Capítulo Diez

La casa era modesta. Ryan aparcó y trató de asimilar que, mientras él había crecido en un mundo de riqueza y privilegios, las nietas de Ruth se habían criado allí.

Salió de su deportivo y caminó hacia la puerta. Julie ya la había abierto. Se apoyó en el marco y dijo:

– ¿Estás preparado? Deberías estarlo.

– Tus hermanas no pueden ser tan malas -dijo él mientras se acercaba-. Estaré bien.

– Qué tonto -dijo Julie con una sonrisa.

Pasó frente a ella, se dio la vuelta y la besó. Ella no reaccionó, pero Ryan observó el deseo en sus ojos. Tal vez tuvieran otros problemas, pero conectar sexualmente no era uno de ellos. Quizá se hubiera apresurado al decidir que su plan de aproximación funcionaría mejor si no había contacto físico.

– Mi madre está trabajando -dijo Julie-. Está a cargo de una clínica de vacunas a bajo precio un sábado al mes, pero llegará más tarde. Mientras tanto, tengo aquí a mis hermanas para que te interroguen; quiero decir, para que te entretengan.

– Pueden interrogarme -dijo él, riéndose-. Puedo apañármelas.

– Eso piensas.

La mañana era cálida, anticipando un día caluroso; de los que aparecen de vez en cuando en otoño. Julie llevaba una blusa holgada con amplio escote y mangas diminutas. En vez de pantalones, había optado por una falda hasta la altura de las rodillas. Llevaba los pies descalzos y el pelo suelto. Parecía una princesa de cuento de hadas.

Ryan se detuvo en mitad del salón. ¿Una princesa? ¿Qué diablos le pasaba?

– Por aquí -dijo Julie- Ya no puedes echarte atrás.

– No pensaba.

Lo guió por la cocina hasta el jardín trasero, que era más paradisíaco de lo que hubiera imaginado. Había plantas por todas partes, una mesa con sillas en un extremo y una barbacoa en el otro. Había velas y cosas que giraban con el viento, aparte de telas que colgaban y que no servían para nada en especial.

También había dos mujeres, ambas rubias y de ojos azules, con los rasgos de Julie y la misma mirada de «vamos a ponerte a prueba».

– Mis hermanas -dijo Julie-. Willow y Marina.

Willow era bajita, delicada y guapa. Marina era la más alta de las tres, y también una belleza. Unos genes magníficos.

– Encantado de conoceros -dijo con una sonrisa-. Julie me ha hablado mucho de vosotras.

– ¿Y ha mencionado que queríamos darte una paliza? -preguntó Willow- No sólo a ti. Sigo queriendo ir a esa casa y decirle unas casas a Todd Aston. No tendrás su dirección, ¿verdad?

– Yo, eh, el jardín es precioso -dijo Ryan- Hay muchas plantas. Es un lugar muy especial.

– No es un cambio de tema muy discreto -dijo Marina con los brazos cruzados-. Dudo que estés realmente interesado en el paisaje, pero, en caso de que no estés tomándonos el pelo, Willow es la que se encarga de eso.

Julie le indicó que se sentara y ella ocupó la silla frente a él.

– Willow puede cultivar cualquier cosa. Le encantan las hierbas y todas las cosas aromáticas. Tiene una línea de velas que es muy popular en algunos herbolarios, y escribe una tira cómica.

– Impresionante -dijo Ryan, mirando a Willow-. ¿Tienes alguno de tus cómics aquí? Me gustaría leer alguno.

Willow tomó una revista de la mesa de cristal y se la lanzó.

– Más o menos en la octava página -murmuró.

Fue pasando las páginas de la publicación. Había artículos sobre jardinería orgánica, un ensayo sobre cómo sobrevivir al frío y a la gripe y un diagrama sobre cómo sacar el máximo partido al abono.

Entonces vio la tira cómica de seis viñetas. Ap¬recían dos calabazas hablando sobre una venta de zapatos. A juzgar por los tocados en sus cabezas y los tacones, eran calabazas femeninas.

Leyó las viñetas y se obligó a reírse al final, i¬cluso aunque no entendía la broma.

– Es genial -dijo al terminar-. ¿Las has vendido a más publicaciones?

– Sólo a un par de periódicos locales. Las grandes publicaciones no están interesadas en el humor orgánico.

– Pues se están perdiendo un gran mercado.

Willow lo miró como intentando adivinar si estaba siendo condescendiente con ella. Estaba a punto de empezar a hablar sobre el importante crecimiento del mercado de productos orgánicos cuando Wi llow y Marina se levantaron.

– Vamos a por los aperitivos -dijo Marina.

Cuando se marcharon, Ryan se giró hacia Julie.

– No lo entiendo -susurró, agitando la revista-. Explícamelo.

– No puedo -dijo ella-. Tampoco lo entiendo. Tal vez haya que ser vegetariano para entenderlo, no sé. Durante un tiempo pensé que los cómics de Willow no eran divertidos. Pero cada vez está en más revistas, así que debo de ser yo. Bueno, y Marina, y mi madre.

– Y yo -dijo él.

Julie le dirigió una sonrisa y él se la devolvió.

Sus hermanas regresaron.

– Limonada de mango -dijo Willow, entregándole un vaso.

Marina puso un plato de galletas sobre la mesa.

¿Limonada de mango? Dio un sorbo. No estaba del todo malo.

Marina y Willow volvieron a sentarse.

– ¿Has estado casado alguna vez? -preguntó Marina.

– No.

– ¿Prometido? -preguntó Marina.

– No.

– ¿Algún hijo, aparte del que vas a tener con Julie? Y, por favor, no digas «no que yo sepa». Eso hace que los hombres parezcan estúpidos.

– No hay más hijos.

Había comenzado el interrogatorio. Le preguntaron por todo, desde la relación con su madre hasta su situación económica, pasando por saber si pagaba sus impuestos a tiempo o no. Julie se quedó sentada en silencio, observando como si estuviera juzgando sus respuestas.

Le parecía bien. No tenía nada que ocultar. Así que contestó a las preguntas sin dudar, hasta que Willow dijo:

– ¿Cómo pudiste ser tan rastrero como para mentir sobre quién eras con el propósito expreso de hacer daño a esa persona?

Pensó en decir que no pensaba que pudiera hacerle daño a Julie, pero no le sonó bien. Decir que la consideraba incapaz de sentir nada no era apropiado tampoco. Podía explicar el daño que había experimentado en el pasado y sus ganas de vengarse. Sólo que Julie no había sido la que le hiciera daño. Finalmente, optó por la verdad.

– Me equivoqué -le dijo a Willow- No hay excusa para mi comportamiento y no intentaré inventarme una.

Marina y Willow se miraron, y luego observaron a Julie. Willow se encogió de hombros.

Ryan sintió que algo importante había sucedido, pero no estaba seguro de qué. A veces, las mujeres eran un misterio.

– Cuando éramos pequeñas, Julie era muy mandona -dijo Marina -. Especialmente conmigo.

– No era mandona -dijo Julie-. Sin embargo, nuestra madre trabajaba y alguien tenía que estar al mando. Yo era la mayor.

– Mandona -dijo Willow-. De las peores.

– Voy a ignorarte -dijo Julie, poniéndose en pie y acercándose a la mesa para servirse un vaso de limonada. Pero, en vez de volver a sentarse en su silla original, se sentó junto a él.

Ryan cometió el error de mirar sus pies descalzos cuando cruzó las piernas. Llevaba las uñas rosas y un anillo en uno de los dedos. Era la cosa más sexy que había visto.

Se recordó a sí mismo que tenía que concentrarse en su plan. Tenía que conseguir que Julie se casara con él. Por el bien del bebé.

Pero, en aquel momento, el bebé no parecía muy real. Lo único en lo que Ryan podía pensar era que le gustaba Julie y sus hermanas, y que su casa era un hogar como nunca habría podido imaginar.


– No has comprado esto, ¿verdad? -preguntó Julie cuando Ryan aparcó frente a una enorme finca de Beverly Hills. Las puertas de acero se abrieron, dejando ver una casa de tres plantas con enormes jardines.

– Yo crecí aquí.

– ¿Qué? ¿Vivías aquí? ¿Con tus padres? Me dijiste que me vistiera de forma casual. Dijiste que probablemente nos mancharíamos. No puedo conocer a tus padres con esta pinta.

Llevaba puestos unos vaqueros y una camiseta de manga corta que había estado a punto de tirar. No se había molestado en maquillarse ni en lavarse el pelo.

– No están aquí -dijo él mientas aparcaba frente a la casa-. Están en Europa. Te he traído para poder echarle un vistazo al desván. Pensé que habría algunas cosas que te gustarían.

– Ah. Bueno, el desván suena intrigante -Julie salió del coche y miró a su alrededor-. Tiene mucho estilo. No se parece a mi casa.

– Me gustó tu casa -dijo él, abriendo la puerta con la llave-. Me sentí muy cómodo. Este lugar no es así.

Entraron en la casa y Ryan encendió las luces. Julie se fijó en los techos altos, en los suelos de madera y en las impresionantes obras de arte. Y sólo estaban en la entrada.

– ¿No hay empleados? -preguntó.

– Hay un ama de llaves interna. Hoy es su día libre. Le dije que nos pasaríamos, pero que no hacía falta que estuviera. Tenemos la casa para nosotros.

Ryan la condujo por una escalera y luego por un pasillo flanqueado por habitaciones.

– ¿Cómo de grande es este lugar? -preguntó ella-. ¿Diez mil metros cuadrados?

– Creo que más bien quince.

– Eso es mucho limpiar.

– Yo no lo sé -contestó él con una sonrisa.

– Sería un trabajo de jornada completa. No puedo creer que tus padres tengan este sitio y casi nunca estén aquí.

– Les gusta viajar.

– Mis hermanas y yo podríamos haberlo pasado muy bien aquí. ¿Quién necesita un parque de atracciones? Te portaste muy bien con ellas, por cierto. ¿No te lo había mencionado? Casi te ganaste su confianza.

– Me gané su confianza. Sin casi.

– Qué arrogante.

– Y con razón.

Las señales de alarma comenzaron a sonar en su cabeza. Julie sabía que no debía dejarse seducir, pero no podía evitarlo. Era un hombre fantástico.

Al final del pasillo tomaron otra escalera hacia el tercer piso. En vez de más habitaciones, había espacios abiertos, dándole al lugar un estilo loft. Las ventanas dejaban entrar una gran cantidad de luz.

– Me encanta esto -murmuró Julie- Me dan ganas de ser pintora o algo creativo. ¿No te parece que sería un estudio fantástico?

– Todd y yo jugábamos aquí cuando éramos pequeños. Teníamos todo el piso para nosotros.

– Un paraíso para los niños.

En una esquina había otras escaleras. Eran estrechas y empinadas. Julie siguió a Ryan y se encontró metida en el desván.

Parecía sacado de una película original de la PBS; con vigas descubiertas, muebles cubiertos con sábanas y ventanas polvorientas. Había cajas por todas partes, además de ganchos en las paredes y baúles.

¿Cómo era posible que Ryan y ella se hubieran criado a menos de treinta kilómetros de distancia y hubieran tenido una vida tan distinta? ¿Cómo podía ser real ese mundo?

Ryan quitó unas cuantas sábanas, y dijo:

– Todd y yo pasábamos mucho tiempo aquí arriba. Metíamos las narices en todo. La mayoría de las cosas eran muy aburridas para un niño, pero recuerdo…

Atravesó la sala y movió algunas cajas.

– Sé lo que piensas del arte moderno. ¿Esto es más de tu estilo?

Le había prometido una sorpresa. Julie no había estado muy segura de qué esperar, pero desde luego no una hermosa canastilla.

Se arrodilló y tomó aliento al tocar la pieza. Estaba decorada con ángeles, corazones y flores. Estaba un poco ajada, pero era increíble.

– Oh, Ryan. Es increíble.

– Me alegro de que te guste. Podemos restaurarla. Hay un vestidor a juego -Ryan se sentó a su lado-. Puede que estas cosas tengan ciento cincuenta años. No hay cambiador, pero podríamos pedir que nos hicieran uno. Y lo mismo con la cuna.

– Eso suena genial. ¿Cómo sabías que me encantaría?

– Simplemente lo sabía.

Julie habría imaginado que Ryan era el tipo de hombre que hacía regalos típicos, pero se equivocaba, y le encantaba. No era que fuese a quedarse con esos muebles. Eran herencia familiar. Pero estaría encantada de utilizarlos mientras el bebé fuera pequeño.

– Eres increíblemente considerado -le dijo-. Gracias. Son increíbles.

– Bien. He estado leyendo cosas en Internet. Sobre bebés. Necesitan muchas cosas.

– Es difícil creer que algo tan pequeño necesite tantos accesorios.

– ¿Puedes sentir algo ya?

– Sólo náuseas -dijo ella, llevándose la mano al estómago-. Ningún movimiento. Para eso faltan un par de meses.

– Apenas se te nota.

– Tengo un poco de barriga -estuvo a punto de decir que debía verla desnuda, pero eso podría llevar a equívocos.

– ¿Cuándo vas a decírselo a tus socios? -preguntó él.

– Pronto. Tengo que hacerlo. Hay muchos detalles de los que tengo que ocuparme, pero funcionará. Es extraño. Hasta que no descubrí que estaba embarazada, mi carrera era lo más importante en mi vida. Vivía para trabajar. Estaba decidida a ascender. Un bebé lo complicará todo, pero no me importa.

– No tomarás las decisiones sola -dijo él-. Yo también participaré-. Voy a ser un padre presente, Julie. Quiero estar ahí por mi hijo.

– Me parece bien -dijo ella-. Podemos entrevistar a futuras niñeras.

Lo decía en broma, pero Ryan puso cara de repugnancia.

– Yo tuve una niñera.

– Interesante. ¿Era simpática?

– Tuve varias, y todas eran simpáticas. Mis padres decidieron evitar los aspectos «sucios» de educar a un hijo. Me llevaban con ellos cuando viajaban, pero nunca estábamos juntos. No recuerdo que me llevaran a sitios con ellos, ni que comiésemos juntos. Yo tenía mi propia suite en el hotel, con mi niñera, y a veces Todd, si sus padres también iban.

– Debías de sentirte muy solo -dijo ella.

– A veces. A medida que fui creciendo lo fui llevando mejor, y pude salir solo. Podía ver a otros niños. Cuando llegué al colegio, estuve a salvo, excepto en verano. Siempre estábamos viajando de un lado a otro.

Julie también recordaba sus veranos, pasando los días en el jardín. Sus hermanas y ella se inventaban juegos que duraban días.

– Todd ayudaba -continuó Ryan-. Nos apoyábamos mutuamente. Como tus hermanas y tú.

– Son importantes para mí -convino ella.

– Quiero algo más para nuestro bebé, Julie. Quiero que sepa que estamos los dos ahí. Quiero que fo¬memos una familia. Quiero la familia que nunca tuve.

Sonaba decidido y dolorosamente triste. Julie sufría por el niño que había tenido tantas cosas y, al mismo tiempo, tan poco cariño.

– No creo que podamos regresar en el tiempo y darte esa familia-dijo ella-. Sé que no quiero recrear la mía. Pero podemos construir algo nuevo que nos venga bien.

– Me gustaría intentarlo. ¿Sabe tu padre ya lo del bebé?

– La verdad es que no se lo he dicho -dijo ella, arrugando la nariz-. Si mi madre ha hablado con él hace poco, puede que se lo haya mencionado.

– No te cae bien. Lo noto en tu voz.

– No puedo perdonarlo -admitió-. Le hace daño una y otra vez. Sé que ella tiene parte de responsabilidad; se lo permite. Pero desearía que lo mandase a paseo de una vez por todas y encontrase a un hombre decente. Pero ella dice que lo quiere.

– ¿No la crees?

– Creo que el amor no tiene que hacer tanto daño.

Ryan le tomó la mano. Por supuesto, sintió el tradicional cosquilleo y deseo. Julie tenía la sensación de que siempre experimentaría eso cuando Ryan estuviese cerca. Pero había algo diferente. Algo cálido y reconfortante. Como si pudiera confiar en él para que estuviese siempre presente.

No era probable que eso ocurriese, pero era agradable imaginarlo.

– Una vez estuve prometida -dijo-. Se llamaba Garrett y era encantador. Nos conocimos en la facultad.

– Lo odio -dijo Ryan.

– Eso deja claro tu buen gusto -Julie se encogió de hombros-. Sigo mirando atrás y tratando de averiguar en qué me equivoqué, pero no lo descubro. No sé qué pistas pasé por alto. Quiero pensar que no hubo ninguna, pero quién sabe. En cualquier caso, empezamos a salir, nos enamoramos, o eso pensaba yo, y nos prometimos. Pero él ya estaba casado. Su esposa, una mujer joven y dulce, vivía en Nuevo México con su familia. Tenía dos trabajos para pagar su educación. Habían decidido que sería más barato que ella se quedase allí mientras que él encontraba un apartamento aquí e iba a la Universidad de California.

Ryan le apretó la mano y maldijo en voz baja.

– Eso mismo digo yo -murmuró Julie-. De modo que empezamos a planear la boda. La razón por la que me enteré de que estaba casado fue que su mujer ganó la lotería. Nada importante. Unos treinta mil dólares. Pero eso supuso que pudiera irse con él y tener sólo un trabajo. Se presentó sin avisar. Los tres nos llevamos una gran sorpresa.

Ryan la acercó a él. Julie se tensó, pero luego se relajó entre sus brazos. Sabía que su vida era mejor sin Garrett, pero aun así el abrazo le vino bien.

– No sé lo que planeaba hacer -dijo, apoyando la cabeza en su hombro-. ¿Iba a ser bigamo? ¿Iba a esperar al último minuto para decírmelo? No lo sé y tampoco me quedé el tiempo suficiente para averiguarlo. Recogí mis cosas y me marché. Me odié por ser tan estúpida. Siempre me había considerado lista, y aun así me había tomado el pelo por completo.

– Era un bastardo y un mentiroso. Siento que tuvieras que pasar por todo eso.

– Sí, bueno, ahora entenderás por qué tu mentira me molestó excesivamente. Aparte de por las razones evidentes.

Ryan la agarró por los hombros y la giró para poder verle los ojos.

– Me he disculpado. Creo que me crees. Lo que quiero saber es si serás capaz de dejarlo correr.

Era una pregunta interesante. Se reducía a si lo deseaba o no. ¿Estaba dispuesta a aceptar que Ryan se había equivocado al juzgarla, que no había sido nada personal y que, si pudiera borrarlo, lo haría? ¿Durante cuánto tiempo quería castigarlo?

– Me estoy acercando -admitió-. Mucho. Pero tienes que dejar de insistir con el tema de casarnos.

– Eh, sólo lo mencioné una vez. Y, por cierto, reaccionaste exageradamente.

– Oh, por favor. Fue una manera horrible de proponerme matrimonio. Además, con una vez es suficiente.

– ¿No quieres casarte?

Julie se preguntaba en qué estaría pensando. ¿Se sentiría aliviado porque ella se hubiera negado o hablaba en serio al decir que debían casarse? No estaba segura de cuál quería que fuese la respuesta.

– Algún día -dijo-. Pero porque quiera, no por obligación.

– Una romántica. Nunca lo hubiera dicho.

– No soy una romántica. Simplemente quiero encontrar a alguien especial. El hombre adecuado para mí.

– ¿Y cómo es el hombre adecuado?

– No sé; aún no lo he conocido.

– Así que estás disponible.

– ¿Estás planeando emparejarme con uno de tus amigos? ¿Tienes a alguien en mente?

– Por supuesto -dijo él, inclinándose hacia ella-. Alguien encantador y con éxito, y muy guapo.

Julie sentía su aliento en la cara.

– Déjame adivinar. ¿Alguien que conocemos los dos?

– Sí. Yo.

– ¿Por qué no me sorprende?

Pero Ryan no contestó, lo cual le pareció bien. Porque, en vez de eso, la besó.

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