– ¿Casarnos? -Julie se puso en pie de un salto y miró a Ryan-. ¿Estás loco? ¿Casarnos? ¿Qué diablos te pasa?
De pronto recordó las paredes de cristal y volvió a sentarse. Bajó la voz, pero no estaba menos enfadada.
– Si esto es tu idea de una broma, no es divertida. Es horrible.
– ¿Horrible? -preguntó él-. ¿Por qué?
– Ni siquiera nos gustamos -murmuró ella-. ¿Qué tiene de bueno casarnos?
– Tú sí me gustas -dijo él-. Y, salvo por un pequeño detalle que no puedes perdonar, creo que yo te gusto a ti. Casarse por el bien del bebé es una tradición bien vista.
– ¿En qué siglo?
– Somos adultos racionales e inteligentes -dijo Ryan-. Vamos a tener un bebé. Los dos querremos que tenga lo mejor y eso significa tener a sus dos padres cerca. ¿Realmente quieres ser madre soltera?
– Sí. Me parece bien. Me educó una madre soltera -más o menos. Técnicamente había un padre, pero no servía para nada.
– Creo que es importante tener a ambos padres cerca si es posible -insistió Ryan.
– Genial, pero no es posible.
– ¿Por qué?
– No quiero casarme contigo -dijo ella.
– ¿Por qué no?
– No te conozco. Y pesar de lo que diga tu cerebro egocéntrico, no me gustas especialmente. No tengo interés en casarme por una razón sociológica arcaica. Creo que una madre soltera puede hacer un trabajo excelente.
– Podríamos intentarlo.
¿Pero cuál era su problema? ¿Por qué seguía insistiendo? ¿Ypor qué ella se sentía furiosa y, a la vez, increíblemente triste?
– No quiero intentarlo. No contigo.
– De acuerdo. Así que no soy yo -dijo él-. Te opones al matrimonio en general.
– No es verdad. Quiero casarme. Algún día. Pero no ahora, y no contigo. Eres un hombre que da por hecho que todas las mujeres van detrás de tu dinero. No podría soportar eso.
– ¿Dices que te opondrías a un contrato prematrimonial? Proteger mis posesiones es algo razonable.
– Tienes que irte -dijo ella, apretando los dientes-. En serio, tengo que trabajar. Sé que no entiendes cómo puedo rechazar una oferta tan halagadora. Teniendo en cuenta tu visión de las mujeres, debe de haber miles de ellas dispuestas a aceptar, sobre todo después de una declaración tan romántica.
– Gastas demasiada energía -dijo él con un tono desquiciante-. Hace que me pregunte qué es lo que escondes. Casarse no es algo tan inesperado, Julie. ¿Por qué estás enfadada realmente?
Julie se puso en pie, y dijo:
– Ha sido fabuloso. Deberíamos hacerlo otra vez. Tal vez dar una fiesta y darnos regalos.
Ryan se levantó y se acercó a su lado de la mesa, le tomó la mano y la empujó hacia una esquina de la sala. Una en la que estaban fuera de la vista de cualquiera que pasara.
– No voy a dejar este asunto -dijo él, mirándola a los ojos-. Digas lo que digas, hagas lo que hagas, pienso estar ahí. Es mi hijo y mi vida también. No pienses que puedes esconderte de mí para siempre.
Entonces la besó. Allí mismo, en la oficina, frente a la mesa de conferencias vacía.
Presionó los labios contra los suyos con un movimiento erótico y posesivo. El calor fue tan instantáneo como intenso. Julie deseaba agarrarlo y no soltarlo jamás. Luchó contra su deseo para no seguir con el beso, pero, antes de que pudiera ganar o perder la batalla, él se apartó.
– Prepara los papeles del acuerdo y envíalos a mi oficina -dijo-. Te los reenviaré con un cheque.
– No estoy interesada en trabajar contigo.
– Tal vez no, pero deseas la cuenta, así que sufrirás. Y, Julie…
– ¿Sí?
– Por mucho que intentes negarlo, sé la verdad. Te gusto.
– Me encantan los bollos -dijo Marina mientras vaciaba la bolsa-. Me encanta su olor, me encanta untarlos con crema de queso, llevármelos al jardín y comerme uno mientras bebo café y leo el periódico del domingo.
Julie miró a Willow.
– Muy bien. De pronto tengo hambre. ¿Y tú?
– Me muero de hambre. Mamá no volverá hasta dentro de media hora. Podríamos picar algo.
– Hay mucho de dónde elegir.
En uno de esos inesperados giros del destino, Julie había terminado su trabajo el viernes y no había tenido que volver a la oficina el sábado por la mañana. Sin nada que hacer, había decidido pasear por el mercadillo. Había comprado fruta y verdura, junto con una docena de bollos que había compartido con sus hermanas.
Marina sacó los tres bollos que pensaba llevarse a casa y los puso en una bolsa aparte.
– ¿Cómo te sientes? -preguntó.
– Bien.
– No es que necesite saberlo -continuó su hermana como si Julie no hubiera hablado-. Estoy acostumbrada a que no me cuentes las cosas.
– Te invité a venir con Willow y conmigo la semana pasada, pero tenías esa clase de Microbiología.
– Química Inorgánica, pero gracias por interesarte.
– Marina, vamos. Te lo dije en cuanto llegaste a casa.
– Sí, lo hiciste. Así que todavía te quiero.
– Genial. Otra relación condicional. ¿Qué pasó con eso del amor incondicional para siempre?
– Lo echamos al cubo del reciclaje -dijo Willow-. Es demasiado tarde para recuperarlo. Ya lo han recogido -echó los arándanos, que habían costado una fortuna, en un cuenco- ¿Queréis?
– Gracias -dijo Julie, agarrando un puñado mientras se sentaba en un taburete junto a la encimera.
– ¿Qué sucede? -preguntó Marina- Pareces… no sé. No pareces tú.
– Estoy bien. Más o menos.
– Eso no suena bien -dijo Willow- ¿Estás enferma? ¿Demasiadas nauseas?
– No. Eso está bien. Es sólo que… -Julie no había decidido si mencionar la propuesta de Ryan o no, pero de pronto no podía callárselo-. Vino a verme ayer.
– ¿Ryan? -preguntó Marina.
Julie asintió.
– Concertó una cita. Me está ofreciendo ocuparme de las relaciones de su empresa con China, y no me gusta. Uno de los socios de mi bufete se reunió con él y ahora sólo ve símbolos del dólar.
– Eso suena bien -dijo Willow-. ¿Cuál es el problema?
– No confío en él. ¿Y si está con otro de sus juegos retorcidos? ¿Y si lo ha organizado todo y luego desaparece? Yo quedaría como una estúpida delante de todos. No sería bueno para mi carrera.
Marina y Willow se miraron y luego la miraron a ella.
– Eh, no te tomes esto a mal -dijo Willow-. ¿Pero por qué iba a hacer eso? ¿Qué tiene que ganar?
– No sé. Sólo fastidiarme. No olvides que era el hombre empeñado en darme una lección, incluso sin conocerme ni saber nada sobre mí.
– Eso estuvo mal -dijo Marina-. Pero esto es totalmente diferente. Julie, no creo que quiera hacerle daño a tu carrera. Vais a tener un hijo juntos. ¿Por qué querría hacerle daño a la madre de su hijo?
– Para obtener el control. Eso es lo único que le importa.
Julie sabía que no sonaba racional, pero no lograba controlar sus emociones.
– Es sólo que… -tragó saliva y trató de contener las lagrimas-. De acuerdo, soy débil. Ya está, ésa es la verdad. Sé que no debo esperar de un hombre que sea decente. Sé que no debo esperar que nadie sea sincero y cariñoso. Sé que no debería dejar sitio a los sueños románticos, y lo intento. De verdad que lo intento. Pero entonces, cuando menos lo espero, reaparecen y tengo esperanza, pero entonces la esperanza desaparece y quiero abofetearme por ser tan estúpida.
– Te quiero como hermana -dijo Willow- ¿Pero de qué diablos estás hablando?
– Me pidió que me casara con él.
– Muy bien -dijo Marina, sentándose en el taburete junto ajulie- Empieza por el principio y habla despacio.
– Tienes toda nuestra atención -dijo Willow, dejando a un lado los arándanos-. Te lo prometo.
– No hay mucho que contar -dijo Julie con un suspiro-. Vino ayer a la oficina.
Les explicó lo que Ryan le había contado sobre sus empresas.
– Pero, de pronto, estábamos hablando de cosas personales, de cómo Todd y él habían crecido juntos y de cómo las mujeres deseaban sólo su dinero.
– Podría ocurrir -dijo Marina.
– Pobres niños ricos -murmuró Willow sarcástocamente.
– Eso es lo que le dije. En cualquier caso, estábamos hablando de eso y de pronto me dijo que debíamos casarnos. Que era lo mejor para el bebé. Yo no me lo tomé bien.
– ¿Por qué? -preguntó Willow.
– Porque… me provocó. Uno no se declara de esc modo. Está mal. Apenas nos conocemos. No confio en él y, a juzgar por cómo me trató, él tampoco confía en mí. No es precisamente la base para un matrimonio sólido. Me enfadé.
– Lo entiendo -dijo Willow-. Violó esos sueños secretos que se supone que no has de tener. No fue romántico ni perfecto, y no te quiere.
– Me niego a tener un lado débil -dijo Julie-. Soy dura.
– Eres humana -dijo Willow.
– Pero sí fue romántico -dijo Marina.
– Ya empezamos -dijo Julie.
– Es cierto -insistió su hermana pequeña-. Te casas porque tienes que hacerlo, pero luego te enamoras perdidamente. Es fabuloso.
– Está loca -murmuró Julie.
– Al menos estaba dispuesto a hacer lo correcto -dijo Willow-. Sé que se equivocó en la cita, mintiéndote así. Pero no lo culpo totalmente. Realmente es culpa de Todd Aston. Es él quien no tuvo agallas para presentarse y hablar contigo.
– Ryan tenía sus propios planes -dijo Julie-. No lo conviertas en un héroe.
– No lo haré, pero tal vez quepa la posibilidad de que no sea tan malo.
– Una posibilidad muy pequeña.
– ¿Entonces no considerarás su propuesta? -pre¬guntó Marina.
– Ni hablar. Sería absurdo casarme con un hombre al que apenas conozco sólo porque estoy embarazada.
Hubo un sonido en la puerta. Julie levantó la cabeza y vio a su madre allí de pie.
Ésa era la última manera en que quería que se enterase.
Willow y Marina desaparecieron por la parte de atrás de la casa. Julie se quedó en el taburete y vio como su madre preparaba cafe.
– Es descafeinado -dijo Naomi.
– Gracias.
Su madre se giró para mirarla.
Naomi se había escapado con su gran amor cuando tenía dieciocho años. Estaba embarazada, y al nacimiento de Julie le habían seguido otros dos en los años siguientes. Naomi tenía veinticinco años cuando su marido se marchó por primera vez.
Julie recordaba muy poco de aquel día, salvo a su madre llorando. Ella tenía seis años y acababa de empezar el primer curso en el colegio. Había llevado a casa un dibujo que había hecho en clase, pero su madre estaba demasiado triste para mirarlo. Desde aquel día, no había sido capaz de trabajar en un proyecto artístico de clase sin recordar las lágrimas de su madre.
– ¿Y bien? -preguntó su madre con voz tranquila-. ¿Qué hay de nuevo?
– Oh, mamá, lo siento. No quería que te enterases así.
– ¿Y querías que me enterase? Estás embarazada, Julie, y no me lo dijiste.
Naomi era delgada, guapa y aún no había cumplido los cincuenta. Sin embargo, de pronto pareció mayor de lo que Julie había imaginado.
– Lo siento -repitió Julie-. Iba a hacerlo, pero no sabía cómo. No lo planeé. De hecho, la he fastidiado a lo grande.
– ¿Pensabas que te juzgaría? -preguntó su madre-. ¿Cuándo he hecho yo eso?
– Normalmente no la fastidio tanto.
– Entonces necesitarás ayuda para superarlo. ¿Qué ocurrió?
– Tuve una cita con Todd.
– Pensé que habíais decidido no hacerlo.
– Pensamos que era importante para Ruth, y sólo era una cita -dijo Julie- Mamá, nadie te culpa por lo que ocurrió con tu madre.
– Muchas gracias. Yo tampoco me culpo. ¿Entonces el bebé es de Todd?
– No exactamente -Julie le explicó cómo Ryan había suplantado la personalidad de Todd y cómo ella se había dejado seducir- Quería enseñarme una lección. Me estaba tomando por tonta. Ahora dice que lo siente y cree que deberíamos intentar tener una relación. Sinceramente, ¿cómo puedo volver a confiar en él?
– No sé si puedes. ¿Deseas hacerlo?
¿Lo deseaba?
– Quizá. A veces. No sé. Vamos a tener un bebé juntos; es una complicación. Mamá, voy a tener un bebé.
Su madre se acercó y la abrazó.
– Lo sé. ¿Cómo te sientes? ¿Estás feliz?
Julie se echó hacia atrás y le tocó el brazo.
– No tengo palabras. Nunca pensé en tener hijos, salvo en el futuro, pero ahora estoy embarazada y muy excitada. Deseo este bebé. No puedo creer lo mucho que lo deseo.
– Nunca has explorado tu lado tierno -dijo su madre- Siempre sentías que tenías que estar al mando y cuidar de todo el mundo. No te quedaba energía para pensar en ti. Me alegro de que desees el bebé. Vas a ser una madre estupenda.
– Gracias -murmuró Julie con los ojos llenos de lagrimas, sintiéndose agradecida y extraña al mismo tiempo-. Eres mi modelo a seguir. Con nosotras te portaste muy bien. No debimos de ser fáciles como para que nos cuidaras sola.
Tan pronto como dijo las palabras, quiso retirarlas.
– No estaba sola -dijo su madre-. Tu padre estaba aquí.
– Unas pocas semanas al año -dijo Julie sin poder controlarse-. Mamá, venga. Sé que lo quieres, pero no fue un buen marido ni un buen padre.
– Sigue siendo tu padre. Hablarás de él con respeto -dijo su madre.
– ¿Por qué? No lo entiendo. Nunca he comprendido por qué dejas que vaya y venga como le plazca.
– Es la naturaleza de tu padre. Es inquieto. Pero eso no hace que sea un mal hombre.
– Tampoco hace que sea uno bueno.
Julie se preguntó por qué se molestaba. Habían tenido esa discusión cientos de veces. Nunca entendería cómo su madre podía entregarle el corazón a un hombre que pensaba tan poco en ella y desaparecía durante meses. Luego regresaba con regalos y anécdotas, y se quedaba el tiempo suficiente para convencer a todos de que esa vez sería diferente, que se quedaría. Pero nunca lo hacía.
Julie había dejado de creer en él hacía mucho tiempo, pero su madre seguía haciéndolo con todo su corazón.
– No le gusta estar atado -dijo su madre-. Yo lo he aceptado. Ojalá tú pudieras. Esta siempre será su casa y yo siempre seré su mujer.
– No puedo hacer eso. No puedo entenderlo v no lo perdonaré.
– Tener un hijo te cambia -dijo su madre- Lo cambia todo.
Julie sabía que no la cambiaría tanto como para entender la visión que su padre tenía del mundo, pero eso no importaba. Cambió el tema a algo menos controvertido.
– Ryan piensa que deberíamos casarnos -dijo.
– ¿Qué piensas tú?
– Que está loco. Hemos tenido una cita. De acuerdo, fue muy bien hasta que admitió que era un mentiroso, pero eso no es suficiente para construir una vida en común. Tú vas a decirme que debería casarme con él, ¿verdad?
– Voy a decirte que es el padre de tu bebé y que tendrás que relacionarte con él de todas formas.
– ¿Y si no quiero?
– Eso es madurez -dijo su madre con una sonrisa-. Estoy orgullosa.
– Mamá…
– Julie, la vida es cuestión de compromiso. Lo que hizo Ryan está mal. Si realmente es el cerdo que dices, ¿entonces por qué iba a molestarse en convencerte de que lo siente? Los cerdos no se molestan con cosas así. ¿Y qué gana él casándose contigo? Si estuviera interesado sólo en la victoria, ya se ha acostado contigo.
– Vaya.
– Sólo digo que los hombres que conquistan a mujeres sólo para aumentar su récord no se quedan. El se ha quedado. Dice que quiere ser el padre de su hijo. Eso no es malo. No tienes que casarte con él. No tienes que hacer nada. Pero tal vez quieras pensar en llegar a conocerlo. Empieza por ahí y mira hacia donde te lleva. Tal vez sea un buen hombre.
– ¿Eso crees? -preguntó Julie-. ¿Con mi suerte?
Las palabras de su madre tenían sentido, pero Julie no quería ir por ahí. Quería seguir enfadada. Era más seguro. Llegar a conocer a Ryan era ponerse a si misma en peligro. ¿Y si comenzaba a creer en él? Sólo le haría daño.
– No todos los hombres son como Garrett -dijo su madre.
– ¿Quieres apostar?
Capítulo Ocho
Ryan vivía en un apartamento alto que era todo cristal y acero. Julie sabía lo importante que era el material en la construcción, puesto que estaban en Los Angeles y los terremotos allí eran una realidad. Sin importar qué innovación tecnológica mantenía el edificio en pie, no se sentía impresionada por la frialdad del lugar. Sí, la localización era fantástica y el servicio de conserjería se ocupaba de todos los detalles de la vida cotidiana, pero ella prefería su vecindario rústico, donde los jardines eran habituales y los niños jugaban en la acera.
Por supuesto, mostrarse crítica con el edificio de Ryan era una distracción fabulosa, pensó mientras bajaba del ascensor y caminaba hacia el apartamento. Había decidido seguir el consejo de su madre del fin de semana anterior y llegar a conocer a Ryan. Lo había llamado y le había sugerido que se vieran. Él había ofrecido que comieran en su casa.
Llamó al timbre. Ryan abrió casi de inmediato.
Parecía más alto de lo que recordaba, aunque tal vez estaba confusa por verlo con ropa informal. Llevaba unos vaqueros gastados y una camisa blanca de manga larga. Ambas prendas enfatizaban su altura.
Su camisa estaba abierta a la altura del cuello, dejando ver su pecho bronceado y un rastro de vello.
Recordó cuando había acariciado esa zona, deslizando las manos por su piel caliente y sintiendo cómo reaccionaba a su tacto.
– Has venido -dijo él-. Adelante.
– No era difícil de encontrar.
– Pensé que cambiarías de opinión -admitió-. Después de la última vez.
La última vez. Su pelea en la oficina después de proponerle matrimonio. Sólo pensar en ello la enfurecía y le daba ganas de escupirle. No había escupido en su vida, pero, si alguien iba a conseguirlo, ese era Ryan.
Aun así, no había ido allí para discutir con él.
– Dijiste por teléfono que podríamos fingir que nunca ocurrió.
– Tienes razón -dijo él con una sonrisa-. Este soy yo fingiendo. Adelante.
Se echó a un lado y ella entró en el recibidor. La sorpresa fue instantánea. Ellos dos eran las únicas cosas vivas en una sala de cristal y metal.
– Creo que es importante que nos conozcamos -le dijo, decidiendo que era educado ignorar los alrededores-. El bebé no va a desaparecer y tú tampoco. Así que aquí estamos.
– Pero tú desearías que yo desapareciera -dijo él, sonriendo.
– Mi vida sería menos complicada.
– Aburrirse no es mejor.
– No hablo de aburrimiento -dijo ella-. Sólo de tener menos sorpresas.
– Trataré de no darte muchas. ¿Entonces hacemos una tregua durante la comida?
– Estoy dispuesta. Lo consideraremos un entremés picante.
– ¿Quieres decir que no debería confundir tu conversación agradable con el perdón?
Julie había albergado la esperanza de que pudieran evitar hablar de lo sucedido, pero tal vez fuese imposible.
– Lo estoy intentando.
– Lo comprendo. No eres fácil. Lo respeto.
A pesar de su nerviosismo, Julie se rió.
– Aparentemente soy fácil. Por eso me encuentro en esta situación.
Ryan dio un paso hacia ella y bajó la voz.
– No eres fácil; es que yo soy irresistible.
– ¿Por qué eso no hace que me sienta mejor?
– No estoy seguro -dijo él, guiándola por el vestíbulo-. Al menos alimenta mi ego, cosa que siempre viene bien.
– Puedo imaginármelo -murmuró ella.
– Vamos. Te haré una visita guiada.
Julie lo siguió hacia el salón. El mueble estaba en una esquina, de modo que tenía dos paredes de cristal que le proporcionaban una maravillosa vista de Hollywood, de las colinas y de los edificios del centro.
Allí el color predominante era el gris, acentuado con tonos de madera y toques de un rojo y un naranja brillantes provenientes de un cuadro de arte muy abstracto. Las mesillas y la mesa del comedor eran de cristal y acero. El sofá y las sillas, grises. Las paredes de un tono más suave del mismo color. Los suelos de madera y la alfombra de cuero proporcionaban la única pizca de calor.
– ¿Qué te parece? -preguntó él.
Julie dejó el bolso en una silla, y dijo:
– Es, eh… muy moderno.
– ¿No es tu estilo?
– No mucho -y, a juzgar por lo poco que conocía, Ryan, apostaría a que tampoco era su estilo.
– Salía con una decoradora cuando me mudé. Se ofreció y yo tomé el camino fácil.
O sea, que no era su estilo. Era curioso que eso hiciera que le gustara un poco más.
La condujo hasta la cocina. Estaba abierta al resto de la sala y los muebles eran grises. Las encimeras eran de cemento y los suelos de azulejos, también grises.
– Necesitas algunas plantas -dijo Julie mientras se sentaba en un taburete-. Algo verde y con vida. ¿No tienes miedo de que tanta cosa moderna te quite la vida?
– No está mal -dijo él, encogiéndose de hombros-. Es fácil de limpiar.
– ¿Y eso cómo lo sabes? -preguntó ella con una sonrisa.
– Los del servicio de limpieza lo han mencionado alguna vez. Eso y el hecho de que no tengo mascotas.
– Apuesto a que casi siempre comes fuera, que apenas estás en casa y que no das grandes fiestas. Eres el cliente perfecto para ellos.
Ryan se colocó frente a ella y comenzó a sacar cosas del frigorífico.
– ¿Cómo sabes que no doy grandes fiestas?
– Tu sofá y tus sillas están en perfecto estado. No han derramado nada pegajoso ni líquido encima. Las fiestas son un engorro.
– Buena observación. Tienes razón. Nada de fiestas.
Sólo un sinfín de mujeres, pensó Julie. A pesar de la historia de Ryan sobre cómo las mujeres acudían a él sólo por el dinero, Julie sabía que era un hombre lo suficientemente atractivo como para atraer a las mujeres por sí solo.
Sacó un paquete de pechugas de pollo, ingredientes para ensalada, albahaca, algunos botes que ella no reconoció y una plancha de galletas con masa de pan encima.
¿Iba en serio?
– ¿Vas a cocinar? -preguntó ella, tratando de no sonar tan sorprendida como se sentía.
– Dije que prepararía la comida.
– Pensé que te referías a reservar.
– ¿Prefieres que salgamos?
– No. Esto es genial. Sorprendente, pero genial.
– ¿Tú no cocinas?
– Sé preparar algunas cosas. No vivo sólo de comida para llevar y cenas precocinadas. Pero no preparo nada que requiera horno ni tantos ingredientes. ¿Qué vamos a tomar?
– Una ensalada de queso de cabra y rúcola seguida de sándwich de pollo con salsa al pesto en pan de hierbas. Y de postre frutos rojos con crema inglesa.
– Impresionante. Déjame adivinar. Salías con una cocinera.
– Eh, eso es un prejuicio. El verano en que Todd y yo cumplimos los veinte años, nuestros padres nos llevaron de crucero por el Mediterráneo durante un mes. Hubiéramos preferido visitar Europa nosotros solos, pero insistieron, así que fuimos. Era un barco pequeño sin mucho que hacer, y casi todos eran jubilados. Creo que el capitán tenía miedo de que Todd y yo causáramos problemas porque había organizado clases diarias de cocina. No me gustaron las primeras dos, pero luego me entusiasmó. Ahora cocino.
– ¿Y Todd? -preguntó ella.
Ryan sonrió.
– El flirteaba con la camarera del cóctel.
Ryan encendió el horno y colocó una sartén en el fuego antes de salpimentar dos pechugas de pollo. Tras sacar una picadora de alimentos, lavó la albahaca y la secó con un trapo.
– Realmente cocinas -dijo ella-. Lo siento, pero esto es nuevo para mí.
– Deberías ver lo que sé hacer con una patata.
No era una parte de él que hubiera esperado. Con su dinero y su apariencia, podía haber pasado la vida pidiendo al servicio de habitaciones.
Mientras espolvoreaba varias especias sobre la masa de pan que había extendido sobre la bandeja, Julie se quedó embobada con el movimiento de sus manos; por su seguridad y su firmeza. Sin desearlo, recordó aquellas manos en su cuerpo. Para ser un hombre que siempre llevaba traje y corbata, trabajaba bien con las manos.
Y ella era una idiota. No era un buen momento para rememorar acontecimientos eróticos. Estaba allí para conocer al padre de su hijo.
Ryan metió el pan en el horno y el pollo en la sartén. Luego se acercó al frigorífico y sacó una jarra de té con rodajas de limón y cubitos de hielo.
– Té de hierbas -dijo mientras lo servía en vasos-. Sin cafeína.
– Gracias -Julie dio un sorbo. El sabor era más cítrico que otra cosa, pero estaba bien-. Está bueno.
– Me alegro de que te guste.
– De acuerdo, tú ganas. Estoy oficialmente confusa. ¿Este eres realmente tú?
– ¿Quieres ver mi carné?
– Ya sabes lo que quiero decir. Eres…
– ¿Normal?
– Sí. Normal. No el maldito bastardo que odia a las mujeres.
– Yo no odio a las mujeres -dijo él-. Me gustan.
– Siempre que puedas enseñarles lecciones -dijo ella-. Lo siento. Estoy rompiendo las normas. Digamos sólo que ésta es una parte interesante de tu personalidad. Ahora podemos pasar a temas más seguros. Dime cómo era tu vida cuando eras pequeño.
Ryan la miró mientras partía la rúcola y la echaba en un cuenco.
– Eso me metería en problemas.
– ¿Por qué?
– Porque sí. Pero te lo contaré de todas formas. Todd y yo nacimos con un par de meses de diferencia, de modo que siempre hemos estado unidos. Nuestros padres son hermanos, así que viajamos mucho juntos y fuimos a las mismas escuelas. Salíamos juntos de vacaciones.
– ¿Escuela pública? -preguntó ella antes de dar otro trago al té. Ya había adivinado la respuesta, pero no le importaba ver cómo se ponía a la defensiva.
– Privada.
– Ah.
– Los dos fuimos a Stanford. Se habló de Princeton o Yale, pero no nos interesaba. Nuestras vidas estaban en California. La nieve era para las vacaciones de esquí, no para todos los días.
– ¿Esquiabas en Gstaad? -preguntó ella.
– En todas partes. Y, antes de que empieces a burlarte de mí…
– ¡Nunca haría eso!
– Quiero dejar claro que Ruth tenía dinero. Esta también podría haber sido tu vida.
– Entiendo las palabras, pero admitiré que no puedo verlo como algo real. Mi madre siempre dijo que sus padres habían muerto, y nosotras la creímos.
– Pero, si las cosas hubieran sido distintas… -comenzó él.
– Entonces tú y yo habríamos crecido juntos. Habríamos sido como hermano y hermana.
Ryan puso cara de repugnancia. No era precisamente como querría que hubieran sido las cosas. Pensaba en Julie de muchas maneras, pero no como hermana.
Mientras cocinaba, se distraía constantemente con su presencia. Estaba tan viva, tan vibrante. Era como si ella fuese el único color de la habitación.
Le gustaba el modo que tenía de desafiarlo, y cómo trataba de ser justa. También le gustaba su jersey rosa, que enfatizaba sus curvas. Curvas que recordaba muy bien y que deseaba poder tocar de nuevo.
– O tal vez hubiéramos sido el primer amor del otro -dijo ella.
– Eso me gusta más -dijo él.
– Puedo imaginármelo. La magia del primer beso. Ir a los bailes de graduación.
– Tú irías a un colegio privado de chicas -dijo él con una sonrisa- Con uniforme.
– Te estoy ignorando. Nos habríamos separado antes de la universidad, habríamos tratado de mantener el contacto, pero tú serías incapaz de serme fiel. Yo me presentaría por sorpresa en tu residencia y te pillaría con una pelirroja.
– Eh, ¿por qué tengo que ser el malo? Nunca he sido infiel.
– ¿Por qué no me lo creo?
– No sé, pero es cierto. Tengo referencias.
Julie pareció pensar en eso durante un momento.
– De acuerdo, entonces simplemente nos distanciamos. Entonces, en nuestras siguientes vacaciones juntos, Todd intentaría ligar conmigo. Vosotros os peleáis y, mientras tanto, yo me voy con el científico que conocí en la biblioteca.
– ¿Y yo viviría mi vida amargado y arrepintiéndome?
– Tal vez. Pero finalmente encontrarías a alguien, una bibliotecaria que te leería a Emily Dickinson todas las noches.
– Vaya, gracias.
– De hecho, te gustaría mucho.
– Así que todavía me odias, ¿verdad? -preguntó él.
Julie ladeó la cabeza y su larga melena rubia le cayó por encima del hombro.
– No tanto como debería.
Ryan le dio la vuelta al pollo y negó con la cabeza.
– Ojalá nos hubiéramos conocido de otra forma. Ojalá me hubiera encontrado contigo en la playa, o en la tienda de ultramarinos, o en una fiesta.
– Ryan, no.
– ¿Por qué no? Nos llevamos bien. Nos llevamos bien aquella primera noche y nos llevamos bien ahora.
– No sé qué parte de aquella noche fue real y qué parte estaba planeada. ¿Quién eres realmente?
– Estoy intentando enseñártelo -intentando ser paciente. Las razones de Julie eran válidas. Aunque no quisiera, tenía que respetar su derecho a mostrarse recelosa.
– De acuerdo, me parece bien -dijo ella-. Lo estoy intentando, Ryan. No estoy siendo difícil a proposito.
– ¿Es sólo un alegre derivado?
– Más o menos.
– Háblame de tu vida -dijo él-. Ya sabes todo sobre la tragedia de mi infancia.
– Mis hermanas y yo éramos felices. No había mucho dinero ni escuelas privadas con o sin uniformes, pero nos parecía bien.
– ¿Vuestro padre murió?
Julie se detuvo y, por primera vez desde que había llegado, pareció incómoda.
– No, está vivo.
¿Cuál era el problema? El divorcio era algo común.
– Mis padres siguen casados -dijo-. Tienen una relación única. Mi padre es uno de esos hombres que no puede sentar la cabeza. Es encantador y divertido, y todo el mundo quiere estar cerca de él.
Todo el mundo menos ella, pensaba Ryan, viendo las emociones en su rostro. Obviamente, su padre le había hecho daño.
– Desaparece -continuó Julie-. Reaparece durante algunas semanas, para alivio de mi madre, que lo adora. Nos colma de regalos y nos cuenta historias, y se implica en nuestras vidas, y luego desaparece. Nunca avisa y, con frecuencia, vacía la cuenta bancaría de mi madre. Meses después, envía un cheque con una cantidad tres o cuatro veces mayor. Pocos meses después de eso, reaparece de nuevo.
– Eso tenía que ser duro para ti -dijo Ryan.
– No era mi manera favorita de vivir. Yo quería que se quedase y, si no podía, quería que desapareciese para siempre. Durante mucho tiempo me odié a mi misma por quererlo cuando estaba cerca y por lo mal que me sentía cuando se iba. Odiaba ver a mis hermanas tan tristes y escuchar a mi madre llorar. Ahora es mejor. Ya no me implico.
¿Era cierto? ¿Julie era capaz de distanciarse de su padre o simplemente evitaba cualquier emoción en lo que a él respectaba?
– ¿Cómo lo lleva tu madre? -preguntó él.
– Lo ama -la expresión de Julie era indulgente y confusa-. No lo entiendo, pero así es. Lo ha amado desde el primer momento en que lo vio. Se distanció de su familia sólo para estar con él. Se alejó de sus padres y de una vida privilegiada. Tu tío era su padrastro, pero había estado en su vida desde que ella era un bebé. En lo que a ella respectaba, era su padre. Por lo que cuenta, fue lo mejor. Nunca ha mirado atrás, nunca se ha arrepentido.
Ryan comprobó el pan y luego sacó el pollo de la sartén. La ensalada estaba lista. En cuanto terminara el pan, prepararía el pesto y estarían listos para comer.
– Admiro su habilidad para aferrarse a su decisión -dijo él-. Hace falta coraje.
– Creo que el hecho de estar completamente apartada de su familia ayudó un poco. No era como si ellos hubieran estado dispuestos a recibirla de vuelta.
– Su padre no lo habría hecho -dijo Ryan-, pero Ruth sí. Es una mujer de buen corazón. Es gruñona y dura por fuera, pero por dentro es un cielo.
– Aún no he visto esa parte de ella. Se mostró bastante intimidante cuando vino a vernos.
– ¿Tú? -preguntó él con una sonrisa-. ¿Intimidada? No me lo creo.
– De acuerdo, estaba nerviosa. Obviamente te preocupas por ella. Lo noto en tu voz. Lo digo en el buen sentido. Pero bueno, trató de conseguir que una de nosotras se casara con tu primo sobornándonos. Eso no es muy dulce.
– Pero ella es así. Le encanta entrometerse, pero siempre ha sido una parte importante de mi vida. Nuestros padres viajaban constantemente y, cuando estaban fuera, Todd y yo vivíamos con Ruth. Tenía una mansión increíble en Bel Air. El terreno era impresionante, dos o tres acres por lo menos. Pasábamos los veranos perdidos en los jardines. Cuando estábamos en el colegio, ella aparecía sin razón alguna, nos sacaba de clase y nos llevaba a la playa o a Disneylandia.
– Suena bien -dijo ella con tono dubitativo.
– Era genial. Tendrás que llegar a conocerla.
– Estoy deseándolo. Al menos la casa estará bien, si me pide que vaya a visitarla.
– Ya no vive allí. Se la dio a su hija, que es la mayor de las dos hermanas, y ella se la cedió a Todd.
– ¿Todd vive en una vieja mansión de Bel Air? -preguntó Julie.
– ¿Eso cambia algo? ¿Te arrepientes de que no fuera él el de la cita?
Ella se rió.
– No. Eso hace que sea más risible. ¿Qué hace un soltero en una casa así? Debe de ser un museo.
– Lo es. ¿Por qué te parece tan divertido?
– No sé, pero estoy deseando decírselo a mis hermanas. Bien, soy una maleducada. ¿En qué puedo ayudar?
– Podrías poner la mesa.
– Genial. Dime dónde puedo lavarme las manos.
– Claro.
La guió hasta el cuarto de baño de invitados junto al salón. Julie miró a su alrededor, a los azulejos blancos, los suelos de mármol y las figuras blancas, y luego volvió a mirar a Ryan.
– Tienes que aprender a decirle que no a tu de corador de interiores.
– Lo sé. Es un desastre.
– Podría quedarte ciego aquí dentro.
– Si crees que esto es malo -dijo él-, deberías ver el dormitorio. Todo es negro y morado.
En menos de un segundo, la atmósfera cambió. La tensión fue palpable entre ellos. Ryan no podía apartar la mirada de su boca, y la necesidad de besarla y abrazarla le invadió al instante.
Julie abrió la boca y volvió a cerrarla.
– Esto es extraño -dijo finalmente.
– No tiene por qué serlo -aunque le costó trabajo, se apartó de ella. Había cedido a la tentación en el bufete y eso no había mejorado las cosas. No quería volver a cometer el mismo error-. ¿Ves? Todo bien.
No era cierto. Al menos no para él. Cuanto más estaba con ella, más la deseaba, pero, por el momento, ignoraría el deseo. Tenía que pensar a largo plazo. Julie y él tenían que establecer una relación cómoda para poder llegar a conocerse. Entonces, cuando ella se ablandara, volvería a proponerle matrimonio. Porque, de un modo u otro, iban a casarse.
Ningún hijo suyo nacería sin que sus padres estuvieran legalmente unidos. Así que estaba dispuesto a cualquier cosa para convencer a Julie de que le diera una oportunidad; incluso renunciaría a lo único en lo que podían estar de acuerdo. El sexo.