Capítulo 6

RAJA sacudió a Ruby bruscamente.

– ¡Vístete! -dijo en cuanto entreabrió los ojos-. Nos han localizado y nos vamos.

Siguiéndolo al exterior con la mirada, Ruby vio un par de helicópteros de aspecto militar. Se vistió precipitadamente con unos pantalones, una camiseta y una camisa de gasa y se cepilló el cabello mientras recordaba los acontecimientos de las horas precedentes con un profundo sentimiento de vergüenza.

Ella, que jamás actuaba alocadamente, que era reflexiva y cautelosa, había hecho trizas el acuerdo al que había llegado con Raja. ¿Cómo iban a redefinir su relación habiendo permitido que el sexo interfiriera?

Tenía que ser sincera y admitir que el príncipe najarí la fascinaba y que lo encontraba increíblemente atractivo; que era el primer hombre con el que había querido descubrir por qué otras mujeres sentían interés por el sexo.

Y debía reconocer que en la cama, su príncipe perdía toda frialdad y se convertía en pura e irresistible pasión.

Cuando salió de la tienda lo vio hablando con un grupo de hombres uniformados, que en cuanto la vieron, se inclinaron y murmuraron un saludo respetuoso. Raja la tomó de la mano para presentarla a los jefes de la aviación antes de ayudarla a subir al helicóptero más próximo.

– Desayunaremos en Najar…

– Debería quedarme en Ashur tal y como habías planeado inicialmente -dijo Ruby quedamente.

Raja la miró dubitativo.

– Es lógico que vayas a ver a tu padre para tranquilizarlo -añadió ella-. No te preocupes por mí.

Raja le miró la mano.

– ¿Dónde está la alianza?

– ¡Vaya, no me había fijado! -dijo ella, mirándose el dedo-. Me quedaba grande y ha debido caérseme.

– Te compraré otra -dijo él. Y con ojos chispeantes, añadió-. Nos veremos esta noche.

– ¿Esta noche? -preguntó ella, que había asumido que la separación duraría algo más y le daría tiempo a reflexionar.

– Hasta esta noche -confirmó él, antes de subir en el segundo helicóptero.

Durante el vuelo, Ruby respiró profundamente para aligerar la tensión que le causaba imaginar las expectativas que su llegada a Simis, la capital, habría despertado, y tuvo que recordarse que era razonablemente inteligente y sensata, además de tener la mejor actitud posible.

La terminal del aeropuerto no era más que un hangar y verla rodeada de soldados y policía le puso nerviosa.

Wajid Sulieman la recibió y ya en el coche le preguntó sobre sus días de secuestro en el desierto.

– Tuve suerte de tener al príncipe a mi lado -dijo ella, tras referir lo ocurrido-. ¿Cómo nos han encontrado?

– Por una llamada anónima a la prensa. Desde el momento en que se anunció el secuestro, el pueblo acudió a las puertas del palacio para seguir los acontecimientos.

Pronto surgieron rumores que acusaban a los najarís y se produjeron algunas revueltas. Hubo momentos muy tensos.

– Supongo que pasó lo mismo en Najar -dijo Ruby.

– Claro, allí su marido es un héroe de guerra -tras una pausa, Wajid añadió-: Tengo entendido que se reunirá con usted en breve.

– Sí -contestó Ruby, al tiempo que observaba las aceras, repletas de gente que esperaba ver pasar el coche-. ¿Están esperándome? -susurró, incrédula.

– Su llegada ha despertado una enorme curiosidad. Es la primera vez que pasa algo bueno en muchos años -explicó él-. En los próximos días acudirá a numerosos sitios para darse a conocer. La fotografía que enviaron tras la boda tuvo mucho éxito. El príncipe fue muy considerado organizándola por nosotros.

– Raja piensa en todo -dijo Ruby, recordando las quemaduras del sol, los escorpiones, el sexo… Una oleada de calor la recorrió con solo pensarlo.

En su única visita a Ashur de adolescente, solo había visto el imponente edificio del palacio desde la verja de entrada. En aquella ocasión, por el contrario, entró por una puerta lateral con Wajid, donde un grupo de sirvientes la recibieron con una profunda reverencia. A continuación, fue escoltada al primer piso.

– Su tío, el fallecido rey Tamim y su familia usaban el ala este, pero he pensado que usted preferiría la suite del ala más moderna del palacio.

Ruby sonrió para sí al ver que para Wajid una decoración de los años sesenta era «moderna»

– ¿Cómo era mi tío?

– Tenía ideas muy firmes, igual que su hija, la princesa Bariah.

– Mi prima.

– Una mujer excepcional, destinada a casarse con el príncipe Raja de no haber sufrido tan dramático accidente -dijo el anciano, sin darse cuenta de que Ruby se paraba en seco y lo miraba con desmayo.

Aunque le pareció lógico, era la primera vez que Ruby era consciente de que su prima había estado destinada a Raja, y saberlo la atravesó como un cuchillo al recordarle que no había nada personal en su relación con el futuro rey de Najar y que este había estado igualmente dispuesto a casarse con su prima.

¿Qué habría sentido por ella? Era lógico pensar que habría estado igualmente dispuesto a compartir su cama con ella. ¿Cómo podía haber sido tan estúpida como para caer en tal grado de intimidad con él? El deseo no podía ser justificación suficiente.

Al cruzar una puerta oyó ladrar un perro antes de ver a Hermione correr hacia ella moviendo la cola frenéticamente. Ruby se arrodilló para tomarla en brazos y acariciarla mientras Wajid mencionaba la ceremonia de reconciliación que tendría lugar aquella tarde en la catedral, así como una recepción nocturna en la que conocería a mucha gente importante. Ruby contuvo un gemido confiando en que el traje rojo fuera apropiado, ya que no contaba con otro vestuario.

Llamaron a la puerta y entró una mujer joven.

– Alteza, esta es Zuhrah, que la ayudará en todo lo que necesite -explicó Wajid-. Habla inglés perfectamente.

Wajid se fue y la bonita joven mostró a Ruby las espaciosas habitaciones que le habían sido asignadas.

Durante un liviano almuerzo que se sirvió en el comedor, Ruby mencionó su traje y Zuhrah se apresuró a localizarlo.

En cuanto terminó de comer, Ruby se dio una prolongada ducha. Después de secarse el pelo, salió en albornoz y al ver a Zuhrah le preguntó si habían encontrado su bolso.

Ruby recordó entonces que tendría que ver a un médico si quería tomar la píldora, aunque pensó que no la necesitaría como método anticonceptivo puesto que no pensaba volver a acostarse con Raja. De hecho, ya se había arriesgado bastante manteniendo relaciones sin tomarla.

¿Qué haría si se quedaba embarazada? Un escalofrío le recorrió la espalda al imaginar el conflicto que representaría para acabar con una relación que solo lo era sobre el papel. ¿O acaso Raja le dejaría volver a Inglaterra con su heredero?

La ceremonia en la catedral no exigió de ella más que su presencia, mientras que la celebración de palacio fue agotadora y la obligó a contestar preguntas que habría preferido evitar. Afortunadamente, en cierto momento llegó Raja y la atención se centró en él. Wajid se disculpó para ir a recibirlo, al tiempo que todas las cabezas se giraban hacia la puerta y un rumor recorría la sala.

«Ahí viene un verdadero miembro de la familia real.

¡Cómo se nota la diferencia!». Oyó murmurar Ruby a alguien, y se ruborizó. ¿Tan mal lo había hecho? Había intentado comportarse con dignidad y educación, evitando temas controvertidos, tal y como le había aconsejado Wajid, pero ¿qué esperaban de ella? Después de todo, no era más que una chica normal, que había crecido en un ambiente normal.

Vestido con un traje gris, su marido estaba espectacular… ¿Por qué pensaba en él como su marido cuando no lo era? Una mujer elegía a su marido con el corazón, y ese no había sido el caso entre Raja y ella, se dijo, mientras observaba el rostro que tanto le gustaba, obligándose a no sentir nada.

Raja circuló entre los asistentes con la destreza de un profesional, haciendo comentarios amables, bromeando con unos, charlando con más solemnidad con otros. A su lado, Wajid parecía un niño el día de Navidad.

Cuando se sirvió un refrigerio, Raja pudo finalmente reunirse con Ruby. Con un brillo metálico en sus ojos ámbar, posó la mano en la parte baja de su espalda y ella se tensó, rechazando esa familiaridad al pensar simultáneamente en que Bariah, al contrario que ella, se habría sentido en su medio en una reunión como aquella.

– A mi familia le ha desilusionado mucho no conocerte -dijo él quedamente.

– En cambio aquí les ha desilusionado que no sea una princesa de verdad -dijo ella con aspereza, aunque se arrepintió al instante de dar esa prueba de inseguridad.

– Eso son imaginaciones tuyas. Una mujer hermosa y elegante es siempre mejor recibida que un hombre -replicó él.

Wajid los presentó a una pareja madura que representaba a una ONG con un orfanato a las afueras de Simis que, aparentemente, Ruby iba a visitar al día siguiente. Al recibir la noticia, fue consciente por primera vez de hasta qué punto había perdido la libertad de hacer sus propios planes. Desde entonces, su tiempo ya no le pertenecía a ella, sino a sus deberes, responsabilidades y obligaciones, entre las que se incluía la de aprender la lengua para poder prescindir de un intérprete lo antes posible.

– Estás muy callada. ¿Pasa algo? -le preguntó Raja cuando Ruby subía ya a sus aposentos.

– Nada de importancia -Ruby entró en el dormitorio precipitadamente, ansiosa por ponerse algo con lo que estar más cómoda.

Una sirvienta estaba colgando ropa de hombre en el armario, y Ruby apretó los labios al tiempo que volvía al salón, donde encontró a Raja mirando por la ventana.

– ¿Se supone que vas a alojarte en mi suite?

– Las parejas casadas suelen compartir alojamiento -dijo él con calma.

Su tono elevó la irritación de Ruby. ¿Por qué se refería a su relación como si fuera sencilla cuando no lo era en absoluto?

– No me había dado cuenta de que, de no ser por el accidente de avión, te habrías casado con mi prima Bariah -dijo sin pensarlo.

– Habría sido imposible incluir una boda en el acuerdo de paz de no haber pensado en un novio y una novia.

Una vez más, su tono pausado, como si se tratara de una obviedad, la sacó de sus casillas.

– ¡Supongo que habrías preferido una genuina princesa de Ashur!

Raja la miró con gesto imperturbable, evidenciando su resistencia a tratar un tema tan delicado.

La ira vibró en el interior de Ruby como un huracán buscando una ranura de salida.

– ¡He dicho que…!

– No estoy sordo -le cortó Raja, fríamente-. Pero no sé qué esperas que conteste.

Ruby lo miró de hito en hito.

– ¿Sería demasiado pedirte que contestaras con honestidad?

– En absoluto. Pero no pienso insultaros ni a ti ni a tu difunta prima comparando dos mujeres completamente distintas y expresando mi preferencia por una u otra -Raja avanzó hacia ella con la mandíbula en tensión y mirada fría-. No creo que sea una petición razonable.

– ¡A mí sí me lo parece! -replicó ella, airada.

– ¿No te das cuenta de que si contestara, os estaría faltando al respeto?

– Al contrario que tú, soy humana. Aunque no sé por qué me molesto en preguntar. Es lógico asumir que una verdadera princesa como Bariah y tú tuvierais mucho más en común que nosotros.

– Sin comentarios -dijo Raja, impasible, en el momento en que la sirvienta salía del dormitorio y, haciendo una reverencia, dejaba la suite.

– Bariah hablaba la lengua nacional, conocía el país -afirmó Ruby, en un tono lastimero que delataba lo inadecuada que se sentía para la función que le había sido encomendada.

– Con tiempo y esfuerzo, tú aprenderás -musitó Raja con una paciencia que en lugar de apaciguar a Ruby, contribuyó a irritarla.

– Mi prima habría sabido cómo comportarse en cada situación.

– Wajid opina que estás actuando magníficamente -dijo Raja con dulzura.

Ruby se irguió y sus ojos refulgieron.

– ¡No seas paternalista!

– Voy a darme una ducha -dijo Raja con un suspiro, al tiempo que dejaba la chaqueta en el respaldo de una silla e iba hacia el dormitorio.

Ruby lo siguió con la mirada.

– ¿De verdad tienes pensado dormir aquí conmigo?

Raja, que había empezado a desabrocharse la camisa, le dirigió una mirada de impaciencia, pero no dijo nada.

Ruby se quedó hipnotizada observando cómo su torso emergía poco a poco desde debajo de la camisa.

– Hay dos sofás en la habitación contigua -apuntó por si Raja no había barajado esa opción.

Él respondió al comentario con la indiferencia que obviamente le merecía. Sus ojos brillaban como oro bajo sus tupidas pestañas, apretaba la mandíbula en un gesto que resultaba amenazador.

– Está bien… Yo dormiré en el sofá -dijo Ruby, decidida a mantenerse firme en su decisión.

Estaba convencida de que si mantenían las distancias, pronto olvidarían el territorio de intimidad en el que se habían adentrado y que retomarían el acuerdo inicial.

Raja arqueó una ceja con escepticismo al tiempo que se quitaba los calzoncillos y caminaba hacia el cuarto de baño pausadamente, dejando a Ruby boquiabierta.

Mientras él se duchaba, Ruby preparó un sofá como cama, se puso el pijama, apagó la luz y se metió entre las sábanas. Hermione se acurrucó a sus pies.

Un rato más tarde, un sonoro ladrido de la perra sobresaltó a Ruby cuando ya estaba a punto de dormirse.

– Dile que se calle o la mando a la perrera -masculló Raja cuyo rostro contrariado era visible por la luz procedente del dormitorio.

Ruby se incorporó de un salto con Hermione en brazos.

– ¿Qué haces aquí?

– Recuperar a mi esposa -dijo Raja en tono amenazador.

– ¡Yo no soy tu mujer de verdad! -protestó ella.

– Si no eres ni una princesa ni una esposa, ¿qué eres? -preguntó Raja, retador, a la vez que la tomaba en brazos-. ¿Una amante? ¿Una amiga con derecho a roce?

Añadió una tercera opción cuya crudeza hizo que Ruby abriera los ojos desorbitadamente.

– ¿Cómo te atreves…?

Raja la dejó sobre la cama con mayor delicadeza de la que sus palabras podían hacer esperar, luego tomó a Hermione y la sacó del dormitorio. Desde el otro lado de la puerta, la perra ladró y arañó la puerta.

– ¿Vas a comportarte conmigo de la misma manera si me enfrento a ti? -preguntó Ruby, enfurecida-. No pienso volver a dormir contigo…

– Yo tampoco estaba pensando en dormir.

Desde su considerable altura, Raja abrió las sábanas y se echó al lado de ella.

– ¡No soy ni tu «amiguita» ni eso otro que has dicho! -exclamó Ruby, airada.

– Tienes razón, eres mi mujer -insistió Raja con testarudez.

A Ruby le desconcertó que se levantara, fuera hasta su chaqueta y sacara del bolsillo algo antes de volver y tomarle la mano.

– ¿Qué haces? -preguntó ella con desconfianza.

– Darte la alianza que te corresponde.

Y en aquella ocasión encajaba en su dedo a la perfección, además de ser un diseño distinto. La primera no era más que una sencilla banda de oro, mientras que la nueva era de platino y mucho más elaborada.

– No vuelvas a llamarme «esposa» -dijo Ruby, desconcertada, mientras hacía girar el anillo en el dedo-. Me hace sentir atrapada.

En aquella ocasión el enfado de Raja fue tan evidente que Ruby contuvo el aliento. Se le dilataron las aletas de la nariz y sus ojos la miraron como si fueran dos dardos en llamas.

– ¡Deberías enorgullecerte de ser mi esposa! -dijo con orgullo.

Ruby no había pretendido ofenderlo ni insultarlo, pero ya no podía dar marcha atrás.

– Lo estaría si te amara -susurró, con una respuesta que pretendía aplacarlo.

Raja dejó escapar una carcajada despectiva.

– ¿Quién necesita amor con el tipo de fuego que nos consume?

Entonces fue Ruby quien se sintió ofendida ante la falta de romanticismo del hombre con el que se había casado.

Él le tomó la barbilla firmemente al tiempo que con la otra mano le rodeaba la cintura antes de agachar la cabeza para apoderarse de sus labios.

Durante una fracción de segundo Ruby pensó en rechazarlo e incluso alzó las manos hasta sus hombros para apartarlo de sí. Pero el roce de su lengua entre los labios, y la mano que ascendió por dentro de su pijama para rodear su seno provocó un húmedo calor en la sensible piel de su entrepierna y un golpe de deseo la poseyó con tanta fuerza que cada milímetro de su cuerpo le suplicó que pidiera más, que mendigara si era preciso para saciar el anhelo que la devoraba.

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