Bliss durmió muy bien esa noche, pero cuando despertó a la mañana siguiente aún se sentía cansada. Tardó más de lo acostumbrado en levantarse y descubrió que tenía que hacer un gran esfuerzo para arreglarse.
Se bañó, se vistió y trató de concentrarse en su visita a la ciudad inca de Ollantaytambo, pero descubrió que ya no sentía ningún entusiasmo por ir.
Bajó a desayunar, perpleja. No sabía dónde estaban la energía y el ánimo que sintió el día anterior al estar en Ollantaytambo. Entró en el restaurante del hotel y vio a Quin que tomaba una taza de café. Ya había terminado de desayunar.
Hacía unos días, Bliss lo habría ignorado y habría ido a otra mesa. Sin embargo, ese hombre le agradaba mucho ahora. Se acercó a su mesa. Como él ya la había visto, se puso de pie para saludarla.
– Buenos días -saludó Bliss-. ¿Puedo sentarme contigo? -inquirió, repitiendo la pregunta que Quin le hizo el día anterior.
La respuesta que él le dio fue acercarle una silla. No obstante, muy pronto Bliss deseó haberlo dejado terminar de desayunar solo. Pues pronto Quin notó qué Bliss sólo tomó café y jugo de fruta, y empezó a hacer comentarios al respecto.
– ¿No tienes hambre esta mañana?
– A veces me pasa -negó con la cabeza y pensó que eso terminaría con el asunto. Pero Quin Quintero prosiguió con el interrogatorio.
– Esta costumbre de no siempre querer desayunar es muy reciente insistió con expresión adusta.
– ¿Reciente? -no lo entendía en absoluto. Algunas personas tomaban un gran desayuno y otras no.
– Desde tu enfermedad -aclaró.
– ¡Demonios! -exclamó Bliss. No quería que nadie la molestara-. Muchas personas no desayunan. Para esa gente el pensar en comer algo antes del mediodía es un absurdo. De cualquier modo…
– Sin embargo, yo te he visto comer y disfrutar un plato de huevos revueltos con jamón muy temprano -la interrumpió.
Bliss lo observó con fijeza.
– Bueno, pues hoy no tengo hambre -lo desafió. Como Quin no hizo otro comentario y como el día anterior Bliss pasó un día muy agradable a su lado, no quería discutir con él. Así que le explicó-: No suelo tener apetito cuando ceno mucho la noche anterior.
– Pero anoche no cenaste -le recordó. Bliss se maldijo y, demasiado tarde, recordó que tampoco tuvo hambre la noche anterior. Mas ya estaba harta de ese interrogatorio. Quin Quintero ya no le agradaba tanto como antes.
– Mira… -empezó a decir, pero él la interrumpió de inmediato.
– ¿Dormiste bien?
– No es un asunto de tu incumbencia, pero dormí muy bien -estaba bastante molesta. Sin embargo, su feminidad la obligó a preguntarle, cuando él tan sólo siguió contemplándola sin decir nada-: ¿Tengo muy mal aspecto?
Los ojos grises, que ya la habían examinado muy bien, volvieron a recorrer la piel pálida y perfecta.
– Estás hermosa y lo sabes -contestó y la sorprendió. Aunque la dureza de su voz aclaró que el comentario no era un halago.
– Entonces debo de haber dormido bien -repuso Bliss con frialdad. Decidió que ya habían hablado suficiente de ella, así que terminó su café y empezó a recoger sus cosas-. Estoy retrasada esta mañana -trató de charlar con naturalidad y fingió un entusiasmo que no sentía-. Debo ir a la recepción para ver cómo puedo visitar Ollantaytambo -alzó la cabeza y vio que Quin movía la cabeza de lado a lado-. ¿Por qué estás negando con la cabeza? -inquirió con ligera acidez.
– Ya has visto demasiadas ruinas arqueológicas -fue frío-. Hoy descansarás -decretó.
Bliss se quedó boquiabierta. No pudo creer que era verdad lo que oyó.
– ¿Qué? -estaba incrédula mientras trataba de asimilar que ese hombre, ese hombre, el amigo de su cuñado, había hablado en serio. ¿Acaso se atrevía a creer que podía decidir por ella lo que Bliss podía o no podía hacer?
Se asombró aún más cuando él no pareció intimidarse y repitió sus palabras con exactitud. Ignorando el hecho de que ella todavía estaba perpleja, sugirió:
– Mírate en un espejo, estás muy pálida y con los ojos muy grandes No creo que…
– ¡Siempre he tenido los ojos grandes y la cara pálida! -cortó Bliss con enojo. ¡Qué tipo! ¿Quién rayos creía que era para ordenarle que ese día descansara?-. Siempre he… -él no la dejó terminar esta vez.
– … sido necia -concluyó.
– ¡En absoluto! -exclamó-. Leí muchos libros sobre el Perú antes de venir y hay muchos lugares que quiero ver antes de…
– ¿Hace cuánto tiempo llegaste de Inglaterra? -la volvió a interrumpir para cuestionarla.
– Nueve… no, diez días -calculó Bliss y ni siquiera estaba segura de que esa fuera la cifra correcta. Claro que esa no era la cuestión. La cuestión era que…
– ¿Y cuántos días has descansado? -volvió a inquirir Quin Quintero.
Vaya, como si Bliss tuviera tiempo para descansar cuando había tanto que ver. Podría descansar cuando volviera a casa, por el amor de Dios.
– No hay tiempo -le aseguró la chica-. Lo que pasa…
– Tomando en cuenta que hace cuatro meses estabas enferma de gravedad y luchando por no morir, ¿no te parece que es prudente tomarte un día de descanso? -prosiguió Quin, y Bliss se percató de que su cuñado debió hacerle una descripción y explicación muy completa de quién era ella.
– Mira, Quin -Bliss intentó de nuevo hacerlo entender. Mientras que, por una parte, estaba sorprendida consigo misma por seguir distiendo algo que no se ponía a discusión, recordó, por otra parte, la amabilidad con la que Quin la dejó apoyarse en él para que se le pasara la tos. Eso disminuyó bastante su enfado-. Mira, tengo diez días más antes de volver a Lima para tomar el avión a Inglaterra, y todavía no he hecho ni visto la mitad de lo que quiero ver antes de volver -mientras Quin la observaba con fijeza, enumeró-: Tengo que ir a Trujillo, en el norte, para ver las Huacas del Sol y de la Luna, y me he prometido ir a la ciudad blanca de Arequipa en el sur. Y es inaceptable que vuelva a mi país sin conocer las líneas de Nazca.
– Parece que tienes un programa completo, Bliss -comentó Quin con naturalidad.
Bliss sonrió. No le mencionó que aún tenía que hallar tiempo para visitar a Erith y Dom en Jahara, antes de regresar a casa. No obstante, Quin pareció entender que ella no podía descansar ni un momento si quería completar su itinerario, así que ella se alegró de haberle explicado las cosas en vez de tan sólo marcharse… como deseó hacerlo al principio.
Sabía que estaba muy cansada y que la culpa era suya. Además de que el pelear con Quin no la ayudó a conservar su energía. Sin embargo, fue magnánima en su victoria y le sonrió al murmurar:
– Como verás, Quin, no tengo tiempo para descansar antes de volver a mi país.
Quin también sonrió y le resultó muy agradable a Bliss cuando inquirió:
– ¿Y estás totalmente decidida a ir a Ollantaytambo hoy?
A Bliss le encantaba la sonrisa de él y, aunque su entusiasmo por la visita aún no retornaba, ignoró el hecho de que, para ser sincera, no tenía muchos deseos de subir la empinada e ineludible ladera cuando estuviera en Ollantaytambo. Claro que ahora por nada del mundo se retractaría.
– Por supuesto -añadió con amabilidad-. Tengo muchos deseos de ir.
Quin la contempló durante unos segundos más y le devolvió la sonrisa al reclinarse sobre el respaldo de su silla.
– Pues es una lástima -comentó.
– ¿Una lástima? -ella ladeó la cabeza-. Creo que no sé qué quieres decir.
– Entonces, permíteme darte una explicación -algo en su tono de voz la preocupó de inmediato-. Está insistiendo en visitar Ollantaytambo, señorita, y yo insisto en que no lo haga.
– ¿Insistes…? -exclamó Bliss, muy consciente de que de nuevo era la “señorita”. Estaba furiosa consigo misma y con él. Cuando inhaló hondo, una partícula de aire, polvo u otra cosa, se alojó en la parte posterior de su garganta y tuvo que interrumpirse para toser.
Por fortuna, fue algo breve y nada parecido al paroxismo que la atacó el día anterior en Machu Picchu. Sin embargo, eso le bastó a Quin Quintero. Sin sonreír, declaró con una dureza que irritó de inmediato a Bliss:
– Y, al parecer, tengo razón al insistir.
– ¡Tú no tienes razón en nada! -estaba escandalizada-. ¿Cómo te atreves a implicar que puedes impartirme…?
– Mientras estés en este país, estás bajo la tutela de tu cuñado…
– Nunca he oído nada tan…
– Tu cuñado me ha pasado tu tutela a mí y…
– ¡Espera un momento! -Bliss hizo un gran esfuerzo por no alzar la voz, muy consciente de que había otras que estaban desayunando.
Quin Quintero, su nuevo y nada deseado guardián, no le dio la menor oportunidad de hablar. No perdió tiempo para aclarar con brusquedad y agresión, al igual que ella:
– No estás cien por ciento sana aún. Cualquiera que tenga ojos lo puede notar. Y como parece que no quieres aceptar mi consejo y descansar, puesto que eres muy obstinada y voluntariosa -era gracioso cómo de pronto una orden se convertía en un “consejo”, pensó Bliss-, entonces sólo me dejas una sola alternativa.
Bliss no dudaba de que de todos modos él haría lo que le viniera en gana.
– ¿Y cuál es? -alzó la barbilla, rebelde.
– Pues llamar a mi viejo amigo y hacerle saber que…
– ¡Me estás presionando! -estaba furiosa-. Cerdo diabólico… -se quedó sin palabras mientras Quin Quintero, que ahora sabía muy bien que Bliss haría cualquier cosa para no interrumpir la luna de miel de su hermana, estaba dispuesto a llamar a Jahara para anunciar que Bliss estaba muy enferma.
– ¿Y bien? -inquirió él con naturalidad. No estaba intimidado por la expresión de furia de la chica.
“¡Bestia!”, maldijo Bliss para sus adentros. Estaba tan enojada que decidió fanfarronear.
– Bueno, pues hazlo -se encogió de hombros.
– ¿Acaso estás diciendo que no te importa? -no parecía convencido y la joven volvió a alzar los hombros.
– Como de todos modos yo tenía la intención de visitar a Erith y a mi cuñado, bien puedo hacerlo mañana -le informó con altivez. Quin la observaba cómo si estuviera tomando una decisión.
Bliss estaba a la defensiva de nuevo. Sin embargo, Quin no puso en duda sus palabras.
– Me temo, Bliss, que te costará mucho trabajo tratar de llamar a los recién casados.
Bliss lo miró con detenimiento: Parecía estar muy seguro de sí mismo… algo que a ella le desagradaba mucho.
– ¿Acaso sabes algo que desconozco?
Quin alzó una ceja con arrogancia y se encogió de hombros.
– A menos que llames a Jahara, como yo lo hice anoche, no puedes saber que, muy temprano esta mañana, Dom y tu hermana se fueron de Perú para ir a Francia.
– ¡Francia! -Bliss estaba atónita-. ¿Se fueron…? Pero si ellos interrumpieron su luna de miel para volver a Jahara y pasar allí el resto del tiempo porque… -se interrumpió al recordar de pronto a la alta y elegante francesa que era la madre de Dom y que fue a Ash Barton para la boda-. ¿Está enferma la madre de Dom? -le pareció que esa era la razón obvia por la que Erith y Dom partieron de Jahara con tanta precipitación. Y debieron irse así, pues de lo contrario le habría mencionado sus planes de ir a Francia cuando se comunicaron por teléfono hacía menos de una semana.
– ¿Conociste a Madame Zarmoza? -inquirió Quin e ignoró la pregunta que Bliss le hizo primero.
– Asistió a la boda de Erith y de Dom -contestó Bliss y supuso que, como Quin se refirió a la madre de Dom como “madame” y no como “señora”, él también la conocía-. ¿Cuándo llamaste anoche, Erith no te pidió hablar conmigo? Supongo que le avisaste a Dom que tú y yo estábamos en el mismo hotel.
– No hablé con tu hermana -contestó Quin con serenidad-. Sin embargo, le dije a Dom que estabas cansada y él pareció pensar que lo mejor era no molestarte.
Lo miró con enojo y estuvo a punto de decirle que no se entrometiera en su vida. Claro que supuso que Erith ya tenía bastantes problemas con hacer las maletas para ir a Francia.
– ¿Le aseguraste a Dom que yo estaba bien? -se alarmó de pronto-. Erith ya tenía bastante con qué preocuparse como para que se angustiara por Bliss-. No les contaste acerca de mi tos de ayer, ¿verdad? -insistió. Miró con detenimiento a Quin y se percató de que ahora estaba pensativo. Y no le gustó nada oír su respuesta.
– Bueno, no… entonces -sugirió con un tono de voz de lo más amenazador.
– ¿A qué te refieres con “no entonces”? -ya sólo quedaban ellos dos en el desayunador del hotel, pero estaba tan enfadada que eso no le importó.
– ¿Todavía insistes en visitar Ollantaytambo hoy? -inquirió él con voz sedosa.
– ¡Cerdo! -exclamó Bliss-. Eres un… -habría seguido una serie de adjetivos poco halagadores, pero Bliss ya no escogió sus palabras al declarar-. Haz lo que te venga en gana, Quintero.
Él no comentó nada y tan sólo vio los verdes ojos que lanzaba chispas.
– ¿Estás tratando de decirme algo? -preguntó sin quitarle la vista de encima.
Bliss le ofreció una sonrisa dulce y falsa.
– Usted, señor, acaba de despedirse del chantaje que habría podido ejercer sobre mí -susurró con complacencia. Por lo menos él habría podido aparentar algo de preocupación. Pero no, Quin ni siquiera parpadeó.
– Perdóneme, señorita -sonrió de modo desagradable-, pero esta vez el que no la entiende soy yo.
A Bliss le provocó una satisfacción enorme explayarse.
– Entonces permíteme darte una explicación. Como Erith y Dom ya o están en Perú, perderías el tiempo al llamar a Jahara para contarle a mi hermana algo que la alarmara.
Se reclinó en su asiento. En un momento más tomaría sus cosas para ir a Ollantaytambo. Sin embargo, sintió que podía regodearse por haberlo vencido.
Quin Quintero le permitió regodearse durante sólo diez segundos, antes de decir con amabilidad:
– ¿Crees que no tengo su número de teléfono en Francia?
Cerdo era una palabra demasiado gentil para él, decidió Bliss. Se preguntó si de verdad tendría el número telefónico de Madame De Zarmoza y luego se percató de que, si no lo tenía, de todos modos tendría muchas maneras de averiguarlo, pues sin duda conocía a la hermana de Dom, Marguerite, y al nieto de Madame de Zarmoza, Filipo.
– No los llamarías, ¿verdad? -preguntó Bliss al fin, probando el sabor amargo de la derrota.
Aunque él no dijo nada, su mirada fue muy clara e implicaba: “Inténtalo y verás”. Bliss lo estaba odiando mucho y se preguntó qué diablos hizo para que él se nombrara guardián de su salud.
– Míralo de esta manera -sugirió Quin con un tono más conciliatorio-. Le prometí a tu cuñado que te cuidaría, que me aseguraría de que…
– No es necesario que nadie me vigile -interrumpió Bliss, muy acalorada.
– ¿Qué clase de amigo sería yo si, en cuanto Dom sale del país, y cuando tú, a pesar de que protestes al respecto, tienes el aspecto de que no te vendrían mal un par de días de descanso en cama, te dejara aquí en Cuzco y fuera a Paracas?
Bliss pensaba que el ser dejada en Cuzco era lo que más deseaba que le sucediera. Sin embargo, se sorprendió a sí misma cuando abrió la boca para informárselo y, en vez de eso, su curiosidad fue más fuerte.
– ¿A Paracas?
– Está en la costa. Allí es donde vivo -contestó. Bliss no sabía qué pensar acerca de que él pronto volviera a su casa. Sin embargo, Quin la asombró aún más al proseguir-: Dom me recordó anoche que no eres tan fuerte como crees y que no es en absoluto aconsejable que visites ruinas arqueológicas sin descansar, como lo has estado haciendo hasta ahora.
– ¿De veras? -de nuevo, fue ignorada.
– ¿No fue esa la razón por la que te enfermaste, en primer lugar? Al descuidarte, pescaste un resfriado. Y como Dom está tan preocupado como su esposa de que de nuevo exageres tus actividades, le propuse llevarte conmigo a Paracas, donde podrás descansar y recuperar tus…
– ¡No iré a Paracas contigo! -se enojó Bliss.
– Te prometo que te agradará el lugar -aseguró Quin sin intimidarse en absoluto.
– No será así… porque no iré -de nuevo quiso atacarlo físicamente, antes de que Quin le recordara cuál era la otra opción.
– ¿No parece que Dom y Erith ya tienen suficientes preocupaciones por ahora?
– ¡Esto es una injusticia! -frustrada, sabía que estaba perdiendo terreno y que su ira ya empezaba a disminuir-. ¿Por qué tengo que ir a… Paracas? Te podría dar mi palabra de que no voy a caer enferma ni a excederme en mis visitas. Podría… -se detuvo al pensar que en vez de decirle lo que ella podía hacer, le sugeriría lo que él a su vez podía hacer. Pero en ese momento Quin, quien poseía más encanto de lo que era justo que un hombre poseyera, usó ese preciso instante para ponerlo en práctica.
– Claro -sonrió, deslumbrándola-, si te portas bien, yo personalmente me haré cargo de que sobrevueles las líneas de Nazca.
Él sabía que no podía haber comentado nada más atinado para desviar la atención de Bliss. Las líneas de Nazca eran las misteriosas y enormes líneas que estaban en el desierto entre Palpa, Nazca y Porona. Las líneas fueron trazadas por un pueblo desconocido hacía cuatro o cinco mil años y la mejor manera de verlas era sobrevolándolas desde un avión.
– Yo… -la emoción al pensar en ver algo semejante empezó a invadir a Bliss. Se interrumpió. No quería ir a Paracas-. ¿Acaso se encuentra Nazca cerca de donde vives? -hizo tiempo y de pronto se sintió confundida. Estaba segura de no querer quedarse en el hogar de Quin, pero, al mismo tiempo la emocionaba hacer precisamente eso.
– Nazca está más cerca de Paracas que de Cuzco -contestó, y añadió como si la cuestión ya estuviera resuelta-. Discúlpame, Bliss. Iré a reservar nuestro vuelo hasta Pisco -se levantó de la mesa mientras ella lo contemplaba, pasmada por la impresión-. Si quieres hacer tu maleta mientras tanto, podríamos estar en Paracas a tiempo para comer.
– No… -pero Quin ya salía del restaurante y Bliss se quedó con la palabra en la boca.
Se quedó en su sitio cinco minutos más… rebelándose. No iría a Paracas bajo ningún concepto. ¿Por qué tenía que hacerlo? ¿Por qué…? Claro que se tranquilizó bastante al pensar en Erith. Quería mucho a su hermana y no deseaba entrometerse en su luna de miel. Pero el hecho de que la madre de Dom estuviera muy enferma había ocasionado que Dom y Erith tuvieran que marcharse con rapidez de Jahara… lo cual ya era malo, de por sí. Así que no era justo que ahora, cuando Erith y su esposo ya tenían un gran problema, Quin llamara a Erith para contarle en detalle la tos y la palidez de Bliss.
Uno pensaría que Quin tendría el suficiente tacto para no llamar a Erith en un momento como este, meditó Bliss, molesta, mientras salía del restaurante. Pero como Quin fue muy contundente y ella no quería bajo ningún motivo que se comunicara con Erith, no veía qué otra cosa podía hacer más que acatar sus órdenes.
Así que Bliss no fue a la recepción a ver cómo podía llegar a Ollantaytambo, sino a su cuarto. Sacó su maleta y empezó a hacer su equipaje. Tuvo que recordarse una y otra vez que no quería preocupar a Erith ni a Dom y que esa era la única razón por la que estaba aceptando la sugerencia de Quin Quintero.
Maldito Quin y su promesa hecha a Dom de que la cuidaría si no la veía con buena salud. Estaba furiosa por hacer algo que no estaba en sus planes. Claro que estaba la promesa de ver Nazca… Bliss la ignoró mientras sacaba su libreta telefónica, por ningún otro motivo más que el de no aceptar terminantes órdenes de Quin Quintero. Marcó el número de Jahara para comunicarse con su hermana.
– Con la señora de Zarmoza, por favor -pidió cuando alguien le contestó. Y cualquier esperanza de que Quin Quintero hubiera entendido mal desapareció cuando, en vez de ser Erith la que hablara con ella, contestó una mujer que Bliss supuso era el ama de llaves. Esta empezó a hablar en español durante largo rato. Bliss no entendió nada pero sintió que era una explicación de por qué su hermana no estaba allí en ese momento-. Gracias -eso fue todo lo que se le ocurrió decir cuando la mujer se detuvo para recobrar el aliento.
– De nada -contestó la otra mujer y Bliss oyó que colgaba.
Vaya. Bliss puso el auricular en su sitio y se dio cuenta de que tal vez era bueno que Erith ya se hubiera marchado. Bliss no habría querido preocuparla al decirle que le quitara a ese sabueso de Quintero de encima. Así que, además de asegurarle a Erith que estaba bien y que esperaba que su suegra estuviera mejor de salud cuando aquélla llegara a Francia, Bliss se dio cuenta de que no habría tenido mucho objeto hacer la llamada.
Querida Erith, pensó. Sin embargo, deseó que Dom no le hubiera pedido a Quin que la cuidara, ni que se tomara tan en serio su promesa como para no dejar de vigilarla ni un solo segundo.
“Iré a Paracas”, pensó con resignación. Claro que no se quedaría en cama un par de días como Quin indicó. Estaba tratando de rehacer su programa de viaje y pensando que tal vez podría verlo todo, cuando alguien llamó a la puerta. Fue a abrir.
Quin Quintero estaba en el umbral, alto, fornido y, en otras circunstancias, muy guapo, tuvo que reconocer Bliss. Tenía su portafolios en la mano y su maleta a sus pies.
– ¿Estás lista? -inquirió y la vio a los ojos.
Bliss no era nada mala perdedora, pero le pareció muy difícil no empezar a enfadarse con él.
– ¿Nos vamos ahora? -tragó saliva. Lo vio asentir. Sin decir nada más, se volvió y fue a buscar su equipaje.
No obstante, fue Quin quien llevó la maleta de ella hasta el ascensor, él quien la cargó al salir de allí y él quien pagó la cuenta de ella en el hotel. Bliss se enteró de lo último al llegar a la recepción y ser informada de que el señor Quintero saldó su cuenta al saldar la de él.
– Puedes devolvérmelo después -comentó al verla meter la mano en su bolso. Era obvio que ya quería irse del hotel.
– Me encantaría hacerlo -vaya, cómo disfrutaría devolverle esa sucia jugada a ese cerdo arrogante.
Quin Quintero fue muy cortés mientras iban al aeropuerto de Cuzco en taxi. Una vez allá, Bliss descubrió que era una avioneta privada la que los llevaría a Pisco. Sólo cuando se acomodó en el asiento reconoció que estaba cansada. Miró por la ventanilla mientras esperaban las instrucciones de la torre de control. Aunque odiaba que Quin la hubiera obligado a acompañarlo y detestaba el hecho de no estar a cargo de su propia vida, se dio cuenta de que le haría bien descansar un día para recargar sus baterías. Claro que nunca lo confesaría, y menos a él.
No tardaron mucho en llegar a Pisco. Bliss empezó a darse cuenta de que Quin debía ser muy rico para haber alquilado la avioneta, y confirmó sus sospechas cuando él la condujo a la limousine que los esperaba en el aeropuerto. Era obvio que Quin la había dejado estacionada allí.
Bliss miró a su alrededor mientras Quin conducía y se alejaban de pisco. Pronto estuvieron en Paracas y de inmediato Bliss notó la marcada diferencia que existía entre la región costera y Cuzco.
Suponía que estarían en las afueras de Paracas, cuando Quin metió el auto entre un par de enormes rejas de hierro forjado. Condujo por una avenida de palmeras y se estacionó frente a una amplia casa de un solo piso.
De inmediato, un sirviente salió por la puerta principal. Quin salió del auto y, después de comentarle algo al hombre, fue a abrir el portaequipaje.
El sirviente llevaba las maletas a la casa, cuando Quin se acercó a abrirle la puerta del auto a Bliss. Esta no tuvo más alternativa que salir.
– Espero que disfrutes el ser mi huésped -expresó Quin, formal. Bliss lo miró de modo revelador… no se quedaría mucho tiempo.