Brina se despertó a la mañana siguiente sintiéndose tan casada como cuando se fue a la cama. Después de bailar con Thomas, bailó con Mark otra vez y terminaron en su casa con algunos amigos. Una de las cosas de las que se había dado cuenta es que no habían evolucionado demasiado y Brina abandonó la fiesta sintiéndose contenta de su vida en Pórtland. No tenía novio en esos momentos, pero por lo menos tenía una piscina enorme.
Cuando regresó a su habitación del hotel se tiró en la cama y pasó toda la noche despierta, pensando en Thomas y Holly comportándose como cabras. Y cuánto más pensaba en ello, más enfadada estaba, hasta deseó que Thomas estuviera frente a ella para poderle golpear. No se durmió hasta las 3:00 de la mañana y ahora, a las 8:30 estaba exhausta.
Se sentó en el borde de la cama y retiró la manta a un lado, llamó al servicio de habitaciones y pidió un café con unas tostadas. En la cocina la dijeron que el desayuno tardaría unos veinte minutos así que decidió ducharse. Y mientras el agua caliente le resbalaba por la cabeza, se preguntó por qué el que Thomas se comportara con una cabra le molestaba tanto. Se dijo que quizá era porque esperaba más de él. Por lo menos debería tener mejor gusto con las mujeres. En verdad, Holly todavía era guapa y eso que habían pasado diez años desde el instituto. Quizá Holly se había vuelto una persona agradable, pero Brina lo dudaba.
Alcanzó el shampoo y se lavó el pelo. Quizá su mente convirtió a Thomas en algo que no era. Usó el prototipo del chico que había conocido, el chico que iba al cine con ella para que no tuviera que ir sola, para crear a alguien que quizá fuera igual durante toda la vida. Pero la gente cambia. Thomas cambió. Se convirtió en… un hombre.
Después de ducharse se envolvió el cabello en una toalla y cepilló sus dientes. Un golpe en la puerta la asustó, se puso corriendo un par de braguitas beige. Cogió una bata blanca de seda y dijo «Un minuto» mientras metía los brazos por las mangas.
Tomó diez dólares de su monedero y corrió para atarse el cinturón en la cintura. A las nueve de la mañana pensó que el servicio de habitaciones estaba acostumbrado a ver a gente en bata. Pero cuando abrió la puerta, no se encontró con el servicio de habitaciones.
Thomas estaba al otro lado, con aspecto fresco, limpio y muy descansado, como el de un hombre que se había pasado la noche intentando posturas sexuales de animales con la reina de la promoción. Su camiseta blanca estaba metida dentro de unos pantalones negros de esquí, y la palabra DYNASTAR estaba impresa en cada una de las mangas.
– Pensé que ya estarías lista. -dijo.
Brina se miró a sí misma y se ató más fuerte el cinturón de su bata.
– Ojalá hubieras llamado antes.
– ¿Por qué?
Le miró a los azules ojos y pronunció lo obvio.
– No estoy vestida, Thomas.
– Ya te he visto desnuda antes.
– ¿Cuándo?
– Cuando las braguitas de tu bikini se bajaban.
– Tenía ocho años. Los dos hemos crecido desde entonces.
– Todavía eres bajita.
El servicio de habitaciones llegó y antes de que Brina supiera lo que él estaba haciendo o pudiera protestar, Thomas pagó al camarero e introdujo la bandeja con el desayuno dentro de la habitación. Puso la bandeja sobre una mesita al lado de la ventana y abrió las cortinas haciendo que la luz de la mañana inundara la habitación excepto el pequeño pasillo de la entrada en el que se encontraba Brina.
Brina se apoyó sobre la puerta y estudió su pelo oscuro cortado justo a la mitad del bronceado cuello. Su mirada recorrió los anchos hombros, la espalda, la estrecha cintura y el bonito y redondeado trasero. Su piernas siempre habían sido largas, su pies grandes y de pronto la habitación pareció ser mucho más pequeña. La limpia y fresca esencia de su piel se mezclaba con el aroma del café, y el estómago de Brina se retorció de hambre, pero no sabía cual de los dos había sido el responsable de que tuviera hambre.
La visión del desayuno o la visión de Thomas.
Entonces él se dio la vuelta y la miró, y ella lo supo. Su cara era devastadoramente atractiva, la simetría un poco más perfecta con la luz natural. Su piel parecía más suave y bronceada. Él parecía más… la palabra que le venía a la mente era moreno. La mezcla de sangre anglosajona de su padre y española de su madre había creado una poderosa ilusión de pasión y control.
Se sentía desnuda delante de él. Se quitó la toalla del cabello y éste, mojado, le cayó por lo hombros cubriendo sus pechos y espalda.
– ¿Por qué no estás esquiando con Holly?
En lugar de responderle, sirvió el café.
– ¿Te fuiste con Mark anoche? – Preguntó a la vez que soplaba en la taza y bebía un trago.
– Fui a su fiesta pero era tan aburrida que me escabullí.
Bajó la taza y levantó sus oscuras cejas.
– Qué pena -dijo sonando muy poco convincente y caminó hacia ella, sus largos pasos acortando silenciosamente la distancia entre ellos. Parecía más relajado esa mañana. Más como el chico despreocupado con el que había crecido y menos como el hombre que había conocido la noche anterior.
En contraste con la aparente tranquilidad de Thomas, los nervios de Brina impactaban como la Stun Máster [2] que en ocasiones llevaba al trabajo. Le quitó la taza de la mano y le ofreció un billete de diez dólares.
– Toma esto.
– Guarda tu dinero Brina.
En lugar de discutir, ella se acercó a él y le metió el dinero profundamente en el bolsillo de la cadera de sus pantalones de esquí. En el mismo segundo que deslizó la mano entre las finas capas de nylon y GoreTex se dio cuenta del error.
Thomas se quedó congelado y ella sacó rápidamente la mano, pero ya era tarde. El aire entre los dos cambió, se volvió espeso por la tensión. Brina escondió la mano tras su espalda, el calor de Thomas todavía emanaba de sus dedos. Estaba segura de que él llevaba poca ropa y no sabía si debía disculparse o fingir demencia. Se decidió por la segunda opción, pero no podía mirarlo a los ojos. Le miró al pecho y preguntó, como si no se estuviera muriendo de vergüenza.
– ¿Has venido aquí a servirme el café?
– Quiero que esquíes conmigo.
Le miró a la cara y la alivió ver que el la observaba como si nada hubiera pasado.
– Te dije que no sabía esquiar.
– Lo se. Te enseñaré.
– No tengo traje de esquí.
– Puedes alquilar lo que necesites.
Ella estaba a punto de discutir que no necesitaba nada porque no quería esquiar cuando el añadió.
– Yo pagaré por todo.
– No. No lo harás.
– Bien, no lo haré -dijo y miró su reloj de plata-. La tienda de alquiler abrió hace cinco minutos.
– ¿Llamaste?
– Por supuesto. ¿Cuánto tardarás en estar preparada?
Brina consideró sus opciones. Podía dejar que Thomas la enseñara a esquiar o se podía quedar en el hotel esperando encontrar a alguien con quien hablar durante las próximas cuatro o cinco horas.
– Treinta minutos.
Thomas echó un breve vistazo a Brina. Se fijó en la bata de seda y en el pelo mojado, en su impecable piel y en las uñas de los pies pintadas de rosa.
– ¿Puedes hacer que sean veinte? La tienda de alquiler se queda pronto sin las tallas pequeñas -dijo mientras pasaba a su lado y agarraba el picaporte de la puerta-. Te esperaré en el vestíbulo -dijo, y salió de la habitación hacia el pasillo seguido del aroma del champú de Brina que dejaba una suave fragancia de coco y kiwi en el aire.
Thomas se dirigió hacia el final del pasillo y entró en su habitación. La pared del fondo consistía básicamente en ventanas que daban a las pistas de esquí que había debajo y las cortinas estaban apartadas para dejar que la luz del día llenara la habitación. La luz incidía en las copas de cristal que había en el bar, disparando prismas multicolores sobre la gruesa moqueta beige.
Sus esquís estaban apoyados contra la chimenea de piedra. El traje de Hugo Boss que había usado la noche anterior colgaba del brazo de un sofá y la servilleta con el número de teléfono de Holly se había caído de sus pantalones y estaba sobre la mesita de café de caoba.
A pesar de lo que le había dicho a Brina, no había considerado la invitación de Holly. Bueno, quizá la llego a considerar, pero no más de un par de minutos. Holly Buchanan eran tan hermosa como siempre, pero no se mentía a sí mismo pensando que sólo era su personalidad lo que a ella le había gustado. Y francamente, a él le gustaba ser el que iniciara la persecución.
Entró en el dormitorio y cogió del armario sus botas negras de esquí y metió los pies dentro. La mujer a la que quería perseguir en estos momentos estaba justo al final del pasillo. La noche anterior, cuando ella se le había acercado y le preguntó si quería bailar con él, no estaba tan seguro de hacer un viaje por el recuerdo con Brina MacConnell.
Y entonces tomó a Brina en sus brazos y cuanto más la sostenía, más seguro estaba que estaba manejando mal la situación con Brina, así que decidió descubrir por qué le había fascinado y consumido durante su adolescencia. Mientras crecían, ella no había sido guapa, no hasta los primeros años de instituto y no como ahora.
Thomas terminó de ponerse las botas y se levantó.
Iba a permanecer en el pueblo hasta la tarde siguiente y no tenía realmente planes, así que se debía a sí mismo averiguarlo antes de irse. Una parte de él pensaba que ella también se lo debía por todas las veces que se tuvo que sujetar las manos cuando lo que realmente quería era hacer que recorrieran todo su cuerpo. Quería saborear sus labios y su cuello, quería poner la boca sobre sus pechos y que sus manos descendieran por sus piernas.
Si era completamente honesto, tenía que admitir que una parte de su plan poco tenía que ver con la niña de su pasado y todo con la mujer que había abierto la puerta llevando el pelo envuelto en una toalla, las mejillas sonrosadas por la ducha y los pezones marcándose en la bata de seda. Se sentía atraído por la mujer que enrojeció cuando metió el dinero en sus pantalones de esquí y encontró más de lo que buscaba, al contrario que Holly que metió su número de teléfono en su bolsillo mientras le contaba exactamente lo que quería.
Recordar la cara de Brina en el momento exacto en que se dio cuenta de donde había metido la mano hizo que los labios de Thomas se curvaran en una sonrisa. Cogió los bastones de esquí del rincón donde los dejó el día anterior. Si ella no era cuidadosa, la próxima vez que lo tocara, no sería un accidente.
El último día del año 2000 fue espectacular. El sol brillaba en un cielo casi despejado y la temperatura rondaba los treinta grados. Un tiempo perfecto para esquiar.
– ¿Estás seguro de que no me voy a caer?
– Sí, y si lo haces yo te cogeré.
Incluso aunque Thomas sabía lo que estaba haciendo, Brina todavía estaba un poco insegura. Seguro, él le había ayudado a alquilar la ropa y el equipo adecuado, el largo bueno de bastones y esquís, pero ella no estaba tan segura sobre el telesilla.
La cola se movió un poco y Brina plantó los bastones en el suelo y se dio un poco de impulso. Sólo habían dado unas cuantas lecciones antes de ponerse en la cola.
– ¿No deberíamos intentar primero la «colina de los conejitos»?
– La colina de los conejitos es para miedicas.
En estos momentos ella podría vivir con eso.
– Con este traje es donde encajo -dijo refiriéndose a su traje de una pieza que se cerraba por la parte de delantera y se ceñía en la cintura. Era de un color azul claro y tenía el nombre Patagonia cosido en su pecho izquierdo.
– Estás mona -dijo Thomas tratando de parecer sincero, pero su sonrisa era demasiado divertida. En contraste con Brina, Thomas no parecía un lerdo. Vestido completamente de negro parecía uno de esos esquiadores de los anuncios de Ray-Ban.
– Bueno, no dejo de pensar en la última vez que esquié y no puedo parar de pensar en que me voy a caer y romperme una pierna otra vez, sólo que esta vez cuando los chicos de la patrulla de esquí vengan a por mí, llevaré puesto un traje de conejito. -Se rascó la nariz con la mano enguantada-. Pienso en lo mucho que eso apesta.
Thomas la observó a través de sus oscuras gafas de sol que le hacían imposible verle los ojos.
– Entonces no pienses en ello.
Ella frunció el ceño.
– Gracias, ojalá pudiera.
Se movieron un poco más en la cola y ella volvió a repasar las instrucciones que Thomas le había dado sobre como montarse en la silla.
Mirar hacia atrás, coger la barra que está en la parte de afuera de la silla con la mano, y sentarse cuando la silla te dé en los muslos.
Fácil.
Para su sorpresa y calma, y con la ayuda de Thomas sentarse en el elevador fue más fácil de lo que pensó. Permanecer en él, era más difícil. Sus botas y los esquís pesaban tanto que la tiraban hacia abajo. El resbaladizo traje tampoco ayudaba. Le entró el pánico y se sujetó a la silla.
– Me estoy resbalando.
Thomas alzó los brazos por encima de sus cabezas y bajó la barra de seguridad. Brina apoyó los esquís en la barra que había en la parte de abajo y se relajó mientras la silla los elevaba cada vez más arriba, por encima de las copas de los árboles cubiertos de nieve. La gente que había debajo parecían hormigas de colores y sólo el ruido del cable del telesilla llenaba el aire que rozaba sus mejillas.
– ¿Qué tipo de detective privado eres? -preguntó Thomas rompiendo el silencio.
Ella le miró, su pelo oscuro y traje negro contrastaban con el azul del cielo, sus mejillas se estaban volviendo rosas y los rayos del sol se reflejaban en sus gafas. Concentró sus pupilas y bajó la mirada hacia sus labios.
– Personas desaparecidas en su mayoría. -Le respondió-. A veces investigo fraudes de seguros.
Su boca formó la palabra «¿Cómo?»
– ¿Investigar fraudes? Bien, vamos a ver, una compañía aseguradora asentada en el Este, necesita que algunos trabajos se realicen en Portland. Ellos llaman a mi oficina y me contratan para que investigue los daños de la póliza. Por ejemplo, el año pasado una mujer se cayó en el lugar de trabajo y supuestamente se dañó la espalda y quedó confinada a una silla de ruedas. Ella pidió el dinero del seguro pero nadie la vio caerse y no había cámaras de seguridad. La compañía de seguros me contrató para que la siguiera durante tres semanas.
– ¿Eso no es peligroso?
– Aburrido generalmente. Pero al final la fotografié conduciendo coches de choque con sus hijos en Seaside.
– Siempre fuiste una cosita muy tenaz -sonrió, dejando ver el contraste de los blancos dientes con los broceados labios-. Pensé que querías ser enfermera.
Mirarle a la boca la revolvía el estómago, y se preguntó cómo seria besarle. Inclinarse y presionar sus fríos labios contra los suyos, besarle hasta que la temperatura cambiara y sus bocas se volvieran calientes y húmedas. Apartó la mirada y la dirigió a las copas de los árboles.
– Y tú ibas a ser médico.
Él se rió un poco y atrajo su atención hacia su boca nuevamente.
– Solías darme «polvos curativos» que hacías aplastando Smarties.
– Y tú solías darme inyecciones en el culo.
– Pero nunca te bajaste demasiado los pantalones. Todo lo que puede ver era la parte de arriba de su trasero.
– ¿Era por eso por lo que siempre querías ponerme inyecciones? ¿Querías ver mi culo?
– Oh sí.
– Estábamos en el colegio.
Él se encogió de hombros.
– No tengo hermanas y después de que se te bajaran las braguitas del bikini una vez, tenía curiosidad.
– Eras un pequeño pervertido.
Una nube tapó el sol y detrás de los cristales de sus gafas ella vio su mirada, traspasándola como si pudiera ver a través de su traje azul de esquí.
– No tienes ni idea -dijo y ella sintió algo caliente y liquido revolviéndose en su tripa. Thomas Mack había querido ver su trasero. No era el pequeño e inofensivo amigo que ella siempre pensó. No el chico inocente que la ayudo a construir un fuerte en un árbol no muy lejos de la carretera de servicio que había cerca de su casa.
La silla descendía según se aproximaban a la cima y Thomas elevó la barra de seguridad.
– ¿Recuerdas lo que te conté para bajarte de la silla?
Ella se pasó los bastones a la mano que estaba en la parte de dentro de la silla.
– Lo más importante es hacer una cuña como practicamos antes.
Ella asintió y sus esquís se deslizaron por la nieve según se ponía de pie. La silla la empujó hacia delante y por unos instantes pensó «lo estoy haciendo bien».
Entonces la rampa se curvó hacia la izquierda. Brina continuó hacia adelante y fue cogiendo velocidad.
– ¡Indica con los esquís la dirección a la quieres ir! -gritó Thomas desde algún sitio detrás de ella.
– ¿Qué?
Enterró frenéticamente los bastones en la nieve para parar pero no sirvió de nada. Se deslizó fuera de la rampa hacia el plástico naranja puesto para alejar a los esquiadores de los árboles. Las puntas de sus esquís atravesaron los agujeros que había en el plástico naranja y ella se enredó con él. No se cayó, pero sólo porque se había agarrado a la parte de arriba de la valla y se sujetaba con fuerza.
– Brina.
Miró por encima de su hombro.
– -¿Estás bien?
Una niña no más alta que la cintura de Brina pasó junto a ellos sobre sus pequeños esquís y movió la cabeza como queriendo decir: «¡Qué patosa!»
– ¿Cómo salgo de aquí?
Thomas se puso detrás de ella, y la agarró del cinturón poniéndola en libertad. Se dirigió a un lado de la colina y le informó sobre el nuevo plan.
Sujétate a mi bastón y yo esquiaré delante de ti. Usa tu cuña y yo dirigiré.
Brina tenía sus dudas, pero el nuevo plan funcionó bastante bien. Sobre la leve inclinación de la pista el controlaba la velocidad y sus esquís perfectamente juntos, moviéndose de un lado a lado y haciendo un elegante dibujo de serpiente en la nieve. Ella sujetaba sus bastones con una mano, la parte de atrás de los de él con la otra y en lugar de mirar a los pinos o a los otros esquiadores que pasaban junto a ellos, estudió la parte de atrás de los poderosos muslos de Thomas. Hacía que fuera tan fácil.
Se pararon junto a una marca, los esquís en posición horizontal y Brina lanzó una mirada a la parte baja de la montaña.
– Pensé que íbamos a esquiar en una pendiente para principiantes.
– Esto es.
Ella envolvió sus brazos con los de Thomas para no deslizarse. Bajó las capas de abrigo sus músculos eran pura roca.
– Esto parece el Monte Everest.
– ¿Tienes miedo?
– No quiero volver a romperme la pierna.
– Vamos a probar con esto -dijo mientras apartaba el brazo de Brina del suyo. La puso delante de él y se pasó los bastones a la otra mano-. Vi esto en la escuela de esquí para niños. – Se puso detrás de ella, sus esquís por fuera de los de ella. Apoyó las manos en su estómago y puso su espalda junto a su pecho, sus muslos rozaban los de ella y la parte de arriba de su cabeza se ajustaba perfectamente bajo su barbilla.
Brina le miró, su boca a pocos centímetros de la de él. El aroma a almizcle de la crema de afeitar y el aire frío de la montaña se metían en su piel. Sus respiraciones se entrelazaban y si Thomas bajaba su boca sólo un poquito, sus labios se tocarían. Ella quería que se tocaran. Quería quitarse el guante y poner su mano caliente contra su fría mejilla. Sentía su calor atravesar el nailon y GoreTex de sus pantalones de esquí. Imposible, pero a pesar de todas las capas de ropa el calentaba su espalda, muslos y la parte debajo de su abdomen.
– ¿Qué quieres que haga? -le preguntó al reflejo de sus gafas.
– Pon los bastones juntos y sujétalos a media altura, enfrente de ti como si fueras una camarera.
– ¿Por qué?
– No lo sé -él sacudió la cabeza y su barbilla rozó su frente-, vi al instructor de los niños haciéndolo, creo que tiene algo que ver con el equilibrio. Pero quiero que lo hagas para que no me los claves en la pierna.
Ella se empezó a reír y preguntó.
– ¿Algo más?
– Déjame ser el que dirija y relájate -lo dijo justo por encima se su oreja. Entonces giró los esquís un poco y se deslizaron por la montaña hacienda un elegante «Cs».
Relajarse. Ella lo intentaba pero si no fuera por la pelvis de él presionando en la suya mientras movía los esquís para que fueran más despacio, o sus muslos apretando cuando aceleraban, relajarse quizás hubiera sido posible. Ella se podría haber relajado lo suficiente para disfrutar del viento en su pelo, de la suave brisa en sus mejillas o darse cuenta de que realmente estaba esquiando. Pero era demasiado consciente de la suave presión de su entrepierna en la espalada.
Bajó las manos y presionó sus bastones en los muslos.
– ¿Estás bien? -le preguntó por encima del ruido que hacían sus esquís al deslizarse por la nieve.
– Sí, -pero no estaba tan segura. Mientras Thomas giraba un poco las puntas de los esquís preparado para girar, él la instruyó en el uso de puntas. Pero en lugar de prestar atención, Brina estaba pensando en lo que había pasado esa mañana cuando ella metió la mano en su bolsillo y recordó el calor de su semi-erecto pene contra las yemas de sus dedos. Debajo de su ropa, sus pechos se tensaron y el roce del sujetador contra el traje de nylon irritaba la sensible piel. Él continuaba instruyéndola mientras ella seguía imaginándolo desnudo. Se sentía culpable y una pervertida y de pronto ya no tenía tanto miedo por caerse colina abajo como lo tenía de estar muriéndose por Thomas Mack.
Él extendió los dedos sobre la parte delantera de su traje y le hablo al oído.
– Tu pelo huele a piña colada. En el instituto olía a champú de bebé.
El calor de sus palabras se deslizó por el cuello de Brina y las puntas de sus esquís se cruzaron. Los tacones de sus botas se elevaron y ella se fue hacia delante. Thomas intentó agarrarla del cinturón, «Mierda» maldijo a la vez que los dos se caían al suelo en un lío de piernas, brazos, esquís y bastones. Cayó encima de ella y el aire abandonó sus pulmones mientras los dos se deslizaban unos tres metros antes de pararse en la mitad de la pista.
– ¿Brina?
Ella levantó su cara de la nieve.
– ¿Sí?
– ¿Estás herida? -preguntó a la vez que quitaba su peso de encima de ella.
Brina había perdido los bastones y los esquís en algún momento de la caída y se giró para tumbarse boca arriba mientras Thomas se elevaba por encima de ella, por lo que le dio con el codo en el pecho. A él todavía le quedaba un esquí, el cual estaba justo encima de su pie. Thomas se quito las gafas de los ojos y se las apoyó en la cabeza.
– Estoy bien -respondió Brina-, sólo me he quedado un poco sin aire.
Él sonrió, haciendo que aparecieran unas arrugas al lado de sus ojos azules.
– Fue una buena caída.
– Gracias. ¿Estás herido?
– Si lo estuviera, ¿me darías un beso para que estuviera mejor?
– ¿Sobre qué? ¿Qué tengo que besar?
Él soltó una risita y le toco la cara.
– La frente -dijo.
Brina le puso su enguantada mano en la mejilla y le besó justo entre las cejas.
– ¿Mejor?
Le miró a los ojos y sus labios rozaron los suyos mientras asentía.
Mucho.
A Brina se le quedó el aire en el pecho, la boca abierta mientras esperaba su beso. En cambio, él se puso de rodillas y se giró hacia los árboles, donde unas adolescentes pasaron a su lado esquiando.
– Estás de suerte -dijo mientras se ponía de pie.
El aire frío y la decepción enfriaron la ardiente anticipación que había hecho que su presión sanguínea se alterara. Casi la había besado, ¿no?
– Lo sé -dijo esperando que él no se diera cuenta de la confusión de su voz-. Me podría haber roto la pierna otra vez -dijo mientras se sentaba y buscaba los esquís.
– No me refería a eso -dijo bajándose las gafas y cubriéndose los ojos-. Te recogeré el equipo.
Mientras Thomas recogía las cosas, Brina se sacudió la nieve de los guantes a la vez que se preguntaba qué habría querido decir él. Cuánto más tiempo pasaba con Thomas, más confundida se sentía. La ayudó con los esquís y cuando estuvieron listos, él esquió a su lado esta vez. Le decía cuando necesitaba girar y cuando por fin llegaron abajo sólo se había caído dos veces más.
Mientras esperaban en la cola del telesilla, Thomas le daba instrucciones sobre como usar mejor los esquís y la entretenía con historia de la vez que había chocado con una «galleta muerta» y se había caído con el «culo sobre los codos» por la montaña. Entraron en una agradable conversación, como la que comparten dos personas que se conocen bien pero que han cambiado con el tiempo. Habían crecido en direcciones diferentes pero todavía seguían unidos profundamente, donde la memoria guardaba maravillosos regalos que esperaban volver a ser reabiertos.
Brina escuchaba el sonido de su voz y su profunda risa y pensó que seguramente podría oírle durante toda su vida. Por primera vez desde que había entrado en su habitación esa mañana, se sentía relajada por completo. Hasta que Holly Buchanan fue hacia ellos como si fuera campeona olímpica y creando una nube de nieve al pararse, su traje de una pieza ciñéndose a sus curvas como si fuese una Barbie. Sólo Holly podía parecerse a las que acompañaban siempre a Hugh Hefnier [3] mientras que Brina parecía como si estuviera repartiendo huevos pintados.
– Pensé que nos íbamos a encontrar en la parte de atrás -le dijo Holly a Thomas sin molestarse en mirar a Brina.
Habían pasado diez años pero algunas cosas no cambiaban. Brina tenía una vida que le encantaba y un trabajo que disfrutaba. Era feliz y triunfadora, pero estar junto a Holly todavía la hacia sentir insignificante.
– Estoy enseñando a Brina a esquiar.
Finalmente, detrás de las lentes azules de sus gafas, Holly desvió su atención a Brina y ésta se sintió como si volviera a estar en séptimo curso.
La perfecta Holly Buchanan la miraba como si fuera algo que no mereciera hacerla perder el tiempo, y como en séptimo curso, Brina casi esperaba que Holly la observara por encima de la nariz y le preguntara si había comprado toda su ropa en Sears.
– Mark me dijo que habías cambiado -dijo Holly y volvió a centrar su atención en Thomas-. Deberías venir, todo el mundo está allí. Alguien abrió las verjas y todo el mundo está haciendo carreras de slalom.
– Quizá más tarde -le dijo Thomas mientras él y Brina avanzaban un poco más en la cola del telesilla.
Holly avanzó con ellos.
– Oh, bien -miró a Brina otra vez como si finalmente se diera cuenta de ella y viera algo inesperado. Una amenaza-. Es muy divertido, tú también deberías venir.
Brina sacudió la cabeza.
– No lo creo.
Ella y Thomas se pusieron en posición para montarse en la silla siguiente. Puso los bastones en la mano que quedaba dentro de la silla y miró por encima del hombro. Cogió la silla junto a Thomas y ésta los elevó del suelo dejando a Holly detrás.
– Wow, eso si que era una figura -dijo Brina mientras Thomas bajaba la barra de protección.
– Si, el yoga te ayuda.
Una furia incomprensible hizo que Brina frunciera el cejo y se ajustara los bastones a las manos.
– No tienes que esquiar más conmigo. Puedes esquiar con ella si quieres.
– Ya lo se.
Brina volvió la cabeza y estudió los árboles. Quería decirle que Holly era una buscona.
– Así que… ¿realmente ella se puede transformar en una cabra?
Como él no respondió le miró. Estaba mirando al frente, como si ella no le hubiera hecho una pregunta.
– ¿Cuál es el problema? ¿Te da vergüenza?
¿Por qué tendría que estar avergonzado?
– Porque has tenido una relación sexual un poco extravagante con Holly Buchanan. Yo estaría avergonzada si fuera tú.
– ¿Por qué? ¿Eres una puritana? ¿Has tenido alguna vez una relación sexual extravagante?
No estaba segura. Una vez lo había hecho en un baño público con un antiguo novio.
– Por supuesto.
Finalmente la miró, pero sus gafas de sol le impedían ver sus ojos.
– ¿Como de extravagante?
No se lo quería decir.
– Lo que yo pensaba, eres una puritana.
– No lo soy
Por encima de sus gafas, una oscura ceja elevó la frente en un gesto dudoso…
– ¡¡No lo soy!! -insistió Brina-. Puedo volverme extravagante -y con énfasis añadió-: Extremadamente extravagante.
Él elevó la otra ceja.
– Cuéntamelo.
– No.
– Si lo haces, te contaré lo que quieres oír sobre Holly.
– En los cuartos de baño del Rose Garden -pero no mencionó que su novio trabajaba allí, que los Trail Blazers estaban de viaje y el estadio estaba virtualmente vació-, dos veces, ahora es tu turno.
Él esperó unos momentos antes de preguntar.
– ¿Quieres saber todos los jugosos detalles sobre Holly y sobre mí?
No estaba tan segura de seguir queriendo saber algo ahora mismo, pero había llegado demasiado lejos como para echarse atrás.
– No, sólo quiero saber como es la postura de la cabra.
– No lo se, no me acosté con ella.
– ¿Qué?
– Es eso lo que realmente querías oír, ¿no? Que no me acosté con la niña que solía atormentarte.
Eso era exactamente lo que quería saber.
– ¿Lo dices en serio? ¿No pasaste la noche con ella?
– No.
– ¿Por qué me dijiste que lo hiciste?
– No lo hice, tú lo asumiste.
Pero él, a propósito, había dejado que ella pensara lo peor, él porqué ella no lo sabía. Había cosas sobre el Thomas adulto que no sabía. Cosas básicas.
– ¿Donde vives? -preguntó.
Él se quitó los guantes.
– Realmente en ningún sitio por ahora. Hace varios meses vendí mi casa de Seatle y me fui al apartamento de Aspen por un tiempo, pero desgraciadamente he tenido que pasar meses en Palm Springs con mis abuelos.
– ¿Por qué desgraciadamente?
La miró, y luego volteó a otro lado.
– Mi abuelo tiene problemas de salud -fue todo lo que dijo-. Algún día me gustaría vivir en Boulder.
– ¿Puedes recoger todo e irte a donde quieras?
Se encogió de hombros.
– Llevo sin trabajo algún tiempo.
– ¿Qué has estado haciendo?
– Viajar un poco, algo de esquí, y viendo demasiado tiempo Rally Jessy.
Brina se preguntó cuánto dinero tendría para poder permitirse tener tiempo libre para esquiar y ver talk shows. Mindy había mencionada algo de millones, pero podía haber exagerado como con el rumor de Kathy Ireland.
– ¿Que hacías antes de volverte un maestro del esquí?
– ¿Has oído hablar alguna vez de BizTech?
– No, lo siento.
– No lo sientas. Es una compañía de software que empecé con dos amigos hace cinco años.