CAPÍTULO 10

AL DÍA siguiente Ellie iba a darle la cena a Alice cuando oyó pasos en el porche. Sabía que tenía que hablar con Jack, pero todavía no estaba preparada. En ese momento no podía enfrentarse con él, seguía confusa por el cansancio y la tristeza, y demasiado desesperada como para poder explicarle tranquilamente que iba a dejarlo.

Esa mañana apenas habían hablado. Jack se había ido temprano con Scott y habían pasado todo el día en el campo. Por una vez Ellie se alegraba de no estar con los hombres. Necesitaba tranquilidad, aunque en todo el día no había conseguido pensar en nada que no fuese en despertar de esa pesadilla.

– ¡Ellie!

Con alivio, Ellie se dio cuenta de que era Scott y no Jack.

– ¿Ya estás de vuelta? -preguntó con una sonrisa.

Scott asintió con la cabeza y entró en la cocina.

– Los demás están trayendo la manada, pero tengo que volver a Mathison antes de que anochezca. He venido a despedirme de ti y de Alice.

Ellie pensó en pedirle a Scott que no dijese nada sobre las tensiones entre ella y Jack, pero al final decidió que tampoco importaba tanto. Antes o después todo el mundo se enteraría de que su matrimonio había terminado.

– Gracias por venir -fue todo lo que dijo. Y fue a buscar a Alice para que se despidiera de la niña.

– Me ha encantado -se puso el sombrero y dudó-. ¿Estás bien, Ellie? No tienes muy buen aspecto.

– Estoy bien -su voz era tensa y su sonrisa incierta-. Todo va bien.

Vio cómo se marchaba hacia el helicóptero. De repente, se paró para hablar con Jack, que volvía de los corrales. Estuvieron un rato e, incluso desde tan lejos, Ellie pudo notar la tensión en el rostro de Jack. Al verlo el corazón se le partió. Era difícil recordar su buen humor y su encanto descuidado, tan típicos de él. Hubo una época en que era tranquilo y despreocupado, en el que su mirada tenía un brillo arrebatador y su sonrisa era irresistible. Eso se había terminado. El matrimonio lo había convertido en un desconocido, le había apagado la mirada y la tensión dominaba su expresión. Y era ella la que había conseguido todo eso, la que había producido esos cambios.

Vio cómo despedía a Scott con un gesto inexpresivo y siguió su camino hacia la casa. Alice se agitaba en brazos de Ellie.

– ¡Papá! -gritaba llena de excitación.

– Lo sé -Ellie tenía la garganta seca mientras Jack se acercaba.

Sabía que la decisión que había tomado era la correcta. Tenía que darle la oportunidad de ser feliz… pero cómo iba a soportar la idea de dejarlos a él y a Alice. Todo lo que amaba estaba en Waverley.

Jack se paró al pie de la escalera y miró hacia arriba, donde estaba Ellie con Alice entre los brazos. Los ojos de ella parecían enormes en su cara pálida, tenían una expresión de angustia que le encogió el corazón.

– ¿Te has despedido de Scott? -su voz era ronca por la preocupación.

Ellie no contestó, asintió con la cabeza. Jack dudó, porque no le parecía adecuado intentar consolarla. Él sospechaba que quería a Scott, pero hasta ese momento no se había dado cuenta de cuánto lo quería en realidad. En esos momentos podía ver lo que le había costado ver cómo se marchaba.

– ¿Te pasa algo? -preguntó Jack bruscamente.

¿Por qué no paraban de preguntarle lo mismo? ¡Estaba perfectamente! Ellie intentó decirle que no le pasaba nada, pero no le salieron las palabras y la boca empezó a temblarle. Se la tapó con la mano para que no se diera cuenta de su debilidad y miró a Jack con una mirada desoladora. Jamás había llorado. No podía llorar en ese momento; si lo hacía, no pararía nunca. Jack, sin pensárselo, subió las escaleras y se puso a su lado.

– Ellie… -empezó a decir. Ella dejó a Alice en sus brazos, lo apartó y corrió escaleras abajo-. ¡Ellie! -gritó, pero ella corría en dirección al arroyo y Alice protestaba por el repentino cambio.

Solo pudo ver, impotente, cómo se alejaba. Sentía una punzada en la boca del estomago. Se había enfurecido con ella la noche anterior. El resentimiento de Ellie lo había sacado de sus casillas y, aunque su enfado había continuado durante todo el día, había acabado sintiendo cierta culpa. Jack se había dado cuenta de que no la había tratado como a una pareja y eso lo hacía sentirse peor. Se había marchado sin decirle cómo se sentía y él se había quedado con la terrible sensación de que en algún momento había dado un paso equivocado y había perdido algo muy precioso.


Cuando Ellie volvió, Jack estaba bañando a Alice. O, mejor dicho, estaba en plena batalla con el baño, con las magas remangadas y una mano por detrás de Alice para evitar que se cayera. La niña se resistía a que nadie la ayudara e insistía en que se quería lavar sola, lo cual hacía que todo se alargara y ponía nervioso a Jack. Este tuvo que reconocer que a Ellie se le daba mucho mejor. Normalmente, cuando él llegaba, ella ya había bañado y dado de cenar a su hija, y a él le tocaba la parte fácil. Ese día le había tocado hacerlo todo y había sido una lección bastante difícil. Al ver llegar a Ellie, intentó sonreír, pero ella tenía un aspecto tan horrible que la sonrisa nunca llegó a sus labios. Tenía los ojos enrojecidos y húmedos. Nunca la había visto llorar. Ella se sentó en el borde de la bañera y se colocó el pelo detrás de las orejas.

– Siento llegar tarde -dijo con un hilo de voz.

– No importa -dijo Jack impresionado por su estado. Su mirada le recordaba a sí mismo cuando se fue Pippa. ¿Había sentido lo mismo Ellie al ver marchar a Scott? Si era así, debía quererlo más de lo que él podía haberse imaginado. O más de lo que él quería imaginarse-. Lo has pasado… mal -dijo intentando demostrar comprensión.

Ellie se miró las manos. «Mal» era una palabra curiosa para definir la desolación que la había atrapado al darse cuenta de lo poco que importaba en la vida de Jack

– Estoy cansada, eso es todo.

Mientras, Alice, al margen de la tensión que flotaba en el ambiente, chapoteaba en la bañera y daba grititos salpicando a todos. Jack, con un suspiro, intentó hacer todo lo posible para ayudar a Ellie.

– Siento lo de anoche -dijo mirándola.

– No, fue culpa mía -dijo Ellie evitando su mirada-. Los dos conocíamos la situación cuando nos casamos. Yo pensé que todo sería perfecto…, pero no lo es, ¿verdad, Jack?

Él dudó y negó con la cabeza. No tenía sentido fingir que todo era perfecto.

– No, no es perfecto.

Ellie tomó aire y deseó ser capaz de decir todo lo que tenía que decir sin romper a llorar.

– Jack, ¿te acuerdas del trato que hicimos antes de casarnos? -¿recordarlo?, ¿cómo se iba a olvidar?, pensó con amargura, pero asintió con la cabeza y esperó a que siguiese-. Me hiciste prometer que si alguna vez me quería ir te lo diría -hizo una pausa-. Me quiero ir, Jack.

Todo se oscureció para Jack, que tenía la mirada perdida.

– ¿Por qué ahora? -dijo con una voz que no parecía la suya- Nada ha cambiado.

– Yo he cambiado -Ellie se detuvo para elegir las palabras que le hicieran comprender por qué se tenía que ir sin decirle la verdad, que solo complicaría más las cosas-. Pensé que podría soportarlo, pero no puedo.

– Podríamos hacer algunos cambios -dijo Jack con cierta desesperación-. Ya sé que no te he hecho participar de Waverley tanto como debería, pero lo intentaré -no podía creerse que Ellie estuviera ahí, tan tranquila, diciendo que iba a dejarlo. ¿Qué podía hacer sin ella?-. Contrataré a un ama de llaves. A alguien que pueda ayudar en la cocina y con Alice para que tú puedas estar más tiempo fuera. Eso estaría mejor, ¿no?

– Oh, Jack… -Ellie lo miró sintiéndose impotente-. Ya sé que me he quejado de estar encerrada en casa, pero ese no es el verdadero problema.

– Entonces… ¿cuál es?

– Son… mis sentimientos.

Se hizo un silencio agobiante. Jack sacó a Alice de la bañera y la cubrió con una toalla. No miró a Ellie.

– Todavía estás enamorada de él, ¿verdad?

Lo repentino de su voz la asustó.

– ¿Enamorada de quién?

Jack no podía pronunciar el nombre de Scott.

– Me dijiste que siempre habías querido a alguien. Que no tenías esperanzas y que por eso estabas preparada para casarte conmigo.

– Sí.

– ¿Todavía estás enamorada de él?

Ellie miró a Jack, podía dibujar su cara con los ojos cerrados, sabía cuántas arrugas tenía en la frente, conocía todas la canas de sus sienes y la longitud exacta de la pequeña cicatriz que tenía en la mandíbula. Formaban parte de ella de una forma inexplicable.

– Sí -dijo ella.

– ¿Y ese es el motivo por el que te quieres ir?.

– Sí -dijo con un suspiro. Ella estaba deseando poder decirle que era por él. La verdad le rondaba los labios, pero no pudo formar las palabras. Solo pensar en la expresión de incredulidad que pondría si le decía que lo quería a él hizo que se acobardara. Sería mejor dejarlo con la idea de que quería a otra persona-. Yo pensé que sería más fácil si los dos estábamos en la misma situación -siguió con cautela-, pero no. Lo único que conseguimos es que todo sea el doble de malo para ambos, y solo puede empeorar. Yo nunca seré Pippa y tampoco tendré nunca lo que quiero realmente. Cuanto más tiempo me quede, más nos vamos a amargar y más daño nos vamos a hacer -miró a Jack pero estaba frío y hermético. ¿No lo entendía?-. Lo siento.

¿Sentirlo?, ¿de qué servía sentirlo?, pensó Jack amargamente.

– ¿Qué va a pasar con Alice? -no era justo usar a Alice como chantaje, pero en ese momento no se sentía muy justo.

Ellie se mordió el labio.

– No me iré inmediatamente. Esperaré a que encuentres a alguien que se ocupe de ella.

– Gracias.

La ironía de su voz la hizo daño.

– Hago esto también por ti, Jack. Será mejor para los dos.

– ¿Y Alice?

– También será mejor para ella. No creo que le haga ningún bien crecer en una casa desgraciada.

– No tiene por qué ser desgraciada -insistió.

– Es lo que ha sido -dijo Ellie haciendo un esfuerzo por no llorar-. Y es lo que será. No soy la mujer que te conviene. Me prometiste que me dejarías marchar si te lo pedía.

Jack secaba mecánicamente los pies de Alice.

– Es verdad. Y te puedes ir si es lo que quieres.


* * *

No era lo que quería, pero era lo que necesitaban los dos. Se lo tuvo que recordar una y otra vez durante los diez días siguientes. Cada poro de su cuerpo le pedía que se olvidara de su orgullo, que le dijese la verdad a Jack y que le rogase que la dejara quedarse, pero sabía que no podía hacer eso. Era mejor romper de una vez que dejar que la situación siguiera eternamente. Daba igual lo que dijese Jack, acabaría encontrando a alguien a quien querer tanto como quería a Pippa, y Ellie no podía soportar la idea de estar ahí en ese momento.

No, era mejor irse en ese momento. Era mejor, pero muy difícil. Tan difícil…

Jack no intentó que cambiara de opinión. La trataba con una cortesía distante que le dolía más que su furia. Había llamado a una agencia de Darwin al día siguiente y les había pedido que enviaran a un ama de llaves lo antes posible.

– En este momento no tienen a nadie adecuado -le comentó a Ellie cuando le contó lo que había hecho-. Mientras tanto sugiero que sigamos como siempre -dijo fríamente.

– Claro -dijo Ellie con tranquilidad, pero cómo podía comportarse normalmente si tenía un peso en su interior que le impedía hacer nada; si respirar era un esfuerzo; si se movía lenta y pesadamente como una anciana quebrada por el dolor.

Hizo todo lo posible. Cocinó, limpió y comprobó cómo Alice andaba mejor cada día. La oyó decir palabras nuevas y se entristecía al pensar que algún día ese bebé sería una muchacha y ella no estaría ahí para verlo. Alguien ocuparía su lugar, para todo.

Cada vez que sonaba el teléfono se preparaba para oír que ya había un ama de llaves. Todos los días temía el momento en que Jack le dijese que ya no la necesitaba y que podía irse. Pero los días pasaban y no ocurría nada, y ella empezaba a anhelar que todo terminara. La espera, sin saber cuándo tendría que afrontar la situación, era un tormento. Estaba aterrada de pensar que si se quedaba más tiempo, su decisión no se cumpliría, y rezaba para que la agencia encontrase a alguien que la liberase de ese sufrimiento.

Sin embargo, cuando ocurrió tampoco estaba preparada. Estaba pelando unas patatas para la cena cuando entró Jack.

– Acabo de hablar con la agencia -dijo sin preámbulos-. Han encontrado un ama de llaves. Tiene unos cincuenta años, pero dice que le gustan los niños y tiene buenas referencias como cocinera.

Ellie se quedó mirando las patatas. Había llegado el momento y lo único que quería hacer era gritar que todavía era pronto. Tenía el corazón en un puño y se lo estaba exprimiendo, tuvo que hacer un esfuerzo enorme para reprimir las lágrimas.

Tardó un momento en poder hablar y, cuando lo consiguió, su voz sonaba como de otro mundo.

– Parece perfecta.

– Se llama Wanda -dijo Jack-. Ya ha trabajado en el campo y sabe lo que la espera.

– Fantástico. ¿Cuándo llegará?

– Pasado mañana.

Era demasiado pronto, pensó Ellie espantada.

– Entonces, todo resuelto.

– Sí -dijo Jack rotundamente-. Todo resuelto.

– Puedo… puedo prepararme para marcharme.

– Te quedaras hasta que llegue, ¿verdad? -dijo Jack agarrándose a cualquier excusa para retenerla un poco más.

Pero Ellie negó con la cabeza.

– Creo que sería mejor para todos que me fuese antes de que ella llegue.

– ¡Pero eso es mañana!

– Lo… Sí… Lo sé -dijo Ellie casi sin poder articular palabra.

Jack la miraba. Conocía perfectamente su espalda, y al día siguiente, cuando se diese la vuelta para marcharse, sería la última vez que la vería.

Sabía que se quería marchar, pero hasta ese momento no había comprendido del todo lo que iba a significar. Se quedaría solo. La casa se quedaría vacía, solo con sus recuerdos. Cuando él llegara, no la encontraría en la cocina ni con Alice, nadie le sonreiría. Jack pensó en todos los momentos en que no había apreciado su presencia y se maldijo por estúpido. Ahí estaba Ellie, pelando patatas. Él, sacudido por la transformación, solo podía mirar su espalda.

Estaba enamorado de ella.

Era evidente, ¿cómo no se había dado cuenta antes? Todas esas semanas había estado luchando contra ello, se había negado a reconocer cuánto la necesitaba, y ya era demasiado tarde.

– Ellie… -dijo en tono apremiante.

Se volvió con una patata en una mano y el pelador en la otra.

– ¿Qué pasa…? -preguntó con voz preocupada.

«¿Qué pasa?, quiso gritar Jack, ¡pasa que te quiero y estoy a punto de perderte!». Tuvo que resistirse a la tentación de acercarse y abrazarla hasta que le prometiera que se quedaría. Comprendió desolado que nada había cambiado porque él se hubiese dado cuenta de algo que debería haber sabido hace tiempo. Jack sabía que si se lo rogaba, Ellie se quedaría por Alice, pero ella seguía enamorada de Scott. No quería que se quedara por lástima. Quería que se quedara porque estaba enamorada de él, porque lo necesitaba como él la necesitaba a ella. Pero también quería que fuese feliz. Ella tenía razón, nunca sería feliz con él, y él nunca aceptaría ocupar el segundo lugar. Sería mejor empezar de cero.

– ¿Jack…?

– Nada -dijo lacónicamente-. No pasa nada.


– Deberíamos hablar -volvió a ser Jack quien rompió el silencio.

Estaban en la cocina fregando los platos de la cena. El sonido de la loza era como un estruendo en ese ambiente. Ellie estaba absorta fregando cada cacharro con una minuciosidad obsesiva.

– Supongo que sí -dijo al final, dejando una sartén en el escurridor.

– Si te vas mañana, deberíamos resolver algunos detalles -dijo con la voz entrecortada-. Te pagaré tu parte de Waverley, naturalmente, pero a lo mejor no puedo hacerlo por el momento. Me llevará algún tiempo arreglarlo, pero mientras te daré una asignación.

Ellie, pensativa, limpiaba el fregadero.

– No quiero dinero, Jack -dijo intentando reprimir las lágrimas-. No quiero nada…

– Hicimos un trato -insistió-. Eres mi mujer y tienes derecho a una asignación. Te has pasado todo este tiempo ocupándote de Alice y no has recibido nada a cambio.

Ellie se acordó de todas las puestas de sol que había visto, de los primeros pasos de Alice, del sonido de las botas de Jack en el porche. Tenía recuerdos que guardaría toda su vida, recuerdos de los labios de Jack, de su cuerpo, de sus caricias.

– Sí he recibido -dijo en voz baja.

– Necesitarás algún dinero para volver a empezar. Es lo mínimo que puedo hacer por ti -dudó un instante-. ¿Se lo has dicho a tus padres?

Ellie no pudo seguir fregando. Se quitó el delantal y lo dejó sobre una silla. No había pensado en su familia. No había podido pensar en nada que no fuese en cómo iba a soportar dejar Waverley, dejar a Alice y dejarlo a él. Respiró hondo y se volvió con una sonrisa forzada.

– No, todavía no.

Jack la miró. Tenía un aire de absoluta fragilidad, un soplido la habría derrumbado, pero mantenía la cabeza erguida y a Jack le dolió su sonrisa desafiante.

– ¿Qué vas a hacer, Ellie? ¿Dónde te vas a ir?

La sonrisa de Ellie se borró y tuvo que apartar sus ojos de los de Jack.

– No lo sé -reconoció deseando poder mentirle-, pero no te preocupes, todo irá bien.

– Pero, Ellie…

Ella ya no pudo resistir más.

– Será… será mejor que me vaya a hacer la maleta -murmuró. Tenía que salir de la cocina antes de que rompiera a llorar.

Jack la vio girarse y dirigirse a la puerta. Como haría al día siguiente, pero para siempre.

– ¡Ellie, no te vayas! -gritó, sin poder evitarlo.

El apremio que había en su voz consiguió detener a Ellie en el quicio de la puerta, pero no se volvió.

– Ahora no puedo hablar -dijo con voz sollozante.

– No… Quiero decir que no te vayas nunca -dijo Jack desesperado-. No te vayas mañana, no te vayas nunca -Ellie se quedó paralizada y con los ojos completamente cerrados. Aterrada de que le pidiera que se quedase por Alice y que no fuese capaz de rechazarlo-. Por favor, Ellie -Jack se puso detrás de ella y, aunque estiró una mano, no la tocó-. Por favor, quédate -aunque sea por lástima, pensó-. Sé que quieres irte. Sé que debo dejarte. Pensé que podría, pero no puedo. No pensaba decir nada, pero cuando te he visto darte la vuelta, he comprendido que no podría estar sin ti.

– Encontrarás a alguien. No te preocupes por Alice -dijo Ellie a duras penas.

– ¿Y yo? -Jack dudo, quería encontrar las palabras adecuadas-. Te necesito, Ellie.

– No…, no vamos a dejar de vernos. Siempre… seremos amigos.

– No quiero que seamos amigos. No me basta con eso -hubo un silencio sepulcral en el que las últimas palabras retumbaron por toda la habitación. Ellie se giró lentamente con una expresión de incredulidad absoluta en los ojos. Si no hubiese estado tan desesperado, se habría reído de su cara sorpresa. ¿Cómo era posible que ella no se hubiese dado cuenta?-. Estoy enamorado de ti -Ellie lo miraba, incapaz de hablar o de moverse. Ni siquiera podía creer lo que había oído-. Ya sé que tú no sientes lo mismo -reaccionó rápidamente Jack antes de que ella dijera que era inútil-. Ya sé que estás enamorada de otro y que yo no he hecho nada para que te enamorases de mí. Simplemente te tenía ahí. Tú lo hacías todo y yo nunca he hecho nada por ti. Nunca te he demostrado lo que significas para mí. ¿Cómo iba a hacerlo si ni siquiera lo sabía? Lo comprendí cuando dijiste que te querías ir.

Ellie tragó saliva. Se sentía desconcertada, como si estuviese en medio de un sueño terrible y maravilloso.

– Pero… tú quieres a Pippa -contestó, sorprendida de poder hablar.

– Sí, la quise. Pero nunca la quise como te quiero a ti. Pippa era divertida y animada. Fue maravilloso, pero algo irreal -en ese momento se daba cuenta por primera vez-. No sé si ese amor habría durado. Solo sé que lo que siento por ti sí es real. No contaba con enamorarme de ti, Ellie. Ni siquiera sé cómo ha pasado. Me había acostumbrado a verte como a una amiga, pero la noche que hicimos el amor fue una revelación. Comprendí que no quería ser tu amigo, que te quería como amante. Quería que fueses mía y de nadie más. Habría abofeteado a Scott cada vez que te miraba -Jack se detuvo y, como Ellie no decía nada, continuó lentamente-. No me merezco otra oportunidad, pero te pediría de rodillas que lo pienses, que te quedes, no por Waverley ni por Alice, sino porque quieres quedarte conmigo -era un sueño, tenía que ser un sueño, Ellie sacudió la cabeza con incredulidad y Jack se acercó desesperado-. No digas que no, por lo menos piénsatelo. Sé que estás enamorada de Scott, pero él tiene a Anna. No te necesita, y yo sí.

– ¿Scott…? -dijo Ellie con una voz muy extraña-. ¿Crees que estoy enamorada de Scott?

Entonces el sorprendido fue Jack.

– ¿Quieres decir que no?

– Claro que no.

Él estaba seguro de que era Scott. Tendría que recomponer todas sus ideas.

– ¿Estás enamorada de otro? -Ellie asintió con la cabeza y con una sonrisa temblorosa. El alivió que había sentido Jack al saber que no era Scott se evaporó. Podría ser alguien que no estuviese casado y que un día descubriera lo hermosa y maravillosa que era, como le había pasado a él-. Dijiste que no tenías ninguna esperanza. ¿Por qué no te quedas? Te haré feliz. Me pasaré el resto de mi vida intentando conseguir que lo olvides.

– Eso no ocurrirá nunca, Jack -dijo con una sonrisa vacilante.

– Podrías intentarlo, podrías aprender a amar otra vez -había un tono de desesperación en la voz de Jack-. Podrías cambiar de idea.

– No, no podría. Siempre lo querré a él.

Sus ojos estaban iluminados por el amor y Jack se retiró con el corazón destrozado de pensar que no era por él. Por lo menos lo había intentado. Debería haber sabido que Ellie no cambiaría de idea, que siempre sería fiel.

– Entiendo -dijo apesadumbrado. Apoyó las manos sobre la mesa intentando recobrarse después de una decepción tan amarga-. Está bien, no puedo hacer nada más. Será mejor que vayas a hacer la maleta -notó la mano de Ellie sobre su hombro, pero no se volvió. Era incapaz de soportar la cara de lástima que tendría ella-. Vete -dijo con un hilo de voz.

– Jack… -dijo con ternura-. Eres tú.

Jack no comprendía lo que acababa de oír. Se frotó la cara del cansancio.

– ¿Cómo?

– Mírame, Jack -él levantó la cabeza y la miró desconcertado-. Eres tú -Ellie sonreía. Su mano se deslizó hasta juntarse con la de Jack-. Siempre has sido tú.

– ¿Yo?

– Te he querido toda mi vida. Nunca podré querer a otro.

– ¿Me quieres a mí? -preguntó sin podérselo creer.

Ella sonreía, por fin podía decir la verdad.

– Siempre te he querido y siempre te querré.

– Repítelo -la atrajo contra él y escondió la cabeza entre su pelo-. Por Dios, Ellie, repítelo.

– Te quiero, Jack -dijo, con la voz quebrada por las lágrimas.

Jack levantó la cara de Ellie entre sus manos y la miró a los ojos.

– Una vez más.

– ¡Te quiero!, ¡te quiero! -dijo entre risas y sollozos.

Jack la besó, sus labios buscaban anhelantes los de Ellie. Se besaron con la pasión que produce pensar que habían estado a punto de perderse el uno al otro. Ellie lo abrazó y se entregó al indescriptible placer de saber que la quería tanto como ella a él.

– ¿Por qué no me habías dicho nada? -preguntó Jack mientras besaba sus mejillas, su nariz, su boca y sus ojos.

– No podía, estaba segura de que nunca querrías a nadie que no fuese Pippa. Cada vez que hablabas de ella parecía tan maravillosa… y tan distinta a mí. Pensaba que si te lo decía te sentirías violento y todo se estropearía. Me había convencido de que me conformaba con estar casada contigo, con estar cerca de ti. Eso era todo lo que había deseado siempre.

– Entonces… ¿por qué te ibas a marchar? -Jack sujetaba la cara de Ellie entre las manos y acariciaba sus mejillas con el pulgar.

– Porque comprendí que no era suficiente. Al principio todo iba bien, pero cuanto más tiempo estaba contigo, más te quería y más me dolía que no me correspondieses.

– ¡Y yo, celoso de Scott! -Jack sacudió la cabeza y sonrió, con la misma sonrisa que Ellie había adorado durante tantos años-. ¿Quieres decir que durante todo este tiempo he estado celoso de mí mismo?

Ellie se rio y se abrazó a él, por fin podía besarlo y sentirlo cerca. Era un sueño, un sueño maravilloso, una felicidad tan intensa que no parecía real.

– Creía que era evidente lo mucho que te quería. No podía creerme que alguna vez me fueses a corresponder -se apartó un poco para poder mirarlo a los ojos-. Y todavía no me lo puedo creer.

Jack sonrió y salió de la cocina con ella.

– Entonces tendré que demostrártelo.


– ¿Me crees ahora?

Ellie temblaba de placer al sentir las manos de Jack recorrer todo su cuerpo. Él estaba inclinado sobre ella y la miraba con una expresión de ternura tal que hacía que el corazón se le derritiera de felicidad y placer.

– Te creo -tomó su cara y la acercó para besarlo-. Lo que no quiere decir que no vaya a necesitar que me lo recuerdes de vez en cuando.

– Ahora no hay tiempo, tenemos mucho trabajo -dijo Jack con una firmeza fingida.

– Sí. Será mejor que mañana por la mañana llamemos a la agencia para decirles que ya no necesitamos un ama de llaves.

Jack le acariciaba el pelo.

– Tengo una idea mejor. Dejaremos que venga para ayudar en la casa, y tú tendrás tiempo para trabajar en el campo conmigo. Pero seguimos teniendo mucho trabajo, Ellie, solo que ahora lo haremos juntos.

– Ahora lo haremos bien -dijo con un suspiro.

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