Thomas le contó a Brina que inició la compañía vendiendo sus acciones de Microsoft. Le explicó como creaba programas para predecir tendencias en los negocios, pero Brina no tenía ni idea a qué se estaba refiriendo. No le interesaba. Mientras ascendían sobre las copas de los pinos lo único que le importaba era estar sentada en la misma silla que él y escuchar su voz.
Hicieron varias carreras más antes de que atardeciera y a pesar de que Brina mejoraba cada vez, no pensaba que Picabo Street [4] tuviera algo de qué preocuparse. Pararon para comer, pero los restaurantes del hotel estaban llenos así que se cambiaron las botas y se fueron paseando algunas manzanas a un restaurante de las afueras.
Después de comer, Brina no se sentía con ganas de esquiar más y alegó que tenía los tobillos doloridos, así que persuadió a Thomas para que la llevara a dar una vuelta por el pueblo. Se montaron en un Jeep Cherokee con matrícula de Colorado y se dirigieron hacia el sur. Pasaron por la por la casa de dos pisos en la que Brina se había criado y condujeron durante media milla más hacia la pequeña casa donde vivió Thomas. Dos niños estaban jugando con un Golden Retrieve en el jardín delantero y una vieja camioneta estaba aparcada junto a la casa. Verlo, le trajo a la memoria las muchas veces que ella y Thomas habían andado o corrido en esa casa, su abuela llamándolos para que se quitaran los zapatos.
– ¿Crees que la alfombra seguirá siendo de ese color verde como de verdura cocida?
Él la observó y regresó la mirada a la casa.
– Quizá. Estaba garantizada para sobrevivir a un ataque nuclear.
– Me pregunto si nuestro fuerte del árbol sobrevivió todos estos años.
– Lo dudo.
– Seguro que sí.
Thomas se quitó las gafas de sol y las arrojó sobre el salpicadero del coche.
– ¿Qué te quieres apostar?
– Diez pavos.
– No lo creo -le echó un vistazo-. Si apostamos, yo digo cual será mi premio.
– No te voy a enseñar mi trasero.
Él se rió.
– No estaba pensando en tu trasero.
– ¿Entonces en qué?
– Te lo haré saber cuando gane.
Brina se preocupó un poco por lo que él podría reclamar si ganaba, pero creyó que no le haría hacer algo que ella no quisiese.
– Si yo gano, me tienes que comprar una botella de champán. -Y como él no parecía muy preocupado, añadió-: Y tienes que beber de mi bota.
Él se rió entre dientes.
– No lo creo.
– Ok, pero tienes que comprarme un buen champán, no cualquier cosa.
Aparcaron el jeep a media milla de la vieja casa de Thomas, en la entrada de la carretera de servicio que daba al bosque.
La carretera estaba bloqueada por una verja, pero las densas copas de los árboles evitaban hubiera mucha nieve en el suelo.
Thomas fue hacia la verja primero, luego Brina. Y mientras pasaba sus dos piernas por encima de la valla, le miró mientras él la cogía por la cintura. Apoyó las manos sobre sus hombros y él la fue deslizando poco a poco por la parte delantera de su chaqueta.
– No pesas mucho más de lo que solías pesar antes -dijo mientras la ponía de pie.
Brina lo sabía mejor. Pesaba cuarenta y dos kilos cuando se graduó y había ganado desde entonces por lo menos 6 kilos más en los últimos diez años.
La perfecta nieve blanca cubría sus botas y tobillos mientras andaban juntos por la carretera que cruzaba la montaña.
Brina no estaba muy segura de reconocer el área donde pasó mucho tiempo de pequeña.
– ¿Sabes a donde vamos?
Sí. -Sus hombros se rozaron y el pregunto-: ¿Frío?
Anduvieron por la nieve, y en realidad ella se estaba poniendo un poco caliente.
– No mucho, ¿tú?
– No. -Thomas miró por encima de su cabeza, observando la zona-. ¿Tienes novio? -preguntó como si no le importara lo más mínimo-. ¿Estas viéndote con alguien?
– No, ¿tú?
– No en este momento.
Brina tropezó con una piedra escondida bajo la nieve y se sujetó a su brazo para no caerse.
Él la observó por encima del hombro.
– Tan llena de gracia como siempre, veo.
Brina le miró a la cara. Era verdad. De niña nunca tuvo mucha coordinación a diferencia de cómo era ahora, Thomas tampoco había sido perfecto. Ella apartó sus manos de él, quizá el también necesitaba recordar.
– ¿Qué le pasó a tu uniceja?
– Lo mismo que le pasó a la tuya. -Thomas se paró y señaló hacia la derecha-. Creo que es por allí.
Totalmente sin sentido de la orientación, Brina le siguió por el pequeño prado. Él se detuvo y miró a su alrededor, entonces la llevó por un pequeño camino bloqueado por los densos pinos.
La nieve crujía bajo sus botas mientras andaban unos quince metros y de pronto los árboles se esparcieron, llegaron a un pequeño claro en donde la nieve les volvió a cubrir los tobillos.
– Ahí está -dijo Thomas señalando a un pino que estaba justo frente a ellos.
Brina se acercó un poco y contempló los viejos y deteriorados tablones de su fuerte. Las escaleras ya no estaban y varios tablones se había roto y caído al suelo.
– Parte de él todavía está en pie, así que supongo que la apuesta ha quedado en tablas.
Thomas se puso detrás de ella.
– O los dos hemos ganado la mitad del premio. -Deslizó sus manos sobre sus hombros y luego por las mangas de su chaqueta de esquí-. Pagaré por media botella de champán y yo obtengo la mitad de lo que quiero.
Brina se volvió y le observó la cara, la sombra de los árboles creando una sombra sobre su frente.
– ¿Y es?
Thomas la acercó a él y dijo en un susurro.
– Quiero la mitad de ti.
Debía de estar bromeando, por supuesto.
– ¿Qué mitad? -preguntó
– La de arriba -él puso la mano en la parte de atrás de su cabeza y acercó su cara hacia la suya-. O quizá tome la parte de abajo. -Su aliento rozándola los labios-. Siempre he querido echar un buen vistazo a la parte de abajo.
A Brina se le cortó la respiración en la garganta, junto a su nerviosa risa. Quizás no estaba bromeando.
– Aparta las manos de mi trasero.
Él se rió suavemente junto a su boca.
– ¿Quieres apostar a que te hago cambiar de opinión?
No esperó a que le respondiera para besarla. Entreabiertos, sus labios se posaron en su boca, mandado ardientes escalofríos por la espalda.
Brina deslizó las manos por sus hombros hasta la parte de atrás de su cuello. Se puso de puntillas y se apoyó contra su pecho.
– Estoy tan contenta de estar aquí contigo -susurró y le tocó con la punta de la lengua sus ardientes labios.
A pesar de los guantes, él enterró las manos en su pelo, le echó la cabeza un poco para atrás dejando la boca abierta un poco más, pero en lugar de darle un beso explosivo, le succionó suavemente el labio inferior. Con cada lametazo de su boca, ella sentía un apretón en los pechos, entre las piernas… y en su corazón. Sus ojos se cerraron y ella dejó que las sensaciones se apoderaran de ella como miel caliente, espesa y dulce.
Éste no era el chico que ella conocía. El hombre que la derretía en medio del invierno sabía lo que quería, sabía lo que estaba haciendo, sin dar rodeos, con las órdenes de su boca. Lo había hecho antes y era muy, pero que muy bueno creando seductores pensamientos en su cabeza. Este Thomas era alguien a quien nunca había conocido. Alguien que hacía que se desesperara por tocarlo a través de la ropa. Se quitó los guantes y los dejó caer al suelo. Desnudos ahora, sus dedos le peinaron el cabello. Frío y sedoso, se rizaba sobre sus nudillos y le hacia cosquillas en las palmas.
Thomas le inclinó la cabeza hacia un lado y presiono más sus labios contra los de ella. Su boca se abría y cerraba, y se volvía a abrir imitando la de un hombre hambriento. Su lengua se deslizó en su boca para un combate sexual, devorándola y creando una fuerte succión. Le dio un beso largo y duro, sus lenguas tocándose, explorando sabores y texturas hasta que un gemido le salió de las profundidades del pecho. Se apartó un poco y la contempló, su respiración era entrecortada mientras intentaba meter aire en sus pulmones.
No, éste no era el Thomas que no había hecho nada más que cogerla de la mano y besarle los labios. Este Thomas la miraba con pasión, dejándola ver exactamente qué era lo que él quería. Que quería algo más que cogerla de la mano, y desde algún lugar, en donde se almacenaban antiguos recuerdos y sentimientos, en algún lugar cercano a su corazón, el pasado y el presente se entrelazaban en un lío de confusas emociones, y el chico al que había querido, pronto se estaba convirtiendo en el hombre del que se podía enamorar.
– ¿Recuerdas todas las veces que fui a tu casa? -le preguntó con una voz áspera-. Tu madre abría la puerta y yo le preguntaba si podías jugar.
Mmm… hmm.
Él se mordió con la boca el dedo corazón de cada mano enguantada y se quitó los guantes que cayeron al suelo
– ¿Qué dices Brina? -él fue a por la cremallera de su traje de esquí y la miró a los ojos. No pidió permiso, pero ella sabía que le podía parar si quería-. ¿Quieres jugar?
– ¿Qué tienes en mente? -preguntó a pesar de que se figuraba que ya lo sabía.
– Algo de esto…
Lentamente le bajó la cremallera hasta la mitad del pecho. El aire frío chocó contra su ardiente piel, la cual se tensó y los pezones se endurecieron, casi hasta un punto doloroso. Él la seguía mirando a los ojos mientras cogía los bordes de su traje y los bajaba un poco.
– … un poco de eso.
Brina contuvo la respiración y esperó. Varios prolongados momentos pasaron mientras el deslizaba la vista por su barbilla, hacia su cuello y bajaba hasta su sujetador. De repente todo en él se quedó quieto, parpadeó dos veces y sacudió su cabeza como si se hubiera sorprendido.
– ¡Jesús! No llevas camiseta.
– ¿Debía de hacerlo?
– Supongo que no -dijo mientras deslizaba sus manos dentro de su traje. Las calientes palmas la tocaron el estómago y luego subieron hasta rodear sus pechos-. Quizá no creciste hasta después del instituto, pero la espera mereció la pena. Eres perfecta.
A Brina la respiración se le agolpaba a la vez que ponía los pechos en sus manos y se acercaba para besarle la barbilla. Le puso a un lado el cuello de su chaqueta y bajó un poco la camiseta. Contra la caliente piel de su garganta, ella presionó sus labios mientras le saboreaba.
Thomas se inclinó un poco sobre sus rodillas, la agarró por la parte de atrás de los muslos y enlazó sus piernas alrededor de su cintura. Con dos largos pasos le aprisionó la espalda contra el árbol y atrajo su cara a la suya. Instantáneamente su boca estaba sobre la de ella, caliente y carnal, no había dulces besos esta vez, no estaba jugando. Apartó las cremalleras y sus manos ocuparon el espacio. Sus pezones rozaban el centro de sus palmas, lo dedos presionando los pechos. Thomas introdujo la lengua en su boca y presionó su pelvis contra su centro. A través del GoreTex y el nylon, ella le podía sentir, largo y duro, y apretó sus piernas más alrededor de sus caderas. Él abrió las piernas y movió la boca hacia su barbilla y cuello. Le besó la garganta y la cima de los pechos.
Brina arqueo la espalda, presiono sus hombros contra el árbol y entrelazo sus dedos en su pelo.
La punta de su lengua trazó el borde de su sujetador hasta el centro y deslizó los labios hacia la zona más llena de sus pechos.
Una parte de ella sabía que no debía permitir esto, que estaba mal, pero no estaba arrepentida. Se sentía bien.
Le miró la oscura cabeza, las mejillas y entonces cerró los ojos y sólo permitió que las sensaciones que él creaba en ella tomaran el control. Las sensaciones de su húmeda y suave lengua a través del abrasivo material de su sujetador. El calor que se deslizaba por su cuerpo y que hacía que se le encogieran los dedos de los pies dentro de las botas. Le recorrió el cabello con sus manos, su cuello, sus hombros y otra vez el pelo tocándolo todo lo que fuera posible, pero no era ni remotamente suficiente. Ella movía sus caderas y a través de las capas de ropa que tenían, él volvió a empujar contra ella.
Pero todavía no era suficiente. Ella lo quería todo. Quería todo de él pero al final, estaba frustrada por sus ropas de invierno.
Otro agonizante gemido le salió de la garganta y le sujetó los muslos para mantenerla quieta. Levantó la cabeza y Brina le miró a la cara, a sus húmedos labios y a la ardiente frustración que brillaba en sus soñolientos ojos azules. El aire frío reemplazó el calor de su boca, finalmente trayendo un atisbo de cordura a la realidad de la situación.
Desenredó sus piernas de alrededor de su cintura y se deslizó contra el árbol hasta que su pies tocaron el suelo. Con cada segundo que pasaba, la pasión que se reflejaba en los ojos de Thomas se aclaró un poco hasta que pareció tan calmada como la de Brina. Ella abrió la boca y la volvió a cerrar. No sabía qué decir.
Thomas parecía sufrir el mismo problema. Sin una palabra, le volvió a subir la cremallera hasta la base del cuello, sellando dentro su calor. Entonces se volvió y cogió los guantes de ambos del suelo.
– Se está haciendo tarde -dijo finalmente. Su suave voz sonaba distante para Brina.
– Sí -dijo, incluso aún sabiendo que faltaban horas para que el sol se empezara a poner. Le quitó sus guantes de las manos y metió las manos dentro.
En el camino hacia el coche hablaron muy poco. Conversaciones sin sentido realmente, que pasaban entre largos períodos de silencio. Ambos demasiado ocupados con sus pensamientos, el crujido de la nieve bajo sus botas como el único sonido que perturbaba el silencio absoluto.
Por primera vez desde que Thomas le había bajado la cremallera del traje de esquí, Brina sentía las mejillas sonrojadas. Mientras él mantuvo sus manos y su boca sobre ella, no había sentido nada que pudiera parecerse lo más minino a la vergüenza, pero ahora sí lo sentía. Se preguntó qué pensaba él de ella. Si creía que ella dejaba que estas cosas pasaran todo el tiempo.
Normalmente tenía que estar enamorada antes de dejar que la pasión tomara el control. Su madre siempre le había enseñado que su cuerpo era sagrado. Un templo. Hubo varias veces durante la universidad cuando había pensado que su madre era demasiado rígida sobre sexualidad y descartó todo el concepto del «templo sagrado» a favor de una aproximación más moderna de atracción y confesión. Se sentía atraída por un hombre durante algún tiempo, y luego descubría algo malo, como que dejaba la colada en su apartamento, o de repente, se daba cuenta que él tenía malas uñas en los pies y entonces ella se tenía que confesar.
Ahora que era más mayor y sabia, había regresado a las enseñanzas de su madre y era bastante cuidadosa con quien dejaba que adorara su cuerpo. Tenía que sentir algo por el hombre, y le llevaba tiempo sentirse lo suficientemente cómoda como para dejar que la intimidad sucediera.
Hasta hoy.
Todo era diferente hoy. Todo se había dado la vuelta. Nada tenía sentido, y ella no sabía qué pensar o sentir. Ojalá lo supiera. Deseaba tener respuesta para todas las preguntas que le rondaban la cabeza. Ella era investigadora privada y era su trabajo investigar hasta obtener respuestas. Sólo que ésta era su vida privada y no tenía ninguna pista de por donde empezar.
Thomas la volvió a ayudar a pasar por encima de la valla pero esta vez no hubo pequeños roces. Le abrió la puerta del coche y se sacudió la nieve de las botas antes de subirse. Para ser dos personas que quince minutos antes parecían no tener ni un ápice de conciencia, un incómodo silencio se extendió entre ellos. La confortable amistad que habían disfrutado unas horas antes se había ido completamente.
De vuelta al hotel, Thomas finalmente rompió el silencio.
– Creo que nevará esta noche.
La respuesta de Brina era igual de inspirada.
– Oh, uh-huh.
Se preguntó en qué estaría pensado, pero las oscuras gafas volvían a cubrir sus ojos ocultando toda pista sobre sus pensamientos.
Volvieron a quedarse en silencio hasta que Thomas acercó el jeep a las puertas del hotel y paró el vehículo. Cuando habló, no era lo que realmente Brina quería oír.
– Lo siento, me dejé llevar. Normalmente no voy aprisionando mujeres contra los árboles -dijo mientras miraba por la ventanilla.
– Yo tampoco. Ah… me dejo aprisionar, me refiero -dijo y pensó un momento- quizá pasó porque sentíamos que nos conocíamos.
– Pero no nos conocemos. -Finalmente la miró a la cara no dejando entrever nada-. No nos conocemos en absoluto.
Brina contempló sus inexpresivos rasgos y pensó que quizá tenía razón. Este hombre tan cerrado no era el Thomas que conocía. Justo cuando empezaba a pensar que le conocía, se dio cuenta de que no era así, no lo conocía ya. Lo que, dándose cuenta dolorosamente, era una pena.
– Adiós Thomas -dijo y salió del jeep.
Detrás de sus gafas de sol, Thomas observó a Brina cruzar las puertas giratorias del hotel. Volvió a poner en marcha el vehículo y fue a la plaza de aparcamiento más alejada del hotel. Apagó el motor y apoyó la cabeza contra el respaldo cerrando los ojos. ¿¡Qué demonios había pasado!? No se podía creer que hubiera arrinconado a Brina contra un árbol y enterrado su cabeza entre sus pecho. Ella estaba equivocada. No sucedió porque la conocía. Diez años atrás él siempre había podido controlarse. Era algo más. Algo que no se quería admitir a sí mismo.
Perdió el control. Eso fue lo que pasó, y no quería pensar en lo que hubiera pasada si fuera verano y quitarle a Brina la ropa sólo hubiera sido cosa de levantarle falda y quitarle las bragas. Se temía que no hubiera podido pararse a sí mismo. Le habría hecho el amor contra el árbol en el que jugaban de niños. Felizmente habría perdido el control por Brina MacConnell.
¿Qué se decía sobre lo de ten cuidado con lo que deseas? La apuesta que hizo con ella había sido una broma. Se pasó todo el día imaginando los leotardos que llevaría debajo del traje de esquí y nunca entró en su cabeza que ella solo llevara sujetador, y no había mucho sujetador. Todo el mundo sabía que se debía llevar una combinación de ropa debajo. Todos menos Brina, supuso. Cuando bajó la cremallera pensó que ella le pararía. Quería sorprenderla pero cuando su mirada descendió, el sorprendido había sido él, como un niño pequeño que hojea por primera vez una PlayBoy
Ahora mientras estaba sentado en el jeep, se preguntaba por qué ella no lo detuvo. Diez años atrás ella le habría parado con el lema «mi cuerpo es un templo» una mierda de excusa que su madre le había enseñado. Ahora no sólo no le paró, sino que había apretado sus piernas a su alrededor y sujetado su cabeza contra su pecho, pero él no podía dejar de preguntarse el porqué. La respuesta fácil fue que los dos eran adultos y disfrutaban del sexo, pero Thomas nunca buscaba las respuestas fáciles. Nunca hubiera triunfado en los negocios si lo hubiera hecho.
De camino al hotel otro pensamiento entró en su cabeza. Uno que quería desechar pero que no podía. No le gustaba, pero estaba allí, una pesada voz dentro de su cerebro.
Lo había visto en un motón en hombres mayores y estúpidos chiflados con los que hacia negocios. Hermosas mujeres, mujeres como Holly que estaban dispuestas a estar con cualquiera siempre y cuando tuviera dinero, y los hombres se engañaban a sí mismos pensando que las mujeres les querían por cómo eran.
Thomas no quería creer que Brina pudiera ser tan vacía, pero no la había visto o hablado con ella en diez años. Quizá eso era justamente lo que quería.
Dinero que nunca tuvo de pequeña y la atención que siempre quiso. El ser vista con el pez más grande del estanque. E incluso sabiendo que no era justo juzgándola por su pasado, tampoco era justo lo que ella había hecho antes. Sólo que la última vez el fue el pobre y sucio que ella desechó tan rápido como la basura del día anterior.
Thomas abrió la puerta del jeep y salió de él. Sus rápidos pasos le llevaron al hotel y pasaron de la largo por la recepción. Sin esperar al ascensor, subió las escaleras hasta el tercer piso. Tenía que sacársela de la mente antes de que se volviera completamente loco. Tenía que llenar su cabeza con algo más que el pensamiento de que ella había agarrado sus tripas y las había retorcido.
Sin pausa, pasó junto a su puerta y se dirigió a su propia habitación. Se quitó la chaqueta, se sentó en el sofá en frente de la chimenea y se cambió las botas de esquí. Incluso de niños, siempre había habido algo sobre Brina. Algo que tiraba de él. Algo que se metía en él y le hacía querer agarrar su pelo con las manos y enterrar la cara en su cuello. La otra noche pensó que no sentía nada por ella, pero estaba equivocado. Esa mañana pensó que podría besarla y tocarla, quizás hacerle el amor. Nada complicado. Sólo dos personas que solían conocerse de niños, y se juntaban de adulos para pasar un buen rato. Sólo un hombre y una mujer que querían darse un poco de placer mutuamente.
Había vuelto a estar equivocado. No eran sólo un hombre y una mujer. Ellos eran Thomas y Brina y como en alguna memoria preprogramada, su cuerpo respondía como si volviera a tener diecisiete años, cuando la quería tanto que pensaba que podría morir. Sólo que ahora era peor. Cuando la sostuvo junto a él contra aquel árbol y contempló como sus ojos pardos se volvían grises de pasión, había pasado de quererla a directamente necesitarla.
Thomas cogió sus esquís y salió al pasillo. Lo último que quería era necesitar a Brina MacConnell.