– Mira, papá, mamá me ha hecho un regalo -dijo Lucy inocentemente. Fitz le soltó los hombros a Bron y tomó el colgante para poder admirarlo bien.
– Es muy bonito.
– Era de la abuela de Lucy -dijo Bron sin querer.
– ¿Y eso? -le preguntó él extrañado-. Recuerdo que tu madre era inválida.
¿Era ésa la excusa que Brooke le había dado para no quedarse con Lucy?
– Murió la semana pasada.
Él la miró sorprendido.
– Brooke, lo siento. No tenía ni idea. ¿Era por eso por lo que estabas en casa? Me resultó extraño…
Entonces se dio cuenta de que Lucy los estaba oyendo y añadió:
– Yo ya he hecho el té, querida. ¿Por qué no bajas tú a preparar los bizcochos en una fuente?
Lucy lo hizo de mala gana.
Cuando la niña se hubo marchado, él le dijo a Bron:
– Para serte sincero, no me esperaba encontrarte en casa.
– Debió ser tu día de suerte.
– Brooke…
Ella se dio cuenta entonces de que él se iba a disculpar por su forma de actuar, pero no le gustó la idea de aceptar esas disculpas en nombre de una hermana que no había sentido nada la muerte de su madre.
– Fitz, yo he venido a ver a Lucy. No hay mucho tiempo, mi tren sale a las seis.
– Saldrá otro a las siete. Por favor, Brooke, debes darte cuenta de que no puedes entrar en la vida de Lucy y luego marcharte de nuevo como si nada.
– Lucy dijo…
– En la carta. Ya lo sé. Pero no era eso lo que quería y debes saberlo. Los dos lo sabemos. Dios sabe que yo no quería que volvieras, tenía miedo de que, cuando la vieras, querrías ejercer todo tu poder para recuperarla, bueno, parece que me equivoqué en eso. Pero Lucy no lo superará tan fácilmente. Una tarjeta por Navidad no será suficiente, Brooke. Se merece más de ti.
– Has cambiado de opinión desde esta mañana.
– Estaba equivocado, lo admito. Eres buena con ella, Brooke. Nunca me lo hubiera esperado.
No, eso lo había dejado muy claro. Y ahora le estaba dando una oportunidad, le estaba dando otra oportunidad a Brooke.
– ¿Podría ayudar una tía? -dijo Bron.
– ¿Una tía?
El la miró como si no se creyera lo que acababa de oír y, por un momento, ella pensó que se iba a agarrar a la idea con las dos manos. -Cielo santo, Brooke. Lucy tiene tías para parar un tren. Lo que ella necesita es una madre. Alguien completamente suyo. Te necesita a ti.
La reacción de él fue tan vehemente, tan inesperada, que la idea de Bron de ser la madre sustituía de Lucy se vino rápidamente abajo. Hasta entonces se había imaginado que Lucy no tenía parientes femeninos, sólo a su padre, pero al parecer no era así.
Por supuesto, Fitz debía tener hermanas, primas e, incluso, una madre. La única persona que Lucy necesitaba era a su propia madre. A Brooke. No a una mujer desconocida que podría ser sólo otra pariente femenina.
Tenía que salir de allí tan rápidamente como fuera posible. Y tenía que hablar con su hermana. Una hermana que le iba a tener que explicar bastantes cosas.
– ¿Es pedir tanto? -dijo él entonces-. Seguramente podrías encontrar un poco de tiempo para ella. Es tu hija, Brooke.
¿Qué podía decir ella? ¿Que no era Brooke? ¿Exponerse a su ira y decepción? Porque estaba segura de que él se iba a enfadar de verdad y no lo podía culpar.
Estaba atrapada en su propia trampa.
– Quédate -le dijo él entonces, tomándola de la mano.
Eso la produjo una especie de descarga eléctrica que le recorrió todo el cuerpo. El novio es que había tenido con dieciocho años nunca le había producido nada parecido, y eso que él había tenido todo su cuerpo para jugar con él. Entonces Fitz le acarició la mejilla con la otra mano. ¡Oh, cielos! ¿Había querido ella eso también? ¿Había querido a la hija de Brooke? ¿A su amante?
El recuerdo de su beso la hizo ver que sí.
– Quédate -repitió él y su voz derritió la resistencia de ella.
¿Cómo podía él tentarla tanto con sólo una palabra?
Entonces los labios de él le rozaron la comisura de la boca. Como beso fue algo tan inocente como el contacto de la mano, entonces, ¿por qué hizo que se le derritieran las entrañas?
– ¿Brooke?
Esa simple palabra la hizo volver de repente a la realidad. Fitz no la quería a ella, sino a su hermana.
Tenía que salir de allí inmediatamente. Y tenía que pensar en la manera de persuadir a Brooke para que volviera. Luego podía aclarar todo lo que había hecho y con Brooke allí, bueno, no importaría lo que Fitz pensara de ella.
– ¡Papá! ¡El té se está enfriando! -dijo la voz de Lucy desde abajo.
– Ya vamos, princesa -dijo él sin dejar de mirarla.
Luego añadió:
– ¿Y bien?
Ella luchó contra la tentación entonces.
– No…
Fitz soltó una especie de gruñido y ella se preguntó cómo era posible que ese no le hubiera salido tan dubitativo, tan parecido a un sí.
¿Qué había pasado con su decisión, con su fuerza de voluntad?
Fitz, eso era lo que había pasado.
– No -repitió-. No me puedo quedar.
Pero tampoco debió parecer muy convencida, ya que sus palabras no tuvieron el menor efecto en él.
Seguía mirándola como si pensara comérsela, pero no hubiera decidido por donde empezar. Ella necesitó un supremo esfuerzo de voluntad para apartar la mirada de la de él lo suficiente como para reorganizar sus sentidos y, por fin, logró apartarse de él un poco, pero Fitz no la soltó. Ella se dio cuenta de que lo que quería era que lo siguiera mirando, sabía que, si la volvía a besar, estaría condenada. Así que siguió mirando a la pared hasta que empezó a marearse y pensó que se iba a desmayar.
– Será mejor que bajemos -dijo él, soltándola por fin y apartándose para que ella pudiera bajar sin tocarlo.
No podía hablar por él, pero Bronte supo que ella ya se había metido en un problema. En un gran problema.
Lucy había preparado una bandeja con sándwiches y bizcochos y Bron añadió la tetera.
– Yo llevaré la bandeja, pesa mucho -dijo ella.
– Espera -dijo Fitz sirviéndose una taza de té-. Os dejaré a solas con la merienda. ¿Sigues pensando en tomar el tren de las seis?
Él le estaba ofreciendo una oportunidad más.
– Sí, así es.
Fitz asintió.
– Entonces estate lista para salir a las cinco y media. Puede que haya bastante tráfico en la ciudad.
– Puedo llamar a un taxi…
Pero la mirada de él le indicó que era mejor que no.
– Bueno, a las cinco y media…
Fitz miró la revista que había en la mesa delante de él. Era la última guía de programas de televisión y Brooke aparecía en la portada, presentando su nueva serie. Estaba en alguna selva, sin maquillaje y con el cabello húmedo pegado a la frente. Diez minutos antes él había estado acariciando ese mismo rostro. ¿Por qué entonces se había sentido como si estuviera mirando a alguien completamente diferente?
Miró por la ventana y vio a Lucy y a ella hablando animadamente. La niña debía estar hablándole de Josie, que había sido su amiga desde el primer día de colegio y que tampoco tenía madre. Pero su padre se había vuelto a casar y, no sólo tenía una nueva madre, sino también un hermano y otro de camino.
No estaba seguro de qué le envidiaba más Lucy, a su hermano o al perro. Tal vez después de las vacaciones le compraría uno. No era mucha compensación por no tener una madre, pero eso parecía que no estaba a su alcance.
También vio como Brooke la miraba embobada. ¿Qué era eso que tenía esa mujer que le había llegado tan hondo a él?
Volvió a mirar la revista. Allí estaba tal cual, sin ninguna clase de maquillaje o peinado caro. Era por eso por lo que las mujeres la admiraban tanto o más que los hombres. Ella sabía como estar preciosa, pero no temía parecer cansada, sudorosa, de su propia edad…
Se detuvo en seco. ¿Podría ser eso? ¿Podría ser la diferencia algo tan simple como eso? ¿Es que su belleza juvenil había sido simplemente el blanco de su lujuria y estaba respondiendo a su madurez de una forma enteramente nueva e inesperada?
Agitado, se sentó de nuevo. Había dado por hecho que el aspecto de científica sudorosa era parte de una actuación, pero tal vez no fuera así. ¿Habría ella cambiado tanto? ¿Lo había hecho él?
Iba a hacer un documental y llevaba tiempo buscando a una chica que actuara de presentadora, la vio en el campus y supo inmediatamente que ésa era la cara que necesitaba. Se presentó, le dio su tarjeta y le explicó de qué se trataba.
Más adelante, ella le contó que su padre había muerto y que su madre estaba inválida en la cama, así que ella estaba ganándose el dinero para sus estudios sin que su familia la ayudara. Él le había ofrecido pagarle, pero ella había rechazado el dinero, ya que el documental sería sobre la vida de una universitaria. Entonces se dio cuenta de que ella había encontrado una oportunidad de lucirse y darse a conocer. Entonces fue el momento en que él decidió que esa chica sería suya.
La experiencia le decía que eso sería fácil. Ya llevaba un tiempo trabajando en el mundo mágico de la televisión y el problema no había sido nunca salir con chicas guapas, sino librarse de las aburridas.
Hizo una mueca cuando recordó lo arrogante que era entonces. Ahora la cosa había cambiado y era padre, con una hija a la que proteger. Tal vez si la pusiera a hacer judo…
Entonces sonrió. Los codos de Lucy ya eran armas letales, no necesitaba nada más.
Ni Brooke tampoco lo había necesitado. Lo había llamado y le dijo que no iba a hacer el documental, que estaba demasiado ocupada con los estudios, que era su último año y demás. El no se lo había creído mucho y, cuando su cámara la grabó en más de una fiesta estudiantil, la llamó y quedó con ella en un bar de estudiantes. Pudiera ser que ella no quisiera salir en su documental, pero eso no significaba que no se fuera a acostar con él.
En el bar ella pareció alegrarse de verlo, habían coqueteando un poco, pero él descubrió pronto que hacía lo mismo con todos. Pero eso era lo único que hacía.
Por fin ella había caído en sus brazos en la fiesta de Navidad. Literalmente. Y él pensó que era su noche de suerte. Miró de nuevo la revista y acarició su imagen. ¿Cuánto se puede equivocar un hombre? Y estar en lo cierto a la vez.
Recorrió ese rostro con la mirada hasta que la detuvo junto a las cejas. No había señal alguna de la cicatriz. ¿Habrían retocado la foto? ¿Pero por qué lo iban a hacer, si no era un retrato formal y la cicatriz no se notaba casi nada? Más aún, le daría un aspecto aún más aventurero.
Sus ojos eran también más oscuros. Bueno, eso podía ser la luz o el revelado de la foto.
Sacó la cinta de la cámara y la puso en el vídeo, donde buscó la parte en la que ella estaba dando los premios. Una vez encontrada, miró una y otra vez la revista y la pantalla. La foto no le producía nada, pero la imagen de la pantalla… Bueno, la cinta tenía movimiento, acción, vida. Pero eso también lo tenían sus programas de televisión y nunca había sentido nada al verlos.
No. Era algo más. Se le estaba pasando algo por alto…
Se acercó al escritorio y sacó el sobre que contenía el certificado de nacimiento de Lucy y demás papeles, además de las fotos que le había hecho a Brooke antes de que ella cambiara de opinión sobre lo de salir en el documental. Las dejó sobre la mesa, pero antes de que pudiera hacer nada más, la puerta se abrió de golpe.
– ¡Papá, he tenido una gran idea!
Volvió a meterlo todo en el cajón antes de volverse. Lucy estaba en la puerta con el rostro brillante. Brooke estaba inmediatamente detrás de ella, agitando la cabeza desesperadamente. Volvió a mirar a Lucy.
– Bueno, no me mantengas en el suspense, ¿de qué se trata?
– ¡Mamá se puede venir a Francia con nosotros! Díselo tú. Hay montones de habitaciones en la granja a la que vamos y está cerca de la playa, y… bueno, sería maravilloso. ¿Podría?
Brillante. Miró a Lucy y la oleada de testosterona que lo invadió le sugirió que sería realmente brillante. Pero ella agitó de nuevo la cabeza. Evidentemente, ella no pensaba igual y Fitz vio que tenía que aclararse la garganta antes de volver a hablar.
– Estoy seguro de que tu madre tiene otros planes, para el verano, Lucy.
– No -insistió la niña-. En esa revista hay una entrevista con ella y la he leído. En ella dices que te vas a quedar aquí todo el verano. Que no vas a volver a Pata… Pata… donde sea, hasta dentro de unos meses.
– Seguirá estando ocupada, Lucy -dijo Fitz-. Habrá mucha gente que la quiera conocer y hablar con ella. Y necesita mucho tiempo para organizar sus viajes.
– Puede venir una semana insistió de nuevo Lucy-. Eso no es mucho tiempo.
Fitz miró a Brooke, que lo estaba mirando como suplicándole que la ayudara. Bueno, él también le había suplicado y ella no le había hecho el menor caso.
– Podrías venir una semana -dijo por fin. Bueno, él había hecho todo lo que había podido para que siguieran juntos en su momento. Ahora Lucy iba a tener que hacerse a la idea de que había conseguido exactamente lo que había pedido, ni más, ni menos. Y, cuanto antes lo entendiera, mejor.
Bron los miró a los dos. Un rostro brillando de esperanza y el otro, de ello estaba segura, tentándola. Pero tal vez aquello fuera cierto. No había leído esa entrevista… ni casi ninguna otra desde hacía meses. Pero por lo que decía Lucy, era probable que su hermana volviera pronto. Si así era, tal vez con un poco de suerte ella pudiera aclararlo todo.
– Tengo que mirar mi agenda -dijo-. ¿Cuándo os vais?
– La última semana del mes -le dijo Fitz mirándola sarcásticamente.
– Ya lo veré y os llamaré -dijo ella mirando su reloj-. Creo que ahora será mejor que me marche, Fitz. No quisiera perder el tren.
Todavía no eran las cinco y media, pero él no protestó.
– Por supuesto que no. Estoy seguro de que tienes algo muy importante que hacer esta noche. ¿Cenas con el director general de la cadena? ¿Con alguna celebridad?
– Realmente, tengo que arreglar las cosas de mi madre.
La verdad es que aquello fue un golpe bajo, pensó ella mientras recogía sus cosas, pero se sentía muy triste. Cuando llegó al coche, Lucy ya estaba en la parte de atrás con el cinturón puesto y Fitz le estaba sujetando la puerta del pasajero. Tenía una pose levemente agresiva, pero no fue eso lo que la alarmó, sino sus ojos. Los tenía levemente entornados, como si no se creyera del todo lo que estaba viendo, pero no entendiera por qué. Y tenía razón, Brooke nunca se habría pasado la velada arreglando las cosas de su madre.
– Me sentaré con Lucy -dijo.
Sin decir nada, él se volvió y le abrió la otra puerta. Mientras ella se instalaba, no dejó de mirarla.
Mientras se dirigían al pueblo, Lucy le dijo:
– ¿Puedo escribirte? Tú no tienes que contestarme.
– Eso me encantaría.
La verdad era que no habría nada mejor que una carta de Lucy para mostrarle a Brooke lo que se estaba perdiendo.
– ¿Y te puedo llamar? ¡Por favor!
Bron no tenía nada más para escribir que el sobre de la carta de Lucy. Así que le escribió allí el número y se lo pasó.
– Primero se lo tienes que preguntar a tu padre -le dijo.
– Lo haré.
Una vez en la estación, Bron le dio un beso a Lucy y, una vez fuera, ella le dijo por la ventanilla:
– No te olvides de lo de pasar las vacaciones con nosotros.
– No lo olvidaré.
Fitz la acompañó al interior de la estación.
– Te llamaré para lo de Francia -dijo.
– Dame unos días.
– Te daría toda la eternidad si pensara que iba a servir para algo.
Luego, mientras ella trataba de decir algo, él le enjugó una lágrima que se le había escapado y le corría por la mejilla.
– Esto se está volviendo un hábito -dijo-. Cuídate, Brooke.
Luego le dio un beso en la mejilla.
– Trata de venir con nosotros a Francia si puedes -le dijo él al despedirse.
No esperó su respuesta y se volvió al coche, alejándose antes de que ella pudiera hacer otra cosa que despedirse con la mano.
Por fin, cuando se volvió, le llegó claramente la voz de Lucy:
– ¡Te quiero, mamá!
Se volvió enseguida de nuevo, Fitz se había detenido delante de la puerta de la estación y Lucy se había asomado por la ventanilla mientras gritaba frenéticamente:
– ¡Te quiero!
Bron se quedó helada, incapaz de moverse, de decir nada.
Cuando el coche se alejó por fin, murmuró:
– Yo también te quiero a ti. Os quiero a los dos.
Luego se volvió de nuevo y compró su billete. Desgraciadamente, tuvo que esperar unos diez minutos y la gente no dejaba de mirarla. Respiró profundamente para que no se le escapara de nuevo alguna lágrima y se compró un cuaderno en el kiosco de prensa.
Pensó que no estaría mal escribir al menos algunas ideas de cómo iba a pasar el resto de su vida mientras llegaba a su casa.
Planear su futuro podía evitar que pensara en el hecho de que, probablemente, nunca volvería a ver a Lucy. Pero no tenía ninguna esperanza de quitarse del pensamiento a Fitz.