Capítulo 4

¿Conocerla? ¿James Fitzpatrick se creía que la conocía? Bronte estuvo a punto de echarse a reír por primera vez desde hacía semanas. Seguramente sería la histeria.

Estaba sentada a su lado con la ropa de su hermana, sus joyas y su perfume, además de con su nombre. El incluso la había besado y no había sospechado nada. Eso era todo lo bien que conocía a Brooke.

– ¿Sincera? -repitió ella sin entender lo que le quería decir.

– Sí, sincera, maldita sea. Tú nunca quisiste a Lucy, me la diste a mí y te marchaste sin mirar atrás. Y, dado que estamos siendo sinceros, ¿por qué no me cuentas por qué estás haciendo esto, por qué te estás molestando?

¿Cómo era posible que él no viera las diferencias que había entre Brooke y ella a pesar de las similitudes superficiales que nacían que no fueran idénticas. Brooke era tres centímetros más baja que ella. ¿Es que se creía que había crecido? ¿Y pensaba que seguiría viviendo en esa casa? ¿Que estaría trasteando por la cocina ella misma? Si creía eso era que no conocía nada a Brooke. El corazón le estaba latiendo tan fuertemente que temió que él lo oyera por encima del ruido del motor. Podía haberle dicho la verdad, por supuesto. Y lo haría antes de marcharse del colegio. Se lo diría y disfrutaría de la cara que iba a poner.

Pero de momento haría su papel; le había prometido a Lucy que su madre estaría allí y no iba a traicionar esa promesa.

– Puede que tenga algo que ver con esa amenaza de llamar a la prensa amarilla para contarle mi pasado oculto -dijo ella por fin.

– Bueno, ya lo has dicho, Brooke. La sinceridad siempre es buena.

– ¿De verdad que me odias tanto?

Fitz la miró por un momento sin querer o, tal vez, sin poder responder. Luego los claxons de los coches de detrás hicieron que avanzara.

Siguieron en silencio un rato hasta que los nervios pudieron con ella y lo miró para decir algo.

– ¡Espera! -dijo él-. Pararemos dentro de unos minutos. Entonces podremos hablar.

Un kilómetro más adelante él detuvo el coche delante de un pub.

– Ven, será mejor que comamos algo antes. Va a ser una tarde muy larga.

– Yo no…

¿Cómo iba a poder tener hambre con el nudo de nervios que tenía en el estómago?

Pero Fitz ya había salido del coche y le había abierto la puerta.

– No tengo hambre -dijo.

– No hagas esto, Brooke. No quiero tener una pelea en un aparcamiento público.

– ¿Y tú te crees que yo sí?

Él respiró profundamente.

– No te odio. Debería hacerlo, pero no.

Luego hizo una larga pausa y Bron lo miró sin poder evitarlo.

– Creía que te odiaba, hasta ayer -continuó él-. Como siempre, te has salido con la tuya, Brooke, así que ya puedes brindar y disfrutar a gusto de tu victoria.

Luego la tomó de la mano y la hizo bajar del coche. Pero había un problema, que no se apartó.

Se quedaron allí por un momento, Bron apoyada contra el todo terreno y Fitz demasiado cerca de ella. Era como una reposición de la escena de la cocina, él la iba a volver a besar, pensó ella.

Pero entonces él levantó la mano hasta su rostro y pareció dudar cuando vio una fina cicatriz que ella tenía bajo la ceja izquierda.

– Lucy tiene una cicatriz como ésta -dijo él pensativamente.

– Tal vez sea hereditaria -logró decir ella.

– Ella tenía seis años, me iba a dar una taza para que la lavara y tropezó. Había tanta sangre…

Bron recordó el accidente que le produjo la cicatriz a ella, con un cristal, el pánico de su padre, la tranquilidad de su madre, la forma en que la vendó y la llevó a que la curaran. Pensó que debía ser muy difícil hacer de padre y madre al mismo tiempo.

– ¿Seis años? Definitivamente es hereditaria -dijo ella con la voz llena de emoción-. ¿Vamos?

Eso lo dijo con la misma voz tranquila de su madre mientras miraba hacia el pub como si no quisiera nada más en el mundo que un sandwich y un refresco.

Era pronto y el pub estaba casi vacío. Bronte no había pensado en lo que podía hacer su parecido con su hermana, pero tal vez Fitz sí lo había hecho, ya que la llevó a un rincón tranquilo, bastante lejos del bar antes de ir a pedir unos sándwiches, una copa de vino blanco para ella y un café para él.

Ella habría preferido otro café, pero él no se lo había preguntado. Y, por supuesto, Brooke habría querido un vino.

– ¿Qué estás haciendo ahora, Fitz? -le preguntó para hablar de algo neutral.

– Sigo haciendo películas, pero nada que te pueda interesar a ti, Brooke. Uno no se puede ir por ahí de aventuras cuando se tiene una niña que cuidar. Pero por supuesto que tú sabías eso. Siempre lo has sabido.

– ¿Qué clase de películas?

– ¿No lo sabes? -dijo él y se encogió de hombros-. ¿Por qué ibas a saberlo? de dibujos animados, Brooke. Yo quería… necesitaba trabajar desde casa y, cuando un amigo me vino con la idea de unas series para niños en la televisión… Bueno, era algo que hacer.

¿Hasta que Brooke volviera y él pudiera seguir con su propia vida fuera cual fuera? Pero ella no había vuelto.

– Si sigues haciéndolo es que deben tener éxito. ¿Podría verlos? -dijo ella animadamente. Él pareció como si fuera a sonreír.

– No sé, Brooke. ¿Cuánta televisión para niños sueles ver?

Ella se había hartado a ver televisión mientras cuidaba a su madre.

– Te sorprendería.

Él se encogió de hombros.

– El Ratón Einstein fue el primero, luego siguieron Ginger y Fudge, el Balón de Bellamy.

Ella lo miró fijamente. ¿Ese hombre hacía esos deliciosos dibujos animados?

– ¿No? -le preguntó él malinterpretando su silencio-. Tal vez hayas visto Los Moggles. Son lo último…

– ¿Los Moggles? ¿Son tuyos? Pero son preciosos…

– ¿Te gustan? Bueno, tal vez si tienes suerte, tal vez alguien te ponga uno en el calcetín estas navidades.

– ¿Un Moggle?

– Los estamos fabricando y, seguramente salgan al mercado antes de Navidad junto con el libro.

– ¿Lo estás haciendo tú mismo? ¿Y sigues teniendo tiempo para hacer películas? ¿Tienes tiempo para vivir? -él la miró enfadado.

– Si me estás preguntando si tengo tiempo para Lucy, la respuesta es que lo busco.

– No, no, de verdad -dijo ella poniéndole una mano en el brazo y cuando se dio cuenta de lo que estaba haciendo, lo retiró rápidamente-. De verdad que estoy impresionada.

– ¿Lo estás? Bueno, con eso ayudo a la economía local, pero no se puede comparar con salvar la Tierra.

Eso lo dijo con un tono muy amargo. Bueno, había sido él quien se había quedado con la niña. ¿Qué hombre no estaría amargado por eso?

– Pero a Lucy le debe encantar.

Él la miró, sorprendido por su calor y entusiasmo.

– Ella es el perfecto animal de laboratorio para probar los prototipos. Cualquier cosa que sobreviva en sus manos pasa con facilidad todas las pruebas de seguridad de los juguetes.

– Pobre niña. Yo sé muy bien lo que es eso.

– ¿Lo sabes? No recuerdo que fueras torpe. Todo lo contrario, pero claro, como te pasabas la mayor parte del tiempo tumbada de espaldas…

Ella se ruborizó furiosamente y la copa que tenía en la mano empezó a temblar peligrosamente, por lo que la dejó en la mesa rápidamente. Demasiado tarde. Pero Fitz se movió rápidamente para sujetarla, como un hombre acostumbrado a evitar tales desastres.

– Tal vez el embarazo es una cura temporal -dijo él pensativamente.

Como ella no quería entrar en el terreno personal, decidió cambiar de conversación.

– ¿Qué habrá pasado con los sándwiches? -dijo.

– Creía que no tenías hambre.

– Y no la tengo. Pero no me gusta el pensamiento de pasarme la tarde sentada aquí esperando el dudoso placer de verte comer a ti.

Fitz se relajó. Casi había empezado a dudar que esa mujer fuera la misma Brooke Lawrence que había conocido. No recordaba la cicatriz y esa forma de ruborizarse… Oh, se había imaginado que algo habría cambiado. Entonces ella era una estudiante y ahora era una celebridad.

– Háblame de Borneo -le dijo él cuando llegaron los sándwiches-. Estuviste allí durante los incendios forestales, ¿no?

– Prefiero no hablar de ello.

– ¿Fue tan malo?

Lo había sido. Cuando Brooke volvió a casa lloró todo lo que pudo, Bron no la había visto así nunca antes. ¿Habría llorado cuando se separó de Lucy? ¿Se habría encerrado en su habitación para llorar y luego había bajado con esa sonrisa en la cara para que nadie supiera lo que estaba sintiendo? Eso era lo que había hecho después de volver de Borneo.

– Sí, fue muy malo -dijo ella y empezó a comer para no tener que hablar más.

– ¿Qué le has contado? -le preguntó Bronte a Fitz cuando ya estaban llegando.

– ¿A Lucy? ¿Sobre ti? Le dije que su madre era alguien muy especial, que tienes algo importante que necesitas hacer. Le dije que estabas mucho fuera, viviendo en sitios donde no te la puedes llevar. Y, como tú sabes que la estabilidad es algo que una niña como ella necesita, la dejaste conmigo.

Aquello era indudablemente mucho más amable que lo que se merecía Brooke, él había querido proteger a su hija. El amor de una madre es la primera necesidad de una niña.

– ¿No ha querido saber por qué no he venido nunca a verla?

– No. Para cuando fue lo suficientemente mayor como para pensar en ello vio que muchos de sus amigos sólo tenían un padre. Y más tarde… bueno, pensó que eso me podía molestar.

– ¿Nunca le contaste quien…?

– Ese fue el acuerdo, Brooke. Si yo me quedaba con ella, era para siempre. Tú tomaste tu decisión y firmaste los papeles.

¿Qué decisión? Era tan frustrante no saber… No se podía creer que Brooke fuera tan… fría.

– ¿Cómo encontró el certificado de nacimiento?

– Estaban haciendo un trabajo sobre la historia familiar para el colegio y supo que el nombre de su madre debía estar en el certificado. Tomó mis llaves y buscó en mi escritorio.

– Una pena que no me llame Jane Smith.

– Eso habría servido. Había otras cosas también, los papeles de la custodia, unas fotos. Había pensado que, cuando ella fuera lo suficientemente mayor, podría querer ir a buscarte. Pero supongo que se hizo lo suficientemente mayor sin que yo me diera cuenta.

– Fitz…

– Aquí es -dijo él al meterse por una gran puerta-. Pon esa sonrisa profesional, Brooke. Éste no es el lugar para algo emocional.

– No, por supuesto que no.

Bronte se había preguntado por qué Fitz no había sugerido antes una reunión más privada. Ahora entendía por qué prefería que se vieran en el colegio y por qué había ido a recogerla. De esa manera él estaba al mando y no habría lugar para nada emocional.

De repente a ella no le gustó su papel en todo aquello. Fuera lo que fuese lo que hubiera hecho Brooke, ella no se merecía aquello, ni Lucy tampoco.

– No -repitió-. Esto está mal, Fitz. No lo puedo hacer, así no.

– Es un poco tarde para arrepentirte -dijo él al tiempo que aparcaba-. Lucy te está esperando y, a pesar de que le he dicho que no lo contara, estoy seguro de que lo ha hecho con Josie.

Y Josie se lo habría dicho a todo el mundo.

Entonces la vio. Una niña alta con unos pantalones cortos oscuros y camiseta blanca que corría hacia ellos. Tenía los brazos y las piernas largos, además de una sonrisa espectacular: A pesar del cabello castaño, era la viva imagen de Brooke a su edad. Y, antes de que Fitz lo pudiera evitar, ella estaba fuera del todo terreno con los brazos muy abiertos para abrazarla.

– Oh, Lucy. Mi querida Lucy.

Bronte había pensado que era inmune al llanto, después de todo lo que había pasado en la vida, pero ahora tenía un nudo en la garganta que no la dejaba ni hablar.

Pero aquél no era ni el momento ni el lugar para ponerse a llorar, así que se contuvo y sonrió.

– Eres preciosa -le dijo a la niña.

Lucy, tan próxima a las lágrimas como ella, se sorprendió y sonrió.

– ¿Lo soy? -dijo y miró a Fitz-. Tú no me lo dices nunca.

– No, bueno, pensé que se te podía subir a la cabeza -dijo él con voz rara.

Bronte lo miró, pero él ya se estaba dirigiendo a una mujer de unos cincuenta años que se había acercado también.

– Claire, lamento haber llegado tan justo de tiempo. Había obras en la carretera.

– No hay problema, vamos a empezar más tarde. Se ha disparado la alarma de incendios. Falsa alarma -dijo con un tono que indicaba que alguien tendría problemas el siguiente día de clase.

– Claire, ¿puedo presentarte a la madre de Lucy…?

– No es necesario, Fitz -dijo Claire ofreciéndole la mano a Bronte-. Reconozco a la señorita Lawrence por la televisión y, por supuesto, Lucy la ha mencionado. Yo soy Claire Graham, la jefa de profesores de Lucy. Es un gran placer darle la bienvenida esta tarde, aunque ha sido algo inesperado.

Luego se dirigió a Lucy.

– Creo que te necesitan para ayudar a las pequeñas, Lucy. Como la niña no se movió, añadió:

– Por favor.

Bronte le dijo a la niña:

– Tus amigas te están esperando. Ya hablaremos más tarde.

Lucy se volvió y vio a media docena de niñas que la miraban con ojos muy abiertos, entonces sonrió y corrió hacia ellas. No es que estuviera gritando su triunfo, pero a Bron le dio la impresión de que le faltaba poco.

Claire le dijo entonces a Fitz:

– ¿Sabes? Vas a tener que hacer algo para compensarme por no haberme dicho que ibas a traer a una celebridad esta tarde. Esto podría haber salido en el periódico local y eso sería muy beneficioso para el colegio.

– Es por eso por lo que no te lo he dicho, Claire. Es una visita privada. Los dos preferimos que sea así y estoy seguro de que lo entiendes.

Claire asintió.

– Por supuesto. Estamos a punto de empezar, Fitz, ¿quieres filmar el principio?

Luego se dirigió a Bronte mientras él sacaba su equipo del coche.

– Fitz nos va a hacer un vídeo para conseguir algo de dinero y, cuantos más niños saque en él, más copias venderemos a los padres.

– Me lo imagino -respondió Bronte sonriendo.

No lo podía evitar, pero se sentía ridículamente feliz. Apenas había pensado en cómo sería esa tarde y, en lo poco que lo había hecho, se había imaginado que sería algo muy incómodo. Miró a Fitz y pensó que tal vez él había pensado lo mismo.

– Será mejor que vayas, Fitz -dijo-. No querrás perderte a nadie.

– ¿No quieres venir a enseñarme cómo se hace?

Estaba claro que él estaba en plan suspicaz.

– No creo. Mi trabajo es delante de la cámara, no detrás.

Claire los miró pensativamente a los dos.

– ¿Por qué no viene a conocer al resto del personal, señorita Lawrence?

Bron no miró a Fitz, muy segura de la forma en que él la estaría mirando. Bueno, pues ya podía guardarse sus advertencias para sí mismo. Lucy era feliz y ella también. No había ninguna razón para que no disfrutara todo lo que pudiera de la tarde.

– Me encantaría -dijo y se apartó de él.

Sin apenas darse cuenta de toda la gente que la miraba, pensó que, cuanto más lejos estaba de él, más fácil le resultaba respirar.

Fitz la vio alejarse lleno de aprensión. Había planeado ser él quien estuviera al mando ese día. Se había asegurado de que llegarían en el último momento, esperando que, para cuando llegaran, todo el mundo estaría demasiado ocupado como para percatarse de su llegada y que Lucy estaría demasiado absorta por sus actividades, además de que Brooke se mostrara distante, llena de glamour y sin mostrar ninguna emoción.

Había pensado que lo tenía todo controlado. Todo iba a ser muy sencillo. Él conocía a Brooke. Era egoísta y ella sería la primera en admitirlo. Se ponía a sí misma por delante y encima de todo y lo último que ella querría sería tener una relación profunda con una niña necesitada. Podría pasarse un par de horas jugando a ser una gran dama, ganándose el corazón de los padres, los profesores y los niños. Él sabía muy bien que podía ser encantadora cuando quería algo, pero allí no había nada que ella pudiera querer para siempre.

¿O se estaba equivocando en eso también?

Creía que la conocía, pero ahora veía que había algo diferente en ella. Una generosidad en sus rasgos, un calor en el fondo de esos ojos encantadores. Y algo más que no podía definir. Bueno, ella había recorrido mundo e, indudablemente, debía haber visto un montón de cosas horribles, además de las maravillosas. Y eso podía cambiar a una persona. Con veintiún años, ella era preciosa y tenía una práctica sexual muy notable. Era como un tarro de miel y sabía que el mundo estaba lleno de moscas. Todavía tenía todo eso, pero también mucho más. Su rostro tenía carácter, fuerza, compasión.

Pero ella estaba sola y ya tenía casi treinta años, ¿no podría ser que, de repente, se hubiera dado cuenta de que le faltaba algo en la vida? ¿No podría ser que la carta de Lucy coincidiera con alguna crisis o algo parecido?

Brooke ya no era una estudiante atrapada en una pesadilla, sino una mujer triunfadora y, un hijo es el accesorio que toda mujer triunfadora necesita en estos días, preferiblemente sin un hombre que la molestara con sus exigencias y se metiera en su vida.

Una hija ya hecha, con la época de los pañales bien pasada, una niña brillante e inteligente que podía hablar casi de cualquier cosa y que tenía opiniones propias tenía que ser una alternativa atractiva para alguien como Brooke.

La vio alejarse al lado de Claire, riendo con ella, haciéndola sentirse especial. A Brooke eso se le daba muy bien. Ya había hecho que Lucy se sintiera muy especial; su hija era ahora el centro de atención de todas esas niñas que poco antes se lo habían estado haciendo pasar muy mal, y Lucy estaba disfrutando de ello como nunca.

De repente tuvo miedo. Sabía lo fácilmente que Brooke podía robarle el corazón a Lucy. En su momento él había sido el blanco de sus encantos y sabía que no había defensa contra ello, sólo el tiempo. Y Era lista. Si no estaba en guardia, todo se desarrollaría sin que él se diera cuenta siquiera del peligro.

Pudiera ser que, al principio, ella sólo quisiera quedarse con Lucy un fin de semana o en vacaciones. Podía ser que él tuviera la custodia muy claramente escriturada, pero si se oponía a los deseos de ella, lo podría llevar a juicio y ¿qué juez podría negarle algo así a una madre arrepentida y con el corazón roto? Y tampoco tendría que llegar a eso. Si Lucy quería, él tendría que acceder, no podía hacer nada más. Ella era su madre. Pero eso sólo sería el principio. Luego habría que negociar sobre las vacaciones escolares, Navidades y demás. Y él había pensado que tenía todas las cartas en la mano…

Se pasó una mano por la cabeza, sorprendido por su propia estupidez. ¿Es que no iba a aprender nunca?

¿Pero qué podía haber hecho? Una vez que Lucy supo quién era su madre, una vez que Brooke la había visto, el genio estaba fuera de la botella y no había manera de volverlo a meter en ella. Se había engañado a sí mismo al creer que esa tarde sería suficiente para ambos. Se había engañado a sí mismo. Eso se le daba muy bien en todo lo que tenía que ver con Brooke.

Ahora que las había visto juntas sabía que aquello nunca podría ser tan sencillo. Aquello era sólo el principio y, le gustara o no, ella iba a ser parte de sus vidas de ahora en adelante. ¿Pero una parte cómo de grande?

En ese momento recordó la escena de la cocina cuando, por segunda vez en su vida, él había perdido la cabeza por completo y la había besado. La diferencia estaba en que, esa vez, ella le había devuelto el beso.

¡No!

Pero en lo más profundo de su ser podía sentir la cálida necesidad derrotando a su fuerza de voluntad, podía oír el sí susurrado corriéndole por las venas, calentándolo de dentro afuera. Se había creído inmune a Brooke Lawrence, no había tenido sensación de peligro hasta que ella se volvió y lo miró como si lo estuviera viendo por primera vez. No sabía cuáles eran los planes de Brooke con respecto a Lucy y ella no se los había contado, pero mientras la veía con el personal del colegio, la excitación que lo embargaba mientras era presentada, supo que él haría cualquier cosa para asegurarse de que no lo empujaría fuera de la vida de Lucy. Lo que fuera.

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