Brina parpadeó en la oscuridad mientras miraba el reloj que tenía junto a la cama. Las 10:30 de la noche. Se había perdido el banquete y el tour por su antiguo colegio. No pasaba nada, pero quería encontrar a Karen Jhonson y a Jen Larkin antes de la ceremonia de premios y asegurarse de que tenía a alguien con quien sentarse y no parecer una completa solitaria.
Se apartó el pelo de la cara y se sentó en el borde de la cama. Después de que Thomas la dejara en el hotel, se cambió de ropa y volvió a bajar al vestíbulo. Karen y Jen estaban a punto de irse de compras por las tiendas del pueblo así que Brina se unió a ellas y compró una camiseta de Gallinton para remplazar a la vieja que usaba para dormir. Pasó un buen rato hablando sobre el pasado con chicas con las que tenía algo en común. Chicas de la banda. Chicas del club de economía doméstica. Chicas lerdas que no sabían esquiar.
Ayudó a Karen a comprar ropa para el bebé que iba a tener y se detuvieron a ver la antigua estación de bomberos que había sido renovada. Se mantuvo ocupada, distrayendo su atención en las compras por lo que no pensó demasiado en Thomas. Bueno, al menos no cada minuto que pasaba.
Cuando regresó al hotel, cogió el equipo de esquí que alquiló esa mañana. No tenía sentido conservarlo cuando no planeaba esquiar más. Mientras hacía fila para devolver el espantoso traje azul de esquí, unas risas desviaron su atención de la tienda de alquileres al salón. Sentados junto a un gran fuego y con una imagen acogedora, como si fueran los mejores amigos, estaban Holly, Mindy Burton y Thomas.
Mientras ella esperaba en la tienda de alquiler, con el estómago revuelto y sosteniendo el traje en el que Thomas había introducido sus manos, éste coqueteaba con otras mujeres.
Observó cómo Thomas se inclinaba y le decía a Holly algo al oído y sintió un pinchazo en el corazón que le hizo mirar hacia otro lado. Él la había dejado para estar con Holly y sus amigas y eso dolía más de lo que era posible.
Después de devolver el traje, se fue a su habitación diciéndose a sí misma que no le importaba. Sus ojos se humedecieron de todas formas, y lo peor era que su corazón no escuchaba razones. Encendió la televisión y vio un poco de las noticias locales antes de prepararse para los eventos preparados para esa tarde. Se tumbó mirando al techo mientas oía un reportaje sobre alguna estúpida asamblea en el ayuntamiento y se quedó dormida. Desafortunadamente, tuvo una pesadilla sobre Thomas y Holly, felices, riéndose, juntos. Ahora que estaba despierta, pensó en regresar a la cama. Volver a ver a Thomas con Holly podría matarla.
La luz de la televisión iluminaba la habitación mientras trataba de imaginar qué estaría pasando en el banquete que de abajo. Sé, ver a Thomas con Holly la mataría, pero quedarse en su habitación imaginándose lo peor también lo haría.
Sintiéndose vacía y sin nada que se pudiera confundir con entusiasmo, Brina se duchó por segunda vez ese día. Cuando salió estaba vestida con unos vaqueros y una camiseta de manga corta. Las palabras Calvin Klein escritas en plata sobre sus pechos. Se puso un cinturón de cuero y las botas de lana que había llevado antes. No estaban a la moda, pero le mantendrían los pies calientes cuando saliera a ver el espectáculo de fuegos artificiales que cada año el hotel hacía a medianoche.
Se secó el cabello y lo trenzó. Se maquilló un poco para sentirse mejor, más que para estar bien ante cierto hombre en particular. Se colocó unos aros de plata en las orejas y aplicó un poco de gomina brillante en el pelo. Parecía bajita, pero estaba bien.
Antes de salir, cogió el abrigo que se había traído de casa y cuando llegó a las escaleras ya eran las once y media. Pasó de largo por la sala de baile donde la reunión había tenido lugar la noche anterior. Esa noche el hotel ofrecía su fiesta anual de noche vieja y la reunión se había trasladado al final del pasillo, a una gran sala de banquetes.
Atravesó la puerta y pensó quedarse por el fondo no sea que se decidiera a efectuar una silenciosa salida.
La voz de Mindy Burton flotaba por la habitación desde donde estaba, al lado de un gran podio con pequeños trofeos.
– … y nuestro próximo premio es para la pareja con más hijos. Es para Bob y Tamara Henderson. Tienen siete -dijo Mindy poniendo un voz feliz, como si tener siete pequeñajos en diez años fuera una de las siete maravillas del mundo. Todo el mundo aplaudió a los órganos reproductores de Bob y Tarama, y Brina pensó que quizás fuera sólo ella y su espeluznante humor pero creía que dar a luz no era algo tan inusual como para merecerse un premio. Era más bien, como si los del comité de la reunión fueran tan necios que tuvieron que pensar razones estúpidas para dar a sus amigos un trofeo. Lo siguiente probablemente sería el premio al pelo más castaño.
Dejó que su vista vagara por la sala, buscado a Karen y a Jen, pero por supuesto, localizó a Thomas primero. Y por supuesto estaba sentado en una mesa rodeado de mujeres. Y como si sintiera su mirada sobre él, la miró y se le levantó despacio de la silla.
Mientras Mindy anunciaba al siguiente ganador, Brina vio como Thomas se dirigía a ella. Tenía la cara bronceada por el sol y los labios un poquito secos. Llevaba unos Levi's desteñidos, un suéter blanco de algodón con cuello marinero y una simple camiseta blanca debajo. Y con cada una de sus pasos, el corazón de Brina se aceleraba un poquito. Y cuánto más se aceleraba su corazón, más enfada se ponía, y cuanto más se enfadaba, menos le preocupaba si su enfado era irracional. La besó y tocó como si ella hubiera significado algo para él y luego la abandonó haciéndola sentir como si no lo fuera. Le hizo cuestionarse sus motivos y los de él. Se sintió insegura e incierta. Algo que le pasaba desde el instituto.
Thomas no le debía nada, se recordó a sí misma. Ella no le debía nada. Era un extraño. Eran extraños. Ya no lo conocía.
Sólo que no parecía un extraño. Cuando le miraba a sus familiares ojos azules, sentía como si hubiera regresado a casa. Reconocía su alma. Thomas era la única persona viva con la que ella compartía ciertos recuerdos que le podían hacer llevar una sonrisa a los labios, atragantarse o encogérsele el corazón.
Él era el único que conocía todas las inseguridades de su niñez y que en sexto curso había rezado para tener una muñeca «Tarta de Fresa».
– Hola -le dijo mientras se ponía en frente de ella-. ¿Acabas de venir de alguna parte?
– Sí, de mi cuarto.
Mindy anunció el premio para la persona que había cambiado menos y Thomas esperó a que los aplausos cesaran antes de volver a preguntar.
– ¿Has estado en tu cuarto todo la noche?
– Sí.
– ¿Sola?
Lo sabía. Después de lo que pasó esa tarde, él se pensaba que era una promiscua y por supuesto había tenido que admitir lo del sexo extravagante en el Rose Garden, lo que no ayudaba a su imagen.
Con el abrigo colgándole de un brazo se apoyó la mano libre en la cadera.
– ¿Dónde has estado tú toda la tarde?
– Contigo.
Ella ignoró el rubor que crecía desde su cuello.
– Después de que me abandonaras.
Él entrecerró los ojos un poco.
– Después de que los dos regresamos al hotel -dijo lentamente-, me fui a esquiar.
– Sí, te vi esquiando.
– ¿Qué quieres decir con eso?
– Nada.
– Estás enfadada por algo.
– No, no lo estoy.
– Sí lo estás, siempre he podido decir cuándo estabas enfadada. Te salían dos pequeñas arrugas entre los ojos. Todavía lo haces.
Prefería comer hormigas que decirle por que estaba enfadada. Miró tras el y buscó entre la multitud hasta que dio con Karen y Jen.
– Perdóname -dijo-, me voy a sentar con mis amigas.
Caminó entre las mesas y justo había puesto su abrigo en el respaldo de una silla vacía cuando Mindy anunció el siguiente premio.
– … y el premio para la persona que ha cambiado más es para Brina MacConnell.
Brina miró hacia el escenario y se quedó inmóvil. Se asombró de que todavía se acordaran de ella. Vaya, por un momento se sintió especial. Se dirigió hacia donde esta Mindy, que le dio un barato trofeo en forma de montaña hecha de un plástico igual de barato.
– Estás fantástica ahora, Brina -le dijo Mindy.
Brina observó los azules ojos de Mindy y decidió no ofenderse por el comentario. Ella y Mindy nunca habían sido amigas, pero Mindy nunca fue desagradable con ella a propósito.
– Gracias -dijo-, tú también.
Regresó a la mesa y se sentó echando un vistazo hacia la puerta, Thomas ya no estaba allí, pero tampoco seguía sentado con Holly. Miró por la sala y le vio hablando con George Allen. Se había puesto su chaqueta de esquí y apoyaba el peso sobre una pierna mientras giraba sus llaves con el dedo índice. Le vio sacudir la cabeza y salir de la sala de banquetes y Brina no pudo dejar de preguntarse a donde iría y a quien se encontraría.
– ¿Qué premio te ha tocado a ti? -preguntó a Karen en un esfuerzo por apartar su mente de Thomas.
– La chica que tiene más probabilidades de dar a luz en la reunión.
– Supongo que les llevaría horas pensar en eso -dijo y miró a Jen-. ¿Cuál es el tuyo?
Karen se empezó a reír y Brina esperó que no fuera nada desagradable como la chica que más peso había ganado.
– El de más pecas -respondió Jen con ceño-. Quería el del mejor pelo, pero se lo dieron a Donny Donovan.
– ¿No es gay?
– No, pero su novio sí lo es, creo.
– ¿Quien es su novio? -pregunto Brina.
– ¿Recuerdas a un chico que se graduó un año antes que nosotros, Deke Rogers?
– No -dijo Brina-, ¡¡espera!! ¿Deke Rogers? ¿El chico que se parecía a Brad Pitt y hacía carreras de coche? ¿Del que todo el mundo estaba locamente enamorado?
– Sí, incluido Donny.
Sacudió la cabeza.
– Pufff, ¿no podría alguien como George Allen hacernos un favor a todas las mujeres y ser gay? A nadie le importaría.
– Es verdad.
Jen asintió.
– Sí, a nadie le importa que Richard Simmons sea gay, pero sí que lo sea Rupert Everett. -Suspiró y apoyó la cabeza contra su rechoncha mano-. No me importaría hacerle hetero.
Brina se mordió el labio para no reír, pero Karen no lo hizo, se rió tan alto que sobrepasó a la voz de Mindy y Brina tuvo miedo de que estallara su vaso de agua.
Después de que Mindy diera los dos últimos premios, hizo el anuncio final.
– Por supuesto, todo el mundo está invitado a unirse en la celebración de noche vieja. Cinco minutos antes de medianoche, se les proveerá con una copa de champán y sé que algunos de vosotros seréis los primeros en tomar ventaja en el alcohol gratis.
– ¡Puedes estar segura! -gritó alguien desde el fondo de la sala.
– Por la mañana -continuó Mindy por encima de las risas un poco alcoholizadas de algunos compañeros de clase que, obviamente, habían bebido más de tres copas-. Todos nos reuniremos en la sala de baile para nuestra comida de despedida. No os la querréis perder, tenemos algo especial planeado.
Brina se levantó y cogió su abrigo preguntándose que podría desbancar a los baratos trofeos.
– ¿Saldréis a ver los fuegos artificiales? -les preguntó a Karen y a Jen.
– ¡Dios no! -respondieron al unísono.
– demasiado frío.
– Se te helará el trasero.
Al haber crecido en Gallinton, Brina siempre había adorado los fuegos artificiales que estallaban en el cielo, pero como entonces no era una huésped del hotel los tuvo que ver desde el aparcamiento. Siempre quiso un asiento en primera fila, ella y Thomas se preguntaban como sería el espectáculo desde el otro lado. Mientras iba hacia la sala de baile le buscó con la mirada. Con cada hombre de pelo oscuro que pasaba y no era Thomas, su corazón se hundía un poquito. No sabía como se podía estar enfadada con una persona y al mismo tiempo estar desesperada por verle la cara.
La sala de baile estaba llena de invitados y gente del pueblo que pagaban por estar allí. Los vestidos iban de informales a formales, y la banda tocaba principalmente viejos temas. Frank Sinatra y Ed Ames eran los favoritos. Pequeños reflejos de luz se reflejaban en la bola de espejo que había en el techo y caían sobre los invitados.
Como ni Jen ni Karen querían enfrentarse al frío, Brina salió de la sala ella sola. Una mano la agarró el brazo desde atrás y se giró, esperando ver a Thomas.
– Hola, Brina -dijo George Allen por encima de la música.
Decepcionada, no se molestó en sonreír, no quería animarle.
– George.
Mientras la banda tocaba algo sobre una mujer vagabunda, George hizo un pequeño espectáculo subiéndose la manga y mirándose el reloj.
– Son las once cincuenta y tres -dijo-, siete minutos para medianoche.
George siempre se había imaginado que era un imán para las nenas, pero siempre estuvo equivocado.
– Sí, deberías ir a por tu copa gratis de champán.
– Es verdad -se balanceó sobre sus talones y la miró a través de sus vidriosos ojos-, volveré, no te vayas muy lejos, tengo planeado darte un beso de año nuevo.
– Oh, maravilloso -le respondió con un sutil sarcasmo que pasó completamente desapercibido para él-. Esperaré aquí, te lo prometo.
– De acueeerdo… -dijo y asintiendo con la cabeza se mezcló entre la multitud.
Brina inmediatamente se dirigió a la terraza, metió los brazos en la chaqueta y se sacó la trenza. Mientras se abrochaba la chaqueta se hizo sitio entre la multitud y abrió las puertas para unirse a la gente en la cubierta. El aire helado la golpeo en la cara y casi le quitó el aliento. Se subió el cuello y sacó los finos guantes del bolsillo. No podrían mantener sus manos calientes pero si metía las manos luego en los bolsillos, estaría bien.
– Dos minutos -el cantante de la banda anunció por los altavoces-, agarrad el champán y a vuestro cariñito.
Se acercó a la barandilla y observó a la gente que había debajo. Sus pensamientos volvieron otra vez a Thomas. Se sentía mal porque no estuviera allí. Él adoraba los fuegos artificiales tanto como ella. De hecho, solía hacer cohetes con las cabezas de las mechas. O quizás estaba por allí, preparado para ver el espectáculo con alguien más.
– ¡Brina!.
Se asomó un poco más por la barandilla y saludó a Mark, estaba con un grupo de amigos, incluida Holly. Se sorprendió un poco al ver que Thomas no estaba con ellos.
– Ven aquí -le dijo-, tenemos aguardiente para mantenernos calientes.
La última vez que bebió aguardiente, tuvo resaca durante tres días.
No, estoy bien aquí.
Un minuto -avisó el líder de la banda.
Un poco inestable, Mark le rogó.
– Por favor, Brina, baja o tendré que ir a por ti.
Brina paseó la mirada de Mark a Holly, la cual no se molestaba en esconder que estaba molesta por algo.
– Oh, está bien -dijo Brina. Y se apartó de la barandilla. Antes, no le hubiera importado que la invitaran para estar con esas personas y le habría encantado buscar una oportunidad para molestar a Holly, pero ahora no le importaba.
– Veinte segundos.
Dio un paso atrás y se tapó las congeladas orejas con las manos enguantadas. No tenía ninguna intención de encontrarse con Mark y los otros. Quería verlo justo desde donde estaba.
La cuenta atrás empezó en el quince y sobre el diez un sólido cuerpo se presionó junto a su espalda y unos fuertes brazos la envolvieron por la cintura. Brina miró por encima de su hombro preparada para golpear a George Allen si fuera necesario, pero bajó las manos cuando contempló la oscura cara de Thomas.
– Sabía que te encontraría aquí afuera -le dijo al oído.
No tuvo que preguntarle cómo lo sabía. Él también recordaba todos aquellos años cuando estaban en el otro lado, preguntándose como sería la vista desde la cubierta y jurando que algún día tendrían el dinero para estar justamente donde estaban ahora.
La cuenta atrás continuo, tres… dos… uno… Desde la pista de esquí, la primera tanda de fuegos artificiales hizo temblar el suelo y la banda tocó «Auld Lang Syne [5]» A la vez Thomas bajaba su cara y presionaba su fría boca contra la suya. Mientras destellos rojos, blancos y dorados explotaban en el oscuro cielo, Brina también sintió como su pecho estallaba. Su corazón se expandió latiendo locamente contra su esternón y mandó sangre a su cabeza.
Los labios de Thomas eran abrasivos y sabían a hielo y whisky. Pensó que debería apartarse de él. Estaba enfadada con él y tenía derecho a su furia, pero el arranque de furia que le pedía decir «¡no!», desapareció rápidamente, y después de todo, razonó, era solo un beso de año nuevo.
Brina se giró en el abrazo, él la puso de puntillas con el brazo con el que le rodeaba la espala y posó su fría mano en su igualmente fría mejilla. Sus labios se abrieron y ella cerró los ojos. La fría noche enfriaba la cara y las orejas, pero dentro de sus bocas, la caliente lengua de Thomas acariciaba la suya. El beso continuó durante toda «Auld Lang Syne».
Un escalofrió le recorrió la espalda e hizo que se le encogieran los pechos y ninguna de las dos cosas tenía algo que ver con el aire frío que los rodeaba.
Thomas malinterpretó el escalofrió y se apartó preguntando.
– ¿Tienes frío?
Ella no quiso admitir que era el beso lo que la había dejado temblando, así que asintió.
– Sé de un sitio más caliente donde podemos ver el espectáculo -dijo tomándola de la mano.
– ¿Dónde?
– Ya lo verás cuando lleguemos.
La guió por el hotel entre el confeti y las tiras de papel de colores que adornaban la sala.
Ella confiaba y le seguiría a cualquier parte pero cuando entraron en el vacío ascensor empezó a sospechar sobre a donde iban a ir y no le gustó.
Cuando pulsó el botón del tres, no pudo más que sentirse decepcionada. Lo que tuvo lugar esa tarde fue un error, el cual no planeaba repetir.
– No veremos nada desde mi habitación -dijo mirándole a la cara, iluminada por los fluorescentes del ascensor.
– Por eso no vamos a ir a tu cuarto.
– Oh.
Las puertas se abrieron y salieron al pasillo.
Brina le siguió, dejando atrás su habitación y se dirigieron a la última puerta de la izquierda. Él sacó una tarjeta del bolsillo y abrió la puerta. Desde donde estaba, Brina podría ver muy poco, la habitación estaba completamente a oscuras, excepto por los flashes de luz que venían de fuera de la ventana e iluminaban un poco.
– No creo que esto sea una buena idea -dijo sin moverse. Tenía miedo de entrar en la habitación y que él asumiera que quería correr a la cama. Había muchas razones por las que el sexo con Thomas no era buen idea. Y en la parte de arriba de la lista estaba el cómo se sentía hacia él, y no estaba segura de lo que el sentía por ella.
– ¿Por qué no?
– Porque… -paró un segundo, tratando de pensar en la frase correcta que necesitaba decir, pero como no podía pensar en nada, le soltó la verdad-. No quiero que pienses que voy a tener sexo contigo. Después de hoy, probablemente asumirás que hago ese tipo de cosas todo el tiempo, pero no lo hago.
¡Jesús! -dijo-. Primero, nunca asumí que lo hicieras. Segundo, te invité aquí porque pensé que te gustaría ver el espectáculo sin congelarte los dedos de los pies, y tercero, te debo media botella de champán y pensé que quizás la quisieras -se detuvo un según y añadió-: Podemos volver abajo si te sientes incómoda.
Se sentía estúpida.
– No, me gustaría quedarme.
Sin encender las luces, Thomas la cogió de la mano. La puerta se cerró tras ellos y la guió a través de los muebles hacia la ventana.
– Wow -dijo mientras se quitaba los guantes y los guardaba en el bolsillo-. Ésta es un poquito más grande que mi habitación.
Él se movió detrás de ella y la ofreció ayudarla a quitarse el abrigo y cuando habló su voz parecía suspendida en la oscuridad.
– La mejor parte es el jacuzzi, entran seis personas, creo. Deberías echarle un vistazo.
Se alejó con su abrigo y Brina no pudo dejar de preguntarse si el se refería a que debía echarle un vistazo en el sentido de verlo o de saltar dentro, sola o con él. O si estaba dando por sentado bastante más de lo que decía.
La atención de Brina se volvió a centrar en los fuegos que estallaban en el cielo abriéndose como paraguas y cayendo como lluvia hacia la nieve que había debajo. Observarlo desde este lado del hotel era mucho mejor que hacerlo desde el aparcamiento.
El corcho del champán hizo un ruido al descorcharse y Brina miró por encima de su hombro hacia el bar.
– Creo que definitivamente tienes el mejor asiento de la casa, Thomas.
Pudo oír su suave risa mientras se acercaba silenciosamente.
– Sí, es bastante mejor que congelarnos como solíamos hacer.
Le ofreció una copa.
– Feliz año nuevo, Brina.
– Feliz año nuevo. -Se llevó la copa a los labios y le miró por encima del cristal. Las luces rojas iluminaban su rostro y su suéter blanco-. Debes estar orgulloso de ti mismo -dijo y bebió un trago.
– ¿Por qué?
– Porque siempre dijiste que tendrías un millón cuando tuvieras treinta años. Y supongo que lo hiciste.
– Sí, lo hice -se bebió todo lo que le quedaba en la copa mientras una explosión sonaba en el aire, haciendo que vibrara el suelo bajo sus pies-. He conseguido mucho dinero, Brina -dijo cuando la noche volvió a quedarse en silencio-, pero no es el dinero lo más importante.
Había estado viendo demasiados talk-shows como había mencionado.
– Hablas como Oprah.
Él sonrió y sus blancos dientes relucieron entre sus labios.
– Eso es porque Oprah sabe.
– ¿Qué?
Se encogió de hombros.
– Está bien poder pagar las facturas y es agradable poder comprarte un abrigo nuevo cuando lo necesitas, pero no te puede hacer delgado, y no te puede hacer feliz.
Dicho por un hombre que no tenía que preocuparse por pagar las facturas.
– No estoy de acuerdo. Si yo fuera rica contrataría a un cocinero que cocinara comida baja en grasas durante el resto de mi vida y me compraría un abrigo de armiño.
– Como Cenicienta -dijo tras una sonrisa.
Se acordaba.
– Sí, como Cenicienta. Eso me haría perdidamente feliz.
– ¿Durante cuánto tiempo?
– Para siempre.
– Estás equivocada. Serías cenicienta durante un tiempo, luego te aburrirías. -Bebió otro trago y miró por la ventana-. Créeme, lo sé.
– El dinero te da más opciones. -dijo y miró por la ventana al brillante espectáculo.
– Verdad, pero no puede parar el tiempo, sólo tienes cierto número de días, y cuando llega la hora, el dinero no puede parar la muerte o las enfermedades. Puede comprar los mejores cuidados médicos, pero eso no es garantía de nada.
Brina giró la cabeza y su corazón se aceleró.
– ¿No estás enfermo, verdad?
– ¿¿Yo?? No
– De quién estás hablando.
– De nadie.
No le creyó ni por un segundo, pero no era difícil imaginarse de quien estaba hablando.
– Siempre fuiste un mal mentiroso. Mencionaste que tu abuelo tenía problemas de salud. ¿Qué pasa?
– Es mayor -desde la ventana un explosión de luz iluminó su perfil-. Su corazón lleva mal algunos años. Algunas veces cuando lo visito, sus labios se vuelven azules y me da un miedo enorme. Sólo se toma una pequeña pastilla y su corazón empieza a funcionar. Le he llevado al mejor especialista del país, pero es mayor y nadie puede hacer nada.
Brina le cogió de la mano y se la apretó.
– Lo siento Thomas.
– Yo también -se llevó la copa a los labios y la miró-. Nunca le he contado a nadie que me asusta y en parte no sé porqué lo he hecho.
– Bien, me alegro de que lo hicieras.
La acarició con el pulgar en la mano. Hubo otra explosión y ella vio como su mirada bajaba desde su garganta a la ajustada parte delantera de su camiseta. Las explosiones del exterior se desvanecieron y la habitación volvió a quedarse a oscuras.
– ¿Cómo de contenta? -preguntó, se llevó su mano a la boca y le beso los nudillos-. ¿Qué me costaría quitarte la ropa? -La punta de su lengua toco la V que se formaba entre sus dedos, mandado escalofriaos desde la muñeca al codo.
– No creo que desnudarme contigo sea buena idea.
– ¿Por qué no?, no parecía importarte esta tarde.
Le giró la mano y la besó en la palma, deteniéndose para succionar el centro.
– Lo de esta tarde fue un error. Tú mismo lo dijiste. Nos dejamos llevar. -Él sopló, y su caliente respiración contra la humedad de su palma le hacían casi imposible poder controlar los escalofríos que corrían por su brazo-. Creo que deberíamos olvidar lo que pasó.
– ¿Vas a ser capaz de olvidarlo?
– Lo voy a intentar, ¿tú?
– No -dijo simplemente y la mordisqueó hasta la muñeca-. Tu pulso se acelera.
Cerró su mano y mantuvo dentro la humedad de sus labios.
– ¿Thomas?
– ¿Humm?
– Lo digo en serio. No creo que sea una buena idea.
– Sólo dime cuando quieres que pare -dijo, y suavemente le succionó la fina piel del dorso de la mano.
Esta vez no pudo controlar los escalofríos que le hacían cosquillas interminables, mezclándose con la sangre que corría por sus venas. La húmeda boca sobre su sensible piel mandaba ríos de escalofríos por sus pechos y entre sus piernas. Sus pezones se endurecieron bajo el sujetador de nylon que llevaba y pensó que probablemente debería decirle que parara ahora, antes de que volviera a enterrar su cara en su cuello. Pero en ese momento la noche explotó y el trueno final llenó de colores la habitación iluminando la cara de Thomas.
A través de los rayos dorados y blancos le miró a los ojos. Él la miraba por encima de su muñeca, su mirada como ardientes llamas en la oscura noche. La quería. La quería tanto como ella a el. Y mientras ella le miraba a los fieros ojos, de pronto no pudo recordar por qué exactamente hacer el amor con Thomas era una mala idea.
Se llevo la copa a los labios y la vacío.
– ¿Por qué me abandonaste hoy y te fuiste a esquiar con Holly?
– Yo fui a esquiar -susurró contra su piel-. Holly estaba allí, y yo no te abandoné, te dejé para poder pensar.
– ¿Sobre qué?
Finalmente desprendió su boca de ella.
– Sobre ti -dijo y se llevó el vaso a los labios para terminar de bebérselo.
No sabía si creerlo completamente, pero quería hacerlo desesperadamente.
– ¿Y cual fue tu conclusión?
– Que te quiero. Como no he querido a nadie en mi vida, quizás incluso más ahora. Eres hermosa y tan graciosa como siempre. -Le quitó la copa y la dejó caer al suelo junto a la suya, donde aterrizaron silenciosamente-. Sé por qué te quiero, pero no estoy tan seguro de por qué me quieres tú a mí.
No podía decirlo en serio.
– Cuando llegué a la reunión anoche, pensé que alguna afortunada había alquilado a un modelo de ropa interior para acompañarla. -Sólo podía ver el perfil de su cara, pero pensó que había fruncido el ceño-. Entonces Karen me dijo que tú eras el modelo de ropa interior y me alegré. No porque parezca que probablemente deberías andar siempre en ropa interior para el entretenimiento de las mujeres, sino, porque las cosas entre nosotros no terminaron muy bien en el instituto y siempre me arrepentí de lo que pasó.
– ¿Que pasó? -dijo y soltó su mano.
– Lo sabes
– Creo que lo sé, pero por qué no me lo cuentas.
Brina cruzó los brazos bajo los pechos y respiró profundamente.
– Tu recuerdas cómo era, cómo quería desesperadamente comer en la mesa grande, el ser incluida por los niños a los que todo el mundo miraba. Pensé que si Mark me quería, sería alguien especial. -Se miró a los pies-. Nunca más duendecillo MacConnell, la delgaducha niña a la que su madre le hacía la ropa.
Thomas le puso el dedo bajo su barbilla y levantó la mirada hacia la suya.
Me gustaba duendecillo MacConnell.
– Lo sé, pero a mí no.
– ¿Y ahora? ¿Sigues desesperada por sentarte en la mesa grande?
– No me gustó.
Le acaricio los labios con el pulgar.
– Tú también me gustas.
Abrió los labios y le lamió la yema del pulgar.
– Me gusta tu camiseta -le dijo, el deseo en su voz-. En el momento en el que entraste en la sala del banquete, me fijé en la camiseta -dijo y deslizó su mano por su nuca acercándola a él.
– Es de un bonito verde brillante -respondió, sus palmas en su pecho, sobre la fibra de su suéter.
Él se rió.
– No fue eso lo que noté.
– ¿Entonces qué fue?
– El modo en que las palabras Calvin Klein se expandían sobre tú pechos -bajó a cara y presionó su frente con la de ella-, y me pregunté cuánto tiempo me llevaría sacártela.
– Pensé que me habías invitado aquí para que mis pies no se congelaran y porque me debías media botella de champán.
– Es verdad, pero no mencioné que te quería quitar la camiseta con los dientes. -Le puso la trenza sobre un hombro y cogió la goma que la sujetaba-. No mencioné que los brillos de tu pelo me vuelven loco y que quiero hacerte el amor con tu cabello extendido sobre mi almohada -dijo y le deshizo la trenza-. Que quiero ver tu cara por la mañana cuando abra los ojos. -Enredó los dedos en su pelo y le echó la cabeza hacia atrás, como había hecho esa tarde. Y antes, cuando le besó los labios como un hombre que sabía lo que quería e iba tras ello. Su lengua se deslizó dentro y le hizo el amor en la boca con ardientes e insistentes embestidas. Creó una maravillosa succión y movió su cabeza mientras devoraba sus labios, sus manos abriéndose y cerrándose en su pelo.
Brina se derritió contra el, su calor calentándola a través de su suéter y su camiseta., calentándole el corazón profundamente, donde nunca había sido calentada antes. Él quería hacer el amor. Ella también lo quiera. Amaba a Thomas. Siempre había querido a Thomas, sólo que ahora se había enamorado de él también. Su cuerpo y su corazón dolían y le quería del mismo modo que una mujer quiere al hombre al que ama.
Buscó la parte inferior de su suéter y se la subió hasta el estómago. Sus dedos se enroscaron sobre la camiseta y también se la subió. Y por fin sus manos estaban sobre el. Sobre su caliente y dura piel y su corto y sedoso vello. Debajo de su tacto, sus músculos se contraían y ella apartó su boca de la de el.
– Enciende la luz -le dijo-, tú ya has tenido la oportunidad de verme. Ahora es mi turno. Quiero verte.