CAPITULO 3

YA ESTÁ! -Ellie dio un paso atrás para observar su trabajo-. Una ventana terminada -sonrió a Alice, que se estaba entreteniendo con una brocha y un bote de pintura vacío-. Bueno, ¿qué te parece?

La niña la miró con una sonrisa traviesa que dejaba ver sus dos dientes. Era el bebé más sociable que Ellie había conocido y le encantaba hablar en su idioma incomprensible. Balbució algo y golpeó con la brocha en el suelo como para dar énfasis a su aprobación.

– Quiere decir que le parece fantástico -dijo Jack a sus espaldas.

Se giró. Él estaba apoyado contra el marco de la puerta con una camisa manchada de pintura, limpiándose las manos con un trapo y mirando divertido a su hija. A Ellie le dio un vuelco el corazón. Durante los dos últimos meses habían trabajado juntos en Waverley Creek, pero seguía impresionándose cuando lo veía repentinamente.

Alice dio un gritito de alegría, tiró la brocha y el bote y gateó hasta agarrarse a los pantalones de su padre. Jack la tomó entre sus brazos y la balanceó en el aire. Ellie no pudo evitar sonreír. Le encantaba ver a Jack y Alice juntos. Se adoraban y estaba claro que en el corazón de Jack solo había sitio para su hija.

– Y ahora… ¿qué dice?

Jack fingió hablar con su hija.

– Quiere saber por qué sigues trabajando.

– Quería terminar la ventana -Ellie dejó la brocha en un frasco de aguarrás y buscó un trapo para limpiarse las manos-. ¿Cómo va la cocina?

– He terminado, puedes ir a verla.

Ellie y Jack se dirigieron a la cocina. Parecía imposible que esa habitación fuese la misma que habían visto dos meses antes. Entonces era sucia y deprimente, llena de polvo y trastos.

– Está preciosa, Jack.

– Ha mejorado un poco, ¿no?

Jack, encantado con la reacción, dejó a Alice sobre la encimera, sujetándola por las manitas para que se pudiera sostener de pie.

– ¡Ga, ga, boo, mamá! -gritó asustada.

– Tienes razón, como siempre -dijo Jack con seriedad-. ¡Llegó la hora de una cerveza!

– Podría empezar la ventana del dormitorio de Alice -dijo Ellie sonriendo.

– No, no puedes -contestó él con firmeza-. Has estado todo el día trabajando y ya has hecho bastante. Toma -agarró a la niña y la dejó en brazos de Ellie-, hazte cargo de Alice y no discutas; yo buscaré las cervezas.

Ellie tenía una sensación de cansancio agradable y no le importaba salir con Alice al porche y sentarse un rato. Jack había llevado unas silla de lona y una mesa nueva donde comían o tomaban una cerveza después del trabajo. Estaba deseando descansar un rato. Dejó a Alice en el suelo y le dio un juguete. A Jack le gustaba estar con su hija siempre que fuese posible y, como últimamente había pasado todo el tiempo en Waverley Creek, Ellie había llegado a conocerla bien y estaba a punto de perder la cabeza por ella.

Esos dos meses pasados habían sido mágicos para Ellie. Había sido maravilloso estar en casa, haciendo algo útil que, aunque resultaba agotador, era muy gratificante. Además, estaba Jack. A Ellie no le importaba la dureza del trabajo si al final del día se podía sentar en el porche con él y charlar un rato. Eran amigos, mejores amigos que antes, pero nada más que amigos. Kevin y Sue comentaban la cantidad de tiempo que pasaban juntos, pero aunque se habían tenido que quedar un par de veces a dormir en la finca, él la había tratado como a una hermana. Jack no había vuelto a mencionar el matrimonio y ella tampoco se atrevía a hacerlo por temor a que hubiese cambiado de idea. No quería ni imaginarse qué pasaría si fuese así. Significaría no volver a Waverley Creek y no volver a ver a Alice, ni a Jack. Rechazaba pensar en el futuro, se conformaba con ver a Jack cuando fuese posible, con almacenar recuerdos.

– Toma.

Se levantó en cuanto apareció con unas cervezas bien frías. Le ofreció una y se agachó para dar un refresco a Alice en su taza especial. Luego, Jack sonrió y se apoyó en la barandilla del porche mirando a Ellie.

– Por ti, Ellie -dijo levantando el vaso-. Gracias.

– ¿Por qué? -lo miró sorprendida.

– Por todo. ¿Crees que no me he dado cuenta de lo que has trabajado durante estos meses? -miró a su alrededor-. Cuando esté terminado será un sitio precioso. Si estoy aquí, es gracias a ti. No me podía imaginar venirme a vivir aquí.

Ellie dejó el vaso y lo miró con preocupación.

– ¿No estarás pensando en venirte ya?

– Solo nos queda terminar la habitación de Alice. El resto pude esperar hasta que tengamos más tiempo. Quizá no sea perfecto, pero por lo menos es habitable. No sé por qué no íbamos a venirnos lo antes posible.

¿Nosotros?, pensó Ellie. ¿Quería decir Alice y él, o la incluía a ella también? De repente, todo pareció oscurecerse. Jack se estaba impacientando y eso quería decir que las cosas iban a cambiar, para bien o para mal. Pasara lo que pasase, ese momento mágico estaba a punto de terminar.

Ellie se levanto.

– No sabía que estuvieses pensando en venirte tan pronto.

– Ya hace un mes que volvieron Gray y Clare. Los dos se portan maravillosamente con Alice y no puedo negar que todo es más fácil si está Clare, pero… -dudó un momento-. Bueno, lo cierto es que me resulta más difícil de lo que me había imaginado. Se los ve tan enamorados… como lo estábamos Pippa y yo. A veces me duele verlos -se volvió y apoyó los brazos en la barandilla con la mirada perdida-. No es que se pasen todo el rato besándose y mimándose, al revés. Es la forma de mirarse y como se entregan el uno al otro.

Ellie se puso a su lado.

– Entiendo que te resulte difícil. Pippa y Clare eran hermanas, ¿te recuerda a ella?

– A veces. No se parece a Pippa, pero hay veces que dice cosas o hace gestos que son idénticos, es como tenerla delante -la amargura se apoderó de su rostro-. Me cuesta asimilar todo. Clare está aquí gracias a Pippa, y Pippa está muerta.

– Jack… -dijo Ellie sintiéndose impotente.

Jack la miró a los ojos y se sintió avergonzado por disgustarla.

– Ellie, no te pongas así… -la tomó de la mano como si fuese ella quien necesitase consuelo-. La mayoría de las veces no pasa nada. No es justo que me queje. Parece como si lamentara el matrimonio de Gray, y no es así. Me alegro mucho de que haya encontrado a Clare. Solo digo que sería más fácil si Alice y yo viviésemos aquí.

Alice y yo, Ellie lo captó con tristeza. Nadie más.

– Entiendo.

Jack percibió cierta desaprobación en su comentario.

– Naturalmente, no pienso traer a Alice hasta que todo esté en condiciones -dijo para tranquilizarla-, pero espero que sea pronto. Gracias a todo el trabajo que has hecho.

Ellie esbozó una sonrisa.

– Me alegro de haber servido para algo.

– Puedes estar segura, nunca habría sido capaz de hacerlo solo -miró sus tierras con satisfacción-. Dentro de una semana, más o menos, este será mi hogar -miró a Ellie con una sonrisa franca e infantil-, lo estoy deseando.

Ella seguía mirando el camino polvoriento que se perdía a lo lejos.

– Así que te vienes a Waverley. ¿Qué pasará entonces, Jack?

– Mucho más trabajo -parecía como si a él le entusiasmara la idea.

– ¿Y Alice?

– Eso es asunto tuyo -se volvió y la miró-. Cuesta creer que solo han pasado dos meses desde que vinimos a Waverley por primera vez. ¿Te acuerdas?

El recuerdo de ese día estaba grabado en su corazón.

– Desde luego -dijo sin mirarlo.

– He pensado mucho sobre la conversación que tuvimos en la poza.

La boca de Ellie estaba seca.

– ¿Y bien?

– Creo que casarme contigo sería maravilloso… para mí -dijo lentamente-. También lo sería para Alice, pero no estoy seguro de si lo sería para ti.

– ¿No tendré que decidir yo eso?

– No quiero que hagas algo de lo que te puedas arrepentir -dijo eligiendo cuidadosamente las palabras y con una sonrisa-. Me vendría muy bien tenerte, me resolverías todos los problemas domésticos, pero yo solo te puedo ofrecer mucho trabajo, tendrías que cuidar un bebé y trabajar en el campo.

– Y la oportunidad de quedarme en mi tierra y trabajar en lo que me gusta. Me parece un trato justo.

Jack meneó la cabeza.

– Te mereces más que eso. Dijiste que querías estabilidad y puedo dártela. Si fueses mi mujer, serías propietaria de la mitad de Waverley; y si quisieras irte, tendría que comprarte tu parte. No tendrías que volver a preocuparte por el dinero.

Ellie se puso tensa.

– No me refería a estabilidad económica. Solo quiero un sitio donde me pueda quedar. No necesito que me des nada.

– Me parece que no te das cuenta de lo que significaría para mí tenerte aquí -dijo con aire burlón-. Está muy bien hablar de aceptar la ayuda de los demás, pero cuanto más lo pienso, más difícil me parece vivir aquí sin ti. ¡Lo mínimo que te mereces es una participación en la explotación! Además, ¡piensa en todos los sueldos de cocinera, ama de llaves y niñera que me ahorro!

Ellie no sonrió.

– Preferiría que no lo hicieses. Me incomoda solo pensarlo.

– Pues no lo pienses. Basta con que sepas que lo tienes y será mejor que te vayas haciendo a la idea, porque es una de mis condiciones. Si no lo aceptas, no me caso -su voz tenía un tono de rotundidad que calló a Ellie; ella lo miró desconcertada. No soportaba la idea de beneficiarse del matrimonio cuando lo único que quería era estar junto a él, pero su obstinación la exasperaba y le costaba hacer exactamente lo que él decía-. No seas tan orgullosa -dijo Jack como si le hubiese leído el pensamiento-. No te estoy comprando.

– Es lo que parece -contestó con cierta amargura.

– Ellie, sé juiciosa -dijo él más amablemente-. Si nos casásemos en circunstancias normales, no dudarías compartir todas mis posesiones materiales, ¿verdad?

Ellie se mantuvo inexpresiva.

– Pero no son circunstancias normales, ¿o sí lo son?

– No. Creo que deberíamos plantear nuestro matrimonio como una sociedad. No vamos a ser un marido y una mujer normales, pero podemos ser socios; y para serlo tenemos que tener participaciones iguales.

– De acuerdo -no tenía sentido seguir discutiendo y, además, ella no iba a vender su parte, solo sería propietaria de Waverley sobre el papel-. Gracias.

– Hay otra condición -dijo Jack.

– ¿Cuál? -preguntó, temerosa.

– Si alguna vez quieres dar por terminado el matrimonio, tienes que decírmelo. Quizá ahora creas que no tienes ninguna posibilidad con ese hombre de quien estás enamorada -respondió sin dejarla decir ni una palabra-, pero las cosas pueden cambiar. No quiero que te consideres atrapada, o que pienses que has perdido la ocasión de ser feliz. Tienes que prometerme que me lo dirás. Me parece lo justo. Te dejaré ir sin ningún resentimiento.

Desde luego que lo haría. Ellie se dio la vuelta dolida en lo más profundo. Sabía que Jack solo quería ser amable, pero cada vez que le recordaba que no la quería, su corazón se rompía un poco más. Sin embargo, tampoco podía esperar algo que él no podía darle.

– Sería justo si tú también me lo dijeses -dijo maravillada de lo distante que había sonado su voz-. Vamos a ser socios. Si tú te enamoras, espero que me lo digas -hizo un esfuerzo por mirarlo a los ojos y continuó-: Deberíamos dejar estipulado que si alguno quiere dar por terminado el matrimonio, el otro lo aceptará.

Jack se lo pensó, aunque ella estaba segura de haber notado un gesto de alivio en su rostro.

– Si es lo que quieres… lo podemos sellar con un apretón de manos.

Ellie dudó un segundo y le estrechó la mano. El contacto con su piel hizo que le hirviera la sangre. Resultó tan perturbador que quiso retirar la mano, pero Jack se la retuvo.

– Una vez alcanzado el acuerdo sobre las condiciones, quizá deberíamos decidir lo más importante, ¿quieres casarte conmigo? -dijo con una sonrisa que hizo latir el corazón de Ellie como si fuese a reventar.

Qué extraño, pensó Ellie. Se había imaginado la escena un millón de veces, pero no se sentía como creía que se iba a sentir. Sin venir a cuento, se acordó del dicho favorito de su abuela: «No desees demasiado lo que quieres, puedes acabar consiguiéndolo».

Lo que más había deseado en su vida era casarse con Jack y, aunque acababa de pedírselo, solo sentía, con profunda tristeza, que la vida nunca era como uno la imaginaba. En los sueños de Ellie, Jack quería casarse con ella porque la amaba tanto como ella lo quería a él, pero eso era la cruda realidad.

El esperaba una respuesta. Ellie lo miró a los ojos y sintió que sus dudas se disipaban. Qué más daba si no era perfecto, si no era como ella había soñado. Por lo menos estaría con él.

– Sí.

Jack había notado sus dudas e insistió.

– ¿Estás segura?

– Estoy segura.

– Muy bien -dijo Jack, y su sonrisa se desvaneció lentamente.

Miró a Ellie, su pelo estaba despeinado y tenía una mancha de pintura en la mejilla, pero sus ojos verdes grisáceos eran claros y sinceros. Miró su boca y, sin darse cuenta, se encontró pensando en cómo sería besarla. Acababa de decir que se casaría con él. ¿No sería lo más natural del mundo besarla? De repente se sintió culpable. Sería natural en condiciones normales, pero no en esas circunstancias. Ellie estaba enamorada de otro hombre y había dejado muy claro que ese matrimonio era como un contrato comercial. Y eso era lo que él quería también. Lo mejor sería no estropear las cosas con un beso. Por otro lado, se iban a casar, ¿tenía que limitarse a un apretón de manos?

Se inclinó y la besó en la mejilla, una solución amable y poco comprometida, aunque percibió la suave calidez de su piel y la proximidad de sus labios. Ellie, instintivamente, cerró los ojos al sentir su piel curtida y el roce de sus labios. No había sido nada, un leve beso fraternal, pero había sido suficiente para que el suelo se abriera bajo sus pies y el corazón se le disparara.

Jack, repentinamente, le soltó la mano y se separó casi con brusquedad, como si incluso ese ligerísimo contacto físico hubiese sido demasiado para él. Ellie sintió cierta amargura, estaba convencida de que hasta el beso más leve le recordaba a Pippa. Cruzó los brazos y observó a Alice, quien ignoraba los sacrificios que su padre estaba haciendo por ella.

– Bueno… -Jack agarró la cerveza y la volvió a dejar. Se sentía ridículo e incómodo. Menos mal que solo le había dado un besito en la mejilla. Evidentemente solo había un hombre al que ella quería besar; y no era él-. Bueno -repitió-, ¿cuándo nos casamos?

– En cuanto lo organicemos -Ellie intentó parecer natural-. Salvo que prefieras esperar -añadió con una consideración forzada.

Jack negó con la cabeza.

– Lo mejor será que lo resolvamos lo antes posible -Jack había hablado sin reflexionar, pero cuando vio la expresión de Ellie se arrepintió de no haber elegido mejor las palabras. Su matrimonio podía ser una cuestión de conveniencia, pero tampoco había necesidad de dejar tan claro que le daba pavor-. Me imagino que preferirás un boda tranquila -dijo para romper la tensión.

– Sí, me gustaría, pero me temo que va a ser muy difícil. Ya sabes cómo son mamá y Lizzy. Nunca me perdonarían que no hiciese una boda como Dios manda; además, les extrañaría. Y no quiero que sepan por qué nos casamos. Se llevarían un disgusto enorme si supieran la verdad. Ya va a ser bastante difícil convencer a Lizzy. Sabe lo que sientes por Pippa y creo que intentaría disuadirme por todos los medios si sospechase que esto no es un matrimonio auténtico.

– Seguramente tienes razón -Lizzy y él eran amigos desde hacía mucho tiempo, y era la única persona que podría sospechar que no eran una pareja normal. Miró a Ellie- Deberemos fingir que estamos enamorados.

– ¿Te costará mucho? -preguntó incómoda-. Me… me puedo imaginar lo difícil que te resultará.

– Y a ti.

Se hizo un silencio. Ellie no podía mirar a Jack. Él no podía saber que para ella lo más difícil era fingir que estaba fingiendo.

– En realidad, será solo durante la boda -dijo Ellie.

Jack se fijó en su perfil.

– Creo que podré soportarlo… si tú puedes.

Ellie lo miró atentamente. Jack tenía una expresión indescifrable y ella se dio cuenta de que no podía apartar la mirada. No podía hablar, ni moverse, tan solo podía permanecer de pie mirándolo, con el corazón latiendo con tanta fuerza que estaba segura de que Jack lo oiría.

«Lo sabe», pensó aterrorizada. «¿Cómo no va a saberlo si lo llevo escrito en la cara? ¿Y si esa extraña expresión significa desasosiego o, peor aún, lástima?».

Ellie hizo un esfuerzo enorme y miró hacia otro lado.

– Lo… lo intentaré -dijo con voz entrecortada.

– Ellie… -contestó Jack, pero se detuvo sin saber cómo seguir.

«Dios mío, va a decirme que se ha dado cuenta», pero antes de que él pudiese terminar, Alice tiró la taza con un grito de placer. Ellie, temblorosa, pero muy agradecida por el alivio y la excusa para ocultar la cara, se agachó para recoger la taza y, lentamente, volvió a dejarla en la mesa. Cuando se levantó de nuevo vio que Jack ya tenía a su hija en brazos.

– ¿Le parecerá bonito a la señorita? -dijo con una mueca burlona.

Todo parecía tan normal que Ellie empezó a pensar que se había imaginado la mirada tan intensa que se habían cruzado. El no podía saber que ella estaba enamorada; si lo supiera, no estaría jugando tranquilamente con Alice. Se sentó con la sensación de que era tonta. Ni siquiera sonrió cuando Jack se sentó a su lado con Alice sobre las rodillas.

– ¿Qué vas a decirles a Clare y Gray?

Jack tardó en contestar.

– Me gustaría decirles la verdad. No quiero que Clare piense que he olvidado a Pippa tan pronto. ¿Te importa?

Ellie negó con la cabeza.

– ¿Crees que entenderá por qué te casas?

– Clare quiere lo mejor para Alice y nuestro matri monio lo es -Jack parecía muy convencido -. Es encantadora, te gustará.

– Me parece más importante que yo le guste a ella.

– Le gustarás. El domingo que viene es el cumpleaños de Alice. Cumple un año -su rostro se ensombreció con cierta tristeza al recordar lo sola que debió de sentirse Pippa un año atrás-. Aunque sea muy joven, queremos celebrarlo de alguna forma. ¿Por qué no te pasas por Bushman's Creek y conoces a Clare?

– De acuerdo… -contestó Ellie.

No estaba muy segura de que el cumpleaños de Alice fuese el mejor momento para conocer a Clare. Se acordaría de Pippa más que cualquier otro día. Jack le había contado todo lo que Clare había hecho por Alice, no se le podía pedir que recibiera con los brazos abiertos a alguien que pretendía ocupar el sitio de su querida hermana.


Ellie estaba nerviosa mientras se dirigía a Bushman's Creek. Normalmente no pensaba en qué ponerse, pero esa mañana había estado horas dándole vueltas al asunto hasta que acabó decidiéndose por su único vestido. Lizzy se había empeñado en que se lo comprase la última vez que estuvo en Perth; era un vestido bonito, pero ella se encontraba muy incómoda.

– Cuando me lo pongo, no parezco yo -se había quejado.

– Te sienta perfectamente. Tranquilízate y disfruta pareciendo un poco femenina, ¡para variar!

El problema era que no podía tranquilizarse, pensó Ellie con pesimismo. Había sido una buena idea intentar que Jack la viese hermosa y femenina, pero ¿qué sentido tenía si no se podía comportar con naturalidad? Se le daba fatal parecer hermosa y femenina. Jack se reiría de ella. Sin embargo, Jack no se rio cuando salió a su encuentro. Se quedó helado cuando vio salir a Ellie del coche. Era ella, aunque no lo parecía en absoluto. Llevaba un sencillo vestido rojo que le llegaba justo hasta las rodillas y permitía ver sus piernas largas y estilizadas. Solo era un vestido, pero se sentía aturdido.

– Eh… Ellie -dijo con una voz extraña.

– Hola, Jack.

Ella tragó saliva y cruzó instintivamente los brazos con un gesto defensivo. La miraba con una expresión tan extraña que se sintió profundamente incómoda. ¿Por qué se habría puesto el maldito vestido? ¿Por qué no se habría puesto una chaqueta o algo que la tapara un poco?

– Estas… tan distinta…

– Es por el vestido -dijo tímidamente y mirando al suelo.

– Sí -Jack hizo un esfuerzo por recuperarse-. Se me había olvidado que tienes piernas -dijo en tono de broma-. No recuerdo haberlas visto desde que tenías seis años.

Ellie esbozó una sonrisa.

– Es lo mismo que me ha dicho Kevin esta mañana. Lizzy siempre me dice que debo arreglarme más, pero yo prefiero usar vaqueros. Me siento muy rara así.

Jack no la veía rara, la encontraba bellísima. Pero hubiese preferido que llevase los viejos pantalones vaqueros.

– Estás bien. Pasa, Clare está dentro -dijo un poco bruscamente.

Se dio cuenta de que no era un recibimiento muy expresivo. Debería haberle dado un abrazo de bienvenida, pero la sola idea de pasarle los brazos por los hombros y sentir su piel desnuda le parecía perturbadora. Jack era consciente de que sentía algo de rencor. Ellie no tenía por qué cambiar, él quería que siguiese igual que siempre: silenciosa, amable, poco exigente. No quería perder el equilibrio porque se hubiese puesto un vestido. No quería verla con otros ojos, ¡y no lo iba a hacer! Con vestido o sin él, ella era la Ellie de siempre y no había motivo para comportarse de otra forma.

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