Capítulo 9

Bliss permaneció parada durante dos minutos enteros, segura de que primero vería a Quin Quintero en el infierno, antes que dar un solo paso que “le hiciera el favor de reunirse con él en el cuarto de estar”.

Estaba furiosa de que se atreviera a insinuar siquiera que ella estaba equivocada, cuando él era quien con toda probabilidad había mentido desde hacía mucho tiempo. Tal vez antes de ir a Cuzco, pues recordó que fue en Cuzco donde Quin le contó esa mentira de que Erith y su esposo tuvieron que marcharse precipitadamente a Francia.

Pasaron otros sesenta segundos sin que su rabia disminuyera. La chica se dijo que tal vez era mejor ver al señor Quintero durante unos minutos, para decirle exactamente lo que pensaba y para que él se diera cuenta de quién tenía la culpa.

Ese hombre la había hecho quedar en ridículo, la engañó. Aún no sabía el motivo, pero dudaba mucho de que existiera una explicación que… Se interrumpió al recordar que él, reacio, confesó que tenía que darle una explicación. Bliss se acercó a la puerta, sin querer.

Se volvió a detener. Supuso que ya era algo que ese arrogante hombre quisiera explicar lo sucedido. Bliss se acercó a la puerta, que todavía estaba abierta.

Al demonio con todo; de pronto se irritó y, aunque estaba segura de que Quin no podría hacerla quedarse a la fuerza en esa casa, a pesar de haberle advertido que ella no se iría sino hasta que lo escuchara, de todos modos Bliss fue al cuarto de estar.

Entró con enfado. Quin estaba de pie, viendo la puerta. Por un instante, la chica pensó que estaba muy tenso. Pero canceló muy pronto esa idea al darse cuenta de que se sentía nerviosa por dentro y de que él estaba sereno y ecuánime.

– Ven y toma asiento -indicó él con naturalidad, señalando uno de los dos sillones de la habitación.

Bliss no le dio las gracias. De nuevo, sus piernas se habían convertido en gelatina. Alzó la cabeza y se acercó a un acojinado sillón. Sin prisa y con un ademán elegante, se sentó. Notó al pasar que la bandeja de té ya no estaba en la mesita.

Con la espalda derecha, alzó la cabeza y miró al hombre alto y de ojos grises que la contemplaba con detenimiento.

– Te agradecería que fueras breve -advirtió-. Me gustaría irme en los próximos diez minutos.

– Lo que tengo que decirte puede tardar más de diez minutos -replicó Quin de modo tan cortante que Bliss, quien se preguntó qué rayos le podía contar él que tardara más de eso, se percató en ese instante que ella ya no le agradaba a ese hombre.

“Si es que alguna vez le gusté”, se dijo. ¿Cómo podía un hombre sentir tanto desprecio por una mujer para mentirle en la forma en que Quin lo hizo… y al mismo tiempo sentirse atraído por ella?

– En ese caso, como no quiero sufrir mañana de una tortícolis, ¿te importaría mucho sentarte, o prefieres que yo me ponga de pie? -preguntó, asombrada al ver lo buena actriz que era al sentirse herida en su orgullo.

No tuvo necesidad de ello, puesto que Quin se acercó. Aunque la mirara como diciéndole que ella, en ese momento y con su actitud altiva, no era si persona favorita, tomó asiento en el sillón de enfrente.

Se reclinó en el respaldo, relajado, y después de una breve pausa la observó y expresó con brusquedad:

– Te debo una disculpa.

Si así lo decía, Bliss pensó que no era una buena disculpa. Claro, su tono pudo ser cortante porque él estaba nervioso, pero Bliss estaba segura de que no era, el caso. Además, nunca le pareció que Quin fuera un hombre que se humillara para pedir perdón. Así que se dio cuenta de que esa disculpa brusca y directa sería lo único que recibiría.

– Bueno, pues te felicito -replicó con acidez-. Al parecer, debo estar contenta de que estés de acuerdo en que tú fuiste quien tuvo la culpa, ¿verdad?

– Tú nunca tuviste la culpa de nada, Bliss -la sorprendió al hacer esa repentina declaración y su tono de voz fue mucho más cálido que antes. La joven fue invadida por la debilidad de inmediato.

– Bueno, entonces soy un ángel -explotó con furia, molesta de que él pudiera enervarla tanto con sólo cambiar de tono-. ¿Por qué mentir entonces?

– Porque… -se interrumpió y, aunque Bliss no lo creía, habría podido jurar que sí estaba nervioso. Sin embargo, supo que fue una impresión errónea cuando, segundos después, él añadió con calma-: Estabas enferma. Necesitabas descansar… si eres sincera, sabes que lo que digo es cierto.

– Tú sí que puedes hablar de sinceridad y honestidad -comentó la chica con sarcasmo. Quin tan sólo la miró con inocencia y sin avergonzarse-. No necesitabas mentir al respecto -prosiguió, iracunda.

– Sí era necesario hacerlo -corrigió, categórico.

– ¿Por qué?

– Tú misma te agotaste y estabas dispuesta a negarlo. Me pareció lógico amenazarte con informarle a tu hermana que no estabas bien.

– ¡Me chantajeaste! -acusó acalorada-. Me hiciste un chantaje emocional.

– Y tú no me hiciste caso. Dijiste que al día siguiente irías a ver a tu hermana -inhaló hondo-. Y eso era algo que yo tampoco deseaba.

Bliss se dijo que ya no sabía qué era lo que Quin deseaba.

– Entonces, me dijiste que Erith y Dom se habían ido a Francia -se interrumpió y parpadeó-. Habría podido descansar de haber ido a Jahara por un par de días… Erith se habría asegurado de ello.

– Lo que pasa es que… yo no quería que te fueras a Jahara.

– ¿No querías? -inquirió la joven con lentitud. Sabía muy bien que ella no habría querido estar en Jahara ni por un día, para no interrumpir la luna de miel de Erith y Dom ¿Acaso los motivos de Quin eran los mismos?-. ¿Por qué? -no tuvo más opción que tratar de averiguarlo.

– Bueno… De pronto… todo se complicó -contestó, más para Bliss esa no era la respuesta que aclaraba la pregunta. Lo miró con fijeza y su corazón palpitó con fuerza cuando Quin la vio a los ojos y declaró-. Yo… quería que estuvieras en mi casa -reveló de pronto.

Bliss apartó la mirada con rapidez. De alguna manera, lo que Quin confesó le pareció muy… posesivo. Sin embargo, al recobrar la compostura, recordó cómo, la noche anterior, cuando él hubiera podido poseerla, de haberlo querido hacer, se fue de la cama y la abandonó con rapidez. Así que, aunque estuviera confundida respecto de otras cosas, sabía con seguridad que Quin no la llevó a su casa para poder acostarse con ella.

Al recordar el ardor con que ella respondió, tuvo que hacer un gran esfuerzo para cambiar de pensamiento.

– Querías que estuviera en tu casa y estabas dispuesto a chantajearme para salirte con la tuya -se enfadó Bliss y prosiguió-. Te molestó darte cuenta de que, una vez que decidiste que me recuperaría al descansar en tu hogar, ya no era una señorita obediente. Fue un puro machismo lo que te hizo…

– El machismo no tiene nada que ver con esto -interrumpió Quin con irritación, pero Bliss estaba ya tan iracunda que no permitiría que ni él ni nadie le quitara la palabra.

– Por supuesto que sí. Mentiste cuando fue obvio que esa era la única opción que te quedaba para conseguir tu objetivo -apenas se dio cuenta de que había perdido el control al añadir-. Estás resentido con las mujeres desde que Paloma Oreja terminó contigo… -se detuvo, impresionada al darse cuenta de lo que había dicho. ¿Cómo pudo ser tan descuidada como para afirmar algo tan cruel y horrible… y motivado por los celos?-. Lo… siento -se disculpó de inmediato-. No quise decir… Me hiciste enfadar mucho, pero…

– No te preocupes por eso -se tensó Quin y se inclinó hacia adelante, poniendo más nerviosa a Bliss-. Antes hice el comentario acerca de que tenías un carácter formidable -señaló sin intimidarse-, pero, sólo para dejar aclarada la situación, no fue Paloma Oreja quien terminó conmigo.

Bliss tuvo que reconocer que estaba bastante impresionada. Su cerebro funcionó con rapidez.

– ¿Tú… la dejaste? -no veía qué otra cosa habría podido él querer implicar con esas palabras.

– Yo me habría expresado de manera distinta -se encogió de hombros-, pero el resultado es el mismo -concedió.

– Pero… tú dijiste… me contaste… -insistió y se olvidó por completo del tema que los interesaba al concentrarse en lo que Quin le revelaba-. Me dijiste que ella terminó contigo -recordó al fin mientras trataba de recordar qué fue exactamente lo que Quin le comentó en relación con Paloma Oreja.

– ¿Cuándo fue que dije algo semejante? -Quin la desafió.

– Dijiste que… estuvieron a punto de comprometerse -recordó Bliss.

Se dio cuenta de que lo interpretó mal, cuando Quin la corrigió, de mostrando que tenía una memoria excelente:

– Lo que comenté fue que, por un momento, uno de nosotros pensó que eso sucedería… Sin embargo, tú fuiste quien decidió que yo era el que creyó eso.

– ¿Y no fuiste tú? -inquirió y abrió mucho los ojos al concluir que, después de todo, Quin no estuvo enamorado de Paloma.

– Ella tenía intenciones serias al respecto… -negó con la cabeza-. Yo nunca las tuve.

Al oír esa declaración, pareció que una tonelada dejaba de aplastar los hombros de Bliss. Quin no estaba y nunca estuvo enamorado de su antigua novia. La alegría la invadió, pero por supuesto que no permitiría que Quin se diera cuenta del efecto de su noticia.

– Muy bien, lleva a una chica a la cama y ve a dónde te conduce eso -le comentó con esperanza… y casi gimió al percatarse de que eso lo haría pensar en lo que sucedió en su habitación la noche anterior.

Por lo tanto, sintió un alivio profundo cuando, después de alzar la ceja, Quin tan sólo comentó:

– No me acosté con ella… ella quería casarse antes.

Bliss tragó saliva, pues Quin no podía decir lo mismo de su conducta. Ella se habría entregado con gusto a ese hombre la víspera, de no ser porque él la rechazó.

– Y, para ser más precisos -prosiguió el cuando Bliss no pudo decir palabra-, las cosas entre esa señorita y yo nunca llegaron a ese punto de ebullición.

– ¿No? -murmuró Bliss. Se estaba dando cuenta de que Quin no estaba enamorado de Paloma Oreja y además de que era un hombre muy reservado. Así que estaba regocijada al ver que él le contaba todo eso. Pero no sabía por qué era importante que él se lo revelara.

– Ese lunes me despedí para siempre de una mujer que, para mi asombro y sin que yo la alentara de ninguna forma, había estado insinuando nuestro compromiso. Así que yo estaba bastante alejado emocionalmente de toda la población femenina oportunista -hizo una pausa, para continuar con lentitud-: Y ese mismo lunes, entré en el restaurante de mi hotel en Lima y de inmediato vi a la pelirroja más hermosa demostrando todo su encanto por uno de mis paisanos… visiblemente muy rico.

– Para tu información -cualquier emoción que ese cumplido le hubiera provocado quedó anulada de inmediato por el resto de la frase de Quin, y Bliss se enfadó-, no estaba desplegando mi encanto. A mí no me importaba si el señor… -se interrumpió, pues no recordó de inmediato el apellido de ese hombre-… si el señor Videla tenía dinero o no -señaló al hacer memoria-. Y resiento mucho…

– Y tienes razón al resentirlo -de inmediato Quin estuvo de acuerdo con ella, sorprendiéndola. Bliss se quedó callada a media frase y lo miró con frialdad cuando él afirmó-. He descubierto que tu encanto es natural.

Bliss tragó saliva, pues el encanto de Quin, cuando éste decidía ponerlo en acción, era algo fuera de este mundo.

– Sucede que el hijo pequeño del señor Videla estaba en un hospital en Lima. Y, aunque el niño estaba recuperándose de su operación, la esposa de ese señor estaba demasiado triste como para bajar a cenar esa noche. Estaba dormida cuando ese hombre bajó a…

– Estoy seguro de que todo lo que dices es verdad -intervino Quin con calma cuando le pareció que Bliss iba a enfurecerse de nueva cuenta.

– Bueno… -rezongó ella y miró a su regazo-. Me despreciaste mucho, incluso antes de que nos habláramos siquiera -alzó la vista y se lo recordó-. Te vi al día siguiente y fue como si tu mirada me atravesara y me ignorara.

– ¿Acaso no me devolviste el favor? -inquirió él.

Bliss hizo caso omiso de ese comentario.

– Y la primera vez que me hablaste fue sólo para rugir y aconsejar me que me fijara por dónde iba, ¿no? De hecho, cada vez que te veía, durante el desayuno o cuando fuera, siempre pusiste muy en claro la opinión tan mala que tenías de mí.

– Parecía que todo aquel que se encontraba con tus hermosos ojos verdes quedaba fascinado por ti -contestó Quin-. Confieso qué después de haberme escapado de una hermosa pero calculadora mujer, no estaba de humor para arriesgarme a una situación similar con la siguiente mujer hermosa con la que me encontré.

– ¿Yo? -inquirió Bliss mientras odiaba al mismo tiempo el impulso que la hizo preguntárselo.

– Aún más hermosa, debí decir -contestó. No parecía ser un halago, tan sólo una observación-. De inmediato reconocí que tú me darías problemas aun antes de saber…

– ¡Problemas! -interrumpió, lista a enfurecerse de nuevo. Sin embargo, se emocionó al enterarse de que la consideraba más bonita que Paloma Oreja.

– Sí, y eras, muy coqueta también…

– ¡No lo fui! -negó, rotunda.

– Eso pensé entonces -concluyó lo que Bliss no le dio tiempo de concluir.

– ¿Después… cambiaste de idea? -ella trató de serenarse.

– Por supuesto -confesó-. Aunque eso fue después de la llamada telefónica de Dom de Zarmoza, cuando él me pidió que te viera para averiguar si te podía ayudar en un país con el que no estabas familiarizada.

– ¿No consideraste que se podía tratar de mí cuando le prometiste llevarme a cenar?

– Eso ni se me ocurrió. El hotel de Lima era lo bastante grande como para que yo no viera a la dulce y gentil señorita Carter de la que Dom me habló. Cuando me contó que tu pasión era la arqueología, nació en mí la idea de que debías ser una mujer con anteojos, muy estudiosa, y que tal vez no estaba al tanto de qué existía todo un mundo aparte de la antigüedad. Recibí una fuerte impresión al descubrir que la mujer que fascinaba a la mitad de los hombres del hotel era la misma señorita Carter a quien yo debía llevar fuera a cenar -terminó.

En ese momento, Bliss se percató de que estaba absorta en lo que Quin le contaba y que, a pesar de que antes estuvo furiosa con él, ahora su enfado parecía haber desaparecido. Así que buscó y encontró un último rescoldo de agresividad.

– ¡Que eso te sirva de lección! -fue cortante.

– Estoy totalmente de acuerdo contigo -contestó él y la dejó atónita.

La sorpresa de Bliss duró hasta que recordó lo que estaba haciendo en la sala de estar. No podía creer que Quin la hubiera desviado del problema… y estaba seguro de que él lo hizo de propósito.

– Parece que nos hemos alejado de la cuestión principal -decidió que aclararía el asunto de una vez por todas. Pero Quin tener ideas diferentes.

– En un momento llegaremos al motivo por el cual hice lo que hice -decidió, autoritario, sin la menor sonrisa en los labios-. Lo que trato de hacerte entender es que, dada mi experiencia con mujeres que estaban dispuestas a vender sus almas por pescar a un millonario, tú… eras algo totalmente nuevo -prosiguió con mayor suavidad.

– ¿Acaso me lo dices como un halago? -cuestionó. Como estaba muy sensible en todo lo que a él se refería, creyó percibir una ligera mirada de inseguridad en el gesto de Quin.

– Ya sabía, cuando llegara el momento, que te lo explicaría de una manera muy confusa -suspiró con resignación.

– ¿Implicas acaso que… pretendías darme una explicación? -quiso saber ella.

– Créeme que no soy un mentiroso por naturaleza -replicó-. Efectivamente, cuando… -se detuvo. Pareció hacer un esfuerzo por continuar. Y no hubo la menor traza de inseguridad cuando lo hizo-. Para volver al principio, a la llamada de Dom… Era obvio que estaba tan enamorado de su esposa que ya no registraba a otras mujeres, ni su aspecto. Así que Dom no pensó en decirme que eras pelirroja ni que tenías una piel fabulosa, lo cual habría dado una idea bastante clara de quién podría ser la señorita Carter. En vez de eso, me habló de tu pasatiempo, de tu dulce disposición y de cómo, por haber estado tan enferma hace unos meses que por poco te mueres; él y su esposa estaban muy preocupados por ti.

– Yo no quería que sus preocupaciones echaran a perder su luna de miel -declaró Bliss, agitada, y sus miedos desaparecieron al oír el siguiente comentario.

– Dom la habría convencido pronto de que estabas bien -declaró Quin sin vacilación alguna-. Sabía que yo estaba en Lima y, a la primera señal de angustia de Erith, se puso en contacto conmigo. Yo le di mi palabra de que, sin importar el tamaño de tus problemas, ya te ayudaría a resolverlos… y fui a cenar contigo.

– Y te diste cuenta de que no necesitaba que me auxiliaras en ningún aspecto.

– Eso me aclaraste entonces -asintió y guardó silencio por un momento, mientras parecía escoger bien sus palabras antes de proseguir-: Eso creí también yo… mas eso no explicó el hecho de que, al enterarme de que viajarías en avión a Cuzco, yo llamara después para averiguar qué vuelo tomarías… y pedir que me pusieran en el mismo avión.

– Tú… -Bliss lo miró con fijeza, atónita por lo que acababa de escuchar-. Te pregunté si ibas a Cuzco debido a tus negocios -recordó cuando su cerebro pudo volver a funcionar. Entonces recordó que Quin le aseguró, de modo tajante, que ese asunto no era de su incumbencia-. ¿Estás diciendo que sólo fuiste a Cuzco porque oíste que yo reservé un boleto de avión para ir allá? -estaba azorada.

– Yo no tenía otros motivos para viajar en ese avión -respondió Quin con voz baja.

– Pero… -Bliss no entendía nada y buscó con rapidez una respuesta. De pronto, encontró una-. Porque le prometiste a mi cuñado que…

– Yo consideraba haber cumplido mi deber en ese aspecto desde que te llevé a cenar -aclaró él y asombró aún más cuando Bliss pensó en todo lo que siguió. Lo miró con fijeza a los ojos mientras él continuó-: Todavía me preguntaba qué rayos estaba haciendo al alterar mis compromisos para ir a Cuzco, cuando el avión despegó. Y cuando aterrizamos y me preguntaste si yo estaba en viaje de negocios en Cuzco, no supe qué contestarte. ¿Cómo habría podido hacerlo cuando incluso yo ignoraba qué estaba haciendo en ese lugar?

– ¡Dios… mío! -susurró la chica. Entonces algo la intrigó y la hizo desear saber más. Se olvidó de sus intenciones de irse con rapidez de esa casa al preguntar-: ¿Y… descubriste… por qué… tomaste ese avión a Cuzco?

Pasaron varios segundos en los cuales Quin estudió la expresión de interés de la chica.

– Sí -señaló con suavidad-. Lo descubrí al día siguiente, cuando me senté a tu mesa para cenar. Estabas muy animada mientras me contabas cómo pasaste el día y tus ojos brillaban con deslumbramiento por todo lo que habías visto -la contempló a los ojos-. Esa noche empecé a quedar encantado por ti y supe que, cuando me anunciaste que al día siguiente irías a Machu Picchu, yo… quería estar contigo en ese momento.

– ¿De veras? -Bliss parecía estar atragantada-. Pensé… tú comentaste… ¿Encantado? -estaba tan incrédula que lo miró con fijeza sin poder darse a entender.

– Empecé a caer… bajo… tu hechizo, querida -aseguró con un susurro.

La garganta de la chica se secó y sólo pareció ser capaz de repetir lo que él decía.

– ¿Mi… hechizo? -se ahogó.

– Claro, empezó mucho antes -murmuró-, pero sólo cuando supe que tenía que ir al día siguiente a Machu Picchu, reconocí que tú eras el motivo de mi deseo de ir y no el ver de nuevo las ruinas de la ciudad inca.

Bliss quiso preguntarle de nuevo si hablaba en serio. Su corazón palpitaba y todo su cuerpo temblaba. Trató de hallar algo de control para serenarse.

– Creí… bueno… estoy segura… -se interrumpió. Demasiadas palabras se formaban en sus labios, producto del torbellino de ideas que invadía su mente. Por fin recuperó la sangre fría, pues no quería que Quin tuviera la impresión de que la volvía una tonta sólo por decirle algo tan agradable. Logró formular una frase completa-: ¿Te gustó… Machu Picchu?

– Contigo, fue un nuevo descubrimiento -aseguró y le provocó a Bliss una nueva calidez en el corazón-. De hecho, ese día descubrí otras cosas -no le quitó los ojos de encima.

– Oh -murmuró. Lo que más quería era que él prosiguiera-. ¿Qué clase de descubrimiento hiciste? -su voz estaba ronca-. ¿Cuándo fue eso?

– ¿Cuándo? -alzó la vista-. Cuando te abracé, cuando estabas agotada en mis brazos después de tu fuerte tos. ¿El descubrimiento? Que quería protegerte, vigilarte. Cuidarte…

– ¡Oh! -exclamó. El pánico la invadió y sintió temor… pero no sabía de qué. Sin pensarlo, se levantó del sillón y se alejó con agitación, tratando de apartarse de Quin. Sin embargo, éste se movió con rapidez y estuvo a su lado cuando ella se detuvo.

– ¿Te he alarmado, Bliss? -su voz fue urgente y ronca-. ¿No quieres saber qué…? -se interrumpió y la tomó de los hombros con fuerza.

– Yo… -quiso decirle que estaba encantada por lo que él le decía y que también la alarmaba que se diera cuenta de lo mucho que ansiaba ser cuidada por él-. ¿Fue por eso… que me mentiste… acerca de lo de Erith?

– En parte -confesó-. Pero, sobre todo, no podía soportar el hecho de que te alejaras de mí -de nuevo la tomó con fuerza de los hombros, pero Bliss estaba tan asombrada que no le importó.

No era consciente de respirar ni de nada más, salvo que había un significado maravilloso en lo que Quin le revelaba.

– ¿Querías… que estuviera cerca de ti? -preguntó con un hilo de voz.

– Para siempre -afirmó Quin y la volvió hacia él. Bliss no se resistió.

– ¿Para siempre? -sus ojos verdes estaban enormes por la emoción.

– Querida -jadeó Quin y su mirada la hizo tragar saliva-. ¿He logrado acaso ocultar todo lo que me ha pasado desde que te tuve en mis brazos en Machu Picchu? ¿No tienes la menor idea de cuánto te… de cuánto te amo?

Sin saberlo, Bliss lo tomó de los hombros.

– ¿Me… me…? -no podía decirlo.

Pero el hecho de que lo tomaba de los hombros en vez de haberlo empujado represento un gran aliento para el hombre, que con suavidad la rodeo con los brazos y estudió con detenimiento cada matiz de su expresión.

– Lo supe ese maravilloso día -confirmó y la miró a los ojos.

Bliss lo observó, sin poder creer lo que estaba sucediendo. Y sucedía. Se esforzó por hacer uso de su inteligencia porque eso, el hecho de ser amada por Quin, era su sueño hecho realidad. Y no podía ser cierto, ¿verdad?

– ¿Fue por eso… que al día siguiente… estabas tan enfadado conmigo? -tartamudeó. Esa fue la única oposición que se le ocurrió.

– ¿Enfadado? -repitió él con una ligera sonrisa-. ¿Cómo podría estarlo contigo, cariño?

– Estuviste de muy mal humor cuando yo no quise desayunar nada en ese hotel de Cuzco.

– Estaba preocupado por ti, querida -le corrigió con gentileza-. Estabas agotada y no tenías buen aspecto.

– Fuiste… bastante… impositivo -señaló sin la rabia de antes. Seguía tratando de asimilar la declaración de Quin. ¿La amaba de verdad? Dios, Bliss deseaba mucho que así fuera.

– ¿Y cómo querías que fuera? -repuso él mientras la abrazaba con ternura-. Estabas rendida y tenías la intención de recorrer todo el pueblo de Ollantaytambo ese día. Tenía que protegerte… de ti misma.

– ¿Y es por eso que inventaste ese cuento de que mi hermana y Dom estaban en Francia?

Quin le dio un beso delicado en la frente y luego le dio otro en la boca, un beso hermoso.

– Cuando tu labios están entreabiertos así, son irresistibles, ¿lo sabías? -preguntó. Bliss negó con la cabeza lentamente, y Quin la condujo de regreso al amplio sillón-. Permíteme sentarme junto a ti mientras te explico cómo, después de enterarme de todo lo que Dom hizo para ganarse a su amada, yo estaba seguro de que nadie en este mundo podría enamorarse tanto como para que yo también recurriera a semejantes tácticas -Quin estaba sentado al lado de ella en el cómodo y amplio sillón-. ¿Y qué es lo que yo hice después de ese breve período de tiempo en el cual yo quería estar a tu lado y tú te negaste a ello? Pues empecé a decirte mentiras para evitar que te alejaras de mí.

– Tú… también habrías podido ir a Jahara -señaló Bliss con la poca claridad mental que le quedaba-. Dom es tu amigo. Él habría…

– Todo lo que dices es cierto, por supuesto -asintió Quin-. Sin embargo, tú ya me habías confesado que no tenías la menor intención de entrometerte en la intimidad de esa pareja de recién casados. Lo cual significaba, puesto que yo estaba decidido a estar cerca de ti, que de nuevo tendría que seguirte a donde quisieras ir. Querida Bliss, ¿no te das cuenta de que era importante para mí que no supieras que estaba enamorado de ti, pero que al mismo tiempo sabía que pronto lo adivinarías si yo te seguía acompañando a todas partes? No podía permitir que eso sucediera -sonrió de tal manera que la hizo respingar de emoción-. Así que la única manera en que podía tenerte a mi lado todo el tiempo era que estuvieras en mi casa.

– En tu casa -repitió Bliss. Quin le acababa de repetir que la amaba. No había imaginado que afirmó que estaba enamorado de ella, ¿verdad?

– Quería cuidar de ti. En mi amor y desesperación, ya había recurrido a la mentira. Aunque, de hecho, olvidé que la madre de Dom vivía en Francia, hasta que tú me preguntaste si ella estaba enferma. Y a partir de ese momento, todo empezó a encajar de maravilla en mi plan -confesó.

– Fui a Paracas contigo -concluyó Bliss.

– Y yo me enamoré más y más de ti con cada día que pasaba -jadeó con suavidad-. Entonces empecé a tener pesadillas acerca de la forma en que todo terminaría cuando yo te confesara, como sabía que era mi deber hacerlo, lo que había hecho. No sabía si me volverías a hablar y mucho menos si corresponderías a parte de mi amor como yo lo ansiaba, cuando te enteraras, al terminar tus vacaciones en Perú, de que yo había evitado que vieras a tu hermana, a la que es obvio que quieres mucho -el silencio reinó cuando Quin la tomó con fuerza de los hombros-. Bliss, ¿acaso me equivoco al pensar que no eres el tipo de mujer que pueda vengarse de mi deshonestidad al permitirme revelarte lo que hay en mi corazón… a menos que yo también te importe?

– ¿De… veras me amas? -tragó saliva. Su voz estaba muy ronca.

– Con toda mi vida -replicó Quin y preguntó-: ¿Acaso significo para ti más de lo que haya significado cualquier otro hombre en tu vida?

Bliss se percató de que él se refería a la forma en que ella se le hubiera entregado la noche anterior, de no ser por que él la dejó. Entonces, se dio cuenta de que ya no podía seguir ocultando lo que sentía.

– Por favor, Bliss -urgió, tenso-. ¿No puedes mostrarme lo que hay en tu corazón?

Bliss recuperó el habla al ver la agonía del suspenso que Quin estaba sufriendo.

– Amor… -susurró-. Amor.

– ¿Por quién? -todo el cuerpo de Quin estaba rígido por la tensión.

– Por ti. Todo… es para ti -tartamudeó.

Quin la contempló con detenimiento durante largos momentos, como si a él también le costara trabajo creer lo que ella le confesaba.

– ¿Estás segura… de que me amas?

– Sí, estoy muy segura -reveló con timidez-. Yo… te amo -su voz tembló.

Bliss no supo qué fue lo que Quin exclamó con alegría en español.

Pero tampoco le importó, pues él la tomó en sus brazos con ternura, casi de modo reverente.

– Mi amor -murmuró y le besó con suavidad los ojos y la boca. La acercó con emoción a su pecho-. ¿Cuándo lo supiste?

– ¿Cuándo lo supe? -estaba feliz de estar en sus brazos, como siempre muy sensible a su cercanía-. Hacía días que estaba enamorada pero me negaba a aceptarlo -admitió con timidez y sintió que él la abrazaba con más fuerza.

– Mi querida testaruda -murmuró sobre el cabello de Bliss-. Sigue -insistió.

– Cuando fuimos a Nazca, fue tan fantástico que no podía creerlo -explicó-. Y entonces, cuando estuvimos de regreso en Pisco, me besaste… y a partir de entonces ya no pude pensar en mi pasatiempo. Esa noche supe que estaba enamorada de ti.

– ¿Desde el domingo? -la beso con gentileza-. Yo he sufrido agonías, incertidumbres al quererte… ¿y tú tan sólo lo sabes desde el domingo?

– Si esto te consuela, yo también sufrí mucho -susurró.

– ¡No! -exclamó, como si no pudiera soportar la idea de haberla herido-. ¿Has sufrido por mí?

– Y por mi imaginación -replicó. Lo miró a los ojos al confesar-. Sabía que te amaba, pero estaba convencida de que tú estabas enamorado de Paloma Oreja.

– ¡Estabas celosa! -se asombró Quin.

– Bueno… -se tomó un poco avergonzada cuando él se rió. Fue un sonido maravilloso. Quin la acercó de nuevo a su cuerpo.

– No necesitas estar celosa de ella ni de ninguna mujer -le dio un beso amoroso en la oreja-. Sé lo dolorosa que puede ser esa emoción… lo siento. Perdóname por causártela… aunque fuera sin querer…

– ¿Has sentido celos por alguien? -inquirió Bliss. Aún se sentía un poco insegura, pues el descubrimiento de saberse amada por Quin era aún demasiado nuevo.

– Sólo por ti -le aseguró él de inmediato-. Ninguna mujer tuvo nunca ese poder sobre mí. Sólo tú, mi amor -jadeó.

– ¿Es cierto?

– Créeme, hasta que te conocí, no sabía lo que podía ser ese monstruo, ni lo poderoso que puede ser al apropiarse de uno.

Bliss abrió los labios por la sorpresa al enterase de que Quin sintió celos. Y, como si no pudiera resistírsele, Quin le besó los labios entreabiertos. El beso se profundizó poco a poco. Bliss le echó los brazos al cuello y transcurrieron largos y placenteros minutos.

Sabía que estaba ruborizada cuando él la apartó con delicadeza.

– Estás haciendo muy difícil, querida, que recuerde que le prometí a tu cuñado cuidar de ti -susurró con voz grave, muy diferente a su tono normal. Fijó la vista en las mejillas sonrosadas de Bliss antes de besarla con brevedad en la boca. Ahora, ¿de qué estábamos hablando? -Bliss estaba tan fascinada por él que no tuvo la menor idea, así que se alegró cuando él lo recordó-. Ah, sí, los celos… la plaga de los hombres.

– Y las mujeres -añadió la chica y no pudo evitar preguntarle-: Pero, ¿de quién sentiste celos?

– De cualquier hombre que se atreviera a mirarte -contestó con vacilación-. Sentí la primera punzada de celos esa noche en que cenamos en Lima.

– ¿Tan pronto? -estaba muy asombrada. Lo amó de nuevo cuando él sonrió al asentir.

– Claro que en ese entonces no reconocí que eran celos, sólo irritación por tus malos modales de coquetear con dos hombres que hicieron casi lo imposible por que les sonrieras, cuando entraron en el restaurante.

– Sólo estaba siento cortés con ellos -creyó que era necesario hacer la aclaración.

– Por supuesto -asintió-. Y he descubierto que no hay motivos para sentirme celoso. Aunque pasé un infierno al enterarme de Ned Jones… ¿estás segura de que sólo son amigos?

– Créeme que así es -rió con suavidad y de pronto supo que ya no le causaba incertidumbre el amor de Quin. Por eso le aseguró-: Te amo tanto, tanto, Quin Quintero.

– Mi amor -gimió. Siguió una larga pausa durante la cual le dio besos en todo el rostro-. Te dije una vez que eres un deleite…

– Lo recuerdo… ¿Hablabas en serio?

– Sí, entonces y ahora -declaró-. ¿Puedes dudarlo acaso cuando, debido a que yo quería estar libre para poder presenciar tu alegría y tus cambios de expresión, contraté a alguien más para que nos hiciera volar sobre las líneas de Nazca? -Bliss lo miró con azoro mientras él proseguía-. ¿O cuando, de regreso en Pisco, al mirar tu rostro animado y brillante, mi corazón me dio un vuelco? No pude evitar besarte.

– Quin -jadeó Bliss.

– Un beso, mi amor, nunca fue suficiente -susurró él con suavidad-. Y no te sorprenda que, temeroso de que adivinaras mis sentimientos, me alejara de ti para recuperar el control.

– Nunca lo adiviné.

– Bueno, eso es lo que quería. ¡Vaya que necesitaba recobrar la sangre fría después de eso! Me mantuve lejos de ti intencionalmente durante el resto de ese día.

– Tenías compromisos de trabajo -recordó Bliss.

– Más mentiras -confesó él-. Necesitaba estar separado de ti para pensar en lo que iba a hacer.

– ¿Tan mala estaba la situación?

– Vaya que sí. Esa mañana me dijiste que no querías mantenerme lejos de mi trabajo… era obvio que no sabías que, por pensar en ti y en las pocas oportunidades que tenía de que me amaras, estaba evitando que durmiera y comiera. Empecé a creer que me estabas volviendo, loco.

– Querido Quin -suspiró.

– Gracias por decirme eso -era obvio, por su sonrisa, que le encantó que lo llamara “querido”. La besó y continuó-. Decidí que, a partir de entonces, tendría que mantenerme distante y frío. Me dije que, cuando no te apareciste a la mañana siguiente para desayunar, era una lección muy merecida. Me fui a la oficina… pero cinco minutos después de haber llegado, llamé a la señora Gómez para ver si estabas bien.

Bliss apenas si podía creer que Quin le estuviera contando todo eso. Y por nada del mundo lo detendría.

– Sigue -insistió con suavidad.

– La señora Gómez me aseguró que estabas desayunando y que parecías estar bien, pero de todos modos yo estaba preocupado. Así que volví a casa al mediodía para confirmar por mí mismo que estabas bien.

– Me encontraste en la casa de la playa -declaró Bliss.

– Sí… pero sólo después de buscarte por todas partes. Al hacerlo, me di cuenta de lo desolada que sería mi vida si te fueras, y yo no hallaba la manera de retenerte a mi lado.

– No tenía la menor idea… -empezó á decir, atónita.

– ¿Puedes creer que, aun cuando ya había tomado la decisión de mostrarme distante y frío, de pronto te invitara a comer? -sonrió y la hizo mirarlo con los ojos brillantes de felicidad-. Ese fue el maravilloso día en que comimos en Pisco y regresamos a casa vía San Andrés. Entonces estuve seguro de que mi corazón estallaría de amor por ti.

– ¿De verdad? -inquirió la chica. Sus grandes ojos verdes estaban suaves y lo observaban con amor.

– Muy de verdad -aseguró-. Nunca olvidaré el placer inocente e intenso de tu rostro mientras paseamos por ese pueblo de pescadores -de pronto, como si la emoción que lo embargaba fuera demasiada, la apretó contra su pecho-. ¿Puedes culparme por querer pasear contigo al día siguiente, ayer, y tenerte toda para mí solo?

– Fuimos a ver las fabulosas Islas Ballestar -sonrió-. Me pareció que todo era increíble.

– Yo estaba contigo… ¿qué más podía desear? -intervino Quin.

– Pero… -dudó ella.

– ¿Pero? -la urgió.

– Anoche, durante la cena, estuviste tan callado, casi sombrío, y yo estaba segura de que estabas lamentándote de haber pasado tanto tiempo fuera de tu trabajo.

– Perdóname, tenía muchas cosas en qué pensar -se disculpó.

– ¿De tu trabajo?

– No, en absoluto -sonrió-. Aparte de un pequeño detalle que requirió mi atención, mi negocio marcha muy bien. Fui a la oficina los dos primeros días que estuviste aquí, porque no sabía cómo lidiar con la felicidad tan grande que sentía sólo por tenerte aquí, en casa. Necesitaba espacio, un lugar donde recuperar la compostura… y aprender a ocultar mis emociones. Sin embargo, el viernes pasado ya parecías haber descansado y estar bastante repuesta de tu agotamiento. Así que, sólo porque quería estar a tu lado, no vi motivo válido por el cual yo debía privarme de tu compañía.

– Me llevaste a un museo y… -lo miró con aire de complicidad-… me permitiste nadar en otro sitio que no fuera la piscina.

– La señora Gómez y Leya tenían instrucciones estrictas de cuidarte cuando o no estuviera en la casa -rió, y luego continuó, serio-: Ese viernes me asusté mucho.

– ¿Por qué? -inquirió ella, sorprendida.

– Estabas diciendo que te marcharías -contestó-. Yo no podía aceptarlo ni pensaba permitirlo, pero, cómo ya había percibido cierta necedad en tu naturaleza, ¿cómo rayos iba a detenerte?

– Malvado -rió-. Me blandiste ese museo como una zanahoria en la cara. Para no mencionar que me diste permiso de nadar en el mar.

– Nunca lo olvidaré -replicó-. Pensé que te hallabas en dificultades y corrí a salvarte… sólo para hallarme a mí mismo en serias complicaciones cuando abracé tu cuerpo semidesnudo. Luché por recuperar el control cuando me empujaste -hizo una pausa-. Bliss ¿lo imaginé o de veras fuiste consciente de mí “físicamente”?

– ¿Tengo que decirte la verdad? -bromeó.

– ¿Acaso no han terminado ya todas las evasiones, mentiras y engaños entre nosotros, querida? -cuestionó él.

– No, no lo imaginaste. Nunca antes sentí eso -confesó de inmediato.

Quin inclinó la cabeza y la besó. Fue como si hubiera pasado mucho tiempo desde el último beso. Le acarició los labios durante largo rato, antes de volver a separarse. Buscó en su mente el tema del que estaban hablando y continuó:

– Muy pronto, querida Bliss, me percaté de que estaba en un predicamento tremendo.

– ¿Debido a mí?

– ¿Debido a quién más? -le observó la boca, que tenía una mueca maliciosa-. Cada día tenía más miedo de que me anunciaras que te ibas… quería estar más tiempo a tu lado, no podía dejarte ir.

– Estuve dispuesta a decírtelo desde hace varios días -admitió.

– Entonces, mi intuición fue correcta -observó Quin.

– Pero cada vez que decidía que era hora de partir, tú me sugerías que fuéramos a un lugar… -se interrumpió-. ¿Lo hiciste premeditadamente? -descubrió, azorada.

– Creo que me estás conociendo muy bien, Bliss -sonrió y le provocó un vuelco en el corazón.

– No me sorprende que no tuviera la fuerza de rechazar tus invitaciones, pues quería tener la oportunidad de estar contigo un poco más de tiempo.

– Me alegro de que así fuera -comentó él sin vanidad y Bliss se acurrucó contra él.

– Así que yo no era la única que no tenía apetito por estar enamorada -comentó la chica.

– ¿Es por eso que no querías comer? -Quin se quedó de una pieza.

– Comía la mayor parte del tiempo -rió, y él la imitó. Sus miradas se encontraron, y compartieron la alegría que los embargaba.

– Tal vez fue mejor que no te confesara todo esto anoche, como era mi intención -murmuró Quin al mirar con calidez los ojos de Bliss, sus labios entreabiertos.

– ¿Cuándo entraste a mi cuarto? Pero si fuiste a devolverme el libro.

– Tu libro fue sólo un pretexto -corrigió Quin y la asombró al seguir hablando-. Estaba muy nervioso y necesitaba algo que rompiera el hielo cuando te viera… con la intención de explicarte, si era posible, mi engaño acerca de que tu hermana estaba en Francia, cuando en realidad no lo estaba.

Bliss tenía los ojos muy abiertos y le creyó, a pesar de que le costaba trabajo asimilar que Quin estuvo tan nervioso que necesitó un pretexto.

– ¿Tú… nervioso? -preguntó, de todas maneras.

– Nunca antes he sentido tanta inseguridad en la vida -admitió-. Estaba dispuesto a hacer lo que fuera necesario para mantenerte a mi lado, pero cada vez se acercaba más el día en que debías regresar a tu país. Yo empecé a buscar con desesperación la forma de hacer que te quedaras más tiempo.

– ¡Querido! -suspiró y se dio cuenta de que, mientras que ella sufrió, Quin también pasó por un infierno.

– Recuérdame que te diga lo mucho que te quiero -le sonrió-. Sabía que debía confesar mi mentira, pero el tiempo transcurría sin que hubiera un momento propicio para hacerlo. No soportaba el pensar si quiera en despedirme de ti y estaba seguro de que, al revelarte el motivo por el cual te traje aquí, además de mi mentira, tú despreciarías mi amor.

– Nunca lo imaginé -lo besó con suavidad.

– Bueno, eso es lo que yo quería -sonrió y la abrazó-. Anoche, durante la cena, estuve muy tenso porque imaginaba que al mencionarte una sola palabra de mi engaño te irías de mi casa. Es por eso que no te dije una sola palabra mientras comíamos.

– ¿Fue entonces que decidiste que irías a verme a mi cuarto?

– No, después de la cena. Yo fui a caminar y llegué hasta la casa de la playa. Cuando me di cuenta de que pasaría otra noche solitaria y larga antes de que volviera a verte para desayunar, decidí que ya era hora de actuar.

– Fuiste a verme…

– Y de inmediato olvidé todas mis frases ensayadas cuando tú creíste que había ido a pedirte que te fueras. Entonces, empecé a hacer todo lo que quise hacer ese día. Te abracé. Nos besamos y, por un momento breve… estuve en el paraíso.

– Pero… te… fuiste -le recordó con cierta timidez, a pesar de estar segura de que podía hablar de todo con Quin.

– Amor mío, ¿qué se suponía que tenía que hacer? Te deseaba, y tú a mí, lo sabía. Pero tu rubor, tu timidez… De pronto me percaté de ello y supe que debía irme mientras todavía pudiera.

– ¿Por que no te pareció adecuado que nosotros… cuando no me habías explicado nada? -inquirió Bliss.

– Sí, además del hecho de que mi amigo me pidió que le prometiera que cuidaría de ti porque estabas exhausta y necesitabas descansar. Fue por eso que te hice venir aquí. Pero yo habría roto mi promesa si me hubiera quedado contigo esa noche.

– Creo que eres el hombre más honorable que he conocido en mi vida -susurró Bliss con ternura.

– Yo también -sonrió Quin.

Fue agradable reír con él, sentir la piel de su rostro contra la del suyo mientras lo abrazaba.

– Recuérdame que te diga lo mucho que te quiero -suspiró la chica.

– Todos los días lo haré -aseguró-. Después de dejarte, no sabía qué hacer. Pasé la peor noche de mi vida, todavía conmovido por la forma en que respondiste a mí. Y al mismo tiempo me invadió la desesperación al imaginar que, cuando te dijera la verdad, lo único que sentirías por mí sería un odio enorme por haberte quitado la oportunidad de visitar a tu hermana mientras estabas en Perú.

– Si esto te consuela, yo tampoco dormí mucho -intervino Bliss y se besaron con amor y comprensión mutuos.

– Espero que haya habido más claridad en tu mente que en la mía esta mañana -murmuró Quin con una sonrisa.

– ¿Aún no habías decidido lo que ibas a hacer?

– Todo lo que sabía, cuando amaneció, era que pasaría todo el tiempo posible a tu lado, pues en cualquier momento te marcharías.

– ¿Es por eso que fuimos a Tambo Colorado?

– Por supuesto -confesó-. Fue un desastre, ¿verdad? Quería revelarte que te amaba, pero al mismo tiempo no me sentía seguro. ¿Y si te asustaba al hacerlo? Entonces fue cuando empecé a recordar todo lo que pasó entre nosotros y cada palabra que nos dijimos desde que nos conocemos.

– ¿Llegaste a una conclusión?

– Empecé a esperanzarme -contestó Quin-. Comencé a creer que si hubieras reaccionado así con cualquiera de tus amigos, como respondiste cuando te abracé en tu cuarto, entonces no podrías ser virgen todavía. Así que eso implicaba que nunca habías reaccionado así con otro hombre. Lo cual esperé que significara que yo era “especial” para ti de alguna manera.

– ¿Te lo revelé todo, verdad? -rió Bliss.

– No todo -replicó Quin-. Lo esperaba, pero no estaba convencido de que así fuera. Después de la comida, cuando estaba en la fábrica, no pude dejar de pensar en ti. Y volví a recordar la mañana en Tambo Colorado. Al principio lamenté que, cuando cualquier persona interesada en la arqueología habría sentido emoción, tú apenas si mostraste un ligero interés.

– Lo… notaste.

– Soy muy consciente de casi todo lo que haces, querida. Empecé a tratar de ver qué había terminado con tu entusiasmo. ¿O acaso lo que sucedía era que habías encontrado algo de mayor interés? Cuando empecé a relacionar esos pensamientos con la forma en que anoche estuviste conmigo con la forma en que respondiste, esperé que estuvieras interesada en mí, que yo fuera “especial”. Y mi esperanza aumentó y aumentó. Sin darme cuenta, subí al auto y vine a la casa a buscarte, a toda velocidad.

– Me encontraste haciendo mi equipaje -sonrió Bliss.

– Primero me encontré a Leya, quien me dijo que te había visto correr del cuarto de estar a tu dormitorio, muy triste y acongojada. ¿Acaso te sorprende ahora que haya entrado en tu cuarto sin llamar a la puerta?

– Me alegro de que lo hicieras -rió la chica.

– Ya somos dos -de nuevo se besaron y guardaron silencio un tiempo. Quin pareció recobrar la sangre fría y tratar de reiniciar la conversación-. A propósito, ¿por qué llamaste a Jahara? ¿Querías saber si Dom y tu hermana ya habían regresado?

– No podía dejar de pensar en ti -aclaró Bliss-. Marqué el número de Erith sólo para poder concentrarme en otra cosa. Tuve la impresión de mi vida cuando Erith fue quien contestó.

– ¿Le avisaste que estaba conmigo, en Paracas?

– Le anuncié que estaba cerca de Nazca. No quise mentirle -añadió con rapidez-. Lo que… pasa es que se supone que mañana debo estar en Cuzco -recordó de pronto.

– No te preocupes, mi leal y hermosa amada -Quin sonrió al adivinar la conversación que debieron de tener las dos hermanas-. Les diré a tu hermana y a Dom que te has quedado en mi casa, cuando los vea.

– ¿Irás a verlos?

– Ambos lo haremos… mañana -la movió para poder verla a los ojos. Sus ojos grises brillaban de calidez-. Vas a querer que estén presentes el día de nuestra boda, ¿no?

– ¡Boda! -exclamó Bliss con voz ronca. Su corazón empezó a palpitar con fuerza.

– Por supuesto, nuestra boda -confirmó Quin-. Supe que quería casarme contigo, por sobre todas las cosas, el día en que te dije que tenía dos hermanos casados y con hijos. Estuve a punto de añadir que estaba muy contento de tener sobrinos, pues así podía gozar de mí soltería. Y no era cierto, no lo fue desde ese día en Machu Picchu. Entonces estuve seguro de que sólo podría ser realmente feliz si estaba casado… contigo.

– Oh, Quin -suspiró Bliss y fue besada por su amado antes de que éste pidiera una respuesta más concreta.

– ¿Crees que le importará a tu padre que su segunda hija se case dentro de unos cuantos meses?

– En unos meses… -Bliss casi no podía respirar por la emoción.

– No vas a hacerme esperar para poder casarme contigo, ¿verdad? -la miró a los ojos, sin parpadear. Bliss sabía que él hablaba en serio.

De pronto, su rostro se iluminó con una sonrisa.

– ¡Por nada del mundo! -declaró con suavidad. Un momento después, Quin la volvió a estrechar contra su corazón.

Загрузка...