Capítulo 4

EN CUANTO bajó del avión, el calor húmedo hizo que Ruby transpirara y que el vestido se le pegara al cuerpo. A lo lejos, la terminal era un edificio moderno que centelleaba bajo el sol. Ruby respiró profundamente y siguió a Raja.

Este se detuvo una fracción de segundo, indeciso. Las palabras de Ruby reverberaban en su cabeza y no podía evitar pensar que tenía razón y que debía darle su apoyo en sus primeras horas en el país. Así que cuando llegó junto a los oficiales que habían acudido a recibirlos, intercambió unas palabras con uno de ellos que fueron seguidas de una agitada conversación entre los oficiales para organizar un cambio de planes.

En la pista, esperaba el pequeño avión que parecía listo para despegar con su mujer, y Raja fue hacia él con prontitud. Su jefe de seguridad lo siguió precipitadamente, pero Raja lo ahuyentó diciéndole que no había sitio para más pasajeros.

Ruby se puso el cinturón. Nunca había volado en un avión tan pequeño y le inquietaba haberse quedado sola.

Cuando un hombre joven acudió con un té fragante y frío, y se lo ofreció con una inclinación de cabeza, ella lo bebió sin titubear, aunque le sorprendió el amargor que le dejó en la boca. Posó el vaso en la bandeja y despidió al azafato con una sonrisa.

Una fracción de segundo más tarde oyó que llegaba alguien y Raja la sorprendió sentándose a su lado.

– ¿Has cambiado de idea y vienes conmigo?

Raja se dejó envolver por la cálida sonrisa que ella le dedicó.

Ruby, por su parte, recordó que le había preguntado si le estaba ofreciendo una noche de bodas y por un instante temió que hubiera decidido cobrársela, aunque descartó la idea de inmediato. Un hombre con su aspecto no podía estar tan desesperado como para desear a una mujer que no se había mostrado disponible.

El azafato reapareció con otro té, pero al ver a Raja, se quedó paralizado y cayó de rodillas, inclinando la cabeza hasta casi hacer caer la bandeja. Raja tomó el vaso a pesar de que tuvo que estirarse para alcanzarlo.

– ¿Qué le pasa? -preguntó Ruby cuando el hombre retrocedió con gesto nervioso hasta la cabina. En cuanto cerró la puerta arrancaron los motores.

– No se ha dado cuenta de quién era hasta que me ha visto de cerca. Debía creer que era uno de tus guardaespaldas.

– ¿Voy a tener guardaespaldas?

– Claro. Debe estar sentado con el piloto -Raja tomó el té de un trago e hizo una mueca por el amargor que le dejó en la boca-. Wajid te habrá organizado un cuerpo de seguridad.

Ruby sintió que se le nublaba la vista y respiró hondo para aclarar su mente.

– Me estoy mareando… Deben de ser los nervios. No me gustan los aviones pequeños.

– Es un vuelo corto -la tranquilizó Raja.

Ruby sintió la cabeza pesada y la apoyó en la mano.

– ¿Estás bien? -preguntó Raja.

– Debe de ser el cansancio -dijo ella, asiendo los reposabrazos mientras el avión despegaba y los motores rugían.

Cuando alzó la mirada hacia Raja, este vio que tenía las pupilas empequeñecidas.

– ¿Has tomado alguna medicina? -preguntó.

– No -dijo ella con voz quebrada. Sentía la lengua hinchada y la cabeza le daba vueltas.

– ¡Han debido poner algo en la bebida! -exclamó él, poniéndose en pie con torpeza.

– ¿Qué quieres decir? -preguntó ella, arrastrando las palabras y sin poder impedir que se le cerraran los ojos.

Raja se tambaleó hacia la cabina de pilotos e intentó abrir la puerta, pero estaba cerrada con llave. Bajó el brazo como si le pesara. Tenía la sensación de moverse a cámara lenta. Le fallaron las piernas y un grito de frustración le atenazó la garganta. Ruby estaba inconsciente en el asiento, con el cabello cubriéndole el rostro, y él no estaba en condiciones de protegerla.

Ruby abrió los ojos en la oscuridad y le llegaron sonidos extraños. Algo era sacudido por el viento, podía oler a cuero y a café. Estaba completamente desorientada, le dolía espantosamente la cabeza y le castañeteaban los dientes de frío. Poniendo en movimiento su dolorido cuerpo, logró sentarse. Estaba vestida, pero descalza, y bajo los pies sentía el suelo duro y helado.

– ¿Dónde estoy? -balbuceó.

– ¿Ruby? -susurró Raja. Y ella le oyó moverse. A continuación escuchó una cerilla prendiéndose y una lámpara de aceite iluminó el interior de una tienda de campaña. Al ver a Raja ante sí, suspiró aliviada. Cuando sus ojos se adaptaron a la penumbra vio que, a pesar del frío, solo llevaba unos boxers.

– ¿Qué ha pasado? -preguntó, angustiada.

Raja se puso en cuclillas ante ella y sus facciones perfectas, recortadas por el juego de sombras, la fascinaron.

– Hemos sido secuestrados y abandonados en el desierto de Ashur. No tenemos teléfonos ni forma de comunicarnos.

– ¿Quién podría querer secuestrarnos? -tartamudeó ella.

– Alguien que quería evitar que nos casáramos, y que no sabía que ya lo estábamos -dijo él con gesto de preocupación-. Debieron asumir que nos casaríamos en la catedral de Simis pasado mañana, que es cuando se ha organizado una ceremonia de reconciliación.

– ¡Dios mío! -dijo Ruby estremeciéndose-. ¿Por qué hace tanto frío si estamos en el desierto?

– Porque las noches son muy frías -dijo él, tapándola con una manta que tenía a los pies.

– ¿Tú no tienes frío? -preguntó ella. Cuando Raja negó con la cabeza, ella añadió-. Nunca mencionaste que pudiera correr peligro.

– Si te sirve de consuelo no creo que pretendan hacerte daño. No contaban con que yo estuviera contigo porque cambié de planes en el último momento -explicó Raja-. Pretendían impedir que llegaras a la boda para ofender a mi pueblo y que saliera a protestar a las calles.

– Así que no todo el mundo desea nuestra boda -dijo ella, lanzándole una mirada acusadora-. No me habías dicho que hubiera un grupo hostil.

– No son más que una minoría.

– ¿Cómo has conocido sus intenciones?

– Porque ellos mismos me las proporcionaron. La droga no me noqueó como a ti, así que para cuando dos hombres enmascarados nos trajeron ya me estaba recuperando. Desafortunadamente, no tenía fuerzas y me amenazaron con una pistola, que dudo que hubieran usado a no ser que hubiera tratado de impedirles la huida -explicó Raja en un tono en el que Ruby adivinó la humillación que había supuesto para él elegir entre la prudencia y el valor-. Habría sido una estupidez arriesgar que me hirieran cuando tú no tenías quién te protegiera. Estoy convencido de que eran mercenarios contratados por nuestros súbditos para impedir la boda.

– ¿Nuestros… súbditos? -balbuceó Ruby.

– Estamos en Ashur, pero los hombres eran de origen occidental. Miembros de las dos casas reales conocían nuestros planes, así que será difícil identificar a los traidores. Pero lo lograremos.

– Al menos no estamos heridos.

– Eso no disminuye la gravedad del crimen -dijo él con aspereza-. Además, nuestra desaparición puede colocar a nuestros países en una situación peligrosa de pánico y agitación.

Ruby sacudió la cabeza para retirarse el cabello de la cara y gimió.

– Tengo un espantoso dolor de cabeza.

Raja le tocó la mano y vio que la tenía helada.

– Voy a encender un fuego. Al menos nos han dejado suficiente madera -dijo con preocupación.

– ¿Qué demonios vamos a hacer?

Raja empezó a apilar leños.

– Para ahora se habrá organizado una partida para buscarnos. Las fuerzas aéreas de Najar estarán listas para una misión de rescate. Tenemos comida y cobijo, y estamos en un oasis al que es frecuente que acudan las tribus beduinas para que abreve el ganado. Podría ir en su busca y hacer uso de sus teléfonos para pedir ayuda, pero no quiero dejarte sola.

– Puedo ir contigo -sugirió ella.

– No aguantarías el calor, ni podrías seguir mi paso -dijo él con firmeza-. Voy a preparar un té.

Dolida porque la considerara tan débil, Ruby se frotó los pies para intentar calentarlos.

– ¿Cómo es posible que estés tan tranquilo?

– Cuando todo va mal, lo mejor es ser positivo. Al menos no hemos sufrido ningún daño.

La bebida caliente sació la sed de Ruby y contribuyó a que se le pasaran los escalofríos, aunque no evitó que siguiera sintiéndose exhausta.

– Intenta dormir un rato -le aconsejó Raja.

La fina colchoneta sobre la que estaba echada no la aislaba del helador suelo y se acurrucó sobre el costado mientras Raja la arropaba como si fuera una niña. Cuando al cabo de un rato seguía temblando, él dejó escapar un gruñido, se metió debajo de la manta y se pegó a su espalda.

– ¿Qué haces? -exclamó ella, tensándose.

– No tienes por qué pasar frío estando yo aquí.

– ¡No eres una bolsa de agua caliente! -dijo ella, dejando que brotara su habitual desconfianza hacia las intenciones masculinas.

– Ni tú eres tan irresistible como crees -dijo él con sorna.

Ruby se avergonzó de sí misma, lo que la hizo tensarse aún más. Ignorando su obvia incomodidad, Raja la rodeó con sus cálidos brazos.

– No me gusta -dijo ella, crispada.

– A mí tampoco -dijo Raja-. Prefiero el sexo a los abrazos.

Ruby se indignó y sus ojos brillaron a la luz de las llamas.

Habría querido darle un codazo, pero tuvo que admitir que empezaba a pasársele el espantoso frío, y pensó que resultaría ridículamente mojigata si se empeñaba en separarse de él.

– Además, piensa en el disgusto que se van a llevar los secuestradores cuando sepan que ya estamos casados -dijo él con voz ronca.

– ¿Por qué?

– Porque si no lo estuviéramos, arruinarías tu reputación por pasar la noche conmigo y el consejo impediría que se celebrara la boda.

Ruby giró la cabeza para mirarlo a la cara.

– ¿Eso qué significa?

– Que ningún hombre aceptaría una relación sin sexo.

– Tú la has aceptado -le recordó Ruby.

Hacía rato que Raja había dejado de pensar con la cabeza. De hecho, su mente era incapaz de controlar la increíble erección de su sexo. Mechones del perfumado cabello de Ruby le acariciaba el hombro, su precioso trasero se cobijaba entre sus el deseo sexual que lo quemaba por dentro.

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