– Tienen una posición única en el mercado -dijo Todd desde su asiento al otro lado de la mesa de conferencias-. Sería un área nueva para nosotros. Hemos hablado de expandirnos y… -Todd se detuvo y dejó a un lado su carpeta-. ¿Te estoy aburriendo?
Ryan miró a su primo y luego los papeles que tenía delante.
– Me parece una gran oportunidad -dijo.
– Al menos podrías fingir que te importa el maldito negocio -dijo Todd-, ¿Qué te pasa? ¿No será otra vez la señorita Nelson? No puede ser. Ha pasado mucho tiempo.
Para él no. Ryan se sentía furioso consigo mismo y resignado con la situación. Sus intentos por contactar con Julie no le habían servido de nada. La había pifiado y tenía que aceptarlo. El caso era que no quería aceptarlo.
– Maldita sea, Ryan -dijo Todd-, ¿Qué pasa? Las mujeres van detrás de nosotros desde que teníamos quince años. Es difícil resistirse al dinero. Estamos hartos de ser el gran partido. ¿Entonces por qué ahora? ¿Por qué esta mujer?
– Una pregunta excelente -dijo Ryan-. No tengo respuesta, salvo decir que era alucinante y que destruí cualquier posibilidad con ella.
– Fingiste ser yo -dijo Todd-. ¿Y qué? Si ella es todas esas cosas, ¿por qué no puede ver lo gracioso de la situación?
Ryan no contestó. Le había dado a Todd una versión abreviada de su cita con Julie, omitiendo el hecho de que había pasado la noche con ella.
– Te juro que la tía Ruth puede ser un grano en el trasero -murmuró Todd- Cuando sugirió que me casara con una de sus nietas, tuve ganas de estrangularla.
– Yo quería ayudar -dijo Ryan, sabiendo que se había metido en eso por voluntad propia-Julie no hizo nada malo y yo le hice daño.
– Estaba dispuesta a salir con un hombre por dinero -dijo Todd-. Eso dice muchas cosas.
– La cita era gratis -dijo Ryan. Yo le dije que debía haber exigido al menos cincuenta mil dólares. Después de todo, tenía que haber algo malo en ti para que tu propia tía tuviera que pagar a alguien para que se casase contigo.
– No es mi tía carnal -dijo Todd-. Y yo no tengo nada de malo. Vas a tener que olvidarte de ella.
– Lo haré -con el tiempo. La pregunta era cuánto tiempo tardaría.
– Mira el lado positivo. Si fue tan mal como dices, no tengo que preocuparme de que las otras hermanas Nelson deseen casarse conmigo. Has estropeado los planes de tía Ruth.
– Se le ocurrirá otro plan. Sabes que quiere vernos casados. A ti te eligió primero porque eres dos meses mayor, pero mi turno se acerca.
De pronto pensó que, si lo hubiera elegido a él primero, su cita con Julie habría sido real. Habría ido sin esperar nada, dispuesto a deshacerse de ella cuanto antes, pero todo habría salido bien.
– Me voy al gimnasio -dijo, poniéndose en pie. Tal vez un par de horas de ejercicio le permitieran poder dormir por la noche.
Pero, antes de que pudiera marcharse, se abrió la puerta de la sala y entró su secretaria.
– Siento interrumpir, pero hay alguien que quiere ver a Ryan. Una tal Julie Nelson. Dice que es importante. ¿Le digo que pase?
Todd miró a Ryan, y dijo:
– Debe de haber echado un ojo a tus finanzas y se habrá dado cuenta de que es mucho dinero.
– Cállate -dijo Ryan sin mirarlo-. Sí, Mandy, dile que pase.
Segundos más tarde, Julie entró en la sala. Estaba preciosa, alta, rubia, con sus ojos azules. En ese momento, esos ojos mostraban una combinación de ira controlada y de odio.
– Buenos días -dijo ella en voz baja y sexy, como la que tenía cada noche en sus sueños. El traje azul marino que llevaba ocultaba más de lo que mostraba, pero Ryan recordaba las curvas que había debajo.
Julie miró a Todd, y dijo:
– Os parecéis lo suficiente como para que sepa quién eres. El infame Todd Aston III. Es mi día de suerte. Dos sabandijas por el precio de una. El mentiroso y el hombre que tiene miedo de hacer su propio trabajo sucio. Vuestras madres deben de estar orgullosas.
– No esperaba verte de nuevo -dijo Ryan.
– Es una cuestión de echarte el lazo -dijo Todd-. ¿Verdad?
– Me preguntaba por qué tu tía creía necesario ofrecer dinero para que alguien se casara contigo -dijo Julie-. Pensaba que la razón sería algún defecto físico, pero ahora me doy cuenta de que el fallo está en tu personalidad. Eso es mucho más difícil de arreglar entonces miró a Ryan- Tengo que hablar contigo en privado. Ahora me viene bien.
Todd se puso en pie y levantó ambas manos.
– Me marcho -le dijo a Ryan-. Más tarde podrás tratar de explicarme qué era exactamente lo que echabas de menos.
Y, sin más, se marchó. Ryan señaló la silla vacía, al otro lado de la mesa.
– Siéntate -dijo.
Julie vaciló un instante, pero obedeció. La rabia que salía de su cuerpo era palpable.
– Te he llamado -dijo él, sabiendo que no serviría de nada.
– Recibí los mensajes.
– ¿Y la cesta?
– No he venido por eso.
– No me diste las gracias.
– ¿Perdón? Eres tú el que mintió. ¿Diste por hecho cosas horribles sobre mí y me mentiste sobre quién eras y ahora intentas hacerme sentir culpable porque no te envié una nota de agradecimiento?
– Yo…
Julie se puso en pie, lo cual le obligó a él a hacer lo mismo.
– Me mentiste -repitió ella-. No me gustan los mentirosos. Podría haber tolerado cualquier otra cosa, pero no. Eso habría sido demasiado fácil.
– Estabas allí por el dinero -dijo él en un intento desesperado por defenderse.
– Oh, por favor. Estaba allí porque había descubierto que tenía una abuela y aún sigo pensando que quiero llevarme bien con ella. Nunca se trató del dinero y lo sabes. Eso es lo que más me molesta, Ryan. Lo sabes todo. Conectamos increíblemente. Aquella noche fue… -se detuvo y tragó saliva-. Olvídalo.
– Julie, no hagas esto. No me des la espalda. Tienes razón. Fue una noche fantástica. Mágica. Eso no me ocurre con mucha frecuencia. ¿Y a ti? ¿Vas a ignorar eso por un simple error?
– Me mentiste sobre tu identidad sólo para hacerme daño. Con magia o sin ella, ésas no son cualidades que busco en un hombre.
– ¿Y por qué estás aquí?
– Estoy embarazada. Nos acostamos y no usamos protección. Ni siquiera lo hablamos, lo cual es una estupidez, pero aquí estamos. Mi excusa es que llevaba más de un año sin tener una relación y no estaba tomando nada. No fingiré saber cuál es tu excusa.
Ryan escuchó sus palabras, pero no significaron nada. Su cuerpo se quedó helado y su cerebro dejó de funcionar.
– ¿Cómo?-preguntó antes de poder evitarlo-. No importa. Conozco la respuesta.
– Qué reconfortante.
Embarazada. No lograba comprenderlo. Claro, tener hijos era algo que sabía que ocurriría finalmente, ¿pero en ese momento? ¿Así? ¿Con una mujer que lo odiaba?
El momento no era el adecuado, pero descubrió que la idea no le disgustaba.
Julie se sentó. Habría preferido mantenerse de pie, pero últimamente siempre corría el riesgo de marearse. Algunas mujeres pasaban el embarazo entero sin síntomas. Ella había conseguido pasar casi el primer mes sin enterarse. ¿Sería su suerte?
Pero no podía estar disgustada. Incluso con Ryan allí mirándola, no podía sentirse infeliz. No con el hecho de tener un bebé.
– No estaba segura de si debía decírtelo -dijo ella- llevo debatiéndome los dos últimos días. Pero eres el padre y tienes derecho a saberlo. Para dejar las cosas claras, pienso tener el bebé.
– Me alegro.
– Puedes firmar y renunciar a tus derechos y yo asumiré toda la responsabilidad -dijo ella, preguntándose si él lo haría. Era el camino fácil, el más práctico. Muchos hombres saltarían ante esa posibilidad. Una semana antes, incluso ella habría saltado.
Pero algo había sucedido. En cuanto el doctor Greenberg le había dicho que estaba embarazada, su corazón prácticamente había explotado de alegría. Nunca antes había pensado mucho en tener hijos. Era algo lejano. Pero saber que había una vida creciendo dentro de ella había hecho que todo cambiara. En ese preciso momento se había dado cuenta de que su vida tenía sentido.Un bebé. No, un milagro.
– No -dijo él-. Yo seré el padre de mi hijo.
– No tienes que hacer esto para quedar bien -dijo ella- Nadie tiene por qué saberlo.
– Seré el padre de mi hijo -repitió Ryan-. Lo deseo.
Tenía buen aspecto. Demasiado bueno. Julie odiaba encontrarlo aún tentador. Quería inclinarse hacia él para besarlo. Quería aspirar su olor y tocar su cuerpo. Deseaba que la parte mala de su anterior encuentro desapareciera para poder volver a revivir lo bueno.
– Obviamente, tendremos que encontrar la manera -dijo ella-. Dado que estoy de menos de un mes, tenemos tiempo de pensarlo.
Se puso en pie y sacó una tarjeta del bolsillo de la chaqueta. La había guardado ahí antes y había escrito su número de casa en el reverso. Por supuesto, había albergado la esperanza de que Ryan renunciase a su hijo, pero, teniendo en cuenta su suerte, no le había parecido muy probable.
Le entregó la tarjeta.
– ¿Ya está? -preguntó él.
– ¿A qué te refieres?
– ¿No tienes nada más que decir? ¿Nada más de lo que quieras hablar?
– No hay nada más – contestó Julie, encogiéndose de hombros -. Estoy embarazada. Soy yo la que tiene que ocuparse de eso. Cuando haya bebé, podrás involucrarte. Hasta entonces, supongo que hablaremos.
– ¿Quieres decir que yo te llamaré y tú ignorarás mis llamadas?
– Esta vez no las ignoraré.
– No sé si creerte.
– No soy yo la que miente -dijo ella, recogiendo su bolso.
– ¿Alguna vez olvidarás eso?
– No.
– Julie -dijo Ryan, dando un paso hacia ella-, vamos a tener un bebé. Alguna vez tendrás que perdonarme.
– De hecho, no -dijo ella antes de darse la vuelta y marcharse.