Capítulo 9

Ella era Bronte Lawrence. Bronte, no Brooke. Y, ni siquiera por Fitz iba a vivir una mentira ni permitirle a él que la viviera a través de ella.

– Será mejor que nos movamos antes de que Lucy envíe un equipo de búsqueda a por nosotros -dijo ella volviéndose.

– Bronte, espera…

Ella se alejó cargada con la televisión hacia la entrada del hospital. Fitz la alcanzó en la entrada, le agarró la mano y sonrió como si el mundo fuera maravilloso.

– Espérame -dijo y al verla dejó de sonreír-. ¿Qué pasa?

– Nada. Pero Lucy debe estar esperando.

– ¿Señorita Lawrence?

La voz era conocida y ella se volvió agradeciendo la interrupción.

– Soy Angie Makepeace del Sentinel. Llevo todo el día tratando de ponerme en contacto con usted. En su oficina no parecían saber dónde estaba y su hermana estaba demasiado ocupada como para hablar. O tal vez no quería decírmelo. Eso era lo último que ella necesitaba en ese momento. Luego, tal vez porque supiera que pelearse con esa mujer no sería buena idea, le dijo:

– ¿Qué es tan urgente?

– Bueno, me ha dicho un pajarito que usted estuvo ayer en el colegio local para ver a su hija en el día de los deportes. ¿Lucy? El nombre es correcto, ¿verdad?

Bron abrió la boca, pero no se le ocurrió nada que decir, así que la volvió a cerrar. Lo único que deseó fue darle una bofetada a esa sonriente cara, pero se contuvo sabiendo que eso no serviría de nada.

– Y ahora he oído que ella había sufrido un accidente. ¿Es serio? -continuó la mujer.

Bron pensó que, al fin y al cabo, no estaría mal golpearla un poco, así que avanzó un paso hacia ella, pero Fitz le apretó más fuertemente la mano, conteniéndola. Aquello no le pasó desapercibido a la periodista.

– ¿Querría compartir sus pensamientos con nuestros lectores en estos momentos difíciles, señorita Lawrence?

Fitz se adelantó entonces.

– Estoy seguro de que debe conocer las nuevas leyes sobre el acoso de la prensa, señorita Makepeace. La noticia del accidente de una niña no es del interés público.

– Al contrario, señor Fitzpatrick… Usted es James Fitzpatrick, el padre de la niña, ¿verdad? Estoy segura de que el público estará muy interesado… Por fin, el cerebro de Bronte se puso en marcha y lo hizo a toda velocidad.

– Señorita Makepeace, Angie. Estoy segura de que comprenderá que en estos momentos yo sólo quiera ver a Lucy. Tal vez podamos organizar una entrevista adecuada cuando Lucy esté en casa.

Fitz se quedó anonadado. Luego dijo horrorizado:

– ¿Con un fotógrafo?

– Tengo fotos.

– No de Lucy -dijo Bronte-. Estoy segura de que le gustará conocer toda la historia.

Los ojos se le iluminaron a la periodista. Estaba claro que debía haber oído los rumores, fueran cuales fueran.

– ¿Es cierto entonces? -dijo sin apenas poder contener la excitación.

Bron se obligó a sonreír.

– Bueno, eso depende de lo que haya oído.

No tenía ni idea de lo que estaba pasando, pero estaba muy decidida a utilizar lo que fuera con tal de conseguir un par de días de tiempo.

– ¿Me está ofreciendo una exclusiva?

– A cambio de la completa intimidad mientras Lucy se recupera.

– ¿Me dará toda la historia? ¿Puede llamarme el lunes?

– El martes.

– Muy bien -dijo la periodista sonriendo satisfecha.

Bron tuvo toda la impresión de que su hermana no iba a estar muy satisfecha con su actuación, pero ya había hecho bastante como para hacerla enfadar mucho, así que ¿cómo podía empeorarlo?

– Y se equivoca sobre Lucy. Tengo algunas fotos muy buenas de ella con la copa que ganó y que le dio su muy famosa madre -afirmó Angie.

– Debería tener cuidado -intervino Fitz acercándose a la mujer y esta vez Bronte no trató de detenerlo-. A veces las cosas no son como parecen.

– ¿De verdad? -respondió Angie Makepeace sin parecer intimidada-. Bueno, si no sé nada de la señorita Lawrence el martes, todo esto saldrá el miércoles en primera plana y mis lectores podrán sacar sus propias conclusiones al respecto.

– Hace usted unas amenazas encantadoras, señorita Makepeace -dijo Bron-. ¿Quién podría resistirse?

Luego tomó del brazo a Fitz y le suplicó con los ojos que se marcharan de allí antes de añadir:

– Vamos, querido. Lucy se estará preguntando qué nos ha pasado.

Por un momento ella no estuvo segura de si su querido iba a explotar o no. No lo hizo, pero su mirada le advirtió de que aquello no era más que una tregua.

Una vez dentro del hospital, él le preguntó:

– ¿A qué ha venido todo esto? Y no me refiero a Lucy. Es evidente que alguien la ha llamado. Ya me esperaba…

– ¿Sí? ¿Y estabas dispuesto a usar algo así para hacer que Brooke hiciera lo que tú querías?

– Para que lo hicieras tú…

– Tú creías que yo era Brooke -siseó ella.

– ¡No! Si… Mira, ¿no podríamos hablar de esto más tarde?

– Mucho más tarde. Voy a estar muy ocupada tratando de ponerme en contacto con Brooke para confesarle que voy a contar su vida a un periódico que no vale ni para envolver el bocadillo.

Luego ella se volvió y subió las escaleras con Fitz inmediatamente detrás.

Cuando los vio entrar, Lucy sonrió. Estaba sentada en la cama haciendo un rompecabezas que alguien debía haberle dado.

– Mirad, casi he terminado.

– Buen trabajo -dijo Bron-. Sentimos haber tardado tanto. ¿Has tenido alguna visita mientras estábamos fuera?

– Sólo una señora. Sabía que tú eres mi madre.

La niña fue a poner otra pieza, pero entonces el rompecabezas se descolocó.

– ¡Oh, vaya!

Entonces Fitz puso la televisión sobre la mesa.

– ¡La habéis traído! ¡Ponla, ponla!

– Más tarde. ¿Qué más te preguntó, princesa?

– Oh, dónde vivía, quién me cuidaba. Esa clase de cosas.

– ¿Cómo se llamaba?

Lucy se encogió de hombros y Fitz miró a Bron, que estaba recogiendo las piezas del rompecabezas, luego él añadió: -¿Sabes? Creo que no he debido traer todo esto. Creo que estarías mucho mejor en casa.

– ¿De verdad? ¿Quieres decir que nos vamos ya?

– Cuanto antes, mejor.

– Pero iba a merendar ahora…

– Pediremos una pizza.

– ¿De verdad? ¿Y podré elegirla?

– Lo que quieras. Puedes llamar desde el móvil cuando estemos en el coche.

– ¡Muy bien!

Fitz le dijo entonces a Bronte:

– ¿Puedes quedarte con ella mientras yo voy a hablar con el médico?

– Fitz, ¿te parece una buena idea? La mujer podría ser una asistente social, cualquiera.

– Es ese cualquiera lo que me preocupa. No tardaré mucho.

– ¿Has tenido suerte?

Ella agitó la cabeza.

– No se me ocurre a quién más pudo llamar. Incluso le he dejado un mensaje en el contestador de casa por si pasa por allí.

– Bueno, has estado mucho tiempo al teléfono. Tienes que comer algo y lo único que tengo es pizza fría.

– Con eso bastará. Estoy hambrienta. Nunca antes había visto una pizza con el triple de aceitunas antes.

– A Lucy le gustan. Toma un vaso de vino, te ayudará a tragarla. Él no esperó a su respuesta y se lo pasó. Después dio unos golpecitos en el sofá a su lado para que se sentara allí.

Ella sabía que debía sentarse en un sillón, pero estaba demasiado cansada y preocupada como para ir hasta donde estaba. Además, sería demasiado evidente y quería escapar de allí graciosamente. Algo como darle las gracias por el buen rato y demás.

El problema estaba en que todavía tenía que pensar en Lucy. No podía irse a ninguna parte antes de aclarar el lío que había organizado, hasta que no pusiera en contacto a la niña con su verdadera madre. Por lo menos eso fue lo que se dijo a sí misma mientras se sentaba al lado de Fitz y él le pasaba un brazo sobre los hombros.

– Tenemos que contárselo a Lucy, Fitz. Dijiste que lo haríamos en cuanto estuviera de vuelta en casa.

– Estaba cansada -dijo él dándole un beso en la frente-. Todos lo estamos. Con una notable excepción, ha sido un día terrible. Anda, dame eso.

Tomó su vaso y lo dejó sobre la mesa. Ése era el momento de ofrecerle alguna excusa, decirle que iba a hacer café o algo así. Pero entonces él la hizo sentarse en su regazo y empezó a acunarla hasta que a ella le pareció por fin que lo del café no era buena idea.

Suspiró de placer y, de alguna manera, sin querer llegar tan lejos, los labios de él se pusieron en contacto con los suyos. -Fitz…

– ¿Te ha gustado?

– Sí… No… Fitz, no podemos…

– Lucy está dormida.

– No…

No era eso lo que había querido decir.

– Lo he comprobado -dijo él sin dejar de besarla.

De alguna manera aquello le pareció a ella mucho más importante que unos pocos escrúpulos sobre ceder a las fantasías de él. ¿No iba ella a poder permitirse unas fantasías?

Y entonces sonó el timbre de la puerta.

Fitz gimió y no fue a abrir, esperando que, quien fuera, se marchara. Pero Bronte se incorporó inmediatamente y su cabeza chocó contra la barbilla de él. Oyó el sonido de sus dientes chocando.

– ¡Oh, cielos, lo siento! Iré a por hielo para ponértelo…

Pero cuando se puso en pie chocó contra la mesa, y el mueble cayó al suelo en un tumulto de platos, vasos y pizza. La botella de vino se derramó sobre la alfombra dejando una mancha que Bron sabía por experiencia que no desaparecería nunca.

Entonces se oyó una risa desde la puerta.

– Ya veo que he llegado en un momento inoportuno. Lo siento, queridos. Pero tu mensaje parecía desesperado y, dado que nadie ha respondido al timbre y que la puerta no estaba cerrada, he entrado sola.

– ¡Brooke!

– ¿Qué has hecho con mi coche?

Cuando Bron fue a responder, ella levantó una mano y añadió:

– No, no me lo digas. Si está tirado en alguna parte necesito comer algo antes de que me lo digas. Sólo siéntate ahí, con las rodillas juntas y las manos en el regazo, como mamá te enseñó, mientras yo limpio todo esto. Hola, Fitz -dijo dándole un beso en la mejilla-. Ya veo que has conocido a Juanita Calamidad.

Juanita Calamidad. Nadie excepto Brooke la había llamado así. ¡Cómo lo había odiado!

Tal vez Fitz se dio cuenta de ello porque la tomó de la mano, manteniéndola a su lado.

– Bronte te ha estado dejando mensajes por todas partes -dijo él.

– Ya lo he visto.

Brooke levantó la botella de vino y suspiró:

– Bron y el vino tinto. Una combinación fatal.

Le dio la botella a Fitz y recogió los cubiertos.

– ¿Tienes un sifón? Eso quitará la mancha de vino de la alfombra.

– Olvida la alfombra -dijo él-. Tenemos un verdadero problema. O mejor, lo tienes tú. El Sentinel sabe lo de Lucy.

– ¿Era por eso por lo que Angie Makepeace estaba tratando de hablar conmigo?

– ¿Lo sabes?

Ella se volvió a Bron.

– No sé nada salvo que el taxi me dejó en casa esta tarde, que tú no estabas allí, ni mi coche. Luego oí el mensaje del contestador y reconocí el número de Fitz.

– ¿Y por qué no llamaste?

– La verdad es que estuve tentada de hacerlo, querida. He estado días viajando y luego he tenido una conferencia de prensa en el aeropuerto. Pero algo me advirtió que era mejor que viniera en persona.

Brooke se fijó entonces en la forma en que Fitz sujetaba la mano de Bronte.

– Mi instinto no me falla nunca. Voy a dejar esas cosas en la cocina mientras tú sirves los whiskies, Fitz. Luego me podréis contar exactamente en qué os habéis metido.

Entonces se detuvo en la puerta y añadió:

– O, tal vez sea mejor que me deis la versión censurada.

– Todo ha sido culpa mía, Brooke. Lucy te escribió pidiéndote que fueras al colegio y yo abrí la carta por error.

– ¿Pero no le dijiste a Fitz quién eras?

– No le di la oportunidad de hacerlo -dijo él-. Lucy me habló de la carta y yo me cegué y fui a vuestra casa exigiendo que hicieras lo que ella te pedía.

– ¿O?

– O yo le contaría a todo el mundo lo de Lucy.

Brooke sonrió.

– ¿Y Bron te creyó?

– No tenía ninguna razón para no hacerlo. Yo no estuve realmente… Bueno, digamos que no le di una buena primera impresión.

Brooke se rió.

– ¿Queréis decir que todo esto ha sido para mantener limpio mi nombre ante el público? Por Dios, Bronte, sé un poco real. En estos días aparecen diariamente en la prensa esos emocionantes reportajes sobre padres e hijos. ¿A quién le importa?

– También lo hice por Lucy -dijo Bron mirando a Fitz y ruborizándose-. Y, si te soy sincera, también un poco por mí. El problema es que estropeé las cosas. Para ti. Alguien debe haber hablado con El Sentinel y haberles vendido la historia.

Brooke no pareció particularmente molesta.

– Yo más bien diría que ha habido una estampida de llamadas. Afrontémoslo, no habéis sido precisamente discretos.

– No.

– Entonces, ¿por qué no ha salido ya todo en la prensa?

Bron le contó entonces el encuentro con la periodista.

Cuando terminó, su hermana le dijo:

– Está claro que no habéis visto las noticias de la tarde.

– No hemos tenido tiempo, Brooke.

– Es una pena.

– Hemos estado tratando de ponernos en contacto contigo.

– Entonces, ¿cuánto tiempo tenemos?

– Hasta el martes.

– ¿El martes? ¿La has contenido hasta el martes? Cielo santo, ¿qué le has prometido?

– Todo.

– Oh, vaya. Pobre mujer -dijo Brooke riendo-. Debe ser como tener el Santo Grial en las manos para que luego vaya y desaparezca.

– ¿Te importaría explicarnos de qué estás hablando? -dijo Fitz empezando a perder la paciencia.

Pero Brooke volvió a reírse.

– Piénsalo, querido. Mientras Bron, en mi lugar, le estaba prometiendo a Angie Makepeace revelarle todos mis oscuros secretos, con fotos incluidas, yo estaba dando una conferencia de prensa en Heathrow.

– Pero se pondrá furiosa, pensará que lo hemos hecho deliberadamente. Ella…

– No, no lo hará. No sabrá qué creer y no se atreverá a publicar nada por si hace el ridículo -dijo Brooke encogiéndose de hombros-. Supongo que será mejor llamarla mañana y hacer las paces con ella, dejarla publicar una historia sobre como yo tuve una hija cuando era estudiante y tuve que abandonarla, pero que ahora que nos hemos vuelto a reunir, la llevaré ajuicio si publica cualquier foto de Lucy.

– ¿Se puede hacer eso?

– Es una menor, Bron. Tiene derecho al anonimato.

– ¿Es así de sencillo?

– Probablemente no. Puede que sea una buena idea si desaparecéis un par de meses, hasta que se pase toda la excitación.

– ¿Qué excitación? ¿Sobre qué era la conferencia de prensa?

– He hecho una raya en el suelo, Bron. No me has podido localizar porque he estado ocupada al cien por cien consiguiendo el dinero para comprarle una tierra a ciertos ganaderos en el borde de la selva del Amazonas. Y pienso comprar mucha más. Lo único que necesito es dinero, montones de dinero, así que le estoy ofreciendo a la gente la posibilidad de invertir en el futuro del planeta, de comprar su propio trozo de selva para conservarla.

Luego sonrió y añadió:

– ¿Os apunto a vosotros?

– Que sean tres partes. Lucy querrá su propio pedazo de planeta.

– ¿De verdad?

– Cree que eres impresionante.

– ¿En serio? Entonces, en vez de comprarle el terreno, Fitz, ¿por qué no me dejas que ponga el fondo a su nombre? ¿El fondo de Lucy? ¿El Fondo de Lucy Fitzpatrick? Tú decides.

Se tomó entonces lo que quedaba de whisky en su vaso y se levantó.

– Mirad, llevo mucho tiempo de viaje y luego he tenido que conducir más de lo que debía estar permitido a nadie en el trasto que Bron tiene por coche. Estoy agotada. No os importa si me doy una ducha y luego me acuesto, ¿verdad? Tengo que marcharme realmente temprano mañana…

– Tú misma -dijo Fitz agitando una mano en dirección a las escaleras.

– Ya sabes dónde está todo. Y Brooke, yo también creo que eres bastante impresionante.

Bron sintió como si un volcán fuera a entrar en erupción dentro de su cabeza. Brooke había resuelto la situación y se había sentido como en su casa. Y Fitz se lo estaba permitiendo. ¿Iba a aceptarla de nuevo como si tal cosa? ¿Es que él no había estado escuchando? Brooke no se iba a quedar a jugar a la madre afectuosa. Bueno, pudiera ser que Fitz no supiera lo que era bueno para él, pero ella sí y no estaba dispuesta a dejar que su hermana le fastidiara de nuevo la vida.

Se puso en pie repentinamente.

– Espera -le dijo a su hermana-. Yo te haré la cama de la habitación de invitados mientras te duchas.

– Gracias, Bron. Hacer camas nunca se me ha dado bien.

– Ni quedarte mucho en ellas una vez hechas.

– Perdónanos, Fitz, creo que estoy a punto de recibir una charla sobre responsabilidades.

Tomó a su hermana del brazo y la hizo subir las escaleras, allí Bron le dijo:

– Por Dios, Brooke, esto no es cosa de risa. ¿Es que Lucy no te importa?

– Me importa lo suficiente como para habérsela dejado a Fitz. Él es un hombre cariñoso, querida. Como tú. Se preocupó por mí y sabía que lo haría por mi hija.

– Deberías haberla llevado a casa.

– Tú ya tenías bastante que hacer -dijo Brooke.

– Mira, Brooke, no había nada que impidiera que la cuidaras tú.

– Yo no soy así. Soy la egoísta, ¿recuerdas? No es algo de lo que esté orgullosa, pero sabía que no estaba dispuesta a dejar a un lado mi vida por unas pocas y estúpidas semanas de enamoramiento. Habría abortado si Fitz no me lo hubiera impedido -dijo Brooke haciendo una mueca-. Entonces pensé que, bueno, yo ya había cumplido con mi deber y la daría en adopción, pero Fitz… La vio una vez y… bueno…

Bron vio el brillo de las lágrimas traidoras en los ojos de su hermana a pesar de esas duras palabras y pasó de estar furiosa con ella a sentir tristeza por ella, por todo lo que había dejado a un lado.

– Oh, ven aquí -dijo abriendo los brazos.

Brooke se abrazó a ella y así permanecieron.

– Me gustaría ser como tú, Bron.

– No, no te gustaría. Y yo me alegro. Tú eres especial, diferente. Algunos de nosotros hemos nacido para cambiar pañales y otros lo habéis hecho para cambiar el mundo. Lo comprendo. De verdad.

– ¿En serio?

Brooke se enjugó una lágrima y añadió:

– Tal vez sí lo comprendas. Tú siempre me has comprendido mejor que nadie. Incluso mejor que mamá. Lamento no haber estado allí contigo, Bron. Debería haber estado. Pero estaba buscando el dinero para comprar esas tierras y, sinceramente, pensé que no era más que otro ataque de los que le daban a mamá. Cuando lo supe ya era demasiado tarde. Y además, ¿qué podía hacer yo entonces en casa? Se me necesitaba allí…

– No podías haber hecho nada. No había nada que pudieras hacer, de verdad. Hiciste bien quedándote donde te necesitaban.

– ¿Tú lo crees así?

– Ella lo comprendió, querida. Estaba muy orgullosa de ti.

Miró entonces abajo y vio a Fitz mirándolas. ¿Qué estaría viendo? ¿A su amor perdido volviendo a él? ¿El gran error que había cometido esa tarde yendo a por la hermana?

– Todos estamos orgullosos de ti. Vamos, estás cansada. Date esa ducha.

– ¿Cómo es ella, Bron?

Bronte dudó y luego le dijo:

– Es preciosa. Se te parece mucho. Y tiene los ojos de mamá.

– ¿De verdad?

– Y tiene mi habilidad y delicadeza con las manos.

– ¡No! -exclamó Brooke sonriendo-. ¡Pobre Fitz!

– Juanita Calamidad Dos. Los genes han aparecido de nuevo.

– ¿Y su cabello? ¿Es también rubia?

– No. Lo tiene más oscuro. No tanto como Fitz, más castaño. Y también tiene sus rizos.

– Ah -dijo Brooke mirando a Fitz-. No lo sabe. No se lo has dicho.

– ¿Qué tiene que saber?

Bron se dio cuenta de que iba a saber algo desagradable y miró a su hermana antes de añadir: -¿Qué es lo que él no me ha dicho?

– Que Fitz no es el padre de Lucy, Bron.

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