Los pensamientos que acompañaron a Bliss durante gran parte de la noche, de nuevo la asediaron al despertar.
Por la madrugada la invadió toda una gama de emociones. Esperanza, celos, desesperación, vergüenza. Quin la deseó. Aunque no estuviera segura de nada más, podía estarlo de ello. Sin embargo, la rechazó. ¿Por qué?
¿Acaso ella se mostró demasiado deseosa y disponible? ¿Acaso él prefería conquistar a las mujeres? ¿Le hizo Bliss muy fáciles las cosas? De pronto, ya no pudo soportar más pensamientos humillantes, pero se torturó aún más cuando se preguntó si Quin no había cambiado de idea por causa de Paloma Oreja. ¿Pensó él de repente en Paloma, su amor perdido, y sintió una fuerte y poderosa repugnancia al ser desleal a ese amor?
Bliss sabía que nunca podría volver a dormir. Salió de la cama para bañarse y lavarse el cabello. ¿Qué pasaría ahora con ella? A pesar de que en la casa de la playa aseguró que había decidido esperar a que el momento fuera el adecuado, no decidió nada cuando estuvo en brazos de Quin. Sólo… sucedió.
Salió del baño con el deseo de ya no pensar más en el asunto. Pero estaba tan herida que fue imposible. Se habría entregado a Quin si él se lo hubiera pedido… pero él la rechazó. Después del abandono que experimentó en brazos de él, Bliss no sabía cómo podría verlo a los ojos ahora.
No encontraba ninguna solución para su dilema. Entonces, cuando fue al tocador para buscar su cepillo, vio algo que no notó antes. Allí estaba el libro que ella había dejado caer en la casa de playa hacía dos días.
Se sonrojó mucho al descubrir el motivo por el cual Quin llamó a su puerta la noche anterior. Debió estar caminando cerca de la casa de playa y encontró el libro. ¿Qué era más natural que hubiera ido a su cuarto para devolvérselo?
Oh, no, se lamentó Bliss. De no ser porque estuvo tan tensa respecto a él, tan sólo le habría dado las gracias y ese hubiera sido el final de la cuestión. Pero no… Incapaz de soportar más, Bliss tomó su secadora. Sin embargo, no logró acallar sus pensamientos con el ruido del aparato como lo esperó.
Su cabello brillaba mucho y ella se había puesto un vestido elegante en dos tonos de verde. Faltaban todavía doce minutos para que llegara la hora en que solía presentarse a tomar el desayuno.
Doce minutos después y con más valor del que jamás imaginaría el hombre que ella amaba, Bliss salió de su cuarto. No se iba a esconder… ¿para qué? Amaba a Quin y estaba muy herida por él. No obstante, no permitiría que él se preguntara por qué no iba a desayunar como siempre. Era obvio que Quin relacionaría su ausencia con lo ocurrido la noche anterior, y eso era algo que el orgullo de la joven no podía dejar que sucediera.
Llegó a la puerta del desayunador y entonces se dio cuenta de que era inevitable sentirse dolida. Eso fue obvio desde que ella tuvo el mal tino de enamorarse de ese hombre. Inhaló hondo para tranquilizarse y abrió la puerta con la esperanza de que Quin ya hubiera desayunado y estuviera ahora en la oficina. Sin embargo, no fue así.
– Buenos días -saludó Quin con cortesía al verla entrar.
– Buenos días -contestó y logró sonreír con frialdad al tomar asiento. Temblaba toda en su interior, pero si sus manos no lo revelaban, nadie se percataría de su turbación-. Buenos días, señora -le sonrió a la señora Gómez, aliviada al ver que también estaba en la habitación.
Claro que el ama de llaves sólo se quedó el tiempo necesario para servir el café y el pan tostado. El silencio reinó en el cuarto cuando se marchó. Bliss alargó una mano para tomar una rebanada de pan y se alegró al ver que sus manos no temblaban.
Se dio cuenta de que ese era el momento en el que debía anunciar con frialdad, calma y sin emoción, su partida.
– Yo… -se interrumpió cuando Quin también empezó a decir algo-. Perdón -se disculpó con educación y permitió que él dijera primero lo que quería.
– Estaba a punto de comentarte acerca de las ruinas incas de Tambo Colorado… dicen que son las mejor conservadas que se sitúan en costa del Perú.
– ¿Ah, sí? -dijo Bliss con un interés que no era cien por ciento genuino, como lo habría sido alguna vez.
– Parece ser que los frescos en los muros son sorprendentes -la informó con seriedad.
– No me digas -murmuró-. ¿Están lejos de aquí? -preguntó aunque esa no fue su intención.
– Como a cincuenta kilómetros -contestó Quin de inmediato. Sin quitarle la vista de encima, inquirió con naturalidad-. ¿Quieres ir?
Por supuesto que no, ordenó el cerebro de Bliss.
– Mmm… ¿cuándo? -preguntó, a pesar de que intentaba decirle que se iba a marchar en una hora.
– Esta mañana… -él consultó su reloj-. Como dentro de una hora.
– ¿Y qué pasará con tu trabajo? -cuestionó mientras trataba de rechazar la invitación… y la oportunidad de pasar unas cuantas horas más en su compañía.
– ¿Qué hay con mi trabajo?
Auxilio, quiso gritar Bliss.
– No tienes que llevarme…
– Quiero hacerlo -interrumpió Quin y su tono pareció ser un poco más cálido que antes.
Bliss dudó, pero sabía que estuvo perdida desde el instante en que Quin le hizo la invitación.
– Gracias -aceptó.
Regresó a su cuarto ya limpio después del desayuno, recordando una y otra vez la afirmación de Quin: “Quiero hacerlo”. Maldijo su debilidad de no poder decirle que no, a pesar de que era consciente de que con sus acciones tan sólo sufriría más.
Tuvo mucho tiempo antes de verlo de nuevo y no dejó de maldecirse por no salir de esa casa y huir a toda velocidad a Inglaterra. Empezó a dudar de que el deseo de Quin de llevarla a ese lugar fuera sincero. ¿No era obvio que el único motivo por el cual la llevaba a Tambo Colorado era por respeto a su amigo Dom? Como Dom y Erith tuvieron que marcharse a Francia con tanta precipitación, era evidente que Quin considera que era su deber ponerse a la disposición de Bliss.
En ese momento la chica empezó a enfadarse y deseó más que nunca haber rechazado la invitación y llevar a cabo sus planes, como fue su decisión antes de ir a desayunar. A la hora indicada, salió de su habitación, poco contenta ante la perspectiva de ver a Quin y queriéndolo odiar. Era cierto que él nunca le pidió que se enamorara de él y lo más probable era que recibiera una fuerte impresión si se enteraba de ello. Claro que Bliss se aseguraría de no hacerle ninguna insinuación al respecto.
Bliss se reunió con Quin en el auto, sin decir nada. Supuso que debía agradecer el hecho de que, como Quin estaba acostumbrado a que las mujeres se derritieran en sus brazos cuando las besaba, él no imaginara que había nada extraordinario en la forma en que Bliss reaccionó la noche anterior.
Maldita sea, pensó Bliss, enamorada de él a pesar de todo.
La visita a Tambo Colorado no fue un éxito. El amar a Quin no evitaba que Bliss sintiera antipatía por él al mismo tiempo. No hubo ninguna señal de deshielo en el ambiente y Bliss decidió que la calidez que creyó percibir durante el desayuno, fue sólo producto de su imaginación.
No obstante, Quin observó que el entusiasmo de la chica por la arqueología decaía.
– ¿Ya viste todo lo que querías ver? -inquirió con sequedad. Bliss se dio cuenta de que su alegría por admirar Machu Picchu, una visita que parecía estar a años luz del presente, había desaparecido por completo.
– Sí, muchas gracias -fue cortante. Sabía que Quin merecía un agradecimiento más cálido por haberle hecho un favor esa mañana, pero no pudo dárselo al ver que él estaba tan frío.
El trayecto de regreso a casa fue tan silencioso como el de ida. Bliss no tenía nada que decirle… y fue obvio que Quin sentía, lo mismo…
Llegaron a la hora del almuerzo y Bliss creyó que Quin haría todo lo posible por alejarse de ella. Así que recibió una gran sorpresa cuando lo oyó anunciar:
– Te veré en el comedor en diez minutos.
Bliss permaneció en su cuarto y, después de cinco minutos, adivinó el motivo por el cual Quin le dijo eso. Era muy claro que, como su anfitrión, Quin sentía la responsabilidad de asegurarse de que la chica comiera tres veces al día.
De nuevo, Bliss tuvo que armarse de valor para ir al comedor. Quin ya estaba allí cuando ella llegó.
– ¿Puedo ofrecerte algo de tomar? -inquirió él con cortesía.
– No, gracias -contestó con amabilidad. La comida era excelente, aunque a Bliss no le supo a nada. Esas pocas palabras fueron conversación que hubo entre ambos mientras comían.
Ya estaban tomando el postre y Bliss probaba la mazamorra morada, que era una especie de jalea morada con cerezas, chabacanos y anís, cuando la señora Gómez entró en el comedor con un recado para Quin. Bliss prestó atención a su plato mientras los dos charlaban, y todavía la jalea le parecía ser muy interesante cuando Quin se dirigió a ella, después que el ama de llaves los dejó a solas.
– Hay un pequeño problema en la fábrica… con tu permiso -comentó con frialdad.
– Por supuesto -sonrió Bliss con fría educación.
Quin se levantó de la mesa sin dejar de contemplarla.
– Mmm… -vaciló-. Tal vez te gustaría acompañarme… así podrías conocer la planta.
Si su invitación hubiera sido hecha con un poco más de calidez, Bliss habría aprovechado la ocasión de inmediato. Quería conocerlo todo acerca de Quin, saber cómo pasaba el día y estar al tanto de todos los detalles antes de irse. Deseaba ser capaz de imaginarlo en su trabajo, pero…
– Es muy amable de tu parte -contestó con serenidad-, pero, de hecho… -se dirigió al aire. Quin ya no estaba en la habitación.
Bliss esperó a estar segura de que él se había ido en su auto y entonces dejó de fingir que quería seguir comiendo. Se fue del comedor y entró en su cuarto… con ganas de gritar.
No quería que Quin jugara a ser el anfitrión atento, pues así sentía el deber de mantenerla divertida. Maldición, se dijo Bliss. Estaba frustrada por lo que nunca sería… Quin jamás la amaría y al parecer ella ni siquiera le agradaba. Entonces, la invadió el pánico.
Bliss recordó que ya sólo le quedaban dos días en esa casa. A pesar de que Quin dijera lo contrario, sabía que se pondría feliz cuando ella se marchara. Tal vez ese era el motivo por el cual Bliss todavía no se había ido… sabía que su corazón se rompería al hacerlo.
Más confundida que nunca, Bliss se lavó la cara y las manos, se puso pantalón y camisa ligeros y un poco de maquillaje. Su parte débil ansiaba haber acompañado a Quin, siempre ansiaría estar con él dondequiera que fuera. Y la parte fuerte se desesperaba al ver que había perdido toda su sensatez anterior.
A punto de echarse a llorar de nuevo, salió de la habitación, obedeciendo al impulso de estar en otra parte. Se detuvo fuera de la sala de estar, donde a veces descansaba media hora. Pero el pensar en sentarse a leer una revista le pareció absurdo. Estaba demasiado agitada como para quedarse sentada.
Bliss fue a la playa y empezó a patear la arena, furiosa, pues sabía que podía ser muy dichosa en ese sitio y que, sin embargo, tendría que marcharse.
Recorrió un trecho largo y decidió regresar. Como no quería entrar todavía a la casa, se dirigió a la casa de la playa.
Apenas entró, la inundó el recuerdo de dos días antes, cuando Quin la encontró allí y la besó con suavidad. Sin embargo, ese hermoso recuerdo quedó opacado por otro: el recuerdo de cómo ella dejó caer el libro y de cómo el día anterior Quin fue a su cuarto a devolvérselo.
Bliss fue asediada una vez más por la vergüenza. De pronto, se dio cuenta de que su indecisión ya había terminado. Pronto estaría a bordo de un avión para ir a Inglaterra. Era cierto que todavía faltaban dos días para su partida, pero como no iría a Jahara puesto que Erith no estaba allí y como ya no le causaba la menor emoción conocer Ollantaytambo ni ningún otro sitio, la única opción que le quedaba era la de volver a su país.
Supuso que necesitaría la ayuda de Quin para reservar su boleto de avión a Lima y decidió que se la pediría esa noche, durante la cena. Mientras tanto, sería mejor que empezara a hacer su equipaje.
Bliss salió de la casa de playa y al entrar en la casa de Quin se dio cuenta de que la atenta Leya la esperaba.
– Té, señorita -sonrió, siempre ansiando complacer a Bliss, y señaló en dirección de la sala de estar, donde a veces Bliss tomaba el té de la tarde.
La chica sintió que sería muy grosero negarse, así que le sonrió y le dio las gracias. Además, un retraso de quince minutos no haría la menor diferencia para guardar su ropa.
Bliss fue al cuarto de estar y se sirvió una taza de té. Pero estaba tan nerviosa que no pudo quedarse quieta. Quin todavía no regresaba… Demonios, ¿por qué no podía dejar de pensar en él? Siempre ocupaba sus pensamientos… ¿Acaso él no estaba en casa porque ella estaba allí?, se preguntó una, vez, y luego trató con desesperación de concentrarse en otra cosa.
Dejó la taza en la mesa del teléfono y, sólo para quitarse a Quin de la mente, alzó el auricular y se concentró para si podía recordar el número telefónico de su hermana.
Sabía que Erith no estaría allí. Ni siquiera estaba segura de estar marcando los números correctos. Mas estaba tan deprimida que eso no le importó.
Bliss ya estaba preparada para disculparse por haber marcado un número equivocado y no tomó en cuenta que, si contestaba el ama de llaves de Erith, de todos modos no la entendería en absoluto. En ese momento, alguien contestó:
– ¿Bueno?
Hubo algo muy conocido en esa voz y Bliss se olvidó por un momento de Quin al preguntar:
– ¿Erith? -recibió una fuerte impresión al oír a Erith, quien, aliviada, cambió de inmediato al inglés.
– ¡Gracias a Dios que eres tú! -exclamó entre risas, reconociendo a Bliss de inmediato. Mientras ésta se recuperaba de la sorpresa de que su hermana ya había vuelto de Francia, Erith prosiguió-: El teléfono sonó justo cuando yo estaba pasando al lado, y descolgué el auricular dispuesta a que mis oídos fueran bombardeados en español.
– Vaya, fuiste muy valiente -sonrió Bliss-. Claro que, conociéndote, no pasará mucho tiempo antes de que empieces a aprender la lengua -añadió con calidez.
– Cierto -asintió Erith-. De hecho, empezaré con mis clases la semana próxima. Dom me enseña una frase nueva todos los días… es un maestro maravilloso y paciente -susurró con suavidad. Parecía tan feliz, tan enamorada y tan amada que a Bliss se le llenaron los ojos de lágrimas-. Bueno, ¿qué has hecho tú? -inquirió entonces Erith.
Pero Bliss no quería hablar de sí misma.
– Espera, ¿cuándo volviste?
– ¿Llamaste antes… mientras estuvimos fuera? -preguntó a su vez Erith-. Estuvimos en Cuzco y…
– Perdón, ¿Cuánto hace que volviste de Francia? -aclaró Bliss y quedó confundida al oír la respuesta de su hermana.
– ¿De qué estas hablando, Bliss? ¡No hemos estado en Francia!
– No han estado… -Bliss no pudo entender nada-. Pero tú… pensé… -se interrumpió.
– Tienes que cuidarte de la arqueología, hermana -rió Erith-. Supongo que, como no has visto, leído ni pensado en otra cosa, ya tienes un tornillo menos en la cabeza. Francia estuvo en el itinerario de nuestra luna de miel, pero volvimos pronto a Jahara -de nuevo volvió a hablar con suavidad-. Pero eso ya lo sabías. ¿Por qué pensaste que nos habíamos marchado de nuevo? No hemos pasado una sola noche lejos de Jahara desde que volvimos.
– Yo… bueno… -a Bliss le estaba costando mucho trabajo entender lo que comentaba su hermana-. Claro… debo estar algo confundida hoy -bromeó. Sin embargo, por instinto, no quiso disminuir en ninguna forma la felicidad de su hermana-. De alguna manera me metí en la cabeza que la madre de Dom los estaba esperando para…
– Estás en lo cierto -intervino Erith-. Nos espera para su cumpleaños, que será en octubre.
– Pues… supongo que está bien, ¿verdad? -la cabeza le dio vueltas y apretó el auricular con fuerza mientras se preguntaba qué demonios estaba sucediendo.
– Creo que no se ha enfermado ni un solo día en toda su vida -replicó Erith-. Dom la llamó ayer, de hecho… está en perfecta salud.
– Qué bueno -murmuró Bliss. Tuvo que creer, aunque le pareció algo imposible, que Quin Quintero le mintió cuando dijo que Dom y Erith fueron a Francia, al enterarse de que la señora estaba muy enferma.
– Bueno, cuéntame qué has hecho. No -Erith cambió de idea-. No quiero que me lo relates por teléfono. Puedes contármelo en persona cuando vengas aquí. Vas a venir a vernos, ¿verdad? -preguntó un tono que no admitía lo contrario, a menos que se tratara de un motivo excepcional.
– ¿Qué te parece mañana? -sugirió Bliss sin pensar todavía con claridad.
– Nos veremos en el aeropuerto de Cuzco. ¿En dónde estás ahora?
A Bliss no le gustaba mentirle a su hermana… pero nunca antes se había enamorado. Y aunque al parecer Quin era un mentiroso y una rata de primer orden, lo amaba y su amor iba de la mano con su lealtad.
– Estoy cerca de Nazca -mintió.
– Sabía que no te perderías las líneas de Nazca -rió Erith.
– Te llamaré mañana cuando sepa a qué hora llega mi avión -declaró Bliss y, después de un momento, colgó. Estaba totalmente pasmada.
Así permaneció durante algunos minutos. Aún no podía asimilar lo que era evidente. Si Erith no estuvo en Francia, si la madre de Dom gozaba de una excelente salud, entonces Quin había mentido.
Trató de considerar la cuestión desde varios puntos de vista y la res puesta era la misma. Quin le mintió cuando le dijo que Erith y Dom habían salido de Perú para ir a Francia. Bliss empezó a enfadarse muchísimo. Y se alegró de ello pues, sin la furia, no habría hecho nada. Era obvio que Quin la subestimaba mucho, si pensaba que podía contarle lo que le viniera en gana.
Bliss no entendió por qué le convino contarle semejante mentira. Ella no estaba muy contenta por haberle mentido a Erith, pero, ¿y la mentira de Quin? Fue un desvergonzado al mentirle. Sabía muy bien que su hermana y cuñado no tenían planes para irse de Jahara.
Fue en ese momento que el orgullo de la chica tomó la delantera.
Reconoció que en materia de orgullo había mostrado mucha debilidad… pero ya no. Ahogó un sollozo y salió del cuarto de estar para ir a su habitación.
Había tenido la intención de pedirle a Quin, esa noche, que la ayudara a conseguir un boleto de avión para el día siguiente. Rezongó. No esperaría al otro día, ni a esa noche. Saldría de esa casa en ese momento.
Sacó la maleta del enorme armario y la arrojó a la cama. Pensó en cómo le diría a la señora Gómez que necesitaba un taxi de inmediato, una vez que terminara de hacer su equipaje.
Bliss estaba lanzando sus pertenencias con enfado a la maleta. Le daba la espalda a la puerta mientras iba de la cama al armario. En su ira, no escuchaba los sonidos ligeros, así que ignoró del todo que un hombre alto, fornido y de ojos grises había abierto la puerta y ahora la observaba con detenimiento, en silencio.
“Maldito Quin Quintero, maldito sea”, seguía diciéndose la chica. Cuánto se alegraría cuando ya no tuviera nada que ver con él. Si no podía conseguir un vuelo esa misma noche, entonces prefería pasar la noche en un hotel en Pisco, antes que estar una noche más en la casa de Quin. ¿Cómo se atrevía él a hacer algo semejante? ¿Cómo…? Se volvió, y vio al hombre que estaba de pie junto a la puerta. Se detuvo en seco y, entonces, dirigió todo su odio hacia él.
– Gracias por llamar antes de entrar -le espetó y no le importó nada ver que él apretaba la mandíbula al oír su tono de voz.
Bliss no supo si lo había hecho enfadarse o no, pues Quin controló muy bien su furia. La miró a los ojos y dijo con calma:
– Parece… que… tienes prisa.
– Se podría decir que sí -replicó Bliss, cortante. Lo odiaba más porque el simple hecho de verlo la debilitaba en su decisión.
– ¿Piensas… marcharte? -preguntó él con calma.
– Tienes una calificación de diez en observación -comentó la joven con sarcasmo y no pudo creer que había oído en realidad el siguiente comentario.
– ¿Y si no estoy dispuesto a dejar que te marches? -fue abrupto al hablar.
¡Eso era el colmo!
– En dos palabras, qué lástima -se acaloró Bliss. Supo que eso no le gustó a Quin, pues lo vio apretar las manos por un momento. Bliss le dio la espalda para buscar algo más en su armario, pero se percató de que Quin estaba tratando de adivinar lo que la había puesto tan furiosa.
Bliss tuvo que detenerse de nuevo cuando Quin tuvo la audacia de hacerle ver:
– ¿Y cómo crees que irás a Lima sin mi ayuda?
Fue evidente para Bliss que Quin le estaba haciendo las cosas difíciles de propósito, para devolverle el comentario que tanto le disgustó. Sin embargo, ella no estaba dispuesta a ser tratada así por nadie, así que alzó más la barbilla y le anunció con voz pétrea.
– Si fuera a Lima, sin duda llegaría allá sin necesitar de tu valiosa ayuda. No obstante…
– ¿No irás a Lima? -interrumpió al entender la insinuación de Bliss. Esta aún no quería decirle a dónde pensaba ir, y el comentario se le escapó.
– No, iré allá -contestó con frialdad. De pronto, se preguntó por qué tenía que ser un secreto-. Iré a Cuzco, de hecho.
Bliss supo, en el momento en que pronunció la palabra “Cuzco”, que Quin adivinó con rapidez de qué se trataba toda la situación. De pronto, se quedó inmóvil, a la expectativa. La miró con detenimiento durante unos minutos.
– ¿A Cuzco? -repitió.
Bliss decidió que le haría las cosas más difíciles y que le aclararía que ya estaba al tanto de todo.
– Para ser más precisa, a un lugar llamado Jahara -observó con voz helada-. Tengo una hermana que vive allá -le informó-. La llamé hace poco -vio que los ojos de Quin se entrecerraban, pero de todos modos le fue imposible saber qué pensaba. Bliss ya no podía controlarse más, aunque logró añadir con profunda acidez-: Dada la gravedad de la enfermedad de su suegra, me sorprendió enterarme de que había regresado de Francia más pronto de lo que supuse.
Transcurrieron largos segundos mientras los dos se miraban. Quin aún tenía una expresión insondable. Por fin, cuando pareció que una eternidad transcurrió, dijo:
– Parece que… debo… darte una explicación.
“Y no puedes ser más magnánimo”, pensó Bliss. Su furia, a pesar de la facilidad con la que Quin la debilitaba, despertó de nuevo. Sus ojos verdes lanzaron chispas de rabia cuando lo encaró.
– ¿Qué diablos te hace siquiera suponer que estoy interesada en lo que tengas que decir? -explotó.
– No hay ningún motivo para que lo estés -concedió él con la mandíbula apretada-. Pero créeme que no irás a ninguna parte hasta que me hayas escuchado -declaró y Bliss se quedó pasmada. Abrió la boca para informarle de su opinión, a pesar de que el tono de Quin no admitía réplica. Sin embargo, se tardó demasiado, pues el peruano prosiguió, en tono orgulloso-. Señorita, me haría un gran favor si se reuniera conmigo en el cuarto de estar.
Con eso, se volvió y se fue. Bliss se quedó incrédula y se preguntó cómo, de pronto, parecía que ella era la culpable de lo que pasaba.