La primera cita a ciegas de Julie Nelson había ido tan mal, que había jurado no volver a tener otra en diez años.
El tipo en cuestión había flirteado con todas las mujeres menos con ella en aquel bufé, se había comido casi toda la ensalada que habían pedido para compartir y se había escaqueado de pagar, dejándola sola para volver a casa. Por entonces, Julie tenía dieciséis años y, si no hubiera acabado en urgencias por ingerir comida en mal estado, tal vez aquélla hubiera sido una noche que habría podido dejar atrás.
Pero vomitar sobre el único interno atractivo había sido la gota que colmó vaso. Se había prometido que nunca más, bajo ninguna circunstancia, volvería a tener otra cita a ciegas.
Hasta esa noche.
– Esto va a ser un desastre- murmuró mientras le entregaba las llaves al aparcacoches y se dirigía hacia la entrada de aquel lujoso restaurante-. Yo soy más lista que todo esto. ¿Qué diablos estoy haciendo aquí?
Pregunta absurda, cuando ya conocía la respuesta. Sus dos hermanas y ella habían elegido a quién le tocaba salir con el infame Todd Aston III. Su tradición de tomar todas las decisiones importantes de la vida con una ronda de Piedra, Papel o Tijera había hecho que Julie perdiera y, por tanto, tuviera que ir a la cita. Le encantaban las tijeras y sus hermanas lo sabían.
Empujó la puerta de cristal y entró en el vestíbulo. Al parecer, era tan difícil conseguir mesa en ese lugar como encontrar un aparcamiento gratuito. Caminó entre la elegante muchedumbre hasta encontrarse con una camarera joven, pálida y muy delgada.
– Busco a Todd Aston -le dijo Julie, aguantándose las ganas de decirle que un sándwich no la mataría.
La mujer miró su libro de reservas y dijo:
– El señor Aston ya está aquí. La conduciré a su mesa.
Julie la siguió hacia el fondo del restaurante, tratando de no comparar sus caderas de tamaño normal con las prácticamente inexistentes que tenía delante. Aunque sentirse inadecuada era de hecho más divertido que tener que reunirse con Todd Aston III. ¿Cómo podía alguien vivir con un número después de su nombre? Le recordaba al señor Howell de La Isla de Gilligan, una de sus series favoritas cuando era pequeña.
Instantáneamente se imaginó a una versión joven del señor Howell, con pantalones a rayas y chaqueta blanca, y estaba intentando aguantar la risa cuando la mujer se detuvo frente a una mesa situada en una esquina y señaló a alguien que desde luego no se parecía a un millonario pretencioso.
Todd Aston se puso en pie y sonrió.
– Hola. Tú debes de ser Julie.
Perder a Piedra, Papel o Tijera nunca le había parecido tan bueno al ver la altura de aquel hombre. Todd era guapo, con ojos oscuros y una sonrisa que le recordaba a la que el lobo feroz le debía de haber dirigido a Caperucita.
No parecía un pardillo, ni un hombre desesperado; y a Julie le daba la sensación de que no le dejaría a ella con la cuenta.
– Hola, Todd-dijo-. Encantada de conocerte.
Todd le ofreció una silla y luego regresó a su asiento.
Julie lo observó, fijándose en su pelo oscuro, en el hoyuelo de su mejilla izquierda y en la corbata, que debía de haber costado lo mismo que el último plazo de su matrícula universitaria.
– Esto es extraño -dijo ella, decidiendo que no tenía sentido ignorar lo evidente.
– ¿No vamos a hablar de las típicas cosas como el tiempo o el estado del tráfico mientras venías? -preguntó él, arqueando una ceja.
– Claro, si quieres. El tiempo es perfecto, pero claro, estamos al sur de California y es lo que se espera. En cuanto al tráfico, estaba bien. ¿Y tu día?
– No eres como esperaba-dijo Todd, volviendo a sonreír.
– ¿No soy demasiado joven, demasiado operada ni estoy demasiado desesperada?
– Una vez más, te saltas las formalidades. ¿Qué diría tu madre?
Julie consideró la pregunta.
– Toma sólo una copa de vino, asegúrate de que sea simpático y, si te gusta, dale tu número.
El se rió. Fue un sonido profundo y masculino que le produjo ajulie un cosquilleo en el estómago.
Interesante. Tal vez debiera de haberle dado una segunda oportunidad a eso de las citas a ciegas mucho antes.
– Es un buen consejo-dijo él-. Creo que me gusta tu madre.
– Es una mujer que merece la pena.
Apareció el camarero y les entregó las cartas antes de tomar nota de las bebidas. Todd eligió un whisky escocés de dieciocho años y Julie pidió un vodka con tónica.
– ¿No sigues el consejo de tu madre? -preguntó él cuando el camarero se hubo marchado.
– Ha sido un día muy largo.
– ¿Haciendo qué?
– Trabajo en un bufete internacional.
– Abogada. ¿Te dejan ya defender casos en los tribunales?
– Por supuesto.
– Suenas muy segura de ti misma.
– La seguridad sale sola después de eso.
– ¿Y antes?
– Jornadas laborales de dieciocho horas y mucho estudio.
– ¿Qué tipo de bufete es? ¿De derechos humanos o algo así?
– Derecho corporativo-dijo ella-. Yo estoy especializada en contratos y asociaciones con China.
– Una especialidad interesante.
– Era algo natural en mí. Hablo mandarín.
– Impresionante.
– Gracias.
Todd entornó los ojos y la observó.
– De acuerdo, creo que deberíamos empezar de nuevo.
– ¿Por qué? -preguntó ella, riéndose-. Todo va bien.
– Claro. Para ti. Mira, mi tía Ruth me dijo que había una jovencita a la que quería que yo conociera. Me dieron una hora y un lugar y aquí estoy. Yo esperaba a alguien… diferente. Eres una sorpresa agradable.
– ¿Y siempre haces lo que te dice tu tía Ruth?
– La mayoría de las veces. Realmente es mi tía abuela o algo así. Pero es buena conmigo y me preocupo por ella. No me pide demasiado, así que, si es importante para ella, intento decirle que sí. Esto era importante.
O le estaba diciendo la verdad, o se sabía sus frases al dedillo. En ese momento, deseaba que estuviese siendo sincero.
– Tú también eres una sorpresa agradable -admitió ella-. Cuando he entrado, me estaba imaginando al señor Howell.
– ¿De La isla de Gilligan? Gracias.
– ¿Preferirías ser Gilligan? -preguntó Julie, riéndose.
– Preferiría ser James Bond.
– No eres inglés.
– Puedo trabajar el acento.
Julie se inclinó hacia él y preguntó:
– ¿Son los artilugios o las mujeres los que hacen ajames Bond tan atractivo?
– Ambas cosas.
– Estás siendo sincero.
– Pareces sorprendida.
Lo estaba.
– Puedo amoldarme-dijo ella-. De acuerdo, James-barra-Todd, lo único que sé de ti es que vistes como un hombre de negocios y adoras a tu tía Ruth. Bueno, y todo el asunto del número detrás de tu nombre, aunque probablemente no deberíamos entrar en eso.
– ¿Qué tiene de malo el número detrás de mi nombre?
– Nada. Es adorable. Yo siempre tengo que dejar en blanco esa casilla cuando me registro en páginas de Internet, pero tú te paras y escribes un enorme tres en números romanos.
– En realidad el tres no es tan grande. Es del mismo tamaño que los otros números, o que las otras letras, para que nos entendamos. Desea ser grande, claro, pero las fantasías no satisfechas son la realidad de la vida. El tres tiene que acostumbrarse a eso.
Encantador. Aquel hombre era encantador.
El camarero apareció con las bebidas. Cuando se hubo marchado, Todd levantó su vaso.
– Por el placer inesperado de encontrar a una mujer hermosa, divertida y lista -dijo.
– Gracias -dijo ella, chocando suavemente su vaso.
Mientras brindaban, sus dedos se rozaron. No fue nada, sólo un leve contacto. Pero Julie fue plenamente consciente de ello. Su hermana Willow le diría que se trataba del universo dándole un mensaje que ella debía escuchar. Su hermana Marina querría saber si Todd era el «definitivo».
– ¿Y a qué te dedicas? -preguntó ella.
– Escribo en el cielo -contestó él, dejando su vaso-. Ya sabes, esos horribles mensajes que la gente deja en las nubes. «Barney ama a Cathy». O: «John, compra leche».
Julie dio un sorbo a su vaso y esperó.
– Soy socio en una empresa de inversiones de riesgo. Compramos pequeños negocios, les damos dinero y los reformamos hasta que son grandes empresas; entonces se las vendemos a alguien y ganamos mucho dinero. Es asqueroso. Debería estar avergonzado.
Ella se rió.
– Hubiera pensado que llevarías la empresa familiar.
– Hay una junta profesional que se ocupa de eso. Prefiero construir mi propio negocio antes de que me lo regalen.
– Suena despiadado -bromeó Julie.
– Puedo serlo. Mucho. La gente tiende a subestimarme por el número después de mi nombre. Dan por hecho que no sirvo para nada. Pero no es así.
Ella lo creía. Era divertido, poderoso, y daba gusto mirarlo. Sobre todo en ese momento, cuando la miraba tan intensamente. Julie sentía que tenía toda su atención; cosa que era excitante y, al tiempo, daba miedo.
– Claro que a ti también te subestiman -añadió él.
– ¿Y cómo sabes eso?
– Porque yo te había subestimado. Cuando dijiste que trabajabas internacionalmente, di por hecho que tendría que ver con los derechos humanos.
– Es muy típico de los hombres -dijo ella-. Dar por hecho que las mujeres se dejan llevar por las emociones en vez de por los negocios.
– A ti te pasará mucho.
– Sí, pero no me importa. Lo utilizo. Mi carrera es importante para mí. Los primeros años en un bufete importante pueden ser duros. Yo quiero ascender, pero me educaron para hacer lo correcto. Así que me aprovecharé del hecho de que me subestimen.
– Qué despiadada.
– Yo no diría tanto.
Sus miradas se encontraron. Hasta ese momento, Julie había estado disfrutando de su bebida y de la compañía, pero de pronto sintió la tensión a su alrededor. Notó cómo el vello de la nuca se le erizaba. Había pensado que Todd sería un remilgado, y él había pensado que ella sería una idiota. En vez de eso, se encontraba a sí misma reconsiderando sus planes de no involucrarse con nadie hasta no haber terminado su segundo año en la empresa. Aunque no tenía mucho tiempo libre, con el incentivo adecuado, podría hacer una excepción.
Le gustaba el hecho de que fuera listo y cínico y, aun así, prestara atención a lo que su tía Ruth tuviera que decir. Le gustaba su sonrisa y el interés que brillaba en sus ojos.
Por primera vez en mucho tiempo, sintió calor entre sus muslos. Era bueno saber que esa parte de su cuerpo no estaba completamente muerta.
– Háblame de las mujeres de tu vida -dijo ella.
– No he traído fotos.
– No importa. Con que me hagas un breve resumen es suficiente. Esta vez pasaré de los curriculum.
– Eres muy generosa -dijo él, dejando su vaso-. Pues están las gemelas…
Julie sonrió.
– No te acuestas con gemelas y yo no me asusto fácilmente.
– De acuerdo. No hay nadie serio en este momento -Todd frunció el ceño-. Mejor dicho, no hay nadie en este momento. Tuve una ruptura difícil el año pasado. Nada de ex mujeres ni ex prometidas. ¿Y tú?
– Un ex prometido de mi último año en la universidad. Ahora no hay nadie.
– ¿Qué ocurrió?
Tal vez Julie no estuviese en el mercado de citas, pero sabía cuándo evitar un tema. No tenía sentido entrar a contar su triste historia.
– Las cosas no salieron bien.
El camarero apareció para preguntarles si tenían alguna pregunta sobre la carta.
– Dado que eso habría requerido que las mirásemos -dijo Todd con una sonrisa-, todavía no. Pero lo haremos ahora mismo.
Julie esperó a que estuvieran solos y dijo:
– ¿Por qué molestarse con la carta? Vas a pedir filete poco hecho y ensalada. No porque quieras, sino porque, si no comes verduras, la gente pensará que no te educaron correctamente.
Todd arqueó la ceja y dijo:
– Tú quieres filete, pero está todo ese asunto de que las mujeres no comen en las citas, así que pedirás pescado, que no te gusta realmente -Todd agarró su vaso-. Lo retiro. Sí te gusta el pescado, pero sólo con cerveza, frito y con patatas fritas.
– Me gusta el atún -dijo ella.
– Algo de una lata no cuenta.
– De acuerdo -dijo Julie, riéndose-. Tú ganas. Pediré el pescado e incluso me lo comeré, pero no puedes decírselo a nadie.
– Me parece justo. Y yo pediré la maldita ensalada -se inclinó hacia ella, mirándola fijamente-. Esperaba aburrirme.
– Yo también. También pensé que me sentiría moral e intelectualmente superior.
– Me gusta la superioridad moral.
– ¿Pero no puedo ser más lista?
– Soy un tipo muy listo.
Julie estiró el brazo, pero, antes de que pudiera levantar su vaso, él le agarró la mano. Sus dedos eran cálidos y fuertes mientras le frotaba los nudillos. Ella se sintió mareada y muy femenina, una combinación inusual para ella. Normalmente se mostraba decidida e intimidante.
– Tengo una pregunta técnica -dijo él mientras giraba la mano para acariciarle la palma con el pulgar-. Se trata de mi tía Ruth.
– ¿Qué pasa?
– Es tu abuela.
– Eso dicen -dijo Julie, tratando de concentrarse en la conversación y no en el deseo que sentía. Se dijo a sí misma que su reacción tenía más que ver con el hecho de no haber tenido una cita en dieciocho meses. El problema era que no lograba convencerse.
– Si es mi tía abuela y tu abuela -dijo él-. Eso nos convierte en…
– No hay parentesco -dijo ella-. Ella era la segunda esposa de tu tío abuelo. No tuvieron hijos en común. Se aseguró de que eso quedaba claro. ¿No te lo dijo?
– No -dijo Todd, apartando la mano-. No lo hizo.
– Pues ya lo sabes -hablando de su abuela Ruth, iba a tener que darle las gracias cuando llegase a casa.
– Ya lo sé -se puso en pie y le ofreció la mano.
– ¿Qué estás haciendo? -preguntó ella.
– Invitarte a bailar.
– Aquí no se puede bailar -dijo ella, permaneciendo firmemente en su asiento.
– Claro que sí. Y, ahora que sé que no somos primos, vamos a bailar.
Julie se encontraba dividida entre hacer el ridículo y presionar su cuerpo contra él. Porque, tras pararse unos segundos, podía oír una suave música de fondo. Parecía agradable, pero no era tan tenta¬dora como el hombre que tenía enfrente.
– ¿Vas a hacerme rogar? -preguntó él.
– ¿Lo harías?
– Quizá -contestó, sonriendo.
Julie se puso en pie y le dio la mano. Él la condujo a la parte trasera del restaurante, donde tocaba la orquesta y varias parejas bailaban.
Antes de que pudiera darse cuenta, Todd la presionó contra su cuerpo y le colocó la mano en la cintura. Ella le acarició el hombro con los dedos.
Mientras sus muslos se rozaban, Julie advirtió que era un hombre musculoso y fuerte. No estaban lo suficientemente cerca para que sus pechos se rozaran, pero de pronto sintió el deseo de restregarse contra él como una gata solitaria.
– Hueles bien -murmuró él.
– Tóner de fotocopiadora -dijo ella-. ¿Te gusta? Hoy he tenido que cambiar el cartucho.
– ¿Es que no puedes aceptar un cumplido?
– De acuerdo. Gracias.
– Mejor -dijo él con una sonrisa-. No eres fácil.
– Ese es un cumplido que sí puedo aceptar.
– ¿Te gusta ser difícil?
– A veces. ¿A ti no?
Todd movió la mano desde su cintura hasta su espalda.
– A veces -dijo, repitiendo su respuesta.
– No te gusta que la gente asuma cosas sobre ti -dijo ella, mirándolo a los ojos.
– Tú las has hecho.
– Tú también. Estamos empatados.
– Más que empatados, Julie. Estamos bien.
Y, con eso, Todd bajó la cabeza y la besó. Fue algo inesperado, pero delicioso. Julie sintió cómo el estómago se le contraía y sus pechos empezaban a palpitar.
El se apartó y se aclaró la garganta.
– Probablemente deberíamos volver a la mesa y pedir la cena -dijo- Ya sabes, hay que ser responsable.
Por un instante, Julie estuvo a punto de preguntarle cuál era la alternativa. ¿Qué pasaría si seguían bailando, tocándose y besándose? Sin embargo, tenía la sensación de que ya conocía la respuesta a esa pregunta.
Demasiadas cosas, demasiado pronto, se dijo a sí misma mientras se separaban. No había tenido una cita en mucho tiempo e ir despacio tenía más sentido. Aunque ese hombre era verdaderamente tentador.
Caminaron de la mano mientras regresaban a la mesa.
– No me has dicho por qué estás aquí -dijo él cuando se sentaron-. Ya te he dicho que mi tía Ruth me pidió que viniera. ¿Cuál es tu excusa?
¿No lo sabía? ¿En serio? Aquello se ponía interesante.
– Mi madre y su madre han estado separadas durante años. Ruth apareció en nuestras vidas hace un par de meses. Mis hermanas y yo no la conocíamos. Nuestra madre ni siquiera la había mencionado. La semana pasada, durante la cena, Ruth dijo que tenía un sobrino maravilloso y sugirió que una de nosotras saliese contigo.
– Interesante.
– Más que interesante. Nos ofreció… no es importante.
– Claro que lo es.
– Te sentirás insultado.
– Puedo asumir la verdad -dijo él- ¿Qué os ofreció?
– Dinero.
– ¿Te paga para que salgas conmigo?
– Oh, no. Las citas son gratis. Pero, si me caso contigo, me da dinero. Un millón de dólares. Para mí, mis hermanas y mi madre. Muy bueno, ¿eh?
Todd apretó la mandíbula, pero, por lo demás, no mostró emoción alguna.
– Todas nos sorprendimos -prosiguió Julie-. No podíamos imaginar qué podías tener de malo para que tu tía tuviese que ofrecer tanto dinero para conseguirte una mujer.
– ¿Algo malo? ¿Yo?
– Claro.
Julie estaba pasándoselo bien, pero intentaba por todos los medios que él no lo supiera.
– Decidimos que una de las tres saldría contigo y averiguaría qué tenías de malo -añadió-. Jugamos a Piedra, Papel o Tijera para determinar a la candidata.
– Piedra, Papel… -Todd se aclaró la garganta-. Así que ganaste tú.
Julie se permitió sonreír.
– Oh, no, Todd. Yo perdí.