PARA evitar ponerse de nuevo el traje rojo, Ruby eligió un vestido negro y una rebeca beige que había comprado para el funeral de su madre. Con un poco de maquillaje para disimular la hinchazón de los ojos y la palidez, y tras recogerse el cabello en una cola de caballo, tomó aire y salió al comedor para reunirse con Raja a desayunar.
– Buenos días -la saludó él como si no se hubieran peleado la noche anterior.
– Buenos días -respondió ella.
Bastó una mirada a aquel espectacular rostro para que se le acelerara el corazón al tiempo que una bola candente le presionaba la pelvis y le obligaba a apretar los muslos al sentarse frente a él. Con las mejillas acaloradas, se consoló pensando que no tenía la culpa de ser tan débil, que realmente era un hombre tan hermoso como para cortar el aliento. Su único error era no haberse dado cuenta de hasta qué punto podía ser astuto y manipulador, pero a partir de entonces no volvería a tomarla desprevenida.
– He dispuesto que te hagan un vestuario completo en Najar -le informó Raja.
– Aunque necesito ropa nueva porque no tengo nada adecuado, preferiría prendas discretas y sencillas -dijo Ruby mientras se preparaba una tostada y él le se servía una taza de té-. Tal y como está el país, sería una falta de respeto vestirme como si fuera una celebridad.
– Wajid no opinaría lo mismo. Según él la vida en Ashur es tan triste que tú puedes representar el brillo y el colorido de un futuro mejor. Te guste o no, aquí eres una celebridad, y debes vestirte como tal.
Zuhrah llegó con Asim, el asistente personal de Raja.
Comentaron las visitas de Ruby a un orfanato y a una escuela y leproporcionaron una carpeta con documentación; y al descubrir que las responsabilidades de más peso, como visitar un campamento de refugiados o un hospital provisional recaían en Raja, asumió que Wajid consideraba que no eran adecuadas para una mujer.
En cierto momento entró una sirvienta con unas maravillosas rosas blancas en un precioso florero que colocó sobre la mesa.
– ¡Qué hermosura! -exclamó Ruby. Al inclinarse a olerlas descubrió una nota con su nombre, escrito con una caligrafía que identificó como de Raja.
Con la mirada velada, la tomó y se sentó a leerla: Siento haberte disgustado. Raja.
Ruby apretó los dientes sin que el detalle la ablandara lo más mínimo, convencida como estaba de que cualquier cosa que Raja hiciera solo tenía como objetivo el tratado de paz entre los dos países. Una mujer que apenas lo mirara o hablara con él no era más que un problema que tenía que resolver.
– Gracias -dijo con la entonación monocorde de un autómata y una sonrisa forzada.
Wajid habría estado orgulloso de ella por reprimir el impulso de tirarle las flores a la cara. Si de verdad lo sentía, ¿no se habría limitado a decírselo de palabra?
Raja identificó la falsedad de su sonrisa y en cierto momento le pareció que apartaba de sí el jarrón como si no quisiera verlo, lo que le hizo irritarse consigo mismo por prestar atención a detalles tan triviales y dotarlos de significado.
Dejó la habitación para ir a llamar a su joyero y pedirle un diamante de la mayor pureza. Él nunca se sentía avergonzado, pero el silencio de Ruby le había incomodado. No quería que el personal percibiera que había desavenencias entre ellos y que se extendiera el rumor de que el matrimonio podía fracasar.
Wajid la acompañó a visitar el orfanato y le explicó a Ruby que Raja le había pedido que lo hiciera al saber que harían visitas separadas.
– Su Alteza quiere protegerla. Si no está con usted quiere que cuente con mi apoyo -dijo con aprobación.
Ruby encontró irónico que el hombre que pretendía protegerla fuera el que más poder tenía para herirla. Más que protegerla, lo que sucedía con Raja era que se trataba de ese tipo de hombres para los que una mujer era un ser frágil e inútil. Lo que no llegaba a entender era por qué había conseguido hacerle tanto daño. Y solo a regañadientes y en un esfuerzo de honestidad tuvo que admitir que para ella no se había tratado solo de sexo.
Raja era inteligente y habilidoso y esas eran dos características que ella admiraba. Combinadas con un aspecto espectacular, un sex-appeal incuestionable y un encanto equiparable, tenía sentido que sus defensas hubieran empezado a desmoronarse sin que ella ni siquiera se hubiera dado cuenta.
Como era lógico, jamás había conocido a nadie como Raja al-Somari. Procedía de otro mundo, de otra cultura, y al mismo tiempo había recibido la educación que proporcionaban el estatus y la riqueza. Hacía algo más de veintidós años, la madre de Ruby, Vanesa había cometido el error de enamorarse de un hombre parecido y ella tendría que hacer lo que fuera necesario para evitar caer en la misma trampa.
La limusina en la que viajaban se detuvo a las puertas del orfanato, donde acudió a recibirlos la pareja que había conocido la noche anterior.
Ruby siempre había adorado a los niños y a medida que avanzó la visita pasó alternativamente del espanto ante las trágicas historias de los pequeños a la emoción por su capacidad de superar el horror. El orfanato necesitaba desesperadamente más personal, ropa de cama y juguetes, y aun así los niños tenían la capacidad de reír y jugar.
Una niña pequeña se asió a Ruby prácticamente desde el momento que entró. Se llamaba Leyla, tenía tres años, grandes ojos negros, una mata de rizos negros, y se chupaba el pulgar con fruición.
Al director de orfanato le sorprendió su comportamiento porque acostumbraba a rehuir a la gente. Sus padres habían muerto durante la guerra y desafortunadamente en Ashur no era frecuente la adopción y menos aún en un momento en el que las familias apenas podían subsistir.
Cuando llegó el momento de partir, Leyla se asió a Ruby como si su vida dependiera de ello y lloró inconsolablemente. A Ruby le sorprendió cuánto le costaba separarse de ella y sentir el vacío que dejó su cuerpecito caliente al bajarla de sus brazos, le hizo llorar.
De pronto sus problemas personales le parecieron nimiedades, y a pesar de la mirada de desaprobación de Wajid, prometió volver. La visita al colegio fue más breve e informal, y Ruby se mezcló con los adolescentes que la bombardearon con preguntas que intentó contestar en la medida de sus posibilidades. En varias ocasiones tuvo que reprimir el impulso de amonestar a su asesor cuando este recriminó a algún muchacho por tratarla con demasiada familiaridad.
– A mí no me gusta la etiqueta. Prefiero un trato más próximo -explicó a Wajid, ya en el coche.
– La realeza debe mantener cierta reserva -la sermoneó él.
Ruby le dirigió una mirada de determinación con la que su esposo empezaba a familiarizarse.
– Cumpliré con mis obligaciones como la persona normal y corriente que soy, Wajid. Solo puedo hacer este tipo de cosas porque me gusta mezclarme entre la gente y charlar.
– La princesa Bariah jamás habría tomado en brazos a un niño -dijo el consejero.
– Yo no soy Bariah y me he educado en una sociedad distinta.
– Pronto será reina y los súbditos no podrán tratarla con tanta familiaridad.
Consciente de que era lógico que un hombre de su edad mantuviera una perspectiva tan conservadora, Ruby dejó el tema. Pero el día anterior había observado a Raja y más que distante lo había encontrado cortés y natural con todo el mundo.
Cuando llegó a palacio estaba tan cansada que se echó y durante un buen rato pensó en Leyla con tristeza. La pequeña le había tocado el corazón, y antes de quedarse dormida durante varias horas, intentó pensar en distintas maneras de ayudarla. Despertó al oír una llamada a la puerta, tras la que una sirvienta entró con una bolsa con ropa. Al abrirla, Ruby descubrió un sofisticado vestido azul zafiro y unos zapatos de tacón.
Unos minutos más tarde, Raja entró en la habitación.
– ¿Te has ocupado tú de esto? -le preguntó Ruby, señalando el vestido.
– Sí. Esta tarde vas a conocer a los amigos y familiares de tu difunto tío. Te habrías sentido incómoda si no hubieras tenido la ropa adecuada -dijo Raja.
– Hasta has acertado con la talla -comentó Ruby, pensando como tantas otras veces que era irresistible-. Se ve que acostumbras a comprar ropa a mujeres.
Raja frunció el entrecejo al tiempo que se quitaba la chaqueta.
– Sin comentarios -se limitó a decir-. Me alegro de que te guste.
Ruby le lanzó una mirada de rabia.
– ¿No piensas contestar?
– Nunca dije que fuera virgen -dijo él con sarcasmo.
– Ya me había dado cuenta -replicó Ruby, pensando en la facilidad con la que la había seducido.
En retrospectiva, su gran experiencia como amante resultaba tan evidente que, inevitablemente, se cuestionó qué habría pensado él de ella como amante en comparación con las otras.
¿Cómo le gustarían, rubias, morenas, pelirrojas? ¿La habría considerado atractiva de no haber sido una princesa ashurí? Con cada pregunta que se hacía, más se irritaba consigo misma. ¿Por qué permitía que Raja le hiciera sentir insegura y vulnerable? Después de lo que había averiguado que Raja pensaba verdaderamente, lo mejor que podía hacer era protegerse con una coraza de acero.
– En mi cama no habrá ninguna otra mientras tú seas mi esposa -dijo Raja bruscamente, mirándola fijamente.
– ¿De verdad crees que me importa? -dijo Ruby con una sonrisa sarcástica-. Me da lo mismo lo que hagas. Tengo que aceptar que si no podemos librarnos el uno del otro, no vale la pena discutir continuamente.
– Me parece una buena idea -dijo Raja, aunque sus ojos habían centelleado al oírle decir que le daba lo mismo lo que hiciera.
– Ni siquiera voy a pedirte que duermas en el sofá, ni voy a dormir yo. Somos adultos y estoy segura de que sabrás respetar el acuerdo al que llegamos y olvidar el sexo.
Raja la miró perplejo. ¿Cómo podía Ruby pensar que eso era posible cuando era la combinación de todas sus fantasías, con sus preciosos ojos, sus voluptuosos labios y unas piernas que eran una continua tentación?
Tuvo que recordarse que aquel era su castigo por haberla engañado y que debía darle tiempo para adaptarse a su nuevo papel.
– Haré lo que pueda -dijo finalmente con resignación.
Ruby percibió la rabia que irradiaba y se dio cuenta de que intentar meterse en su cabeza y adivinar lo que pasaba por ella se había convertido en un hábito. ¿Le molestaba no poder hacer el amor con ella porque pensaba que era su derecho como esposo o la deseaba por sí misma? Y si en el fondo ella no estaba interesada en mantener una relación de verdad con él ¿qué diferencia había entre una cosa u otra, o por qué había de importarle?
Más tarde, Raja subió la cremallera del vestido azul, que envolvió a Ruby como un guante, además de contrastar perfectamente con la palidez de su piel. Cuando se sentó ante el espejo para retocarse el cabello, Raja le presentó una caja de joyas.
– Toma, un pequeño detalle.
Ruby la abrió y contempló boquiabierta el diamante en forma de lágrima que colgaba de una cadena. Aunque no tenía ni idea del valor de algo así, tuvo la seguridad de que costaba una fortuna.
– Gracias -balbuceó.
– Permíteme.
Mientras Ruby se retiraba el cabello de la nuca, Raja le abrochó el colgante y ella se estremeció al sentir el roce de sus dedos, además de una palpitante sensación en el vientre.
– Te habría regalado unos pendientes, pero no tienes perforadas las orejas -comentó él.
– No. Una vez fui con una amiga a que se hiciera los agujeros y además de sangrar, se desmayó, así que se me quitaron las ganas -dijo ella precipitadamente, ansiosa por llenar el incómodo silencio.
Mirándola en el espejo, Raja posó una mano en su hombro.
– Ruby…
– Mi madre solía decir que mi padre eligió mi nombre -siguió ella bruscamente-. Para él una mujer virtuosa era más valiosa que los rubíes. Es una vergüenza que solo concibiera mi futuro como esposa de alguien.
– Yo me alegro de tenerte por esposa.
– Solo porque gracias a mí has podido firmar el tratado de paz -dijo Ruby, impasible -. Ya sabes, soy una especie de botín de guerra.
Dos semanas más tarde, la noche anterior a la primera visita de Ruby a Najar, Raja soñaba despierto en su limusina con que, un siglo antes, de haber obtenido a Ruby como botín de guerra, habría sido suya plenamente. Era una agradable fantasía masculina con la que entretenerse mientras lo llevaban al orfanato que su mujer había visitado a diario desde su llegada.
No había sido ella, sino Wajid, quien le había proporcionado esa información. Ruby se comunicaba lo mínimo con él y lo evitaba en los escasos periodos de tiempo libre que disfrutaban. Era otra de las maneras con la que su esposa, que solo lo era en nombre, demostraba que había perdido su confianza. Aunque compartieran la cama. Ruby había colocado una almohada entre ellos, algo que le había hecho reír la primera noche, pero a lo que había dejado de verle la gracia muy pronto.
Sonó la entrada de un mensaje en el móvil y Raja frunció el ceño al ver que se trataba de una fotografía que le enviaba Chloe, sexy y sonriente. Quizá Ruby no tenía unos rasgos tan perfectos. Tenía la nariz levemente respingona y un encantador hueco entre los dientes. Pero cada vez que estaba con ella en una habitación, no tenía ojos para nadie más. El hermoso rostro de Raja se contrajo en una mueca de desagrado al leer el sugerente mensaje de su amante, a la que no tenía la menor intención de contestar.
En cambio, si se hubiera tratado de Ruby, habría respondido encantado, tratando de ser creativo y sexy.
Pero esperar eso de ella era como pretender que Ashur enviara un cohete a la Luna.
Por otro lado, Raja no tenía de qué quejarse ya que su esposa llevaba a cabo sus obligaciones como futura reina con considerable disciplina y buen humor. Con su personalidad cálida y su naturalidad se había ganado a la gente de Ashur.
Como había sido advertida de que iba a recibir la visita extraoficial del príncipe, la directora del orfanato acudió a recibirlo y lo llevó directamente hasta Ruby, que estaba en una de la salas, con una niña sentada en su regazo y rodeada de un grupo de niños a los que leía con gran esfuerzo un cuento en la lengua ashuri, que tanto esfuerzo estaba poniendo en aprender.
– A la princesa se le dan los niños de maravilla. Es una lástima que la pequeña que tiene en brazos, Leyla, esté encariñándose en exceso con ella -dijo la directora a Raja en voz baja.
Él entendió a qué se refería al ver a la niña alzar la mano al rostro de Ruby y mirarla con adoración, mientras con la otra mano se asía a su ropa. Al ver cómo Ruby la miró en respuesta, Raja se dio cuenta de que el afecto era recíproco, y se dijo que daría cualquier cosa por recibir una mirada como aquella.
En cuanto Ruby lo vio en la puerta, se puso en pie de un salto con la niña en brazos en un gesto protector. Un miembro del personal se aproximó y ella le pasó a la niña, que empezó a llorar de inmediato.
– Raja… -dijo Ruby en un susurro.
Vestido con la túnica tradicional blanca que usaba desde que habían vuelto, estaba espectacular, y solo verlo hizo que sintiera un hormigueo en el estómago, la misma razón por la que evitaba coincidir con él lo menos posible.
Raja era como una fiebre que intentaba curar por inanición.
– Quería darte una noticia -dijo Raja en tono animado-. Hasta que Wajid me lo ha dicho, no sabía que pasabas aquí la mayoría de tus tardes.
– Me gusta estar con los niños. Solo con ellos puedo relajarme.
– La señora Balwin dice que tienes especial cariño a una niña…
– Leyla… Hay algo en ella que me emociona cada vez que la veo -dijo Ruby, decidiendo ser sincera-. Me encanta pasar tiempo con ella. Es tan lista y tan dulce…
Cuando estaban en la limusina, de vuelta a palacio, Ruby preguntó:
– ¿Qué era tan urgente como para que decidieras venir a recogerme?
– Se han producido algunas detenciones en Najar. Los miembros del servicio real que proporcionaron a los secuestradores la información de nuestro itinerario han sido identificados y arrestados junto con sus seguidores.
– ¿Quiénes eran? -preguntó ella, consternada.
– Un ayudante de mi padre y el secretario privado del equipo de Wajid en palacio. Wajid se siente muy avergonzado de la conexión, así que te ruego que, si hablas con él del tema, seas considerada. Es muy consciente de que el secuestro podría haber acabado en tragedia.
– Pero no nos pasó nada -se apresuró a decir ella.
Raja la miró con gesto sombrío.
– Quizá no, pero podría haber estallado un conflicto entre los dos países y muchas vidas corrieron peligro. Los mercenarios que contrataron para llevar a cabo el secuestro habrán huido ya del país, pero los instigadores irán a cárcel.
– Comprendo.
La justicia en Ashur era inflexible y severa con quien infringía la ley. Ruby había aprendido a atemperar sus opiniones a medida que aprendía de la sociedad en la que vivía, pero ocasionalmente le irritaba depender tanto de la interpretación que Raja daba a los acontecimientos y a las personalidades. Después de varias semanas viviendo en el país era consciente de lo ingenua que había sido al creer que podría participar en las decisiones de gobierno con Raja, ya que cuanto más tiempo pasaba, más consciente era de todo lo que tenía que aprender sobre las distintas facciones que se enfrentaban entre sí en el país y los consejos de ancianos que mediaban y tomaban las decisiones. Raja pasaba la mayoría del tiempo aplacando a unos y a otros y en reuniones con empresarios de Najar para organizar la reconstrucción de Ashur. Sus deberes parecían no tener fin y trabajaba de la mañana a la noche, porque al mismo tiempo actuaba a distancia como regente en Najar. Por su parte, Ruby, que no se consideraba capacitada para ayudarlo, se sentía culpable.
De hecho, cuanto más tiempo pasaba en Ashur, menos claros tenía sus propios deseos. Estaba convencida de que Raja se había casado con ella con las mejores intenciones y que había actuado desde su punto de vista adecuadamente al intentar convertir su matrimonio platónico en una relación duradera. Había jugado sus cartas sin pretender hacerle daño ni humillarla. Quería que siguieran casados, pero en todos aquellos días no la había presionado, y Ruby se lo agradecía profundamente.
Por otro lado, y aunque lo hubiera hecho responsable de la pelea que se había producido entre ellos, sabía que ella tenía una parte importante de responsabilidad por la fuerza de la atracción que sentía hacia él. Había sido su decisión de sucumbir a esa atracción lo que había enturbiado las aguas, y lo que inconscientemente la había llevado a esperar más de él de lo que estaba dispuesto a dar. Si era ella quien había exigido un matrimonio solo sobre papel,¿cómo podía culparlo a él de haber cambiado de opinión?
Por otro lado, evitar a Raja y mantenerse en el borde de la cama opuesto a él empezaba a resultar infantil. Todo ello era cada vez más desesperante porque llevaba unos días de retraso del periodo y no podía evitar angustiarse ante la posibilidad de haberse quedado embarazada, una sospecha que tener los pechos especialmente sensibles e hinchados no ayudaba a ahuyentar.
– La pequeña con la que estabas… -empezó Raja.
Ruby se puso en tensión automáticamente.
– ¿Leyla? ¿Qué pasa con ella?
– ¿Has ido al orfelinato todas las tardes?
– ¿Te parece mal? -preguntó Ruby a la defensiva.
– ¿No te preocupa que la niña se encariñe contigo?
¿Qué le pasará si desapareces de su vida? -preguntó él con dulzura.
Ruby apretó los puños.
– No tengo intención de desaparecer.
Percibiendo su inquietud, Raja posó la mano delicadamente sobre la de ella.
– Mañana nos vamos de Ashur para un par de semanas.
– ¡Estaba pensando en adoptarla! -dijo ella, expresando una idea a la que ni siquiera se había atrevido a dar forma en su cabeza-. Supongo que te parecerá una locura, pero la quiero mucho y me gustaría darle un hogar.
Raja la miró atónito.
– Pero si piensas divorciarte de mí…
– En algún momento -dijo Ruby, frunciendo el ceño.
– Entonces no lo has pensado con claridad -dijo Raja-. La ley de la corte de Ashur no permite la adopción por parte de extranjeros y exigiría que la niña se quedara aquí. No creo que quieras hacerle pasar por eso.
– ¡Pero Leyla necesita amor más que nada en el mundo! -estalló Ruby, angustiada.
– El amor no siempre es suficiente -dijo él en tono lacónico.
Ruby le lanzó una mirada de furia y subió las escaleras hacia la suite de dos en dos con el corazón golpeándole las costillas aceleradamente. Cuando por fin expresaba sus deseos respecto a Leyla, Raja aplastaba cualquier esperanza. Peor aún era el dolor que le causaba la parte de verdad que tenían sus palabras. No tenía sentido que adoptara a Leyla si pensaba divorciarse de él. La cuestión era si verdaderamente eso era lo que planeaba hacer.
¿En qué momento podría tomar esa decisión sin que la estabilidad de Ashur corriera peligro? Le costaba concebir que llegara el día en que un divorcio no fuera recibido con la amenaza de revueltas políticas en el país de su padre.
Había tomado la decisión tan precipitadamente, que no había tenido en cuenta la posibilidad de que un matrimonio breve y traumático pudiera tener peores consecuencias para el país que haberse negado a casarse. Un divorcio provocaría la inestabilidad económica y política.
En ese sentido, Raja no la había mentido, ya que Ruby había comprobado por sí misma hasta qué punto el pueblo confiaba en su matrimonio como símbolo de unidad y reconciliación.
Su mente invocó la carita de Leyla y se le encogió el corazón.
– ¿Qué sabes tú del amor? -dijo en tono retador mientras servía el té de menta que los esperaba en su suite-. ¿Has estado alguna vez enamorado?
– Una vez ha sido suficiente -dijo él con sarcasmo.
Sin saber por qué, Ruby se sintió ofendida. ¿A ella no la amaba, pero había amado a otra?
– ¿Quién era?
Raja hizo una mueca de desagrado.
– Se llamaba Isabel. Nos conocimos en Oxford y yo perdí la cabeza por ella -con una expresión de espanto con la que invitó a Ruby a reír, añadió-: Leíamos poesía e íbamos a todas partes de la mano.
– La gente suele hacer esas cosas cuando está enamorada -apuntó Ruby, consciente de que Raja jamás había hecho ademán de hacer una cosa u otra con ella, y en consecuencia, sintiéndose más enfadada que divertida.
– La relación se convirtió en una pesadilla -continuó entonces él, apretando los labios en un rictus al tiempo que se le ensombrecía el rostro-. Era muy celosa y posesiva y todo se convertía en un drama con ella. Bastaba que hablara con otra mujer para que se enfadara. Yo solo tenía diecinueve años y era completamente inexperto.
Ruby, que bebía el té a sorbitos, apreció su sinceridad y le emocionó que compartiera con ella sus sentimientos.
– Supongo que a esa edad es difícil saber cómo reaccionar ante una mujer inestable.
– Amenazó con suicidarse cuando le dije que quería dejarlo. Y cuando me mantuve firme, cumplió la amenaza: tomó una sobredosis -concluyó él en tono solemne. Al ver la expresión de espanto de Ruby, añadió-: Cuando he dicho que fue una pesadilla, no exageraba. Sus padres la ingresaron en una clínica para que le trataran la depresión y yo tardé mucho tiempo en librarme del sentimiento de culpa.
– Supongo que eso te hizo rechazar el amor tal y como ella lo concebía -dijo Ruby, pensativa, comprendiendo a la perfección mientras imaginaba a un joven e inocente Raja leyendo poesía y haciendo manitas-. Pero por lo que dices, Isabel tenía una idea muy retorcida de lo que es el amor. Fue una lástima que tuvieras tan mala suerte.
Raja se encogió de hombros con gesto de fatalidad.
– Mi madre tuvo dos malas experiencias -continuó ella, sorprendiéndolo-. Se ve que no tenía buen criterio. Se enamoraba y asumía que su hombre era perfecto. Mi padre se casó con su segunda esposa a su espalda y luego le dijo que no le había quedado opción porque necesitaba un hijo y ella había sufrido una histerectomía después de tenerme.
– ¿Y el segundo marido? -preguntó Raja con curiosidad.
Ruby tuvo un escalofrío.
– Por su culpa Hermione gruñe a cualquier hombre que se me acerque. Curtis, mi padrastro, intentaba continuamente…
– ¿Intentó abusar de ti? -preguntó Raja, indignado.
Ruby asintió con la cabeza.
– Empezó a molestarme cuando cumplí doce años. Por entonces, mi madre trabajaba varias noches a la semana y yo me quedaba con él en casa.
Raja no concebía que un hombre pudiera atacar a una niña tan pequeña y menos aún en su propia casa, el lugar donde debía sentirse más segura. Por primera vez intuyó el origen de la naturaleza fiera e independiente de Ruby, así como su desconfianza en el sexo.
– ¿Por qué no le dijiste a tu madre lo que pasaba? -preguntó, asumiendo que no lo había hecho.
– Porque le hubiera roto el corazón -dijo Ruby, abatida-. Adoraba a Curtis, y ya lo había pasado suficientemente mal con mi padre.
– ¿Tu padrastro nunca consiguió llegar a tocarte?
– No, pero viví en un estado de terror permanente. Fue un alivio que un día desapareciera. A mí me hizo desconfiar de los hombres, y a mi madre la dejó arruinada -dijo Ruby al tiempo que dejaba la taza y se dirigía al dormitorio.
– ¿Ruby? -la llamó Raja.
Ella se volvió con gesto triste.
– ¿Hasta qué punto deseas proporcionar un hogar a Leyla?
Ella palideció, pareciendo a un tiempo muy joven y muy decidida.
– Nunca he deseado algo tanto… -aparte de a él, pero esa era una verdad que no hubiera estado dispuesta a admitir.
– Haré las averiguaciones oportunas de nuestra parte.
– ¿De los dos?
– Solo puede adoptar una pareja casada. Tendríamos que solicitarlo ambos.
Ruby tembló de emoción.
– ¿Se trata de una oferta? Raja la miró largamente.
– No -dijo al fin-. Significa que te apoyaré en lo que decidas.
Ruby comprendió muy bien el mensaje implícito en aquellas palabras. Una «pareja casada» era una pareja que planeaba seguir estándolo. Bajando la mirada y sin saber qué contestar, fue a darse una ducha.
Mientras se secaba, reflexionó sobre sus circunstancias.
Puesto que estaba enamorada de Raja, lo mejor era aceptarlo. Estaba locamente enamorada de él. Aparte de su obsesivo sentido del deber con el que tanto daño le había hecho, tenía que admitir, que le gustaba todo lo demás: su fuerza, su inteligencia, su generosidad, su consideración, su comprensión, su tolerancia. No era solo espectacularmente guapo y sexy, sino que era el hombre al que había llegado a amar incluso a pesar de haber intentado resistirse a su arrollador atractivo.
Aquella noche, no colocó la almohada en medio de la cama, e incluso llegó a preguntarse si no la habría estado poniéndola como barrera para sí misma y no para él.
Treinta minutos más tarde, Raja entró y fue lo primero que observó. Se metió en la cama y permaneció inmóvil.
Que no hubiera una almohada entre ambos no significaba nada porque pensaba actuar como si hubiera un muro divisorio ya que no estaba dispuesto a que Ruby creyera que había puesto un precio al apoyo que le había ofrecido para adoptar a Leyla.
Le había impresionado la entrega de Ruby a la niña, así como la voluntad de convertirse en madre a una edad tan joven, cuando la mayoría de las mujeres que conocía habrían preferido poder disfrutar lo más posible de su ilimitada riqueza.
Apenas unos centímetros de él, Ruby también estaba despierta. Deseaba a Raja con una intensidad casi dolorosa, pero también sabía que volver a introducir el sexo en su relación cuando las cosas entre ellos seguían sin estar claras, era extremadamente imprudente, pero por otro lado, ansiaba que Raja aceptara la muda invitación.
Sin embargo, la invitación fue ignorada y Ruby tardó horas en conciliar el sueño, durante las que pensó en Leyla, preguntándose si conseguirían proporcionarle un hogar y si Raja llegaría a amarla.
Debía haber hablado más detalladamente del tema con él.
Tenía que aprender a ser la mitad de una pareja, y se preguntó por qué esa era una capacidad que Raja parecía tener por naturaleza.