6

Thomas flexionó las rodillas y la alzó en brazos.

– Conozco el lugar perfecto -la llevó al sofá-, coge mi abrigo -le ordenó.

Cuando ella lo hizo, él la llevó a través de la penumbra, por el corto pasillo a una habitación totalmente oscura. Le soltó las piernas y accionó el interruptor de la pared. La brillante luz la deslumbró, por lo que enterró su cabeza en el cuello de Thomas.

– Lo siento -dijo Thomas a la vez que atenuaba un poco la luz.

Cuando sus ojos se adaptaron, dio un vistazo por la enorme habitación. En el centro había una cama de cuatro postes y de un tamaño enorme cubierta por un edredón de color aceituna y beige.

– Es una cama enorme.

Él le quitó el abrigo y un lado de su boca se alzó en una sensual sonrisa.

– Sí, tendremos que trabajar mucho para ir de un lado al otro.

Él metió la mano en el bolsillo del abrigo y sacó una caja de condones.

– ¿Siempre llevas una de éstas en el bolsillo?

– No, te dije que me gustaba esa camiseta. Lo cogí cuando te fuiste a sentar con tus amigas -dijo y tiró la caja sobre la almohada que había en la cama-, fui a la farmacia.

– ¿Tan seguro estabas de ti mismo?

– ¿Cuándo te concierne a ti? -Thomas la hizo retroceder hasta que la parte de atrás de sus rodillas dieron con el borde de la cama-. Nunca, pero fui un Boy Scout y creo en estar preparado.

Ella se sentó en la cama y Thomas se arrodilló para quitarle las botas y los calcetines, tirándolos por encima de sus hombros, los suyos siguiendo detrás.

– Quítate la ropa Brina -le dijo mientras la tumbaba. La movió hacia el centro de la cama y entonces se giró de tal forma que Brina quedó encima de él y la contempló-. He querido decir eso desde hace mucho tiempo.

Brina se sentó a horcajadas sobre la pelvis de Thomas y cruzó los brazos sobre su estómago. Cogió el final de su camiseta y poco a poco se la fue sacando por la cabeza. La tiró al suelo y se sacudió el cabello. Él la miró a la cara y pudo ver sus ojos ardientes y pesados por la pasión. Debajo de ella, y a través de sus pantalones, su gruesa erección le presionaba en el centro fuertemente, dejándola deseosa de más. Queriendo lo que él le podía dar, el tacto de su ardiente piel sobre la suya. Se arqueó contra él mientras Thomas alcanzaba el cierre frontal de su sujetador. Con un giro de muñeca, el cierre se abrió y lleno las calientes palmas de las manos con sus pechos. Ella enterró sus manos bajo su camiseta y le recorrió con las palmas el estómago, justo por encima de la cintura de sus pantalones. Thomas respiró profundamente.

– Te ha crecido mucho más el pelo que en el instituto. -dijo mientras le recorría los músculos del abdomen y el amplio pecho. No había forma de confundir a este hombre con el larguirucho chico que fue-. Te has hecho más grande y alto.

Thomas la tomó de la cintura y la puso de espaldas. Ahora era su turno de montarla.

– Me he hecho más grande en todas partes -dijo y se sacó la camiseta y el suéter por la cabeza, haciéndolo un lío y arrojándolos al suelo-. ¿Quieres verlo, Brina?

Ella asintió y le tocó en donde aterrizaron sus manos. Sus muslos, cintura y duro vientre. Pequeños y oscuros rizos crecían en su pelo, por la línea del esternón hasta el ombligo. Con la débil luz de la habitación sus ojos parecían más brillantes. Ardían con pasión y ella sintió que su corazón se aceleraba.

– ¿Vamos a jugar a enseñar y contar?

Él sacudió su cabeza y bajó su cara hacia su pecho derecho.

– Vamos a jugar, yo te enseñaré lo mío y tú me enseñarás lo tuyo -dijo mientras acariciaba su pezón con la lengua hasta volverlo duro, y entonces la miró a la cara la vez que succionaba el mojado pezón con la boca.

Ella deslizó los dedos por su pelo, el placer tan delicioso de su caliente boca, le hizo arquear la espalda sobre la cama. Recorrió con sus manos los lados de su cintura, arriba y abajo, hasta donde podía alcanzar. Extendió sus dedos y con los pulgares presionó en su erección. Él la besó entre los pechos, su respiración entrecortada calentaba su ya ardiente piel.

Él se puso de rodillas y el aire frío le rozó los pezones mientras le miraba a la cara y alcanzó el primer botón que cerraba sus Levi’s. Se apoyó sobre los codos y presionó hasta quedar sentada entre sus muslos. Mientras le desabrochaba los cinco botones se arrimó hacia delante y le besó en el ombligo.

Thomas aspiró profundamente. Ella le besaba la tripa, el fino vello de su tesoro y la banda elástica de sus calzoncillos.

– He leído en alguna parte -le susurró mientras sus manos entraban dentro de sus vaqueros y ropa interior-, que una mujer nunca deber dar placer oral a un hombre en la primera cita -le agarró fuertemente y presionó.

– Esta no es nuestra primera cita -dijo él con la voz rasgada.

Le enganchó los pantalones y ropa interior con los dedos y se la bajó lentamente por los muslos. Brina se lo quedó mirando, fascinada por el vello púbico que crecía denso en su ingle. Su pene apuntaba hacia ella, grueso con flagrante deseo. Ella envolvió la mano en su duro miembro, acariciando la piel y sintiendo el increíble calor de él.

– El artículo decía que asustaría al hombre y no volvería a llamar. -Levantó la mirada hacia él, y preguntó-: ¿Estás asustado?

– Sólo de que te vayas -dijo moviendo la cabeza.

– Buena respuesta -dijo y bajó su boca sobre él.

Lamió las gotas de semen que aparecían en la punta. Un desigual gemido le salió de la garganta mientras ella abría la boca y le succionaba dentro. Su lengua lamiéndolo y torturándolo hasta que la apartó de él. Su respiración era pesada y dura, los ojos azul oscuro como dos rajas de deseo, se quitó los vaqueros y le quitó los pantalones también a ella hasta que los dos quedaron desnudos, con las duras puntas de sus pechos presionando uno sobre el otro. Las piernas entrelazadas, su boca alimentándose de la de ella, los calientes cuerpos unidos por la pasión. Movió su mano por el costado y la deslizó entre sus piernas, sus dedos tocando la resbaladiza piel. Brina gimió en la garganta.

– ¿Que decía el artículo sobre las mujeres? -preguntó mientras separaba su boca de la suya-. ¿Las mujeres se asustan?

Le llevó un momento comprender qué le estaba preguntado. No quería llegar al orgasmo de ese modo. Quería llegar con él dentro de ella. Estaba tan cerca ahora mismo, que apretó sus muslos alrededor de la mano que le daba placer para pararle.

.No lo decía. -Se mojó los labios. Parecían hinchados y su voz sonaba como drogada-. Hazme el amor.

Alcanzó sobre su cabeza la caja de condones y puso a Thomas de espaldas. Mientras él miraba, ella extendió el fino látex y lo desenrolló sobre su duro y grueso miembro hasta su oscuro pelo púbico. De pronto se encontró despaldas con él entre sus muslos, la cabeza de su pene tocando el muslo por dentro.

.Esto se puede poner violento -le avisó mientras entraba en ella.

Ella no pudo evitar soltar un suspiro de placer a la vez que él entraba más profundamente en ella.

Thomas apoyó el peso sobre sus brazos y le sujetó la cara con las manos. Mirándola profundamente a los ojos mientras se movía en ella, tocando y rozando el punto exacto donde se centraba su placer, dentro y fuera, volviéndola loca de necesidad por él. Saliendo lentamente y clavándose profundamente. Y con cada embestida llevándola hacia el clímax y cada vez colocándola más cerca del cabecero de la cama.

Ella deslizó las manos por los contornos de su espalda y las duras nalgas de su trasero.

– Más rápido -susurró contra su boca.

Se movía con él, al mismo ritmo en que él embestía con su cadera, duro, profundo y rápido. Calor y deseo en su piel, mezclándose con sus nervios. Ella acercó las manos a su cara y le miro a los ojos.

– Thomas -gimió mientras entraba en ella presionando duramente-. Te quiero -gimió a la vez que un orgasmo la desgarraba desde dentro con un intenso placer.

En tanto se extendía sobre ella, una y otra vez, su cuerpo se convulsionaba alrededor del de él mientras entraba en ella una y otra vez. Entonces notó como los dedos que el tenía sobre su cara se cerraban y su clímax le arrancaba un profundo y primitivo gemido desde el pecho que parecía durar para siempre.

– ¡Brina! -dijo con una rasgada exhalación mientras sus caderas se paraban. La miró a los ojos, su respiración era áspera y penetró en ella una última vez para quedarse allí-. ¿Estás bien? -le pregunto.

Estaba mejor que bien y sonrió.

– Sí, estoy genial.

– Sí, lo estas. – Le besó la frente y la nariz-. ¿Alguna quemadura por la fricción?

Alzó la cabeza y se dio cuenta de la proximidad del cabecero.

– No que yo sepa.

– Lo miraré por ti en un minuto -dijo mientras se apartaba de ella-, vuelvo enseguida.

La dejó y se fue al baño. Brina se giró sobre su estómago y presionó su mejilla sobre la fría tela. Le había dicho que le quería.

Él no había dicho nada.

– ¡Oye! -dijo desde la otra habitación-. Si tienes hambre, podemos arrasar el bar. Está lleno con algunas cosas bastante buenas.

Y lo arrasaron. Comieron las galletitas y el queso y abrieron una pequeña lata de jamón curado. Para el postre tenían trufas y nueces de macadamia cubiertas de chocolate.

Hicieron el amor en suelo detrás del bar, y en el jacuzzi mientras el agua caliente se arremolinaba alrededor de sus cuerpos desnudos.

Tomás nunca mencionó la palabra amor refiriéndose a ella, pero la tocaba como si lo hiciera. Le secó la piel cuidadosamente con la toalla y le peinó el pelo mojado.

No, él no mencionó la palabra, decía cosas como «Siempre he amado tu pelo. Podría hacer esto para siempre»y «Me encantaría que vieras mi apartamento. Aspen es precioso.»

Alrededor de las cuatro de la mañana la acompañó por el pasillo hasta su habitación.

– ¿Estás segura de que no quieres volver a la cama conmigo? -le preguntó mientras le abría la puerta-. Quiero dormir contigo -abrió la puerta y bostezo-, sólo dormir, lo prometo.

Y despertarse con el pelo revuelto y aliento matutino. Ni loca.

– Llámame cuando te despiertes -dijo mientras apoyaba sus manos en su pecho y se ponía de puntillas.

Con el corazón latiendo rápidamente en su pecho, enredó la mano alrededor de su cuello y le dio un beso de buenas noches.

Nunca se había sentido como se sentía en ese momento. Excitada, eufórica, completamente feliz. Quizá porque nunca había amando a un hombre de la manera en que amaba a Thomas Mack.

Cuando Brina se despertó tarde por la mañana, la luz del teléfono parpadeaba. Eras las once y media y Thomas no había llamado. Probablemente seguiría durmiendo.

– Brina, soy Thomas. Ha pasado algo y he tenido que irme inmediatamente. Son las seis y media y no he querido despertarte pero… Escucha, voy a conducir directamente a Denver y coger un avión a Palm Springs. No se cuando… -soltó un suspiro-, hablaré contigo cuando tenga la oportunidad.

Brina escuchó el mensaje tres veces más antes de colgar el teléfono. Se había ido. Sencillamente se fue. Se fue sin llamar a su puerta y hablar con ella. Se fue sin mencionar cuando le podría volver a ver. Se fue sin decirle que la quería o darle un beso de despedida.

Se apartó el pelo de la cara y se puso los vaqueros. Llamó a recepción y preguntó si tenía algún mensaje de él.

No lo tenía.

Poniéndose una camiseta vieja y los pantalones, cogió la llave y salió al pasillo. La puerta de Thomas estaba abierta y el carro de la limpieza estaba dentro. Los muebles habían sido limpiados, la alfombra aspirada y el bar vuelto a llenar.

Se acercó a la puerta de la habitación y se detuvo. Dos mujeres de la limpieza estaban cambiando las sábanas por unas nuevas.

Todos los rastros de él habían desaparecido. Sus ropas, las sábanas en las que había dormido, las toallas que había usado para secarla.

Una de las mujeres la miró.

– ¿Le puedo ayudar?

– No gracias -dijo Brina y se fue.

Él realmente se había ido y no fue hasta ese momento en el que se dio cuenta de que estaba conteniendo la respiración, esperando que fuera un error y que él estuviera justo al final del pasillo esperándola.

Volvió a su habitación y abrió la puerta. Había dicho que iba a volar de Denver a Palm Springs. Allí era donde vivían sus abuelos. Algo malo debía de haber pasado.

Hablaré contigo cuando pueda, había dicho.

Brina se sentó en una esquina de la cama y miró a la oscura pantalla de la televisión. Recordó cuando el perro de Thomas, Scooter, murió, él estuvo estoico. No lloró, a pesar incluso de que ella sabía que él quería hacerlo. Se contuvo, sus mejillas rojas por el esfuerzo. No la había querido a su lado y obviamente tampoco la quería ahora. Si lo hubiera hecho, por lo menos le habría dejado un número donde le pudiera encontrar.

Por supuesto ella le podría encontrar. Después de todo, eso era lo que ella hacía para vivir. Podría bajar y pedirle a Mindy una copia de sus papeles del registro. Pero entonces Mindy sabría que no le había dado su dirección o su número de teléfono. Esa era una humillación que Brina prefería evitar. Estaba desesperada por hablar con él, pero tenía su orgullo.


Le llevó un día dar con la dirección de Thomas en Aspen. Recordaba parte de la matrícula de su jeep y se puso en contacto con el departamento de vehículos de motor de colorado varias veces antes de obtener lo que quería. Ahora todo lo que necesitaba era su número de teléfono. Como ella vivía en Oregón, no podía ir a las compañías telefónicas locales y escanear sus documentos. No conocía a nadie que trabajara para alguna compañía telefónica en Aspen, tendría que conseguir una orden judicial.

Así que volvió su atención en localizar a sus abuelos y dio en el clavo. No sólo estaban en el listín telefónico sino que investigó los hospitales de Palm Springs y alrededores y descubrió que el abuelo de Thomas había sido trasladado al hospital Rancho Mirage.

Después de tres días, Brina tenía la dirección y el teléfono, no sólo de sus abuelos, sino también de el.


Hablaré contigo cuando tenga la oportunidad, había dicho y ella empezaba a creer que no lo dijo en serio. Se estaba deshaciendo de ella.

Tenía su número de teléfono en una carpeta en su escritorio, junto a sus otros casos. Se sentó en la silla y miró por la ventana de su oficina hacia la calle de abajo. Estaba lloviendo, ¿acaso eso era nuevo?

Las gotas caían sobre el cristal y se deslizaban hacia el alfeizar metálico que había debajo. Ahora que tenía la información que quería, estaba reticente a usarla. Habían pasado tres días y Thomas no aún no había intentado ponerse en contacto con ella. Revisaba el contestador cada media hora y el hecho de que él no tuviera su teléfono no hacia que ella no lo siguiera comprobando. Dio orden a su secretaria de que si un hombre la llamaba, le pasara con ella inmediatamente y cada vez que el teléfono sonaba su corazón se aceleraba, pero nunca era Thomas.

Brina se quitó los zapatos de 13 centímetros y volvió al escritorio. Abrió un informe sobre unos trabajadores que estaba investigando. Sólo consiguió leer dos párrafos del informe cuando su mente volvió hacia Thomas.

Tenía miedo. Estaba más asustada de lo que jamás había estado. ¿Y si él no quería verla o hablar con ella? ¿Y si no sentía nada por ella? Estaba como en una montaña rusa de emociones. Arriba y abajo. Su corazón se aceleraba con el recuerdo de sus besos, desacelerando cuando pensaba en no volverle a ver otra vez. Sus emociones eran un caótico lío y no sabía que hacer. Por un segundo pensaba en llamarle y al siguiente se recordaba a sí misma que él había dicho que la llamaría cuando tuviera oportunidad.

– Estaba esperando que me pudiera ayudar -dijo una voz sorprendiéndola y alzó la vista.

Poco a poco cerró el informe y miró a los azules ojos de Thomas. Sólo con verle su corazón se le detuvo. Llevaba un traje y un jersey negro de cuello vuelto. En sus manos tenía tres ramos de rosas. Capullos rojos, blancos y amarillos.

– ¿Ayudarle con qué? – preguntó.

Él entró en la oficina y paró al otro lado del escritorio.

– Esperaba que me ayudaras a encontrar a alguien.

– ¿A quien?

– Una chica con la que me gradué en el instituto. Me dejó por un idiota pero creo que le voy a dar otra oportunidad.

Brina trato de no sonreír. Estaba allí, en su oficina y todo de pronto parecía volver a estar bien en su vida. Sus ojos le empezaron a escocer.

– ¿Qué tienes en mente? ¿Es legal?

– Probablemente no en alguno de los estados del sur.

Ella se levantó y se acercó a él.

– ¿Cómo me has encontrado? -le preguntó.

– Llamé a Mindy Burton.

Por supuesto.

– ¿Cómo está tu abuelo?

– No muy bien -bajó la mirada a sus ojos-, pero no quiero hablar de eso ahora. Podemos hablar luego si quieres. Ahora quiero hablar de otra cosa más importante. Quiero hablar sobre nosotros -le dio las flores-. La de la floristería me dijo que las rojas simbolizaban el amor pasional, las blancas el amor puro y las amarillas la amistad.

Brina se las llevo a la nariz y las olió profundamente.

– Son maravillosas Thomas -parpadeó para sostener sus lágrimas-, gracias.

– Primero fuimos amigos y después amantes -dijo-. Quiero que continuemos siendo amigos y amantes.

Brina de dejó las flores en el escrito y le abrazó.

Yo también lo quiero.

¿Recuerdas el sábado cuando te dije que ya no nos conocíamos más?

Ella asintió enterrando la cara en su pecho. Respirando profundamente. Inhalando el aroma del hombre que amaba con todo su corazón y su alma.

– Bien, eso no era verdad entonces y tampoco lo es ahora. Te conozco, Brina. Sé cuando estas apunto de llorar y sé cuando vas a reír. Qué te hace feliz, te entristece o te hace enfadar. Han pasado diez años pero te conozco -le besó la cabeza- y te he echado de menos.

– Yo también te eché de menos -dijo y se acercó para besarle la boca.

Él movió las manos a ambos lados de su cabeza y sostuvo su cara con sus palmas. Sosteniéndola de esa manera.

– Pero quiero algo más que amor y amistad -dijo-. Me he intentado decir a mí mismo que no iba a la reunión para verte, pero lo hice. Mentí sobre eso, y he mentido un poco sobre las rosas también. Las rosas blancas no significan sólo el amor puro. Significan el amor puro en el matrimonio. -La miró profundamente a los ojos y dijo-: Quiero estar contigo para siempre. Te amo.

Las lágrimas que había estado tratando de aguantar se agolparon junto a las pestañas.

– Yo también te amo.

Él le limpió las lágrimas con los dedos.

– ¡Eso es lo que quería oír!

– Te dije que te quería la otra noche. ¿Me oíste?

– Sí, -la miró a los ojos y dijo con una sonrisa-: Pero estábamos haciendo el amor y no sabía si lo sentías o sólo te dejaste llevar.

– Lo sentía.

Lentamente bajó la cabeza y presionó su boca con la de ella. Un suave beso de bienvenida que duró tres segundos antes de volverse ardiente y duro. Como si fuera para asegurarse a sí misma, Brina recorrió con las manos su cuerpo.

Él se apartó y respiro varias veces.

– Mi vida es un lío ahora. Mi abuelo se esta muriendo y no hay nada que yo pueda hacer salvo estar a su lado y ver lo que pasa. Todo lo que poseo esta en Colorado. Estoy viviendo con mi abuela en Palm Springs y ahora mismo no tengo trabajo. Todo en mi vida ahora mismo es incierto menos lo que siento por ti. Eres lo único que tiene sentido. Puede que suene un poco extraño pero te lo pido de todas formas, ven conmigo.

Asombrada, Brina pronunció.

– ¿A donde?

– Por ahora a Palm Springs, después quien sabe. A donde quieras.

– ¿Cuándo?

– Ahora mismo. Hoy. Mañana. La semana que viene. El mes que viene. Cuando quiera que puedas. Te estoy pidiendo que te cases conmigo. Que estés conmigo ahora y siempre. Sé que puede sonar un poco precipitado, una decisión irracional, pero he estado esperando desde el primer grado.

Brina sonrió. No había sonado precipitado o irracional, no para ella.

– Seré tu amiga, tu amante y tu mujer. Me casaría contigo hoy. Mañana. La semana que viene. El mes que viene. -Presionó su frente con la de el-. Quiero estar contigo ahora y siempre.

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