2

Brina estudió los serios ojos azules de Thomas e inclinó la cabeza. Excepto por el color de su pelo y de sus ojos, el hombre que estaba frente a ella no se parecía demasiado al desgarbado chico de su pasado.

– No se si lo sabes -dijo en un esfuerzo de entablar conversación- pero todo el mundo está hablando sobre ti esta noche.

Él levantó una ceja.

– ¿De verdad? ¿Qué dicen?

– ¿No lo sabes?

Thomas lo negó con la cabeza y bebió un poco.

– Bueno -empezó-, se dice que eres más rico que Donald Trump y que estas saliendo con Elle Mcpherson y Kathy Ireland a la vez.

– Debo ser mejor de lo que pensaba.

Por primera vez desde que le vio esa noche, Brina observó como las comisuras de sus ojos se arrugaban en lo que podía ser un gesto de diversión.

– Pero siento desilusionar a todo el mundo, nada de eso es cierto.

– Hmm… Eso significa que el otro rumor probablemente tampoco es cierto.

– ¿Cuál?

– Pues lo peor que puedes ser en un pueblo como éste.

Los lados de sus labios se curvaron.

– ¿Alguien dice que soy gay?

– No, peor. Dicen que te has vuelto demócrata.

Y en ese momento sonrió. Empezó como una lenta curva de sus labios y terminó en un gesto de placer.

– ¡Dios no lo permita!

Se empezó a reír, primero con cautela y después con un rico y profundo sonido masculino que salía de su pecho y que conseguía que a ella se le despertaran las mariposas del estómago y se le pusiera la piel de gallina.

– No me gustaría que la NRA [1] viniera armada a por mí.

El humor que denotaban sus ojos, hizo que su cara se transformara de simplemente hermosa a totalmente devastadora.

– No -pudo decir Brina a la vez que su mirada recorría su rostro, desde la nariz hasta el profundo surco situado en su labio superior-. No querrías que pasara eso.

– ¿Cómo esta tu familia? -preguntó el.

– Bien -consiguió decir a la vez que le miraba fijamente. Ella había dejado a este chico por Mark Harris. ¿En qué demonios había estado pensado?- Ninguno de nosotros vive ya por aquí. ¿Cómo están tus abuelos?

– Haciéndose mayores. Les trasladé a Palm Springs por su salud. Al principio no les gustó, pero ahora lo adoran. -Levantó su copa y bebió un trago-. ¿En donde vives ahora?

– Portland.

Y mientras le hablaba sobre su trabajo, buscó en su cara algún rastro del chico que había sido, pero no pudo encontrarlo. Físicamente el parecido era escaso. Sus ojos todavía eran azul añil y sus pestañas eran gruesas. Las mejillas ya no eran huecas y el cabello oscuro estaba cortado por encima de las orejas, las salvajes ondas habían sido domadas.

Cuando ella le volvió a mirar, el preguntó.

– ¿Qué estas mirando, Brina?

– A ti -respondió-, me preguntaba si ahora conozco algo de ti.

– Lo dudo.

– Eso no es bueno. ¿Recuerdas el verano que pasamos cazando brujas y vampiros en el bosque?

– No

– Hicimos lanzas y estacas de madera.

– Es verdad. Lo recuerdo -dijo a la vez que las luces de la sala se atenuaban, y volvieron su atención al escenario. Cuando el foco alumbró el empavesado blanco y la brillantina plateada, de repente era como si fueran las primeras nieves del invierno.

– ¡Hola a todos!, soy Mindy Franklin Burton -anunció desde el escenario. Bienvenidos a la reunión escolar de la clase de 1990 del Instituto de Gallinton Pass.

Todo el mundo aplaudió, excepto Brina que tenía un vaso en la mano. Miró a su izquierda y vio que Thomas tampoco lo hizo. Y de repente, se preguntó por que Thomas habría venido. Desde que podía recordar, él siempre había dicho que cuando se fuera de Gallinton nunca más regresaría. Una vez ella le preguntó si no vendría a verla a ella, y Thomas le contestó que mejor se fueran juntos.

– … en 1990 escuchábamos a Robert Palmer, New Kids on the Block y U2 -continuó Mindy.

Thomas no, recordó Brina. El oía a Bob Dylan y a Eric Clapton.

– George Bush fue nombrado el cuadragésimo primer presidente y Lucille Ball murió a la edad de setenta y siete años. En la televisión veíamos Cheers y la «La ley de los Ángeles» y cuando íbamos al cine veíamos Aracnofobia y Ghost. En nosotros…

Los pensamientos de Brina volvieron al alto hombre vestido con un impecable traje de diseño junto a ella. Y una vez más se preguntó porqué habría vuelto después de jurar que no lo haría. Quizá, como ella, vino para mostrar a todo el mundo que no era alguien insignificante, que había logrado el éxito en la vida, pero Thomas nunca le dio importancia a lo que los demás pensaran de él. En efecto, ella nunca había conocido a nadie a quien le importara tan poco impresionar a alguien, pero habían pasado diez años, y la gente cambia. Ella lo había hecho, tanto como él.

– … en 1990 -continuó Mindy- nuestro equipo de fútbol llegó a los estatales y nuestro equipo de esquí consiguió ganar en todos los torneos.

El teléfono móvil de Thomas vibró dentro del bolsillo de su chaqueta y lo sacó para contestar. En voz baja empezó a hablar por teléfono.

– ¿Cómo te sientes…? ¿Qué ha dicho…? Oh… -hizo una pausa y arrugó las cejas-. ¿Lo conectaste al puerto como te dije…? Sí, a ese… ¿la abuela derramó su Postum en el teclado…? Claro que eso es un problema… ¿qué…? espera un minuto -miró a Brina-. Estoy seguro de que te veré antes de que termine el fin de semana -dijo y entonces con el teléfono en una mano y su bebida en la otra salió de la sala.

Brina volvió la mirada hacia el escenario. La última vez que había estado en la sala de fiestas del Timber Creek había sido la noche de la promoción de navidad. Se vistió de rojo también aquella noche. Un vestido rojo de satén que su madre le hizo con una tela que habían comprado en la fábrica de Judy. Se puso flores en el pelo y su pareja, Mark Harris, un esmoquin negro.

Brina había estado enamorada de Mark durante años pero no fue hasta que su novia, Reina de la Promoción y jefa de las animadoras, Holly Buchanan, le dejara dos semanas antes del baile, cuando él se fijó en ella y le pidió que lo acompañara a la fiesta. Salieron juntos unas cuantas semanas hasta que Holly chascó los dedos y Mark volvió corriendo con ella. Brina se sintió fatal.

Y como si pensar en él le hiciera materializarse, Mark Harris apareció delante de ella. Miró el nombre que ella tenía puesto en la etiqueta y sonrió.

– ¿Duendecillo?

Ella frunció en cejo a la vez que él echaba la cabeza para atrás y reía. Siempre había tenido los dientes más blancos que ella jamás había visto, y pasados diez años, no había cambiado mucho. Su pelo rubio se había vuelto de un ligero color castaño y tenía unas pocas arrugas a los lados de sus ojos verdes, en todo caso, se había vuelto más apuesto con la edad. Su corbata verde iba a juego con su camisa, enfundada en unos pantalones de color caqui. No era tan musculoso como ella recordaba pero aun así, estaba bastante bien.

Mindy continuó hablando, la sala aplaudió algo que había dicho y Mark Harris sujetó a Brina por los hombros y la miró a los ojos.

– ¡Dios, estás genial! -dijo con perfecta sonrisa- no puedo creer que te dejara por Holly, debí de ser un idiota.

Se parecía tanto a lo que ella había estado pensando sobre lo que hizo con Thomas que se rió.

– Lo eras, pero no seas demasiado duro contigo mismo. Holly era una Barbie andante y parlante -sacudió la cabeza-. Siempre pensé que os casaríais.

– Lo hicimos y luego nos divorciamos -dijo como si no fuera nada importante y Brina se preguntó cuántos de sus compañeros de clase se habrían casado y divorciado.

– ¿Has venido sola? -pregunto.

– Sí.

– Qué suerte, yo también. -La sonrisa le llegó hasta los ojos-. Ven, vamos a hablar con algunos de los chicos. Todo el mundo se muere por saber quien eres, pero nadie acertó. -Colocó la mano sobre la espalda de Brina y agregó-. Nadie te reconoció cuando entraste, entonces te vieron hablar con Thomas Mack y pensaron que eras su acompañante. No lo eres, ¿verdad?

– No.

Brina echó un vistazo a la sala y vio a Thomas hablar con una alta mujer rubia dentro de un ajustado vestido negro. No había equivocación, Holly Buchanan, la reina del baile. Desde siempre que pudiera recordar, Holly había sido rubia y bonita. No había pasado por ninguna etapa embarazosa o fea, era como si hubiera alguna regla no escrita en algún sitio donde decía que las bonitas chicas ricas tenían que ser graciosas y con clase, Holly nunca la había leído, o quizás nunca le había interesado.

Thomas y Holly estaban de perfil y ella tenía las manos en su chaqueta mientras le sonreía. Brina se preguntó qué había dicho él para hacer que Holly sonriera. No había dicho nada para que ella lo hiciera. Ni un poquito, al contrario, había estado tieso y tenso, no como el Thomas que recordaba.

– Creo que se supone que debemos escuchar a Mindy -dijo a la vez que Mark la dirigía hacia un pequeño grupo de gente que estaba a su derecha. Hubo un tiempo en el que el roce de su mano le hacía tener palpitaciones. Ahora solo era alguien al que solía conocer, uno de esos chicos con los que estaba eternamente agradecida de no haberse acostado con ellos.

– Nadie escucha a Mindy, ni si quiera Brett -dijo mientras la conducía hacia su grupo de amigos. En el colegio, eran el grupo de los chicos con dinero. El grupo que llevaba sus pases de ski en sus chaquetas como un símbolo del estatus que tenían. Brina reconoció a algunos, de otros no tenía ni idea hasta que se los volvieron a presentar. Viviendo en un pueblo tan pequeño, había crecido con ellos, pero nunca habían sido amigos.

Escuchándoles ahora, descubrió que la mayoría de la gente con la que se había graduado todavía vivía en la zona. Muchos de ellos se habían casado nada más terminar el instituto o la universidad pero se habían divorciado pronto y estaban ahora con sus segundas o terceras relaciones. Y mientras que hablaban sobre 1990 como los mejores años de sus vidas, Brina miró más allá de ellos, hacia Thomas.

El instituto no había sido lo más importante en su vida y tampoco lo fue en la de él. Como si Thomas leyera sus pensamientos, levantó la mirada sobre la cabeza de Holly y sus ojos se encontraron. La miró durante varios segundos, su expresión indescifrable, entonces arrugó la frente y miró a otra parte.

Las luces se fueron apagando según Mindy acababa su discurso y Brina ya no pudo ver más la cara de Thomas. Se volvió sólo una silueta en la oscura habitación.

La banda subió al escenario, practicó unos momentos y empezaron una bastante decente versión de «Turn you inside out». Mark cogió a Brina de la mano y la llevó a la pista de baile. Mientras que la sujetaba de los brazos y la apretaba contra su pecho preguntó.

– ¿Qué vas a hacer luego?

Su vuelo había salido tarde y no había pensado en nada, más allá de tomar una ducha e irse a la cama.

– Irme a mi habitación.

– Algunos de nosotros nos iremos a mi casa un rato. Deberías venir.

Ella se apartó y le miró a la cara. Pensó en ellos y vio que era mejor dormir a escuchar más historias sobre las veces que Mark y sus amigos habían esquiado desnudos o asaltado el club de ajedrez y escondido todos los reyes.

– Creo que por hoy prefiero descansar -le contesto.

– Ok, nos vemos mañana. Estaremos en la parte de atrás.

Después de vivir tantos años en Gallinton sabía que eso significaría que todos irían a esquiar a la ladera de detrás de la montaña del «Dólar de plata». Pero que hubiera sido criada en una estación de esquí no significaba que supiera esquiar. No sabía.

– Lo intentaré.

Mark la atrajo más hacia él y ella vislumbró a Thomas a través de las sombras.

– Tu pelo huele bien -la aduló Mark.

– Gracias.

Thomas sujetaba a Holly en sus brazos y se movía con la perfección y un ritmo fluido que ella no sabía que él poseyera. Los brazos de Holly estaban alrededor de su cuello y él la sujetaba demasiado cerca. Sus manos en su espalda, los cuerpos tocándose, todo eso molestaba a Brina más de lo que debería.

Mark estaba hablando sobre los negocios que poseía y adulaba a Brina repetidamente. Era encantador y amigable, pero su atención estaba en la pareja situada en el otro extremo de la pista de baile. Su cabeza se llenó de pensamientos y se preguntó por qué la imagen de Thomas y Holly le molestaba tanto. Por qué le producía una especie de agujero en el estómago.

La respuesta llegó a la vez que sonaban los últimos acordes de la guitarra. Se sentía con «propiedad» sobre Thomas, como si fuera suyo. Fue un buen amigo suyo durante años e incluso a pesar de que ella le trató tan mal al final, todavía sentía una conexión con él. Y para ser completamente honesta, odiaba verlo con Holly. Quizá porque si supiera que Thomas era un conductor de autobús o un mecánico, Holly probablemente no habría atravesado la sala para hablar con él, pero había algo más, más de lo que ella podía explicar. Algo más que la hacia sentir un poco celosa. Sus sentimientos no tenían mucho sentido. No eran lógicos, pero eso no ayudaba a que se hiciera menos lío.

Se excusó con Mark y se dirigió al bar. Sintiéndose un poco confusa no sabía si debía pedir algo de beber o irse a la cama. No hizo ninguna de las dos cosas. En su lugar, se cruzó con una compañera de décimo grado, Jen Larkin. Jen había ganado más de 30 kilos y tenía más pecas de las que Brina había visto en una persona. Hablaron un rato, pero el volumen de la música hacía casi imposible conversar, y prácticamente acabaron gritándose preguntas una a la otra. Perdió de vista a Thomas durante varias canciones y no pudo dejar de preguntarse si éste no se habría escabullido para lanzarse sobre la reina de la promoción.

No lo había hecho. Él y Holly pasaron a su lado para acercarse a la cola del bar. A regañadientes tuvo de admitir que hacían buena pareja.

En el escenario la banda empezó a tocar una canción que Brina reconoció haber escuchado durante años en el modesto radio de Thomas. Antes de saber lo que estaba haciendo se dirigió hacia él y le dijo.

– Están tocando nuestra canción.

A través de las sombras que producían las luces de araña, miró a Brina a los ojos durante varios segundos como tratando de figurarse algo.

Justo cuando pensaba que él no diría nada, lo hizo.

– Perdónanos, Holly. -dijo mientras tomaba a Brina del codo. La dirigió a la abarrotada pista de baile y le tomó la mano-. ¿Desde cuándo «Lay lady lay» es nuestra canción? -preguntó mientras la sostenía de la cintura.

Ella colocó las manos sobre sus hombros, y la suave tela de su chaqueta pareció fría bajo su tacto.

– Desde que me hacías escuchar a Bob Dylan durante horas.

Él miró por encima de su cabeza.

– Lo odiabas.

– No, sólo me gustaba darte la lata.

Él la mantenía unos centímetros apartada, como si no quisiera que ella invadiera su espacio. Como si el fuera su instructor de baile, moviéndose con un perfecto e impersonal ritmo. No le había importado que Holly invadiera su espacio, y eso, la sorprendió por lo traicionada que le hacia sentir. Sus sentimientos eran tan locos, que se preguntó si no estaría perdiendo la cabeza.

– ¿Thomas?

– Hmm

Ella miró a la sombra que era su cara, a la oscuridad que ocultaba sus ojos, al perfil de su nariz y a su fina boca.

– ¿Sigues enfadado conmigo?

Finalmente la miró.

– No.

– ¿Entonces piensas que podemos volver a ser amigos?

Y como si tuviera que considerar eso también, pasaron unas cuantas frases de la canción antes de que él contestara.

– ¿Qué tienes en mente?

Realmente no lo sabía.

– ¿Que vas a hacer mañana?

– Esquiar

Se quedó un poco sorprendida por la respuesta.

– ¿Cuando aprendiste?

– Hará unos seis años.

Sin saber que decir, preguntó.

– ¿Te gusta?

Él la agarró de la cintura apretándola un poco y acercándola más a él.

– Tengo un apartamento en Aspen. -respondió como si eso fuera suficiente y quizá lo fuera.

Los pulgares de Thomas acariciaron su mano y ella envolvió las manos en su pecho. Espasmos de placer se extendieron por su brazo.

– ¿Vas a esquiar con Holly? -preguntó como si no se estuviera muriendo por saberlo.

– Quién sabe, ¿vas a ir con Mark Harris y sus amigos?

No quería perder su tiempo hablando sobre Mark.

– ¿Recuerdas la vez que guardé todos los ahorros que gané trabajando como niñera para comprar el equipamiento y unirme al club de ski?

– Te rompiste la pierna el primer día.

– Sí, no lo he intentado otra vez desde entonces. -Movió su mano sobre su hombro y toco el cuello de su camisa. Debajo de sus dedos su piel estaba caliente-. Pensé que podría hacer algunas compras y luego deambularé por el hotel.

Él deslizó su mano por su espalada y la arrinconó contra el duro muro que era su pecho, haciendo que a Brina se le parara la respiración.

– Suena aburrido -le dijo contra su mejilla, pero no le ofreció acompañarla.

– ¿Has visto a todas las embarazadas que hay en esta sala? Encontraré a alguien con quien hablar.

Brina giró un poco la cara y respiró profundamente. Llenó sus pulmones con la esencia de su colonia y el calor de su piel. Él olía tan bien, que estuvo tentada a acercarse más y enterrar su nariz en su cuello. Levantó el dedo índice y le tocó ligeramente la piel del cuello. El calor de su piel le hizo cosquillas.

Se preguntó que haría si le dijera que le había echado de menos. Que no se dio cuenta de lo mucho que le echaba de menos hasta que se encontraron esa noche y lo contenta que se puso nada más ver su cara de nuevo.

Se preguntó si el sentiría lo mismo, pero tenía miedo de preguntarlo. Quería escuchar cosas sobre su vida, ni siquiera sabía donde vivía.

– ¿Qué vas a hacer durante lo que queda de esta noche? -preguntó, pensando que quizá podrían encontrar algún lugar en el que hablar sobre los últimos diez años.

– Tengo algunas opciones, pero no estoy segura de lo que haré.

No quería parecer patética delante de él, así que dijo:

– Sí, yo también tengo un par de opciones. Mark me invitó a una fiesta en su casa.

Las últimas notas de «Lay lady lay» sonaron por los altavoces y Thomas bajó sus manos y dio un paso hacia atrás.

– Quizá podríamos ir juntos -le ofreció.

– No creo, pero gracias. -dijo y miró por encima de la cabeza de Brina hacia la alta rubia que estaba en el bar, donde la había dejado-. Holly Buchanan está tratando de seducirme -dijo- es instructora de yoga y dice que está estudiando el Kama Sutra.

– ¿Estas de coña?

– No. Mencionó algo sobre enseñarme la postura de la cabra.

– Eso es inquietante.

Seguramente Thomas se habría dado cuenta de que si todavía fuera pobre, Holly ni le habría dirigido la palabra, y especialmente susurrado algo tan retorcido como la posición de la cabra en el oído. Thomas no podría ser tan estúpido como para caer en eso. Siempre fue listo.

– Te está utilizando.

– Uh, huh.

– ¿Que vas a hacer?

– Creo que quizás dejaré que lo haga.

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