Capítulo 3

Bliss durmió bien esa noche y al despertar sintió que su energía estaba renovada. Se bañó, se vistió y planeó el itinerario para ese día. Primero el Museo del Oro, luego, el Museo Arqueológico y el Museo Nacional de Historia, que al parecer estaba junto al hotel. Bajó a desayunar temprano, pues era muy madrugadora, y se preguntó si de veras iría a Arequipa como le anunció a Erith. Quería visitar ese lugar antes de volver a Inglaterra, pero había mucho más que deseaba ver y ya había usado casi toda la primera semana de sus vacaciones.

Se sintió relajada pensando que ya no volvería a salir con personas desagradables como Quin Quintero.

Ir a Cuzco era una obligación por ser la capital del imperio Inca. “Debo ir primero a Cuzco?”, se preguntó. Tal vez iría a Cuzco, de allí a la bien conservada ciudad Inca en Machu Picchu, regresaría a Cuzco y de allí volaría a Arequipa.

Al considerar sus felices opciones, se puso de muy buen humor y entró en el restaurante. Sin embargo, su sonrisa desapareció con rapidez. En el comedor, casi solo, y observándola con fijeza, se hallaba Quin Quintero.

¡Maldito hombre!, se enfureció, pero continuó su camino como si al verlo comiendo no la hubiera molestado en absoluto.

– Buenos días -lo saludo con cortesía al detenerse en una mesa bastante alejada de la de él.

– Buenos días señorita -contestó con una ligera inclinación de la cabeza y Bliss lo odió aún más cuando le pareció ver, antes de sentarse, que una expresión de alivio cruzaba por su rostro al ver que ella no se sentaría a la misma mesa que él.

Arrogante, pensó Bliss. Una comida en compañía de ese tipo era más que suficiente.

Se dio cuenta de que hacía unos minutos había estado de muy buen humor y que ahora estaba algo deprimida. Bebió un sorbo del café que un atento camarero ya le había servido, y trató de recuperar su estado de ánimo anterior.

No dejaría que Quin Quintero la irritara. Él no era nada de ella, ¿por qué habría de perturbarla entonces? Estaba más que feliz de que él prefiriera desayunar a solas.

Su enojo disminuyó un poco al recordar cómo, la noche anterior, él reveló que una mujer llamada Paloma Oreja lo rechazó. Tal vez quería que su Paloma compartiera su mesa, pensó Bliss, y luego dejó de buscar pretextos para ese hombre.

Era un bruto. Él no había sentido alivio cuando Bliss se sentó en otra mesa por estar pensando en su amor perdido, sino porque ya consideraba que su deber para con ella estaba cumplido al haberla llevado a cenar la víspera, como se lo prometió a Dom.

Bliss desechó a Quin Quintero de sus pensamientos. Sin embargo, descubrió que no tenía apetito.

Después de terminar su café, ya no tuvo motivos para seguir en el restaurante. Sin mirar por encima de su hombro, pues asumió que él estaría comiendo o leyendo el periódico, se levantó y salió sin prisa del comedor.

Se dirigió al área de información de la recepción.

– Señorita Carter -la saludó el empleado y la sorprendió al recordar su nombre ¿En qué puedo ayudarla?

Cinco minutos después, Bliss decidió que iría a Cuzco al día siguiente. Como sin duda Erith y Dom insistirían en hacer el trayecto de una hora y media desde Jahara al aeropuerto para recibirla, decidió que les haría saber de su arribo cuando llegara. De hecho, como su intención no era la de vivir en casa de Erith y no quería que ellos pasaran los felices días de su luna de miel paseándola por todas partes, decidió que no los llamaría sino hasta haber terminado de ver las ruinas.

– Puedo llamar a la aerolínea si usted así lo desea -le aseguró el empleado mientras contemplaba sus grandes ojos verdes.

– ¿Podría reservarme un boleto para ir a Cuzco mañana por la mañana? -mientras hizo la pregunta, vio por el rabillo del ojo que Quin Quintero, con el portafolios en la mano, se marchaba del hotel sin si quiera dirigirle una mirada.

¡Bestia!, se enfadó sin preguntarse ya por qué ese hombre la irritaba tanto. Como él pasó tan cerca de la recepción, debió verla… Bliss esperó que la agarradera del portafolios se desprendiera Era obvio que, en opinión de él ella sólo merecía un “Buenos días”.

Bliss lo olvidó una vez que entró en el museo “Oro del Perú”, y quedó fascinada no sólo con el espléndido oro de los trajes exhibidos, sino también con los collares y artefactos que pudo admirar.

Dentro del museo visitó tiendas donde vendían de todo, desde un poncho de alpaca hasta tarjetas postales. También había una pequeña cafetería al aire libre, donde ella tomó una taza de té y donde los ciervos domesticados se acercaron. Bliss luchaba contra su impulso de alimentarlos, cuando vio un letrero que prohibía hacerlo.

Más tarde, Bliss visitó el Museo Arqueológico. Después de unas horas, se percató de que ya era la hora del almuerzo. Sintió mucha hambre al salir a un patio lleno de flores, y descubrió un café donde todavía servían platillos calientes.

Bliss no estuvo muy segura de qué fue lo que ordenó, pero el plato de arroz con frijoles y cebolla estuvo muy sabroso. Al terminar de comer se dio cuenta de que ese era su último día en Lima y debía decidir qué era lo que no quería dejar de ver.

Pasó el resto de la tarde en la catedral, y de allí fue a una galería de arte. Regresó al hotel, cansada pero feliz. Aún no sabía si ir a cenar o no y se percató de que todavía estaba preocupada por volverse a topar con él.

“Santo Dios”, se regañó, “¿por qué tengo que preocuparme por algo semejante?”. En media hora se bañó, se puso su vestido rojo y bajó al restaurante.

Esa noche, no vio a Quin Quintero y regresó a su habitación preguntándose por qué, después de un día tan interesante, estaba un poco deprimida.

Hizo su equipaje y se percató de que tal vez estaba más cansada de lo que creía. Supuso que, o Quin Quintero ya no estaba en él hotel, o bien acudía a una cita esa noche.

Bliss fue a desayunar a la hora acostumbrada al día siguiente pero el único “Buenos días, señorita” que recibió fue el del camarero.

– Buenos días -contestó y se dio cuenta de que Quin Quintero ya no estaba hospedado en el hotel y de que ya no lo volvería a ver.

O eso pensó. Fue al aeropuerto, registró su enorme maleta y, después de esperar un poco, fue al avión a tomar su asiento. ¿Y a quién vio caminando por el pasillo para acercar a ella? ¡A Quin Quintero!

No estaba segura de que su boca no estaba abierta por la sorpresa. Y su asombro aumentó aún más cuando Quin Quintero se detuvo ante el asiento que estaba junto al de ella.

– Buenos días -saludó él con frialdad al poner su portafolios en el compartimento superior.

– Buenos días -imitó su tono y se dio cuenta de que Quin Quintero no mostraba sorpresa por verla en el mismo avión que él, puesto que era natural que Bliss viajara en sus vacaciones. Sin embargo, cuando él se sentó y se abrochó el cinturón de seguridad, Bliss no supo si alegrarse de viajar con alguien conocido o si le molestaría estar en su compañía hasta llegar a Cuzco.

Bliss se preguntó si el saludo que intercambiaron sería toda la conversación que existiría entre ambos. Pero, tan pronto como el avión despegó, Quin Quintero inquirió con cortesía:

– ¿Va a Jahara?

– Puede que vaya -contestó con más honestidad de la que quiso.

– ¿Irá Dom por usted al aeropuerto?

– Dom y mi hermana decidieron tener una luna de miel de tres meses -explicó Bliss-. Por supuesto que iré a Jahara a saludarlos antes de volver a Inglaterra pero como considero que ellos deben tener intimidad en su luna de miel, no quiero hacerles sentir que tienen que pasearme por todas partes.

Quin la miró sin decir nada, archivando los comentarios de ella.

– Parece que está interesada en la arqueología, ¿verdad?

Bliss supuso que Dom fue quien se lo dijo. Parecía que su cuñado le había hecho una descripción más profunda que “dulce, gentil y con una personalidad agradable”.

– Así es -comentó sin explayarse más-. ¿Usted también vive cerca de Cuzco? -trató de que el tema de conversación no se centrara en ella. Recordó que Erith le dijo que Quin Quintero vivía en la costa y Cuzco estaba situado tierra adentro.

– No -no añadió nada más acerca de dónde vivía, ni del motivo por el cual iba a Cuzco. Sin embargo, después de un momento, retomó el tema anterior-. Dom me contó que usted estuvo enferma hace poco.

– Tuve pulmonía -Bliss deseó que Dom no le hubiera contado tantas cosas sobre ella. Se daba cuenta de que ese hombre no cejaba una vez que deseaba conocer todos los pormenores de un asunto.

– Supongo que con las medicinas de hoy en día, la pulmonía tan sólo es algo más grave que una fuerte gripe, ¿no es cierto?

– Así es.

– Pero usted tuvo una pulmonía muy fuerte.

– Sí -contestó con acidez. Lo miró con hartazgo, pero él ni siquiera parpadeó.

– De hecho, en los dos pulmones.

– ¡Sí! -exclamo, irritada.

Bliss sintió deseos de golpearlo con algo y lo miró con ganas de asesinarlo. Se dio cuenta de que era un hombre que necesitaba satisfacer su curiosidad. Bliss aún no quería que Erith y Dom supieran que estaba tan cerca de ellos, y se percató de que, si no contestaba las preguntas de Quin Quintero, éste tal vez se lo preguntaría cuando viera a su cuñado. Y Bliss no deseaba ser mencionada en absoluto.

– Y, como usted insiste en saberlo -estaba acalorada-, tuve una recaída. Volví a trabajar demasiado pronto, pesqué otro resfriado muy fuerte y tuve que regresar del trabajo a casa.

– Y, de hecho todavía está fuera del trabajo con permiso por enfermedad -sugirió él.

– No, es decir… -recordó que el doctor Lawton nunca le confirmó que ya podía volver a su empleo-. Bueno, de cualquier modo, ya estoy bien ahora -aclaró, tajante.

Bliss tenía una tez pálida, para no decir translúcida, que combinaba muy bien con su cabello rojo y fue muy admirada antes. Sin embargo, Quin Quintero la observó con detenimiento y no hubo admiración en sus ojos ¡Claro que ella no deseaba que la admirara! Esperó que él hiciera algún comentario acerca de su palidez, así que sintió alivio cuando cambió de tema, como si estuviera tan aburrido como Bliss por su salud.

– ¿En qué trabaja?

– En una biblioteca -al parecer, ese hombre no lo sabía todo acerca de ella. Ya estaba harta de ser el blanco de sus preguntas. Cuando pensó en algo que desviara la charla, de pronto se le ocurrió algo que la alarmó-. Usted no tiene intenciones de ir a Jahara, ¿verdad? -estaba ansiosa y lo miró con preocupación.

– Veo que hablaba en serio al decir que consideraba que la pareja de recién casados estaba todavía de luna de miel -comentó él.

– ¿Irá? -insistió Bliss cuando no recibió respuesta.

– Es usted una romántica -la acusó con cortesía. Bliss lo miró con fijeza y obstinación, sin estar dispuesta a dejar el asunto por la paz. Él sonrió un poco-. No tengo planes de visitar Jahara en este viaje.

El alivio inundó a la joven. Mas su mente empezó a cavilar. Dom le había hablado a Quin a Lima para pedirle el favor de ver si ella estaba bien… y tal vez siempre se estaban llamando por uno u otro motivo. Debían de estar siempre en contacto, puesto que Dom, quien buscó a un amigo confiable para pedirle ese favor, se comunicó con Quin, de quien supo que estaba en Lima a pesar de que este último no vivía allí.

– ¿Cómo se enteró mi cuñado de que esta semana usted estaría en Lima? -inquirió Bliss de pronto. Se percató de que Quin no debía de ir con mucha frecuencia a la capital, puesto que se hospedaba en un hotel y no tenía, un apartamento-. Usted debió de llamarlo para hacérselo saber -añadió cuando el peruano tan sólo la observó con detenimiento sin decir nada.

– Inteligente al igual que hermosa -su comentario la hizo abrir mucho los ojos-. Como parece que eso la preocupa, señorita, le informaré que a veces transcurren seis meses sin que nos pongamos en contacto.

Bliss se tranquilizó un poco, aunque deseó saber más.

– ¿Está insinuando que podrían pasar seis meses más antes de que lo vuelva a llamar?

– No lo creo -contestó con frialdad-. Dom está construyendo un barco para mí… tal vez nos veamos en un mes más -se encogió de hombros-. Le avisé que estaría en Lima unos cuantos días cuando lo llamé para averiguar, entre otras cosas, cómo iba mi barco. Al día siguiente, poco después de que su hermana la llamó a usted, Dom se comunicó conmigo. Ya conoce el resto -añadió.

Por supuesto, pensó Bliss. El asunto ya estaba aclarado, pero ella habría preferido que Dom nunca le hubiera pedido ese favor a su amigo. Claro, lo hizo Erith. Sin embargo, estaban de luna de miel y Bliss opinaba que ese era un periodo muy especial para ambos y que no debían ser molestados por otras personas, así que no le importaba parecerle una romántica a Quin Quintero.

Una vez más confirmó que no quería que “la pareja de recién casados”, como lo dijo Quin, tuviera otras cosas de qué preocuparse que no fueran ellos dos.

Siguió pensando en ello durante el resto del vuelo. Tanto así que, cuando el avión aterrizó en Cuzco, estaba tentada a pedirle a Quin Quintero que si por casualidad tenía que llamar a Dom, no le avisara que ella estaba en Cuzco.

No obstante, cuando ese hombre se puso de pie para dejarla pasar primero y la miró con sarcasmo, decidió que no lo haría.

– Gracias -dijo tan sólo. Caminó por el pasillo y se percató de que ese era un hombre que solía hacer lo que le venía en gana de todas maneras. Era una pérdida de tiempo tratar de hacerle entender que su hermosa y protectora hermana debía tener la libertad de disfrutar del amor de su esposo y no preocuparse más que por él y ella, por una vez.

Bliss esperó la llegada de su equipaje. Quin Quintero estaba a cierta distancia de ella… algo positivo.

La joven tomó su gran maleta y estaba practicando mentalmente cómo pedir un taxi, una frase que aparecía en un pequeño diccionario; bilingüe, cuando sintió que otra persona tomaba su maleta.

– Es una maleta demasiado pesada para una mujer tan delgada, señorita -anuncié una voz que Bliss ya estaba empezando a reconocer de inmediato-. No le importa, ¿verdad? -Quin tomó su portafolios y su propia maleta y se dirigió a la salida.

Para cuando Bliss lo alcanzó, él ya había encontrado un taxi sin problema. La furia de la chica no conoció límites cuando vio que su maleta y la de él estaban en el portaequipaje del auto.

– ¿Qué está haciendo? -preguntó, acalorada, cuando Quin se volvió a verla.

– ¿En qué hotel está reservada su habitación?

– Todavía no tengo reservación -se dio cuenta de que el chofer del taxi ya quería marcharse. Así que, por consideración al hombre para quien el tiempo era dinero, se metió en el interior cuando Quin le abrió la puerta de los pasajeros-. ¿Qué cree que está haciendo? -insistió Bliss con nuevo enfado tan pronto como el taxi se puso en marcha.

– Por nuestra charla en el avión, entiendo que tiene intenciones de permanecer en un hotel mientras está en Cuzco, para no entrometerse en la luna de miel de su hermana -comentó Quintero-. Como ahora usted me ha aclarado que no sabe a qué hotel ir, me siento con la necesidad de asegurarme, por el bien de su cuñado, de que permanezca en un hotel decente.

– ¡Usted no necesita asegurarse de nada! -exclamó Bliss-. Soy muy capaz de cuidarme y…

– ¡Usted ha estado enferma! -la interrumpió él.

Bliss, quien sentía deseos de lanzar un alarido si volvía a oír otro comentario acerca de su pulmonía, se percató de que el taxista los observaba por el espejo retrovisor. Aunque quizá no supiera inglés, era obvio que se daba cuenta de que estaban discutiendo.

– Ya estoy mejor -susurró con los dientes apretados-. No necesito de una nana -empezó a acalorarse más-. Ni…

– Qué bueno -la interrumpió-. No tengo intenciones de serlo para usted.

– Entonces ¿por qué…?

– No obstante, en vista de que me une una amistad muy grande con su cuñado -la ignoró-, y en vista de que, quiera usted o no, estuvo seriamente enferma hace poco, no puedo permitir que arrastre su maleta por todas partes mientras busca en dónde quedarse -fijó la vista en ella-. Ya está usted muy ruborizada ahora.

Cuando alargó una mano para tocarle la frente y averiguar si no tenía fiebre, Bliss ya no pudo pensar en nada. Toda su piel empezó a cosquillear al sentir el roce inesperado de esos dedos. Le costó mucho trabajo recobrar la compostura. Le apartó la mano y fijó la vista en el exterior, aunque por una vez no pudo admirar nada. Pensó que si de veras estaba ruborizada, era por estar furiosa con Quin Quintero.

El taxi se estacionó frente a un elegante hotel y Bliss ya estaba lo suficientemente serena para darse cuenta de que el hecho de que Quin le recomendara un hotel en Cuzco era algo que debía apreciar, pues lo mismo hicieron Dom y Erith en Lima.

Sin embargo, cualquier agradecimiento la abandonó cuando Quintero también bajó del taxi. Todavía estaba Bliss intentando darle las gracias, cuando vio que el chofer bajaba todo el equipaje y lo entregaba al portero que salió del hotel, y que su compañero de viaje pagaba al taxista.

– No piensa quedarse aquí también, ¿verdad? -preguntó Bliss cuando Quin la metió en el hotel con brusquedad. No le agradaba en absoluto la idea de que el amigo de su cuñado pensara cuidar de ella.

– Este hotel es lo bastante grande como para albergarnos a ambos -declaró.

“Eso es lo que usted cree”, pensó Bliss, enfadada, y miró hacia la puerta principal con la idea de pedirle al portero que bajara su maleta del carrito y le detuviera el primer taxi que pasara. Pero Quin Quintero susurró con voz sedosa:

– Claro, a menos que usted prefiera que, yo llame a su cuñado para preguntarle cuál es el hotel que él le recomienda.

– ¡No se atreva a hacer nada semejante! -explotó Bliss. Recibió una mirada congelada de esos ojos grises. Era obvio que a ese hombre no le gustaba que le hablaran de ese modo.

“Qué lástima”, se dijo la chica. Debía quedarse en ese hotel, pues por nada del mundo quería que Quin llamara a Dom. Resignada, se dirigió a la recepción.

– ¿Tiene algo que hacer en Cuzco? -Bliss no pudo resistirse a hacerle una última pregunta hostil.

– Eso no es algo que le incumba -replicó él… y por primera vez en su vida, la chica sintió deseos de pegarle a un hombre.

Claro que no le pegó, ni le dijo nada más. Fue la primera a quien le asignaron un cuarto. Se alejó con el portero sin dirigir a Quintero una palabra más, todavía ofendida porque él le hubiera advertido que se entrometiera en su vida.

En su cuarto, se sentó en una silla y reconoció que estaba un poco débil. Se dijo con firmeza que no había nada que una buena comida y un poco de descanso no pudiera curar.

No tenía mucho apetito, pero como no deseaba caer enferma de nuevo, decidió que descansaría media hora antes de visitar Cuzco a pie y buscar un restaurante.


Bliss regresó al hotel un poco después de las cinco, después de haber pasado unas horas muy agradables. Visitó la plaza de la ciudad, comió en el Café Roma y observó algunas ruinas Incas impresionantes. Estaba contenta de estar en Cuzco, la ciudad, con forma de puma. Por fortuna, de pronto se encontró con la calle Hatún-Rumiyoc. En esa calle de granito Inca miró el alto y peculiar muro hasta hallar la famosa piedra que encajaba a la perfección y que tenía doce lados.

Una vez que se hubo bañado y cambiado de ropa, decidió que cenaría temprano.

Mientras tomaba su sopa de calabaza, estuvo segura de que su decisión no tenía nada que ver con el hecho de que, al hacerlo, minimizaría el riesgo de toparse con Quin Quintero. Quería hacer muchas cosas al día siguiente, así que le pareció sensato cenar temprano para poder subir a su cuarto y planear su itinerario.

Le pareció raro que al regresar a su habitación tuviera la sensación e que algo le faltaba. Estaba segura de que eso no estaba relacionado de ninguna forma con el hecho de no ver a Quin Quintero desde la hora de la comida, pero no pudo evitar preguntarse si no había una faceta perversa en su naturaleza que disfrutara mucho de discutir con ese hombre.

A la mañana siguiente desechó cualquier noción de que su sensación de falta se debía a la ausencia de Quin Quintero. Tal vez sólo extrañaba su hogar y a su familia. Lo cual también era extraño, porque hasta ahora no había pensado mucho ni en su padre ni en su madrastra. Ese era el viaje con el que soñó toda su vida.

Bliss no vio a Quin durante el desayuno y se olvidó de él cuando salió a la ciudad que fue la capital del imperio Inca. Primero, se dirigió a la catedral, que fue construida sobre las bases del Palacio Inca de Wiracocha, en el siglo dieciséis. Y de allí fue a Korikancha, un convento que fue destruido en 1950 por un terremoto. Sin embargo, gracias a las técnicas arquitectónicas de los incas, las bases del edificio quedaron intactas.

Fue a comer y, mientras lo hacía, rumió la mejor manera de ver todo lo que quería visitar ese día. Le tomaría horas y horas si se ponía a caminar. Así que tomó la decisión de ir en taxi, y no se dio prisa. Cuatro horas más tarde, después de pasar el tiempo viendo lo que deseaba, Bliss regresó al hotel, feliz.

Como pasó todo el día subiendo y bajando, y recorriendo las ruinas, decidió descansar los pies antes de bajar a cenar.

A las siete se dio un baño y se puso su traje de seda. Bajó al restaurante, pensando en todas las cosas que había visto.

– ¿Mesa para usted tan sólo, señorita? -un camarero sonriente se le acercó y la llevó a una mesa que tenía dos lugares.

– Gracias -sonrió al tomar la minuta.

Estaba absorta leyendo los platillos, cuando alguien más se dirigió a ella.

– ¿Puedo sentarme con usted? -inquirió la voz que le resultaba ya tan conocida.

Bliss alzó la vista. Tal vez el día anterior le hubiera sugerido que se fuera al demonio. Sin embargo, ahora se sentía dichosa… y supuso que era positivo que ese hombre tan arrogante le hubiera pedido permiso antes de sentarse.

– Por favor -sonrió y Quin Quintero tomó asiento frente a ella.

Bliss se dispuso a continuar leyendo la minuta, cuando se percató de que él contemplaba con fijeza su cabello. Se llevó una mano a la cabellera, sin saber que ésta reflejaba la luz de la lámpara que estaba sobre la mesa y que provocaba un efecto sorprendente.

– ¿Pasa… algo malo? -trató de no pensar que tal vez tenía un bicho en la cabeza.

– En absoluto -él sonrió con mucho encanto-. Mi pregunta es impertinente, pero, ¿es el color de su cabello natural?

El día anterior, ella hubiera protestado ante la sugerencia de que ese no podía provenir de un fresco. Sin embargo, esa era la primera vez que lo veía sonreír, y era algo muy impresionante.

Bliss tan sólo asintió y trató de ocultar el hecho de que ese hombre era muy guapo cuando sus ojos se tornaban cálidos, y de que, aparte de sus dientes tan perfectos, cuando su boca se curvaba con buen humor, podría derretir el más duro de los corazones.

– Lo es. Aunque no me pregunte cómo lo obtuve, porque mis padres tenían el cabello negro -por alguna razón volvió a experimentar la ya olvidada sensación de timidez y de querer que ese guapo peruano se fijara en otra cosa-. Erith, mi hermana, tiene el mismo tono, así que no es algo único -se apresuró a aclararle.

Halló un interés monumental en la minuta y la estudió como si saboreara cada platillo, cuando de hecho trataba de recuperar su sangre fría. Era muy raro que Quin Quintero sólo tuviera que sonreír para que ella empezara a tener una serie de ocurrencias muy extrañas.

Para cuando Bliss le informó al camarero que quería sopa y algo llamado lomo salteado, que esperó no fuera algo horrible, decidió que la emoción de ese día la hacía sentirse así. No experimentaba vergüenza por causa de Quin Quintero. En cuanto a pensar que tenía una sonrisa deslumbrante, tal vez su cerebro estaba afectado por vivir en una altura a la que no estaba acostumbrada en su llano país.

Cuando llegó su sopa, no le pareció muy buena y dejó la cuchara a lado, con la esperanza de que el siguiente platillo estuviera mejor.

– Me doy cuenta de que usted es una mujer aventurera y de que prefiere cometer sus propios errores -murmuró de pronto Quin-. Si usted me lo hubiera permitido, habría sido un placer ayudarla a escoger su comida.

– Qué… amable de su parte -lo miró y le pareció que Quin se esforzaba por no echar a reír. Entonces, se dijo que, aunque el lomo salteado fuera la cosa más horrenda que hubiera probado en su vida, lo comería hasta el último bocado.

Resultó que era un plato de carne de res frita con cebolla y pimientos, servida con papas fritas y arroz.

– Está muy sabroso -comentó.

– Confiaré en su palabra -replicó él con naturalidad-. ¿Hizo algo hoy para satisfacer su alma arqueológica?

– Va a desear no haberme hecho la pregunta -advirtió Bliss y le contó sus visitas a la catedral y a Korikancha mientras cenaba. Observó que estaba muy a gusta en compañía de él.

– Tuvo un día muy interesante -comentó él al ver el entusiasmo que hacía relucir los grandes ojos verdes.

– Eso fue por la mañana. Después de la comida, fui a la fortaleza de Sacsahuaman… ¿sabía usted que algunas de las piedras de la base pesan más de cien toneladas? -estaba admirada-. Y fueron arrastradas allí desde un sitio que está a siete kilómetros de distancia. Debieron ser necesarios miles de hombres para… -se detuvo-. Lo siento, tal vez usted ya conoce muy bien la historia…

– Siempre es interesante oír cómo la ve un par de ojos nuevos -aseguró Quin con tanto encanto que Bliss ya no sintió vergüenza. Aunque dudó de si debía continuar con la historia de Sacsahuaman-. Por favor, prosiga.

– Bueno, después de la fortaleza, con la ayuda de un chofer de taxi, fui a Kenko -no le dijo que ese adoratorio inca tal vez databa de los días de Huayna Cápac o quizás era anterior a eso. Con los ojos brillantes, añadió-. De allí, fui a Tambomachay -eso le pareció muy interesante, pues fue el lugar donde se bañaban las mujeres de la corte real inca, usando el agua de un manantial en la colina.

Bliss estaba a punto de decirle que visitó Puca Pucara, que se decía que era un puesto de correspondencia entre Cuzco y el valle Urubamba, cuando se percató de que no a todos les interesaba la arqueología y que tal vez lo estaba aburriendo mucho ya. Algo que el día anterior no le habría importado.

Lo miró y él le devolvió la mirada con una sonrisa. Cuando fue obvio que ella no le contaría más de lo que hizo ese día, Quin comentó con sequedad:

– ¿Nunca se le ocurrió dejar algo para mañana?

De pronto, el rostro de Bliss se iluminó con una hermosa sonrisa. Pensó que odiaba a ese hombre y, sin embargo, él estaba bromeando con ella. Bajó la vista, se dio cuenta de que ya había terminado su budín… y de que ya no odiaba a Quintero en absoluto.

– Mañana, señor -comentó con alegría-, voy a ir a Machu Picchu se levantó, lista para irse a dormir.

– Le tomará todo el día ir y volver, Bliss -comentó él al levantarse también. La chica todavía no se recuperaba de la sorpresa de que él la hubiera llamado por su nombre de pila, cuando el hombre prosiguió-: Si no le parece impertinente mi sugerencia, tal vez disfrute de Machu Picchu si descansa mucho esta noche.

Ese hombre era encantador, se percató Bliss al ver de nuevo su sonrisa devastadora. Lo miró con fijeza y se dijo que, si i le hubiera sugerido algo semejante la noche anterior, se habría irritado mucho. Como ese era el viaje que anheló hacer toda su vida, se dio cuenta de que no quería pelear con él, además de que Quin tenía mucho encanto.

– Me parece una buena idea -sonrió y estaba a punto de irse cuando él le sugirió:

– Quin.

– Quin -repitió Bliss y entonces su corazón empezó a latir con más fuerza. Ella se volvió con rapidez y se marchó del restaurante.

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