Capítulo 7

El teléfono estaba sonando cuando Bronte llegó delante de la puerta de su casa. Por fin logró encontrar la llave y corrió al teléfono, pero ya había dejado de sonar. Se encogió de hombros, era demasiado pronto como para que la llamaran Lucy o Fitz.

Dejó el bolso y la chaqueta de su hermana sobre una silla y se dejó caer en uno de los sillones mientras se preguntaba qué iba a hacer con su vida. El cuaderno que había comprado en la estación seguía vacío, ya que sólo había podido pensar en dos cosas durante todo el viaje. En Lucy y en Fitz. Hasta que no solucionara todos los problemas que había causado con esa suplantación, ¿cómo iba a poder pensar en su propia vida?

Mientras tanto, lo que necesitaba era un baño caliente para librarse de Brooke, de su olor y su maquillaje. Ya no era la Bron que se había pasado la primera parte de su vida cuidando de su madre y, no tenía la menor intención de pasarse el resto siendo Brooke Lawrence. Tenía que darle una oportunidad a Bronte Lawrence.

Bostezó ampliamente y entonces el teléfono empezó a sonar de nuevo, haciéndola dar un salto. -¿Brooke?

– ¿Fitz? ¿Pasa algo? -preguntó alarmada.

– No. Sólo llamaba para asegurarme de que habías llegado bien a casa.

Parecía como si a él le importara. Bueno, podría ser, quería algo de ella, algo que no le podía dar.

– Soy muy capaz de tomar un tren sin que nadie me lleve de la mano.

– Ya lo sé. Era sólo…

¿Sólo qué?

– ¿Me has llamado tú hace unos cinco minutos? -le preguntó para que él no se lo dijera.

– No. Brooke, ¿te pensarás por lo menos lo de venir a Francia? Por favor, sólo por Lucy.

Ella rogó en silencio porque se lo pidiera, porque le pidiera que fuera por él.

– Ya te llamaré, Fitz. Buenas noches.

Luego colgó antes de que se le escapara contarle sus sentimientos. Después de todo, él estaba tratando sólo con una imagen de su hermana. Esas palabras de él no estaban dirigidas a ella y se negaba a oír la voz interna que le decía que fuera con ellos, que aceptara todo lo que esa semana le pudiera ofrecer y que él nunca sabría que ella no era Brooke.

Pero ya había cometido bastantes errores en las últimas veinticuatro horas como para cometer ése, además.

Al día siguiente llamaría a la oficina de Brooke, averiguaría cuándo volvería ella y trataría de pensar en cómo le iba a explicar a su hermana lo que había hecho, más aún, cómo la iba a convencer para que siguiera en el punto donde ella lo había dejado todo. Evidentemente, Fitz seguía enamorado de ella, por pocas ganas que él tuviera de admitirlo.

Fitz colgó. No estaba seguro de por qué había llamado, sólo de que no se podía quitar de la cabeza a Brooke. Y eso que le había dicho de que fuera con ellos a Francia tenía menos que ver con los deseos de Lucy que con los suyos.

Se sirvió un whisky con manos temblorosas.

¿Por qué?

No era lujuria lo que sentía. Eso no perduraba. No había durado ni cinco minutos cuando descubrió la verdad. Aquello era algo completamente diferente, algo que ocupaba todo en él. Su mente, su corazón…

Le dio un trago al whisky, pero eso no embotó el dolor de corazón que sentía, no sólo por Lucy, sino por él mismo.

Había visto a Brooke ese día con Lucy y había visto a una mujer nueva, alguien muy distinta a la chica que, en los dolores del parto, le había dejado marcas de las uñas en las manos que le habían durado semanas; esa chica que lo había maldecido a él y a todos los hombres por hacerla pasar por aquella tortura.

Se llevó la copa a su habitación y allí vio que la bombilla del techo se había fundido. Tenía de repuesto, pero se quedó allí donde estaba, muy quieto, en la oscuridad, oliendo el aroma que quedaba de ella. Abrió los ojos y suspiró. Se estaba comportando como un hombre loco de amor, se estaba comportando como un idiota. Debía estar agradecido porque ella se comportara exactamente como había predicho. Pero no del todo. Aquello no había sido una actuación. Ella se había comportado como si realmente amara a Lucy. Y no había visto en su mirada nada de la ironía que se había imaginado, sino algo completamente diferente, algo que le había llegado tan hondo que le dolía.

Detuvo allí mismo sus pensamientos y se dirigió a la habitación de Lucy. La niña estaba dormida y seguía llevando en el cuello el colgante de Brooke.

Se lo quitó y lo mantuvo un momento en la mano para luego llevárselo a la mejilla.

Nada. Bueno, ¿qué se había esperado? ¿Una coral de Bach? ¿Un trueno? ¿Un orgasmo instantáneo?

Enfadado consigo mismo, dejó el colgante en la mesilla de Lucy, al lado del sobre donde ella había escrito su dirección y teléfono.

Se dirigió a su cuarto de baño y, mirándose al espejo, se dijo a sí mismo que, una vez tonto, siempre tonto, antes de que el vaso de whisky, húmedo, se le deslizara entre los dedos y fuera a romperse en la pila.

Lo miró por un momento y luego se echó a reír.

– Debe ser contagioso -dijo.

El teléfono despertó a Brooke, que se había pasado la mitad de la noche despierta pensando en Fitz, Lucy y ella misma. Miró el reloj y, sorprendida, vio que ya eran las diez. Nunca antes se había despertado tan tarde.

Bajó las escaleras corriendo y contestó.

– ¿Señorita Lawrence?

No era Fitz y se sintió decepcionada.

– ¿La señorita Brooke Lawrence?

– No, lo siento. Creo que ha llamado al número equivocado.

– Entonces usted debe ser su hermana, ¿no? -dijo la voz de mujer-. ¿Bronte, no? Vaya unos nombres poco habituales tienen ustedes.

Estaba claro que debía ser una periodista. De vez en cuando llamaban para conseguir una entrevista con la familia de la famosa, cosa que ellas siempre habían rehusado.

– ¿Puede dedicarme un momento? -insistió la voz? Soy Angie Makepeace, del Sentinel.

¿De ese panfleto? De eso nada.

– Lo siento, señorita Makepeace, pero mi hermana no está aquí y no tengo ni idea de cuándo vendrá. Ahora, si me disculpa, llaman a la puerta.

Y, sin esperar más, colgó pensando que iba a tener que pedir que le cambiaran el número para evitarse esas molestias. Llamó a la oficina de Brooke para dejar un mensaje en el contestador, pero respondió la secretaria de Brooke en persona. ¿Un sábado? Luego se encogió de hombros. Tal vez trabajara los sábados, así que le habló de esa llamada.

– Cielos, ¿cómo lo han averiguado?

– ¿Qué?

– Oh, nada… olvídalo. ¿Has sabido algo de ella?

– No, le he dejado mensajes con todo el mundo, pero no me ha llamado. ¿Por qué? ¿Le has perdido la pista?

La chica se rió sin mucha convicción.

– Debo advertirte que puede que no recibas sólo esa llamada de la prensa, Bronte. ¿Le has dicho algo?

Eso la extrañó.

– ¿Sobre qué?

– Nada. Nada. Esta misma semana se anunciará una cosa.

– ¿Es de negocios entonces, nada personal?

– Cuanto menos sepas, mejor, Bronte.

– Entiendo, pero necesito hablar con ella. Urgentemente.

– Se lo diré.

– Cuando la encuentres -dijo y la otra se rió de nuevo-. Mientras tanto, dado que yo estoy más en la ignorancia que ellos, ¿podrías quitarme de encima a la prensa?

Bron colgó y se quedó pensativa por la conversación. ¿Qué estaría pasando? Pero decidió que no era cosa suya, así que se encogió de hombros y se dirigió al cuarto de baño.

Normalmente Fitz disfrutaba de las mañanas de los sábados llevando a Lucy a nadar, ya que, a las demás cosas que la llevaba, al ballet, por ejemplo, solían ir las madres de los demás niños, pero los sábados era cosa de los padres.

– Buenos días, Fitz.

– Mike…

El padre de Josie se reunió con él en la cafetería que daba a la piscina.

– Lo de ayer fue toda una sorpresa. ¿De verdad que tú y Brooke Lawrence…? Bueno, es una pregunta tonta.

Habiendo dejado claro con su actitud que no iba a hablar de eso, Fitz le dijo:

– No te vi allí.

– No estuve, pero Josie nos lo contó todo cuando llegó a casa. Lucy se lo había dicho antes, pero todo el mundo pensaba que se lo había inventado. Ya sabes cómo son los niños…

– Sé cómo es Lucy.

– Sí, bueno… Lucy debió disfrutarlo. Y la gente debió comprar muchos vídeos. Por supuesto, nosotros tenemos el nuestro, ya que Ellie insistió en que nos compráramos una cámara cuando tuvimos a Jacob.

– ¿Cómo está ella? -preguntó Fitz cambiando de conversación.

– Bien. Josie está encantada de que esta vez vayamos a tener una niña. Ya ha decidido que la llamemos Juliet.

– ¿No será un poco complicado tener tantas jotas? No se sabrá quién es la señorita J. Castle.

Algo pareció abrirse como una puerta en el interior de su cabeza.

– Probablemente -dijo Mike interrumpiendo sus pensamientos y haciendo que esa puerta se cerrara-. Pero cuando estábamos esperando a Jacob, le pedimos a Josie que nos ayudara y lo hizo. Además, eso la ayudó a ver que el niño era también suyo, no una amenaza. Ya sabes cómo es esto. Quiso que tuviera la misma inicial que ella. Lo mismo que ahora.

– Es un nombre muy bonito.

Luego empezaron a hablar de negocios, del tiempo y demás, pero lo que Mike había dicho del vídeo siguió preocupándolo.

Se suponía que la visita de Brooke había sido algo estrictamente privado. Nada de publicidad. No habían hablado de ello, pero él le había asegurado que no quería a la prensa por allí más que ella. ¿Sería por eso por lo que Claire le había preguntado si le importaría que Brooke diera los premios? ¿Le habría estado ofreciendo la posibilidad de decir que no y él había estado tan embebido en sus pensamientos como para no darse cuenta?

Aunque tampoco habría tenido importancia. La mayoría de los padres llevaban sus cámaras y, por lo menos, le habrían hecho alguna foto. Y estarían hablando de ello.

Por un momento, la perspectiva de la publicidad le horrorizó. Brooke lo culparía a él y se pondría furiosa; se vería metida en una situación en la que no le quedaría más remedio que hacer de madre amante… Pero entonces empezó a ver las ventajas del asunto.

Con sus admiradores sabiendo que era la madre de una niña de ocho años, podría convencerla para hacer cualquier cosa que salvara su reputación, incluso irse a pasar una semana a Francia haciendo de feliz madre de familia. Eso debería alegrarlo, así que, ¿por qué no era así? ¿Por qué le preocupaba más lo mal que le podía sentar a ella en vez de estar contento por haber conseguido lo que quería Lucy?

No tenía sentido. ¿Por qué de repente le importaban los sentimientos de Brooke? ¿Cuándo le habían importado a ella los suyos?

Ese lapso de sentimentalismo repentino lo irritó. Casi se sintió tentado de mandar una copia de la cinta a la prensa él mismo. Pero no lo haría. No tenía que hacerlo. No pasarían ni cuarenta y ocho horas antes de que lo hiciera cualquier otro de los asistentes. Lo único que tenía que hacer era esperar y dejar que Brooke se pusiera en contacto con él. Una vez que la tuviera en Francia, ya vería lo mucho o poco que ella había cambiado, descubriría por qué ella, de repente, había desarrollado el poder de que a él le importara.

Entonces la monitora subió corriendo y muy agitada las escaleras que daban a la cafetería desde la piscina.

– ¡Señor Fitzpatrick! -exclamó-. ¡Lucy ha tenido un accidente!

El salió corriendo hasta la enfermería, llena de demasiada gente, y se quedó helado cuando vio la sangre de Lucy en el suelo. Miró ansiosamente al enfermero, que le estaba poniendo una gasa en la cabeza a la niña.

– ¿Qué ha pasado? -preguntó-. ¿Han llamado a una ambulancia?

– Está de camino. Iba corriendo por el borde de la piscina y resbaló. No creo que sea nada serio, sólo un corte, ya sabe lo mucho que sangran las heridas en la cabeza…

Luego se volvió y gritó:

– ¡Fuera todo el mundo!

– ¿Lucy?

Ella estaba muy pálida, pero consciente, y logró sonreír.

– Lo siento, papá. Iba corriendo y…

Y eso que él le había dicho cientos de veces que no lo hiciera…

– Tranquila, querida. Te vamos a curar inmediatamente.

Una hora más tarde, le habían puesto unos puntos y estaba en una cama del hospital local.

– ¿De verdad que tengo que quedarme? Preferiría irme a casa.

– Es sólo por esta noche, princesa. Sólo para asegurarnos de que no tienes una conmoción. Yo me voy a acercar ahora a casa y te traeré el pijama y el cepillo de dientes. ¿Quieres que te traiga algo más? ¿Alguna muñeca?

– ¡Papá! Ya no soy una niña pequeña. Además… Le he regalado Proto a mamá.

– Bueno. Eso está bien.

¿Bien? ¡Cielo santo! ¡Esa niña acababa de separarse de su posesión más querida y a él sólo se le ocurría decir esa bobada!

– ¿Puedo llamarla?

Entonces él recordó el sobre que Lucy tenía junto a la cama. -Si lo haces se preocupará, querida. Ya la llamaremos cuando estés en casa y se lo puedas contar todo.

– ¿Señorita Lawrence? -dijo una voz de mujer desconocida-. Soy la jefa de enfermeras del Hospital General de Bramhill. Lucy me ha pedido que la llame…

– ¿Lucy? -preguntó ella asustada-. Dígame…

– La han traído hace una media hora. Ha sufrido un pequeño accidente…

– ¿Qué clase de accidente? ¿Está malherida? ¿Está Fitz con ella?

– El señor Fitzpatrick se ha ido a casa.

¿Cómo que se había ido a casa dejándola sola en el hospital asustada y herida?

– Creo que no quería que Lucy la preocupara a usted -continuó la enfermera-, pero ella estaba desesperada y me ha pedido que la llame. Además, yo estaba segura de que usted querría saberlo. La vi ayer, ya sabe, en el colegio…

– Por supuesto que quiero saberlo. Voy ahora mismo.

– Está en la sala cinco. En la primera planta.

Bronte corrió a su dormitorio, se puso los pantalones de Brooke que había dejado allí y el jersey de seda. Ni se peinó. Incluso ni se ató las botas. Tomó el bolso de cuero que había usado el día anterior pero que no había vaciado, las llaves de su coche, y salió corriendo hacia el garaje.

Una vez dentro de su viejo Mini, trató de arrancar, pero el coche se negó a hacerlo. Lo intentó tres veces más, pero sin éxito. Entonces miró el precioso e inmaculado Jaguar rojo que su hermana había dejado allí y, sin tener en cuenta lo que Brooke se podía enfadar si se enteraba de que se lo había llevado, volvió a la casa, tomó las llaves del coche y, en un momento de inspiración, después de pisarse los cordones y casi caer al suelo, se los ató y subió a por Proto. Como si eso la hubiera tranquilizado, se cambió de ropa y metió el cepillo de dientes en la bolsa.

Cuando metió la llave y arrancó, el Jaguar respondió inmediatamente con el bronco sonido de sus doce cilindros, lo sacó del garaje y, ya en la calle, aceleró.

Por suerte había poco tráfico, porque aquello no era precisamente su cochecito, así que llegó a Bramhill en menos de una hora, aparcó sin pensárselo en un sitio libre en el hospital y salió corriendo.

Le dijo al guarda de seguridad que iba a la sala cinco.

– Tiene que firmar aquí -dijo el hombre-. Ya sabe, cuestión de seguridad.

– ¿De verdad?

Ella vio entonces la cantidad de gente que entraba y salía sin problemas por la puerta principal. Entonces vio la sonrisa del hombre y cayó en la cuenta. Ése no era el momento más adecuado para andarse con tonterías con los autógrafos.

– ¿Cómo se llama? -Gerry Marshall.

Ella tomó el cuaderno que le ofrecía y escribió:

Para Gerry Marshall, que cuida de la seguridad de Lucy.

Brooke Lawrence.

– Y ahora, ¿me indica el camino, por favor?

El sonrió y lo hizo. Ella se lo agradeció y, siendo consciente de repente de la forma en que todos la miraban, trató de no correr.

– ¡Mamá!

Lucy la vio nada más entrar en la pequeña sala. Se sentó en la cama e hizo un gesto de dolor. Fitz, que estaba de espaldas a la puerta, se giró y, por un momento, sólo por un momento, sus ojos lo traicionaron y se pudo ver que se alegraba de que ella hubiera ido.

Cuando habló lo hizo más controladamente.

– ¡Brooke! ¿Qué estás haciendo tú aquí?

– Yo también me alegro de verte -murmuró ella cuando pasó a su lado.

Luego se inclinó sobre Lucy y le dio un beso en la mejilla antes de apartarle el cabello y ver los puntos que le habían dado.

Durante el camino había pensado de todo.

– Hola, chica. Parece como si hubieras estado en la guerra.

– Resbalé. Iba corriendo por el borde de la piscina… ya lo sé. Papá siempre me está diciendo que no lo haga, pero Josie me dijo que fuéramos a tomar una hamburguesa con ellos y… Bueno, ya sabes… Eso lo dijo como si ambas compartieran una especie de secreto especial.

– Sí, querida, lo sé.

Y era cierto. Tenían las cicatrices que lo probaban. Le tomó la mano y se sentó en la cama a su lado.

– Pero ya ves lo que ha pasado, ¿verdad? Como no has hecho lo que te dice tu padre, te has perdido esa hamburguesa.

Lucy sonrió.

– Que tonta, ¿no?

Fitz pareció atragantarse, pero Bron no se atrevió a mirarlo.

– Sí -dijo-. Mira, te he traído a alguien que quiere verte. Pensó que podrías querer un poco de compañía.

Entonces sacó a Proto de la bolsa y lo dejó sobre la cama.

Lucy lo abrazó y lo dejó a su lado.

Entonces una enfermera se asomó por la puerta.

– ¿Qué es todo esto? ¿Risas? Se supone que deberías estar descansando, jovencita -dijo.

– Ha venido mi mamá.

Bron vio que era la jefa de enfermeras que la había llamado y le hizo una seña para indicarle que se lo agradecía.

– ¿Lo ha hecho? Bueno, he de tomarte la temperatura, así que, mientras lo hago, ¿por qué no dejas que tú mamá y tu papá salgan a tomarse un café? Es en el pasillo. Sírvanse ustedes mismos. Cuando Bron iba a salir, se volvió a Lucy y le dijo:

– Ahora mismo volvemos. No te vayas.

Lucy se rió y Fitz no dijo nada. En el pasillo se sirvieron los cafés de la máquina y ella le dijo.

– Le dio mi número a una de las enfermeras y le pidió que me llamara.

– ¿Sólo eso?

– Me dijeron que tú te habías ido a casa…

– ¿Y tú pensaste que lo mejor era venir corriendo al lado de tu hija abandonada?

– ¡No…! Bueno, sí -respondió ella encogiéndose de hombros y sin mirarlo a la cara.

– Sólo fui a recoger su pijama, Brooke. No estuve fuera más de media hora.

– Lo siento. Debería haberme dado cuenta de ello, pero me entró el pánico. ¿Le han hecho una radiografía?

– Sólo por precaución, pero no tiene nada. Bueno, pero tal vez sí el suelo de la piscina… Sólo quieren tenerla aquí ésta noche para asegurarse. Tal vez esto la enseñará a tener más cuidado en el futuro. ¿Cómo has llegado tan rápidamente? No en tren…

– En coche.

Él miró su reloj y levantó las cejas.

– ¿Y el coche sigue entero?

– Está bien. Ni un arañazo.

Y eso era cierto, pero todavía tenía que devolverlo en el mismo estado. Y cuanto antes volviera a casa, mejor.

– No quiero ser una molestia, Fitz. Voy a despedirme de Lucy y me voy.

– No lo hagas. No he querido estar tan a la defensiva. Ha sido muy amable por tu padre venir aquí. De verdad. Debes tener muchas cosas que arreglar con lo de tu madre…

– No, la verdad…

– No, bueno, supongo que tienes mucha gente que te ayude. ¿Y la familia? ¿Hay alguien más?

Ella lo miró entonces. Fitz también estaba mirando fijamente su café.

«Díselo ahora», pensó.

– Tengo una hermana.

– ¿Sí? No lo sabía.

– Bronte. Se llama Bronte.

– ¿Bronte?

Entonces él la miró tan fijamente que casi le hizo daño. El vaso de papel se desintegró entre sus dedos, derramando todo el café en el suelo, por los bonitos pantalones de Brooke.

El tomó el vaso de su mano, tomó su húmeda y temblorosa mano y le dijo sin soltarla:

– ¿Te has quemado?

Ella agitó la cabeza. Si la estuvieran desollando viva tampoco lo notaría.

– Será mejor que vaya a buscar a alguien… a lavarme…

Pero él no la soltó.

– ¿Vas a quedarte esta noche?

El corazón le dio otro salto a ella. Le resultaba difícil respirar, así que hablar…

– ¿Vas a quedarte para llevar mañana a casa a Lucy?

– Lucy te tiene a ti. No me necesita.

– Sí, te necesita. Por eso le dijo a la enfermera que te llamara. Debe haber memorizado tu número.

¿Porque pensaba que él le podría quitar ese trozo de papel? ¿Porque sabía que él no iba a llamar?

– Yo le dije que mejor esperábamos a que estuviera en casa para que no te preocuparas -añadió.

– Oh.

– Además, tú tienes que quitarte esos pantalones húmedos y, te garantizo que, si no has causado un accidente al venir aquí, cuando vuelvas conduciendo semidesnuda, lo vas a conseguir.

– Estamos en medio de una ola de calor -le recordó ella-. Se secarán enseguida.

Luego deseó haber mantenido la boca cerrada. Su vida había estado penosamente vacía de hombres como James Fitzpatrick animándola a quitarse los pantalones. Bueno, lamentablemente vacía de hombres como él. Punto.

Y, en la primera oportunidad que se le presentaba desde hacía años, ella se estaba deshaciendo en excusas. Pues vaya… perfecto…

Además, Brooke habría coqueteado un poco.

– Por supuesto, si no los meto pronto en agua, se estropearán -dijo por fin.

– Eso sería trágico.

¿Se estaba riendo de ella?

– Bueno, creo que exageras un poco…

– No desde mi punto de vista.

– ¿Qué?

Cuando se dio cuenta de lo que él quería decir, se ruborizó y añadió: -Oh…

– Me alegro de que hayamos llegado a un acuerdo. Lucy estará encantada. ¿Vamos a contárselo?

Mientras se dirigían a la sala, Fitz añadió:

– Y no tienes que preocuparte.

Ella lo miró.

– ¿Por qué?

– Ya encontraré algo con que tapar… tus vergüenzas.

Ella se ruborizó más todavía, si era posible.

– Eso mientras los metemos en la lavadora -añadió Fitz-. Y sigo teniendo ese cepillo de dientes de repuesto.

Загрузка...