Capítulo 2

EL PRÍNCIPE Raja vio a Ruby en cuanto entró en la recepción del bufete. La joven atractiva de la fotografía, se había transformado en una belleza con una rubia melena, ojos dulces y chispeantes y una boca que le hizo pensar en un melocotón maduro.

– ¿Eres Ruby Shakarian? -preguntó el príncipe, a cuya espalda había un hombre corpulento.

– No uso ese apellido -dijo ella, frunciendo el ceño mientras se preguntaba cuántos más emisarios pensaban mandarle antes de darse por vencidos.

– Wajid Sulieman me ha pedido que venga a verte. Shakarian es el nombre de tu familia.

– Estoy trabajando y no tengo tiempo -dijo ella a la vez que estudiaba sus increíbles ojos, las pobladas pestañas y las perfectas cejas, la piel cetrina, los pómulos marcados y los sensuales labios.

El corazón le latió con fuerza y se dio cuenta de que le faltaba el aire, una reacción que la irritó porque se enorgullecía de tener una armadura de indiferencia frente a los hombres.

– ¿No vas a ir a comer? -preguntó uno de sus compañeros de trabajo al pasar a su lado.

– Podríamos almorzar juntos -se apresuró a sugerir Raja.

Desde que su avión había aterrizado aquella fresca mañana de primavera en Yorkshire, el príncipe Raja se sentía como un marciano recién llegado a un extraño planeta. No estaba acostumbrado a ciudades pequeñas, ni a alojarse en hoteles de tercera.

– Si quieres hablarme de la propuesta de Wajid, la respuesta es «no» -dijo Ruby, poniéndose en pie y tomando el bolso sin molestarse en aclarar que siempre comía en casa.

A Raja le hizo gracia haberse hecho una idea equivocada de su altura debido al aspecto esbelto que presentaba en la fotografía, y comprobar que en realidad le llegaba a mitad del pecho.

Ruby se inclinó hacia él para no ser oída por nadie y usando una entonación sarcástica, dijo:

– ¿Tú crees que parezco una princesa?

– No, pareces una diosa -se oyó decir el príncipe antes de censurar sus pensamientos.

– ¿Una diosa? -preguntó Ruby, sorprendida-. Nunca me habían dicho algo así.

Y le dedicó una sonrisa que lo dejó tan consternado, que solo fue capaz de preguntar:

– ¿Almorzamos?

Ruby estaba a punto de rechazar la oferta cuando vio que Steve la esperaba en la puerta, y pensó que si la veía con otro hombre conseguiría quitárselo de encima.

– Está bien -dijo bruscamente, posando una mano sobre el brazo de Raja-, pero antes tengo que ir a casa a sacar a mi perra.

A Raja le tomó por sorpresa el contacto físico porque normalmente la gente no trataba tan familiarmente a un miembro de la familia real.

– De acuerdo -dijo.

– ¿Quién es ese tipo? -preguntó ella con suspicacia. Y su cabello rozó el hombro de Raja que aspiró el perfume a flores frescas que llevaba.

– Uno de mis guardaespaldas -explicó-. Mi coche está esperándonos.

El guardaespaldas se les adelantó y casi chocó con Steve, mientras otro mantenía la puerta abierta para ellos.

– ¿Ruby? -la llamó Steve mirando a Raja con cara de pocos amigos-. ¿Quién es ese hombre?

– No tengo nada más que decirte, Steve.

– ¡Tengo derecho a saberlo! -exclamó él, indignado.

– No tienes ningún derecho sobre mí -dijo ella con exasperación.

En cuanto Steve dio un paso para aproximarse, Raja hizo un gesto casi imperceptible y un guardaespaldas le bloqueó el acceso. Al mismo tiempo, otro de ellos abrió la puerta de la limusina.

– No puedo meterme en un coche con un desconocido -dijo Ruby.

Raja no estaba acostumbrado a que se le tratara con tanta desconfianza, ni a que una mujer rechazara el lujo de una limusina con bar y champán frío, pero se dijo que si aquel malencarado era un ejemplo de los hombres con los que salía era de comprender la baja estima en la que tenía a su sexo.

– Vivo cerca. Prefiero andar hasta casa y que nos encontremos allí -Ruby le dio la dirección y caminó aceleradamente, sin molestarse en volver la cabeza cuando Steve la llamó.

Raja observó la forma en la que la brisa hacía flotar su cabello rubio, golpeando sus pálidas mejillas. Tenía ojos del color del chocolate y el tipo de pestañas que se veían en los personajes de dibujos animados. Con las curvas precisas, su cintura era estrecha y sus piernas finas y bien torneadas. Se preguntó si Steve habría encontrado acomodo entre ellas y ese pensamiento lo sacudió a la vez que el coche pasaba de largo y la perdía de vista. Una mujer con aquel rostro y aquel cuerpo podía hacer que un matrimonio concertado resultara tentador. Tanto, que Raja sintió que la sangre se le aceleraba al tiempo que notaba una presión en la entrepierna.

Ruby sacó a Hermione a pasear y cuando volvió, vio que la limusina esperaba fuera. En aquella ocasión observó que además del guardaespaldas de dentro del coche, había otros dos más en un coche que estaba aparcado detrás, y se preguntó por qué aquel hombre necesitaba tantas medidas de seguridad.

Miró el reloj y frunció el ceño al darse cuenta de que apenas le quedaba tiempo para almorzar, así que llamó al despacho y pidió a la supervisora una prórroga, que solo accedió a cambio de que trabajara hasta más tarde.

Entonces salió y vio que el conductor le abría la puerta del coche. Ruby se mordió el labio en un gesto de nerviosismo y cruzó la acera.

– Necesito que me digas quién eres -dijo, crispada.

Por primera vez en mucho tiempo, tuvo que presentarse.

– Así que Raja y eres príncipe -repitió Ruby cuando concluyó-. Pero, ¿qué haces aquí?

Raja esbozó una sonrisa.

– Soy el hombre con el que Wajid quiere que te cases.

Ruby se quedó tan atónita que entró en el coche y se sentó sin decir palabra. ¿Aquel espectacular tipo era el hombre con el que querían casarla? La realidad y lo que hubiera podido imaginar no podían ser más opuestas.

– Asumo que eres un miembro de la familia real del otro país, Najar -dijo cuando recuperó el habla.

– Soy el príncipe regente de Najar. Mi padre, el rey Ahmed sufrió una embolia hace varios años y está paralítico.

Ruby comprendió que aunque el rey no estuviera físicamente en condiciones, seguía siendo quien ocupaba el trono, y probablemente quién decidía los pasos de su hijo. ¿Seria esa la razón de que Raja estuviera dispuesto a casarse con una desconocida? ¿Planeaba con ello gobernar Ashur y liberarse de la intromisión de su padre?

A Ruby le irritó no estar mejor informada sobre la política de ambos países. Lo único que estaba claro era que Raja estaba muy lejos de ser el pobre y resignado personaje que había imaginado. Llevada por su curiosidad, lo estudió de soslayo. Era joven, no debía llegar a los treinta, y además de extremadamente guapo era obvio que era rico, lo cual hacía la situación todavía más incomprensible.

– Alguien localiza a una total desconocida que resulta tener una conexión familiar con la familia Shakarian y ¿estás dispuesto a casarte con ella?

– Tengo buenas razones para acceder y por eso he venido a hablar contigo personalmente -dijo con un ademán que hizo reflexionar a Ruby sobre la mezcla de elegante delicadeza y masculinidad que proyectaba.

Esa idea la hizo enrojecer y sorprenderse, pues tendía a rehuir a los hombres agresivamente masculinos. Su padrastro había sido de ese tipo, capaz de hablar de cualquier deporte, bebedor de cerveza, con constantes comentarios machistas en la boca.

– Me digas lo que me digas, no vas a convencerme -advirtió a Raja al tiempo que la inquietud que le causaba el efecto que su proximidad tenía en ella le hizo bajar la mirada.

Desafortunadamente, lo primero que vio fue la pierna de Raja, cuyos músculos se percibían a través de la delicada tela de sus pantalones, así como el bulto que se marcaba en la bragueta y que daba una idea del tamaño de sus atributos. En cuanto se dio cuenta de lo que estaba haciendo, retiró la mirada espantada, pues era la primera vez que observaba a un hombre como si fuera un objeto sexual. Al pensar en cuánto odiaba que los hombres la observaran de aquella manera, sintió vergüenza de sí misma.

El príncipe la llevó al único restaurante decente de la ciudad.

Su presencia hacía girarse cabezas, especialmente las femeninas, no ya por su aspecto, sino por el aire de dignidad con el que se movía. Junto a él, ella se sintió desaliñada e inadecuadamente vestida. Estaba segura de que las otras mujeres se preguntaban qué hacía alguien como ella con un hombre como aquel.

Afortunadamente, el maître los sentó en un apartado, donde Ruby se sintió más cómoda. Durante la comida, Raja le habló de la guerra entre Najar y Ashur y de cómo su país de nacimiento empezaba a recuperarse.

Ruby prestaba atención a lo que decía, pero sobre todo a él. Se ruborizó una vez más al mirar sus manos e imaginarlas sobre su cuerpo. Siguió cada modulación de su voz y de su aterciopelado acento. Y para su horror, cuando miró a sus ojos negros como la noche, se sintió embriagada y se le secó la boca.

– Todas las infraestructuras de Ashur quedaron destrozadas; la pobreza y el desempleo están aumentando -continuó Raja-. El país necesita grandes inversiones en carreteras, hospitales y escuelas. Najar está dispuesto a contribuir, pero solo si tiene lugar un matrimonio entre las dos familias reales. Esa es la condición del tratado de paz.

Ruby dio un largo sorbo al agua para intentar volver a la tierra, y retirar la mirada de él le supuso un esfuerzo sobrehumano.

– Es una completa locura -dijo con firmeza.

Raja la miró con desaprobación.

– En absoluto. En el presente, es la única vía efectiva para la reconciliación sin que ninguno de los dos países se sienta humillado.

– Comprendo que nadie quiera que la guerra estalle de nuevo -dijo Ruby, que se sentía más afectada por las circunstancias de Ashur de lo que hubiera estado dispuesta a admitir.

No había sido consciente de la seriedad de los problemas por los que el país pasaba, y aunque la familia real hubiera ignorado su existencia, se avergonzaba de no haber estado más informada.

– Por eso tenemos un papel tan importante -dijo Raja-. Ashur solo aceptará el apoyo económico de mi país si va acompañado de un matrimonio tradicional entre las familias reales.

– ¿Y qué puede pasar cuando sepan que la boda no va a celebrarse? -preguntó Ruby manteniéndose impasible.

Raja la observó en silencio con ojos entornados y su rostro adquirió una mayor dureza.

– Puesto que el tratado no se cumpliría, las hostilidades podrían estallar de nuevo. Sin embargo, nosotros podemos convertirnos en una fuerza unificadora.

– ¿Y tú estás dispuesto a sacrificar tu libertad por conseguir la paz? -preguntó Ruby, escéptica.

– No tengo elección, es mi deber -dijo él haciendo un gesto con la mano que expresó más que sus palabras.

Ruby lo observó detenidamente antes de decir:

– Me cuesta creerlo.

Raja tomó aire antes de responder.

– Como miembro de la familia real he gozado de una vida privilegiada, y fui educado para que el bien de mi país sea mi prioridad.

Indiferente a tal solemnidad, Ruby puso los ojos en blanco.

– Yo, en cambio, no he tenido ningún privilegio y no poseo ese tipo de motivación. Incluso me cuesta creer que tú la tengas.

Raja se sintió ofendido, pero contuvo su indignación porque sospechaba que Ruby tendía a hablar sin reflexionar y sabía que él no tenía costumbre de ser cuestionado.

– ¿Qué quieres decir? -preguntó.

– ¿Luchaste en la guerra? -preguntó Ruby súbitamente.

– Sí.

– ¿Y ahora pretendes erigirte en salvador de mi país cuando antes fuiste el agresor? -preguntó ella con desdén, apartando el plato-. Lo siento, pero no pienso convertirme en un peón en una lucha por el poder, ni pienso ayudarte a que limpies tu conciencia. Y ahora, si no te importa, quiero irme.

– No me has escuchado -dijo Raja, airado.

– Al contrario -dijo Ruby, alzando la barbilla en un gesto desafiante-. Por eso mismo sé que no soy la mujer que necesitas. No soy una princesa y no deseo sacrificarme por salvar al país que destrozó el corazón de mi madre.

Raja tuvo que morderse la lengua para no reaccionar ante aquella melodramática afirmación.

– Estás hablando como una cría.

– ¿Cómo te atreves a decir eso? -dijo ella, acaloradamente.

– Porque necesito que pienses como una adulta para analizar la situación. Puede que no sientas afecto por tu país, pero no saques a relucir viejas historias como…

– Haber nacido sin un padre no tiene nada de vieja historia -dijo Ruby, furiosa. Y se puso en pie-. Ni que se que casara con otra mujer cuando seguía casado con mi madre.

– Siéntate y baja la voz -masculló el príncipe.

Ruby se quedó tan anonadada por la orden, que volvió a sentarse mientras miraba a Raja con ojos desorbitados.

– No te atrevas a hablarme así -dijo.

– Pues cálmate y piensa en los que son menos afortunados que tú.

– Eso no va a convencerme de que me case con un desconocido que se casaría con cualquiera si se lo pidieran -dijo Ruby con aspereza.

– ¿Qué insinúas? -exigió saber Raja.

– ¿Crees que soy tan idiota como para no darme cuenta de que pretendes utilizarme para hacerte con el trono de Ashur? -preguntó ella a su vez, dando una palmada sobre la mesa.

Mientras la miraba con incredulidad, Raja observó aún más atónito cómo Ruby se levantaba y se encaminaba hacia la puerta. ¿Acaso no tenía modales? ¿De verdad creía que le interesaba el trono de Ashur siendo el heredero de uno de los países más ricos y sofisticados del Golfo Pérsico?

Caminando deprisa, Ruby llegó al despacho en veinte minutos sin conseguir decidir si había juzgado al príncipe con excesiva severidad, pero el trabajo se acumulaba sobre su escritorio y tuvo que concentrarse en él.

A breves intervalos, no pudo evitar dar vueltas a lo que había descubierto sobre su país de origen y preguntarse cómo se sentiría si, tal y como decía el príncipe, su negativa a casarse daba lugar a que se anulara el tratado de paz y la guerra estallara de nuevo.

Para obtener más información de otras fuentes, aquella tarde hizo una búsqueda en Internet mientras Stella preparaba la cena. Desafortunadamente, todo lo que leyó le resultó perturbador. Las circunstancias de Ashur eran desesperadas y su gente ansiaba la paz. Al leer el blog de un cooperante sobre el creciente número de huérfanos y personas sin hogar, Ruby sintió que los ojos se le inundaban de lágrimas. Se las secó con brusquedad y fue a cenar. Por mucho que su cabeza le dijera que Ashur le era indiferente, fue consciente de que su instinto le decía lo contrario. El país necesitaba imperiosamente fondos para su reconstrucción y el pueblo sufría. ¿Cómo era posible que el futuro de un país dependiera de la decisión que ella tomara?

Reflexionando sobre la responsabilidad que le había caído sobre los hombros, Ruby empezó a considerar distintas opciones.

Stella salió después de cenar y mientras Ruby recogía la cocina, concentrada en sus pensamientos, sonó el timbre de la puerta.

En aquella ocasión, no le sorprendió que se tratara del príncipe, ya que para entonces era consciente de que tenían una conversación pendiente. Aun así, su masculina belleza y sus facciones de bronce, la dejaron muda. Sus ojos rodeados de pobladas pestañas ejercían una atracción magnética sobre ella. Conseguir apartar la mirada de él requería de toda su fuerza de voluntad.

– Será mejor que pases. Tenemos que hablar -saludó, dando media vuelta para ocultar el rubor de sus mejillas.

– En mi cultura es de mala educación dar la espalda a un invitado o a un miembro de la familia real -dijo Raja con indiferencia.

Ruby se volvió con impaciencia.

– ¡Tenemos problemas más importantes que mi desconocimiento del protocolo!

En cuanto el hombre alto y fuerte entró detrás de Ruby, Hermione salió de su cesta y le gruñó.

– ¡Calla! -le ordenó Ruby.

Raja aceptó su muda invitación para sentarse mientras se esforzaba por apartar la mirada de la forma en que unas mallas ceñidas y una camiseta de tirantes dejaban apreciar la silueta de su perfecto cuerpo. Al fijarse en sus zapatillas rosas, sonrió para sí.

Ruby suspiró profundamente al tiempo que se sentaba delante de él en tensión. Incluso sentado, la embriagadora fuerza de su cuerpo, y sus largas y musculosas piernas resultaban evidentes, y contuvo el aliento al notar que se le endurecían los pezones.

– Te estaba esperando -dijo. Raja aguardó a que continuara-: Lo mejor va a ser que sea clara contigo.

– Jamás accedería a casarme con un desconocido, así que esa posibilidad queda completamente descartada -Ruby hizo una pausa. Al ver que Raja parecía dispuesto a seguir escuchando, añadió-: Pero si es cierto que solo una boda puede asegurar la paz en Ashur, estoy dispuesta a considerar una posibilidad que sea factible para los dos.

Raja le dirigió una sonrisa de aprobación mientras recorría el cuerpo de Ruby con la mirada y al apreciar la forma en que se marcaban sus pezones, sintió una presión en la entrepierna. Irritándose por perder la concentración, apretó los labios.

– Estoy convencido de que solo nuestro matrimonio puede asegurar una paz duradera -admitió-. Pero no se me ocurre qué propuesta quieres hacerme.

– Una farsa -dijo Ruby sin vacilar, con un brillo malicioso en sus ojos habitualmente serios-. Nos casamos y aparecemos en público juntos, pero en privado no seremos un matrimonio de verdad.

El príncipe ocultó la sorpresa que le causó la sugerencia para evitar que viera lo contrario a sus principios que era un engaño de esas proporciones.

– ¿Estás hablando de un acuerdo platónico?

Ruby asintió con vehemencia.

– No pretendo ofenderte, pero el sexo no me interesa.

– ¿Conmigo o en general? -Raja no pudo reprimir la pregunta.

– En general. No es nada personal -dijo ella precipitadamente para tranquilizarlo-. Así tendrías la perfecta excusa para divorciarte de mí.

Raja la miró atónito.

– ¿A qué te refieres?

– No soy tonta, Raja, si no tenemos hijos, puedes usar la falta de un heredero para el divorcio y casarte con alguien más adecuado.

– No sería tan sencillo, aunque comprendo de dónde has sacado la idea -dijo él-, pero en mi familia no ha habido ningún divorcio.

Ruby se encogió de hombros.

– No vamos a encontrar una solución perfecta -dijo con impaciencia-. Y un matrimonio fingido es la que se acerca más a serlo, Raja.

El pensó que si no se daba cuenta de lo profundamente que un divorcio ofendería a su pueblo, era porque no era más que una niña. Pero al menos la propuesta de Ruby ofrecía una solución parcial al problema.

– Pero hay algo más -dijo Ruby, sacándolo de sus reflexiones-. Exijo tener los mismos derechos que tú en el gobierno. Puesto que eres de Najar, siempre tenderías a beneficiar a tu país. Solo me casaré si puedo tomar parte contigo en las decisiones.

– Es una idea revolucionaria, y resulta interesante -comentó Raja, intentando no pensar en la cara que se le pondría a Wajid Sulieman al descubrir que su princesa no era una marioneta-. Por mi parte, estoy de acuerdo, pero no será tan sencillo convencer al consejo de ancianos, que son los que actúan como gobierno en ambos países. Por otro lado, tienes que admitir que no sabes nada de nuestra cultura y…

– Pero puedo aprender -lo interrumpió Ruby con determinación-. Esas son mis condiciones.

– ¿No vas a negociar?

– No.

A Raja le hizo gracia su seguridad en sí misma, que solo acentuaba su ingenuidad. Solo demostraba que no sabía nada sobre su país, y sin ese conocimiento no podía ser consciente de cuánto estaba en juego.

Por el contrario, él sabía bien que no podía darse el lujo de tomar decisiones personales, y que su principal deber en aquel momento era persuadir a la princesa de que asumiera su papel oficial en su país y casarse con él, dos objetivos que estaba decidido a conseguir por cualquier medio. Aunque para ello tuviera que aceptar un matrimonio célibe en una sociedad donde el matrimonio extramatrimonial era considerado pecado.

Como a cualquier hombre, que Ruby hubiera dicho que no le interesaba el sexo lo intrigaba. Puesto que no podía hacer esa afirmación y a la vez ser virgen, Raja asumió que había topado con algún amante torpe. Consciente de que su experiencia en ese campo lo convertía en un experto, dirigió una mirada sensual y especulativa a Ruby.

Estaba seguro de que podría hacerle cambiar de idea.

– Bien, ¿qué piensas? -le presionó Ruby.

– Me lo pensaré -dijo el príncipe, poniéndose en pie y mirándola con ojos entornados.

Su habilidad para ocultar lo que pensaba tras la hermosa máscara de su rostro, irritaba a Ruby, que siempre había encontrado simples a los hombres. Estar en la sombra la inquietaba y la frustraba. El príncipe tenía la habilidad de un diplomático, y Ruby debía admitir que estaba igualmente preparado para analizar distintos puntos de vista y asuntos políticos sensibles.

– Pensaba que el tiempo acuciaba -señaló Ruby, molesta por su silencio.

Raja sonrió seductoramente.

– Si me das tu teléfono, te llamaré más tarde para darte una respuesta.

Ruby se lo dio y lo acompañó hasta la puerta. Cuando fue a abrirla, él le puso la mano sobre un hombro y ella alzó una mirada inquisitiva hacia él. Hermione gruñó. Raja ignoró al animal y deslizó la mano por su brazo arriba y abajo al tiempo que agachaba la cabeza con ojos brillantes. Ruby contuvo la respiración y se le quedó la mente en blanco a la vez que todos sus sentidos parecían despertar.

El aliento de Raja le acarició la mejilla y al mirar sus labios Ruby notó una cálida humedad entre las piernas. El deseo la atravesó sin que pudiera hacer nada por evitarlo, como no pudo reprimir el impulso de apoyar la palma de la mano contra el musculoso pecho de Raja. Mirándolo con ojos muy abiertos, empezó a temblar de anticipación de lo que iba a suceder. Y Raja no la desilusionó. Antes de alcanzar sus labios, le besó el cuello; la sujetó por la cintura y finalmente selló sus labios con un beso devorador. Ruby sintió una espiral de deseo sexual brotar en su pelvis. Raja solo levantó la cabeza cuando le fue imposible ignorar los tirones que Hermione le daba a los pantalones.

– Dile a tu perra que pare -dijo con voz ronca.

Ruby utilizó la excusa para separarse de él y llevar a Hermione con manos temblorosas a su cesta. El sudor le perlaba el labio superior. Por primera vez en su vida había experimentado lo que un hombre podía llegar a hacerle sentir. Al ver que él la observaba con curiosidad, Ruby se sintió avergonzada y enfadada consigo misma por haber sido tan débil.

– ¡No tenías derecho a tocarme!

Él sonrió, mirándola con un brillo divertido en los ojos.

– No, pero sentía curiosidad -dijo, insolente-. Y ha valido la pena.

Un minuto después se había marchado y Ruby tuvo que contenerse para no dar un portazo a su espalda. Estaba furiosa. Ningún hombre la había hablado antes con tanta condescendencia. Lo habitual era que intentaran complacerla, halagándola o con regalos. En cambio Raja le había robado un beso sin que ella ofreciera la menor resistencia.

El teléfono sonó a las once, cuando estaba a punto de irse a la cama.

– Soy Raja -oyó su voz tranquila y carente de emoción-. Espero estés dispuesta a entrar en acción, porque debemos actuar con prontitud.

Ruby apretó los dientes porque seguía irritada con él por haber herido su orgullo. En tono crispado, dijo:

– Eso depende de si aceptas mis condiciones o no.

– Estoy de acuerdo. Mientras hago los preparativos para casarnos aquí…

– ¿Tan pronto? ¿Aquí? -lo interrumpió Ruby, atónita.

– Es lo mejor. Si no, los consejeros tardarán tanto en decidir cómo organizar la boda que pasaran meses antes de que la celebremos.

Sin molestarse en reaccionar a los intentos de protestar de Ruby por la facilidad con la que daba órdenes asumiendo que sería obedecido, añadió que debía dejar su trabajo y hacer las maletas. Ruby esperó a Stella para contarle lo que había sucedido en su ausencia. Su amiga la miró perpleja.

– No estás bien de la cabeza -dijo con gesto preocupado-. Has dejado que te convenza haciéndote sentir culpable. El país de tu padre no ha hecho nada por ti.

Cuarenta y ocho horas antes, Ruby habría estado de acuerdo con ella, pero ya no lo tenía tan claro. Los problemas de Ashur se habían convertido en los suyos y no podía cerrar los ojos a la posibilidad de contribuir a ayudar a su pueblo.

– Creo que si puedo hacer algo por ellos, debo hacerlo.

– ¿Y si llegas allí y resulta que tiene otra esposa?

– Si fuera así, no habría venido a buscarme.

– ¡Pero piensa en lo que le pasó a tu madre!

– La diferencia es que ella se casó por amor, mientras que yo solo cumplo un acuerdo sin ningún romanticismo -aclaró Ruby, alzando la barbilla-. Soy fuerte y puedo cuidar de mí misma.

– Como quieras -dijo Stella, sorprendida por la vehemencia de Ruby.

Ruby no logró conciliar el sueño. La idea de casarse con el príncipe Raja le resultaba irreal. Que Stella le hubiera hecho pensar en su madre no ayudó a tranquilizarla, pero se repitió que no habiendo ningún romanticismo en lo que iba hacer, no tenía por qué sufrir.

Por otro lado, las imágenes de devastación que poblaban su imagen al pensar en Ashur la ayudaron en su decisión. El dolor de los compatriotas de su padre justificaba que aceptara un matrimonio concertado. Aun así, pensar en cambiar tan radicalmente de estilo de vida le causaba una inmensa inquietud e inseguridad.

En los últimos años, había sentido que su vida era aburrida y carente de emociones, pero en aquel instante pensaba en el dicho: Cuidado con lo que deseas, no vaya a convertirse en realidad.

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