Capítulo 1

A Bliss aún le parecía increíble estar en Perú. Había llegado el día anterior a la capital, Lima, y su entusiasmo no decaía. Se bañó y se vistió para bajar a cenar en el hotel, y pensó que su visita al Perú era posible gracias a su querida hermana y a su cuñado.

Reflexionó, con remordimientos de conciencia, que debía llamar por teléfono a su hermana, Erith, para avisarle que estaba en Lima. Pero desechó la idea con rapidez. Hacía sólo dos meses y medio que su hermana estaba casada y, según Bliss, debía estar todavía de luna de miel. Recordó que Erith y su esposo planearon un crucero de tres meses en uno de los lujosos yates que Dom, el esposo de Erith, había diseñado y construido. Sin embargo, Bliss no se sorprendió al enterarse de que ambos habían regresado a Jahara, el hermoso lugar de Dom, del que Erith estaba enamorada también. Jahara, el hogar donde Dom tenía su hacienda, era un sitio que a ambos fascinaba, así que era natural que decidieran continuar su luna de miel allí.

Bliss pensó que hacía tan sólo cuatro meses estuvo en casa con su padre y su madrastra, recuperándose de una fuerte pulmonía. En ese entonces, Erith había ido a Perú para descubrir lo que le sucedía a Audra, su hermanastra. El viaje a Perú pareció ser necesario cuando su madrastra sólo recibió una carta, y muy preocupante además, de Audra en los seis meses que ya tenía de vivir allá.

Bliss, a quien le encantaba la arqueología, ansió ir. Sin embargo, todavía estaba enferma cuando la familia decidió que alguien fuera en busca de Audra.

– No puedes ir, linda -afirmó Erith con suavidad cuando Bliss se emocionó con la idea de pisar la tierra de los Incas.

– Pero, Erith… -suplicó Bliss con sus grandes ojos verdes.

Erith tenía los mismos ojos verdes, el cabello rojo largo y la tez pálida y suave que su hermana. Erith le habló con ternura y firmeza:

– No discutas, linda… no nos quedaríamos tranquilas si te marcharas.

Así que decidieron que Erith iría a Perú. De cualquier manera, Bliss tuvo una recaída que la envió a la cama de nuevo. Pocos días después, se enteraron por Erith de que Audra estaba bien. Y más tarde, cuando Bliss ya casi terminaba su convalecencia, Erith les llamó muy emocionada para avisarles que Audra regresaría a casa y que ella también lo haría… ¡acompañada de un hombre muy especial!

La emoción que todos sintieron se tomó en regocijo cuando, un día después que Audra, Erith llegó con el guapo peruano del que estaba enamorada, Domengo de Zarmoza. Desde el principio fue obvio que Dom y Erith sólo tenía ojos para mirarse entre sí, y Bliss supo que, de no ser por su madrastra, Erith y Dom habrían invitado a toda la familia a Perú y se habrían casado sin tardanza en el país de Dom.

Sin embargo, como su madrastra, a quien todos querían mucho, tenía miedo a los aviones y como Dom estaba impaciente por casarse con Erith, se casaron tres semanas después, en la iglesia del pueblo de Ash Barton.

– Tienes que venir a vernos a Jahara -comentó Erith al abrazar a Bliss antes de regresar a Perú.

– Te tomaré la palabra -rió Bliss… pero nunca imaginó que el viaje llegaría tan pronto. Ahora, sonrió al recordar cómo, hacía dos semanas, recibió el regalo de un boleto de avión a Cuzco, vía Lima, sin fecha límite para el regreso. Cuzco era el aeropuerto más cercano a Jahara, como le señalaban Erith y Dom en la carta, y, como Bliss había estado tan enferma, le enviaban dinero para que pasara la noche en un hotel de Lima antes de proseguir con el viaje. En la carta incluyeron el nombre y debía ser muy caro, imaginó Bliss entonces, si costaba todo ese dinero tan sólo pasar una noche allí.

Puesto que el boleto de avión no estaba fechado, Bliss podía decidir cuándo quería usarlo. Y, de hecho, en ese momento no quería otra cosa más que estar en otra parte que no fuera Ash Barton. Últimamente, no tenía suerte. Apenas había regresado a su trabajo en la biblioteca cuando, sin hacer nada para merecerlo, se resfrió. Claro, a pesar de las protestas de su padre y su madrastra, fue a trabajar. Aunque no por mucho tiempo. Estuvo a punto de desmayarse, su jefe lo notó y la envió de regreso a casa, advirtiéndole que no volviera a trabajar a menos que estuviera completamente restablecida.

Bliss estuvo bastante bien la mañana de su cumpleaños, y permitió que Ned Jones la llevara a dar una vuelta. Sin embargo, sabía que éste empezaba a mostrar un interés romántico por ella, a pesar de que Bliss sólo lo consideraba un amigo.

Esa noche las cosas se deterioraron cuando, de regreso a casa, Ned trató de besarla. En ese momento, Bliss no sintió otra cosa por Ned más que irritación y, muy enojada, se despidió de él y entró en su casa.

Esa noche, mientras hacía esfuerzos por dormir, se dio cuenta de que le sentaría muy bien irse de Ash Barton. No quería herir a Ned, quien se portó siempre bien en los momentos difíciles, pero ya no podía seguir siendo su amiga después del beso de esa noche y no quería decirle que ya no deseaba volver a verlo.

Sí, se iría de viaje. Se emocionó, pues ese mismo día había recibido el regalo de Erith y Dom. Su decisión estaba tomada: viajaría a Perú.

Claro, como pensaba que su hermana y su cuñado aún estarían de luna de miel, no tenía intenciones de entrometerse en su intimidad. Iría a visitarlos, claro, pero no de inmediato.

Bliss se pasó el resto de esa noche de insomnio haciendo planes. Primero, tuvo que considerar su empleo. Como el doctor Lawton no quería que ella volviera al trabajo todavía, Bliss tenía un permiso por enfermedad. Sin embargo, en una semana o dos sería dada de alta. Y como en la biblioteca aún no había pedido vacaciones, Bliss estaba segura de que al señor Barnham, su jefe, no le importaría que ella se tomara tres semanas de vacaciones si después volvía a trabajar completamente sana y descansada.

Luego, Bliss pensó en el dinero para financiar su aventura. Tampoco le pareció que eso fuera un problema. Su padre y Jean, su madrastra, le regalaron mucho dinero en su cumpleaños y, como hacía cuatro meses que ella estaba bastante enferma, no había gastado su salario.

Además, tenía sus ahorros. Recordó cómo ella, Erith, su padre y Jean reunieron sus recursos para poder pagar el viaje de Erith a Perú y que ésta buscara a Audra. Bliss sonrió al recordar cómo su encantador cuñado señaló que, puesto que ellos fueron muy generosos al reunir el dinero suficiente para enviarle a su adorada Erith, lo menos que él podía hacer era devolver cada centavo.

Al parecer, Dom era muy rico y se pasó horas en discusión privada con el padre de las chicas. Sin embargo, fue Erith quien le comentó a Bliss que Dom quería enviarle dinero.

– No lo necesito -protestó Bliss-. Dom ya insistió en que tomara el dinero que aporté para tu viaje a Perú… cualquier otra cosa sería tomar ventaja.

– Le dije a Dom que eso dirías -rió Erith.

Bliss no estuvo segura de cuál sería la reacción de su familia al enterarse de que se iría a Perú, mas como creía tener el dinero suficiente, se lo anunció a la mañana siguiente.

– ¿Crees que ya estás bien? -se asustó su madrastra.

– Me siento restablecida -afirmó Bliss con una sonrisa amable, harta ya de que se la tratara como a un inválida.

– Hazle saber a Erith la fecha de tu llegada -intervino el padre y Bliss buscó la forma de no decirle una mentira.

– Se la avisaré en el momento en que yo sepa a qué hora llegaré a Cuzco -le aseguró la chica… y, dos semanas más tarde, salió de Inglaterra y fue a Perú.

Y ahora, allí estaba, pensó Bliss al salir de su cuarto y bajar al restaurante del hotel: El capitán de los camareros la vio de inmediato y le sonrió al acercarse.

– Buenas noches, señorita. ¿En dónde le gustaría sentarse? -inquirió y miró con admiración los hermosos rasgos y el cabello de Bliss, a pesar de que intentaba conservar su reserva profesional.

– Donde me senté anoche -contestó Bliss sin pensar y estuvo a punto de recordarle el sitio, cuando el hombre la condujo a la mesa correcta-. Gracias -sonrió antes de tomar la minuta.

– Buenas noches, señorita -saludó otra persona y Bliss se dio cuenta de que se trataba del señor Videla.

– Buenas noches -contestó con calidez. La noche anterior, había pasado una hora agradable charlando con él y su esposa en el recibidor del hotel. Bliss todavía le sonreía con amabilidad, cuando en ese momento entró en el restaurante un hombre como de treinta y cinco años. Este se acercó a la mesa de Bliss, quien reconoció de inmediato que había algo aristocrático y autoritario en su actitud. Cuando el extraño estuvo cerca de su mesa, el señor Videla, un hombre de casi treinta años, preguntó:

– ¿Tiene alguna objeción para que yo comparta su mesa, señorita?

– Claro que no -Bliss sonrió al oír la rebuscada fraseología. Escuchó que el desconocido de cabello oscuro rezongaba con desprecio, y notó que sus ojos, color gris acero, la miraban con frialdad inimaginable.

Bliss dejó de sonreír y el extraño prosiguió su camino, arrogante, mientras el señor Videla tomaba asiento. Bliss de pronto adivinó a qué se debió ese gruñido de desprecio. Sin importar cuál era la nacionalidad del hombre de los ojos grises, una cosa era segura… ese extraño sabía inglés. Así, al oír que el señor Videla le preguntaba si podía sentarse con ella, asumió que éste estaba tratando de seducirla. Y era claro que, al oír su respuesta, el hombre asumió que a Bliss no le importaba coquetear en público con los hombres.

Bliss tuvo deseos de levantarse y de acercarse a ese cerdo arrogante, para preguntarle quién demonios creía que era para mirarla con desdén. Sin embargo, por el rabillo del ojo descubrió que ese hombre se sentaba bastante lejos, así que decidió que no se rebajaría de ese modo. En vez de eso, siguió charlando con el señor Videla y le preguntó cómo estaba su hijo, un niño de tres años que había sido operado del oído en Lima.

– Está sanando bien, pero hoy lloró mucho -sonrió el señor Videla.

– Lo lamento.

– Manco quiere ir a casa, pero es imposible y le está haciendo la vida difícil a su madre -confesó-. Y esa es razón por la que mi esposa no… puede ni quiere aparecerse hoy en el restaurante.

– ¿Ella también ha estado llorando? -adivinó Bliss, compasiva.

– Mi esposa es muy valiente -comentó el señor Videla con orgullo-. No fue sino hasta que dejamos a Manco en el hospital que mostró que estaba destrozada… ha estado llorando desde que lo dejamos hasta hace media hora. Ahora está dormida.

Bliss mostró simpatía genuina por el niño y esa pareja. Mientras ordenaban la cena, charlaron acerca de varias cosas. Cuando terminaron de cenar, se dispusieron a levantarse al mismo tiempo.

A Bliss le agradó mucho tener la compañía del señor Videla, así que sonrió al tomar su bolso. Sin embargo, su sonrisa desapareció al ver los ojos gris acero del hombre que la había mirado con desdén antes. A pesar de que éste estaba del otro lado de la habitación, Bliss sé dio cuenta de que su expresión era igual de fría. Era obvio que pensaba que, ahora que ya había cenado con un hombre a quien nunca antes había visto, Bliss estaba a punto de acostarse con él. “Bueno, pues que piense lo que quiera”, se dijo la chica con enojo. Tomó su bolso y, junto con el señor Videla, salió del restaurante.

Al llegar a los ascensores, se despidió del señor Videla y subió a su habitación. Pronto se olvidó de él y del desconocido de los ojos grises, al pensar en lo que había planeado para el día siguiente.

Bliss despertó temprano a la mañana siguiente, pues quería visitar la tumba Real Mochica, de mil quinientos años de antigüedad, recientemente descubierta. Estaba a unos seiscientos kilómetros de Lima y se decía que tenía más oro que la tumba de Tutankamón. Bliss tomó un avión para llegar allá, aunque sabía que bastantes piezas de oro estaban en Alemania para ser restauradas. Sin embargo, tenía la esperanza de ver algo interesante. Al bajar del avión, tomó un auto para recorrer el trayecto más pesado al sitio arqueológico de Moche. Además, cerca, en Lambayeque, podría ver las reliquias de la tumba del Señor de Sipán.

Todas las personas con quienes Bliss se encontró ese día fueron muy amables. Después de pasar tanto tiempo en las ruinas, que se extendían a lo largo de dos acres, Bliss casi perdió el avión de regreso. Llegó a Lima con los ojos brillantes por la alegría y la emoción.

Todavía estaba contenta cuando se puso un vestido rojo que hacía resaltar su cabellera, y bajó a cenar.

Por primera vez, con tantas maravillas en su mente, extrañó la compañía de alguien con quien charlar. Le habría encantado discutir el descubrimiento de la tumba del sacerdote guerrero con alguien a quien también le apasionara la arqueología.

Pero no hubo nadie, ni siquiera el señor Videla. Ni siquiera él… el hombre de los ojos de color gris acero. ¡Claro que ella jamás querría charlar con él!

Conteniendo el impulso de llamar por teléfono a su hermana, Bliss terminó su solitaria cena y pensó que tal vez los Videla ya no estarían en el hotel. Quizá, con suerte, él tampoco estaría ya. Sin embargo, la prueba de que los Videla seguían hospedados allí apareció cuando Bliss se encontró con el señor Videla y su esposa en la recepción del hotel.

– Hola -los saludó con una sonrisa y, al verlos tan contentos, se aventuró a añadir-: Parecen estar alegres.

– Lo estamos -sonrió la señora-. Manco saldrá del hospital mañana y entonces podremos volver a casa.

– ¡Qué espléndida noticia! -comentó Bliss y charló con ellos durante unos minutos antes de despedirse.

Mientras la señora Videla se dirigía a las tiendas del hotel para buscar un regalo para su hijo, Bliss se acercó a los ascensores. En ese momento, supo que el hombre de la helada mirada continuaba hospedado en el hotel, y en ese momento también, el señor Videla se acercó de nuevo para preguntarle:

– ¿Disfrutó de las ruinas de Sipán hoy?

– ¡Oh, sí! -exclamó Bliss con entusiasmo y sus ojos brillaron de inmediato… hasta que notó la gélida mirada del hombre que escogió ese preciso instante para pasar a su lado y escucharlos. Sus miradas se encontraron y Bliss lo miró con desdén a su vez-. Pero no me deje comentarle nada al respecto, porque de lo contrario las tiendas cerrarán antes deque yo haya terminado de relatarle mis impresiones.

Al día siguiente, Bliss fue a visitar más ruinas. Esta vez no tuvo que viajar tan lejos, porque el trayecto era sólo de quince kilómetros y pudo hacerlo en taxi. Fue a otro sitio recientemente descubierto también, el sitio arqueológico de El Paraíso, que databa de dos mil años antes de Cristo. Los expertos aún no sabían si considerarlo como arquitectura sagrada o doméstica.

Bliss volvió al hotel pensando que si los expertos aún no lo sabían a ciencia cierta, entonces ella tampoco podía dar su opinión.

Fue a cenar y supo que ya no vería a los Videla. Sería agradable si tampoco lo viera a él. Y no tenía idea de por qué el hombre de la mirada de hielo había sido clasificado por su mente como él, pero lo olvidó al pedir su comida, pues tenía mucha hambre.

Al salir del comedor, de nuevo se resistió a la tentación de llamar a su hermana y fue a una tienda donde vendían tarjetas postales. Escogió algunas para mandarlas a Inglaterra.

Ya se dirigía al área de los ascensores mientras contemplaba la postal de un tumi de oro y turquesa, el cuchillo ceremonial, cuando de pronto chocó contra alguien.

Con alguien que sabía que Bliss no entendía ninguna de las lenguas habladas en Perú, como se percató ella al escuchar una irritada reclamación:

– ¿Por qué demonios no ve por dónde camina?

En el segundo que tuvo antes de recuperar el equilibrio y alzar la vista, Bliss ya sabía a quién pertenecía esa fría voz. ¡No se equivocó! Se encontró con los ojos grises que relampagueaban de enojo. Claro que no por nada ella era una pelirroja.

– ¿Y por qué demonios no aprende usted a ser más educado? -explotó con furia. Sin importarle si lo tiraba al suelo o no, aunque eso sería algo difícil pues el hombre era muy alto y musculoso como para que alguien tan delgado como ella pudiera tener semejante éxito, Bliss se pasó de largo. Demasiado enojada como para esperar el ascensor, se dirigió a la escalera. Era increíble que, habiéndose encontrado con muchísimas personas amables en Perú, ella tuviera la desgracia constante de toparse con él.

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