LA PRECIOSA morena que descansaba envuelta en las sábanas observaba a su amante mientras se vestía. El príncipe Raja al-Somari tenía el cabello negro y unos exóticos ojos de color dorado oscuro. Excepcionalmente guapo y carismático, era una fuerza de la Naturaleza tanto en la cama como fuera de ella.
Chloe, una de las modelos más afamadas del momento, no tenía quejas de su amante. Siempre le habían gustado los hombres ricos y poderosos, y el príncipe de un país rico en petróleo como Najar se correspondía a la perfección con ese perfil. Por eso había sido un gran alivio que la novia del matrimonio que le habían concertado hubiera muerto en un accidente de avión; y aunque le estaban preparando otro, Chloe estaba decidida a conservarlo como amante.
Raja observó de reojo a Chloe acariciar el brazalete de diamantes que acababa de regalarle y sonrió para sí por lo fácil que era satisfacerla. Aunque apenas había podido verla en los últimos meses, Chloe no había montado ninguna escena, ni le había exigido más atención de la que podía darle. Como las demás mujeres occidentales que había conocido durante sus años universitarios en Inglaterra, era sencillo aplacarla con joyas. Un hombre de su apetito sexual necesitaba amantes, pero para él no eran más que un entretenimiento. Como regente del conservador país de Najar, debía disfrutar de su vida sexual con discreción.
Además, Raja tenía muchas otras preocupaciones en la cabeza. El accidente de avión había supuesto un duro golpe para su gente y la del vecino y antiguo enemigo país de Ashur. El futuro de ambos países estaba al borde de la catástrofe. Una guerra de siete años entre el rico Najar y el deprimido Ashur había concluido gracias a la mediación de intermediarios escandinavos, y para añadir un cariz personal al tratado de paz se había concertado un matrimonio entre las dos familias reales. Aunque Raja había vivido casi toda su vida como hombre de negocios antes de servir a su país, había aceptado la boda con la princesa Bariah de Ashur por sentido del deber, a pesar de que ella pasaba de la treintena y a él le faltaban años por alcanzarla. Su país, cuyos intereses ponía por encima de todo, necesitaba alcanzar una paz duradera.
Desafortunadamente, la tragedia del accidente había puesto en crisis el acuerdo. Al haber perdido a su familia real, los oficiales de la corte de Ashur buscaban frenéticamente en el árbol genealógico de la familia una posible sustituta para Bariah como consorte de Raja.
Sonó el móvil y contestó.
– Tienes que venir a casa -dijo su hermano Haroun en tono grave-. Wajid Sulieman, el consejero de la corte de Ashur, está de camino. Sonaba muy animado, así que sospecho que te ha encontrado novia.
Aunque Raja estaba preparado para la noticia, sintió un peso en el pecho.
– Confiemos en nuestra suerte.
– ¡La suerte sería que no encontraran a nadie! -dijo su hermano menor-. ¿Por qué aceptas un matrimonio de conveniencia? No vivimos en la Edad Media.
Raja se mantuvo impasible. Su padre le había enseñado a comportarse como rey y a no mostrar sus sentimientos delante de terceros.
– ¿Algún problema? -preguntó Chloe cuando colgó.
– Tengo que irme.
Ella se levantó y se abrazó a él.
– Creía que íbamos a salir esta noche -susurró coqueta, sonando más desilusionada que exigente. Sabía bien lo que no debía hacer si quería tener contentos a sus amantes.
– Te recompensaré en mi próxima visita -prometió Raja, separándose de ella para continuar vistiéndose.
Aunque se sentía atrapado por el lugar que ocupaba en la vida pública, se negaba a cuestionarse sus circunstancias, así que solo le quedaba confiar en que su futura mujer fuera mínimamente atractiva.
El avión privado lo llevó a Najar en cuestión de horas y su hermano fue a recibirlo al aeropuerto.
– ¡Yo no me casaría con una desconocida! -dijo Haroun, indignado.
– Yo accedo gustosamente por ti -Raja se alegraba de que su hermano pequeño no tuviera que hacer un sacrificio similar-. En este momento nuestro país necesita una vuelta a la tradición.
– Ashur está en bancarrota. ¿Por qué no les ofrecemos una parte de nuestros beneficios petrolíferos a cambio?
– ¡Haroun, cuidado con lo que dices! -le recriminó Raja-. Hasta que la paz sea estable debemos actuar con extrema diplomacia.
– ¿Desde cuándo la verdad es una ofensa digna de castigo? -protestó Haroun-. Aunque hemos ganado la guerra te ves obligado a una alianza con un país que cuando nuestro bisabuelo ya era rey no eran más que un puñado de pastores.
Consciente de que muchos najarís eran de la misma opinión debido a la profunda brecha que la guerra había abierto entre los dos países, Raja se limitó a mirar a su hermano con impaciencia.
– Un joven educado como tú debería tener una visión más sensata.
En el palacio real los esperaba el maduro consejero ashurí y un asistente; ambos parecían contentos.
– Espero no haberlo importunado al solicitar una cita en tan breve plazo, Alteza Real -dijo Wajid, inclinándose. Sin perder tiempo, dejó una carpeta sobre la mesa-. Hemos descubierto que la única posible heredera al trono soltera es la hija del difunto rey Anwar y de una ciudadana británica…
– ¿Británica? -preguntó Haroun, intrigado-. ¿Anwar no fue rey antes que Tamim, el padre de la princesa Bariah?
– Era el hermano mayor de Tamim. Si no recuerdo mal, Anwar se casó más de una vez. ¿Quién era la madre de la dama de que hablamos? -preguntó Raja.
– Una mujer inglesa. El matrimonio duró poco y tras el divorcio, ella se volvió con la niña a su país.
– ¿Cuántos años tiene? -preguntó Haroun con curiosidad.
– Veintiuno. Nunca se ha casado.
– Muy joven. ¿Tiene buen carácter? -preguntó Raja.
– Desde luego -dijo el consejero, irguiéndose.
Raja no pareció convencido. En su experiencia las mujeres interesadas en príncipes solo querían pasarlo bien y recibir joyas.
– ¿Por qué se divorció el rey Anwar de su madre?
– Porque no pudo tener más hijos. Fue un breve matrimonio por amor. El rey tuvo dos hijos con su segunda mujer. Ambos murieron en la guerra.
Raja agachó la cabeza como muestra de respeto por una generación de jóvenes que se había visto diezmada por la cruenta guerra. Si su matrimonio podía lograr que enemigos acérrimos se reconciliaran, era un sacrificio que estaba dispuesto a hacer.
– ¿Cómo se llama?
– Ruby. Cuando la princesa y su madre abandonaron Ashur, la familia real perdió contacto con ella.
Desafortunadamente, la princesa Ruby no ha sido educada para la vida de la corte -al ver el gesto de contrariedad de Raja, añadió-: Pero es joven y aprenderá pronto.
– ¿Tiene una fotografía? -preguntó Haroun.
Wajid sacó una de la carpeta.
– Me temo que se tomó hace años.
Raja estudió la imagen de la joven delgada y rubia que posaba en minifalda delante de la catedral de Ashur. Tenía los rasgos indefinidos de una adolescente y un cabello largo y rubio que Raja encontró fascinante.
Haroun estudió la imagen y dejó escapar un silbido de aprobación.
– ¿Cuándo voy a conocerla? -preguntó Raja tras lanzar una mirada de censura a su hermano.
– En cuanto sea posible, Alteza -dijo Wajid, aliviado con la prontitud con la que Raja había aceptado la propuesta.
– Por favor, Ruby -suplicó Steve, sujetándola por la delgada cintura.
– ¡No! -gritó ella enérgicamente a su novio, apartando sus manos de debajo de su jersey.
No estaba dispuesta a tener que forcejear con él dentro de un coche aparcado en un siniestro aparcamiento a plena luz del día.
Steve la miró enfurruñado antes de volver a su asiento.
Ruby, con sus grandes ojos marrones, su cabello rubio y su espectacular figura, era un trofeo que todos sus amigos envidiaban, pero ofrecía la resistencia de una roca de granito.
– ¿Puedo pasar a verte esta noche?
– Estoy cansada -mintió Ruby-. Tengo que volver al trabajo.
Steve la dejó en el bufete donde trabajaba de recepcionista. Ambos vivían en Yorkshire. Él llevaba una agencia inmobiliaria, al otro lado de la calle, y persistía en intentar convencerla de que el sexo era una actividad deseable. Ruby había pensado que Steve, al que había encontrado muy atractivo, conseguiría hacerle cambiar de opinión. Pero sus besos eran demasiado húmedos y la tocaba como si amasara pan. Con él había aprendido que un hombre podía resultar atractivo sin ser sexy.
– Llegas tarde, Ruby -dijo la encargada, una mujer con gafas y gesto agrio.
Ruby se disculpó y se puso a trabajar, dejando que su mente vagara mientras llevaba acabo las tareas de rutina.
Había empezado a trabajar en Collins, Jones & Fowler con dieciocho años, tras la muerte de su madre. Sus colegas de trabajo eran mayores que ella y poco interesantes. Hablaban de sus padres y de sus hijos; nunca cotilleaban ni hablaban de moda o de hombres.
Aunque estaba resignada a la monotonía de su vida, a veces añoraba algo más de variedad y diversión.
Su madre, sin embargo, sí que había vivido plenamente.
La joven modelo había seducido a un príncipe árabe con el que se había casado tras un breve romance. Ruby había nacido en Ashur, en el Golfo Pérsico. Sin embargo, su padre, Anwar, había tomado una segunda mujer y Vanesa había pedido el divorcio, tras el cual volvió a Inglaterra.
Como las hijas no tenían ningún valor para un rey, Anwar había olvidado pronto su existencia.
Un año más tarde, Vanesa, que había recibido una cuantiosa suma como acuerdo de divorcio, se casó con Curtis Sommerton, quien le había dado su apellido a Ruby para olvidar a la familia de su primer marido. Curtis había gastado el dinero de su madre y la había abandonado.
Aquel segundo golpe sentimental había roto el corazón de Vanesa, que había muerto al poco tiempo, precisamente de un ataque cardiaco.
«Mi error ha sido dejarme llevar por los sentimientos», le había dicho a menudo a Ruby. «No te dejes seducir por encantadores de serpientes como he hecho yo».
De carácter fuerte e inteligente, Ruby era muy práctica y detectaba al instante a cualquiera que quisiera aprovecharse de ella. Había amado mucho a su madre y prefería recordarla como una mujer cariñosa y buena, demasiado inocente con los hombres. Por otro lado, su padrastro había sido un ser repugnante al que ella había temido y odiado. Mientras su madre creía en el amor, en su experiencia Ruby había aprendido que los hombres solo querían sexo. Como otros hombres antes que él, Steve le había hecho sentir asco, y estaba decidida a romper con él.
Después del trabajo volvió a su casa, un pareado que compartía con su amiga Stella Carter y su perra Hermione.
La esclavitud que representaba un perro estaba compensada con creces por la compañía y la protección que la fiel Jack Russel Terrier le había proporcionado a lo largo de los años. Hermione la había protegido de su padrastro, evitando que entrara a hurtadillas en su dormitorio durante la noche.
Al llegar, le sorprendió ver un lujoso BMW aparcado delante de la casa, y apenas había metido la llave en la cerradura cuando la puerta se abrió de par en par.
– ¡Menos mal que has llegado! -exclamó Stella con ojos desorbitados. En un susurro, añadió-: Tienes visita.
Alguien relacionado con tu padre biológico.
Desconcertada, Ruby entró en la pequeña sala que parecía abarrotada de gente. Un hombre bajo de cabello gris la saludó con una reverencia, seguido de un hombre más joven y de una mujer madura, de modo que Ruby se encontró mirando las coronillas de tres cabezas.
– Alteza -dijo el hombre mayor-, es un placer conocerla
– Desde que ha llegado insiste en que eres una princesa -masculló Stella.
– Yo no soy princesa -dijo Ruby con expresión entre incómoda y divertida-. ¿Quién es usted?
Wajid Sulieman se presentó a sí mismo, a su mujer, Anilla, y a su ayudante.
– Represento los intereses de la familia real de Ashur, y me temo que en primer lugar he de darle malas noticias.
Ruby les pidió que se sentaran. Entonces Wajid le informó de que su tío Tamim, su mujer y su hija, Bariah, habían muerto en un accidente de aviación tres semanas antes. Los nombres le resultaron vagamente familiares por la única visita que había realizado a Ashur cuando tenía catorce años.
– Si no recuerdo mal, mi tío era el rey…
– Y hasta el año pasado, su hijo mayor era su heredero -explicó Wajid.
Ruby lo miró sorprendida.
– ¿Tengo un hermano?
– Su padre tuvo dos hijos con su segunda esposa.
– No lo sabía -dijo Ruby con sarcasmo-. ¿Ellos saben de mí?
Wajid puso gesto solemne.
– Es mi deber darle la triste noticia de que ambos murieron en la reciente guerra entre Najar y Ashur.
Ruby abrió los ojos desorbitadamente.
– Es cierto…, he leído sobre la guerra en la prensa. ¡Lo siento mucho! Debían ser muy jóvenes -dijo, incómoda con su grado de desconocimiento de la realidad.
No había conocido ni a su padre ni a ninguno de sus familiares. Cuando había planeado el viaje al país, Vanesa había escrito una carta anunciando sus planes, pero ni siquiera había recibido respuesta. Tampoco había contestado nadie a sus llamadas una vez llegaron, de manera que no habían podido visitar el palacio, y ambas habían pasado por la humillante experiencia de que se les impidiera la entrada en la misma verja cuando la familia de su padre se había negado a recibirlas. Desde aquel instante, Ruby había borrado de su mente toda curiosidad por su lado ashurí.
– Sus hermanos eran muy valientes -dijo Wajid-. Murieron luchando por su país.
Ruby asintió con una sonrisa respetuosa y pensó con tristeza en los hermanos que no había llegado a conocer.
– Comparto estas tragedias con usted -continuó Wajid-, para que comprenda que es la única heredera al trono de Ashur.
– ¿Yo, la heredera? -dijo Ruby, riendo con incredulidad-. Pero si soy mujer. ¿Por qué me llama Alteza si no tengo título?
– Aunque no haya usado el título, es princesa desde su nacimiento -dijo Wajid.
Aunque sonara muy rimbombante, Ruby sabía que Ashur no era más que un país pobre que se recuperaba de una guerra en la que había entrado con su rico país vecino como prueba de su carácter indómito a pesar de tener todas las de perder.
Intentó mostrarse serena a pesar de lo surrealista de la situación. ¿Qué podía ser más ridículo que una princesa que trabajaba como recepcionista y que a veces tenía que hacer horas extra en el supermercado en el que trabajaba su amiga Stella para llegar a fin de mes?
– Me temo que soy una mujer muy vulgar -dijo, evitando resultar ofensiva.
– Eso es lo que nuestra gente quiere. Somos un pueblo de trabajadores -declaró Wajid con orgullo-. Y usted debe ocupar el lugar que le corresponde en el reino.
Ruby lo miró atónita.
– ¿Pretende que vaya a Ashur a vivir como una princesa?
– Para eso hemos venido -dijo el consejero, abriendo los brazos.
Ruby sacudió la cabeza enérgicamente.
– Ashur no es mi hogar. Me fui siendo una niña y nadie ha mostrado el menor interés por mí.
– Tiene razón -dijo Wajid con solemnidad-, pero las tragedias que se han producido en la familia Shakarian han cambiado las circunstancias. Ahora usted es muy importante, la hija de un rey reciente y sobrina de otro, con derecho a heredar…
– ¡Pero yo no quiero heredar el trono! Además, si no me equivoco, en Ashur no puede reinar una mujer -dijo Ruby con impaciencia-. Estoy segura de que hay un hombre preparado para gobernar el país.
Wajid se cuadró de hombros.
– Tiene razón en cuanto a que en nuestro país se prefiere la línea masculina de primogenitura…
– Así que no soy tan importante como insinúa -dijo Ruby.
¿De verdad la había creído tan ignorante de las costumbres de Ashur cuando la vida de su madre había sido destrozada por ellas?
Encontrándose en una incómoda posición que no había previsto, Wajid enrojeció y consideró un error haber subestimado la inteligencia de la princesa.
– Siento contradecirla, pero su importancia es incuestionable. Sin usted, no tendremos rey.
– No comprendo. ¿Qué quiere decir? -preguntó ella, enarcando las cejas.
Wajid vaciló antes de explicar:
– Ashur y Najar deben aliarse por medio de un matrimonio entre las familias reales como condición esencial para firmar la paz.
Ruby tuvo que contener una carcajada al ver con claridad cuál era su importancia real a ojos de aquel testarudo hombre. Solo la necesitaban porque era joven y estaba soltera, y no había ninguna otra candidata.
– No sabía que en Ashur se siguieran concertando matrimonios.
– Solo en la familia real -dijo Wajid-. A veces los padres conocen mejor a sus hijos que ellos mismos.
– Pero yo no tengo padres; y mi padre nunca se dignó a conocerme. Así que, señor Sulieman, está perdiendo su tiempo. No quiero ser princesa ni casarme con un desconocido -poniéndose en pie para dar por concluida la conversación, Ruby casi sintió lástima del emisario-. En estos tiempos no creo que haya muchas jóvenes dispuestas a aceptarlo.
Stella y Ruby siguieron hablando del encuentro rato después de que los visitantes hubieran partido.
– ¿De verdad no sabías que eras princesa? -preguntó Stella.
– Supongo que no quisieron decírselo a mi madre. Su familia actuó como si no existiera.
– Me pregunto cómo es el hombre con el que quieren casarte -dijo Stella con mirada ensoñadora.
– Si es la mitad de cruel que su padre, no me pierdo nada. Mi padre abandonó a mi madre porque no le daba un hijo y supongo que mi futuro marido haría cualquier cosa por convertirse en rey de Ashur.
– Yo no sé si habría reaccionado tan rápidamente como tú en la misma situación. Ser princesa no debe estar tan mal.
– Ashur no tiene nada interesante -dijo Ruby sin poder reprimir la amargura que sentía cada vez que pensaba en el país que la había rechazado a pesar de que el sincero amor que había manifestado Wajid a su patria la había conmovido.
Tras el fin de semana, Ruby volvió al trabajo. El sábado había quedado con Steve y había dado su relación por terminada. Él no se lo había tomado bien y alternaba los mensajes y llamadas suplicantes con los desagradables y violentos. Ruby terminó por ignorarlo, preguntándose qué le habría llevado a salir con él.
– Vuelves locos a los hombres -dijo Stella con un suspiro de envidia cuando llegó un mensaje en el desayuno-. A mí no me importaría que alguien me dedicara tanta atención.
– Ese tipo de atención es irritante -dijo Ruby. Y se mantuvo firme en su determinación.
Aquella tarde, un hombre alto con un brillante cabello negro, entró en la oficina. Quizá fue su traje de corte exquisito y la sensación de que acababa de salir de una revista de moda, pero lo cierto fue que Ruby se descubrió mirándolo embobada. Tenía un algo se removió en su interior al mirar a un hombre.