Alissa despenó a primera hora de la mañana y tomó el desayuno en la cama. Su madre la llamó por teléfono para desearle suerte, y por el sonido de fondo, Alissa supo que estaba con los preparativos de la boda de su hermana. Pero se llevó un buen disgusto cuando pidió a Jenny que le pusiera con ella, porque Alexa se negó con la excusa de que estaba ocupada.
Cuando terminó de ducharse, descubrió que una peluquera y una esteticista la estaban esperando. Se hicieron cargo de ella y empezaron a arreglarle las uñas y el cabello.
A Alissa le pareció una situación absurda. No asumió que estaba a punto de casarse hasta que le subieron el vestido de novia.
Era blanco, absolutamente precioso, con un sinfín de diamantes pequeños que brillaban como estrellas. Se quedó tan impresionada con él como con los zapatos, decorados con perlas.
Durante un momento, temió que no le hubieran tomado bien las medidas, pero no tardó en descubrir que le quedaba perfecto. Cuando por fin se miró en el espejo del dormitorio, pensó que no había estado tan bella en toda su vida.
Minutos después, salió de la mansión y subió a la limusina que la estaba esperando y que la llevó a un edificio que parecía la sede de algún organismo oficial.
Hacía tanto frío que se estremeció. Justo entonces, una joven se acercó a ella, se presentó en su idioma y la acompañó al interior.
– ¿Dónde estamos? -preguntó Alissa.
– En el registro, donde se llevará a cabo la ceremonia civil -contestó la joven, una morena preciosa-. ¿No ha recibido la información que le envié hace unas semanas? Contenía un informe sobre los actos de hoy y unos cuantos consejos que pensé que le serían de utilidad…
Alissa se ruborizó. Evidentemente, la morena había enviado el informe a casa de su hermana y Alexa no se había molestado en decírselo.
– Lo siento. Lo olvidé -se disculpó.
– El señor Antonovich desea que le cause una buena impresión a su abuela, Yelena -explicó la joven-. Él es su único nieto, y naturalmente, este día va a ser muy especial para ella…
Alissa se ruborizó un poco más con su comentario. La joven parecía creer que, si no le decían nada, sería desagradable con Yelena.
Poco después, entraron en el salón del registro civil donde se iba a llevar a cabo la ceremonia. La Marcha Nupcial sonaba de fondo, y Sergei se acercó a ella con un ramito de flores que resultaba sorprendentemente pequeño entre sus grandes manos.
Sergei lo había preparado todo para que estuviera al gusto de su abuela, desde la decoración hasta el propio vestido de Alissa: pero no había imaginado que un simple ramo de flores aumentara la delicada belleza de su prometida hasta ese punto. Parecía la princesa de un cuento de hadas. Estaba tan bella, que casi no podía dejar de mirarla.
Alissa se excitó inmediatamente al verlo. Él la tomó de la mano y ella notó la presencia de una anciana de vestido azul y chaqueta que los miró con cariño y sonrió. Era Yelena.
La ceremonia fue muy breve, y Alissa aprendió que en Rusia se acostumbraba a poner el anillo de la novia en la mano derecha. Cuando concluyó, firmaron en el registro y Sergei le presentó a su abuela, que resultó ser una mujer encantadora, amable y con sentido del humor.
Yelena subió con ellos a la limusina y los acompañó a la iglesia donde se iba a celebrar la ceremonia religiosa. Yelena quería saberlo todo de Alissa, así que Sergei tuvo que servirle de intérprete.
Le preguntó si sabía cocinar, si sabía coser, si sabía bordar y si sabía tejer. Alissa respondió que sabía cocinar, y tejer, pero no bordar. Y fue sincera, pero como Sergei no había estado con ninguna mujer que tuviera esas habilidades, pensó que había mentido para impresionar a su abuela.
Sin embargo, no tardó en salir de su error. Yelena quiso saber más sobre su capacidad con las agujas de tejer y la conversación derivó hacia aspectos técnicos que Alissa no habría sabido si no hubiera dicho la verdad.
– Es una joven encantadora, Sergei. Has elegido bien -le dijo Yelena al cabo de un rato-. Y también es muy guapa… Si dedicas tanto tiempo a tu matrimonio como el que dedicas a tus negocios, seréis muy felices y estaréis juntos durante muchos años.
Aún sorprendido por el consejo de su abuela sobre cómo encarar el matrimonio, Sergei las acompañó a las dos al interior de la iglesia, que ya estaba llena de invitados.
Al ver a tanta gente, Alissa tuvo miedo de cometer algún error en público y se puso más nerviosa. Seguía preocupada con lo del informe que la joven morena le había enviado. Le parecía extraño que Alexa no le hubiera dicho nada; era como si estuviera deseando que las cosas le salieran mal.
El sacerdote bendijo los anillos de la pareja y les dio unas velas que debían sostener. A continuación, pidió a Sergei y Alissa que se tomaran de la mano y siguió adelante con el rito, que alcanzó su punto culminante cuando les pusieron unas coronas de flores, bebieron de una copa de vino y recibieron la bendición final.
– Ahora sí que me siento casado -murmuró Sergei cuando salían de la iglesia.
– Bueno, tú ya tenías experiencia al respecto -dijo Alissa-. Habías pasado una vez por todo esto…
– Te equivocas. Mi primer matrimonio sólo tuvo una ceremonia civil. Nuestra boda ha sido muy diferente; no olvidaré nunca este día… pero todavía tenemos que soportar la recepción -añadió, desesperado.
Alicia lo miró con humor
– ¿Es que te molesta? Creí que te gustaban los actos públicos…
Tras subir a la limusina, él comentó:
– No es que me disgusten, Alissa. Es que quiero quedarme a solas contigo y demostrarte cuánto te deseo, milaya moya.
Alissa se estremeció. A pesar de todo, Sergei Antonovich la fascinaba. Lograba que se sintiera la mujer más bella del mundo, y no pasaba un momento sin que quisiera arrojarse a sus brazos. Pero eso era lo más difícil de todo: a partir de entonces, estaría sometida constantemente a su atractivo, y no sabía si podría resistirse.
Al pensar en ello, se dijo que Alexa tenía razón. Las relaciones sexuales le daban tanto miedo que les daba demasiada importancia. No sabía entregarse. No era capaz de vivirlo con naturalidad.
Ajeno a las dudas existenciales de su flamante esposa, Sergei se mostró de muy buen humor. Y no era para menos, porque Alissa y Yelena se llevaban mucho mejor de lo que había previsto.
A decir verdad, el comportamiento de Alissa le parecía extraño. No podía creer que los psicólogos se hubieran equivocado tanto con ella al realizar el informe inicial; pero era la única explicación que se le ocurría, a no ser que estuviera ante una actriz consumada.
Fuera como fuera, había acertado con ella. Ahora sólo tenía que dejarla embarazada. Y el proceso iba a resultar más que entretenido.
En cuanto llegaron al hotel donde ofrecían la recepción, Sergei la tomó en brazos y entró con ella al vestíbulo entre los vítores y aplausos de los invitados, Alissa se quedó bastante sorprendida, porque las bodas inglesas eran mucho más formales y menos animadas.
En cuanto se sentaron en el salón, un hombre se levantó de repente y propuso un brindis en honor a los recién casados, que fue seguido entre gritos de ¡Gorko! ¡Gorko!
– Ahora tenemos que besarnos durante tanto tiempo como nos sea posible -le explicó Sergei.
Al ver la mirada de perplejidad de su esposa, añadió:
– ¿Es que no has leído la información que te enviamos?
Alissa maldijo a su hermana para sus adentros; por lo visto, había hecho bastante más que negarle el informe de la joven morena.
Sergei la besó entonces, con una delicadeza que Alissa no esperaba. Pero cuando sintió su lengua en los labios, perdió el control y pasó los brazos alrededor de su cuello, incapaz de contenerse por más tiempo.
Los invitados empezaron a cantar. Alissa no les prestó ninguna atención; sólo sentía las caricias de Sergei, que poco a poco iba derruyendo todos sus muros defensivos.
Cuando por fin se apartó de ella, tuvo la impresión de que se habían estado besando durante un siglo.
Unos segundos después, miró a su alrededor y se quedó pálida al reconocer a uno de los invitados a la fiesta, que se levantó inmediatamente para saludarla. Era el príncipe Jasim.
– Alissa, cuánto me alegro de que me invitaras a tu boda -dijo a la mujer-. Cuando llegó la invitación, estuve a punto de no mirar el nombre de la novia. Jamás habría imaginado que eras tú…
– ¿Elinor no ha venido contigo? -acertó a preguntar.
El príncipe Jasim, heredero al trono del Reino de Quaram, se acercó a saludar a Sergei antes de responder a Alissa.
– No, me temo que no. Sami tiene la varicela y Elinor no ha querido dejarlo solo con los médicos -explicó.
Alissa asintió.
– Lo comprendo perfectamente. Si Sami está enfermo, necesitará la compañía de su madre.
A continuación, Alissa preguntó al príncipe por su hija pequeña, Mariyah. La última vez que se habían visto, la niña sólo era un bebe.
Más tarde, cuando se quedaron a solas, Sergei comentó:
– No sabía que conocieras al príncipe Jasim y a su esposa…
– Nos conocimos cuando ella estaba embarazada de Sami y vivía en Londres. Yo todavía estaba en la universidad y compartí piso con Elinor y con otra chica durante una temporada -le explicó-. Hace meses que no nos vemos… es una de mis mejores amigas, pero está muy ocupada desde que se casó con el príncipe. Ahora que lo pienso, debería llamarla por teléfono más a menudo. Por cierto, ¿de qué conoces a Jasim?
– De las reuniones de la OPEP. No conozco a su mujer, pero me han dicho que es toda una belleza…
Alissa sonrió.
– Sí, lo es -declaró-. De hecho, ¿sabes por qué aprendí a tejer? Para hacerle un jersey a Sami… era un bebé verdaderamente precioso.
Alguien volvió a proponer un brindis y la gente volvió a gritar ¡Gorko! ¡Gorko! Sergei la tomó otra vez entre sus brazos y la besó. Ella se sintió como si cayera desde una altura asombrosa y ardiera por dentro durante la caída.
Cuando empezaron a servir la comida, Alissa tomó más champán y picoteó un poco, sin demasiado apetito, mientras un cantante famoso se subía al escenario para interpretar una canción.
El ambiente era de fiesta y todo el mundo comió poco y bebió mucho, Alissa se tomó unas cuantas copas más, de modo que estaba algo mareada cuando Sergei la sacó a la pista para bailar. Ni siquiera sabía cómo era posible que un hombre al que prácticamente acababa de conocer le provocara emociones tan intensas. Sentía el cuerpo de Sergei como si fuera el suyo, y le bastaba con aspirar su aroma para tener una sensación extraña en el estómago, como si un montón de mariposas revolotearan en él.
– Dime una cosa… ¿querías casarte otra vez para dar una alegría a tu abuela? -le preguntó mientras bailaban.
Sergei se puso tenso y la miró con frialdad.
Alissa alzó la barbilla, orgullosa.
– Deja de mirarme como si creyeras que voy a salir corriendo para contárselo a los periodistas -protestó.
– Será mejor que no -murmuró él en tono de amenaza- No permitiría que hagan daño a Yelena.
– Yo jamás haría nada que dañara a Yelena. Parece tan feliz…
Alissa estaba segura de haber acertado. Con toda seguridad, Sergei había decidido no volver a casarse tras el fracaso de primer matrimonio; pero quería tanto a Yelena, que al final había optado por darle una alegría. Sin embargo, a Alissa le pareció una decisión tan quijotesca como, tal vez, contraproducente. Su abuela se llevaría un gran disgusto cuando se volviera a divorciar.
– Será mejor que te avise para que no montes una escena, milaya moya -susurró él-. Estás a punto de que te rapten y te alejen de mí. Es una tradición. Pero no te preocupes… pagaré tu rescate.
Tal como le había avisado, un grupo de invitados se la llevaron segundos más larde y la encerraron en lo que en principio le pareció un armario, aunque después se dio cuenta de que era el cuarto donde la señora de la limpieza guardaba sus cosas.
Se apoyó contra los estantes y se preguntó cuánto tiempo tardaría Sergei en pagar su rescate.
Sólo tuvo que esperar unos minutos. Sergei abrió la puerta, la abrazó y la volvió a besar con toda su energía y su sexualidad desbordante.
Cuando ya salían, alguien le pisó el vestido sin querer y se oyó el sonido de la tela al rasgarse.
– Se me ha roto el vestido… -murmuró, espantada.
Sergei se inclinó para examinarlo. A continuación, la tomó en brazos e hizo un gesto a alguien.
Diez minutos después, Alexa se encontraba en el dormitorio de una suite fabulosa, sin más prendas que la ropa interior. Se habían llevado el vestido y lo estaban arreglando en ese mismo momento.
La puerta se abrió de repente, sin advertencia previa. Era Sergei.
Alissa cruzó los brazos sobre el pecho, pero no antes de que su esposo pudiera admirar sus curvas y se apoyara en la puerta, encantado con la vista.
– ¿Por qué te escondes de mí? -le preguntó con voz ronca-. Deja que te vea bien, milaya moya…
El pulso de Alissa se aceleró. La admiración de Sergei la había excitado en extremo y había conseguido algo muy poco habitual en ella: que se sintiera orgullosa de su cuerpo. Pero aún tenía miedo de dejarse llevar por lo que sentía. Y seguía sin poder creer que él, un hombre acostumbrado a estar con verdaderas bellezas, la deseara.
Avergonzada e incómoda, se sentó en la cama y mantuvo los brazos sobre sus pechos, intentando ocultar todo lo que podía.
Sergei se cansó de esperar. Ya había esperado demasiado tiempo con ella: de hecho, le había dedicado una paciencia y una delicadeza mucho mayores que a ninguna otra mujer.
Con un movimiento rápido, se quitó la chaqueta y se aflojó la corbata.
– ¿Qué estás haciendo? -preguntó ella, atónita.
– Lo de obedecer órdenes no se te da muy bien, ¿verdad? -murmuró él con su tono ronco y profundo-. Tienes una vena independiente y salvaje con la que tendremos que trabajar…
– Pero… pero no deberíamos ir más lejos… -acertó a decir.
– ¿Ir más lejos? -preguntó él mientras la levantaba de la cama-. Ya hemos ido muy lejos, Alissa. Te deseo desde la primera vez que te vi. No es lo que yo había planeado, ni lo que quería. Yo nunca mezclo los negocios con el placer…
– Y esto es un negocio -le recordó, nerviosa.
Alissa intentó apartarse, pero descubrió que los ojos dorados de Sergei la mantenían clavada en el sitio, inmóvil, como si le hubiera puesto unas esposas o unos grilletes.
– Sí, lo es, es verdad, pero tendremos que hacer una excepción… porque te deseo más de lo que haya deseado nunca a una mujer
– Sólo intentas justificarte -dijo ella, desesperada.
– Por supuesto que intento justificarme. No habría hecho una fortuna si no fuera un hombre que se adapta con facilidad a las circunstancias -declaró él-. Ahora estamos casados y vamos a tener una relación profundamente íntima… es lo más lógico y razonable.
Alissa se estremeció al sentir su mirada de deseo, aunque no encontraba nada lógico ni razonable en el hecho de sentirse brutalmente atraída por un hombre tan distinto a ella, tan rico y poderoso.
– No, Sergei, sólo serviría para complicar las cosas.
Sergei conocía bien a las mujeres y supo que el momento de la victoria estaba cerca. Había notado que Alissa era incapaz de dejar de mirarlo, que sus pupilas se habían dilatado, que había entreabierto los labios y que su voz sonaba tan baja que casi no se oía.
– No complicará nada. Confía en mí.
Sergei se inclinó y la besó suavemente en la comisura de los labios. Al instante, ella giró la cabeza hacia él y abrió la boca para recibir el beso que esperaba, para volver a sentir su lengua.
Cuando por fin lo recibió, soltó un gemido de placer. Sergei se apretó contra ella y Alissa sintió la fuerza de su erección. Después, le quitó el sostén, contempló sus preciosos senos y se los acarició con delicadeza, casi de un modo reverencial,
– Eres una obra de arte -declaró.
Los pezones de Alissa se endurecieron bajo su contacto. Él estaba tan excitado para entonces que ya no pudo soportarlo más: la tumbó en la cama, suspiró y le empezó a lamer los pechos.
Alissa ya no podía pensar. Se arqueó contra él, fuera de sí, y se aferró con fuerza a su espalda. Quería más, mucho más.
Sergei se quedó maravillado con la intensidad de su respuesta. Acababa de echarse hacia atrás para quitarse la camisa cuando ella se abalanzó sobre él y empezó a desabrocharle los bolones con una falta de destreza y de refinamiento que a él le pareció enormemente atractiva.
Tras quitarle la camisa sin más incidente que la pérdida de un botón, Alissa contempló su torso moreno y el vello negro que le cubría el pecho y se sintió como si se derritiera. Pasó las manos sobre su estómago, notó la contracción de sus músculos y apretó los labios contra uno de sus pezones mientras aspiraba el aroma familiar de su piel.
– Yizihkom… -murmuró él.
– ¿Qué significa?
Sergei la miró a los ojos.
– Que uses tu lengua -respondió.
Alissa se lo concedió y empezó a lamerlo. Sabía maravillosamente bien, y habría disfrutado de su sabor durante mucho tiempo si él no la hubiera tumbado en la cama para volver a atormentar sus duros y sensibilizados pezones con un placer tan completo, que bastó para destruir el poco control que le quedaba.
Pero sólo habían empezado. De repente, él introdujo una mano por debajo de sus braguitas y encontró su clítoris. Alissa arqueó las caderas y gimió sin poder evitarlo cuando él se inclinó y comenzó a lamerla.
– Por favor… oh, por favor…
Sergei le quitó las braguitas del todo y la lamió un poco más antes de apartarse para quitarse los pantalones y los calzoncillos.
Alissa lo miró con deseo. Era un hombre magnífico, increíblemente atractivo. Y su erección, la primera que veía en toda su vida, le pareció fascinante.
– ¿Crees que encajaremos? -preguntó ella, antes de darse cuenta de lo que había dicho.
Sergei soltó una carcajada. La pregunta de Alissa le había parecido conmovedoramente ingenua para una mujer como ella: tras leer el informe de los psicólogos, estaba convencido de que era una mujer experimentada y acostumbrada a los hombres.
– Me excitas tanto, que casi me duele -le confesó él.
Sergei la penetró súbitamente, con dureza. Alissa soltó un gemido de dolor.
Cuando se dio cuenta de lo que pasaba, él la miró con asombro,
– No es posible. No es posible que seas virgen…
– ¿Por qué no? ¿Es que hay alguna ley contra la virginidad? -contraatacó Alissa, verdaderamente avergonzada.
Sergei se había quedado quieto, helado. Creía que se había casado con una mujer de mundo que no le daría sorpresas, pero se había equivocado por completo. Ahora entendía su propensión a ruborizarse y las señales contradictorias que le enviaba cuando estaban juntos. Era virgen. No se había acostado con ningún otro hombre.
– ¿Quieres que me detenga?
– No, no quiero que te detengas…
Sergei suspiró, aliviado, y empezó a moverse otra vez, pero con delicadeza, haciendo esfuerzos por controlar su deseo. Estaba decidido a superar las expectativas que Alissa pudiera tener para su primera relación sexual.
Sus movimientos, lentos al principio, la volvieron loca de deseo. No podía controlar lo que sentía. Sergei aumentó el ritmo poco a poco, alimentando su necesidad hasta que. de repente, Alissa alcanzó el clímax y sintió ola tras ola de placer, entre convulsiones. Sólo entonces, él se dejó llevar y disfrutó del orgasmo más largo e intenso de su vida.
Un segundo más tarde, Sergei se asustó al pensar que no se había puesto un preservativo. Se había casado con ella para que le diera un hijo, pero sus prioridades habían cambiado de tal forma que no quería dejarla embarazada tan pronto, antes de que pudieran disfrutar a fondo de su relación.
Se apartó de ella, se tumbó de lado y le pasó un brazo alrededor del cuerpo.
– Bihla chudyesna… Ha sido maravilloso -dijo, mientras le daba un beso en la mejilla-. Pero me temo que deberíamos volver a la fiesta. Los invitados nos echarán de menos.
Alissa se sintió tan mortificada al recordar lo de la fiesta que se levantó de la cama a toda prisa; pero cayó en la cuenta de que no tenía más ropa para ponerse que las braguitas y el sostén y tiró de la sábana con violencia, para enrollársela alrededor del cuerpo. Sergei la miró con humor.
– Lo que se oculta, siempre resulta más fascinante -murmuró él con voz suave-. Y bastante más tentador para un hombre como yo que una faldita corta y un escote generoso…
– Tentarte a ti es lo último que pretendo -espetó.
Con sus ojos brillantes, su cabello revuelto y la barba que empezaba asomar en su mandíbula y a enfatizar la forma de su boca, Sergei le pareció una especie de dios pagano, enormemente bello y magnético.
Alissa lo odió por eso y se odió a sí misma por haberse entregado a él en la primera ocasión, pero pensó que de Sergei Antonovich no podía esperar otra cosa; a fin de cuentas era un tiburón de los negocios, un hombre famoso por ser imprevisible y por aprovechar cualquier oportunidad que se le presentara.
– ¿Te he hecho daño? -preguntó él.
Ella se ruborizó.
– No quiero hablar de eso. No voy a hablar de lo que ha pasado en esa cama… ¿Para qué? No volverá a ocurrir -afirmó.
Sergei admiró la forma de su cuerpo bajo la sábana y casi se sintió aliviado al saber que no quería hablar de lo sucedido; sobre todo, porque la conversación podría haber derivado en cómo su matrimonio por contrato de repente incluía las relaciones sexuales por simple y puro placer.
Al pensar en ello, se dio cuenta de que sus objetivos iniciales ya no tenían tanta importancia para él. Alissa había demostrado ser una magnífica inversión, y no había motivo alguno para que no pudiera disfrutarlo al máximo. Además, estaba seguro de que en algún momento se aburriría de ella, como se había aburrido de todas las mujeres que habían pasado por su vida. Ya la dejaría embarazada más adelante, cuando dejara de ser una novedad.
– ¡Te has aprovechado de que he bebido en exceso! -le gritó sin advertencia.
– ¿Has bebido demasiado? ¿En serio? -preguntó él, frunciendo el ceño-. Qué curioso… cuando prácticamente me has arrancado la camisa, me ha parecido que lo hacías por voluntad propia. No estropees este momento con tonterías infantiles.
– ¿Tonterías infantiles? -dijo ella, enrabietada.
– ¿Por qué te da tanto miedo? -preguntó él, sinceramente sorprendido por su actitud-. Nos deseábamos y nos hemos acostado, eso es todo.
– No, eso no es todo, Sergei…
Él la miró con desconcierto. Habría comprendido su reacción si Alissa hubiera sido una mujer romántica, pero no lo era; ninguna mujer romántica habría aceptado una suma enorme de dinero a cambio de casarse con un desconocido, quedarse embarazada de él y renunciar después a su hijo.
– Alissa, ya es tarde para arrepentirse.
Indignada, Alissa corrió al cuarto de baño y se miró en el espejo. Ya no parecía una novia perfecta; tenía el pelo revuelto y su maquillaje había desaparecido. Además, su relación con Sergei acababa de cambiar radicalmente.
Se metió en la bañera y se duchó con cuidado de no mojarse el pelo. Después, cuando se estaba secando, Sergei llamó a la puerta. Alissa abrió un poco, lo justo para que pudieran hablar.
– Voy a ducharme al otro cuarto de baño -dijo él.
Consternada, Alissa abrió la puerta del todo y lo miró, Sergei sólo llevaba los pantalones y la camisa, pero abierta.
– ¡Por Dios! ¡Vístete bien antes de salir!
– ¿Por qué?
Alissa lo miró como si pensara que la pregunta de Sergei era la más irracional y estúpida del mundo,
– Porque si sales así, las mujeres que me están arreglando el vestido sabrán lo que hemos estado haciendo.
– ¿Y qué? ¿Qué importancia tiene eso? -preguntó él con ironía-. Nos hemos casado, hemos hecho el amor… es completamente normal
Alissa respiró a fondo, intentando tranquilizarse.
– Si no te vistes, no te lo perdonare nunca -le advirtió.
– Pero si lo van a saber de todas formas… -dijo él, impacientándose-. Como te has estropeado el peinado, le he pedido a la peluquera que pase por la habitación y te lo vuelva a hacer.
Alissa se puso roja como un tomate y no pudo hacer otra cosa que asentir, tensa, y cerrarle la puerta en las narices.
Cuando por fin volvieron a la fiesta, se sentía tan avergonzada, que creyó que no lo podría soportar. La gente la miraba con humor y complicidad, porque todo el mundo sabía que, si Sergei desaparecía con una mujer, sólo podía pasar una cosa. Pero a pesar de ello, disimuló y mantuvo el aplomo.
Al ver que Yelena le sonreía, se acercó a darle conversación. Por suerte, estaba con un hombre barbudo que resultó ser un profesor jubilado que vivía en el pueblo de la anciana y que conocía su idioma, de modo que les sirvió de intérprete. Antes de que se diera cuenta, Alissa se sorprendió hablando a Yelena sobre el divorcio de sus padres.
Sergei se unió a ellos y charló un rato con su abuela antes de tomar a su esposa de la mano y llevarla a la pista de baile. Alissa contempló su atractivo rostro, y se estremeció. Se sentía vulnerable e insegura. Su relación había cambiado de un modo tan repentino, que no sabía qué hacer.
Al cabo de un rato, Sergei la sacó de la pista y la llevó hacia una puerta lateral del edificio.
– ¿Adónde vamos? -preguntó ella.
– Nos marchamos de aquí. Yelena tiene razón; pareces agotada -respondió él-. Estás blanca como un fantasma, angil moy…