeña localidad de casas blancas y cipreses afilados. Sergei no se había molestado en llamarla por teléfono para avisarla de su llegada; llegó en helicóptero a la localidad y subió al barco enseguida. Su esposa se encontraba en cubierta. Llevaba el cabello suelto y se había puesto un vestido largo y sedoso, de color azul.

Al verla, sonrió de oreja a oreja sin poder evitarlo. La sonrisa de Sergei la desconcertó tanto como su aparición súbita y el profundo impacto que le causaba aquel hombre de piernas largas, caderas estrechas y hombros anchos.

Llevaba un traje negro que le quedaba a la perfección e irradiaba carisma y energía.

Sergei Antonovich le gustaba tanto que sintió un calor intenso entre las piernas y sus pezones se endurecieron al instante.

– ¿Champán? -preguntó él.

Sergei descorchó la botella que había pedido de camino a cubierta, llenó dos copas y le dio una.

– ¿Qué estamos celebrando?

Él arqueó una ceja.

– Dímelo tú. Doy por sentado que tu presencia en el barco significa que has decidido quedarte conmigo…

Alissa pensó en una docena de respuestas posibles, todas las cuales incluían el hecho de que no tenía más remedio que quedarse con él. Pero entonces se acordó de que a Sergei siempre le había molestado que se escondiera tras toda una gama de excusas con tal de no admitir que lo encontraba atractivo, así que decidió ser más directa.

– Sí. Me voy a quedar.

– Veo que el sentido común ha triunfado, milaya moya -dijo él-. Nos necesitamos el uno al otro.

Ella bebió un sorbito de champán.

– Sólo siento estar de vuelta por una cosa -continuó él-. Ahora que estás a mi lado, ya no tendré sueños eróticos en los que imagino que te retengo como prisionera, atada a los pies de mi cama…

Alissa se excitó un poco más y su corazón se aceleró. Le pareció increíble que la idea de ser prisionera de Sergei le resultara excitante, pero era verdad.

– Créeme. No he pensado en nada más -añadió Sergei.

– Oh, vamos, seguro que has dedicado todo tu tiempo a comer, dormir y hacer negocios -bromeó.

– Sí, eso es verdad, pero sólo porque quería volver contigo cuanto antes. Tú eres la única recompensa que quiero.

Sergei la besó en la boca con sensualidad y hundió los dedos en su cabello.

Mientras la besaba, bajó una mano y la cerró sobre sus senos, que a continuación empezó a acariciar. En pocos segundos, Alissa estaba tan fuera de sí que gemía de placer. Sergei suspiró entonces, la tomó entre sus brazos y la llevó al interior de la embarcación.

Ya habían llegado al camarote y le estaba separando las piernas para levantarle el vestido y explorar su sexo con los dedos cuando le preguntó:

– ¿Tendré que atarte?

Ella volvió a gemir cuando sintió que le acariciaba el clítoris.

– Sí, creo que será lo mejor… -acertó a contestar

Sergei la alzó en vilo y la sentó en una mesa.

Patse lux min-ya… bésame -ordenó él, sentándola en el borde de la mesa.

Ella obedeció su orden, encantada. La mesa estaba fría, pero no le importó en absoluto. Estaba demasiado ocupada intentando quitarle el cinturón para desnudarlo rápidamente y sentirlo dentro.

Sergei decidió ayudarla y se desabrochó los pantalones. Después, con un suspiro de placer, la penetró sin más preámbulos. Ella empezó a jadear a medida que los movimientos de Sergei la iban acercando al clímax.

– No te pares… ¡No te pares! -le rogó.

Sergei la agarró con fuerza y aumentó el ritmo y la intensidad de las acometidas. Cuando Alissa llegó por fin al orgasmo, fue como si todo su cuerpo ardiera por dentro. Y Sergei la acompañó segundos después.

– Nunca me cansaré de ti, angil moy -dijo él cuando apenas habían transcurrido un par de minutos-. Acabamos de hacerlo y ya me has excitado otra vez…

Alissa todavía sentía las últimas olas de placer cuando se dio cuenta de que habían hecho el amor sobre una mesa, y parcialmente vestidos. Sergei se apartó un momento para dejar en una silla la ropa que se había quitado, pero la amontonó sin orden ni concierto.

– Deberías ser más cuidadoso -dijo ella.

– Tengo cosas más importantes que hacer que ser cuidadoso con la ropa -dijo él, mirándola con humor-. Pero me sorprendes, Alissa… no puedo creer que ya te comportes como una esposa.

– ¿Quieres que me comporte como una esposa? -preguntó, sorprendida.

Da… Sí. Quiero el paquete completo. Pero lo que verdaderamente quiero en este momento es una ducha.

Sergei la tomó en brazos otra vez.

– Ya sabes que no puedo concederte todo lo que quieras. No te atrevas a dejarme embarazada.

Sergei frunció el ceño.

– No sin tu consentimiento. Además, siempre he usado preservativo… menos la primera vez, por supuesto. Y entonces pensaba que habías leído el contrato y que estabas de acuerdo en darme un hijo.

Cuando Sergei la desnudó y la metió en la ducha, Alissa se había quedado pálida. Ni siquiera había caído en la cuenta de que la primera vez no habían usado protección. Estaba demasiado excitada para notarlo.

– Espero que no pase nada…

– Yo también, Alissa. Al principio había pensado en esperar un año, y ahora ya sé que no quieres tener un hijo conmigo. Aunque es posible que más tarde, cuando me conozcas mejor, cambies de idea…

– ¡De ningún modo! No cambiaré de idea. Un hijo necesita una madre.

Sergei abrió el grifo de la ducha y se metió con ella bajo el agua.

– Eres tan sexy… pero dime una cosa: ¿qué harías con mi hijo? ¿Usarlo como arma contra mí? ¿Obligarme a afrontar una serie interminable de juicios por la custodia del niño para sacarme todo el dinero que puedas?

– No tienes muy buena imagen de las mujeres, según veo,

– Me temo que algunos de mis amigos han pasado por un infierno por culpa de sus ex esposas. Yo no cometeré el mismo error. Las mujeres tienden a ser muy vengativas cuando sus relaciones amorosas se rompen.

Alissa sacudió la cabeza.

– No sé cómo serán las demás, pero yo no haría eso nunca. Tomaría las decisiones en función de lo que fuera mejor para mi hijo.

– Siempre dices lo correcto, milaya moya. Y sé que también le has dicho lo correcto a tu hermana, aunque no haya servido de mucho.

Sergei salió de la ducha.

Alissa tardó un momento en darse cuenta de lo que había pasado.

– ¿Cómo sabes que he hablado con mi hermana?

– Porque ordené que grabaran tus conversaciones. Quería saber si me estabas diciendo la verdad.

– ¿Me has espiado? ¡Eso es horrible! -protestó.

– A diferencia de ti, yo no miento ni engaño ni estafo a nadie. Siempre te diré la verdad, Alissa; de eso puedes estar segura. Pero no voy a mantenerme en la ignorancia en lo relativo a las cosas que me importan.

Alissa se secó y entró en el dormitorio, donde eligió un pijama y se lo puso antes de meterse en la cama.

– ¿Vamos a dormir juntos todas las noches? -preguntó ella-. Dijiste que no eres un romántico…

– Pero has conseguido que aprecie cosas que antes no apreciaba. Durante las próximas semanas lo compartiremos todo, como los recién casados que somos -declaró.

Alissa no entendió lo que pretendía; sí no iba a darle un hijo, carecía de sentido que se mostrara tan amable. Y Sergei demostró conocerla mucho mejor de lo que ella pensaba, porque adivinó sus pensamientos y dijo:

– Deja de darle vueltas y más vueltas a todo. No eres perfecta, es verdad, pero nunca esperé que lo fueras. Y por otra parte, te deseo tanto que me he vuelto más tolerante. Anda, cierra los ojos y duerme un ralo.

Alissa se durmió enseguida. Despertó en mitad de la noche y se descubrió entre sus brazos, así que intentó liberarse; pero sus movimientos despertaron a Sergei, que se excitó enseguida y no tardó en quitarle el pijama y hacerle el amor otra vez.

Durmió hasta el alba, cuando volvió a sentir el contacto de las manos de Sergei en sus pezones hipersensibilizados. Él la penetró enseguida y le hizo el amor de un modo tan maravilloso que la dejó completamente satisfecha.

Después, se abrazó a él y aspiró el aroma de su sudor, que de repente le parecía el olor más bello del mundo. Su cuerpo ya no era suyo; era de él. Cuando la tocaba, no se podía resistir a sus caricias.

Sólo esperaba que no se hubiera quedado embarazada durante el primer encuentro, lo cual era desgraciada y perfectamente posible, por muy seguro que estuviera Sergei de lo contrario. Un embarazo lo complicaría todo.

Загрузка...